Por qué escribo (George Orwell, 1946)

Texto publicado originariamente en la revista Gangrel nº 4, verano de 1946. Traducción de Rafael Vázquez Zamora.

Desde muy corta edad, quizá desde los cinco o seis años, supe que cuando fuese mayor sería escritor. Entre los diecisiete y los veinticuatro años traté de abandonar ese propósito, pero lo hacía dándome cuenta de que con ello traicionaba mi verdadera naturaleza y que tarde o temprano habría de ponerme a escribir libros.

Era yo el segundo de tres hermanos, pero me separaban de cada uno de los dos cinco años y apenas vi a mi padre hasta que tuve ocho. Por ésta y otras razones me hallaba solitario, y pronto fui adquiriendo desagradables hábitos que me hicieron impopular en mis años escolares. Tenía la costumbre de chiquillo solitario de inventar historias y sostener conversaciones con personas imaginarias, y creo que desde el principio se mezclaron mis ambiciones literarias con la sensación de estar aislado y de ser menospreciado. Sabía que las palabras se me daban bien, así como que podía enfrentarme con hechos desagradables creándome una especie de mundo privado en el que podía obtener ventajas a cambio de mi fracaso en la vida cotidiana. Sin embargo, el volumen de escritos serios, es decir, realizados con intención seria, que produje en toda mi niñez y en mis años adolescentes no llegó a una docena de páginas. Escribí mi primer poema a la edad de cuatro o cinco años (se lo dicté a mi madre). Tan sólo recuerdo de esa «creación» que trataba de un tigre y que el tigre tenía «dientes como de carne», frase bastante buena, aunque imagino que el poema sería un plagio de «Tigre, tigre», de Blake. A mis once años, cuando estalló la guerra de 1914-1918, escribí un poema patriótico que publicó el periódico local, lo mismo que otro, de dos años después, sobre la muerte de Kitchener. De vez en cuando, cuando ya era un poco mayor, escribí malos e inacabados «poemas de la naturaleza» en estilo georgiano. También, unas dos veces, intenté escribir una novela corta que fue un impresionante fracaso. Ésa fue toda la obra con aspiraciones que pasé al papel durante todos aquellos años.

Sin embargo, en ese tiempo me lancé de algún modo a las actividades literarias. Por lo pronto, con material de encargo que produje con facilidad, rapidez y sin que me gustara mucho. Aparte de los ejercicios escolares, escribí vers d’occasion, poemas semicómicos que me salían en lo que me parece ahora una asombrosa velocidad -a los catorce escribí toda una obra teatral rimada, una imitación de Aristófanes, en una semana aproximadamente- y ayudé en la redacción de revistas escolares, tanto en los manuscritos como en la impresión. Esas revistas eran de lo más lamentablemente burlesco que pueda imaginarse, y me molestaba menos en ellas de lo que ahora haría en el más barato periodismo. Pero junto a todo esto, durante quince años o más, llevé a cabo un ejercicio literario: ir imaginando una «historia» continua de mí mismo, una especie de diario que sólo existía en la mente. Creo que ésta es una costumbre en los niños v adolescentes. Siendo todavía muy pequeño, me figuraba que era, por ejemplo, Robin Hood, y me representaba a mi mismo como héroe de emocionantes aventuras, pero pronto dejó mi «narración» de ser groseramente narcisista y se hizo cada vez más la descripción de lo que yo estaba haciendo y de las cosas que veía. Durante algunos minutos fluían por mi cabeza cosas como estas: «Empujo la puerta y entró en la habitación. Un rayo amarillo de luz solar, filtrándose por las cortinas de muselina, caía sobre la mesa, donde una caja de fósforos, medio abierta, estaba junto al tintero. Con la mano derecha en el bolsillo, avanzó hacia la ventana. Abajo, en la calle, un gato con piel de concha perseguía una hoja seca», etc., etc. Este hábito continuó hasta que tuve unos veinticinco años, cuando ya entré en mis años no literarios. Aunque tenía que buscar, y buscaba las palabras adecuadas, daba la impresión de estar haciendo contra mi voluntad ese esfuerzo descriptivo bajo una especie de coacción que me llegaba del exterior. Supongo que la «narración» reflejaría los estilos de los varios escritores que admiré en diferentes edades, pero recuerdo que siempre tuve la misma meticulosa calidad descriptiva.

