Versión revisada y corregida de la introducción a ¿Socialismo o fascismo? Joaquín Maurín y la revolución española 1934-1936 (1)
En vísperas de la guerra civil y revolución, Joaquín Maurín estuvo en el punto más álgido de su vida política. Secretario General del recién formado POUM y diputado en las Cortes, sus escritos y sus discursos son testimonio de uno de los momentos a la vez más dramáticos y más esperanzadores en la historia del movimiento obrero. Los acontecimientos de octubre 1934 (2) iban a ser un hito en el camino hacia lo que Maurín llamaría “la segunda revolución”. En los veinte meses posteriores a la frustrada huelga general revolucionaria se plantarían los temas candentes para Maurín y los suyos: el fracaso del proyecto reformista de la República, la creciente amenaza de la derecha autoritaria y la imprescindible necesidad de la unidad obrera.
En su evolución desde el sindicalismo revolucionario al comunismo Maurín siempre había mostrado su capacidad de analizar los acontecimientos en una forma independiente de cualquiera ortodoxia.(3). Por eso no tardó en entrar en conflicto con el Partido Comunista. Ya expulsado del PCE en 1930, Maurín intentaba situarse como comunista en el contexto de una creciente crisis política y revolucionaria. Como muchos comunistas disidentes de la época sus primeros pasos no estuvieron exentos de un cierto eclecticismo. El propio Maurín diría muchos años más tarde que el partido que ayudó a fundar en 1931, el Bloque Obrero y Campesino (BOC), fue «ideológicamente influenciado por Marx y Engels, por Lenin y Bujarin, muy poco por Trotsky y nada en absoluto por Stalin». (4) La acusación de que Maurín y el BOC fueron “bujarinistas” fue sostenida en los años treinta por los trotskistas y después por varios historiadores. Sin embargo una mirada precisa a las posiciones defendidas por Maurín y el BOC a principios de los años treinta muestra que había poca influencia de las ideas de Bujarin.(5) Más bien hubo una evolución hacia posiciones más cercanas al trotskismo, aunque no en cuestiones estratégicas y tácticas, pero si en cuestiones de principio. Mientras en la prensa del BOC y, después de 1935, del POUM no apareció casi nada escrito por Bujarin, se publicaron con una cierta regularidad escritos de Trotsky. Y a pesar de las duras críticas del viejo bolchevique a su partido, el propio Maurín siempre tenía una opinión favorable de Trotsky.(6)
Ya a finales de 1932, Maurín había afirmado que, tras la muerte de Lenin, la Internacional Comunista (IC) se burocratizó enormemente «bajo el mando de Zinoviev» y que «Bujarin, que le sustituyó, no hizo nada más que cambiar de equipo. El régimen era el mismo…. al sistema ‘putchista’ de Zinoviev se sustituyó la política de derecha de Bujarin-Stalin que culminó en la alianza con Tchang-Kai-Shek…» Maurín no solamente hizo una crítica furibunda de la teoría del “socialismo en un solo país” – teoría tan asociada con Bujarin como con Stalin – sino que a principios de 1933, explicó que las premisas principales que sustentaba el comunismo del BOC coincidían ya con las establecidas por los cuatro primeros congresos de la IC (7), el período de influencia de Lenin y Trotsky.
Durante los años de la guerra y revolución y la posguerra, Maurín vivía su propia tragedia, además de la tragedia más general que padecieron millones de sus compatriotas, atrapado en Galicia en los primeros días de la guerra civil y después en su odisea por las cárceles de Franco. (8) En el exilio, alejado de la actividad política y en el contexto de un mundo muy cambiado, como otros de su generación se convenció de que la hora de las revoluciones había pasado. Por eso, y sobre todo por una cierta tendencia a relativizar el comunismo de Maurín desde un punto de vista retrospectivo, nos parece interesante presentar sus ideas como eran en su momento. Más aún porque muchos de sus viejos camaradas no pasaron por la misma evolución y seguían defendiendo el socialismo revolucionario de su juventud. Estas divergencias, desde nuestro punto de vista, no restan relevancia a las posiciones de Maurín como líder del POUM en vísperas de la revolución del julio de 1936.
Los escritos de Maurín de esta época se centran en una conclusión implacable: la dicotomía del “socialismo o fascismo”. No había otra posible conclusión a la lucha a muerte entre los dos grandes contrincantes: la burguesía y el proletariado. La más importante exposición del pensamiento de Maurín sobre el proceso histórico de la revolución española se encuentra en su libro Hacia la Segunda Revolución escrito a principios del 1935; que se puede ver como la continuación de su obra La revolución española de 1931.
El problema central con el que se encontraban todos los teóricos marxistas al estudiar el caso del Estado español fue supuestamente que la revolución burguesa no se había llevado a cabo. Tanto los socialistas como, al menos después de 1935, los comunistas ‘oficiales’ pensaron que tocaba a la burguesía, o mejor dicho al republicanismo pequeño burgués, terminar esta revolución antes de que el proletariado pudiera empezar la etapa socialista. Para Maurín en 1931 la cuestión no estaba solamente en acabar con la monarquía sino que se debía conquistar también la distribución de la tierra para las masas rurales, la autodeterminación de las minorías nacionales, romper el poder de la Iglesia y desmantelar el ejército. A diferencia de la mayoría de los marxistas españoles, Maurín argumentaba que ni la burguesía, ni ningún sector de la misma, eran capaces de realizar esta revolución. Fundamentaba su análisis en la naturaleza atrasada del capitalismo español, que determinaba la composición de las clases dominantes por una alianza entre fuerzas semifeudales y burguesas, alianza que había impedido el desarrollo de una verdadera democracia burguesa. La experiencia de todo el período de la Restauración y más tarde de la dictadura de Primo de Rivera parecía confirmar este análisis.
La crisis del régimen anterior, agravada por el deterioro de la situación económica, había permitido que un sector de la pequeña burguesía, representado por los partidos republicanos, llenarse el vacío de poder. No obstante, para Maurín, esta clase tampoco estaba en condiciones de completar la revolución democrática. La pequeña burguesía carecía de la solidez y del poder necesario para enfrentarse a los férreos intereses de la tradicional oligarquía dominante. Entre 1931 y 1933, los planes del gobierno republicano dirigidos a no introducir ni siquiera las más mínimas reformas sociales y políticas se enfrentaron al sabotaje de la clase dominante atrincherada en sus intereses. Además el republicanismo pequeño burgués no solamente se había mostrado incapaz de llevar a cabo la “revolución democrática”, sino que reprimía cada vez con más dureza las movilizaciones populares.
Según Maurín fue la clase obrera la que tuvo que “ser el gran libertador que aporte la solución ansiada a los problemas de la revolución democrática: tierra, nacionalidades, estructuración del Estado, liberación de la mujer, destrucción del Poder de la Iglesia, aniquilamiento de las castas parasitarias, mejoramiento moral y material de la situación de los trabajadores”.(9) Y si los partidos pequeño burgueses tuvieron el poder se debía a que la clase trabajadora estaba dividida y carecía de una ideología revolucionaria coherente.
