1992. Andreu Nin, la URSS y el estalinismo. Wilebaldo Solano

En el año 1992 se conmemora el centenario de Andreu Nin. En efecto, el célebre dirigente del POUM y una de las figuras más importantes del movimiento obrero español nació en El Vendrell el 4 de febrero de 1892. Nin, era, entre otras muchas cosas, un intelectual profundamente enamorado de la tierra, el pueblo y la lengua de Cataluña. Pero, ante todo y sobre todo, era un marxista internacionalista convencido de que la Revolución rusa de 1917 había abierto la era de la revolución socialista en Europa. Recordar a Nin hoy, después del desmoronamiento de la URSS y de las «democracias populares» del Este, nos lleva a la tentación de evocar lo que él fue con respecto a la Revolución de Octubre, a la Rusia de los años 20, al movimiento comunista internacional y a los animadores de aquella gran convulsión histórica, Lenin y Trotsky, Zinoviev y Bujarin.

Desde que, en l970, las Edicions Catalanes de París volvieron a publicar Els moviments d´emancipació nacional, uno de los libros de Nin, con un prólogo de Josep Benet y un ensayo biográfico mío, se han escrito muchas cosas sobre el líder del POUM, pero no se han abordado nunca a fondo los problemas de su propia personalidad y su papel en la URSS durante cerca de diez años, entre la primavera de 1921 y el otoño de 1930, es decir, entre el viraje que supuso la Nueva Política Económica (la NEP) y la victoria de Stalin sobre la Oposición, la colectivización forzosa y el terror.

Nos parece interesante evocar que Nin fue uno de los primeros que levantó en España la bandera de Octubre, mucho antes de la fundación del Partido Comunista en el Congreso de la CNT celebrado en 1919 en el Teatro de la Comedia de Madrid. El movimiento de simpatía por el bolchevismo era muy fuerte tanto en el seno del PSOE como en el interior de la CNT y esto explica que la central anarcosindicalista se adhiriera «provisionalmente a la Internacional Comunista» y decidiera poco después enviar una delegación a Moscú en la que figuraban Joaquín Maurín y Andreu Nin.  Como se sabe, Nin no pudo regresar a Barcelona y fue nombrado secretario general adjunto de la Internacional Sindical Roja.

Nin en la URSS

La estancia de Nin en la URSS puede dividirse en dos partes.  Entre 1921 y 1926, Nin fue un hombre de Octubre. Según Maurín, «los dirigentes comunistas rusos, desde Lenin y Trotsky, hasta Bujarin y Zinoviev, sabían cual era el valor de Nin y consideraban su cooperación en lo que valía». Esa cooperación se expresó en las altas funciones que ocupó en el Soviet de Moscú, en el gobierno soviético y en la Internacional Comunista y las misiones políticas que realizó en Alemania, en Italia, en Francia y en otros países.  En realidad, ningún comunista español desempeñó tareas tan importantes como él en la URSS y en la Internacional Comunista.  En 1925, Nin acogió a Francesc Macià y fue, como se dijo, el «intermediario ideal» entre las autoridades soviéticas (Zinoviev y Trotsky) y el líder del catalanismo radical de entonces. Entre 1926 y 1930, Nin fue dirigente de la Oposición de izquierda porque se oponía, como tantos otros, a la burocratización del régimen y era, como dijo Víctor Serge, de los que reclamaban «el derecho a pensar y hablar y una reforma capital para restablecer la democracia obrera» destruida por Stalin. En una terrible atmósfera de calumnias, de destituciones y deportaciones a Siberia, Nin organizó la ayuda a Trotsky y a todos los deportados de la oposición y no fue detenido porque Stalin no se atrevía a perseguir a los extranjeros que tenían una fuerte personalidad. Finalmente, fue expulsado de la URSS y pudo regresar a Barcelona en octubre de 1930.
En los años 1927-29, Nin mantuvo una importante correspondencia con Maurín, detenido en Montjuic y luego exiliado en París. En una carta enviada a Paris por correo especial el 17 de Enero de 1927, Nin decía: «quieren que Moscú quede completamente libre de oposicionistas… El Buró Político ha decidido expulsar a Trotsky de la URSS… Todo el mundo supone que esta decisión está inspirada por el propósito de liquidar físicamente a Trotsky. Como no se tiene valor para hacerlo aquí se hará en otro país. Esta gente está decidida a todo. Es preciso alertar a la opinión».

