Política y estrategia en el marxismo de Trotski (Juan Manuel Vera, 2022)

Este texto forma parte del libro Contra las oligarquías (Juan Manuel Vera, 2022)

La figura de Trotski tiene muchas facetas. Fue un dirigente revolucionario en 1905. En el proceso posterior a febrero de 1917 se convirtió en uno de los organizadores de la toma del poder por el partido bolchevique en octubre. Compartió con Lenin el gobierno en los primeros años del poder soviético. Se le recuerda históricamente como el más importante opositor a la consolidación del poder de Stalin y, también, como un notable escritor. En la última década de su vida intentó desesperadamente construir una alternativa internacional del marxismo revolucionario frente al estalinismo.

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Un siglo después (1917-2017): un legado entre escombros (José Luis Mateos, 2017)

 

Nadie consideraría razonable condenar la Revolución francesa por la evolución de la sociedad capitalista. En cambio, sí es habitual desacreditar la Revolución rusa desde los escombros dejados por el socialismo real, esa construcción política recreada por el estalinismo.

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Una mirada histórica sobre la revolución bolchevique. 1924-2024: a cien años de la muerte de Lenin (Jesús Jaén Urueña, 2024)

Los bolcheviques son los herederos históricos de los Niveladores ingleses y de los Jacobinos franceses. Pero la tarea concreta que tenían que realizar en la revolución rusa, después de la toma del poder era incomparablemente más difícil que sus predecesores históricos.” (1)

I

Lenin dirigió al partido bolchevique en las semanas previas a la insurrección de octubre con mano firme, pese al caos general del país y a la actitud dubitativa de una gran parte de los dirigentes de su partido. Tenía la convicción que había llegado el momento oportuno de abrir las puertas a la historia. Las ideas escritas por Marx y Engels podían ponerse en práctica por vez primera; hasta él mismo las había desarrollado unos meses antes de la insurrección de octubre en su libro “El Estado y la Revolución” (2).

¿Podían los bolcheviques asumir ese reto? Esa sigue siendo una pregunta difícil de responder. Mientras tanto, vamos a ponernos en la piel de unos revolucionarios que rondaban los treinta o cuarenta y tantos años; bien formados intelectualmente gracias a años de exilio en el corazón cultural de Europa: Berna, París, Viena, Londres, Berlín, etc.  La intelligentsia del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSR), así como la de los populistas revolucionarios o narodniki (3); formaron parte de una extraordinaria generación de revolucionarios nacidos en la segunda mitad del siglo XIX. Entre ellos, Lenin, Martov, Trotsky, Axelrod, Parvus… El marxismo se había expandido en toda Europa y Estados Unidos pero de manera particular en Alemania, Rusia o Austria. El rápido desarrollo industrial había ido creando un nuevo proletariado y una cultura socialista (4).

La estrategia revolucionaria de Lenin y sus compañeros era acabar con la autocracia zarista sin pasar necesariamente (como defendían los mencheviques, los marxistas legales y economicistas), por etapa burguesa, es decir, esperar a que la burguesía liberal se pusiera a la cabeza de la revolución (5). La excepcionalidad rusa consistía en que esa burguesía liberal era extremadamente débil y subordinada al régimen, por lo que dejaba en manos del proletariado y del campesinado pobre todas las tareas (democráticas y socialistas) de la revolución. Ese pensamiento también era compartido por otros marxistas no bolcheviques como Trotsky, Rosa Luxemburgo o Parvus (6). No había que esperar a la burguesía liberal, decía Lenin, había que preparar la revolución en Rusia que éste resumía en una fórmula de carácter algebráico: la dictadura democrática del proletariado y del campesinado. Las condiciones estaban maduras y no dependían del mayor o menor desarrollo de las fuerzas productivas, sino de la crisis política y la disposición revolucionaria de las clases oprimidas.

Abrir las puertas del socialismo a la humanidad en eso consistía la tarea histórica que se habían propuesto Lenin y los bolcheviques.  Una tarea que apareció abruptamente con el estallido de la I guerra mundial. Tal como se había imaginado el viejo Engels en sus últimos años de vida, una guerra interimperialista traería a los países en conflicto unos niveles de destrucción nunca vistos.

II

En 1914 la vieja Europa de los imperios entró en guerra. Ello significó un punto de inflexión del capitalismo. Solo el imperio británico quedó en pie, mientras que el imperio austrohúngaro y zarista se vinieron abajo. En Europa se abrió una situación revolucionaria y ahí es donde los bolcheviques encontraron un sitio en la historia. En febrero de 1917 con la caída de la dinastía Romanov se abre en Rusia un proceso revolucionario que culminará en octubre con la llegada al poder del gobierno revolucionario de Lenin y Trotsky.

Lenin, pensaba como la mayoría de los marxistas de aquella época, que las bases teóricas y científicas para avanzar del capitalismo al socialismo estaban ya dadas en los escritos de Marx y Engels; al menos en el mencionado libro “El Estado y la Revolución” asumió plenamente ese legado. Sin embargo, la realidad fue otra. Marx y Engels no habían desarrollado más que vagamente lo que entendían por el socialismo y el paso por una etapa intermedia -que era la dictadura del proletariado- (7). De esa manera, los bolcheviques tuvieron que construir un nuevo Estado en medio de un torbellino de crisis, caos y guerra civil.

Los primeros comunistas asumían el modelo de la revolución francesa de 1789 como modelo universal y trasladable a la revolución proletaria. Marx concretamente consideraba que Francia era el principal laboratorio de la lucha de clases. Marx y Engels habían subestimado las revoluciones de 1848 por su carácter no proletario pero tenían en alta consideración la breve experiencia de la Comuna de París de 1871, a la que Marx había definido como un ensayo de dictadura del proletariado (8). Lenin era bastante fiel a ese legado aunque sin renunciar a su propia originalidad, tratándose -como era en su caso- de una mente brillante y creativa con alta capacidad táctica y analítica.  Se consideraba a sí mismo un “jacobino revolucionario” (9) y sentía profunda admiración por Chernyshevsky, Babeuf o Blanqui. (10).

A finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, el marxismo veía, casi como inevitable, un futuro socialista no muy lejano. El crecimiento del proletariado, de sus sindicatos, escuelas, prensa y partidos políticos parecía imparable. Había cierto determinismo dentro de un ambiente intelectual y científico caracterizado por el positivismo científico y el auge de las teorías de Darwin en el terreno de las ciencias naturales. Marx y Engels sentían profunda admiración hacia éste, pero de los escritos de Karl Marx (es diferente en el caso de Engels en donde existen contradicciones) no se deduce una teoría social evolucionista. Fue el marxismo de Kautsky, Plejanov, Bebel o Bernstein el que dio pie al gradualismo teórico y adocenamiento político. La misma interpretación del materialismo histórico hecha por Bujarin unos años más tarde, refleja la impronta del mecanicismo en varias generaciones. Los marxistas de la segunda internacional esperaban que el desarrollo de las fuerzas productivas y el peso del movimiento socialista hiciera que el socialismo madurase gradualmente en el seno de las sociedades capitalistas (11).

La creencia más extendida entre ese marxismo positivista y evolucionista era que la revolución socialista seguiría el mismo esquema que las revoluciones burguesas. Que la transición al socialismo sería similar a los procesos por los que las burguesías revolucionarias habían accedido al poder político desde las mismas bases materiales de la vieja sociedad. Pero no fue así, había diferencias muy importantes. La simplicidad con la que una gran parte del marxismo -tras la muerte de Marx- querían explicar los procesos de transición de las sociedades precapitalistas o las características de esas sociedades, no se correspondía con toda la complejidad y particularidad de cada país. Incluso algunos trabajos de Marx anteriores a las primeras ediciones del volumen I de El Capital (1867), podrían haber dado pie a reducir el análisis concreto a fórmulas genéricas como es la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción (12).

La revolución francesa de 1789-1793 fue una revolución política y social. La burguesía revolucionaria que estaba fuera del poder político, necesitaba para desarrollarse, derribar a la Monarquía absolutista y a las viejas clases aristocráticas. Por todos los poros de la sociedad francesa o inglesa el capitalismo estaba en marcha. Se estaba apoderando e imprimiendo unas nuevas relaciones de clase basadas en el trabajo asalariado tanto en las ciudades como en el campo; el comercio interior como el de ultramar se había adueñado del mercado; el desarrollo bancario, los créditos y la emisión de deuda fueron lubricantes de una nueva sociedad capitalista que pedía con urgencia liberarse de todas las ataduras feudales. Era el capitalismo incipiente. La revolución de 1789 dió la estocada a la Monarquía de Luis XVI.  Ese triunfo se plasmó en una nueva carta de derechos. El más importante para los jacobinos era sin duda el derecho a la propiedad privada y la garantía jurídica por parte del nuevo régimen, que ni la vieja nobleza ni las clases plebeyas atentarían contra él (13). Las revoluciones burguesas de los siglos XVII y XVIII allanaron el camino del desarrollo capitalista y posibilitaron el proceso de acumulación mundial sobre el que despegará la revolución industrial.

