La historia de la resistencia al fascismo durante la segunda guerra mundial ha tratado, peor o mejor, los grandes temas y las pequeñas cosas. Pero ha disminuido la importancia de muchos hechos políticos importantes. Por ejemplo, el drama de los refugiados políticos de la Revolución y la guerra civil de España. Sin embargo, poco a poco, se han ido revelando los aspectos políticos y sociales de la resistencia al fascismo de los que tomaron las armas en 1936 contra Franco y contra Hitler.
Los refugiados españoles que llegaron a Francia en 1939 tuvieron que pasar por diversas fases, Hubo los campos de concentración, pero también la solidaridad del movimiento obrero francés y de las organizaciones de izquierda, que acogieron a los refugiados y les ayudaron para rehacer sus vidas. Sin embargo, pocos meses después, la caída de París y la ocupación alemana de una gran parte de Francia lo trastornaron todo. Muchos perdieron hasta el trabajo y se trasladaron al Mediodía de Francia, pensando que la zona no ocupada y la proximidad de España podían atenuar sus problemas y sus dificultades.
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Pero no tardaron en comprobar que el régimen del mariscal Petain había roto con la República y que el aparato del Estado estaba dominado por la Gestapo. En tales condiciones, se puso fin a la intensa vida política de la emigración, Pero eso no evitó que los militantes de las organizaciones hablaran entre ellos y discutieran sobre los problemas presentes y el porvenir incierto La atmósfera era terrible desde el triunfo de Hitler. Recuerdo que en los medios políticos franceses habían surgido grupos y organizaciones que difundían la teoría de que Hitler había ganado por mil años, y que, por lo tanto, había que cambiarlo todo. Un militante catalán inteligente, de cuyo nombre no quiero acordarme, tuvo la osadía de decirme que nos habíamos equivocado porque la vía del socialismo iba a pasar por el nacional socialismo hitleriano. Mi réplica fue implacable. Pero él quería arrastrarme a las nuevas ideas con una pasión desconcertante y tardó meses en rectificar avergonzado. Su caso no fue único, sobre todo cuando surgió el pacto de Hitler con Stalin.
La situación era tal que la Resistencia al régimen de Vichy y de Hitler tardó bastante en aparecer. Nosotros tuvimos los primeros contactos con un grupo de Lyon ligado a Marceau Pivert y el militante trotskista Marcel Beaufrère vino a vernos a Montauban y nos entregó un ejemplar de La Verité, el periódico clandestino que habían sacado recientemente. Pero estábamos en 194l, año terrible en que todo parecía imposible en el dominio de la resistencia y de la acción. El POUM tenía bastantes militantes en Toulouse, Montauban y Perpignan. Nuestra modesta tarea se reducía a la solidaridad entre camaradas, a las discusiones sobre el porvenir y a la resistencia al derrotismo y al espíritu de capitulación que predominaba en diversos medios políticos e intelectuales franceses y españoles. Sobre todo cuando se estableció el pacto-germano-soviético. Algunos compañeros pensaron en tratar de ir a Méjico. Otros, recordando el pasado, pensaban en la futura Revolución alemana, que seguramente acabaría por barrerlo todo. Y en primer lugar la horrible Alianza Hitler-Stalin, que desconcertaba a los comunistas stalinistas y escandalizaba a todas las izquierdas.
En semejante situación, en el otoño de 1941, la policía de Montauban se lanzó a una serie de detenciones de militantes del POUM. Nuestro asombro fue enorme. Sobre todo porque nuestros amigos franceses nos habían dicho que el prefecto del departamento había recibido ordenes de no incordiar a los refugiados españoles, ya que éstos habían sido bien acogidos por la población. Algunos compañeros nuestros, que vivían desde hacía meses en Montauban, pensaron que alguien nos había denunciado y hasta llegaron a la conclusión de que este alguien podía ser Pere Aguilera, un hombre que se había infiltrado en el POUM en España durante la guerra civil y que ahora aparecía en Montauban con una mujer francesa, esposa de un oficial del Ejército francés prisionero de los alemanes, y haciendo proposiciones políticas provocadoras o absurdas.