Cuando tuve unos dieciséis años descubrí de repente la alegría de las palabras; por ejemplo, los sonidos v las asociaciones de palabras. Unos versos de Paraíso perdido, que ahora no me parecen tan maravillosos, me producían escalofríos. En cuanto a la necesidad de describir cosas, ya sabia a qué atenerme. Así, está claro qué clase de libros quería yo escribir, si puede decirse que entonces deseara yo escribir libros. Lo que más me apetecía era escribir enormes novelas naturalistas con final desgraciado, llenas de detalladas descripciones y símiles impresionantes, y también llenas de trozos brillantes en los cuales serían utilizadas las Palabras, en parte, por su sonido. Y la verdad es que la primera novela que llegué a terminar, Días de Birmania, escrita a mis treinta años pero que había proyectado mucho antes, es más bien esa clase de libro.

Doy toda esta información de fondo porque no creo que se puedan captar los motivos de un escritor sin saber antes su desarrollo al principio. Sus temas estarán determinados por la época en que vive -por lo menos esto es cierto en tiempos tumultuosos y revolucionarios como el nuestro-, pero antes de empezar a escribir habrá adquirido una actitud emotiva de la que nunca se librará por completo. Su tarea, sin duda, consistirá en disciplinar su temperamento v evitar atascarse en una edad inmadura, o en algún perverso estado de ánimo: pero si escapa de todas sus primeras influencias, habrá matado su impulso de escribir. Dejando aparte la necesidad de ganarse la vida, creo que hay cuatro grandes motivos para escribir, por lo menos para escribir prosa. Existen en diverso grado en cada escritor, y concretamente en cada uno de ellos varían las proporciones de vez en cuando, según el ambiente en que vive. Son estos motivos:

1. El egoísmo agudo. Deseo de parecer listo, de que hablen de uno, de ser recordado después de la muerte, resarcirse de los mayores que le despreciaron a uno en la infancia, etc., etc. Es una falsedad pretender que no es éste un motivo de gran importancia. Los escritores comparten esta característica con los científicos, artistas, políticos, abogados, militares, negociantes de gran éxito, o sea con la capa superior de la humanidad. La gran masa de los seres humanos no es intensamente egoísta. Después de los treinta años de edad abandonan la ambición individual -muchos casi pierden incluso la impresión de ser individuos y viven principalmente para otros, o sencillamente los ahoga el trabajo. Pero también está la minoría de los bien dotados, los voluntariosos decididos a vivir su propia vida hasta el final, y los escritores pertenecen a esta clase. Habría que decir los escritores serios, que suelen ser más vanos y egoístas que los periodistas, aunque menos interesados por el dinero.

2. Entusiasmo estético. Percepción de la belleza en el mundo externo o, por otra parte. en las palabras y su acertada combinación. Placer en el impacto de un sonido sobre otro, en la firmeza de la buena prosa o el ritmo de un buen relato. Deseo de compartir una experiencia que uno cree valiosa y que no debería perderse. El motivo estético es muy débil en muchísimos escritores, pero incluso un panfletario o el autor de libros de texto tendrá palabras y frases mimadas que le atraerán por razones no utilitarias; o puede darle especial importancia a la tipografía, la anchura de los márgenes, etc. Ningún libro que esté por encima del nivel de una guía de ferrocarriles estará completamente libre de consideraciones estéticas.

3. Impulso histórico. Deseo de ver las cosas como son para hallar los hechos verdaderos y almacenarlos para la posteridad.

4. Propósito político, y empleo la palabra «político» en el sentido más amplio posible. Deseo de empujar al mundo en cierta dirección, de alterar la idea que tienen los demás sobre la clase de sociedad que deberían esforzarse en conseguir. Insisto en que ningún libro está libre de matiz político. La opinión de que el arte no debe tener nada que ver con la política ya es en sí misma una actitud política.