III

Pero a diferencia del capitalismo, el socialismo no emergió, como las setas en el interior de las sociedades capitalistas. Al contrario, siguió siendo el capitalismo el que, una y otra vez, se reproducía en sociedades prerrevolucionarias o posrevolucionarias. La perspicacia intelectual de Marx supo descifrar ese enigma. Bajo el modo de producción capitalista, a diferencia de los anteriores, las relaciones humanas aparecen cosificadas e invertidas en forma de relaciones económicas que Marx definió como el fetichismo de la mercancía (14). La explotación y la obtención de la ganancia bajo el capitalismo aparece como una relación libre y voluntaria, una relación contractual entre empresario y obrero, y no una relación de poder y dominación por parte del capitalista. Esa relación que bajo el feudalismo aparecía como imposición a la fuerza del señor dueño de la tierra hacia los siervos, en el caso del capitalismo aparece camuflada. El capitalismo histórico ha sido un modo de producción revolucionario (no en el sentido de la igualdad sino de los avances tecnológicos o científicos). Nunca antes la humanidad ha vivido un vértigo similar que nos coloca a las puertas de un salto hacia adelante o a nuestra propia extinción.

El hecho de que las relaciones capitalistas aparecieran antes que los Estados burgueses, tuvo en Rusia una originalidad aún mayor. A finales del siglo XIX en pleno desarrollo industrial y abolida la servidumbre en 1861, todavía el gran imperio zarista era un Estado feudal basado en una relación de poder de la familia de los  Romanov y de las viejas clases nobles (15).

La equivocación de comparar la transición del feudalismo al capitalismo con una hipotética transición del capitalismo al socialismo, condujo a errores y una falta de previsión teórica. Por ejemplo, se subestimó la capacidad de resistencia de las clases burguesas y el peso de sus tradiciones. Los Estados burgueses, a diferencia de los feudales, han demostrado a lo largo de la historia, una capacidad de resistencia y adaptación que no se dió en las monarquías absolutistas. La prueba más clara fue la derrota de los espartaquistas alemanes en enero de 1919 que costó la vida de Rosa Luxemburgo y Karl Liebneck. En ese caso, no sólo fueron errores de improvisación o preparación sino de subestimar la capacidad de la joven República de Weimar.

La revolución socialista no podía ser una simple revolución política, ni un cambio de sujetos dentro de un Estado. Tenía que ser un proceso de transformación profunda que afecta a todos los órdenes de la vida humana y del metabolismo social. A diferencia del capitalismo, el socialismo es una construcción consciente que precisa uno o unos sujetos revolucionarios y no solo la indiferencia, sino el apoyo decidido de otros sectores sociales. Sí éstos no empujan en la misma dirección, ya sea el campesinado, la pequeña burguesía o las clases medias pauperizadas, el éxito no estará garantizado. No hay ninguna posibilidad de construir una sociedad más justa, igualitaria y libre, si el proyecto socialista no es mayoritario entre la sociedad; si el camino político hacia esta sociedad no forma parte de los lugares y objetivos donde se quiere llegar. Las dictaduras políticas que, en nombre del socialismo, han sucedido a lo largo del siglo XX, son una aberración histórica e incluso una formación social más atrasada que el capitalismo de los países avanzados.

IV

La revolución de octubre triunfó en las ciudades más importantes como San Petersburgo y Moscú pero no llegó a todos los rincones de Rusia. Fue esencialmente una revolución urbana y proletaria que no consiguió arrastrar a la mayoría del campesinado que vivía en las aldeas remotas del continente ruso. Ese fue un hándicap fundamental a lo largo de todo el proceso. La Asamblea Constituyente por ejemplo había dado la mayoría a los socialistas revolucionarios. La tradición cultural y la religión (la Iglesia ortodoxa) eran un pesado lastre del que se tenían que librar los socialistas rusos.

El nacimiento del primer gobierno revolucionario encabezado por Lenin y Trotsky era la representación de una dictadura del proletariado mayoritaria en los soviets pero minoritaria tanto en el conjunto de la sociedad como en todo el movimiento obrero. La insurrección contaba con un respaldo social en Moscú y San Petersburgo pero no en todo el país. Había sectores de la clase obrera en estas ciudades -como el sindicato de ferroviarios- con el que chocaron los bolcheviques en sucesivas ocasiones. La misma consigna de los bolcheviques ¡Todo el poder a los soviets! que jugó un papel central en la llegada al poder de los bolcheviques con los socialistas revolucionarios de izquierda, era históricamente limitada. Lenin y Trotsky veían posible superar esas dificultades en el momento que los soviets de obreros y soldados -dirigidos por ellos- llegaran al poder. El mismo Lenin, había cambiado el programa bolchevique sobre la tierra para llegar a un acuerdo con los socialistas revolucionarios de izquierda. Ese cambio (de la nacionalización de la  tierra al reparto a las clases campesinas pobres), fue duramente criticado por la izquierda bolchevique y por socialistas como Rosa Luxemburgo.

En el terreno político, las medidas tomadas por Lenin durante los dos años del comunismo de guerra fueron en detrimento de la democracia socialista. El carácter limitado del proceso social de octubre llevó a que la revolución tuviera muchos enemigos, tanto en el campo de la reacción como entre los partidos soviéticos. Los bolcheviques no querían acabar como los jacobinos franceses y por eso intentaron blindar la revolución con medidas fortaleciendo la dictadura. El régimen que, en un primer momento quería representar a la mayoría de los soviets, se fue desgastando por la guerra y el hambre. La dictadura del proletariado basada en la organización de los soviets se fue reduciendo a una dictadura bolchevique. La eliminación del sufragio universal, de la independencia de los sindicatos, la ilegalización de los partidos, el poder represivo de la Cheka… Todo ello contribuyó a la degeneración burocrática posterior.

Por lo tanto tenía razón Rosa Luxemburgo frente a Lenin cuando criticó a los bolcheviques por la disolución de la Asamblea Constituyente. Tenían razón la Oposición Obrera cuando defendió la independencia de los sindicatos respecto al Estado. Tenían razón los anarquistas y marxistas libertarios cuando criticaron al gobierno bolchevique que aplastó la insurrección de Kronstadt (16).

El Partido y el Estado fueron las palancas que tenían que conducir al socialismo pero eso era una contradicción con la teoría de Marx e incluso con muchos pasajes del Estado y la Revolución de Lenin ¿Cómo se puede llegar a la extinción del Estado si la dictadura del proletariado era un fortalecimiento del mismo? A veces hemos tratado de justificar esta contradicción diciendo que era una situación excepcional y anómala, pero no lo fue para Lenin y Trotsky. El X congreso del partido comunista se celebró una vez acabada la guerra civil y, sin embargo, en ese congreso se aprobaron todas las medidas de excepcionalidad contra las libertades y la democracia como la eliminación de todas las tendencias dentro del partido.

En el terreno económico los pasos dados por el gobierno fueron improvisados por la situación. No por la carencia de grandes economistas dentro del partido (17), sino por el devenir de los acontecimientos. Se pasó de un comunismo de guerra a la NEP (18) que era todo lo contrario. El balance del comunismo de guerra fue catastrófico, no así el de la NEP que mejoró ostensiblemente el abastecimiento, el comercio, la productividad y la situación social tanto en las ciudades como en el campo. Con la NEP se restableció la circulación del rublo y se redujo la inflación. El éxito de la NEP demostró la inteligencia de Lenin en los momentos más críticos (el momento de la insurrección o la paz de Brest fueron también situaciones críticas), pero también darían la razón a Trotsky cuando criticó, años más tarde a Stalin por pretender construir el socialismo a base de decretos y prescindiendo de la situación de inferioridad de la URSS respecto a las grandes potencias capitalistas (19).

