Trasversales, nº 48, 2019
La imagen de Rosa Luxemburgo aparece inevitablemente unida a su trágico asesinato en los convulsos días del levantamiento berlinés de enero de 1919. El final prematuro y traumático de una vida puede adquirir un exceso de sentido que acabe fusionando simbólicamente toda una trayectoria vital, llena de momentos de acción, de reflexión, de vida, con ese estado definitivo de muerte. Georg Lukács escribía en 1922 sobre Rosa Luxemburgo. “Su muerte a manos de sus enemigos más reales y sanguinarios, los Scheidemann y los Noske, es, por lo tanto, la coronación consecuente de su pensamiento y de su vida”.
Ese exceso de sentido, esa explicación de la culminación de una vida a través de la muerte es insatisfactoria, tiene unas resonancias cristianas frente a las cuales conviene reaccionar pues encontrar un sentido en lo que no lo tiene, la muerte, ayuda a generar una evocación martirológica de la víctima, donde aflora la salmodia del sacrificio e, incluso, alguna fantasía de redención de aire benjaminiano. La vida, contemplada desde el final, aparece como una retrospectiva y preparación de la muerte. No es imprescindible seguir ese camino. En esta breve aproximación a Rosa Luxemburgo, querría partir de su vida, su obra y de las paradojas que envuelve el interés por ella.
Innegablemente, resulta un personaje atractivo. Es fascinante que una mujer, polaca, judía, con una discapacidad física, se convirtiera, contra toda probabilidad, en una importante dirigente socialdemócrata de la II Internacional, que era un mundo casi exclusivamente de varones. Resulta sorprendente que las ideas de esa mujer sean ahora, al mismo tiempo, muy representativas de un marxismo ortodoxo agotado y, sin embargo, sus intuiciones e iluminaciones rebeldes sigan vivas entre tantas ruinas del pensamiento de la izquierda marxista.
Ese atractivo envolvente no deja de generar malentendidos razonables. Rosa Luxemburgo puede ser vista como la representación ideal del mártir revolucionario, una proto-bolchevique de cuerpo entero, la crítica más aguda del leninismo, una gran dirigente de la socialdemocracia internacional, una teorizadora del espontaneísmo, la virulenta detractora del nacionalismo y una marxista ortodoxa. Tantas imágenes en el espejo pueden facilitar una universal complacencia sobre Rosa que, al mismo tiempo, encubra algunos equívocos.
No es posible olvidar que los elogios de Lenin y de Trotski, y de tantos bolcheviques de los primeros años, son, al mismo tiempo, un intento de sepultar definitivamente lo que les molesta de su pensamiento. Cuando la estalinista República Democrática Alemana la elevaba a los altares hagiográficos del régimen, con sus calles y sus sellos postales, era una especie de sortilegio para ahuyentar su espíritu democrático y su airada incompatibilidad con la opresión. Cuando los liberales la presentan como una precursora de la denuncia del leninismo y, por tanto, del estalinismo, lo cual es cierto, interesa que una tupida niebla oculte que se trataba de una dirigente revolucionaria e internacionalista. Los elogios de los socialistas de los actuales partidos social-liberales encubren, cuidadosamente, su colosal intuición de que los movimientos sociales son la principal fuente de sentido y el único aliento capaz de generar una organización viva. Incluso en la recuperación de alguna forma de luxemburguismo por libertarios o consejistas se muestra tanto deslumbramiento respecto de su espontaneísmo y énfasis en la autoactividad de las masas, que pueden dejar en penumbra sus ideas sobre la función y necesidad de un partido organizado de los de abajo.
Lo más sobresaliente de Rosa Luxemburgo es la forma en que dentro de un pensamiento, en muchos aspectos, rígidamente marxista, afloran iluminaciones, generadas por una mirada que intenta ser pura, a los movimientos sociales y revolucionarios reales. Algunas de las ideas más interesantes de Rosa no se encuentran en el hilo de sus argumentos sino, frecuentemente, en incisos especialmente brillantes y en bruscos destellos de imaginación intelectual. Cuando el determinismo y la teleología histórica son relajados, aparecen poderosamente las luchas reales de la gente común, seres que luchan y que no se dejan convertir en un adorno de esquemas teóricos. Emerge, entonces, la historia viva frente a las supuestas leyes de la historia. Esa es la Rosa Luxemburgo que sigue impactando, la que no se deja atrapar por los discursos cerrados.