Ya en 1935 Maurín destaca cada vez más en su análisis el hecho que bajo la dirección de la clase obrera la revolución democrática se convertiría en socialista. La próxima revolución, la “segunda”, sería “democrático-socialista” y el movimiento revolucionario de octubre había sido “el cañonazo histórico anunciándola”. Escribiendo en la primavera de 1936, Maurín insistiría en que la revolución pendiente sería “democrática y socialista a la vez, puesto que el proletariado triunfante tiene que hacer una buena parte de la revolución que correspondía a la burguesía y, simultáneamente, ha de empezar la revolución socialista”. (10)
Ha habido una cierta confusión sobre lo significaba para Maurín y el POUM la revolución democrático-socialista. Por ejemplo, Trotsky, escribiendo en los primeros meses de 1936, la calificó de «galimatías ecléctico» y argumentaba que la revolución de octubre de 1917 en Rusia había demostrado que «la revolución democrática y la revolución socialista se encuentran en lados opuestos de la barricada» y que, en España, ya se había llevado a cabo la revolución democrática, pero que ahora el Frente Popular «la resucita». Para Trotsky, la revolución socialista sólo podía hacerse realidad mediante una lucha implacable contra la revolución «democrática» y su Frente Popular. Carecía de sentido, por lo tanto, esa «síntesis de la revolución democrático-socialista». (11)
En contraste, Maurín deja claro las similitudes entre su posición y la de los bolcheviques en 1917 cuando en abril 1936 escribe: “Plantear el problema de la democracia -que es adjetivo y no sustantivo- significa abordar la cuestión de la toma del Poder por la clase trabajadora. Hablar de democracia al margen del socialismo es como creer que la luna puede ser atraída a la tierra utilizando una lente gigantesca. La óptica no se transforma en mecánica, sino en fantasía. (…) Frente a socialistas y comunistas, hay un sector marxista, el nuestro, que parte del supuesto de que estamos en presencia, no de una revolución democrático-burguesa, sino democrático-socialista o para mayor precisión, socialista.” (12) Como explica el programa del POUM “Nuestra revolución es democrático-socialista, es decir burguesa y socialista a la vez. Ahora bien, hay aspectos burgueses, democráticos, de la revolución que lejos de estar en contradicción con los objetivos socialistas, concuerdan. El hecho de que los campesinos españoles tomen la tierra es un acto revolucionario de gran trascendencia, ya que ayuda a destruir el Poder de los residuos feudales estrechamente unidos a la gran burguesía.”(13)
Al mismo tiempo, la dimensión internacional de esta revolución nunca se pierde de vista. Como decía Maurín a una multitud «eufórica» de unas cinco mil personas en Madrid durante la campaña electoral a principios de 1936, “el triunfo de nuestra revolución, que trace entre Madrid y Moscú una diagonal sobre Europa… (contribuiría) al hundimiento del fascismo en todo el mundo». (14) En el mismo sentido escribió en Hacia la Segunda Revolución que una revolución victoriosa significaría una “diagonal trazada en el mapa de Europa desde Lisboa-Madrid-Barcelona hasta Moscú cambiará del todo la política europea” y afirma que “se ha iniciado el ciclo de una nueva revolución mundial: la revolución socialista. Rusia, la URSS., es a este respecto lo que fue para la transformación universal de la burguesía, la Revolución inglesa del siglo XVII: la vanguardia”. Años más tarde, en la edición de 1966 de Hacia la segunda revolución, deseando marcar distancia con el ya muy desacreditado comunismo Maurín cortó estas referencias a Moscú y la URSS. (15)
No obstante en los años treinta el BOC y después el POUM distinguieron entre el estalinismo contrarrevolucionario y el comunismo revolucionario de los bolcheviques. Por eso los dirigentes del POUM, pese a sus críticas, no descuidaban lo que consideraban su deber de «defender a la URSS» y “la defensa más eficaz de la URSS, no la constituyen ni los Pactos ni los Tratados, sino la lucha revolucionaria por el hundimiento de la burguesía de los demás países”. En mayo de 1936, una declaración del Comité Ejecutivo afirmaba que la caída de esta «fortaleza de la revolución proletaria mundial [constituiría de producirse] una catástrofe de consecuencias tremendas para el desenvolvimiento de la causa de los trabajadores en todo el mundo».(16) La clase obrera rusa «con sus esfuerzos incalculables ha trazado el camino, difícil, pero heroico, que inicia el camino hacia la liberación definitiva de la Humanidad», pero esto no justificaba aceptar la «concepción teológica antimarxista» de que todo lo que sucedía en la URSS fuese perfecto. Para el POUM, esta actitud era tan dañina para la URSS como la de quienes la atacaban sistemáticamente. El movimiento obrero debía compaginar una «entusiasta defensa de la revolución [con] el derecho a la crítica y a la evaluación», actitud que, como Lenin había afirmado, era la mejor manera de contribuir a la revolución mundial. Extender la revolución y no frenarla, era, en opinión del POUM, la manera más idónea de defender a la URSS. A diferencia del Comintern, Maurín afirmaba en agosto 1935 que la revolución mundial continuaba siendo posible, siempre que el movimiento obrero no «capitulase ante la burguesía» como lo había hecho en 1914.(17)
El auge del fascismo a nivel internacional fue determinante en la radicalización de sectores importantes del movimiento obrero español durante los años treinta. Sobre todo esto sucedió entre los socialistas. El BOC fue prácticamente la única organización, aparte de la notable excepción de la Izquierda Comunista (ICE), que estableció inmediatamente paralelismos entre las condiciones que habían producido el fascismo alemán y la situación española. Según Maurín, escribiendo en marzo 1933, al igual que en Alemania, el empeoramiento de la crisis económica en España abría la posibilidad de que se desarrollasen movimientos fascistas o movimientos contrarrevolucionarios afines al fascismo. La división en el movimiento obrero entre el socialismo reformista y el “aventurerismo anarquista”, entorpecía una reacción unitaria del movimiento obrero frente a esta amenaza. Asimismo, el fracaso de la socialdemocracia gobernante y la consiguiente desmoralización del proletariado se conjugaban en España con el provecho que los anarquistas sacaban a la situación para proclamar que el fracaso era del «socialismo» mismo. Existía también una pequeña burguesía descontenta a la que amenazaba la ruina económica. Existía el peligro de que el total fracaso del régimen republicano en la conquista de las metas de la revolución democrática, junto con la inexistencia de una alternativa obrera revolucionaria, llevasen a las clases medias hacia el fascismo. Para desarrollarse, el fascismo requería, además, que hubiese una «burguesía totalmente reaccionaria» y la ausencia, o la eliminación, del liberalismo burgués. Finalmente, el material humano necesario para las «hordas» fascistas podía, en potencia, reclutarse por un lado entre los parados y por otro entre las milicias carlistas, los requetés y otras organizaciones derechistas paramilitares o juveniles.(18)
Sin embargo, en España se daban a menos tres factores importantes, que Maurín subrayó, y que diferenciaban claramente la realidad española de la alemana. En primer lugar, el movimiento obrero no había sido derrotado como en Alemania, por lo que seguía existiendo la posibilidad de organizar la resistencia contra la derecha. En segundo lugar, la pequeña burguesía, pese a los crecientes problemas que arrostraba, aún no había dado la espalda a la democracia burguesa. En tercer lugar, tampoco se había desarrollado todavía un partido fascista de masas. El principal aglutinador de la derecha autoritaria era la CEDA. A pesar de que muchos de sus líderes profesaban admiración por Hitler y de que el partido gozaba de un apoyo creciente, sobre todo entre los campesinos católicos castellanos, su conservadurismo y clericalismo no le permitían transformarse en un partido dinámico de masas como era el nazi. Maurín afirmaba que la naturaleza de la contrarrevolución en España sería «una resurrección en otras circunstancias del carlismo clásico, modernizado, claro está, con influencias mussolinescas y hitlerianas». Las circunstancias históricas de la península favorecían que la contrarrevolución fuese a darse bajo la forma de un clásico pronunciamiento o golpe militar.(19)
La victoria de la derecha en los comicios de noviembre 1933 provocó una radicalización generalizada en las filas del movimiento obrero; gran parte de la cual estaba cada vez más convencido que la CEDA, si tuviera la oportunidad, introduciría el fascismo desde el parlamento, como lo habían hecho los nazis en Alemania. Mientras tanto los acontecimientos en el ámbito internacional agudizaron la consciencia de los peligros que entrañaba una victoria «fascista». La sangrienta eliminación de los socialistas austriacos por parte del gobierno de Englebert Dollfuss en febrero de 1934 causó una honda impresión en España, sobre todo por las evidentes similitudes existentes entre la CEDA y el partido de Dollfuss. Ambos partidos contaban con una base campesina, eran de corte reaccionario y católicos y ambos seguían una estrategia «legalista», dirigida a instaurar un régimen autoritario a través del Parlamento. El último intento desesperado de los socialistas austriacos de frustrar los planes gubernamentales mediante una insurrección armada, pese a su derrota, tuvo un impacto importante en la izquierda socialista española; contribuyendo a su radicalización. Ésta comparó la actitud de los austriacos con la de sus homólogos alemanes, quienes un año antes no presentaron una resistencia firme al ascenso al poder de Hitler.
