Entrevista a Juan Manuel Vera. “El igualitarismo ya no encuentra en el eje izquierda-derecha una formulación adecuada” (Nuria de Viso, 2022)

 

Nuria del Viso Pabón es miembro de FUHEM Ecosocial y editora de la revista PAPELES. Entrevista publicada en el número 158 de la revista PAPELES, 2022.

En un contexto de élites saludables y hercúleas oligarquías reflexionar sobre los valores de la democracia libertaria y antioligárquica en el presente, sin renunciar a sus raíces históricas, es una necesidad inaplazable. A esta tarea dedica Juan Manuel Vera su ensayo Contra las oligarquías, que examina el papel de los movimientos sociales en la transformación de este presente. Juan Manuel Vera, economista especializado en la lucha contra el fraude fiscal, ha publicado numerosos textos sobre temas históricos, políticos, tributarios y sociales y es uno de los máximos divulgadores en España del pensamiento de Cornelius Castoriadis. En esta entrevista conversamos sobre los problemas que han motivado su libro y sobre los elementos que han confluido para alimentar los distintos malestares contemporáneos.

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La teoría de los campos: de Stalin a Putin (Jesús Jaén Urueña, 2022)

Publicado originalmente en Trasversales nº 61, diciembre 2022, web.

«Como se ve el concepto de «campo« significa, ante todo, bloque de Estados. Las fuerzas sociales y políticas no organizadas en Estado desempeñan una función subalterna de apoyo. Cada «campo« está articulado en torno a su Estado «rector«, tiene su «base« constituida por dicho Estado «guía«, más los Estados directamente subordinados, y cuenta con sus apoyos en otras fuerzas políticas y sociales. Los partidos comunistas exteriores a la «base« del campo «antiimperialista« son fuerzas de apoyo a dicho campo».

            Fernando Claudin, La crisis del movimiento comunista, de la                  Komintern al Kominform, Ruedo Ibérico, París, 1970

Presentación

Ahora que se cumplen 75 años desde que se diera a conocer la doctrina Zhdánov. He intentado contrastar lo que significó en plena guerra fría la teoría de los campos y cómo sigue vigente en la actualidad. Las personas de izquierda más jóvenes que no vivieron aquellos acontecimientos podrán comparar con lo que ocurre hoy en Ucrania, Irán o Cuba y, por supuesto, también en los países capitalistas más desarrollados como Estados Unidos o la Unión Europea. Este pequeño trabajo no pretende convencer a quienes llevan mucho tiempo, desde sus puestos de responsabilidad política, argumentando que la diplomacia y la realpolitik está por encima de las vidas en Ucrania, de las mujeres en Irán o de los que sufren la represión en países que se llaman socialistas como es el caso de Cuba. Tampoco a quienes desde los gobiernos -llámese occidentales- utilizan las guerras para aumentar los gastos militares o simplemente instrumentalizar de manera propagandística la carta universal de los Derechos Humanos. Nosotros estamos en «otro campo». En el de las sociedades y clases más desfavorecidas. Compartiendo las ideas de gentes de izquierdas no sumisas a un Estado o campo geopolítico, como hicieron -lo más honestamente que pudieron- escritores como George Orwell, Albert Camus, Bertrand Russell o E.P. Thompson.

I) 1947-2022

1.- En septiembre de 1947 Zhdánov, secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, recibe de Stalin la orden de presentar un informe que se conocería más tarde como la doctrina de los dos campos. En el mismo, la nomenklatura soviética plantea que el nuevo mundo de la posguerra está dividido en dos grandes bloques geopolíticos. Por un lado el bloque imperialista y antidemocrático que forman esencialmente Estados Unidos, Inglaterra y Francia; y por el otro, el bloque antiimperialista y democrático que forman la URSS y las nuevas democracias populares de la Europa del Este. Este esquema básico sería el que regirá todos los movimientos políticos tácticos y estratégicos tanto de los Estados Unidos como de la URSS. Sobre esta base se irán construyendo los edificios políticos de la guerra fría: la OTAN, el Pacto de Varsovia, el consejo general de Naciones Unidas, etc.

El período que va desde 1947 hasta 1989 es la etapa álgida de la política de bloques políticos y militares, más conocida como la guerra fría porque, en medio de un conflicto permanente y guerras regionales, tanto las administraciones norteamericanas como la burocracia del Kremlin mantienen unas líneas de contención que se conocen como políticas de coexistencia pacífica. En lo que respecta a Estados Unidos, los primeros años de este periodo coinciden con una campaña propagandística contra el comunismo (doctrina Truman) y una represión hacia las organizaciones y personalidades de la izquierda (la caza de brujas que tantas veces ha sido proyectada en las películas de Hollywood). En cambio, en Europa la situación es distinta. En Inglaterra gobiernan los laboristas y en Francia o Italia se construyen los partidos comunistas y sindicatos como las grandes organizaciones de masas. Al otro lado del telón de acero el Estado burocrático se ha consolidado definitivamente en la URSS. Los países que han quedado bajo su esfera de influencia están gobernados por partidos títeres del Kremlin como es el caso de Checoslovaquia, Hungría, Rumania, Polonia, Bulgaria o la República Democrática de Alemania (RDA)