Rosa Luxemburgo y la socialdemocracia
Para evitar una visión deformada de la personalidad de Rosa Luxemburgo es imprescindible una adecuada contextualización. Su vida transcurre en una etapa del capitalismo muy diferente del actual, con otros conflictos políticos y otros movimientos sociales y, sobre todo, con una carga de experiencia histórica muy distinta a la de nuestro tiempo. En gran medida, ese mundo y parte de sus lenguajes y sus proyectos, van a desaparecer en la gran catástrofe de la guerra mundial de 1914.
Rosa Luxemburgo nació en 1870 (1) y su vida está asociada a la época del desarrollo de la II Internacional (creada en 1889, cuando ella tenía 19 años) y muy especialmente a la historia de la socialdemocracia polaca y alemana. Su trayectoria vital coincide con el período que se ha llamado la era de los imperios (1870-1914), una etapa de mundialización que culminó en la guerra mundial de 1914-1918 y el posterior hundimiento del capitalismo liberal que tan convincentemente describió Karl Polanyi.
Fue una época de fecundo desarrollo de los grandes movimientos obreros europeos. Poderosos sindicatos y fuertes partidos socialdemócratas se convirtieron en la expresión de un movimiento de masas que luchaba por los derechos laborales y por las libertades democráticas. No se debe olvidar, demasiado a menudo se hace, que fue el tiempo de las grandes luchas populares por la extensión del sufragio universal, por la democratización y contra las estructuras subssistentes en Europa del absolutismo tardío.
Rosa fue una personalidad muy destacada de ese socialismo europeo. Desde la década de 1890 fue continuadamente una de las principales dirigentes de la socialdemocracia polaca. Junto a Leo Jogiches, compañero sentimental durante muchos años, fundó primero el SDKP (Partido Socialdemócrata del Reino de Polonia) y luego el LSDKP (Partido Socialdemócrata del Reino de Polonia y Lituania), que se enfrentaron al nacionalismo polaco del PPS (Partido Socialista Polaco), dirigido por Josef Pilsudski, que daba prioridad a la lucha por la independencia de Polonia. Desde esa atalaya polaca tuvo una cierta intervención en las polémicas de la socialdemocracia rusa del POSDR (Partido Obrero Socialdemócrata Ruso) polemizando agudamente con las posiciones de Lenin en 1904 y, también, con las de los mencheviques.
En 1898 se traslada a Berlín y se convierte rápidamente en una importante dirigente del SPD (Partido Socialdemócrata Alemán) y de la Internacional. Su papel como periodista en importantes órganos de prensa del SPD fue significativa, así como su labor como profesora de economía en la escuela de formación de cuadros del SPD. Esas actividades, además de proporcionarle una fuente de ingresos para subssistir, permiten percibir que Rosa fue, en gran medida, una intelectual orgánica de la socialdemocracia alemana. No puede ser caracterizada como una figura marginal dentro del ámbito de la socialdemocracia centro-europea ya que formaba parte de su centro intelectual y político. De hecho, Rosa fue una gran defensora de la ortodoxia marxista que mantenía la mayoría de la dirección del SPD.
El SPD tendía a configurarse como un Estado dentro del Estado, con su extensa estructura organizativa y su amplia burocracia, su prensa nacional y local, sus escuelas, sus cooperativas, sus sindicatos. El célebre texto Reforma o revolución (1899), que tanto contribuyó a su prestigio en el ámbito de la Internacional y del SPD, era una requisitoria contra Bernstein y el revisionismo, plenamente en la línea de la dirección del SPD, tendente a mantener al SPD como un partido de oposición, ese mencionado Estado dentro del Estado. En su concepción, las reformas sociales son parte de la lucha por la transformación socialista de la sociedad y considera que no es posible renunciar ni a las reformas ni a la revolución.