Puede verse ahora cómo estos varios impulsos luchan unos contra otros y cómo fluctúan de una persona a otra y de una a otra época. Por naturaleza -tomando «naturaleza» como el estado al que se llega cuando se empieza a ser adulto- soy una persona en la que los tres primeros motivos pesan más que el cuarto. En una época pacífica podría haber escrito libros ornamentales o simplemente descriptivos v casi no habría tenido en cuenta mis lealtades políticas. Pero me he visto obligado a convertirme en una especie de panfletista. Primero estuve cinco años en una profesión que no me sentaba bien (la Policía Imperial India, en Birmania), y luego pasé pobreza y tuve la impresión de haber fracasado. Esto aumentó mi aversión natural contra la autoridad y me hizo darme cuenta por primera vez de la existencia de las clases trabajadoras, así como mi tarea en Birmania me había hecho entender algo de la naturaleza del imperialismo: pero estas experiencias no fueron suficientes para proporcionarme una orientación política exacta. Luego llegaron Hitler, la guerra civil española, etc. Éstos y otros acontecimientos de 1936-1937 habían de hacerme ver claramente dónde estaba. Cada línea seria que he escrito desde 1936 lo ha sido, directa o indirectamente, contra el totalitarismo y a favor del socialismo democrático, tal como yo lo entiendo. Me parece una tontería, en un periodo como el nuestro, creer que puede uno evitar escribir sobre esos temas.

Todos escriben sobre ellos de un modo u otro. Es sencillamente cuestión del bando que uno toma y de cómo se entra en él. Y cuanto más consciente es uno de su propia tendencia política, más probabilidades tiene de actuar políticamente sin sacrificar la propia integridad estética e intelectual.

Lo que más he querido hacer durante los diez años pasados es convertir los escritos políticos en un arte. Mi punto de partida siempre es de partidismo contra la injusticia. Cuando me siento a escribir un libro no me digo: ‘Voy a hacer un libro de arte.» Escribo porque hay alguna mentira que quiero dejar al descubierto, algún hecho sobre el que deseo llamar la atención. Y mi preocupación inicial es lograr que me oigan. Pero no podría realizar la tarea de escribir un libro, ni siquiera un largo artículo de revista, si no fuera también una experiencia estética. El que repase mi obra verá que aunque es propaganda directa contiene mucho de lo que un político profesional consideraría irrelevante. No soy capaz, ni me apetece, de abandonar por completo la visión del mundo que adquirí en mi infancia. Mientras siga vivo y con buena salud seguiré concediéndole mucha importancia al estilo en prosa, amando la superficie de la Tierra. Y complaciéndome en objetos sólidos y trozos de información inútil. De nada me serviría intentar suprimir ese aspecto mío. Mi tarea consiste en reconciliar mis arraigados gustos y aversiones con las actividades públicas, no individuales, que esta época nos obliga a todos a realizar.

No es fácil. Suscita problemas de construcción y de lenguaje e implica de un modo nuevo el problema de la veracidad. He aquí un ejemplo de la clase de dificultad que surge. Mi libro sobre la guerra civil española, Homenaje a Cataluña, es, desde luego, un libro decididamente político, pero está escrito en su mayor parte con cierta atención a la forma y bastante objetividad. Procuré decir en él toda la verdad sin violentar mi instinto literario. Pero entre otras cosas contiene un largo capítulo lleno de citas de periódicos y cosas así, defendiendo a los trotskistas acusados de conspirar con Franco. Indudablemente, ese capítulo, que después de un año o dos perdería su interés para cualquier lector corriente, tenía que estropear el libro. Un crítico al que respeto me reprendió por esas páginas: «¿Por qué ha metido usted todo eso?», me dijo. «Ha convertido lo que podía haber sido un buen libro en periodismo.» Lo que decía era verdad, pero tuve que hacerlo. Yo sabía que muy poca gente en Inglaterra había podido enterarse de que hombres inocentes estaban siendo falsamente acusados. Y si esto no me hubiera irritado, nunca habría escrito el libro.