Durante esos cuarenta y dos años se produjeron acontecimientos históricos de toda índole: la descolonización de gran parte de África; las guerras en Oriente Medio; la revolución popular China en 1949; la revolución cubana en 1959; la guerra de Vietnam; Mayo del 68 en Francia; Nicaragua 1979; los golpes militares en Latinoamérica; la caída de las dictaduras en Portugal, Grecia y España; etc, etc. Digamos que todos estos hechos ocurren en el “campo imperialista”. Se trata de un ascenso revolucionario donde se combinan demandas democráticas, la liberación anticolonial y la aspiración a un modelo social más justo e igualitario como pretendían los revolucionarios cubanos del movimiento 26 de julio, el FSLN en Nicaragua o la Unidad Popular en Chile en 1971.

En el otro «campo político» las burocracias gobernantes también serán golpeadas por movimientos obreros exigiendo las libertades democráticas o el fin de la ocupación soviética. La revolución húngara en 1956, la Primavera de Praga en 1968 o las huelgas obreras que dieron lugar al sindicato Solidaridad en Polonia en 1980. En contra de lo que se pudiera pensar en un primer momento esos movimientos no pedían la restauración capitalista, sino otro modelo de socialismo basado en consejos de fábrica y la autoorganización social; la libertad de formar sindicatos y partidos o el sufragio universal. Algunos panfletos o escritos de la época (como la carta de Kuron y Mozolevski en Polonia) son muy ilustrativos. Estas demandas, por supuesto, eran incompatibles con la existencia en el poder de las castas burocráticas.

El problema fundamental que tuvieron los movimientos de emancipación tanto de un lado político como en otro, es que la existencia de los bloques y la bipolarización tendía, automáticamente, a la instrumentalización política o ideológica. En ese sentido el campismo tiene un efecto paralizante porque trata de evitar que las luchas se desarrollen en su verdadera naturaleza, intenta reconducirlas hacia un conflicto de Estados, de intereses geopolíticos al servicio de las élites en el poder. Esto es lo que estamos viviendo actualmente en la guerra de Ucrania donde las vidas de las personas o el derecho a la autodefensa de un país invadido por una gran potencia militar está subordinada al hipotético conflicto nuclear mundial.

2.- Tras la caída del Muro de Berlín y la implosión de la URSS se abre una nueva época. A nivel global los Estados Unidos se sitúan como única potencia militar y triunfan las doctrinas neoliberales tanto en el «campo capitalista» como en el «campo socialista». De la guerra fría pasamos a conflictos regionales de más baja intensidad. En una época de reacción generalizada triunfa la doctrina impuesta desde Washington de la lucha global contra el terrorismo internacional. La invasión de Irak, Afganistán y otra vez Irak o la guerra en los Balcanes son los hechos más relevantes. Es el período más claro de hegemonía norteamericana y el triunfo del capitalismo sin concesiones al Estado de bienestar. También la destrucción del mito -en las izquierdas- de que la economía estatizada puede escapar a la lógica de la acumulación y al mercado mundial capitalista.

3.- A partir de la segunda década de este siglo vuelve a cambiar nuevamente el escenario. De un conflicto de muy baja intensidad se pasa a otro nuevamente de alta intensidad. Varias son las causas: la irrupción de China como segunda potencia en el mundo y su acceso a nuevos mercados. En segundo lugar, el impacto que la recesión mundial (2007-2008) tiene sobre las grandes economías capitalistas, por un lado aumentando las desigualdades sociales de sectores que formaban parte del contrato social de la posguerra y, por el otro, auspiciando una crisis de confianza en la legitimidad de las viejas instituciones de la democracia liberal. Finalmente, esa nueva situación da pie al renacimiento de un nacionalismo autoritario y al crecimiento de las derechas ultraconservadoras en todo el mundo. El trumpismo, el Brexit, los llamados populismos de derechas o izquierdas latinoamericanas o europeas, y muy particularmente, la irrupción del gran nacionalismo imperialista ruso que con la segunda presidencia de Wladimir Putin da un puntapié al tablero y entra en guerra con occidente.

Ucrania es el punto de partida de la segunda guerra fría, de la amenaza de un conflicto nuclear y de la nueva división del mundo en bloques. Antes la URSS de Stalin, ahora la Rusia de Putin. Antes el bloque oriental y los partidos comunistas; ahora Rusia Unida, Bielorusia, Cuba, Venezuela, Nicaragua; algunos populismos de derechas o izquierdas y las políticas de alianzas con los ayatolás de Irán o China. Mientras en un bloque el Estado rector es sin duda Estados Unidos, en el otro Rusia solo aspira a recuperar una parte del antiguo imperio zarista. Pero la mirada del mundo está puesta en la China de Xi Jinping.