También tuvo una intervención destacada en las polémicas contra el ministerialismo, la participación de partidos socialistas en gobiernos de coalición con la burguesía, que se estaba abriendo paso, especialmente en la socialdemocracia belga y francesa.
Su polémica con Lenin sobre el modelo organizativo de la socialdemocracia (1903-1904) refleja perfectamente su concepción del partido de masas como un fruto del desarrollo del movimiento obrero. A pesar de considerar que la centralización política era un proceso natural, su tesis de que la socialdemocracia es parte y expresión de un movimiento social que la precede, se encuentra muy alejada de las ideas de Lenin, para quien el socialismo es algo ajeno y exterior a la clase obrera, producto de una organización profesional de revolucionarios. Para ella, una de las funciones de la organización socialdemócrata consiste en aprender de las experiencias de las luchas y desarrollar la educación socialista sobre esas experiencias.
Su argumento central, tanto contra Lenin como contra los revisionistas, es que quieren sustituir la acción propia de los trabajadores por las iniciativas de una élite. En el importante ensayo Cuestiones organizativas de la socialdemocracia rusa (1904) dirá: “En el movimiento socialdemócrata -lo que le diferencia de las antiguas experiencias del socialismo utópico- la organización no es el resultado artificial de la propaganda, sino un producto histórico de la lucha de clases, al que la socialdemocracia simplemente da un cierto grado de conciencia política”. Y, también: “El movimiento social-demócrata es el primero en toda la historia de la sociedad de clases que toma en cuenta, en todas sus fases y en todos sus desarrollos, la organización y la acción directa e independiente de las masas”. Contrapone esa visión a la de Lenin, que presenta al revolucionario socialdemócrata como “un jacobino indisolublemente unido a la organización del proletariado, que se ha hecho consciente de sus intereses de clase”. Señala agudamente que la visión de Lenin extrapola a la socialdemocracia una visión de la disciplina que se basa en las instituciones burguesas de la fábrica y el cuartel. Para ella, Lenin quiere controlar y empequeñecer. “Históricamente, los errores cometidos por un movimiento verdaderamente revolucionario son infinitamente más fecundos que la infalibilidad del más sabio Comité Central”.
En el folleto Huelga de masas, partido y sindicatos (1906) Rosa además de una defensa de las lecciones históricas de la revolución rusa de 1905, y sus enseñanzas para Alemania, también polemiza con la dirección de los sindicatos socialdemócratas y contra su pretendida autonomía de la dirección del SPD.
El papel histórico de Rosa solo puede ser entendido como partícipe en el desarrollo de la socialdemocracia europea y, en particular la alemana, cuyos valores y principios representa en gran medida. Su internacionalismo, por ejemplo, no es una peculiaridad de su pensamiento sino un componente omnipresente en los congresos y la propaganda de los distintos partidos socialdemócratas europeos y de la Internacional hasta las puertas del año 1914.
Del mismo modo, Rosa comparte la teleología marxista del socialismo como objetivo final de la Historia y mantiene un importante grado de determinismo económico que compatibiliza con su creciente orientación a destacar el papel de la autonomía de las masas. Su principal aportación a la teoría económica marxista, el libro La acumulación del capital (1913), se aproxima a concepciones de una teoría del derrumbe del capitalismo por razones internas, derivadas de los mecanismos de la reproducción ampliada de capital y de la incapacidad de generar una demanda efectiva suficiente sin la participación de los sectores no capitalistas de la economía. Indudablemente su internacionalismo se vio reforzado por su sensibilidad respecto al papel de los imperialismos.
Es cierto que la concepción teleológica del socalismo se va a debilitar cuando Rosa confronte los esquemas abstractos del marxismo con la dinámica histórica. Ello ocurrirá de una forma muy marcada con la revolución rusa de 1905, y también a partir de las luchas belgas y prusianas de la década de 1910. Aunque Rosa mantiene su adhesión a una explicación marxista determinista de la Historia, la presencia creciente de las luchas sociales van enriqueciendo y complejizando su posición Al mismo tiempo, la creciente compresión del dilema histórico de su tiempo en términos de “socialismo o barbarie”, irá atenunando tamto el determinismo económico como el grado de adhesión al ingenuo progresismo de la Segunda Internacional.