Ya antes de la República, Maurín había sostenido que los republicanos eran incapaces de socavar el poder de las clases dominantes tradicionales porque no sólo carecían de base social sino que, además, no tenían la voluntad política de hacerlo.(20) En 1929 Maurín había avisado que el fracaso de los obreros en su intento de arrebatar a la pequeña burguesía la dirección de la revolución democrática sólo podía desembocar en la reorganización de las fuerzas reaccionarias con una consiguiente victoria de la contrarrevolución. Ante la clase dominante española se extendía un amplio muestrario de regímenes y de movimientos autoritarios para tomar como modelo. Los regímenes de esa índole proliferaban como resultado de la creciente inestabilidad del capitalismo internacional y no existían razones para pensar que España, con su relativa debilidad y atraso, fuese a mantenerse al margen de ese proceso.(21) A finales de 1931, ya aparecían artículos en la prensa del BOC en los que se hacía referencia a la amenaza de un golpe militar.(22) Ahora, después de octubre 1934, Maurín insiste: “Si la contrarrevolución ve que los planes de Gil Robles no pueden realizarse, entonces puede intentar recurrir a un golpe de Estado de carácter militar, iniciándose nuevamente una dictadura semejante a la de 1923-1930, aunque más pronunciadamente fascista”; en otras palabras: “la revolución burguesa ha fracasado. El dilema es ahora: fascismo o socialismo, revolución obrera o contrarrevolución burguesa.”(23)
Sin duda donde Maurín profundiza más en su análisis del fascismo y como se puede derrotarlo es en Hacia la Segunda Revolución donde concluye que aunque “se ha dicho que el fascismo es la contrarrevolución preventiva… seguramente que es más justo afirmar que el fascismo es la consecuencia contrarrevolucionaria de una revolución fracasada”.24 En la edición de 1966, Maurín subrayó el siguiente párrafo, trágicamente profético, sobre lo cual será el destino que esperaba a las masas si no imponían su propia solución:
“Ha fracasado el régimen levantado alrededor de la Monarquía. Ha fracasado la República burguesa. El fascismo está plagado de antagonismos que lo roen, de momento. Pero si el proletariado no logra superarse, si no es capaz de comprender la misión que le corresponde adoptando una estrategia y una táctica justas, enfocadas hacia un objetivo final, el de la toma del Poder, evidentemente, la actual generación quedaría triturada por la contrarrevolución, y la tarea salvadora correspondería más tarde a una próxima promoción.” (25)
Menos acertada fue la opinión de Maurín de que “ante un régimen militar-fascista en España inclinado hacia Alemania, que es el prototipo del fascismo militarista, Inglaterra y Francia, marchando de acuerdo, irían apretando los tornillos hasta estrangularlo”.(26) Una visión similar sobre los supuestos intereses de las democracias burguesas sería central en la política del gobierno del Frente Popular durante la guerra civil. Los acontecimientos mostrarían que no fue así cuando optaron por la no intervención. Además en el caso de Gran Bretaña, al menos, su hostilidad a la Republica ya se manifestaba claramente antes de la guerra. El comunismo, y no los poderes fascistas, era considerado por el gobierno conservador como la amenaza principal a los intereses británicos y por eso nunca iba a ayudar a la Republica. Los franceses, a pesar de tener un gobierno del Frente Popular, tampoco estarían dispuestos a enfrentarse ni a los británicos ni a su propia burguesía en apoyo a sus compañeros españoles.
Con la creciente amenaza de la extrema derecha Maurín y su partido insistieron en la urgente necesidad de lograr la unidad obrera. La creación durante el curso de 1933 y 1934 de varios frentes únicos sindicales en Catalunya y, más aún, las Alianzas Obreras, fue el logro político principal del BOC.(27) El partido de Maurín pudo jugar este papel dada la concentración de sus fuerzas en un lugar tan estratégicamente importante como fue Catalunya en aquel entonces y a pesar de ser minoritario comparado con el anarcosindicalismo. Además de los comunistas disidentes, las Alianzas fueron respaldadas por los Sindicatos de Oposición de la CNT (Treintistas) y, aunque en una manera más contradictoria, por la izquierda socialista encabezada por Largo Caballero. Pronto se extendieron por casi todo el Estado. En Asturias la Alianza se completó con la participación de la CNT. El PCE después de haber denunciado las AOs como ‘contrarrevolucionarias’, reflejando un giro en la política de la IC, ingresó en ellas en vísperas de la huelga general revolucionaria de octubre.
Según Maurín la revuelta de octubre, a pesar de su derrota, sirvió para parar los pies de la contrarrevolución. Además, si aprendiera las lecciones de su derrota, el movimiento obrero saldría reforzado y preparado para las próximas batallas. La lección principal para Maurín fue la necesidad de alcanzar más que nunca la unidad a todos los niveles. El futuro de la revolución dependía no solamente de la existencia continuada de las Alianzas Obreras sino de su extensión por todo el Estado. La idea de crear una “Alianza Obrera Nacional” fue compartida, al menos de entrada, por los Treintistas y el PCE pero nunca se consagró; en parte porque los sindicalistas disidentes optaron por volver a la CNT y los comunistas por la política del Frente Popular pero sobre todo por la oposición de los socialistas.