Ofensiva contra los militantes del POUM
Como era natural, nos dirigimos a un abogado de la ciudad y hasta enviamos una carta de protesta al prefecto del Departamento del Tarn-et-Garonne, Pero el comisario de policía encargado de la encuesta, que era un reaccionario que quería hacer méritos bajo el reino de Petain, se lanzó a una carrera por las direcciones y los domicilios que no le dio los resultados que esperaba, Se cansó porque no logró que detuvieran a compañeros alemanes antifascistas con los que solíamos tener discusiones importantes sobre los grandes problemas del momento, y porque no pudo obtener que las detenciones se extendieran a Perpignan y a Toulouse, donde vivían bastantes poumistas. Todo pasó a un juez reaccionario que tenía gran interés por la guerra de España y no encontró nada importante ni peligroso en nuestra actividad, que puso en libertad a algunos compañeros y que quiso consolarnos diciendo que, en el peor de los casos, sólo se nos podría aplicar el decreto francés del 23 de Septiembre de 1938 sobre el comunismo y el anarquismo, que no imponía penas importantes.
El caso es que una veintena de militantes del POUM pasamos largos meses en la prisión de celular de Montauban. Algunos de nosotros habíamos leído el libro de Victor Serge Los hombres en la cárcel y teníamos una idea de lo que era el régimen penal francés. Pero no tardamos en darnos cuenta que Serge no había exagerado. Lo cierto es que pasamos cerca de dos meses totalmente aislados, en unas celdas infectas, sin ver nunca a nadie, salvo a algún carcelero experto en abrir y cerrar cerrojos. Hasta el paseo era celular, puesto que se hacía sin ver a nadie, en un patio también celular. Sólo veíamos un trozo de cielo y siempre estaba nublado, Había que tener bastante temple para soportar semejante situación. Y eso sin hablar del confort de la celda y de la asquerosa alimentación y bajo el tormento de no saber lo que pasaba en Francia, en España y en el mundo en plena convulsión bélica.
Después llegó el periodo de la celda a tres y vinieron dos presos comunes. Por suerte eran simpáticos y me trajeron noticias de lo que pasaba en Francia y en el mundo en guerra. Les habían dicho que yo era un jefe político y que había estudiado Medicina, Se pusieron muy contentos y empezaron a contarme los males de que padecían. Uno era un campesino que había sido detenido por una historia de robo de moto y el otro era un hombre de negocios de Normandía, acusado de tráfico de influencias, Sostenía que se habían metido con él unos franceses que colaboraban con los Nazis. Tenía mucho dinero y había logrado sobornar a los carceleros y su esposa le enviaba víveres selectos. Por cierto que en seguida me ofreció lo que tenía y me dijo que encargaría cosas buenas a su mujer para una persona que carecía de ayudas porque su familia estaba en España. Unas semanas después llegó una ayuda más importante: la del gran escultor Maillol y su modelo, Dina Vierny, que residían en Banyuls. Ellos y compañeros del Partido habían buscado abogados para organizar nuestra defensa y yo iba a recibir una cantidad al mes (la que permitía el reglamento) para sufragar mis pequeños gastos en la cantina).
En fin, se había roto la soledad y en el exterior se trabajaba en nuestra defensa. Escribí una carta al abogado que se ocupaba de mi caso y éste me contestó en seguida para decirme que en nuestro dossier no había nada importante, que ya había logrado la liberación de dos compañeros nuestros y que se proponía ir a la cárcel para hablar conmigo. Me sentí un poco mejor. Y casi llegué a alegrarme del rumbo que seguían las cosas. E incluso llegué a soportar la promiscuidad de la celda a 3, con casi todos sus inconvenientes. Pero mis compañeros ocasionales fueron muy amables conmigo y hasta se sintieron contentos de estar con un jefe político importante. Cosa curiosa, incluso los oficiales de prisiones (nosotros decíamos los carceleros) comenzaron a tratarnos de otra manera y se buscaban pretextos para hablar un poco con nosotros, Pero, pese a todo, no se atrevieron a darnos La Depêche de Toulouse y nosotros queríamos saber lo que sucedía en la calle y en el mundo.