Toda esa época de organización del socialismo europeo y de luchas sociales por el sufragio universal y los derechos de los trabajadores acabó abruptamente con la guerra mundial de 1914. Esa gran catástrofe, que hizo realidad el concepto de barbarie de Rosa Luxemburgo, puso fin a toda una etapa de la civilización europea, donde se estaban desarrollando poderosas fuerzas sociales por la democratización y por un nuevo papel de los trabajadores en la sociedad.
Rosa se alíneó con los sectores de la izquierda sociademócrata europea que denunciaron la traición que para sus ideales suponía el apoyo a la guerra. En 1917 se crea el USPD (Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania), un partido socialdemócrata de izquierdas, en el que participa el grupo espartaquista que animaban Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. Las agrias polémicas y enemistades vitales de Rosa Luxemburgo con los máximos representantes del USPD dificultaron una colaboración más fructífera entre los distintos grupos socialdemócratas alemanes internacionalistas, o en ruptura con la dirección del SPD, y facilitó el aislamiento de sus partidarios espartaquistas, cada vez más influidos por las ideas bolcheviques.
Aunque el grupo espartaquista, del que era una de los máximos dirigentes, acabó siendo uno de los componentes del KPD (Partido Comunista Alemán), en cuya fundación participó en 1919, dos semanas antes de su muerte, Rosa pareció mantener serias dudas sobre la forma de construcción de un nuevo partido, y sus tácticas y estrategias. Probablemente ella siempre había visto al grupo como una corriente de un partido socialdemócrata de masas. La precipitación de los acontecimientos de la revolución alemana en noviembre de 1918, la debilidad y radicalización de los espartaquistas, la necesidad de disponer de un instrumento para actuar en esa época convulsa y el enorme impacto de la revolución rusa entre muchos de sus colaboradores más cercanos, fueron factores decisivos para ese paso. Pero es imposible considerar que, en ese momento, Rosa se había convertido en una leninista. Desde el punto de vista organizativo su concepción siempre fue la del partido de masas. Nada en su trayectoria llevaba en otro sentido, y sus propias posiciones sobre la revolución rusa eran fuertemente críticas con el poder bolchevique.
Los años de la guerra mundial fueron años de carcel preventiva, de aislamiento político y de una poderosa sensación de hundimiento personal y colectivo. Para Rosa Luxemburgo la guerra mundial significaba una derrota histórica. Frente a la posición de Lenin, que veía en la guerra una oportunidad para la revolución, Rosa la concibe como un mal absoluto. En el folleto La crisis de la socialdemocracia alemana (conocido como folleto Junius por el seudónimo que ella utilizó) dirá: “La guerra mundial ha destruido el resultado de 40 años de trabajo del socialismo europeo”. Y, también, “el proletariado ha sufrido la más aguda derrota de su historia”.
El pesimismo invadió a Rosa, consciente de que la guerra, la barbarie, no es el verdadero fermento de un orden nuevo. Rosa Luxemburgo era una heredera consciente de Louise Michel, quien señalaba que “la revolución puede levantarse sobre hombres y mujeres en lugar de sobre ruinas”.
Las revoluciones y los grandes movimientos sociales
En sus escritos políticos, Rosa Luxemburgo se inserta en la tradición política maquiavélica, que ve en los conflictos el motor auténtico de todo cambio histórico. Frente a la tradición roussoniana que aspira a una sociedad completamente reconciliada, estamos en el mundo de las luchas y de un socialismo democrático. La importancia de la autonomía de las masas para la construcción del socialismo y su concepción de la democracia representan un recordatorio obligado para comprender la diversidad de orientaciones existentes entre los socialdemócratas de las primeras décadas del siglo veinte. Al mismo tiempo, obliga a reflexionar sobre la intensa marginación a la que fue sometido su pensamiento por parte de las izquierdas posteriores.