Desde su llegada a Barcelona, Andreu Nin se propuso explicar la realidad de la URSS y la significación del estalinismo. Y ya entonces fueron muchísimos los que se acercaron a él para pedirle que atenuara sus críticas de la URSS en sus conferencias en los Ateneos de Barcelona y de Asturias «para no desmoralizar a los militantes comunistas». Era el argumento que ha servido siempre para ocultar la verdad y sirvió sobre todo durante la revolución y la guerra civil para imponer el silencio sobre la intervención de Stalin y sus agentes contra Largo Caballero, la CNT y el POUM.  Nin no cedió a semejantes presiones. Pero, de todos modos, recurrió a sus notorias cualidades pedagógicas para explicar sin menospreciar las enormes ilusiones que en aquella época se tenían con respecto a la URSS. Al fin y al cabo, Nin, como casi todos los oposicionistas, de derecha o de izquierda (para simplificar trotskistas o bujarinistas) pensaban que el «Estado obrero degenerado» de la burocracia podía ser reformado y creían en la regeneración de la Internacional Comunista y sus partidos.

Sin embargo, Nin no fue como los que volvían de la URSS y se callaban por oportunismo o por cobardía. Publicó y puso un prólogo tan excelente como severo al programa de Oposición de izquierda soviética y fue uno de los pocos que, en aquellos años, siguió con pasión la evolución de la URSS y aportó más cosas a la comprensión de la desastrosa política de Stalin. Y en un ensayo sobre el plan quinquenal y la colectivización forzosa de la agricultura, publicado en noviembre de 1932 en la revista Comunismo, llamaba a intensificar la acción «para evitar que la caída del estalinismo se convierta en la caída de la Revolución rusa y en un desastre irreparable para el proletariado internacional».

 La política de Stalin en España

Pese a todo, en julio de 1936, cuando se produjo la formidable réplica de los trabajadores a la insurrección militar franquista, Nin y casi todos nosotros tuvimos la esperanza de que la URSS acudiría en socorro de la Revolución española. Nin expresó esta esperanza ingenua en el discurso que, a petición de Lluis Companys, y en nombre de las autoridades y de los trabajadores de Cataluña, pronunció (en ruso y en catalán) para acoger a Antonov Ovseenko, nombrado Cónsul general de la URSS en Barcelona. Los hechos no tardaron en confirmar las sospechas de los que pensaban que Antonov, el oficial que dirigió en 1917 el asalto al Palacio de Invierno, ex-militante de la Oposición de izquierda con Nin y que luego había capitulado ante la burocracia, era el enviado de Stalin para defender la estrategia de «no intervención» de Inglaterra y Francia y para intervenir en una política de ataque brutal contra el POUM, la CNT y todas las organizaciones revolucionarias.

Poco después, a fines de agosto de 1936, llegaba a Barcelona el eco de los procesos de brujería de Moscú y la noticia de la ejecución de Zinoviev, Kamenev y Smirnov por la GPU en la Lubianka.  Sólo el POUM denunció la farsa y el crimen. Por iniciativa de Andreu Nin, La Batalla publicó una declaración de protesta y las informaciones que casi toda la prensa ocultaba. En realidad, en la URSS se habla impuesto una Constitución que abolía el sistema soviético e instituía el monopolio del partido único con un sufragio universal copiado del inventado en la Italia de Mussolini. El asesinato de Zinoviev, Kamenev y Smirnov anunciaba la liquidación de los cuadros del partido bolchevique. Nadie sintió esto como Nin, salvo Víctor Serge, que nos previno en seguida de las consecuencias que podía tener para España y para nuestra lucha contra Franco desde su exilio de Bruselas, donde había creado una «Comisión de Encuesta sobre los procesos de Moscú y por la defensa de la libertad de opinión en la Revolución».