Más novedosa fue la insistencia de Maurín de que las AOs debían convertirse en el soviet de la revolución española, aunque sin copiar mecánicamente la experiencia rusa. Como explicó el programa del POUM: “La Alianza Obrera debe pasar necesariamente por tres fases: Primera, órgano de Frente Único, llevando a cabo acciones ofensivas y defensivas legales y extralegales; segunda, órgano insurreccional; y tercera, órgano de Poder.”(28) Ya antes de octubre de 1934, en el seno del BOC se habían expresado algunas críticas a las Alianzas aduciendo que éstas se veían limitadas por el hecho de depender de organizaciones existentes y constituir así una suerte de «superorganización formada desde la cúpula».(29) En enero de 1936 Maurín vuelve al tema de las Alianzas como los “soviets españoles” pero ahora reconoce más explícitamente las limitaciones de que si solamente se basan en las organizaciones obreras existentes difícilmente puedan proveer los cimientos de la democracia obrera: “La Alianza Obrera ha de ser democrática como lo eran los soviets. Hasta ahora, la Alianza Obrera se constituía de arriba abajo. Conviene pasar a la formación de abajo arriba. Es la única manera de romper con los que tratan de impedir su marcha ascendente”.(30)
Ya a la entrada de 1936 era obvio que las Alianzas en la mayoría de casos habían dejado de existir. En marzo, el Comité Ejecutivo del POUM intentó remediar esta situación proponiendo a las demás organizaciones obreras que se reorganizase la Alianza en Catalunya. La dirección del POUM reiteraba los argumentos desde siempre esgrimidos por el partido acerca del papel de las Alianzas en el proceso revolucionario, su existencia como «superorganizaciones» y no como una mera tendencia dentro del movimiento obrero y la necesidad de que existiese una organización a escala española. En el mismo documento los comunistas disidentes referían, como ya lo habían hecho en 1935, la necesidad de crear comités de las Alianzas en los lugares de trabajo, cuyos integrantes debían ser elegidos por todos los trabajadores de cada centro, incluidos los que no tuvieran afiliación política.(31) En realidad, la creación de estos soviets españoles distaba de ser tarea fácil, y el nuevo intento de resucitar la Alianza Obrera catalana, incluso con su estructura de antaño, resultó infructuoso. La causa principal de este fracaso fue el deterioro de las relaciones entre el POUM y las demás organizaciones marxistas catalanas, ocasionado por la tendencia hacia la unidad política entre ellas y por el respaldo que todas daban al Frente Popular. De los treintistas, la mayoría de cuyos sindicatos estaban a punto de reintegrarse en la CNT, el POUM tampoco podía esperar mucho.
Para el BOC y el POUM además de la Alianza Obrera hacía falta un gran partido revolucionario. Como escribe Maurín a principios de 1935 “las dos palancas que la revolución necesita son: Alianza Obrera y Partido Socialista Revolucionario Único. En la revolución rusa, esas dos palancas estuvieron representadas por los soviets y el Partido bolchevique”.(32) Un año más tarde insiste que: “si el proletariado español tuviera un gran partido marxista revolucionario, probablemente ya se hubiese verificado la toma del poder por la clase trabajadora.”(33) Por supuesto no era un mensaje nuevo. Desde la fundación del BOC en marzo 1931 se refiere constantemente a la ausencia de un partido de estas características.
El partido, tan necesario para la victoria de la segunda revolución, tenía que ser, según Maurín, como había sucedido con los bolcheviques y con los jacobinos, el «alma de la nación». Bajo el liderazgo de este partido, las masas trabajadoras se iban a convertir, en «una genuina fuerza revolucionaria nacional» o «el gran libertador del pueblo español”; en otras palabras: “cuando el proletariado organizado; cuando la Alianza Obrera, cuando el Partido Único, sea el representante de la gran masa, cuando el meridiano del interés nacional se confunda con el meridiano del movimiento obrero, entonces el proletariado tomará el Poder”.(34)
El hecho de que Maurín utilizase el término «nacional» no implicaba que rechazase las lecciones de otras revoluciones ni el internacionalismo. El carácter «nacional» era necesario porque la estrategia y táctica del partido revolucionario habían de enmarcarse dentro de la realidad de cada país, en lugar de aceptar ciegamente los dictados de una dirección internacional considerada infalible, como sucedía con los partidos comunistas estalinizados. Tampoco se puede interpretar como un abandono de la defensa a ultranza del derecho para la autodeterminación que había caracterizado al BOC desde sus comienzos. Para Maurín y sus compañeros la creación de una Unión Ibérica de Republicas Socialistas – vieja reivindicación del comunismo disidente – fue la garantía de la libertad de las naciones en ese momento bajo el yugo del centralismo opresor. Como diría en Hacia la Segunda Revolución: “Fundir el interés de una clase con el interés general de un pueblo, con el interés de toda una nación o varias naciones ligadas por un mismo Estado: he ahí el secreto de todo movimiento revolucionario de envergadura histórica.(35)
Para completar la unidad obrera tan deseada y avanzar hasta la toma del poder por parte del proletariado hacía falta el compromiso de las masas organizadas en las dos grandes corrientes del movimiento obrero español: el socialista y el anarquista. En el caso de los socialistas, mientras que Maurín dio la bienvenida al giro hacia la izquierda de sectores importantes de la UGT, del PSOE y, sobre todo, de su juventud (FJS), era muy crítico con lo que vio como eran las lagunas en su evolución política. Creía que la posición de la izquierda socialista, pese a su retórica revolucionaria, seguía siendo esencialmente reformista. Antes habían pedido a los trabajadores que «esperasen» a que el Parlamento desarrollase una política de reformas; ahora les pedían que «esperasen» a la revolución.
Mientras que el BOC y POUM defendieron la necesidad de que las Alianzas Obreras fueran utilizadas como frentes únicos en la lucha cotidiana, los socialistas solamente las vieron como órganos insurreccionales. Maurín coincidía con algunos socialistas en que las Alianzas Obreras podían convertirse en organizaciones insurreccionales, pero para que eso sucediese primero debían de unir a la clase trabajadora e iniciar una serie de batallas más limitadas.