II) La izquierda campista: ni democrática ni socialista

1.- En la primera guerra fría leíamos y escuchábamos a los dirigentes de los partidos comunistas hablar del imperialismo, la democracia y el socialismo. Seguían a pies juntillas la doctrina Zhdánov y las órdenes de Dimitrov, Beria, Molotov, Jrushchov, etc. Esa relación ha cambiado, entre otras cosas porque los partidos comunistas son organizaciones insignificantes sin peso en la sociedad. Los nuevos movimientos subalternos en la izquierda de la segunda guerra fría son otros. En España Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, Arnaldo Otegi, Manuel Monereo, etc. Un repaso por la hemeroteca en los últimos dos o tres años es muy ilustrativo. Desde luego la derecha y ultraderecha de este país ha sabido explotar la falta de condenas a los regímenes de Maduro, Raul Castro o Daniel Ortega, envueltos, una y otra vez, en la represión a manifestantes que protestan por la carencia de alimentos, derechos democráticos o la persecución a colectivos LGTB. El silencio ensordecedor con respecto al régimen teocrático y criminal de Alí Jamenei respecto a la brutal represión contra las mujeres en Irán es, sin duda, de un alcance ético y moral sin precedentes. Hasta hace unos pocos días, Podemos, permanecía sin condenar las cuatrocientas y pico mujeres asesinadas por la policía moral, las condenas a muerte y las miles y miles de detenciones.

El asunto de Ucrania rebosa de hipocresía por todos los poros. En los comunicados públicos de Bildu o Podemos la responsabilidad de la invasión era de la OTAN y no de Putin. Su propuesta «neutral» se ceñía a exigirle a Estados Unidos y Europa que no envíen armas para que acabe pronto la guerra y establecer un diálogo de paz entre ambas partes. ¡Ni siquiera Chamberlain hubiera podido superar el cínico pacifismo de esta izquierda! ¿Qué hubieran dicho si en lugar de invadir Putin a Ucrania es Joe Biden quien invade Irán? Nos lo podemos imaginar. Existen dos varas de medir los hechos

2.- Ponerse de lado de uno de los bloques conduce a posiciones reaccionarias. Estos dirigentes políticos subordinan los derechos humanos de las personas y los derechos democráticos de las sociedades o colectivos, a los intereses geoestratégicos de Rusia o China . Lo que prima no es el derecho de la sociedad, de las clases obreras o populares, de las mujeres o de otros colectivos; sino el de mantener unido un bloque antiimperialista formado por un grupo de Estados frente a Estados Unidos y la OTAN. El mayor de los absurdos y aberraciones políticas y éticas es que, además, ese bloque de Estados con los que se alinea esta izquierda está conformado por potencias «imperialistas» como Rusia y regímenes autoritarios como los ya citados anteriormente; es decir, se trata de un bloque antiimperialista dirigido por una potencia militar con ambiciones territoriales fuera de sus fronteras; y de un bloque democrático donde los regímenes que lo forman no respetan los derechos humanos, las libertades democráticas o sindicales, los derechos de la minorías, de las personas homoxesuales y donde la mujer, como es el caso de Irán, es tratada como un ser inferior. Todo ello en aras de fortalecer un frente antinorteamericano o antioccidental.

2.- La otra gran incoherencia consiste en reivindicar con una mano el marxismo y las señas de identidad de la izquierda, mientras con la otra se está borrando todo análisis que tenga que ver con el materialismo histórico. Para Marx no había campos políticos o, si los había, no eran estructurales ni permanentes, sino contingentes. El noventa por ciento de los análisis sobre las sociedades que hizo Marx eran a partir del modo de producción capitalista y las contradicciones entre clases sociales que existen en todas las sociedades avanzadas. Esto que era cierto en el siglo XIX lo es mucho más en el siglo XXI. Las sociedades actuales no son menos sino más capitalistas y las clases sociales no solo existen, sino que no han dejado de aumentar las desigualdades por razones económicas, raciales, género o pobreza energética.

La “izquierda” que defiende a los burócratas del régimen cubano frente a la ciudadanía no está defendiendo el socialismo bajo la sempiterna excusa del bloqueo, lo que está defendido son los privilegios de una élite corrupta cuya pretensión es vivir por encima del resto. Nunca la geopolítica y las relaciones entre Estados pueden sustituir de manera permanente los análisis de las relaciones sociales de producción, el conflicto entre las clases y la perspectiva democrática y socialista. Así lo entendía Marx cuando por ejemplo escribió El 18 Brumario de Luis Bonaparte para analizar los acontecimientos en Francia.

III) Campismo o Socialismo

1.- La consolidación del Estado totalitario en la URSS y la degeneración del Komintern significaron un corte histórico en la construcción de la identidad socialista. Una espesa niebla evitó que viéramos la verdad objetiva. La verdad y los hechos fueron subvertidos y la mayoría de sus defensores aniquilados. Como dijo Orwell el totalitarismo ya fuera nazi o estalinista es un vaciamiento de la conciencia individual y colectiva. Las palabras que antes tenían un significado adquieren otro muy distinto. El lenguaje forma parte de las formas de dominación como explica Victor Klemperer en su libro titulado La lengua del III Reich (Minúscula, Barcelona, 2001).