Las directivas de Moscú no tardaron en llegar a España, donde el aparato de «consejeros» que dirigía el Partido Comunista, el PSUC y las JSU (Togliatti, Geroe, Codovila, Vittorio Vidale, etc.) inició la «lucha contra el trotskismo», que rompió el frente antifranquista, introdujo la división en las milicias y en el Ejército, impidió que el POUM formara parte de la Junta de Defensa de Madrid, obtuvo la exclusión de Nin del Consejo de la Generalitat, provocó las Jornadas de Mayo y la represión subsiguiente, eliminó a Largo Caballero e impuso a Negrín, abrió graves crisis en el PSOE y en la UGT y organizó el golpe del 16 de Junio de 1937 contra el POUM, el secuestro y el asesinato de Nin y la represión contra la izquierda socialista y contra la CNT y redujo la plena autonomía de Cataluña a una mera caricatura. A fines de 1937,la política de Stalin y sus agentes había conducido la España antifascista a un rango de «democracia popular», como las que conocimos muchos años después en el Este de Europa, lo cual tuvo consecuencias catastróficas para las conquistas revolucionarias de julio de 1936 y para el curso final de la guerra contra Franco. Todo esto, rápidamente resumido, se puede ver y comprender mejor que nunca a la luz de la experiencia de las «democracias populares» del Este, de las revelaciones efectuadas durante el proceso de la perestroika, del balance del estalinismo dentro y fuera de la URSS y del desastre final que ha sido el desmoronamiento vertical de la URSS.

Andreu Nin hizo frente siempre a las mistificaciones estalinistas y previó que el sistema de despotismo burocrático de Stalin sería finalmente funesto para la URSS y para el socialismo mundial. Combatió el estalinismo con todo su talento político mientras vivió e hizo frente a los verdugos que le asesinaron, convencido de que defendía el honor del POUM y de sus camaradas calumniados y también el honor de los dirigentes bolcheviques, sus compañeros y amigos, sacrificados en Moscú. Esto queda y quedará definitivamente en la Historia. Todo cuanto hemos hecho estos años para obtener que Gorbachov y los dirigentes del período de la perestroika aclararan las condiciones en que Nin fue secuestrado, torturado y asesinado no ha dado resultados. Pero no desesperamos todavía y por eso haremos todo cuanto esté a nuestro alcance para que el «secreto de Nin» sea descifrado. Por lo demás, habrá que aprovechar el centenario de Nin para abrir un debate sobre la experiencia global de la URSS y del estalinismo y sobre la necesidad de esta

El fin del estalinismo y el porvenir del socialismo. (Wilebaldo Solano)

Publicado en Iniciativa Socialista nº 21, octubre de 1992. 
El problema capital de nuestro tiempo, de este fin de siglo de grandes convulsiones históricas, consiste en hacer un poco de luz sobre los cambios espectaculares que están modificando la fisonomía del mundo y levantando incógnitas enormes para todos los que se reclaman del socialismo, sean de la tendencia que sean, y no consideran que «la historia se ha terminado» con la «victoria final» del capitalismo.
Ha llegado la hora de la gran reflexión y no de uno de los tantos debates importantes que han marcado la historia del socialismo. Sabemos perfectamente que algunos -precisamente los que más se han equivocado o han incurrido en mayores responsabilidades- prefieren callar, dejar que pase el tiempo y esperar el milagro que pueda rehabilitarles. Mientras tanto practican el empirismo tradicional o se refugian en la socialdemocracia. Pero sabemos también que incluso en el campo de los que, de una forma u otra, denunciaron el estalinismo y sus estragos, abundan los que no ocultan su satisfacción por «haber tenido razón» y rehuyen todo debate que pueda alterar sus certitudes.