V

En Rusia tras la revolución bolchevique se fue desarrollando una nueva formación social. El telón de la revolución cayó aproximadamente en 1921 en el X congreso del partido aunque la lucha de clases se mantuvo hasta el triunfo total de la contrarrevolución estalinista aproximadamente a finales de los años treinta con el colofón de los Procesos de Moscú (20). Durante el año 1921 el gobierno revolucionario debió enfrentarse a la insurrección de Kronstadt. Una sublevación a cargo de la histórica flota de los marineros junto a miles de obreros anarquistas, mencheviques, eseristas e incluso también disidentes bolcheviques (21). Hubo huelgas y manifestaciones en muchas ciudades exigiendo suministros y democracia soviética.  Esos conflictos se manifestaron dentro del X congreso del partido donde todas las tendencias fueron prohibidas.

Años más tarde las políticas de planificación quinquenal e industrialización a marchas forzadas también generaron conflictos.  Sin embargo, el mayor drama de todos se vivió en el campo en los años treinta cuando se impusieron las colectivizaciones forzosas. Se desató una auténtica guerra civil del aparato del partido comunista contra el campesinado. La burocracia intentó hacer pasar esa guerra social como una campaña revolucionaria contra los kulaks. Murieron de hambre millones de personas en lo que se conoce como el Holodomor (22).

La nueva formación social no era capitalista ni socialista. Durante los primeros años no hubo prácticamente un Estado en el sentido estricto del término. Había instituciones como el gobierno, los soviets, la cheka, los ministerios, el ejército, etc, etc; pero todo giraba alrededor del partido bolchevique y éste, alrededor de su comité central. El país estaba dividido en zonas que controlaban los ejércitos rojos o blancos o las guerrillas de Manjno. El mercado negro había sustitudo al comercio y el trueque había sustituido al rublo en amplias zonas del país. La revolución se mantuvo en pie exclusivamente por la fuerza que llevó a cabo una vanguardia política agrupada en torno al partido bolchevique y éste en torno a Lenin.

Como decíamos anteriormente el X Congreso supuso un primer paso en la implementación de un nuevo Estado. Lenin, en ese congreso no representó la fracción más dura, fueron Trotsky y Bujarin, pero finalmente agrupó a la mayoría de los delegados para sacar adelante medidas coactivas dentro del partido y fuera del partido. También se preparó el camino para la NEP.

Años más tarde, muerto Lenin, la fracción más conservadora y reaccionaria encabezada por Stalin, posibilitó que en la URSS triunfase una contrarrevolución. El resultado fue el nacimiento de un Estado burocrático y no de un Estado Obrero burocrático como defendió Trotsky hasta el final de sus días (23). La clase obrera no era la clase dominante ni en lo político ni en lo económico, sino las distintas fracciones de la burocracia del partido que no formaban parte de la clase obrera. Eran una casta extraña a la misma.

La URSS no era una formación capitalista ni socialista. La ley del Valor que impera en las sociedades capitalistas no podía funcionar porque la planificación y la gestión burocrática habían sustituido el objetivo capitalista, que no es otro que la maximización de los beneficios de las empresas y la acumulación. La  planificación y la gestión arbitraria (muchas veces demencial) de la burocracia (24) tampoco tenía como objetivo las mejoras de las condiciones de vida de la población. Todo lo contrario, lo único que buscaba era conservar su estatus dentro de las estructuras del poder estatal.

Como hemos podido comprobar a lo largo del siglo XX, la burocracia de la URSS fue un régimen totalitario que reprodujo las relaciones de explotación y opresión; que contribuyó al desastre ecológico; a la desigualdad de género y a la homofobia. Por lo tanto no tuvo el menor carácter progresivo.

La paradoja histórica fue que del resultado de la revolución contra el Estado absolutista de los Romanov nació un nuevo Estado absolutista aunque con otras bases sociales. Mientras el absolutismo de la Monarquía era un residuo feudal que se mantuvo gracias al apoyo de la nobleza; en el caso de la nueva república soviética era un absolutismo encarnado por el monopolio del poder y la aparición de la figura bonapartista de Stalin.

La base social del nuevo Estado estaba formada por millones de funcionarios y burócratas al servicio del partido comunista. Ambos estados desempeñaron papeles parecidos. Podríamos describirlo como un absolutismo invertido. Ambos desarrollaron la industrialización del país por arriba. En el primer caso para beneficio de los grandes grupos capitalistas, mientras que en el segundo fue la burocracia la que se benefició a través de su gestión estatal y no de la extracción de plusvalía. Entre uno y otro mediaron tres revoluciones y dos guerras, una de ellas mundial y otra civil. Por lo tanto no hay continuidad sino paradoja. El resultado de la estabilización de la burocracia en el poder configuró un nuevo “imperio” militar que se derrumbó en 1990.

Si Lenin hubiera asistido a esta involución no nos cabe la menor duda que hubiera estado en contra. Ni los errores de Lenin ni la gestión que llevó a cargo en sus cuatro accidentados años en el poder son comparables a la regresión histórica que abrió Stalin.

Lenin falleció el 21 de enero de 1924 tras una larga enfermedad que le mantuvo fuera del poder durante dos años. En este tiempo pudo escribir y dictar a sus secretarias unas cartas que se conocen como su testamento político (25). En una de ellas, dirigida al partido, expresaba su malestar con la brutalidad y los métodos de Stalin y recomendaba que se le apartara del cargo de secretario general; mostraba su preocupación por el riesgo de ruptura dada las fuertes personalidades de Trotsky y Stalin; también hacía propuestas de control democrático dentro de los aparatos del Estado. Lenin, no hubiera podido soportar el nacionalismo gran ruso que se instaló en la URSS desde los años treinta, ni mucho menos la guerra social contra los campesinos. Ello no exime de los graves errores y decisiones profundamente equivocadas que se tomaron a partir de 1917. Fueron tiempos de revolución y guerras que terminaron con la mejor generación de socialistas que jamás haya existido: Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo y tantos otros que acabaron exiliados, fusilados o en los campos de concentración siberianos.

NOTAS

1.- Rosa Luxemburgo. “La revolución rusa un análisis crítico”, página 33. Editorial Castellote.

2.- Lenin. El Estado y la Revolución”. Editorial Ayuso.

3.- Los narodniki eran los populistas rusos que más tarde se llamarían socialistas revolucionarios. Eran el partido de los campesinos tanto pobres como ricos (kulaks). Había varias tendencias entre los más liberales cercanos a los terratenientes hasta los más izquierdistas que formaban grupos de acción mediante atentados En el transcurso de la crisis revolucionaria se dividieron en dos grandes fracciones: la izquierda eserista o socialista revolucionaria, y, la derecha. Con la izquierda, los bolcheviques llegaron a acuerdos incluso compartieron el primer gobierno revolucionario, cediendo al programa agrario de repartir la tierra a los campesinos.

4.- Historia del marxismo. “La difusión y la vulgarización del marxismo”. Franco Andreucci. Volumen 3. Editorial Bruguera. Esta historia del marxismo es, sin duda, una de las mejores que se hayan publicado en castellano, corrió a cargo de Eric J. Hobsbawm.

5.- Historia del marxismo. Volumen 5. Recoge los debates entre los marxistas y entre éstos y los populistas anteriores a la revolución de 1917.  Los artículos están agrupados en torno al título “El marxismo en tiempos de la II Internacional”.

6.- L. Trotsky. La revolución de 1905. Resultados y perspectivas. Editorial Ruedo Ibérico.

7.-  Historia del marxismo. Volumen 2. Eric J. Hobsbawm. “Los aspectos políticos de la transición del capitalismo al socialismo”. Páginas 139 a 190.

8.- Marx,  Engels, Lenin. La Comuna de París. Editorial Akal.

9.- E. H. Carr en su historia de la revolución bolchevique 1917-1923 Tomo I . Alianza Editorial recoge la siguiente frase de Lenin: “ El jacobino indisolublemente ligado a la organización del proletariado, consciente de sus intereses de clase, es precisamente el socialdemócrata revolucionario”.

10.- Chernyshevsky fue uno de los fundadores del populismo en Rusia.

11.- Historia del marxismo. Volumen 5. Vittorio Strada. “El marxismo legal en Rusia”. Páginas 55 a 75.

12.- K.Marx. “Prólogo a la contribución a la crítica de la economía política”. Editorial siglo XXI.

13.- Daniel Guerin. “La lucha de clases en el apogeo de la revolución francesa, 1793-1795”. Un trabajo sobre la revolución francesa sin duda diferente al resto de los autores marxistas o no marxistas.