En un primer momento se cambió el internacionalismo por el «socialismo en un solo país» y más tarde por la «teoría de los campos». El régimen soviético convirtió las ideas del socialismo en una ideología nacionalista y chauvinista. La guerra que libró la Unión Soviética contra Hitler no fue en nombre del socialismo, sino de la patria. Se ensalzó el nacionalismo ruso reaccionario (tal cual lo hace hoy Putin) y el papel de Pedro el Grande en la historia. Se extirpó la cultura democrática dentro del movimiento obrero y sindical como se venía haciendo en corrientes anarquistas, socialistas o cristianas. El humanismo era señalado como prejuicio burgués y se hizo creer que el trabajo a destajo y la productividad eran cualidades del socialismo.

Algunas veces se ha comparado la brutalidad burocrática soviética con la dictadura de Cromwell, con los jacobinos a partir de 1793 o con los primeros bolcheviques. Es un debate complejo. Pero la comparación entre los jacobinos y los estalinistas no resiste la prueba de los hechos. Incluso siendo totalmente críticos con el terror en la revolución francesa y rusa, creo que Trotsky tiene que ver más con Robespierre. Y Stalin con el Termidor. Pienso que la revolución no es un fin en sí mismo sino uno de los posibles medios para superar el capitalismo y que el socialismo democrático no se construye al final del camino, sino mientras lo vamos andando.

Creo que todas aquellas personas que seguimos reivindicando la necesidad de alcanzar una sociedad más justa, democrática e igualitaria (que podemos definir muy genéricamente como socialista), no debemos abstraernos de la contradicción objetiva o, mejor dicho, el conflicto histórico entre la libertad y la revolución. Un conflicto que vivieron los levellers en Inglaterra, los jacobinos en Francia o los bolcheviques en Rusia. Las revoluciones son actos de fuerza y violencia, y cuando esa revolución derriba el viejo régimen y nace un nuevo poder, este lo hace con la misma violencia que combatió anteriormente. No tengo respuesta para esa cuestión ni para otras tantas más. Sin embargo, entre la revolución bolchevique y la contrarrevolución estalinista hay un salto cualitativo inmenso. En términos poéticos yo diría que si las revoluciones se presentan a los revolucionarios como un grandioso drama de Shakespeare, las contrarrevoluciones no tienen el brillo de la estética ni el drama de la ética. Son más parecidas al ambiente sórdido de las novelas de Orwell o Koetsler.

 

 

 

Un siglo después -1917-2017-: Un legado entre escombros  (José Luis Mateos, 2017)  

Texto publicado originalmente en publico.es

Nadie consideraría razonable condenar la Revolución francesa por la evolución de la sociedad capitalista. En cambio, sí es habitual desacreditar la Revolución rusa desde los escombros dejados por el socialismo real, esa construcción política recreada por el estalinismo.
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Contra las oligarquías (Juan Manuel Vera, 2022)

Transcripción revisada de la intervención del autor en la presentación del libro Contra las oligarquías (El Perro Malo & Laertes) en la Biblioteca Marqués de Valdecilla de Madrid el día 29 de marzo de 2022. En el acto participaron Enrique del Olmo, Francisco Carvajal y el autor del libro, Juan Manuel Vera.

 Las reflexiones que sus lectores van a encontrar en las páginas de Contra las oligarquías ponen su foco en todo aquello que se opone al dominio de las oligarquías, desarrollando procesos colectivos que buscan la igualdad social, la democratización y la autogestión social.

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ESPACIOS LIBRES. Con las mujeres afganas. «No le importamos a nadie» (Carmen San José y Luis M. Sáenz, 2021))

Carmen San José es médica de familia y miembro del MATS. Luis M. Sáenz es jubilado y coeditor de Trasversales . Texto aparecido orginalmente en Infolibre

 

1. El retorno del poder talibán a Afganistán es un acontecimiento terrible. Una derrota de las mujeres y niñas afganas ante la expresión más brutal de la opresión patriarcal. Es una derrota de la Humanidad. El mundo se ha hecho peor. El cierre atropellado del paréntesis 2001-2021, en el que no se garantizaron los derechos de las mujeres ni se pusieron bases para una consolidación democratizadora, lleva a una situación aún mucho peor, hace más fuertes a los talibanes, los hará más agresivos y ampliará su capacidad de influencia y la de otras corrientes cuyo fascismo patriarcal-teocrático va bastante más lejos incluso que el cruel fundamentalismo patriarcal de estados como Arabia Saudí o Qatar. También fortalecerá la ofensiva neomachista que recorre el mundo si no les hacemos frente.

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¿Qué entiendo por socialismo? (Jesús Jaén, 2021)

Publicación original en Trasversales, 2001.