Por eso los comunistas disidentes defendieron la huelga general convocada por la Alianza Catalana el 13 de marzo de 1934, mientras que la izquierda socialista la descalificó. En contraste Maurín advirtió que no se trataba de abusar de la táctica de huelga general sino de recurrir a ella en aquellas circunstancias que fuese indispensable, como en el caso de la huelga antifascista de París (12 de febrero). ¿Qué hubiese pasado -se preguntaba retóricamente- si se hubiese convocado a la huelga general en Alemania el 20 de julio de 1932, o en Austria antes de febrero de 1934? La huelga general en España debería haberse realizado el 3 de diciembre de 1933; en lugar de esto los anarquistas tomaron la ofensiva equivocando el rumbo, lo que perjudicó la causa del proletariado. Para que una insurrección armada tuviese éxito era menester un período previo de agitación revolucionaria; en las circunstancias imperantes incluso las «huelgas puramente económicas» tenían un significado revolucionario porque llevaban a una mayor movilización de la clase obrera, cuyas consecuencias podían ser de largo alcance.(36)
A finales de mayo de 1936, el POUM ya había llegado a considerar que las facciones de Prieto y de Largo Caballero no se diferenciaban mucho la una de la otra, si bien cada una de ellas actuaba cada vez más como si fuesen partidos separados y corrían rumores acerca de la inminencia de una escisión. Como señaló La Batalla, ambas facciones estaban a favor de la permanencia del PSOE en la Segunda Internacional, apoyaban a la Liga de las Naciones, habían votado a favor de Azaña para el cargo de presidente de Gobierno, estaban de acuerdo con la política del Frente Popular y aceptaban la permanente suspensión de las garantías constitucionales que el gobierno mantenía en vigor. Asimismo, ni la facción de Prieto ni la de Largo Caballero tenían una actitud clara con respecto a la Alianza Obrera.(37) Ya en vísperas de la guerra civil, el POUM declaró que los dirigentes de la izquierda socialista carecían «de base doctrinal, de plataforma concreta, de línea firme»; el resultado era que utilizaban constantemente un lenguaje contradictorio y a menudo izquierdista, combinado con una práctica política centrista, aunque sus seguidores eran en general revolucionarios sinceros.(38)
Estas críticas del POUM a los socialistas pone en cuestión, o al menos lo relativiza, lo que iba a escribir Maurín, muchos años después, que «el objetivo a largo plazo del POUM era fusionarse con el PSOE».(39) Según Maurín, en la primavera de 1936 Largo Caballero llegó a proponerle que el POUM y el PSOE se fusionasen.(40) Las posibilidades de que esto sucediese eran reducidas debido, por un lado, a la orientación política de los socialistas de izquierda, por no hablar de la del resto del PSOE, y por otro, a la manera en que el POUM planteaba la cuestión de la unificación. El Comité Ejecutivo poumista rechazó la propuesta de Largo Caballero. El POUM iba a seguir insistiendo en que para la unificación los socialistas de izquierda debían romper con los reformistas, tanto en la esfera política como en la organizativa; es decir, como Maurín había indicado de manera implícita en la reunión de enero del Comité Ejecutivo, provocar una escisión en las filas socialistas. En mayo 1936, Maurín increpó con dureza a los «unificadores socialistas» por su idea de formar un partido en el que todo el mundo tuviese cabida, cosa que en su opinión «confunde lo que debe constituir un partido revolucionario con partidos socialdemócratas o laboristas».(41)
Es cierto que el POUM planteaba la unidad de todos los marxistas revolucionarios, pero como se ha visto la posibilidad de que los sectores reformistas del PSOE o el PCE se apuntaran a tal proyecto era nula. En realidad las esperanzas del POUM se dirigieron hacia el ala izquierda del Partido Socialista, sobre todo los Juventudes Socialistas (FJS). En una serie de intercambios escritos entre Maurín y el líder de la FJS, Santiago Carrillo publicados durante julio y septiembre de 1935 en La Batalla y en el periódico de la izquierda socialista Claridad se había dejado claro, sin embargo, las diferencias que aún les separaban.(42) Este debate marcó, en cierta medida, un hito en las relaciones entre las dos organizaciones. Carrillo reiteró su convicción de que el futuro gran partido bolchevique español iba a construirse en el seno del PSOE e hizo un llamamiento al BOC a integrase en el partido para, de esta manera, fortalecer a la izquierda en su lucha contra los reformistas. Maurín, en respuesta, reafirmó el convencimiento del BOC sobre la imposibilidad de que esto sucediese mientras coexistiesen en el seno del PSOE dos tendencias irreconciliables. Para Maurín el problema no era de naturaleza numérica, tal cosa no había preocupado a Lenin en 1917, sino de claridad ideológica. Si los comunistas disidentes se integraban en el PSOE, estarían sujetos a la disciplina del partido, por lo que iniciativas independientes como la creación de la Alianza Obrera no podrían proponerse. Maurín afirmó que la unidad era imprescindible, pero que era necesario realizarla sobre una base revolucionaria y no en el seno de ninguno de los partidos obreros existentes. Maurín también atacó el concepto «blanquista» que la FJS tenía de la insurrección armada, que relegaba a las masas al papel de observadores mientras la elite revolucionaria, en el caso español el PSOE «bolchevizado», tomaba el poder en su nombre. El BOC había criticado también el concepto de dictadura del proletariado que defendía el ala izquierda del PSOE, según el cual debía ser el partido el que la ejerciese y no los soviets, o en el caso español, las Alianzas Obreras.
La aspiración bloquista fue desvelar la fragilidad de la política revolucionaria de la FJS y atraer así a la base de la juventud socialista a la órbita del nuevo partido marxista unificado. Esta empresa no estaba exenta de dificultades, dado que el POUM era débil fuera de Cataluña, y en este período no aparecía como una alternativa viable a ojos de los radicales de la FJS y otros socialistas de izquierda que militaban en organizaciones de masas aparentemente revolucionarias. El número de afiliados socialistas, sobre todo el de la FJS, continuaba aumentando, y es probable que gran parte de la afiliación socialista considerase que el POUM era un competidor cuya existencia resultaba innecesaria. Aun así, la dirección del POUM mantenía su optimismo acerca de la atracción que el nuevo partido iba a ejercer sobre los jóvenes socialistas ya que consideraba, como afirmó Maurín, que «si la FJS no abandona el sendero revolucionario» era inevitable que acabase acercándose al nuevo partido.(43) Estas esperanzas no iban a llegar a hacerse realidad: el poder de convocatoria del movimiento comunista oficial, revitalizado y poderoso a escala internacional, iba a resultar mucho más seductor para la FJS que la ortodoxia marxista revolucionaria del POUM, dando pie a la fundación con la Juventud Comunista de la Juventud Socialista Unificada. En los meses antes de la guerra la decepción del POUM con la izquierda socialista es más que palpable dado que había “iniciado su orientación hacia la política de la Internacional Comunista, cuando precisamente la IC en su VII Congreso ha hecho un viraje radical, inaugurando una política que se encuentra situada a la derecha de la extrema derecha socialdemócrata”.(44)
Además el POUM se encontraba cada vez más aislado dado que las demás organizaciones marxistas catalanas avanzaban hacia la unidad bajo la hegemonía de los comunistas. Esto fue así con el proceso que se experimentó en los meses anteriores de la guerra y con la fundación del PSUC en julio 1936. Después del VII Congreso de la Internacional Comunista (1935) la política antifascista del Frente Popular y el reclamo por un “partido único del proletariado” atrajeron sectores importantes de la izquierda socialista. Tanto la JSU como el nuevo partido catalán, serían claves para el crecimiento de la influencia estalinista durante la guerra.
Las relaciones del BOC y POUM con los anarquistas fueron mucho más complicadas aun. La persecución de los bloquistas dentro de la CNT Catalana entre 1932 y 1933, por un lado, y la política sectaria e insurreccionalista de los anarcosindicalistas, principalmente la FAI, por el otro, llevó el BOC a una posición muy crítica con ellos. Sobre todo el levantamiento de enero de 1933 mostró, según los comunistas disidentes, de manera inequívoca la «incapacidad absoluta del anarquismo como fuerza revolucionaria». La sublevación había carecido de una organización eficaz y de objetivos claros; y las autoridades habían tenido conocimiento previo de la planeada insurrección. El BOC acusó a los anarquistas de negarse a reconocer que las «ilusiones democráticas» aún perduraban entre muchos trabajadores. Además, en un momento en que era necesario fortalecer la organización sindical, los anarquistas se dedicaban a destruirla.(45) Incluso en mayo de 1933 los comunistas disidentes hablaron de una «triple ofensiva» por parte de la contrarrevolución, cuyos componentes eran las maniobras de la derecha reaccionaria, tanto dentro como fuera del parlamento, y, desde el punto de vista objetivo, las actividades de la FAI.(46)
Sin embargo la colaboración de la CNT, tanto en Cataluña como en el resto del Estado español, resultaba necesaria para que las Alianzas Obreras se desarrollasen. Según Maurín, escribiendo a finales de 1933, sobre las opciones que se presentaban a los anarquistas tras un nuevo debacle con la fallida insurrección de diciembre, el rumbo que enfilasen era ahora de importancia capital debido a que, como dijo textualmente Maurín, «en gran medida, el futuro de la revolución en España dependía de la evolución del anarquismo». El dirigente bloquista creía que sí los anarquistas tenían la intención de seguir una orientación revolucionaria no les quedaba otra opción que unirse a las demás organizaciones obreras. Asimismo, el sincero deseo de los anarquistas de «hacer la revolución» garantizaba que no iban a caer en la pasividad y limitarse a organizar actividades culturales, ni tampoco a caer bajo la influencia de los partidos burgueses o el fascismo.(47)
De todas maneras la reticencia de los anarquistas en Cataluña hacia la Alianza Obrera no es sorprendente, habida cuenta de los ataques de los que habían sido objeto en el manifiesto original de la Alianza. Las afirmaciones contenidas en el documento que proclamaban que había sido «firmado por las organizaciones obreras más responsables de Cataluña», debió convencer a los anarquistas de que la Alianza se formaba tanto contra ellos mismos como contra la derecha.(48) La militancia de la CNT, sin embargo, no era ajena al deseo de unidad, deseo que se propagaba cada vez más entre la clase obrera organizada. El fracaso del último alzamiento organizado por la FAI en diciembre de 1933 afianzó las aspiraciones unitarias en el seno de la Confederación. Esta tendencia era más acusada fuera de Cataluña, especialmente en aquellos lugares donde la influencia de la UGT relegaba a los anarcosindicalistas a un segundo plano. Así fue que, en el Pleno Nacional de la Confederación de febrero de 1934, las organizaciones asturiana, del centro y gallega propusieron la creación de alguna forma de frente único con la central socialista. La extraordinaria huelga general de 36 días que se llevó a cabo en el bastión cenetista de Zaragoza, en la primavera de 1934, fue organizada, al menos nominalmente, por un frente único entre la CNT y la UGT.