Un paseo especial por Montauban
Un día cuya fecha no recuerdo me sacaron de la cárcel de Montauban para llevarme al Palacio de Justicia. Fue un día increíble. Un día de cielo azul y de sol deslumbrante, Como la Gendarmería no disponía de muchos medios de transporte, me entregaron a un gendarme que me puso enseguida las esposas, Y bajamos desde la cárcel, que está en lo alto de una colina, hasta el centro de la ciudad, El gendarme se excusó de aquel paseo absurdo, que me permitió ver a la gente de la ciudad, a las mujeres, a los niños, y cuando coincidimos, con un grupo escolar, el gendarme me quitó las esposas y me dijo que metiera mi mano izquierda en el bolsillo y que me acercara más a él. Cuando entramos en el Palacio de Justicia, me volvió a poner las esposas, me llevó al despacho del juez y me dijo: Que tenga suerte. El juez era un hombre de unos 50 años, elegantemente vestido, que me acogió con mucha amabilidad. Sacó unos papeles y comenzó a leer una biografía mía que ellos habían fabricado. De repente, se paró y comenzó a hacerme preguntas sobre mis padres y mis estudios. Cuando le dije que mi padre era comandante del Ejército de la República y que había sido herido en la defensa de Madrid y que yo había estudiado Medicina durante 4 años en Barcelona y no había podido terminar mis estudios a causa de la guerra civil se quedo atónito. Su tono cambió y se extrañó de que un joven con porvenir se hubiera metido en tantos líos. Yo aproveché la ocasión para protestar por el singular paseo por la ciudad, el régimen penal, la alinentación y el absurdo proceso en que se nos había metido. El honorable juez me dijo que me calmara, que lo nuestro no era grave y que probablemente la cosa no iría muy lejos. Antes de despedirse, me preguntó por mi familia. Le dije que estaba en España y que mi padre se encontraba en la prisión militar de Valencia. Me miró muy gravemente y dijo: ¡Qué época la nuestra! El gendarme me puso las esposas y reanudamos el curioso paseo por Montauban. Antes de entrar en la prisión, el gendarme me preguntó varias cosas sobre la guerra de España y seguidamente me dijo: Usted tendría que escribir al Mariscal, que es un hombre bueno y atiende a todo el mundo. El mariscal era Petain. Muchos franceses creían que el Mariscal era un hombre excepcional, que protegía a Francia frente a Hitler. El propio León Blum había dicho que era el jefe militar más humano que tenia Francia. De ahí que conservara un cierto prestigio hasta la derrota del nazismo y la liberación de Francia,
Ya no volví a salir de la cárcel hasta el día del proceso. Por suerte, tras una gestión que me parecía absurda en el mundo en que vivía, siguiendo una sugestión del médico de la cárcel, escribí una carta al Ministro de Justicia reclamando la posibilidad de recibir La Presse Medicale, en la que salían artículos sobre los problemas que tenía la población en plena guerra. La sorpresa fue enorme: el Ministerio cedió y me autorizó a recibir la revista, que me aportó muchas cosas y sobre todo la alegría de tener una publicación que era la única cosa que me ligaba al mundo en guerra en la soledad brutal de mi celda.
Un tribunal militar especial francés impuesto por los nazis
Paul Buffa, uno de nuestros abogados, me escribía de vez en cuando breves cartas absolutamente optimistas. Según él, todo marchaba a pedir de boca. En una carta del 17 de Junio de 1941 me decía que había asistido al interrogatorio de Juan Andrade por el juez de instrucción y que el dossier estaba vacío y que, por lo tanto, no había que tener la menor inquietud. Para él, lo único que le inquietaba es que el proceso no se podría realizar hasta después de las vacaciones judiciales. Por otra parte, me dijo que ya había obtenido la libertad provisional de Buil y Casanova, dos militantes del POUM.
Pero el optimismo de Paul Buffa fue de corta duración. En una carta manuscrita del 24 de septiembre me decía: Al parecer será hacia el 15 de Octubre cuando se desplazará a Montauban el Tribunal Militar de Toulouse con la misión de juzgar los asuntos del POUM, de los comunistas alemanes y austríacos y de los comunistas franceses. Se trata de una jurisdicción nueva, creada recientemente y encargada de examinar las diversas actividades extranjeras en nuestro territorio.