En los debates de Putney, el coronel Thomas Rainsborough, jefe de los Levellers (Niveladores), contestando a Oliver Cromwell dice: “Ningún hombre ha nacido esclavo. El campesino es tan libre como el príncipe porque cuando nació no llevaba puesto zuecos en los pies, ni una silla en la espalda; de la misma manera que el hijo del rey no llevaba una corona sobre la cabeza. Somos por nacimiento igual de libres y como tales, tenemos el poder de elegir gobierno por el que queremos ser representados….”

The Levellers: Los debates de Putney.En las raíces de la democracia moderna, Capitan swing, 2010

I

Reflexionando sobre el socialismo, Perry Anderson escribió en “Los fines de la Historia” un artículo donde abría cuatro hipótesis sobre el futuro del socialismo. Todas ellas trataban sobre la posibilidad de que experiencias anteriores a las revoluciones del siglo XX pudieran proyectarse en el futuro. La de los Jesuitas en Paraguay, la de los Levellers en la revolución inglesa, la de los jacobinos en 1789 o la del liberalismo del siglo XIX. Anderson señalaba la gran diferencia entre la fundación del socialismo en el siglo XIX (impregnado por la experiencia jacobina y el socialismo utópico) y la escasa continuidad que hubo entre las revoluciones de 1642 y 1789. Finalmente se preguntaba si los fracasados proyectos del llamado “socialismo real” podrían ser un punto de partida para la renovación de un nuevo socialismo.

Han transcurrido ya dos décadas del nuevo siglo. Las preguntas de Anderson siguen en el aire. En los últimos veinte años la revolución bolivariana en Venezuela concitó a sectores de militantes latinoamericanos. Las ilusiones por un nuevo socialismo del siglo XXI fueron muchas. Pero como ya ocurriera en los países del Este y Rusia, la experiencia ha fracasado en medio de una grave crisis económica, corrupción del régimen y limitaciones a los derechos democráticos. Hace unas semanas, el último bastión del socialismo de estado y nacional, Cuba, vivió un estallido de movilizaciones en las calles exigiendo medidas eficaces contra la pandemia y suministros básicos. La revuelta fue reprimida de manera implacable. ¿Es esa la respuesta del socialismo real -y tristemente existente- a las demandas de igualdad y libertad de sus ciudadanos?

En China en los años 70 se inició un camino hacia la restauración capitalista plena. El modelo más seguro elegido por la nomenklatura del Partido Comunista fue una superestructura política en forma de dictadura y unas bases económicas mixtas donde el desarrollo del capital privado se combina con el monopolio del estado a la hora de tomar decisiones de gran calado como, por ejemplo, dónde, cuánto y quiénes tienen derecho a invertir. El éxito económico del modelo chino no tiene secretos, está basado en una incorporación de millones de trabajadores del campo a la industria y en una mano de obra superexplotada. Algo que recuerda a las condiciones sociales que sufrió el proletariado en Inglaterra durante la primera revolución industrial. ¿Es eso el socialismo?

Los posibles escenarios propuestos por Anderson, basados en la continuación de algunas de las experiencias históricas de los últimos quinientos años, probablemente no sucederán. Los cambios a nivel de las tecnologías hacen presagiar un mundo muy diferente. El socialismo obsoleto y desgastado, como el mundo, debería ser transformado.

Es muy difícil que la humanidad en su conjunto pueda escaparse a la emergencia climática y, por lo tanto, creo que ese será (o debería ser) el nuevo impulso del socialismo. Un socialismo íntimamente unido a las luchas para evitar cambios intolerables en el planeta; pero que ofrezca, al mismo tiempo, una perspectiva de igualdad y libertad que hoy no tenemos. Mientras tanto ¿qué pasará con el capitalismo? Su capacidad de adaptación a lo largo de la historia es indiscutible. El capitalismo se ha mostrado como un sistema adaptable y dinámico.

¿Qué clases o qué sectores de la población mundial pueden estar más interesados en luchar por las ideas del socialismo? Sin descartar ninguna hipótesis, creo que las mujeres a nivel mundial van a ser el sujeto transformador más importante. Ya lo están siendo en los comienzos del siglo XXI. Si la mujer va ganando batallas al patriarcado y al capitalismo pueden ser la luz que vaya iluminando la lucha por un socialismo renovado.

II

La primera revolución socialista en el mundo triunfó en un país atrasado. Rusia era un inmenso continente donde se combinaba la industria capitalista en los centros urbanos y una servidumbre feudal en el campo. Los bolcheviques llegaron al poder y afrontaron un país agotado por la guerra y el inicio de una nueva guerra civil contra los ejércitos blancos. Es más que discutible que la idea de Lenin fuera avanzar en Rusia más allá de lo que podría llamarse un capitalismo de estado. Así mismo, el marxismo ruso provenía -como casi todos los componentes de la II Internacional- de una tradición socialista jacobina y profundamente estatalista (a diferencia de las corrientes anarquistas y sindicalistas revolucionarias de fuerte implantación en España, Rusia e Italia).