Con la notable excepción de Asturias, la CNT continuaba oponiéndose a las Alianzas, al menos oficialmente, y sobre todo lo hacía en Cataluña. La actuación de la Confederación en los acontecimientos de octubre había dado pie, sin embargo, a una cierta preocupación entre algunos militantes anarcosindicalistas, por lo que los dirigentes cenetistas consideraron necesario justificar el papel que habían desempeñado en esos momentos. Por otra parte, además de la CNT asturiana, otras secciones locales, entre ellas la de Madrid, colaboraban ahora con las Alianzas Obreras. Además según Wilebaldo Solano, escribiendo en octubre 1935, en el seno de las Juventudes Libertarias también surgió una corriente a favor de las Alianzas.(49) El BOC se vio especialmente alentado por la publicación de una serie de artículos de Federico Urales, veterano militante anarquista, en La Revista Blanca, en los que abogaba a favor de la participación de la CNT en un frente único. Al final el optimismo de los comunistas disidentes sobre la evolución ideológica de los anarcosindicalistas no estaba del todo justificado.
Sin una apuesta clara por parte de la mayoría de las organizaciones para la unidad obrera, y con el colapso de las Alianzas Obreras, ante las elecciones de febrero se volvió a establecer la coalición republicano-socialista de 1931, aunque fuera en versión frentepopulista con la participación de los comunistas. A pesar de denunciar el Frente Popular como colaboración de clases – “el contacto orgánico permanente del movimiento obrero y la burguesía liberal”(50) – Maurín y sus compañeros nunca menospreciaron la importancia de ganar la pequeña burguesía a lado del proletariado. Si el concepto general de pequeña burguesía se hacía extensivo también al campesinado, la relevancia numérica de esa clase resultaba evidente. Por lo demás, las experiencias fascistas habidas en otras partes de Europa habían demostrado que la pequeña burguesía podía servir al fascismo como carne de cañón. Por esta razón Maurín venía advirtiendo repetidamente desde años atrás que «sería una monstruosa equivocación» que la clase trabajadora rompiese completamente con la pequeña burguesía y que la considerase un adversario. En julio de 1935 Maurín había escrito que «no ha habido, ni hay, ni habrá una revolución pura, fabricada con arreglo a un determinado molde o patrón» y que, en «épocas de gran convulsión histórica», como en la Rusia de 1917 o los momentos de auge del fascismo, la pequeña burguesía había demostrado ser de «una importancia extraordinaria».(51)
La posición del POUM en relación con la pequeña burguesía giraba en torno a dos ejes: que las organizaciones obreras conservasen su independencia y que se demostrase en la práctica a esta clase que sus aspiraciones sólo podía satisfacerlas el proletariado. Esto último no iba a lograrse simplemente denunciando el capitalismo ni haciendo un llamamiento a la pequeña burguesía para que participase en la revolución socialista. El partido revolucionario debía atraerse a esa clase sobre la «base de un programa de reivindicaciones concretas» y demostrando que la solución a los problemas de la pequeña burguesía sólo podía lograrse si las masas obreras controlaban las medios de producción y de intercambio.(52)
Sin las Alianzas Obreras, el POUM tuvo que reaccionar ante las elecciones. Al no conseguir un Frente Obrero de todos los partidos obreros como candidatura el POUM decidió firmar el pacto del Frente Popular. Ya a principios de 1936 el Comité Ejecutivo del POUM había dejado claro que al partido «le interesa extraordinariamente obtener una representación parlamentaria» que le permitiese defender una «posición netamente de clase» en las Cortes.(53) Como afirmó Juan Andrade: el POUM y la izquierda socialista se habían visto obligados a reconocer «la existencia material de una ley electoral, por lo que habían tenido que llegar a acuerdos provisionales con el republicanismo de izquierda para evitar la victoria de la burguesía».(54) El pacto había sido «un mal necesario para cerrarle el paso al fascismo» y para lograr que se concediese una amnistía para los prisioneros políticos.(55)
Después de la victoria electoral de la izquierda la tarea urgente, para el POUM, era desvanecer las falsas esperanzas que muchos trabajadores cifraban en la estrategia del Frente Popular. Con este propósito el Comité Central del POUM retó en abril al PSOE y al PCE, que «creían en la eficacia del Frente Popular», a formar un gobierno con los republicanos.(56) De esta manera se evidenciaría ante los obreros que un gobierno de esa índole era incapaz de hacerle frente a la contrarrevolución. Los socialistas de izquierda, por su parte, llamaban a que el gobierno republicano «entregase el poder» al PSOE. Según el POUM, esta exigencia equivalía a esperar pasivamente que el gobierno pequeñoburgués «se desgastase del todo», además de no tener en cuenta las esperanzas que el Frente Popular aun despertaba en amplios sectores de las masas populares. Los poumistas creían que un gobierno socialista monocolor sería apropiado si el PSOE fuese un partido «unido, revolucionario y el centro de atracción para la mayoría de las masas trabajadoras.» Dado que no era así, era necesario que las masas viviesen una «fase de transición» en la que se formase un gobierno del Frente Popular con participación socialista. Concluida esa fase llegaría el momento de establecer un verdadero «gobierno obrero». Así como el único diputado del POUM, Maurín, durante su primera intervención delante de la cámara el 15 de abril, insistió que se debe formar un “autentico” gobierno del Frente Popular con la participación de “aquellos partidos obreros que creen en (su) eficacia”.(57)
Con la amenaza de un golpe militar-fascista cada vez más patente, el POUM hacia todo lo posible para convencer al resto del movimiento obrero para que actuara conjuntamente para evitarlo. Desde el parlamento, el 16 de junio, Maurín volvió a insistir en la disyuntiva del socialismo o fascismo; además de retar a los partidos obreros adictos al Frente Popular a asumir sus responsabilidades o entrando en el gobierno o bien a optar sin dilación por la vía revolucionaria.(58)
El 12 de julio, la dirección del POUM declaró que la insistencia en subordinar las demandas de la clase obrera al mantenimiento del Frente Popular en un clima de profunda inestabilidad sociopolítica, y con unas masas obreras radicalizadas, significaba «un crimen y una traición» cuyas consecuencias iban a costar muy caras.(59) Para los poumistas la estrategia del PCE y de algunos sectores del PSOE iban a deteriorar gravemente el prestigio de los republicanos y también el de los mismos partidos obreros que los respaldaban. Así, era probable que los sectores obreros influenciados por comunistas y socialistas se desmoralizasen, lo cual sólo serviría para fortalecer al fascismo. Era menester, por lo tanto, que el movimiento obrero «aprovechase la más mínima lucha revolucionaria para aproximarse a la batalla definitiva». Al igual que en octubre de 1934, ante la férrea oposición de la derecha incluso a las más tímidas reformas sociales, y en vista de sus preparativos para llevar a cabo un golpe militar, la izquierda no tenía otra alternativa que movilizar a las masas. Sin embargo, ni el PSOE ni el PCE estaban dispuestos a hacerlo, hasta que el pronunciamiento militar los obligó a ello.