Un naufragio sin precedentes

El naufragio de la URSS, la caída de los regímenes estalinistas del este de Europa, la crisis de China, de Vietnam y de Cuba y la dispersión del movimiento comunista en el mundo constituyen un fenómeno sin precedentes en la época contemporánea. Pues bien, un fenómeno de este tipo no puede ser eludido diciendo simplemente que «el capitalismo es peor» o arguyendo que como en la URSS y los países del este «no había socialismo», el naufragio tiene menos importancia de lo que parece. La verdad cruda y simple es que para millones de personas de todos los países se han desmoronado los mitos ampliamente difundidos por el estalinismo durante varias décadas y que la propia idea de la emancipación humana por la vía del socialismo ha quedado severamente comprometida, por no decir definitivamente desacreditada.
Los que no hemos comulgado nunca con las mistificaciones estalinistas, los que a lo largo de los años y de las vicisitudes de este siglo de guerras y de revoluciones hemos denunciado y combatido el proceso de degeneración de la revolución rusa -en España y en otros países- no podemos aceptar el silencio que se nos quiere imponer. La política del avestruz, el olvido de la experiencia, la renuncia al espíritu crítico y a la propia explicación de los fenómenos sociales y políticos que conmueven al mundo de hoy, son inadmisibles. Y, sobre todo, en el movimiento obrero y socialista y en los círculos de la intelectualidad progresista y radical.
Escribí en un diario de Barcelona que la pregunta que se imponía era «por qué ese naufragio histórico sin precedentes que la televisión mostró al mundo con el patético discurso de Gorbachov y la sustitución de la bandera roja por la bandera del despotismo zarista en el Kremlin» . El naufragio lo reconoce todo el mundo, incluso muchos comunistas; hasta los que se empeñan en proclamar que ellos eran diferentes y que sabían que en la URSS no existía el socialismo. Es un paso adelante mínimo. Lo que se necesita es entrar en las causas y los motivos. Sólo contestan claramente a esto los antiguos comunistas que han llegado a la conclusión vulgar de que «el comunismo ha muerto», de que la revolución de octubre fue una especie de «catástrofe sin sentido» y de que todo lo que se ha derivado de ella ha resultado profundamente nefasto.
Los marxistas revolcuionarios comprendemos la inmensa decepción de los militantes o de los ex-militantes comunistas que confundieron el despotismo estalinista con el socialismo. Pero no podemos aceptar el mea culpa relativo de los dirigentes y de los intelectuales que sabían tan bien o mejor que nosotros lo quee ra realmente la URSS, lo que representaba la burocracia, las condiciones en que vivían los trabajadores, el aplastamiento de la vida intelectual, la represión y el terror ejercidos durante los largos años de opresión. Lo sabían y se callaban por puro oportunismo. Algunos, como Georges Marchais [el que fuera secretario general del PCF], llegaron a decir que la experiencia de la URSS y de las democracias populares era «globalmente positiva». Otros, como Berlinguer o Occhetto, paralizados en su país por el descrédito del estalinismo, difundieron edulcoradas algunas de las tesis de los marxistas antiestalinistas, dijeron que se había agotado «el impulso de octubre de 1917», peros e mantuvieron en la órbita de Moscú y siguieron prestando grandes servicios a la burocracia rusa. Otros, como Carrillo, copiaron a los italianos con retraso, y mal, pero mantuvieron los mitos y el autoritarismo burocrático en sus propios partidos, siguieron ensalzando a los Ceaucescu y a los Kim Il Sung, y no rompieron nunca el cordón umbilical con Moscú.
Lo lógico sería que ahora los dirigentes comunistas y ex-comunistas hicieran un balance crítico de su experiencia. Los militantes que se sienten desamparados y burlados lo reclaman desde hace tiempo. Mas éste balance no aparece por ninguna parte. Así las cosas, los partidos comunistas, o lo que queda de ellos, vegetan, esperan, cambian de nombre o se disfrazan tratando de animar otras organizaciones más amplias y hasta piden asilo político en la Internacional Socialista. Y, de un modo general, operan recurriendo a los métodos burocráticos y a las mistificaciones ancestrales.
La ruptura radical con la «ideología», la práctica y los métodos burocráticos del estalinismo es absolutamente indispensable no sólo para los intelctuales y los militantes comunistas sino incluso para los que, situándose a la izquierda de los partidos comunistas, operaron, sabiéndolo o sin saberlo, como compañeros de viaje. Sobre todo durante la época en que el equipo aventurero de Brejnev, en plena guerra fría, dio la impresión de que actuaba como una fuerza antiimperialista, cuando en realidad su política consistía en crear y fomentar bases de apoyo para su confrontación con los Estados Unidos. La tesis de los estados obreros, degenerados o deformados, aplicada a la URSS y a las democracias populares, idealizaba a la burocracia, le asignaba una «misión histórica» que era falsa, y llevaba a un callejón sin salida.