De una u otra forma este problema vuelve a presentarse. El problema del lenguaje es más sutil y llevaría más tiempo discutirlo. Sólo diré que en los últimos años he tratado de escribir menos pintorescamente v con más exactitud. En todo caso, descubro que cuando ha perfeccionado uno su estilo, ya ha entrado en otra fase estilística. Rebelión en la granja fue el primer libro en el que traté, con plena conciencia de lo que estaba haciendo, de fundir el propósito político y el artístico. No he escrito una novela desde hace siete años, aunque espero escribir otra enseguida. Seguramente será un fracaso -todo libro lo es-, pero sé con cierta claridad qué clase de libro quiero escribir.

Mirando la última página, o las dos últimas, veo que he hecho parecer que mis motivos al escribir han estado inspirados sólo por el espíritu público. No quiero dejar que esa impresión sea la última. Todos los escritores son vanidosos, egoístas y perezosos, y en el mismo fondo de sus motivos hay un misterio. Escribir un libro es una lucha horrible y agotadora, como una larga y penosa enfermedad. Nunca debería uno emprender esa tarea si no le impulsara algún demonio al que no se puede resistir y comprender. Por lo que uno sabe, ese demonio es sencillamente el mismo instinto que hace a un bebé lloriquear para llamar la atención. Y, sin embargo, es también cierto que nada legible puede escribir uno si no lucha constantemente por borrar la propia personalidad. La buena prosa es como un cristal de ventana. No puedo decir con certeza cuál de mis motivos es el más fuerte, pero sé cuáles de ellos merecen ser seguidos. Y volviendo la vista a lo que llevo escrito hasta ahora, veo que cuando me ha faltado un propósito político es invariablemente cuando he escrito libros sin vida y me he visto traicionado al escribir trozos llenos de fuegos artificiales, frases sin sentido, adjetivos decorativos y, en general, tonterías.

Los trotskistas extremeños, la Izquierda Comunista y el POUM (Pelai Pagès)

Cuando, tras la expulsión de Trotski de la Unión Soviética, en enero de 1929, se constituyó el trotskismo como movimiento político independiente, a nivel internacional, y se creó la denominada Oposición Comunista de Izquierda en una conferencia que tuvo lugar en París en abril de 1930, muy pronto se formaron también organizaciones trotskistas en toda Europa. De hecho, desde el inicio de los conflictos que en la URSS, después de la muerte de Lenin, habían enfrentado a Stalin contra Trotski, este había tenido partidarios en todos los países. Y España no fue una excepción. Aquí se estaba saliendo de la Dictadura de Primo de Rivera, en un momento en que el Partido Comunista de España se hallaba en una crisis total y en la que parte de sus militantes y dirigentes –como sucedía con otros partidos y sindicatos de izquierdas- se encontraban en el exilio. Y fue justamente en el exilio, en concreto en Lieja (Bélgica), donde en febrero de 1930 se celebró la primera Conferencia Nacional de la Oposición Comunista española, impulsada por un dirigente de la Federación Comunista de Vizcaya, Francisco García Lavid (que firmaba sus artículos con el seudónimo de Henri Lacroix).

Nos encontramos en vísperas de la proclamación de la Segunda República, que tuvo lugar el 14 de abril de 1931, y en un momento en que se estaba produciendo el regreso masivo de casi todos los exiliados y al mismo tiempo se estaban reorganizando el conjunto de fuerzas sociales y políticas. En este contexto –y también con la llegada a España de importantes dirigentes, como Andreu Nin, que llegó a Barcelona después de nueve años de estancia en la URSS-, al proclamarse la Segunda República se impulsó la organización de la Oposición Comunista de España –en marzo de 1932 pasó a denominarse Izquierda Comunista de España-. A partir básicamente de la adhesión personal de miembros expulsados del Partido Comunista se empezaron a crear secciones de la Oposición en Madrid, Asturias, el País Valenciano, Andalucía, Cataluña, y Extremadura.