El luxemburguismo nunca ha existido como una doctrina o una corriente política, pero si hay algo que se aproxima a luxemburguismo sería la idea, muy presente en la obra de Rosa Luxemburgo, de aprender de las experiencias de las grandes luchas sociales. Su pensamiento es el producto de una mirada atenta a los principales movimientos sociales y políticos. Prestó especial atención a las luchas de Bélgica, de Austria, de Prusia, de Polonia, de Rusia… Pero, indudablemente, fue su interpretación de la revolución rusa de 1905 la influencia más importante que la lleva a una concepción original del papel de los movimientos sociales.
En agosto de 1906, durante una breve estancia en Finlandia, tras haber conseguido salir de Polonia, donde estaba detenida por su participación en los sucesos revolucionarios de 1905-1906. Rosa redactó Huelga de masas, partido y sindicatos, donde ptofundiza en concepciones que serán fuente de numerosos escritos posteriores. Rosa aborda diversas cuestiones, entre ellas, la vieja polémica entre anarquistas y socialdemócratas sobre la huelga general, desde una nueva perspectiva, la que le proporciona los acontecimientos revolucionarios. La huelga de masas se ha convertido para ella en la forma más general de la lucha social de la época y refuta la concepción de la huelga general como producto abstracto de una decisión de una organización. La huelga de masas le parece la forma de la revolución. No es una técnica, es el método en movimiento de la lucha social.
Vamos a continuación a destacar los elementos más importantes de esta concepción emergente en la obra de Rosa Luxemburgo, incluyendo algunas citas del mencionado folleto de 1906.
-Espontaneidad e impredecibilidad de las revoluciones y los grandes movimientos sociales. La revolución y, del mismo modo, los grandes movimientos sociales no son predecibles. Se desarrollan mediante mecanismos espontáneos enraizados profundamente en las fuerzas sociales. “La huelga de masas no es el producto artificial de alguna táctica premeditada de los socialdemócratas. Es un fenómeno histórico natural que se apoya en la actual revolución”. También señala: “si algo nos enseña la Revolución Rusa es, sobre todo, que la huelga de masas no se “fabrica” artificialmente, que no se “decide” al azar, que no se “propaga”, es un fenómeno histórico que, en un momento dado, surge de las condiciones sociales como una inevitable necesidad histórica”. En definitiva, la revolución y las huelgas de masas no las provoca nadie. Ocurren. Son hechos históricos, no el producto de decisiones de una organización. Las revoluciones no permiten que nadie juegue a maestro de escuela. La revolución no admite recetas. Del mismo modo, los movimientos sociales profundos se originan a partir de procesos a cuyo desencadenamiento no se le puede fijar forma ni tiempo.
-Imposibilidad de separar los factores políticos y económicos en las luchas sociales. El movimiento no va de la lucha económica a la política ni viceversa. La irrupción de las masas en la escena impide esa distinción. La huelga de masas en Rusia es, para Rosa Luxemburgo, el producto de la lucha contra el absolutismo, y por los derechos políticos, de los trabajadores. Pero, al mismo tiempo, la lucha es económica, y se combina con el combate por la reducción de la jornada laboral, los aumentos salariales, etc. Rosa empieza a romper con la tradición marxista ortodoxa que separaba radicalmente los objetivos y las luchas por la revolución burguesa y la revolución social. Observa como la vanguardia son los trabajadores y no la burguesía. La burguesía ha dejado de ser el principal elemento revolucionario. La revolución apunta tanto contra el viejo poder estatal como contra la explotación capitalista. La posición de Rosa se aproxima mucho al primer permanentismo de Trotski, el que se expresa en su Resultados y perspectivas (1906), respecto a la revolución de 1905.
-Las masas tienen el protagonismo de las luchas. Toda lucha verdaderamente importante necesita del apoyo y la colaboración de las más amplias masas. Para Rosa Luxemburgo, el cuadro vivo de la movilización popular debe sustituir al esquema doctrinario. “En lugar de una árida acción política llevada a cabo por decisión de los organismos superiores, encajada en un plan y unas perspectivas determinadas, nos encontramos con el latido de un cuerpo vivo, de carne y sangre, que no puede ser arrancado del gran marco de la revolución porque está conectado con todas sus partes por miles de vasos comunicantes”.