Un desmoronamiento previsible

El desmoronamiento de la URSS y de los satélites del Este plantea infinidad de problemas a todo el mundo. Pero, esencialmente, a los que se proclaman socialistas. Son muchos los que aseguran firmemente que ese desmoronamiento era imprevisible. Algunos hemos dicho ya en múltiples ocasiones que para los marxistas revolucionarios que no creíamos en la estabilidad ni en la estabilización del despotismo estalinista, el fin de éste era previsible (aunque no de la manera absurda y grotesca que lo hemos vivido). No quiero abrumar al lector con citas, que se pueden encontrar con facilidad en las obras de León Trotsky, Víctor Serge, Andreu Nin y tantos otros. Destacaremos solamente que, ya en octubre de 1928, el propio Bujarin, que había mantenido una colaboración muy criticada con Stalin, escribía que si la clase obrera no derribaba la dictadura burocrática, otras fuerzas se ocuparían de la tarea. En 1932, la preocupación de Andreu Nin era que el fin del estalinismo no fuera, también, la «caída de la revolución rusa y un desastre irreparable para el proletariado internacional».
Desde la publicación en 1937 de La revolución traicionada de Trotsky y de Destino de una revolución de Serge, análisis magistrales de la sociedad soviética de los años treinta, la literatura marxista consagrada a la URSS ha sido muy importante. Y, en ella, casi nadie concedía un porvenir histórico a la burocracia soviética y a la URSS estalinista. En 1969 se publicó en París un importante volumen titulado Samizdat I-La voz de la oposición comunista en la URSS, que era una especie de antología de los principales escritos clandestinos que denunciaban los desmanes de la dictadura estalinista. Este docuemnto impresionante daba una idea bastante justa de la resistencia y de la oposición al sistema, oposición muy variada, nacida al calor del XX congreso del PCUS y del período de Jruschov. Muchos de sus animadores, entonces desconocidos, jugaron un papel importante en la época de la perestroika. Entre ellos figura Sajarov que en 1968 publicó un documento poniendo en guardia contra los peligros que amenazaban al régimen y a la humanidad.
Dos años después, en marzo de 1970, Sajarov, el historiador Medvedev y el físico Turchin dirigieron una carta-programa a Brejnev en la que, después de analizar el estancamiento de la economía soviética y los peligros que amenazaban a la URSS, reclamaban «una democratización de toda la vida social» y planteaban: «¿Qué nos espera si no se sigue esa vía? Retraso con relación a los países capitalistas en la segunda revolución industrial y transformación de nuestro país en uan potencia provincial de segundo orden; agravamiento de todas las dificultades; agravación d elos problemas nacionales, ya que la aspiración a la democratización tiene inevitablemente un carácter nacionalista». En 1987, Gorbachov hacia casi el mismo análisis al explicar el estancamiento bajo el reinado de Brejnev y al justificar la necesidad de la perestroika.
Todo esto viene a confirmar que la teoría de la imprevisibilidad no está justificada y que las causas del hundimiento de la URSS son conocidas en lo esencial: fracaso en la confrontación político-militar con los Estados Unidos, imposibilidad de vivir bajo el equilibrio del terror atómico y de proseguir el rearme y la guerra fría, estancamiento de la economía y retraso tecnológico grave como consecuencia de una planificación burocrática que ya había sido denunciada en los años veinte por Trotsky y por Bujarin, desarticulación del aparato burocrático del partido y del estado frente a las tendencias a la democratización, agravación de los problemas de las nacionalidades oprimidas y explosión de las tendencias nacionalistas, crisis y descomposición de la burocracia como categoría social y emergencia de una nueva clase que preconiza la restauración del capitalismo.
Todos estos problemas merecen un análisis profundo y unos debates apropiados. poeque para nosotros no puede bastar con decir que «no había socialismo» o que era «una dictadura totalitaria». Y, naturalmente, ese análisis tiene que comprender toda la experiencia de la revolución de octubre, examinada sin prejuicios de ninguna especie, pero rechazando los anteojos reaccionarios de los que tienen interés en mezclarlo todo, en confundir el estalinismo con el comunismo, en acusar al marxismo de todos los males y en proclamar que el socialismo es una utopía peligrosa.