14.- K.Marx. “El Capital”. Volumen I.  Capítulo I. La Mercancía. Editorial siglo XXI.

15.- Perry Anderson. “El Estado absolutista”. Capítulo Rusia. Páginas 335 a 369. Editorial siglo XXI. Anderson defiende las mismas tésis que Lenin, Parvus y Trotsky aunque desde puntos de partida diferentes.

16.- Victor Serge. “La degeneración de la URSS y la guerra civil española”. “Los escritos y los hechos”. Un total de cinco artículos sobre la masacre de Kronstadt. Páginas 79 a 92. Editorial Base.

Desde otro ángulo más crítico está el libro de Volin titulado “La revolución traicionada 1917-1921. Capítulo sobre Kronstadt. Páginas 425 a 519. Editorial Descontrol.

En una línea política y personal los relatos sobre Rusia de E. Goldman están publicados en su libro “Mi desilusión en Rusia”. Editorial Viejo Topo.

17.- Además de los dos teóricos más conocidos del partido bolchevique (Bujarin y Preobrazhenski) había numerosos economistas de prestigio internacional y no todos en la órbita del marxismo. Alec Nove dice: “Por ejemplo, Brazarov, el ya mencionado Jurovski, Maslov, Groman, Berstein-Kogan, Kondratiev, Feldman, Chajanov…” . Página 251 (Volumen 8, Historia del marxismo). Muchos de ellos como el marxista Isaac Rubin ( “Ensayos sobre la Teoría del Valor de Marx”), asesinados posteriormente por Stalin.

18.- Alec Nove. “La historia económica de la Unión Soviética. La NEP páginas 56 a 145. Alianza Editorial.

19.- Trotsky. “La revolución traicionada”. Ediciones Crux. A pesar de que no estoy de acuerdo con Trotsky sobre la naturaleza de la URSS, considero este libro como el mejor trabajo que se ha escrito, desde el punto de vista del marxismo, sobre la URSS.

20.- Pierre Broué. “Los procesos de Moscú”. Anagrama.

21.- Los hechos de Kronstadt están recogidos en la bibliografía que hemos dado en la nota 16.

22.- Anne Applebaum. “La hambruna roja”. “La guerra de Stalin contra Ucrania”. Editorial Debate. Applebaum es una historiadora conservadora pero el material informativo es interesante.

  1. Arch Getty y Oleg V. Naumov. “La lógica del terror”. “Stalin y la autodestrucción de los bolcheviques”. Editorial Crítica. Un libro basado en la represión estalinista con la ventaja de contar con los archivos que se abrieron tras la caída de la URSS.

23.- Trotsky. “La revolución traicionada”. Idem.

24.- Rolando Astarita. El Blog del economista marxista argentino tiene numerosas entradas sobre la naturaleza de la URSS. Uno de los trabajos más rigurosos. Desde otro punto de vista la obra de Charles Bettelheim es de las más completas aunque éste mantiene que la burocracia es una clase social.

25.- Marxists Internet Archive. Carta al congreso.

Joaquín Maurín, diputado (Agustín Santos Maraver, 2023)

 

Intervención en el acto organizado por la Fundación Andreu Nin en el Ateneo de Madrid en conmemoración del cincuentenario de la muerte de Joaquín Maurín, el 13 de noviembre de 2023. Agustín Santos es diputado por SUMAR y miembro de la Fundación Andreu Nin.

Joaquín Maurín fue elegido diputado en las elecciones del 16 de febrero de 1936. Participó en ellas a través del Front d’Esquerres de Catalunya (FdEC), una coalición cuya principal fuerza era ERC, tres grupos surgidos de ella y tres organizaciones que se reclamaban del marxismo: el POUM -del que Maurín era el principal dirigente-, el PCP y el PCC, que poco después participarían en la creación del PSUC. Entre los elementos centrales de su programa figuraban la amnistía para los represaliados de Octubre de 1934, la recuperación de la Generalitat y el restablecimiento del Estatut de Nuria. El FdEC, como el de Valencia, se organizaron en solidaridad con la coalición en el resto de España que se acabaría conociendo como el Frente Popular.

Como es conocido la formación de esta coalición, con sus diferencias territoriales, entre republicanos, socialistas y las izquierdas comunistas, no fue fácil. Azaña, la principal figura del republicanismo, encarcelado tras las Jornadas de Octubre de 1934, se había negado en un principio a integrar, en lo que él calificaba como la “Coalición Republicana”, a otra fuerza a su izquierda que no fuera el PSOE. Tres ministros socialistas habían participado ya en los gobiernos republicanos de 1931 a 1933. El mediador clave para esa participación había sido Indalecio Prieto que, después de Octubre de 1934 se exiliaría en París.

Pero Largo Caballero -presidente del PSOE, secretario general de la UGT, y dirigente de la corriente de Izquierda Socialista- era abiertamente reticente a la estrategia del republicanismo. Para Azaña, las elecciones de 1936 deberían abrir paso a gobiernos republicanos, apoyados parlamentariamente por el PSOE, cuyo objetivo fuera recuperar la legislación reformista del primer bienio (reforma agraria, autonomía regional, cuestión religiosa en sus aspectos más moderados) y mantener los aspectos menos impopulares del bienio negro conservador.

Su objetivo era recuperar al electorado de centro republicano, evitando un agravamiento de la polarización que, desde las elecciones de noviembre de 1933, se había ido agudizando bajo el gobierno radical de Lerroux. Este gobierno había contado con el apoyo parlamentario de la derecha monárquica, reagrupada en la CEDA de Jose Maria Gil Robles y en Renovación Española de José Calvo Sotelo. las Jornadas anarquistas de diciembre de 1933; la entrada en el gobierno de la CEDA en octubre de 1934; y las jornadas de Octubre de 1934, como movimiento defensivo de las izquierdas y nacionalistas catalanes habían retro-alimentado esa polarización. La CEDA había sido la fuerza central de la Unión de la Derecha y Agrarios en las elecciones de noviembre de 1933, monárquicos que aspiraban a un “estado corporativista” a imagen de Salazar en Portugal o Mussolini en Italia, con marchas uniformadas en El Escorial o Covadonga. Otro militante de la Izquierda Comunista de Andreu Nin, Grandizo Munis, nos ha dejado un relato y análisis de este período en su libro, poco conocido, pero archivado en internet, Jalones de derrotas, promesas de victoria.

Largo Caballero dimitió de la presidencia del PSOE en diciembre de 1935, después de quedar en minoría su posición de rechazo de la estrategia del republicanismo. Su análisis del bienio negro, del ascenso de la extrema derecha corporativista y fascista y las debilidades del apoyo del republicanismo a las Jornadas de Octubre de 1934 era muy diferente del de Azaña: la burguesía republicana no era capaz de impulsar la revolución democrática implícita en la proclamación de la II República; ese papel solo podía corresponder ya a las clases trabajadoras. Era imprescindible reforzar ese polo político y social trabajador pasando por una fase intermedia de una coalición electoral en febrero de 1936, lo que le permitía enlazar, modificándola, con la línea de Indalecio Prieto. Así, contra la opinión inicial de Azaña, acabaron participando en la Coalición Republicana las fuerzas comunistas, sumidas en un intenso balance de las lecciones de  Octubre de 1934, sobre la unidad de las izquierdas marxistas, y un programa de movilización de reforma agraria, mejoras salariales, nacionalización de la banca y reforma del aparato de estado heredado de la Primera Restauración.

El republicanismo y Azaña aceptaron finalmente, bajo la presión de Largo Caballero, la ampliación de la coalición a las izquierdas, lo que permitió la elección en Catalunya de Joaquín Maurín, pero no así el programa de las izquierdas. Basta consultar el programa de lo que se acabaría llamando el Frente Popular para comprobarlo: a cada aspiración de las izquierdas, las fuerzas republicanas objetaban, posponiendo su aplicación indefinidamente.

El discurso de Maurín en el Congreso

 Joaquín Maurín pronunció cuatro discursos en el Congreso de los Diputados. El tercero de ellos el 16 de junio de 1936,  resume en buena medida las preocupaciones de sus dos anteriores (*). Un mes más tarde, desplazado a Galicia para el congreso regional del POUM, Maurín fue detenido por los sublevados en su intento de llegar al sector republicano y no pudo participar políticamente en la resistencia de la Segunda República frente a los sublevados.

