Artículo publicado en Cuadernos de Comunismo nº 5 con el título “Juan Andrade y la revolución española».
Juan Andrade nació en Madrid en 1897 y en esta ciudad pasó la mayor parte de su vida militante. A ella volverla también en 1979 después de haber pasado 40 años en París. Aunque ya no participaba activamente en ninguna organización política, nunca renunció a su pasado ni a su compromiso político; con la misma energía se resistía a vivir sólo del pasado. Con entusiasmo desbordante -aunque éste muchas veces fuera decepcionante- se sumía en los problemas de nuestros días.
La crisis combinada del capitalismo y del estalinismo, uno de cuyos exponentes más señalados fue el Mayo francés de 1968, había dado un nuevo aliento al marxismo revolucionario y a las organizaciones que reivindicaban ser herederas de aquella izquierda revolucionaria que durante el periodo de entreguerras había tratado de luchar a contracorriente por la revolución socialista. A esta izquierda revolucionaria, como posible «tercer gran partido obrero» y como alternativa al reformismo y al estalinismo, prestaba Juan Andrade todo su interés y apoyo sin sectarismo alguno.
Juan Andrade se caracterizó siempre por ser un lector asiduo e infatigable de libros, revistas y periódicos, algo que, contrariamente a otros dirigentes del movimiento obrero español, le permitió seguir de cerca los acontecimientos, las tendencias y las polémicas en el seno del movimiento obrero internacional, alejándose así de todo provincialismo e indigencia teórica. Fue en este sentido una gran excepción. Su oficio de escritor y periodista, profesión a la que se dedicó con gran entrega a lo largo de su vida de intelectual y militante, puede considerarse como su mayor contribución al movimiento obrero español. De esta actividad relacionada con el periodismo militante dan testimonio los años 1914-1940, años durante los cuales protagonizó buena parte de la historia del movimiento obrero español.
A la edad de 17 años se inició en la actividad política participando en las filas de las Juventudes Radicales -los » Jóvenes Bárbaros»-, precisamente cuando la opinión pública española se hallaba profunda y enconadamente dividido entre aliadófilos y germanófilos, una polarización que puso una y otra vez en peligro la frágil política de neutralidad del país. Las juventudes lerrouxistas despertaron el entusiasmo de Juan Andrade, porque entonces aparecían como la única corriente política que impulsaba un antibelicismo militante. El socialismo español, en cambio -al que se aproximaría poco después decepcionado por la gesticulante demagogia del lerrouxismo y por el entusiasmo que despertó en él la Revolución de Octubre-, se debatía entre el pacifismo wilsoniano, la aliadofilia y un tímido antibelicismo.
En 1919, ya como dirigente de las Juventudes Socialistas, se alineó con aquellos jóvenes militantes que trataron de imprimir al socialismo español una orientación revolucionaría. Desde las páginas de «Renovación», órgano de las JJ.SS., contribuyó decisivamente a que los socialistas españoles superaran su característica indigencia teórica y política conociendo las causas del derrumbe de la II Internacional así como la situación ideológica y política del movimiento obrero internacional tras la victoria de la Revolución rusa, y coincidiendo con la oleada revolucionaria que afectó a la casi totalidad de los países europeos entre 1917-1923. «Renovación» abandonaba así el obrerismo llorón y el reformismo paternalista que el pabloiglesismo había imprimido pacientemente al socialismo español. Juan Andrade descolló como firme partidario de la Revolución rusa y de la III Internacional, erigida en 1919 en partido mundial de la revolución. Y, de acuerdo con esa convicción, a principios de 1920, junto con otros dirigentes de las JJ.SS. tomó la histórica decisión de constituir el Partido Comunista Español, mientras el PSOE seguía empantanado en la mayor de las confusiones, pues tan pronto se adhería como se desadhería de la III Internacional siguiendo el vaivén de las contradictorias resoluciones que adoptaban sus Congresos. El resultado final de esta indecisión del socialismo español fue una tortuosa vuelta al punto de partida: al reformismo de la II Internacional. Pero, antes de que se llegara a este final, la iniciativa de los jóvenes socialistas fue emulada por varios dirigentes adultos del PSOE con la fundación del Partido Comunista Obrero Español en abril de 1921, inmediatamente después de conocerse la votación del Congreso extraordinario del PSOE, que arrojó 8.808 votos a favor de la reconstrucción de la II Internacional y 6.094 a favor de la adhesión a la III Internacional. Con la presencia en España de dos partidos comunistas la I.C. se planteó la urgente necesidad de proceder a un proceso de unificación. No fue sencillo. El izquierdismo de los jóvenes del PC español y las acusaciones de oportunismo que éstos lanzaban contra los integrantes del PCOE, dieron lugar a un dilatado y accidentado periodo de negociaciones que, bajo la presión de los mediadores de la III Internacional, culminó en diciembre de 1921 con la constitución del PCE. A lo largo del año 1920, cuando el país todavía