Publicado en Iniciativa Socialista nº 21, octubre de 1992. 
     El Periódico de Cataluña, 17 de febrero de 1992. 

El último día con Andreu Nin (Wilebaldo Solano)

Este artículo fue publicado en El Periódico, el día 16 de junio de 1987, el mismo día en que se cumplían 50 años de la detención de Andreu Nin. Texto incluido en el libro El POUM en la historia (disponible en el Catálogo de Publicaciones de la Fundación Andreu Nin).

Nunca olvidaré aquel 16 de junio de 1937. Para muchos fue, sin duda, un día más en la Barcelona herida por la guerra y las consecuencias de las jornadas de mayo. Pero para Andreu Nin y sus camaradas de lucha fue una jornada dramática, que ha entrado como tal en la historia de España y del socialismo internacional.

Desde las jornadas de mayo, el POUM había adoptado medidas especiales para protegerse de una posible represión. El comité ejecutivo ya no se reunía en el local central del partido. Lo hacía en otros lugares y, con frecuencia, en una discreta sala del palacio de la Virreina.

La reunión del 16 de junio comenzó hacia las 10 de la mañana bajo la presidencia de Andreu Nin. Estaban presentes Pedro Bonet, Juan Andrade, Jordi Arquer, Julián Gorkin, Gironella, Narcis Molins i Fábrega y el autor de estas líneas. Josep Rovira, jefe de la 29ª División, se encontraba en el frente de Aragón. Después de un profundo análisis de la situación política y de la evolución de la lucha militar iniciado por Nin, se manifestaron fuertes inquietudes ante el viraje político que había supuesto la reciente caída de Largo Caballero.

Los tres problemas más apremiantes podían resumirse así: la defensa de nuestra prensa, los últimos preparativos del congreso del POUM, que tenía que inagurarse el 19 de junio, tres días después, en el Teatro Poliorama, y la preparación de una importante conferencia internacional de partidos comunistas y socialistas independientes.

Nuestro diario, La Batalla, estaba suspendido; y su director, Julián Gorkin, tenía que comparecer ante un tribunal popular el día 18. La decisión fue que Gorkin se presentara ante el tribunal para defender al partido contra las calumnias estalinistas y convertirse en un verdadero acusador. En Barcelona las cosas no podían desarrollarse como en Moscú.

A este propósito, vale la pena recordar que, desde hacía tres semanas, Juventud Comunista, semanario de nuestra organización juvenil, se publicaba con una paginación más importante que de ordinario y con artículos de los principales dirigentes del partido. para el número que tenía que salir justamente el día 16, Nin me había entregado el día antes un artículo suyo, que fue ¡su último artículo!

La reunión del comité ejecutivo del POUM -que iba a ser también la última presidida por Nin- se terminó hacia la una de la tarde. Nin, Bonet y otros compañeros se dirigieron a la sede del partido, frente al Poliorama, donde solían aparecer de vez en cuando para afirmar su presencia efectiva en aquellos días inseguros, pues habían comenzado las desapariciones. Nadie quería dar la impresión de esconderse. Como se sabe, Nin fue advertido de que iban a detenerle. Pero tuvo una reacción de orgullo y dijo: «No se atreveran». Él, naturalmente, pensaba en las autoridades legales. No imaginaba la posibilidad de que los agentes de la policía de Stalin pudieran dar un golpe pasando por encima del gobierno de la República y del Consell de la Generalitat, con la colaboración de algunos dirigentes del PCE y del PSUC.

Yo me enteré de la detención de Nin pocos minutos después, en el local de la Juventud Comunista Ibérica, situado en lo alto del Paseo de Gracia, donde, con otros compañeros, estaba preparando la salida del número especial de Juventud Comunista.
Inmediatamente, sobre la base de las pruebas de imprenta que ya poseíamos, rehicimos la primera página de Juventud Comunista, denunciando a siete columnas la detención de Nin. Luego, salimos para la imprenta de Baños Nuevos, donde tratamos de introducir las modificaciones de maqueta que se imponían y sacar enseguida el periódico. Vimos las formas al pie de la rotativa y, cuando nos aprestábamos a organizar la difusión en masa del semanario por las calles de Barcelona, se presentó la policía. Algunos de nosotros escapamos a la detención, gracias a la ayuda de los obreros de la imprenta, que nos previnieron a tiempo.