Para Maurín el gran movimiento huelguístico que estaba en marcha mostró el potencial de lucha de la clase obrera. De una importancia especial para el POUM fue la ola huelgas en Madrid donde la CNT parecía haber comenzado a desplazar la UGT como la dirección de la clase obrera. Las acciones de los anarcosindicalistas contrastaban con los repetidos llamados a la calma ante la violencia fascista lanzados por los socialistas y comunistas. El POUM respaldó con entusiasmo el papel que la CNT estaba desempeñando fuera de Cataluña, debido a que estaba convencido de que una generalizada movilización de las masas constituía la única manera de evitar que se diese una contrarrevolución. El Comité Central del POUM declaró que la decisión de la CNT de plantear, la acción unitaria con la UGT significaba que aún existía «un clima extraordinariamente favorable para que las Alianzas obreras se hiciesen realidad».(60)
No obstante, los comunistas disidentes consideraban que el papel desempeñado por la CNT en Cataluña había sido muy diferente al que había desempeñado en el resto de España. El POUM acusó a la dirección faísta de la Confederación no sólo de sabotear el movimiento huelguístico en Catalunya, sino incluso de haber jugado un papel de esquirol. Para Maurín, era la recién fundada FOUS y no la CNT la que capitaneaba la combatividad obrera. Según el dirigente del POUM, el hecho de que en Cataluña, a diferencia del resto de España, existiese un «verdadero partido marxista revolucionario», era otra de las razones por las que los obreros más radicalizados ya no veían a la CNT como cabeza del movimiento obrero. (61)
Pocas semanas antes de la sublevación militar-fascista, Maurín es contundente: “El reformismo ha fracasado en España como fracasó in Italia, en Alemania y Austria. No es cuestión de reformas, sino de revolución.” Concluye que, aunque “fracasó la insurrección de Octubre (…) la lección fue de una utilidad formidable. Nuestro proletariado, a la luz de (esta) experiencia (…), puede ahora irse preparando sin perder un momento para lanzarse muy en breve a una nueva insurrección que le asegure la victoria”.(62)
El 16 de julio Maurín se marchó a Galicia para participar en unos actos del partido.(63) Antes de marcharse escribió lo que sería su último artículo como Secretario General del POUM y redactor jefe de La Batalla. Avisó una vez más sobre el “anuncio de un próximo golpe de Estado de tendencia militar-fascista” y nombró a Franco, Goded y Mola como quienes lo encabezarían.(64) La situación estaba totalmente polarizada. La situación fue inquietante. Solamente la unidad y la acción resuelta, revolucionaria, podría salvar la clase obrera. La hora de la segunda revolución había llegado.
Notas
(1) Versión revisada y corregida (gracias a Ferran López) de la introducción a ¿Socialismo o fascismo? Joaquín Maurín y la revolución española 1934-1936 (Gobierno de Aragón, 2011)
(2) Sobre los acontecimientos de Octubre 1934 ver, por ejemplo, M. Bizcarrondo, Octubre del 34. Reflexiones sobre una revolución (Madrid, 1977); D. Ruiz, Insurrección defensiva y revolución obrera. El octubre español de 1934 (Barcelona, 1988); la versión del POUM se encuentra en: M. Grossi, La insurrección de Asturias (Madrid,1979); N. Molins i Fàbrega, UHP. La revolución proletaria de Asturias (Madrid, 1977).Gobierno de Aragón, Zaragoza, 2011).
(3) Sobre la trayectoria política de Maurín ver A. Bonsón Avenlín, Joaquín Maurín (1896-1973). El impulso moral de hacer política (Huesca, 1995) y Y. Riottot, Joaquín Maurín o la utopía desarmada (Huesca, 2004); A. Clavería, Maurín. De Huesca a Nueva York. La revolución interrumpida (Sariñena, 2010).
(4) Introducción a J. Maurín, Revolución y contrarrevolución en España (Paris, 1966,) p. 3.
(5) Ver A. Durgan, ‘Maurín i el moviment comunista internacional’ en VVAA, Joaquín Maurín (Barcelona, 1999), pp. 45-64 y A. Durgan, Comunismo, revolución y movimiento obrero en Catalunya 1920-1936. Los orígenes del POUM (Barcelona, 2016), pp. 82-88.
(6) Ver por ejemplo “Yo no soy trotskista, pero…” La Batalla 1.5.36.; también en los apéndices de L. Trotsky, La revolución española (Barcelona, 1977), tomo II, pp. 491-494 – aunque, entre muchos otros fallos de traducción desde la edición francesa, se titula equivocadamente “Yo soy trotskysta, pero…” (sic).
(7) J. Maurín, «Necesidad de la unificación nacional e internacional del movimiento comunista» La Batalla 29.12.32, 12.1.33, 9.2.33
(8) Ver Jeanne Maurín, Como se salvó Joaquín Maurín (Madrid, 1980).
(9) Qué es y qué quiere el Partido Obrero de Unificación Marxista (Barcelona, 1936); ¿Socialismo o fascismo? … p. 133.
(10) “¿Revolución democrático-burguesa o revolución democrático-socialista?” La Nueva Era, núm. 4, mayo de 1936; ¿Socialismo o fascismo? … p.113.
(11) «¿Qué deben hacer los bolcheviques-leninistas en España?» (22.4.36), L. Trotsky, La revolución española 1930 1936 (edición de Pierre Broué, Barcelona, 1977), tomo I, pp.341-2; Trotsky, «Maurín y Nin, rehenes del Frente Popular» (Carta al RSAP, 16.6.36), ibíd. pp.353.
(12) “¿Revolución democrático-burguesa o revolución democrático-socialista?” La Nueva Era, núm. 4, mayo de 1936; ¿Socialismo o fascismo? … ,p.108.
(13) Qué es y qué quiere el Partido Obrero de Unificación Marxista (Barcelona 1936); ¿Socialismo o fascismo? … p.132.
(14) La Batalla 4.2.36.