-Repensar la relación entre dirigentes y dirigidos. Existe una dinámica histórica entre dirigentes y dirigidos que debe llevar a cambiar la relación entre ellos ya que “la tendencia dominante en el movimiento socialista es y seguirá siendo la abolición de los «dirigentes» y de las masas «dirigidas» en el sentido burgués, esto es, la abolición del fundamento histórico de toda dominación de clase” (“Dirigentes y dirigidos”, 1904).
-Las luchas enseñan, las luchas desarrollan la conciencia social. Las luchas son fundamentales en la creación de conciencia, son la experiencia genuina que alimenta la evolución del cuerpo social. Espontaneidad y conciencia no son procesos separables. La experiencia de las luchas es la escuela viva que genera el sedimento moral que permite que la conciencia colectiva avance no linealmente sino a saltos. Al dirigir la mirada hacia los movimientos sociales efectivos, va abandonando cualquier mirada privilegiada hacia las construcciones ideologicas.
-La organización es parte del movimiento social. Ya en 1904 había señalado su concepción del partido frente a Lenin. “El hecho es que la socialdemocracia no está unida a la organización del proletariado. Es ella misma proletariado”. La actividad de la organización, el crecimiento de la conciencia de los objetivos y la lucha no son cosas diferentes, separadas cronológica y mecanicamente, son sólo aspectos distintos del mismo proceso. Para Rosa Luxemburgo el partido no debe dejar de ser partido de masas y tampoco abandonar el objetivo final. Tiene tanto miedo a que el partido se convierta en una secta como a que se transforme en un partido reformista burgués. En 1906, después de la experiencia revolucionaria de Rusia, su percepción de la naturaleza impredecible y espontánea de las revoluciones y los grandes movimientos sociales no la lleva a despreciar ni reducir la importancia del papel de la organización política, la socialdemocracia. Rosa sigue concibiendo el desarrollo de la organizacion como un producto de la sociedad y sus luchas. La organización necesita de las luchas, no las luchas de la organización. El papel de la socialdemocracia es facilitar una dirección política a la movilización en su conjunto. La organización tiene un papel esencial en la educación de masas y en la construcción de un movimiento político fuertemente enraizado en su base social y, para ello, es esencial su capacidad para aprender de las experiencias de las luchas.
La descripción precedente permite concluir que Rosa Luxemburgo fue, dentro de la tradición marxista, la mente más abierta a comprender y pensar sobre el papel de las movimientos sociales, las experiencias y el conflicto social en la formación de la conciencia colectiva y el cambio revolucionario. Para Rosa, la izquierda era fundamentalmente una expresión organizada de las fuerzas sociales de los de abajo, siendo las luchas el motor esencial de cualquier cambio hacia la emancipación. Y, realmente, la izquierda se construyó desde la segunda mitad del siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX como parte de un movimiento de la sociedad al que intentaba reflejar más que representar.
La izquierda perdió, despues de la quiebra de la II Internacional y de la muerte de Rosa Luxemburgo, esa resistencia a encerrar en esquemas cerrados las revoluciones y los movimientos sociales.
Sin embargo, las grandes revoluciones y los movimientos sociales del siglo XX volvieron a poner en evidencia su carácter impredecible y espontáneo y su naturaleza de creación social. La revolución rusa de febrero de 1917, la revolución mexicana iniciada en 1910, la revolución alemana de noviembre de 1918, la revolución española de 1936, la revolución húngara de 1956, el movimiento de mayo del 1968, etc., pusieron una y otra vez el dedo en la llaga de la incapacidad de los esquemas preconcebidos para aprehender la realidad y en la absoluta ignorancia de los procesos sociales de las sectas y grupos que aspiraban a convertirse en direcciones revolucionarias. Pero la izquierda del siglo veinte, dominada por una parte por una socialdemocracia en transición al social-liberalismo y, por otra, por la tradición de origen leninista o convertida en estalinista, estaba incapacitada, por su propia esencia, a aprender de las experiencias.