vivía en un clima prerrevolucionario tras la abortada huelga general revolucionaria de 1917, la agitación campesina, la guerra de Marruecos, y un ambiente de guerra civil en Catalunya entre sindicalistas y patronos, Juan Andrade y otros miembros del PC español realizaron una intensa labor de información, agitación y proselitismo desde su órgano “El Comunista”. Sus columnas lanzaban insistentes ataques al oportunismo, al reformismo y al parlamentarismo inspirándose en la orientación ultraizquierdista que el Buró de Amsterdam de la III Internacional, responsable para Europa occidental, confería a los diversos partidos comunistas de reciente creación. De este periodo datan la correspondencia y contactos que Juan Andrade mantuvo con dirigentes comunistas tan destacados como Geers, Pannekoek, Rutgers, Henriette Roland-Holst, Amadeo Bordiga y Gorter. Lenin, como se sabe, atacaría con vehemencia esta orientación en su escrito, de 1920, “El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo”, escrito que los jóvenes comunistas españoles consideraron «abominable», si bien las tesis del II Congreso de la III Internacional sobre acción. parlamentaria les obligaron a proceder a una profunda reflexión y abandonar sus iniciales planteamientos antiparlamentarios. La lucha por el Frente Único, la unidad sindical y la combinación de la acción parlamentaria con movilizaciones de masas se convertirían en los ejes del naciente PCE, si bien sus escasos efectivos y la falta de tradición revolucionaria del socialismo español hicieron de él un partido casi exclusivamente propagandista. Juan Andrade, como director del órgano oficial del PCE, “La Antorcha”, desempeñó un importante papel dada la reducida implantación e intervención práctica del partido.
Había sido desde luego un error de la III Internacional crear un PCE desgajado exclusivamente de una débil izquierda socialista cuando el sector más combativo y
con fuerte implantación obrera se encontraba particularmente en España, a diferencia de otros países, encuadrado en la CNT (en 1919, la CNT contaba con 756.101 afiliados, mientras la UGT tenía 150.000 y el PSOE 50.000). Tanto más por cuanto el anarco-sindicalismo español se había adherido con entusiasmo a la Internacional Sindical Roja en diciembre de 1919, aunque, ya en 1922, en parte debido al protagonismo que Moscú daba al PCE, la central obrera más numerosa y combativa rompía sus lazos con la revolución de Octubre y el Estado Obrero. A pesar de ello, en diciembre de 1922, un sector «pro-bolchevique», disconforme con el distanciamiento de Moscú, formó los Comités Sindicalistas Revolucionarios como tendencia. favorable a la III Internacional dentro de la CNT. Se trataba de sindicatos fundamentalmente leridanos asociados a dirigentes cenetistas como Maurín, Nin, Arlandis y Bonet, que tenían como órgano a “La Batalla”. Poco después iniciarían contactos con los núcleos comunistas españoles, al tiempo que su vinculación a la ISR propició su deslizamiento gradual desde posiciones sindicalistas revolucionarias, de fuerte influencia soreliana, a posiciones comunistas. A raíz de esta aproximación Juan Andrade empezó a colaborar con cierta frecuencia en las páginas de “La Batalla”, iniciándose así un contacto cada vez más estrecho entre ambas organizaciones. Tras la instauración de la dictadura de Primo de Rivera, que fue una forma de cortar el desarrollo de una situación revolucionaria en España, el grupo cenetista «pro-bolchevique» se integraría en 1924 en el PCE, constituyéndose la Federación Catalano-Balear. Esta fusión se produjo en condiciones excepcionales: el PCE fue declarado ilegal; la mayor parte de sus dirigentes se encontraban encarcelados y sometidos a una actividad clandestina en los escasos períodos de libertad; la Dictadura, paradójicamente, sólo toleró la publicación de “La Antorcha” a condición de que el semanario comunista no publicara nada contrarío a ella. A la represión sucedió la desmoralización y una profunda crisis en el seno del PCE, coincidente con el viraje estalinista que afectó a la I.C. tras el V Congreso y las críticas que los militantes españoles dirigieron contra la pasividad del C.C. del PCE. Una nueva oleada represiva encarceló en 1925 al nuevo C.C. y prohibió la aparición de “La Batalla”; todo ello obligó a reconstruir la dirección del PCE en París, para lo que Moscú contó con aquellos comunistas españoles exilados que no se habían identificado con la «oposición trotskista». La llamada «bolchevización» del PCE dejó a éste fundamentalmente en manos de Bullejos- Trílla, que iniciaron una calamitosa política de expulsiones como forma de entender el «centralismo democrático» en el partido. Juan Andrade sería uno de los primeros comunistas españoles que se identificara con la Oposición de Izquierda que dirigió Trotsky en la URSS hasta 1927 y, como director de “La Antorcha”, se negó a publicar las expulsiones que la dirección del PCE había decidido efectuar para «garantizar la disciplina en el seno del partido». Su aproximación al «trotskismo» partía, por tanto, de su concepción sobre la democracia obrera. La crisis del PCE era ya evidente. En 1926 apenas contaba con 500 militantes.