En Extremadura, muy pronto apareció la figura destacada de Luis Rastrollo, un personaje muy activo, que había nacido en Fuente del Arco en 1908 y que se instaló en Llerena, una de las poblaciones extremeñas donde el trotskismo alcanzó una mayor implantación. Según parece, Rastrollo formó parte ya de la primera dirección que la Oposición Comunista tuvo en España y participó en su II Conferencia reunida en Madrid el día 7 de junio de 1931. En ella apareció con el seudónimo de L. Siem, en representación de Extremadura, donde dio cuenta de la situación en que se hallaba la demarcación por él representada. Que muy pronto organizó a los campesinos de la comarca de Llerena, viene constatado por la información que apareció en la revista “Comunismo”, en octubre de 1932, con estos términos:

“El obrero del campo, en Badajoz, es explotado de una manera mucho más bárbara que ningún otro trabajador español. Adormecido por el socialismo, el campesino extremeño no había despertado a la lucha de clases hasta muy recientemente. Pero anhelantes de pan y trabajo, no pueden ver transcurrir el tiempo los campesinos de Badajoz, dejándose morir de hambre; están dispuestos a defender su derecho a la vida, sea como sea. (…) A pesar de ello, los campesinos de Llerena, Berlanga, Maguilla, etc., no están dispuestos a morirse de hambre ante la perspectiva de un invierno que se presenta con caracteres verdaderamente trágicos. En dichos pueblos, los campesinos actúan bajo la influencia directa de la Oposición Comunista. Todas las organizaciones campesinas del distrito de Llerena cuentan en su dirección únicamente con elementos oposicionistas. Contra nuestros camaradas va dirigido todo el odio de la burguesía y de sus servidores, y principalmente contra nuestro camarada Luis Rastrollo, que ha puesto todo su entusiasmo y revolucionarismo al servicio de aquellos explotados de la tierra.”

De hecho, en el mismo año 1932 Rastrollo había impulsado una huelga de campesinos que, finalmente, le había llevado a la cárcel, en un momento en que, aprobada la Ley de Reforma Agraria, su aplicación se llevaba de manera muy lenta y no solo no resolvía el acceso de los campesinos a su tierra sino que tampoco resolvía el tema del paro. Los conflictos agrarios que vivió Llerena a lo largo de 1932 y también en los años siguientes fueron, ciertamente, muy importantes y violentos, como ha estudiado José Hinojosa Durán en Un episodio original en el movimiento obrero extremeño: el núcleo trotskista de Llerena durante la II República (1931-1936) (en Francisco J. Mateos Ascacibar, Felipe Lorenzana de la Puente (coord..): Actas de la I Jornada de historia de Llerena. Llerena, 2000).

Hasta tal punto que en febrero de 1933 “nuestros compañeros Rastrollo, Martín, Fuentes y Gallarín llevan siete meses (aparte de varios otros que estuvieron antes) en la cárcel de Fuente de Cantos, de la provincia de Badajoz, solo por acusárseles de ser los dirigentes de una huelga en que los campesinos se limitaban a pedir trabajo para los demás” (Comunismo, febrero de 1933). Que su actuación había hecho mella entre los campesinos de Llerena y la comarca aún se constataba en el mes de abril del mismo año cuando se recordaba que “los campesinos del distrito de Llerena están cada día más firmemente adheridos a la Izquierda Comunista, que ha dirigido con éxito sus luchas, y cuyos militantes más caracterizados se encuentran en la prisión por defender resueltamente sus intereses”.

Además de Rastrollo, otros militantes de la Oposición Comunista que dirigieron a los trabajadores de Llerena fueron Eduardo Mauricio; Regino Marín, que organizó el sindicato de la construcción de Llerena; José Martín, jornalero, miembro del Comité Central de la Izquierda Comunista y presidente de la Federación Local de Sindicatos Obreros de Llerena; Félix Galán, campesino; Carlos Llarza, seudónimo de Julián Gómez Sánchez, etc.
Otras poblaciones de la comarca donde la Izquierda Comunista tuvo presencia fueron Maguilla, con una veintena de militantes en abril de 1932 y unos 50 un mes más tarde. Militantes de esta población formaron parte del Comité de huelga que dirigió las huelgas campesinas del verano de 1932. En Fuente de Cantos, un militante de la Oposición, Pedro Corraliza Peguero, fue candidato por Badajoz en las elecciones generales de noviembre de 1933, presentado por el Partido Comunista, y poco después fue juzgado y condenado a tres años de cárcel por atentado a la autoridad. Otra población que sabemos que estuvo influenciada por la Oposición fue Berlanga.