Pero su discurso fue ejemplo de ese “análisis concreto de la situación concreta” que nos sitúa en la coyuntura de la primavera y el verano de 1936 y que ilumina y nos advierte sobre la situación que vivimos actualmente desde las elecciones del 23 de julio de 2023. Sus cuatro discursos parlamentarios pueden consultarse en el libro de Victor Alba, La Revolución española en la práctica (ed. Jucar 1977). El discurso al que me refiero puede consultarse en la web de la Fundación Andreu Nin, con el título El peligro fascista.

1- El punto de partida del discurso de Maurín es su denuncia de la contradicción que existía en el seno de los gobiernos republicanos tras las elecciones del 16 de febrero: el Gobierno Azaña y el Gobierno Casares Quiroga. El techo de cristal programático impuesto por el republicanismo, en su búsqueda de un centro republicano que desaparecía erosionado por la polarización política y social y el ascenso del fascismo, estaba creando una fuerte desmovilización de las clases trabajadoras y populares. Si en el primer bienio republicano habían participado tres ministros del PSOE para impulsar el programa social, ahora no había fuerzas de izquierdas presentes en el gobierno ni garantía institucional de la aplicación de un programa progresista, que había quedado marginado y con él el propio triunfo electoral del 16 de febrero. Esta situación, como sabemos, no cambiaría tampoco con el gobierno Giral y solo se formó un gobierno de izquierdas, esta vez con Largo Caballero como presidente, después del 18 de julio y la sublevación militar.

2- El segundo aspecto que abordaba eran las dos cuestiones democráticas más urgentes. Los gobiernos republicanos seguían manteniendo la suspensión de garantías constitucionales, una práctica mantenida desde la crisis de la Primera Restauración. ¿Cómo extender así la democracia, incluida la libertad de prensa, y permitir la organización de las clases populares? La segunda era la defensa de la Amnistía de los presos y represaliados de las jornadas de Octubre de 1934. Algo especialmente irritante tras el precedente de la ley de amnistía de la CEDA de abril de 1934, que había puesto en libertad a los participantes de la “Sanjurjada” de 1932. Los presos de Octubre del 34 habían sido puestos en libertad por las manifestaciones populares, pero el Congreso no había aun aprobado una ley específica ni el gobierno readmitido a los funcionarios y militares represaliados en Octubre de 1934.

3- El tercer eje fue la necesidad de la reforma de la administración de la Justicia, la disolución de los tribunales de urgencia del bienio negro y la restauración del jurado popular, que permitiese la presencia directa de los sujetos de la soberanía popular en una administración de la Justicia en la que el origen social y las opciones políticas de los jueces hacían que actuasen mayoritariamente a favor de las derechas y las extremas derechas.

4- La parálisis y contención institucional del programa progresista estaba provocando no solo una falta de representatividad de facto del Congreso en relación con los votantes del Frente Popular, sino que alentaba los movimientos huelguísticos y sociales: por la semana de 40 horas, un salario mínimo, servicios de empleo para los parados, tierras para los campesino jornaleros. La inestabilidad social, sin respuesta política de las fuerzas republicanas y de izquierdas creaban el clima de profundo desengaño que alimentaba el descontento contrarrevolucionario y fascista.

5- Para hacer frente al fascismo, no bastaban medidas coercitivas, hacía falta medidas políticas, empezando por la resolución progresiva de la contradicción interna del Frente Popular entre la parálisis del republicanismo, a la búsqueda del centro menguante en plena polarización histórica, y la alternativa progresista de las fuerzas de izquierda. Dar paso a un gobierno capaz de aplicar el programa de la Revolución Democrática, cuyas tareas Maurín había definido ya en 1935 en su obra Hacia la Segunda Revolución Española (recién reeditada por Andy Durgan para la Fundación Andreu Nin, que en los años 1960 había puesto de nuevo en circulación, clandestina, la inolvidable editorial Ruedo Ibérico de Paris con el título Revolución y contrarrevolución en España. Es decir, una revolución democrática progresista que asegurase la libertad republicana garantizando las condiciones básicas de existencia de los ciudadanos: la nacionalización de las tierras, los ferrocarriles, la gran industria, las minas, la banca…

Maurín hoy como inspiración

 Desde las elecciones del 23 de julio, especialmente tras el fracaso de la moción de investidura de Feijoo, estamos viviendo un proceso de polarización y de movilización de la derecha y de la extrema derecha sin precedentes. Su primer objetivo ha sido impedir la formación de una coalición parlamentaria mayoritaria alternativa que apoye un nuevo gobierno progresista. Pero el jueves se votará la moción investidura de Pedro Sánchez con 179 votos, y este será el primer fracaso de esas movilizaciones.

Pero continuarán, con las mismas estrategias de deslegitimación de las derechas de 1931, 1933, 1936, 2004, 2019. Es asombroso la continuidad de una narrativa basada en una concepción de nación esencialista, centralista, anti-progresista y anti-democrática. Una concepción de nación que deja fuera de ella a todo aquello que cuestiona los intereses de las clases dominantes. En este caso, la herencia del giro anti-neoliberal durante la crisis del Covid del primer gobierno de coalición progresista que, a pesar de todas sus limitaciones y, con la ayuda de los fondos de residencia y reconstrucción europeos, han permitido abrir un nuevo horizonte.

Ese nuevo horizonte, como el programa de la revolución democrática de Maurín, se apoya en dos ejes: un nuevo pacto territorial y nacional que rearticule el estado (y para ello es necesario superar la crisis constitucional en Cataluña iniciada por el recurso al Estatut del PP, la aplicación del artículo 155 al Process, con la judicialización del independentismo); y un nuevo pacto social que, tras las consecuencias de la gran recesión de 2007-2008, la crisis del covid y la crisis de la inflación, garantice las condiciones materiales que permiten el ejercicio de la ciudadanía y de la democracia.

En un marco de ajuste fiscal europeo, la aspiración social del nuevo gobierno es asegurar que se continua un proceso de redistribución, reforma del estado de bienestar para superar las políticas condicionadas para pobres, de aumento del SMI, reducción de las horas de trabajo, reforzamiento de nuestra sanidad, educación y apoyo a la dependencia, garantizar el acceso a la vivienda. Es decir, la satisfacción de los derechos básicos de ciudadanía. Será clave para ello la reforma fiscal progresista, en especial asegurando una base del 15% sobre los beneficios, como defiende Naciones Unidas, y la negociación de los presupuestos de 2024 y 2025.

Bloquear esta acción de gobierno, paralizar la administración del estado, monopolizar para sus intereses a la justicia, es lo que busca como segunda opción la movilización de la derecha y la extrema derecha. Lo acaba de explicar hoy un portavoz del PP: meter a Pedro Sánchez en un maletero y sacarlo de España. Una forma expeditiva de acabar con el “sanchismo”.

Maurín lo explico bien en el momento que le tocó vivir. Este tipo de movilizaciones institucionales y extraparlamentarias de las derechas extremas y de la extrema derecha exigen:

1- Una acción de gobierno que vaya a la raíz de los problemas, a los límites estructurales que hoy impiden los cambios necesarios para situarnos al nivel de los países europeos y democráticos más avanzados, y que resuelva esas contradicciones a favor de los intereses mayoritarios, que son los de las clases trabajadoras y populares.

2- Una acción parlamentaria que sostenga legislativamente el mandato recibido en las elecciones, que gane legitimidad con su capacidad de debate y de convencer, que refleje la soberanía popular y extienda la democracia a todos los aspectos de la administración del estado, de la vida económica y la sociedad civil. Que avance en la definición de la Agenda 2030 y su aplicación, sin dejar a nadie atrás.

3- Una acción ciudadana capaz de convencer y desarrollar la hegemonía necesaria para defender un modelo de país progresista y que recupere las calles para la convivencia democrática.

Esa es la tarea que nos corresponde, cuando celebramos el cincuenta aniversario de la muerte en el exilio de quién fue uno de los pensadores y dirigentes históricos más importantes de la izquierda española.

Madrid, 13 de noviembre 2023

(*) Mi agradecimiento a Juan Manuel Vera y a Paco Carvajal, compañeros de la FAN, por su corrección de algunos errores iniciales de este texto.

El camino a Wigan Pier. Orwell, 120 aniversario (Jesús Jaén Urueña, 2023)


George Orwell ha sido y es una de las grandes referencias de la lucha contra todo tipo de totalitarismos, ya fueran regímenes capitalistas o los mal llamados comunistas. Sus novelas: Rebelión en la granja o 1984 siguen siendo leídas por millones de personas de todas las edades. Esta reseña es un pequeño homenaje a una personalidad única. Orwell nació el 25 de junio de 1903. Fue novelista, ensayista y periodista. El camino a Wigan Pier es una crónica personal que hizo en 1936 unos meses antes de marchar a España para combatir en el frente junto con otros brigadistas de las columnas del POUM. En El camino a Wigan Pier Orwell se adentra en el mundo de la clase obrera del norte de Inglaterra; en las minas, en sus hogares, en las fábricas y acaba con unas reflexiones sobre lo que él entiende por socialismo.