Juan Andrade, destituido en 1927 como director del semanario comunista, inició una nueva andadura al frente de la Agrupación Comunista madrileña, muy autonomizada, convirtiéndola en núcleo de lo que en 1931 sería la Oposición Comunista de Izquierda Española (OCE). Hasta la proclamación de la II República en 1931, Andrade proliferó sus contactos con miembros disidentes del PCE y, en especial, con la Oposición de Izquierda Internacional, si bien los primeros núcleos trotskistas españoles surgieron en Bélgica, donde apareció también el primer núcleo de la revista “Comunismo”, de la que luego él mismo sería director. La OCE, creada en Lieja en 1930, se implantó en España a principios de 1931 y Juan Andrade pasó a formar parte de su Comité Ejecutivo. La OCE se vió reforzada casi desde su constitución por Andreu Nin, antiguo dirigente cenetísta, secretario de la Internacional Sindical Roja (1922-1929), miembro de la Oposición de Izquierda en la URSS, y, ya en España, colaborador en 1930 de la dirección de la Federación Catalano-Balear y, finalmente, en 1931, tras su fracasada tentativa de convencer y ganar a una línea oposicionista a Joaquín Maurín y al recién creado Bloc Obrer i Camperol -resultante de la fusión de la Federación Comunista Catalano-Balear con el Partít Comunista Català, que juntos agrupaban a 700 miembros frente a los 50 del PCE en Catalunya-, formó parte del Comité Ejecutivo de la OCE. De este período arranca una profunda amistad e identificación política entre Nin y Andrade. Ambos siguieron hasta 1933 las orientaciones generales de la Oposición de Izquierda Internacional, a pesar de que Trotsky adoptara desde 1931 una actitud crítica hacia los oposicionistas españoles a causa de lo que él juzgaba falta de decisión de éstos en crear una estructura oposicionista fuerte en un momento en que era todavía posible ganar la hegemonía dentro de un PCE numéricamente débil y políticamente marginado y en crisis por el bandazo ultraizquierdista y sectario del denominado .’tercer periodo» (1928-
1933). España, en plena efervescencia política, era en efecto el país que, junto con Francia, ofrecía las mayores posibilidades revolucionarias al radicalizarse las demandas democráticas, desgastarse el gobierno republicano-socialista y perder credibilidad la alternativa reformista con la derechización e incluso fascistización de la burguesía española. España era también un país donde era más factible que en cualquier otro ganar la lucha por el control político-organizativo del PCE con el fin de presionar a favor de una rectificación de la I.C. Tanto Nin como Andrade contribuyeron sobremanera a que la OCE tuviera una implantación a escala estatal (los oposicionistas españoles llegaron a contar entre 500-1.000 miembros), si bien la valoración que hacían de una futura permanencia en el PCE y de la posibilidad de transformarlo desde dentro difería de la de Trotsky. Ya en abril de 1932, la OCE pasó significativamente a llamarse Izquierda Comunista Española (ICE) alegando que “la Oposición no tiene más programa que la “reforma del partido», pues hace de esta reforma condición previa para la ejecución de su política. La actitud tradicional de la Oposición es de todo punto insuficiente en las circunstancias actuales y, de persistir en ella la Oposición, no conseguirá ser en los momentos decisivos una solución política. Porque las reformas parciales que consiga hacer en la Internacional no modifican sustancialmente el estalinismo». Esta creciente autonomía de la ICE con respecto a Trotsky y la Oposición de Izquierda Internacional fue agrandándose al tiempo que los debates sobre la creación o no de un partido revolucionario independiente de la IC enrareció la situación en el seno del movimiento trotskista y de la ICE. Para Trotsky la nueva orientación de la ICE reflejaba una profunda incomprensión del peso del aparato estalinista internacional, a su juicio consecuencia del escaso interés y participación que mostraban los oposicionistas españoles por los debates internacionales; esta valoración no fue lógicamente compartida por la ICE.