Cuando en septiembre de 1935 la Izquierda Comunista se unificó con el Bloque Obrero y Campesino para constituir el Partido Obrero de Unificación Marxista, la inmensa mayoría de los militantes extremeños se afiliaron al nuevo partido, desoyendo las consignas de Trotski, que pretendía que los militantes de la Oposición se afiliaran al Partido Socialista, constituyendo en su seno una fracción. De hecho muy pocos de ellos aceptaron esta suposición y en el caso de los antiguos trotskistas extremeños solo unos casos puntuales se avinieron a los designios de Trotski.

El hecho  es que con el nuevo partido se produjo un aumento de la militancia. Si en el momento de constituir el nuevo partido en Llerena contaba con 122 militantes, unos meses más tarde, al estallar la insurrección militar en julio de 1936, tenía unos 230 militantes. Ello en buena medida se explica porque tras elecciones del Frente Popular (febrero 1936) el POUM de Llerena había organizado una colectividad agraria de 12 fanegas de extensión. Los mismos militantes de Llerena lo explicaban así, en las páginas del periódico del POUM La Batalla, del día 5 de junio de 1936:

“Después de trabajar nuestra parcela particular, la que nos ha correspondido individualmente, trabajaremos la de nuestra Sección. Rápidamente hemos realizado ya las faenas preliminares. Primero roturado la tierra para los barbechos, trabajo realizado voluntariamente por nuestros militantes. El que tiene yuntas las ha facilitado y los demás las herramientas. La roturación ha sido difícil porque el terreno venía destinado a pasto”.

De hecho, según parece, en el momento de la fundación del POUM, si hemos de creer a Jean Rous, un trotskista francés que vino a España en septiembre de 1935, a raíz del proceso de unificación que se estaba viviendo, los militantes que había en Extremadura eran en total unos 400, y en su informe añadía que “esta cifra debe ser reducida si se tiene en cuenta que por razones de nivel político de algunos militantes, se procedió en estos últimos tiempos a un reagrupamiento más estrecho. En Extremadura (en el radio de Llerena) nuestros camaradas tienen una verdadera influencia de masas en la vida política y profesional de la región. Los sindicatos de trabajadores de la tierra, de artesanos (panaderos, zapateros) están bajo su dirección”.

El estallido de la Guerra Civil truncó la situación de manera muy rápida. Si bien en un primer momento Llerena quedó bajo el control de la República, en su avance desde Andalucía los militares insurrectos se plantearon conquistar Llerena por el interés estratégico que poseía la ciudad y, de hecho, a principios de agosto de 1936, a pesar de la resistencia que pusieron los milicianos, la ciudad acabó bajo el control de los militares. La represión que llevaron a cabo fue intensa. Se habla de “un mínimo de 440 personas las que fallecieron en Llerena o que siendo de Llerena murieron en otras localidades por motivo de la guerra y la dictadura. De ellas, 330 fueron como consecuencia de la entrada de las tropas franquistas y de la represión posterior, a los que habría que añadir los presos republicanos muertos en la cárcel o fusilados” (Ángel Olmedo Alonso: De la esperanza revolucionaria a la fosa común. Represión franquista en el caso de Llerena (Badajoz), en El genocidio franquista en Extremadura, publicado en Memòria Antifranquista del Baix Llobregat, nº 8, 2012). De ellos sabemos que de los 230 afiliados que tenía el POUM en la población, más de 50 murieron en la represión de principios de la guerra, entre otros José Martín Rafael, que fue fusilado en Badajoz, en el Campo de San Juan.