Los bolcheviques eran revolucionarios firmemente convencidos de que el futuro de su revolución estaba en manos de la revolución europea y que, para sobrevivir, solo les quedaba el impulso -aun mayor- del estado. La dinámica de los acontecimientos fue haciendo que ese jacobinismo estatalista se convirtiera en una nueva máquina de terror “rojo”, no solo contra sus oponentes políticos, sino contra ellos mismos y sectores cada vez más grandes de la población. Ese fue el comienzo del fin del bolchevismo y del gobierno revolucionario. La era de Stalin (contrarrevolución burocrática o Termidor) se inicia a partir de 1928 y tiene su auge en los años treinta con la deskularización y las grandes purgas. La teoría del socialismo en un solo país es su fuente teórica.

Una teoría que han utilizado los epígonos del estalinismo a lo largo del siglo XX. Trotsky la denominó una utopía reaccionaria porque tiene resultados catastróficos y abandona la lucha por la revolución internacional. En el terreno de la economía mundial los países capitalistas avanzados tienen el dominio de los mercados y una mayor productividad en el rendimiento del trabajo. El capitalismo es un sistema mundial basado en una competencia feroz de capitales en donde la subsistencia o la ganancia forman parte de una lucha diaria. Los países rezagados o atrasados no tienen ninguna posibilidad de acceder a un modo de producción o distribución socialista porque están sumidos en un desarrollo de las fuerzas productivas mucho menor. Estas, a su vez, han rebasado las fronteras nacionales.

Esa es la razón por la que ningún país del mundo, y en los días recientes una pequeña isla como Cuba, puede escapar a la competencia capitalista en razón de precios, productividad del trabajo y tecnología. Si no se empieza por reconocer esta evidencia empírica y científica, lo único que queda es una retórica nacionalista, edulcorada con fraseología revolucionaria y una vida diaria en donde la población sufre las desigualdades sociales y la falta de libertades.

III

El siglo XX no fue el siglo del socialismo como se preveía, sino de las guerras mundiales, el genocidio nazi y las mayores infamias a cargo de sátrapas de los cinco continentes. Una generación de marxistas, anarquistas o socialistas fue exterminada o desapareció de la faz de la tierra. Nada ha vuelto ni creo que volverá a ser igual.

Hubo muchas razones objetivas y subjetivas para que todos los acontecimientos del siglo XX se desarrollaran de esa manera y no de otra. Voy a dar una opinión con las debidas precauciones. Creo que el propio marxismo oficial, salvo contadas excepciones, adquirió un desarrollo doctrinario como si fuera una religión de estado. Eso le separó de sus raíces como ideología que pretendía criticar el modo de producción capitalista levantando la bandera del comunismo. La crítica de Marx al capitalismo no se limitaba a denunciar la explotación y la extracción de una plusvalía al trabajador, sino también el fetichismo de la mercancía y la alienación del ser humano. Esta idea central (rescatada más recientemente por algunos marxistas) podría haber corregido la visión economicista y vulgar de una gran parte de los marxistas del siglo XX, lo que en el caso de la URSS derivó en esa monstruosa parodia socialista que fue el stajanovismo.

En segundo lugar, creo que ese carácter semi-religioso otorgó a la clase obrera un lugar como sujeto portador de una nueva sociedad que, en principio, no se ha verificado. Una de las críticas más lúcidas que he leído en este sentido ha sido la del profesor marxista alemán Michael Heinreich que ha dicho: “El hecho de que una parte del proletariado se haya orientado en una dirección revolucionaria siempre ha sido, pues, un fenómeno transitorio”…. “Todos los miembros de la sociedad burguesa están sujetos al fetichismo de las relaciones sociales. Este fetichismo se plasma en formas de pensamiento objetivas, que estructuran la percepción de todos los miembros de la sociedad. Ni los capitalistas ni los trabajadores tienen una posición privilegiada para escapar al fetichismo”.

Si una de las supuestas bases científicas del “socialismo científico” era el lugar que ocupaba la clase obrera dentro del proceso de producción capitalista, situándolo en el centro (sujeto) de la revolución socialista, deberíamos empezar por reconocer que esto no fue así a excepción de un período histórico y en determinados sectores de esas clases. Todo lo contrario, las clases trabajadoras a nivel mundial han sido integradas tanto a los procesos de producción como a sus formas culturales. Solo así se puede explicar décadas de estabilidad capitalista en los países más adelantados. El impacto de esta integración dejaría sin materia prima revolucionaria a los marxistas durante décadas. El proletariado de los países adelantados se fue asimilando hasta creerse que era una nueva clase media. Una “clase” que no se reconocía a si misma en el proceso de producción pero si en el consumo.

En las últimas décadas el capitalismo además de integrar a numerosos sectores de las clases asalariadas a nivel mundial ha desarrollado, objetivamente, un imparable proceso de desintegración de todas las clases (con la excepción de los ricos más ricos). Aunque la cifra de trabajadoras y trabajadores a nivel mundial es cercana a los 3500 millones, estos no guardan apenas parecido con la formación de la clase obrera de los siglos XIX y XX. ¿Hemos entrado -como diría Thompson- en el siglo de la multitud, la revuelta y los motines?