Orwell no era marxista, ni siquiera -creo- era un socialista racionalista como muchos intelectuales de su época. El socialismo que defendió a lo largo de toda su vida era poderosamente crítico, intuitivo, emocional y profundamente humano. Por lo tanto, no busquemos en Orwell el rigor del marxismo o el academicismo de un socialista materialista. Para él, la esencia del socialismo eran valores que en El camino a Wigan Pier sintetiza como la Justicia y la Libertad. Sus conceptos: socialismo, democracia, libertad, fraternidad e igualdad son muy personales; no están en los manuales de la época ni en la literatura marxista. Su preocupación por las condiciones de vida y trabajo de las clases obreras forma parte de la tradición de los mejores historiadores ingleses: E. P. Thompson, Eric Hobsbawm o anteriormente John Lawrence y Bárbara Hammond (Barbara Bradby).

El camino hacia el socialismo, dice Orwell, es imposible sin la rama principal sobre la que se asienta, que es la democracia. Por eso critica al comunismo (el Estado soviético) de vivir con los ojos pegados a los datos económicos, presuponiendo que el hombre no tiene alma e… instalados en una “utopía materialista”. El desencanto de Orwell con los socialistas aburguesados británicos se transforma en un alegato implacable contra el régimen de Stalin, al que compara con los fascismos en España e Italia o con el nazismo de Hitler. De esa intuición, doce años después, nacieron sus dos grandes novelas: Rebelión en la granja y 1984 pero también una cantidad importante de ensayos como ¿Qué es el socialismo? escrito en 1946.

Orwell tenía una personalidad pragmática pero no concibe el socialismo como la electrificación con soviets (como dijo Lenin), y mucho menos ¡sin soviets! (como impondría Stalin); prescindiendo de la libertad y de la democracia no se avanza al socialismo, sino a la dictadura como quedó demostrado a lo largo de todo el siglo XX.

También Orwell apunta a una reflexión importante, cuando en El camino a Wigan Pier señala que el socialismo es una doctrina nacida de la industrialización y que necesita un nivel muy alto de mecanización (al menos similar al de EEUU en esos momentos). Una reflexión muy actual, a tenor de la crisis climática que estamos viviendo en el siglo XXI. De ahí no solo la responsabilidad de EEUU, Gran Bretaña, Alemania, Japón, etc., sino también de los países que se dijeron “socialistas”, como la URSS o China. Esto nos llevaría a preguntarnos si el centro de la ruptura con el modelo capitalista es solamente la estructura económica o, por el contrario, llegar a superar una civilización material basada en la reproducción social de todos los valores precedentes.

Esa búsqueda de Orwell por un socialismo humano (de y para la humanidad), a la que hoy deberíamos agregarle la dimensión ecológica y feminista, es poderosamente auténtica y libre de esquematismos. Es verdad que en Orwell podemos encontrar errores conceptuales, desatinos, desconexiones, irreverencias o incluso groserías (como cuando insiste en el olor insoportable de todo lo que rodea a la miseria de las clases obreras del norte de Inglaterra); pero todo su ensayo (El camino a Wigan Pier) tiene el mérito impagable de la autenticidad construida por una vivencia personal. La misma con la que escribió Homenaje a Catalunya tras los sucesos de mayo de 1937 en Barcelona.

En esa autenticidad vivida como sujeto, ya sea en las minas de Durham o en las trincheras de Teruel, Orwell se mueve como pez en el agua. Es un narrador excepcional, realista y en su fría apariencia, resulta más que convincente: sensible a las pasiones y sufrimientos humanos. Como cuando describe desde el vapor de un tren en marcha hasta una joven mujer obrera de tan solo veinte y cinco años, pero que por sus rasgos físicos castigados por el trabajo y los abortos realmente representaría unos cuarenta.

Orwell nunca engaña al lector. Se considera un inglés de clase media aceptado más o menos por esos obreros del norte. No idealiza a la clases trabajadoras, pero no se sitúa por encima de ellas como la mayoría de los intelectuales socialistas de su época. Hacia ellos descarga toda su ironía: “barbudos, bebedores de zumos”, que utilizan un léxico alejado del lenguaje de las clases a las que dicen representar. Haciendo gala de su fina ironía cuenta una anécdota de la Historia de la Comuna escrita por Lissagaray. Las autoridades estaban fusilando a los cabecillas, y como no sabían quienes eran los iban eliminando basándose en el principio de que los jefes de la revuelta serían los que pertenecían a las capas más altas o los más cultos: “A un hombre lo fusilaron porque llevaba un reloj. A otro porque tenía cara de inteligente. No me gustaría que me mataran por tener cara de inteligente, pero sí estoy de acuerdo en que prácticamente en todas las revueltas los líderes serían aquellos que supieran pronunciar todas las letras” (El camino a Wigan Pier).

Mayo 2023

Entrevista a Juan Manuel Vera. “El igualitarismo ya no encuentra en el eje izquierda-derecha una formulación adecuada” (Nuria de Viso, 2022)

 

Nuria del Viso Pabón es miembro de FUHEM Ecosocial y editora de la revista PAPELES. Entrevista publicada en el número 158 de la revista PAPELES, 2022.

En un contexto de élites saludables y hercúleas oligarquías reflexionar sobre los valores de la democracia libertaria y antioligárquica en el presente, sin renunciar a sus raíces históricas, es una necesidad inaplazable. A esta tarea dedica Juan Manuel Vera su ensayo Contra las oligarquías, que examina el papel de los movimientos sociales en la transformación de este presente. Juan Manuel Vera, economista especializado en la lucha contra el fraude fiscal, ha publicado numerosos textos sobre temas históricos, políticos, tributarios y sociales y es uno de los máximos divulgadores en España del pensamiento de Cornelius Castoriadis. En esta entrevista conversamos sobre los problemas que han motivado su libro y sobre los elementos que han confluido para alimentar los distintos malestares contemporáneos.

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La teoría de los campos: de Stalin a Putin (Jesús Jaén Urueña, 2022)

Publicado originalmente en Trasversales nº 61, diciembre 2022, web.

«Como se ve el concepto de «campo« significa, ante todo, bloque de Estados. Las fuerzas sociales y políticas no organizadas en Estado desempeñan una función subalterna de apoyo. Cada «campo« está articulado en torno a su Estado «rector«, tiene su «base« constituida por dicho Estado «guía«, más los Estados directamente subordinados, y cuenta con sus apoyos en otras fuerzas políticas y sociales. Los partidos comunistas exteriores a la «base« del campo «antiimperialista« son fuerzas de apoyo a dicho campo».

            Fernando Claudin, La crisis del movimiento comunista, de la                  Komintern al Kominform, Ruedo Ibérico, París, 1970

Presentación

Ahora que se cumplen 75 años desde que se diera a conocer la doctrina Zhdánov. He intentado contrastar lo que significó en plena guerra fría la teoría de los campos y cómo sigue vigente en la actualidad. Las personas de izquierda más jóvenes que no vivieron aquellos acontecimientos podrán comparar con lo que ocurre hoy en Ucrania, Irán o Cuba y, por supuesto, también en los países capitalistas más desarrollados como Estados Unidos o la Unión Europea. Este pequeño trabajo no pretende convencer a quienes llevan mucho tiempo, desde sus puestos de responsabilidad política, argumentando que la diplomacia y la realpolitik está por encima de las vidas en Ucrania, de las mujeres en Irán o de los que sufren la represión en países que se llaman socialistas como es el caso de Cuba. Tampoco a quienes desde los gobiernos -llámese occidentales- utilizan las guerras para aumentar los gastos militares o simplemente instrumentalizar de manera propagandística la carta universal de los Derechos Humanos. Nosotros estamos en «otro campo». En el de las sociedades y clases más desfavorecidas. Compartiendo las ideas de gentes de izquierdas no sumisas a un Estado o campo geopolítico, como hicieron -lo más honestamente que pudieron- escritores como George Orwell, Albert Camus, Bertrand Russell o E.P. Thompson.