Tampoco se salvó Luis Rastrollo, pero en este caso no fue fusilado en Extremadura sino en Galicia. El que fuese, sin duda, el dirigente más destacado de la Izquierda Comunista y del POUM de Llerena, desde 1935, antes, pues, de estallar la guerra, había sido destinado para organizar la Federación Gallega del POUM y de hecho organizó el POUM de Galicia creando diversas secciones en Santiago de Compostela, La Coruña y otras ciudades gallegas. Residente en Santiago, fue detenido al iniciarse la guerra, juzgado por un tribunal militar y fusilado el 3 de diciembre de 1936.
Otros dirigentes consiguieron salvarse, pasar al campo republicano y, después de la guerra, exiliarse en Francia. Pero la presencia, primero del trotskismo y después del marxismo revolucionario que representaba el POUM, no consiguió consolidarse en Extremadura, si bien, ciertamente, Llerena acabó siendo un referente para muchos de los militantes del POUM que acabaron marchando al exilio.

La revolución rusa y la democracia (Rosa Luxemburgo, 1918)

Este texto reproduce la parte final del ensayo La revolución rusa, escrito por Rosa Luxemburgo en la cárcel de Breslau en el verano de 1918. No llegó a terminarlo. El manuscrito se lo entregó a Paul Levi que lo publicó en Alemania en 1922. Traducción de Trasversales, publicada en su número 48, septiembre 2019.

Tomemos algunos ejemplos para analizar más profundamente la cuestión de la supresión de la democracia.

La disolución de la Asamblea Constituyente

En la política de los bolcheviques ocupa un lugar destacad la conocida disolución de la Asamblea Constituyente en noviembre de 1917 (1). Esta medida fue decisiva respecto a las posiciones que tomaron posteriormente. En cierta medida, representa un punto de inflexión de su táctica.

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José Gabriel en su contexto y en la guerra civil española (Javier Barreiro, 2018)

Este texto de Javier Barreiro forma parte del libro La vida y la muerte en Aragón, recientemente publicado por Salvador Trallero editor y El Perro Malo. El libro está disponible en el Catálogo de Publicaciones de la Fundación Andreu Nin.

«-¿José Gabriel qué?
-Si quiere conocer el apellido, era López. Pero siempre firmó José Gabriel. Era un periodista famoso que le había organizado alguna huelga a La Prensa. Había trabajado en Crítica, donde inclusive publicaba memorables crónicas de partidos de fútbol (dicen que tenía colgado sobre la cabecera de su cama uno de los botines de Scopelli). En 1922 había publicado la primera biografía de Carriego, muy anterior a la de Borges. Había estado en el Perú como profesor de la Universidad de San Marcos y, al cabo de andanzas y malandanzas, se había arrimado al peronismo que lo ubicó en la redacción de Democracia, con gran disgusto mío, que me sentía la primera pluma de ese diario. Mal que mal nos llevamos bien, sobre todo debido a mi condición de diputado nacional, que algún calculado respeto le infundía. Murió en la redacción del diario El Laborista, hacia 1956 o 1957″.
(José Gobello. Sus escritos, sus ideas, sus amores, pp. 110-111).

Desde que hace algo más de treinta años, por influencia italo-francesa, se puso de moda la microhistoria, conocemos mejor los procesos históricos, acaso no los de las grandes transformaciones socio-políticas y las relaciones internacionales, pero sí los de nuestro país, nuestra región, nuestra comarca o nuestro pueblo en un determinado contexto histórico-social. Viene esto a cuento por la peripecia del autor que tratamos, José Gabriel López Buisán, madrileño de nacencia, pero criado en un pueblo oscense vecino a Graus, Torres del Obispo (1). Su venida al mundo fue el 18 de marzo de 1896 (2) . Curiosamente, sólo sesenta y seis días después de que lo hiciera Joaquín Maurín en otro lugar de la misma comarca, la Ribagorza. Cualquiera de estas dos vidas –a Maurín llegó a tenérsele por muerto en la Guerra Civil, incluso por parte del autor de la obra que editamos- daría para una visión angular del siglo XX más que ilustrativa.

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El papel de la ideología bolchevique en la aparición de la burocracia (Cornelius Castoriadis, 1964)

Este texto fue publicado en enero de 1964 en la revista Socialisme ou Barbarie, numero 35, con el seudónimo de Paul Cardan. Servía de introducción al texto de Akejandra Kolontai  La oposición obrera, publicada en el mismo número de la revista.