IV

¿Qué es el socialismo? Esta, ha sido una pregunta recurrente a lo largo de la historia. Hay posibles y diferentes enfoques, el mio está mucho más próximo a lo que expresaron por ejemplo Victor Serge, George Orwell o William Morris. Un socialismo que entroncaría más, por ejemplo, con las corrientes anarquistas-libertarias o sindicalistas revolucionarias de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX que con los marxismos oficiales u otra variantes estructuralistas como Althusser.

Un socialismo que si quiere sobrevivir tendrá que reformularse en la era de la emergencia climática y el ascenso social de la mujer. Un socialismo cuyo motor económico y político no sería la hipertrofia del Estado, sino el desarrollo de organizaciones de productores asociados y organizados según las posibilidades tecnológicas y el ámbito espacial sobre el que pudiera construirse.

Hace más de setenta años cuando la revista Monthly Review le pidió a Albert Einstein un artículo sobre lo que él entendía por socialismo, éste, como no podía ser de otra manera, escribió en unas cuantas páginas una obra para la posteridad. Para Einstein, el socialismo no es tanto una ciencia ni una organización social completamente dibujada y perfecta, sino:

El socialismo está guiado por fin ético social. La ciencia sin embargo no puede establecer fines e inculcarlos en los seres humanos; la ciencia puede proveer de medios con los que lograr ciertos fines. Pero los fines por sí mismos son concebidos por personas con altos ideales éticos y -si estos fines no son endebles, sino vitales y vigorosos- son adaptados y llevados adelante por muchos seres humanos quienes de forma semi-inconsciente, determinan la evolución lenta de la sociedad.”

Creo que el primer y principal impulso de lucha por el socialismo no es un modelo abstracto (como sería la sociedad en un futuro) que, hoy por hoy, es inimaginable excepto para esos directores de cine especializados en películas distópicas. No, el principal impulso es la lucha misma y en la medida de lo posible, hacer sentir en cada una de esas acciones de mujeres y hombres en lucha la importancia de unos valores universales como la libertad y la igualdad o la fraternidad. Unos valores que no pueden esperar al socialismo (porque además no tenemos certeza alguna); sino que deben vivirse y lucharse desde ya mismo. En Cuba la lucha por el socialismo no es apoyar el régimen sino a la gente que se moviliza. En Afganistán la lucha por el socialismo lo representan las mujeres de todo el mundo contra el abyecto dominio del Talibán. No se trata solo de una confrontación política, se trata de una confrontación moral entre la igualdad y la desigualdad, el burka y la libertad.

V

Karl Marx representa un componente necesario en la comprensión y en la lucha por el socialismo internacional. Pero no el único. Mientras el marxismo resaltó o puso el énfasis en los factores económicos, otras corrientes como los anarquistas dieron enfoques más cercanos también al desarrollo del individuo. Un enfoque compartido por algunos humanistas como Oscar Wilde en los últimos años de su vida.

Aparentemente podría tratarse de una contradicción entre la igualdad y la libertad. Si bien es cierto que no fue esa la intención del movimiento marxista, tampoco podemos ignorar que fue desde sus filas desde donde se desarrollaron las corrientes con mayor influencia jacobina y estatalista. Y que los graves enfrentamientos entre comunistas y anarquistas no fueron simplemente verbales como lo demuestran las terribles experiencias de Kronstadt y Mayo del 37.

Por eso no es de extrañar que entre las corrientes más críticas del marxismo se encuentren el socialismo libertario y el humanismo socialista. En los momentos mas brutales del estalinismo se alzaron numerosas voces críticas. Me parece importante que se resalten dos de esas voces que fueron críticas incluso con los críticos, como fue el caso de Victor Serge con Trotsky y el de Orwell con el totalitarismo estalinista.

La definición de socialismo debería tender a poner el acento más que sobre la organización económica, sobre la organización política y jurídica, es decir sobre los derechos de las personas (problema de la libertad).” (Serge).

Por otra parte, otro socialista como Orwell, puso el foco en la lucha contra la burocratización. En un folleto titulado ¿Qué es el socialismo? dice:

¿Puede haber socialismo sin libertad, sin igualdad, sin internacionalismo? ¿Seguimos aspirando a la fraternidad humana universal o debemos conformarnos con un nuevo tipo de sociedad de castas en la que renunciemos a nuestros derechos individuales a cambio de la seguridad económica?”.

VI

No veo la lucha por el socialismo como una utopía para la posteridad. Creo que debe ser parte de nuestro accionar diario. El concepto de utopía, tal como lo entiendo, nos lleva al idealismo o la espiritualidad (al reino de los cielos como en la Edad Media). Las comunidades primitivas cristianas, los seguidores de Thomas Münzer o las sectas milenaristas (amaurianos, flagelantes, cátaros , valdenses…) no luchaban por un reino en la tierra sino en el cielo. La mística de la religión debería ser ajena a los valores del socialismo. Nosotros no creemos en la redención ni la salvación del alma, sino en la vida y la felicidad de los seres humanos aquí en la tierra.