(15) J. Maurín, Hacia la segunda revolución (Barcelona, 1935), pp. 248 y 251 (pp, 230 y 232 en la edición de 1966). Sans, J., «Hacia la segunda revolución” de Joaquim Maurín i l’Octubre del 1934 (Barcelona, 2011). https://ddd.uab.cat/pub/hmic/16964403n9/16964403n9p195.pdf
(16) «El problema de la unificación marxista» Resolución del Comité Ejecutivo del POUM, 6.5.36., La Batalla 29.5.36; véase también: «El partido unificado y la situación internacional (resolución)», Boletín del Bloque Obrero y Campesino (FCI), julio 1935. En el mitin del POUM celebrado el 5 de enero de 1936 en Barcelona, por ejemplo, se exhibió una pancarta con el slogan «¡Viva la URSS!» (véase la foto del mitin en La Batalla 17.1.36).
(17) J. Maurín, «El VII Congreso de la IC», ibíd. 23.8.35.
(18) «La amenaza fascista existe», La Batalla 23.3.33, editorial probablemente escrito por Maurín.
(19) Ibíd.; para el análisis del BOC sobre el fascismo véanse también los siguientes artículos en La Batalla del 27.4.33.: «¡Por el Frente Único Obrero!»; Gironella, «Contra la reacción latente, Gobierno de Obreros y Campesinos»; y P. Bonet, «Por la unificación del movimiento sindical».
(20) J. Maurín, «¿Adónde vamos?», La Batalla 4.7.30.
(21) J. Maurín, Los Hombres de la Dictadura, (Barcelona ,1930/1977), pp. 40-42.
(22) «La amenaza de un golpe de estado», La Batalla 15.10.31; ibíd. 26.11.31.
(23) Las lecciones de la insurrección de octubre. Resolución del Comité Central del Bloque Obrero y Campesino-Federación Comunista Ibérica, Barcelona, 1 de enero1935; ¿Socialismo o fascismo? …. p.39.
(24) J. Maurín, Revolución y contrarrevolución… p. 207.
(25) J. Maurín, Revolución y contrarrevolución… p.221.
(26) J. Maurín, Revolución y contrarrevolución… p.218.
(27) Sobre el frente único y las Alianzas Obreras ver: V. Alba, La Alianza Obrera, (Madrid 1978) y A. Durgan, B.O.C.… pp. 183-202; 239-266; 321-345.
(28) Qué es y qué quiere el Partido Obrero de Unificación Marxista; ¿Socialismo o fascismo? …. pp. 136-137.
(29) J. Vila, «Para transformar la Alianza Obrera en órgano de poder», La Batalla 16.8.34; Gironella, «La democratización de la Alianza Obrera» ibíd. 4.10.34.
- (30) “La Alianza Obrera. Orígenes, características y porvenir”, La Nueva Era, enero de 1936; ¿Socialismo o fascismo? … p.98.
(31) “Alianza Obrera. Proyecto de reorganización que presenta el Comité Ejecutivo del POUM” La Batalla 27.3.36.
(32) Alianza Obrera Folleto escrito por Maurín y editado clandestinamente por el BOC a mediados de 1935 abajo el seudónimo ‘Montfort’; ¿Socialismo o fascismo? … p.58.
(33) “¿Revolución democrático-burguesa o revolución democrático-socialista?”…; ¿Socialismo o fascismo? … p. 113.
(34) J. Maurín, Revolución y contrarrevolución… p. 225.
(35) J. Maurín, Revolución y contrarrevolución… p. 223.
(36) J. Maurín, «La importancia de las huelgas económicas en momentos de inestabilidad política de la burguesía» ibíd. 24.3.34; J. Maurín, «Importancia de las huelgas políticas en el período revolucionario» ibíd. 31.3.34.
(37) «La crisis del Partido Socialista», ibíd. 22.5.36. Maurín ya había afirmado en la reunión el Comité Central de enero que Largo Caballero tenía «la misma posición política que el centro», Acta del Comité Central del POUM 5/6.1.36, p.5.
(38) “Ante la ofensiva del fascismo y la quiebra del Frente Popular». Manifiesto del Comité Central del POUM a la clase trabajadora española, La Batalla 17.7.36.
(39) J. Maurín, «Introducción» (1965), Revolución y contrarrevolución… p. 3; Maurín defiende el mismo punto de vista en sus cartas a los viejos poumistas Joan Rocabert, octubre de 1971, y a Francesc Gelada, 10.12.72.
(40) Carta de Maurín a Pierre Broué 18.5.72.
(41) J. Maurín “Prologo” (1.5.36.) a K. Marx, Crítica del programa del Gotha (Barcelona, 1936) p 29.
(42) Todos los artículos fueron reproducidos en La polémica Maurín Carrillo (Barcelona, 1937).
(43) Acta del Comité Central del POUM 5/6.1.36 pp.3 5.
(44) Qué es y qué quiere el Partido Obrero de Unificación Marxista (Barcelona 1936); ¿Socialismo o fascismo? … p. 133.
(45) «Después del golpe de la FAI. ¡No hay que jugar con la revolución!», La Batalla 12.1.33.
(46) «La fase actual de la revolución española. Tesis política», ibíd. 5.5.33.
(47) J. Maurín, «¿Que harán ahora los anarquistas?» Adelante 16.12.33.
(48) «Un manifiesto trascendental. La Alianza Obrera», ibíd. 12.12.33.
(49) W. Solano, «Los jóvenes anarquistas y la Alianza Obrera», La Batalla 18.10.35.
(50) Qué es y qué quiere el Partido Obrero de Unificación Marxista…; ¿Socialismo o fascismo? … p. 140.
(51) J. Maurín, «Las relaciones del proletariado con los partidos pequeñoburgueses» ibíd. 19.7.35.
(52) J. L. Arenillas, «Las clases medias en relación con el proletariado», La Nueva Era, julio 1936.
(53) Acta del Comité Central del POUM 5/6.1.36.
(54) J. Andrade «El Partido Obrero de Unificación Marxista y el alcance y significación del bloque de izquierdas», La Batalla, 24.1.36.
(55) ibíd., 21.2.36.
(56) “Hay que agotar rápidamente la experiencia del Frente Popular. Resolución del Comité Central del POUM”, ibíd. , 17.4.36.
(57) Ver “Socialismo o fascismo”; discurso pronunciado por Maurín en las Cortes el 15 de abril de 1936; ¿Socialismo o fascismo? …p. 103.
(58) Ver “El peligro fascista” discurso pronunciado por Maurín en las Cortes el 16 de junio de 1936; ¿Socialismo o fascismo? … pp. 115-120.
(59) “Ante la ofensiva del fascismo y la quiebra del Frente Popular. Manifiesto del Comité Central del POUM a la clase trabajadora española”, ibíd. , 17.7.36.
(60) “¡Adelante por las Alianzas Obreras!”, ibíd.
(61) J. Maurín “¿Adónde conduce la política del Frente Popular? Ibíd. , 29.5.36.
(62) “El arte de la insurrección”, Prologo de Maurin, escrito en junio 1936, de A Lansberg, El arte de la insurrección (editado por el POUM en agosto 1936); ¿Socialismo o fascismo? … p. 125.
(63) Sobre el POUM en Galicia ver D. Pereira “Los heterodoxos del comunismo gallego (1931-1936)” en Eugenio Granell, militante del POUM (Fundación Eugenio Granell, Santiago de Compostela 2007), pp. 54-69; y Durgan, Comunismo … pp. 480-481.. Sobre la visita de Maurín a Galicia ver: “Recuerdos de Joaquín Maurín” en Jeanne Maurín, Como se salvó Joaquín Maurín (Madrid, 1980), pp. 47-88.
(64) “Ante una situación inquietante” La Batalla 17.7.36.; ¿Socialismo o fascismo? …p. 127.
Edición digital de la Fundación Andreu Nin, 2019