Por razones derivadas de la actual situación internacional, extraordinariamente tensa desde hace unos seis meses, el entierro de Tito, Presidente vitalicio de Yugoslavia, constituyó una manifestación política de duelo sin precedentes. “Personalidades» del mundo entero se dieron cita en Belgrado. Y, entre ellas, Santiago Carrillo y Felipe González.
Estos últimos se sintieron muy orgullosos de participar en los fastuosos funerales de Tito. Como de costumbre, Carrillo aprovechó la ocasión para valorizarse personalmente a los ojos de los incautos y de los ingenuos.
Sin embargo, en 1948, cuando Stalin inició su ofensiva brutal contra Tito y Yugoslavia, el PSOE se caracterizó por una asombrosa discreción y el P.C., con Pasionaria y Carrillo al frente, secundó la campaña contra los yugoslavos. Durante varios años, hasta que Jruschov se reconcilió con Tito en el curso de un viaje espectacular, los dirigentes del Partido Comunista de España, ciegamente obedientes a Stalin, atacaron con una ferocidad implacable al. régimen yugoeslavo y a su máximo dirigente. Para ellos, Yugoslavia y Tito se habían pasado al campo imperialista y en el país ensalzado durante largo tiempo como modelo se había instaurado un régimen fascista.
La verdad histórica es que en 1948, ante la ofensiva del Kremlin, solamente el POUM y un pequeño grupo de comunistas independientes animado por José del Barrio se manifestaron en defensa de Yugoslavia. Nos referimos, claro está, al movimiento obrero y antifascista español.
El grupo del Barrio, por un lado, y el POUM, por otro, trataron de crear un movimiento en defensa de Yugoslavia contra la agresión del Kremlin. Pero lo cierto es que no encontraron ningún eco importante
Para el POUM, la posición era tan clara, como iba a serlo, años después, en los casos de Hungría, Polonia, Checoslovaquia y, recientemente, Afganistán. Se trataba de defender la libertad y la independencia de un país que se rebelaba contra el despotismo burocrático del Kremlin y sus afanes hegemonistas, como suele decirse hoy.
Independientemente de esta posición de principio, el POUM esperaba que la ruptura de Tito con Moscú podía provocar una evolución del régimen yugoslavo y facilitar la resistencia al stalinismo en las «democracias populares» del Este de Europa y en la propia URSS.
Hasta la guerra de Corea, el POUM mantuvo relaciones con el Partido Comunista de Yugoslavia. Varias delegaciones y diversos grupos de militantes de nuestro Partido visitaron Yugoslavia y participaron en una serie de encuestas sobre la situación en dicho país. Hubo incluso encuentros interesantes con ex-combatientes de la guerra de España que nos habían atacado desde el campo stalinista y que, según ellos, comprendían ahora que el POUM había tenido razón…Pero, naturalmente, toda esta labor fue pública y el POUM no transigió en ningún momento en lo referente a las posiciones fundamentales del marxismo revolucionario. En las discusiones con los dirigentes y militantes yugoslavos, sostuvimos siempre que la ruptura con el Kremlin tenía que comportar la liquidación de las formas de organización y de poder de tipo stalinista y una orientación clara y firme hacia la democracia socialista.
A decir verdad, el régimen yugoslavo dio algunos pasos positívos en esa dirección, lo que la valió la simpatía de numerosas organizaciones revolucionarias de Europa y América. Pero ese proceso fue interrumpido y deformado por la guerra de Corea y sus consecuencias internacionales. El curso ulterior de los acontecimientos es conocido. La intervención de Yugoslavia en el movimiento de Bandung, la muerte de Stalin, la revolución húngara, el viaje de Jruscbov a Belgrado, el establecimiento del sistema de «autogestión» que, dígase lo que se quiera, no ha conducido a una modificación sustancial del sistema político y social. La gestión obrera de las empresas en un marco burocrático y la ausencia de las libertades esenciales no han aportado lo que los trabajadores esperaban.
Es difícil imaginar lo que pueda suceder tras la desaparición de Tito. En la actual situación internacional, Yugoslavia va a ser objeto de presiones contrapuestas: las del Kremlin y las del capitalismo norteamericano. Por consiguiente, no hay que excluir que pueda volver a encontrarse en una situación parecida a la de 1948.
En fin, independientemente de la perspectiva a que aludíamos ha parecido interesante recordar, con motivo de la muerte de Tito, las posiciones respectivas de las organizaciones obreras españolas durante la gran crisis que provocó en 1948 la política de Stalin.