I) 1947-2022

1.- En septiembre de 1947 Zhdánov, secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, recibe de Stalin la orden de presentar un informe que se conocería más tarde como la doctrina de los dos campos. En el mismo, la nomenklatura soviética plantea que el nuevo mundo de la posguerra está dividido en dos grandes bloques geopolíticos. Por un lado el bloque imperialista y antidemocrático que forman esencialmente Estados Unidos, Inglaterra y Francia; y por el otro, el bloque antiimperialista y democrático que forman la URSS y las nuevas democracias populares de la Europa del Este. Este esquema básico sería el que regirá todos los movimientos políticos tácticos y estratégicos tanto de los Estados Unidos como de la URSS. Sobre esta base se irán construyendo los edificios políticos de la guerra fría: la OTAN, el Pacto de Varsovia, el consejo general de Naciones Unidas, etc.

El período que va desde 1947 hasta 1989 es la etapa álgida de la política de bloques políticos y militares, más conocida como la guerra fría porque, en medio de un conflicto permanente y guerras regionales, tanto las administraciones norteamericanas como la burocracia del Kremlin mantienen unas líneas de contención que se conocen como políticas de coexistencia pacífica. En lo que respecta a Estados Unidos, los primeros años de este periodo coinciden con una campaña propagandística contra el comunismo (doctrina Truman) y una represión hacia las organizaciones y personalidades de la izquierda (la caza de brujas que tantas veces ha sido proyectada en las películas de Hollywood). En cambio, en Europa la situación es distinta. En Inglaterra gobiernan los laboristas y en Francia o Italia se construyen los partidos comunistas y sindicatos como las grandes organizaciones de masas. Al otro lado del telón de acero el Estado burocrático se ha consolidado definitivamente en la URSS. Los países que han quedado bajo su esfera de influencia están gobernados por partidos títeres del Kremlin como es el caso de Checoslovaquia, Hungría, Rumania, Polonia, Bulgaria o la República Democrática de Alemania (RDA)

Durante esos cuarenta y dos años se produjeron acontecimientos históricos de toda índole: la descolonización de gran parte de África; las guerras en Oriente Medio; la revolución popular China en 1949; la revolución cubana en 1959; la guerra de Vietnam; Mayo del 68 en Francia; Nicaragua 1979; los golpes militares en Latinoamérica; la caída de las dictaduras en Portugal, Grecia y España; etc, etc. Digamos que todos estos hechos ocurren en el “campo imperialista”. Se trata de un ascenso revolucionario donde se combinan demandas democráticas, la liberación anticolonial y la aspiración a un modelo social más justo e igualitario como pretendían los revolucionarios cubanos del movimiento 26 de julio, el FSLN en Nicaragua o la Unidad Popular en Chile en 1971.

En el otro «campo político» las burocracias gobernantes también serán golpeadas por movimientos obreros exigiendo las libertades democráticas o el fin de la ocupación soviética. La revolución húngara en 1956, la Primavera de Praga en 1968 o las huelgas obreras que dieron lugar al sindicato Solidaridad en Polonia en 1980. En contra de lo que se pudiera pensar en un primer momento esos movimientos no pedían la restauración capitalista, sino otro modelo de socialismo basado en consejos de fábrica y la autoorganización social; la libertad de formar sindicatos y partidos o el sufragio universal. Algunos panfletos o escritos de la época (como la carta de Kuron y Mozolevski en Polonia) son muy ilustrativos. Estas demandas, por supuesto, eran incompatibles con la existencia en el poder de las castas burocráticas.

El problema fundamental que tuvieron los movimientos de emancipación tanto de un lado político como en otro, es que la existencia de los bloques y la bipolarización tendía, automáticamente, a la instrumentalización política o ideológica. En ese sentido el campismo tiene un efecto paralizante porque trata de evitar que las luchas se desarrollen en su verdadera naturaleza, intenta reconducirlas hacia un conflicto de Estados, de intereses geopolíticos al servicio de las élites en el poder. Esto es lo que estamos viviendo actualmente en la guerra de Ucrania donde las vidas de las personas o el derecho a la autodefensa de un país invadido por una gran potencia militar está subordinada al hipotético conflicto nuclear mundial.

2.- Tras la caída del Muro de Berlín y la implosión de la URSS se abre una nueva época. A nivel global los Estados Unidos se sitúan como única potencia militar y triunfan las doctrinas neoliberales tanto en el «campo capitalista» como en el «campo socialista». De la guerra fría pasamos a conflictos regionales de más baja intensidad. En una época de reacción generalizada triunfa la doctrina impuesta desde Washington de la lucha global contra el terrorismo internacional. La invasión de Irak, Afganistán y otra vez Irak o la guerra en los Balcanes son los hechos más relevantes. Es el período más claro de hegemonía norteamericana y el triunfo del capitalismo sin concesiones al Estado de bienestar. También la destrucción del mito -en las izquierdas- de que la economía estatizada puede escapar a la lógica de la acumulación y al mercado mundial capitalista.

3.- A partir de la segunda década de este siglo vuelve a cambiar nuevamente el escenario. De un conflicto de muy baja intensidad se pasa a otro nuevamente de alta intensidad. Varias son las causas: la irrupción de China como segunda potencia en el mundo y su acceso a nuevos mercados. En segundo lugar, el impacto que la recesión mundial (2007-2008) tiene sobre las grandes economías capitalistas, por un lado aumentando las desigualdades sociales de sectores que formaban parte del contrato social de la posguerra y, por el otro, auspiciando una crisis de confianza en la legitimidad de las viejas instituciones de la democracia liberal. Finalmente, esa nueva situación da pie al renacimiento de un nacionalismo autoritario y al crecimiento de las derechas ultraconservadoras en todo el mundo. El trumpismo, el Brexit, los llamados populismos de derechas o izquierdas latinoamericanas o europeas, y muy particularmente, la irrupción del gran nacionalismo imperialista ruso que con la segunda presidencia de Wladimir Putin da un puntapié al tablero y entra en guerra con occidente.

Ucrania es el punto de partida de la segunda guerra fría, de la amenaza de un conflicto nuclear y de la nueva división del mundo en bloques. Antes la URSS de Stalin, ahora la Rusia de Putin. Antes el bloque oriental y los partidos comunistas; ahora Rusia Unida, Bielorusia, Cuba, Venezuela, Nicaragua; algunos populismos de derechas o izquierdas y las políticas de alianzas con los ayatolás de Irán o China. Mientras en un bloque el Estado rector es sin duda Estados Unidos, en el otro Rusia solo aspira a recuperar una parte del antiguo imperio zarista. Pero la mirada del mundo está puesta en la China de Xi Jinping.

II) La izquierda campista: ni democrática ni socialista

1.- En la primera guerra fría leíamos y escuchábamos a los dirigentes de los partidos comunistas hablar del imperialismo, la democracia y el socialismo. Seguían a pies juntillas la doctrina Zhdánov y las órdenes de Dimitrov, Beria, Molotov, Jrushchov, etc. Esa relación ha cambiado, entre otras cosas porque los partidos comunistas son organizaciones insignificantes sin peso en la sociedad. Los nuevos movimientos subalternos en la izquierda de la segunda guerra fría son otros. En España Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, Arnaldo Otegi, Manuel Monereo, etc. Un repaso por la hemeroteca en los últimos dos o tres años es muy ilustrativo. Desde luego la derecha y ultraderecha de este país ha sabido explotar la falta de condenas a los regímenes de Maduro, Raul Castro o Daniel Ortega, envueltos, una y otra vez, en la represión a manifestantes que protestan por la carencia de alimentos, derechos democráticos o la persecución a colectivos LGTB. El silencio ensordecedor con respecto al régimen teocrático y criminal de Alí Jamenei respecto a la brutal represión contra las mujeres en Irán es, sin duda, de un alcance ético y moral sin precedentes. Hasta hace unos pocos días, Podemos, permanecía sin condenar las cuatrocientas y pico mujeres asesinadas por la policía moral, las condenas a muerte y las miles y miles de detenciones.