El folleto de Alexandra Kolontai La Oposición Obrera apareció en Moscú en 1921, durante la violenta controversia que precedió al XX Congreso del Partido bolchevique y que el propio Congreso debía cerrar para siempre igual que todas las demás.

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«La cuestión de Marruecos y la República española», de Abel Paz (Jesús de Blas Ortega, 2005)

Este libro de Abel Paz (seudónimo de Diego Camacho Escámez) fue editado por la Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo en 2000.

Trotsky en 1905 (Isaac Deutscher, 1954)

Este texto es, íntegramente, el  capítulo V del primer volumen de la célebre trilogía que Isaac Deutscher le dedicó a Trotsky y que tituló siguiendo una penetrante frase de Maquiavelo El profeta armado (1879-1921), que en España fue editada por Edició de Materials de Barcelona, en catalán (aunque creo recordar que también otra en castellano), aunque no pudo seguir con el segundo por problemas obvios con la censura. Esta editorial se la consideraba relacionada con los «músicos» (Movimiento Socialista de Catalunya, organización creada por antiguos poumistas a finales de los años cuarenta. Hemos utilizado empero la de  Editorial ERA (México, 1966-1970, trd., del inglés por José Luis González), que editó la mayor parte de los libros de Deutscher así como de otros (ya) clásicos del pensamiento socialista como Ernest Mandel.  Desdichadamente, ERA desapareció del mercado español a principios de los años ochenta, y sus fondos se encontraban por entonces en las librerías de segunda mano (y en las rebajas de El Corte Inglés), y actualmente resultan casi inencontrables. Por esta misma época, y a raíz de la edición de mi Conocer a Trotsky y su obra (Dopesa, Barcelona, 1979),   mantuve conversaciones con responsables de editorial Bruguera para una edición de bolsillo, consecuente con la línea de la editorial que había editado íntegramente la Historia del marxismo (en 6 volúmenes) editada originariamente en Italia por Feltrenelli, sin embargo, la oleada conservadora cerró bruscamente esta expectativas así como un proyecto de biografía de Deustcher aceptado por Dopesa que cayó con todo el «Grupo Mundo». Igualmente cabe lamentar que la no menos monumental (y más minuciosa) biografía de Trotsky escrita por Pierre Broué y editada por Fayard (París, 1988), no encontró editor a pesar de que, según nos comunicó su autor en el curso de las jornadas sobre Trotsky organizadas por la Fundación Andreu Nin en el Ateneo de Madrid, ya había llegado a un acuerdo editorial, lo que no ha ocurrido tampoco en América Latina, lo que significa una muestra más del declive coyuntural de este tipo de libros. Recordemos que mientras Deutscher casi pasa de puntillas sobre las relaciones de Trotsky con España, Broué como principal especialista sobre esta cuestión, le dedica un buen número de apretadas páginas. El lector interesado en Deustcher encontrará páginas  muy penetrantes sobre él en las obra de Perry Anderson, Campos de batalla (Anagrama, Barcelona), pero sobre todo en el ensayo biográfico de Gregory Elliot, Perry Anderson. El laboratorio implacable de la historia (Universitat de Valencia, 2004, tr. Gustau Muñoz), y que consideró de un gran valor para aquellos y aquellas interesados sobre la historia y el marxismo… (nota de Pepe Gutiérrez-Álvarez)

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Elegía y ateismo (Juan Manuel Vera, 2007)

Publicado en Trasversales, nº 5, 2007.

Ya no existía, liberado de ser, entrando en la nada sin saberlo siquiera”.
(Philip Roth)

Elegía, la última novela de Philip Roth, es una miniatura espléndida que investiga la dificultad de dotar de sentido a la existencia individual, sometidos como estamos a la enfermedad, la decadencia y la muerte. Esas cuestiones universales se abordan a partir de un personaje plenamente surgido de su mundo literario. Roth ha logrado expresar de una forma repleta de fragancias complejas y sutiles unas preguntas que surgen entre las entrañas de la vida. Continuar leyendo «Elegía y ateismo (Juan Manuel Vera, 2007)»