Salimos de la imprenta de Baños Nuevos hacia las seis de la tarde, ebrios de furor, pero decididos a organizar por todos los medios la defensa de Nin y de los demás compañeros detenidos. El comité ejecutivo de la Juventud Comunista Ibérica se reunió rápidamente para movilizar a la organización. Aseguramos enseguida el enlace con el comité de Barcelona y con los compañeros del comité ejecutivo del POUM que no habían sido detenidos, Molins i Fábrega y Gironella en particular.
Era un 16 de junio. En Barcelona lucía un sol espléndido y el azul del cielo era realmente maravilloso. Lejos, en los parapetos de los frentes de Aragón, de Levante y de Andalucía, y en las propias trincheras de la Moncloa, militantes del POUM y de la JCI luchaban y morían mientras sus dirigentes eran calumniados, detenidos y, pronto, hasta asesinados. Al día siguiente, en las calles de Barcelona, las gentes leían asombradas en los muros: «¿Dónde está Nin?». La prensa, sometida a la censura, no dijo nada hasta el día 22.

Tierra y libertad. El triunfo de Ken Loach (Wilebaldo Solano)

Texto publicado en el número 37 de la revista Iniciativa Socialista, diciembre 1995, que destaca el gran éxito de la película Tierra y Libertad, convertida en un símbolo del reencuentro de muchos jóvenes con el pasado revolucionario y antiestalinista que representó el POUM.

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2003. Homenaje de Alcalá de Henares a Andreu Nin (Wilebaldo Solano)

Los dìas 20 y 21 de marzo de 2003 tuvo lugar en Alcalà de Henares, la espléndida ciudad de Cervantes, un homenaje excepcional a Andreu Nin, el dirigente del POUM, encarcelado, torturado y asesinado en Junio de 1937, en plena guerra civil contra Franco, por los agentes de Stalin y de la GPU.

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1993. La larga marcha por la verdad sobre Andreu Nin (Wilebaldo Solano)

Texto fechado el 8 de febrero de 1993 y publicado en la revista Utopie Critique, Paris, nº 4, cuarto trimestre de 1994. La versión que publicamos incorpora la ampliación del texto incluida por el autor en el libro Le POUM: Révolution dans la guerre d´Espagne (Paris, Syllepse, 2002). Este artículo analiza las revelaciones y la repercusión extraordinaria del documental Operación Nikolai proyectado en 1992 por la TV3 catalana. Asombrosamente dicha película no fue proyectada por TVE ni otra cadena de proyección nacional a pesar de la campaña desarrollada al efecto por la Fundación Andreu Nin, que contó con el apoyo de destacados intelectuales y artistas.

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1992 Andreu Nin, la URSS y el estalinismo (Wilebaldo Solano)

Artículo fechado el 12 de enero de 1992 y publicado en la revista Cuadernos 90 de Barcelona.
 En el año 1992 se conmemora el centenario de Andreu Nin. En efecto, el célebre dirigente del POUM y una de las figuras más importantes del movimiento obrero español nació en El Vendrell el 4 de febrero de 1892. Nin, era, entre otras muchas cosas, un intelectual profundamente enamorado de la tierra, el pueblo y la lengua de Cataluña. Continuar leyendo «1992 Andreu Nin, la URSS y el estalinismo (Wilebaldo Solano)»

El POUM en la historia (1986, Wilebaldo Solano)

Este texto tiene su origen en la ponencia presentada en un coloquio organizado por el Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de Barcelona. Aunque data de octubre de 1986, conserva plena actualidad, y constituye una breve síntesis de la trayectoria del POUM desde sus orígenes hasta la Guerra Civil, pasando por su persecución bajo el gobierno de Negrín y su organización clandestina. La versión anotada que aquí publicamos está tomada del libro El POUM en la Historia, Wilebaldo Solano, Ed. Libros de la Catarata-Fundación Andreu Nin, Madrid, 1999.

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