El asunto de Ucrania rebosa de hipocresía por todos los poros. En los comunicados públicos de Bildu o Podemos la responsabilidad de la invasión era de la OTAN y no de Putin. Su propuesta «neutral» se ceñía a exigirle a Estados Unidos y Europa que no envíen armas para que acabe pronto la guerra y establecer un diálogo de paz entre ambas partes. ¡Ni siquiera Chamberlain hubiera podido superar el cínico pacifismo de esta izquierda! ¿Qué hubieran dicho si en lugar de invadir Putin a Ucrania es Joe Biden quien invade Irán? Nos lo podemos imaginar. Existen dos varas de medir los hechos

2.- Ponerse de lado de uno de los bloques conduce a posiciones reaccionarias. Estos dirigentes políticos subordinan los derechos humanos de las personas y los derechos democráticos de las sociedades o colectivos, a los intereses geoestratégicos de Rusia o China . Lo que prima no es el derecho de la sociedad, de las clases obreras o populares, de las mujeres o de otros colectivos; sino el de mantener unido un bloque antiimperialista formado por un grupo de Estados frente a Estados Unidos y la OTAN. El mayor de los absurdos y aberraciones políticas y éticas es que, además, ese bloque de Estados con los que se alinea esta izquierda está conformado por potencias «imperialistas» como Rusia y regímenes autoritarios como los ya citados anteriormente; es decir, se trata de un bloque antiimperialista dirigido por una potencia militar con ambiciones territoriales fuera de sus fronteras; y de un bloque democrático donde los regímenes que lo forman no respetan los derechos humanos, las libertades democráticas o sindicales, los derechos de la minorías, de las personas homoxesuales y donde la mujer, como es el caso de Irán, es tratada como un ser inferior. Todo ello en aras de fortalecer un frente antinorteamericano o antioccidental.

2.- La otra gran incoherencia consiste en reivindicar con una mano el marxismo y las señas de identidad de la izquierda, mientras con la otra se está borrando todo análisis que tenga que ver con el materialismo histórico. Para Marx no había campos políticos o, si los había, no eran estructurales ni permanentes, sino contingentes. El noventa por ciento de los análisis sobre las sociedades que hizo Marx eran a partir del modo de producción capitalista y las contradicciones entre clases sociales que existen en todas las sociedades avanzadas. Esto que era cierto en el siglo XIX lo es mucho más en el siglo XXI. Las sociedades actuales no son menos sino más capitalistas y las clases sociales no solo existen, sino que no han dejado de aumentar las desigualdades por razones económicas, raciales, género o pobreza energética.

La “izquierda” que defiende a los burócratas del régimen cubano frente a la ciudadanía no está defendiendo el socialismo bajo la sempiterna excusa del bloqueo, lo que está defendido son los privilegios de una élite corrupta cuya pretensión es vivir por encima del resto. Nunca la geopolítica y las relaciones entre Estados pueden sustituir de manera permanente los análisis de las relaciones sociales de producción, el conflicto entre las clases y la perspectiva democrática y socialista. Así lo entendía Marx cuando por ejemplo escribió El 18 Brumario de Luis Bonaparte para analizar los acontecimientos en Francia.

III) Campismo o Socialismo

1.- La consolidación del Estado totalitario en la URSS y la degeneración del Komintern significaron un corte histórico en la construcción de la identidad socialista. Una espesa niebla evitó que viéramos la verdad objetiva. La verdad y los hechos fueron subvertidos y la mayoría de sus defensores aniquilados. Como dijo Orwell el totalitarismo ya fuera nazi o estalinista es un vaciamiento de la conciencia individual y colectiva. Las palabras que antes tenían un significado adquieren otro muy distinto. El lenguaje forma parte de las formas de dominación como explica Victor Klemperer en su libro titulado La lengua del III Reich (Minúscula, Barcelona, 2001).

En un primer momento se cambió el internacionalismo por el «socialismo en un solo país» y más tarde por la «teoría de los campos». El régimen soviético convirtió las ideas del socialismo en una ideología nacionalista y chauvinista. La guerra que libró la Unión Soviética contra Hitler no fue en nombre del socialismo, sino de la patria. Se ensalzó el nacionalismo ruso reaccionario (tal cual lo hace hoy Putin) y el papel de Pedro el Grande en la historia. Se extirpó la cultura democrática dentro del movimiento obrero y sindical como se venía haciendo en corrientes anarquistas, socialistas o cristianas. El humanismo era señalado como prejuicio burgués y se hizo creer que el trabajo a destajo y la productividad eran cualidades del socialismo.

Algunas veces se ha comparado la brutalidad burocrática soviética con la dictadura de Cromwell, con los jacobinos a partir de 1793 o con los primeros bolcheviques. Es un debate complejo. Pero la comparación entre los jacobinos y los estalinistas no resiste la prueba de los hechos. Incluso siendo totalmente críticos con el terror en la revolución francesa y rusa, creo que Trotsky tiene que ver más con Robespierre. Y Stalin con el Termidor. Pienso que la revolución no es un fin en sí mismo sino uno de los posibles medios para superar el capitalismo y que el socialismo democrático no se construye al final del camino, sino mientras lo vamos andando.

Creo que todas aquellas personas que seguimos reivindicando la necesidad de alcanzar una sociedad más justa, democrática e igualitaria (que podemos definir muy genéricamente como socialista), no debemos abstraernos de la contradicción objetiva o, mejor dicho, el conflicto histórico entre la libertad y la revolución. Un conflicto que vivieron los levellers en Inglaterra, los jacobinos en Francia o los bolcheviques en Rusia. Las revoluciones son actos de fuerza y violencia, y cuando esa revolución derriba el viejo régimen y nace un nuevo poder, este lo hace con la misma violencia que combatió anteriormente. No tengo respuesta para esa cuestión ni para otras tantas más. Sin embargo, entre la revolución bolchevique y la contrarrevolución estalinista hay un salto cualitativo inmenso. En términos poéticos yo diría que si las revoluciones se presentan a los revolucionarios como un grandioso drama de Shakespeare, las contrarrevoluciones no tienen el brillo de la estética ni el drama de la ética. Son más parecidas al ambiente sórdido de las novelas de Orwell o Koetsler.

 

 

 

Un siglo después -1917-2017-: Un legado entre escombros  (José Luis Mateos, 2017)  

Texto publicado originalmente en publico.es

Nadie consideraría razonable condenar la Revolución francesa por la evolución de la sociedad capitalista. En cambio, sí es habitual desacreditar la Revolución rusa desde los escombros dejados por el socialismo real, esa construcción política recreada por el estalinismo.
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Largo Caballero: de la reforma a la «revolución» (Antonio Rubira León, 2021)

Antonio Rubira es licenciado en Historia y Doctor en Ciencias Políticas. Autor del libro 1931-1936 República y Revolución. El movimiento y sus partidos. Teoría política aplicada.

Se cumplen 75 años de la muerte de Francisco Largo Caballero, el dirigente más importante de la historia del PSOE y la UGT por su trascendencia política y sindical en el período más revolucionario de España en la Edad Contemporánea -1931 -1937-. A pesar de no ser una referencia de actuación para ambas organizaciones en la actualidad, pues reivindican en mayor medida la memoria de Prieto, e incluso de Azaña, que la suya, fue el máximo dirigente del movimiento obrero español durante la Segunda República. Encarnó las posiciones políticas más a la izquierda en ambas organizaciones que, junto a la CNT, eran las únicas con influencia de masas con las que el movimiento obrero se enfrentó a la Patronal, las estructuras del Estado y los partidos de derecha y ultraderecha: en 1933 sindicalmente, cuando la UGT en unidad de acción con la CNT triplica el número de huelgas de los dos años precedentes, protagonizados casi en exclusiva por la CNT; en 1934 políticamente, proponiendo desde el PSOE la creación de Alianzas Obreras con el resto de partidos y sindicatos de la clase trabajadora para
preparar la revolución socialista; y en 1936 revolucionariamente, cuando la militancia de la UGT junto a la de la CNT forman Comités Obreros y Milicias Armadas que colectivizan la producción industrial, agraria y los transportes en las zonas en que han derrotado el golpe de Estado fascista del 18 de julio.

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La revolución rusa y la crisis de 1921 (Jesús Jaén, 2021)

“Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente que ya existen y les han sido legadas del pasado”     

Karl Marx , El 18 Brumario de Luis Bonaparte (1852)

 

Presentación

Este artículo está divido en dos partes muy diferenciadas. En la primera he tratado de dar mi opinión sobre algunos problemas teóricos surgidos del proceso de degeneración de la revolución. En particular la crítica a la teoría del socialismo en un solo país. En la segunda parte, me he centrado en el desarrollo de los acontecimientos que tuvieron lugar en 1921 desde un punto de vista crítico. Por último, hay una breve reflexión sobre el papel de la revolución de octubre y los revolucionarios. Continuar leyendo «La revolución rusa y la crisis de 1921 (Jesús Jaén, 2021)»