En los siglos XVII y XVIII los Levellers y sans culottes atacaron mucho más a una sociedad de privilegios que a la esencia de la propiedad privada de los medios de producción. Tal es así porque el capitalismo aún no se había desarrollado lo suficiente, y también, en el caso de girondinos o jacobinos, porque ellos mismos eran ciudadanos libres que comenzaban a ser parte de un nuevo régimen social basado en el desarrollo capitalista. La utopía relativa de éstos, como diría Albert Camus, estaba en la tierra y muy por debajo de los campesinos que siguieron a Münzer.

Sin embargo en el siglo XX la lucha por el socialismo siguió otras pautas muy distintas (lo que no quiere decir que sea la única posible). La revolución es inevitable ante la concentración ilimitada de los medios políticos y económicos en manos de unas élites. Las dificultades para que esta sociedad capitalista pueda ser transformada positivamente por la acción humana es el mayor desafío en la historia de la civilización. Sin embargo merece la pena intentarlo. La naturaleza humana no es la culpable de nuestros males ni del capitalismo; sino la organización social de la que nos hemos dotado. Conseguir cada día un mundo más humano y ecológico, más feminista e igualitario, más libre y solidario, no es una utopía irrealizable sino la fuerza impulsora de nuestros actos.

BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA

1.- Los Levellers. Los debates de Putney. Capitán Swing

2.- Perry Anderson. Los fines de la historia. Anagrama.

3.-Orwell. 1984. Debolsillo.

4.- Trotsky. La revolución traicionada. Fontamara.

5.- Robert Bremmer. El debate Bremmer. Crítica.

6.- Michael Heinreich. Crítica a la economía política. Guillermo Escolar.

7.- Orwell. ¿Qué es el socialismo? Ensayos. Debolsillo.

8.- Victor Serge. Necesidad de renovación del socialismo. Base.

9.- Oscar Wilde. El alma del hombre bajo el socialismo. Obras completas. Aguilar.

10.- Albert Einstein. ¿Por qué el socialismo? Monthly Review.

Los fantasmas de Bucarest (Juan Manuel Vera, 2008)

Trasversales nº 8, 2008

Siempre que nos situamos ante una obra artística tenemos una relación con alguien que habla desde otro tiempo. En la escritura, entre las páginas físicas del libro, está la voz del autor, en la imagen pictórica o escultórica, la mano del artista. Incluso en la música.
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La revolución rusa y la crisis de 1921 (Jesús Jaén, 2021)

“Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente que ya existen y les han sido legadas del pasado”     

Karl Marx , El 18 Brumario de Luis Bonaparte (1852)

 

Presentación

Este artículo está divido en dos partes muy diferenciadas. En la primera he tratado de dar mi opinión sobre algunos problemas teóricos surgidos del proceso de degeneración de la revolución. En particular la crítica a la teoría del socialismo en un solo país. En la segunda parte, me he centrado en el desarrollo de los acontecimientos que tuvieron lugar en 1921 desde un punto de vista crítico. Por último, hay una breve reflexión sobre el papel de la revolución de octubre y los revolucionarios. Continuar leyendo «La revolución rusa y la crisis de 1921 (Jesús Jaén, 2021)»

Del tiempo en que Eugenio Fernández Granell tenía razón. Revolución, surrealismo, antitotalitarismo: 1936-1950 (Claudio Albertani, 2021)

Yo formé parte durante la guerra de una emigración socialista variopinta y más bien desfavorecida, porque seguíamos remontando la corriente de grandes ilusiones hoy desvalorizadas. Nunca hemos dejado de mantener nuestra protesta contra todos los despotismos sin excepción. Nunca hemos consentido en denunciar ciertos campos de concentración silenciando otros… Es preciso verlo claro, diría más, ver claro sin piedad, contra todo oportunismo político o ideológico.  Victor Serge

Nos había triturado el engranaje que habíamos puesto en marcha con nuestras propias manos. Cual ruedas del mecanismo, aterrorizados hasta el extravío, nos habíamos convertido en instrumentos de nuestra propia sumisión.  Todos los que no se alzaron contra la máquina stalinista son responsables, colectivamente responsables de sus crímenes. Tampoco yo me libro de este veredicto. Pero ¿quién protestó en aquella época? ¿Quién se levantó para gritar su hastío?   Leopold Trepper Continuar leyendo «Del tiempo en que Eugenio Fernández Granell tenía razón. Revolución, surrealismo, antitotalitarismo: 1936-1950 (Claudio Albertani, 2021)»

La religión como política (Luis M. Sáenz, 2008)

Trasversales número 9,  marzo 2008, versión electrónica. Intervención en la presentación del libro La Iglesia furiosa (Sepha, 2008), 21 de febrero de 2008, en la sala Maldonado 53, Madrid.

«El reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder», Corintios 1, atribuido a Pablo de Tarso

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