Es más, la subida al poder de Hitler vino a confirmarles la debacle de la IC estalinista y la inminencia de una remodelación global de las fuerzas revolucionarias en Europa occidental, al margen de los partidos obreros tradicionales. Trotsky extrajo también tras la victoria del nazismo en Alemania la misma conclusión acerca del carácter irreformable de la IC, aunque no las mismas perspectivas político-organizativas. Ciertamente, en agosto de 1933, la Oposición de Izquierda Internacional pasó a denominarse Liga Comunista Internacional y, poco después, ante el ascenso del fascismo, la paralela radicalización de las organizaciones obreras y la urgencia de optar por la vía más rápida para crear un partido revolucionario de masas, propugnó en adelante el ”entrismo» en las organizaciones obreras tradicionales antes de constituir partidos revolucionarios independientes y una IV Internacional. Este denominado «giro francés» del movimiento trotskista rompió prácticamente toda ligazón con la ICE en el terreno organizativo.
Entretanto, en España, tras el frustrado golpe militar de Sanjurjo en agosto de 1932, la derecha logró ir ganando posiciones coincidiendo con un proceso de unificación de todas las fuerzas derechistas, logro que, en las elecciones de noviembre de 1933, le dio la victoria. Se inauguraba así el «bienio negro» que inició un proceso de despiece de las conquistas populares. El movimiento obrero experimentó paralelamente un contradictorio proceso de radicalización y recomposición que en un principio se realizó bajo el signo de una desmoralización acompañada de una fuerte aspiración a favor de la unidad obrera a fin de iniciar la resistencia, y, meses más tarde, bajo el signo de la ofensiva obrera. Desde «Comunismo», Juan Andrade expresaba en el otoño de 1932 la desconfianza que todavía albergaba la ICE acerca de un cambio de actitud del socialismo español cuando decía:
«(…) Este combate contra la reacción no tendrá verdadera virtualidad si no se lleva íntimamente ligado a la lucha contra los republicanos y socialistas, que con su política de represión contra la clase obrera revolucionaria hacen posible el levantamiento de la reacción, y, principalmente, contra los elementos radicales lerrouxistas, que bajo la máscara del republicanismo hacen la política de los monárquicos. La revolución iniciada el 14 de abril tiene en el proletariado a su único y verdadero defensor. Frente a la prensa venal republicana, que predica ya el impunismo de los generales reaccionarios, debe alzarse, enérgico y resuelto, el proletariado para exigir el fusilamiento de los culpables (…)».
Dos años más tarde modificaría su criterio cuando la política de Frente Único se convirtió en una posibilidad y apremiante necesidad. Con la constitución en diciembre de 1933 de las Alianzas Obreras, en cuya gestación desempeñó la ICE y el BOC un papel decisivo Juan Andrade lo valoraría de la forma siguiente:
«(. ..) Las alianzas surgieron a raíz de las elecciones generales de noviembre como consecuencia de la necesidad que inmediatamente sintió la clase obrera de ofrecer un bloque compacto a la reacción (…) Ante aquella aparente rectificación de conducta del socialismo, las minorías obreras que integran las alianzas se plantearon la cuestión de obligar en el terreno de los hechos al partido socialista de ser consecuente con sus declaraciones de unidad».
Pero, al mismo tiempo, expresaba también sus dudas de que esto fuera suficiente por cuanto:
«quizás el anarquismo español esté llamado a representar en España un papel tan nefasto como el jugado en Alemania por el stalinismo. Queríamos decir con ello que ejerciendo su influencia sobre extensas masas obreras (igual que el PC alemán), siendo la segunda organización obrera por el número de afiliados (igual que el PC alemán), con su política sectaria (también es ultimatista el anarquismo español: «en las filas de la CNT está hecho el verdadero frente único»), puede conducir al proletariado hispano a una derrota semejante a la que el estalinismo condujo a la clase obrera alemana».