Como se observará, la cosa estaba perfectamente clara. Inquieto ante las primeras actividades de la Resistencia, el gobierno de Hitler había pedido al gobierno de Petain la intensificación de la represión. Y nosotros, que llevábamos ya un largo encarcelamiento, teníamos que pagar con efectos retroactivos por delitos que no habíamos cometido. El hecho desconcertó a nuestros abogados, a nuestras familias y a todos los que esperaban un desenlace menos salvaje del que preparaban los propios jueces franceses.
Como se sabe, el acuerdo de armisticio impuesto por Hitler al mariscal Petain dividía a Francia en dos zonas y permitía a los franceses mantener un Ejército reducido que se llamaba Ejército del armisticio. Pues bien, fueron militares de ese Ejército, que nadie consideraba como tal, los que sirvieron para constituir el tribunal militar de pacotilla que tenía que condenar al POUM. Visto de lejos, el hecho aparecia como una farsa absurda Así lo consideramos nosotros, los presos de Montauban. Pero un triste día de fines de Octubre nos encontramos ante el tribunal militar improvisado que llegó de Toulouse para realizar una triste tarea, Su miembros eran jóvenes, salvo el presidente. Yo, hijo de un militar republicano español, que en aquel momento residía en las Prisiones militares de Valencia por haber mandado una columna en el frente de Madrid, les miré de una forma que no podían comprender, Y ellos simularon que estaban contentos. Como otros compañeros, tuve la tentación de gritarles contra la infamia a que se prestaban, pero no había ni prensa que pudiera recoger nuestra protesta y hasta nuestros abogados estaban asombrados de lo que pasaba.
Una sentencia increíble y absurda
El presidente fue muy breve y dió la palabra al fiscal, que quiso lucirse ante los militares. Adoptó un tono solemne y desarrolló su discurso de una manera confusa y ridícula. En varios momentos se vió que confundía los nombres de los acusados y se armaba un taco con nuestras ideas. Para impresionar a los militares dijo que nosotros habíamos difundido un artículo en el se acusaba al mariscal Petain de querer entregar Indochina a los japoneses. En la sala del Palacio de Justicia, más de uno tubo que contener la risa, y en particular los abogados. Luego dijo varias tonterías sobre Juan Andrade y el doctor José Capella. En resumen, nosotros éramos rojos españoles que no habíamos renunciados a la acción política. Los abogados, un poco desesperados porque sabían que no actuaban en un proceso normal y que reinaba una atmósfera de asunto ya resuelto, parecían inpotentes y acongojados. El abogado Paul Buffa tuvo la ocurrencia de decir que los acusados del POUM tenían la posibilidad de salir de Francia y trasladarse a Méjico si el tribunal tenía la generosidad de liberarlos, cosa posible puesto que la acusación no había probado que fueran enemigos de Francia. El fiscal rechazó de plano la sugestión. Y al formular las penas que pedía para los procesados justificó la más elevada y absurda, 20 años de trabajos forzados para Wilebaldo Solano, porque se trataba de un joven que a su edad había dado pruebas evidentes de su espíritu rebelde.
Y el fiscal prosiguió su perorata distribuyendo penas injustificables y absurdas: 5,10,12 15, años de trabajos forzados y una serie de penas de prisión. Este diluvio cayó en la sala del tribunal como un atropello sin precedentes. Poco después, el tribunal se retiró para deliberar. Los jueces militares parecían un poco sorprendidos de la operación. Pero reaparecieron pronto para leer la sentencía. Un piquete armado de la Guardia Móvil entró en sala y presentó armas. El presidente del Tribunal Militar especial leyó la sentencia: En nombre del pueblo francés… No hubo ni aplausos ni lágrimas. Los militantes del POUM contuvieron su furor convencidos de que un día quizás no lejano el auténtico pueblo de Francia se rebelaría y condenaría la infamia. Hubo que esperar muchos meses y pasar de la cárcel de Montauban al Presidio de Eysses, donde hoy se recuerda y se rinde homenaje a los presos de ayer y a los combatientes de siempre.