Estos análisis de Juan Andrade fueron expuestos en la revista teórica “Comunismo”, a la que como director confirió un merecido prestigio y difusión de las ideas, programa y actividad de la ICE; con una tirada de 1.500 ejemplares no sólo extendió y consolidó a la ICE, sino que, además, la revista fue semillero de los primeros núcleos oposicionistas en diversos países de América Latina (Chile, Cuba, Panamá, etc.). A Andrade se debe también la difusión de las principales obras de Trotsky y otros destacados miembros de la izquierda revolucionaria, pues su nombre estaba asociado a las editoriales Cénit y Hoy. Durante el año 1932 perteneció también a la redacción del semanario “El Soviet” y “La Antorcha”, ambos de vida efímera. Mayor importancia y duración tuvieron las Ediciones Comunismo, también cargo de Juan Andrade.
El fracaso de la insurrección de octubre de 1934 y el viraje que la IC dio a su anterior política ultraizquierdista reemplazándola por una línea frentepopulista como forma político-organizativa para combatir al fascismo, permitió que el estalinismo ejerciera una mayor influencia en la política española. Las Alianzas Obreras fueron olvidadas paulatinamente y la ICE junto con otras organizaciones obreras iniciaron conversaciones para transformar la anterior aspiración hacia el Frente Único por la creación de un Partido Único del proletariado. De estas negociaciones sólo se consiguió la fundación del Partido Obrero de Unificación Marxista en septiembre de 1935 (resultado de la fusión del BOC y de la ICE) y de cuyo Comité Ejecutivo formaría parte Juan Andrade. Las bases radicalizadas del PSOE o bien permanecerían en el partido o bien se pasarían al PCE; lo mismo cabe decir de la UGT y, en el caso de las Juventudes Socialistas, éstas se pasaron íntegramente al PCE a principios de 1936.
El arrinconamiento del POUM y el temor a quedarse al margen del movimiento antifascista que impulsaba la línea frentepopulista de la IC, hizo que el partido se integrara en enero de 1936 en la comisión electoral del Frente Popular de forma provisional y como mal menor. Juan Andrade fue el representante que firmó el programa del. Frente Popular en nombre del POUM y, a lo largo del año 1936, tras la victoria del Frente Popular en febrero de 1936, participó activamente en “La Batalla”, órgano del POUM. Las editoriales y las notas políticas diarias, escritas por Juan Andrade, reflejan las vicisitudes del movimiento obrero español en la guerra civil. Aquí no podemos recoger toda la riqueza informativa que suministran (bajo el título «La revolución española día a día”, han sido recopilados y publicados por Editorial Nueva Era), aunque sí destacar que revelan la política del POUM durante el período 1936-37, cuando la zona republicana se encontraba en una situación de doble poder antes de que el estalinismo y el reformismo se ocuparan de recomponer el Estado burgués. Con clarividencia, Andrade escribiría en noviembre de 1936 lo siguiente:
«La continuación del ritmo revolucionario obliga a buscar una variación más progresiva en la composición ministerial, composición que no podía ser otra que un Gobierno obrero apoyado en nuevos órganos de poder, es decir, en comités de obreros, campesinos y combatientes. En este momento preciso es cuando surgen los «unificados», para, fuertes en el apoyo material que puedan prestarles sus inspiradores, frenar aún más el curso clasista de la revolución. El stalinismo, o su edición catalana, los «unificados», se han convertido prácticamente en el factor más conservador en el desarrollo de los acontecimientos revolucionarios de España.
Cuando los trabajadores militantes en el comunismo oficial han expresado a los dirigentes sus discrepancias por la política del Frente Popular, éstos les han explicado que dicha táctica presuponía la previa formación de la unidad de acción proletaria para hacer caer bajo la órbita de la clase trabajadora a todas las fracciones de la pequeña burguesía. La realidad es absolutamente contraria a esta estrategia. Se procura cada vez más obtener la firma de acuerdos unitarios genéricos entre las dos grandes organizaciones sindicales y entre anarquistas, socialistas y comunistas; pero el sentido de estos pactos, no es precisamente fortalecer las posiciones de la clase trabajadora, sino someter a ésta a la disciplina de las posiciones que adopten los gobernantes pequeño-burgueses».