La izquierda del siglo XXI sigue igual, no quiere ni puede aprender de las experiencias, de las luchas reales, de la revoluciones auténticas, de los grandes movimientos sociales de nuestra época. Sea el 15M en España, las revoluciones árabes, la rebelión mundial de las mujeres, el movimiento de defensa de la democracia de Hong Komg o los movimientos sindicales de India y sudeste asiático… Esas experiencias de nuestro tiempo son la posible fuente de inspiración de quienes estén dispuestos a asumir que las auténticas revoluciones y movimientos sociales son una creación original, producto impredecible del fermento social. Sólo desde esa comprensión, sería posible, también, un nuevo entendimiento de la función de la organización política o política-social como instrumento de autoeducación popular, de autoconstrucción de un imaginario instituyente, pero conocedora de que la organización sólo es un producto de la sociedad y que son los profundos movimientos sociales los que generan nuevas formas de conciencia colectiva.
Todas estas son razones por la cuales Rosa Luxemburgo sigue siendo una fuente de inspiración y de reflexión fértil para todos aquellos que creen en la capacidad de autoorganización de la sociedad y están dispuestos a aprender de las experiencias.
La revolución rusa y la democracia
La concepción del socialismo de Rosa Luxemburgo no admite dudas. “La más inflexible energía revolucionaria y el humanismo más generoso son la verdadera esencia del socialismo”.
Esas concepciones sobre el socialismo se pusieron a prueba ante los acontecimientos revolucionarios de 1917. La figura de Rosa Luxemburgo se encuentra indisolublemente unida al célebre e impactante texto La revolución rusa que tanta incomodidad ha producido a sus lectores de sesgo leninista. Se trata de un ensayo político magistral y una crítica demoledora del bolchevismo convertido en modelo.
Escrito en el verano de 1918 en la carcel de Breslau e inacabado, Rosa envió un borrador de su trabajo en septiembre de 1918 a Paul Levi en un intento de convercerle de su posición, tras haber renunciado a publicar artículos críticos sobre la revolución rusa en las Cartas de Spartakus. No llegó a publicarse en vida de Rosa Luxemburgo. El propio Levi lo editaría en 1922, en plena ruptura con el KPD, venciendo, al parecer, algunos intentos de impedir su publicación efectuados a través de Clara Zetkin (2).
Rosa Luxemburgo entendió desde febrero de 1917 la continuidad entre dicho proceso revolucionario y la anterior revolución de 1905. En su primera aproximación señalaba «…una vez en la brecha, la energía revolucionaria del proletariado ruso emprenderá, con la misma lógica ineluctable, la vía de una acción democrática y social radical y adoptará de nuevo el programa de 1905: república democrática, jornada de 8 horas, expropiación de los grandes terratenientes…». Al mismo tiempo, vincula expresamente la revolución con la lucha por la paz. «… Pero de ello emana en primer lugar para el proletariado socialista de Rusia la más urgente de las consignas, indisolublemente unida a todo lo demás: ¡Fin a la guerra imperialista!» (Cartas de Spartakus).
Rosa Luxemburgo se sitúa en el campo de la solidaridad con la toma del poder por los bolcheviques. «El levantamiento de octubre no solamente ha servido para salvar efectivamente la revolución rusa, sino también para salvar el honor del socialismo internacional». Sin embargo, desde el principio es consciente de la tragedia que supondría el aislamiento de la revolución (carta a Luise Kautsky del 24 de noviembre de 1917), del cual culpa a las direcciones chovinistas de la socialdemocracia. Asimismo, mantuvo diferencias y recelos con las orientaciones bolcheviques a la paz separada con Alemania, que condujeron al tratado de Brest-Litovsk.
A mediados del año 1918, Rosa Luxemburgo decide sistematizar sus posiciones críticas respecto a la política bolchevique. El aspecto fundamental que preocupaba a Rosa Luxemburgo eran las consecuencias que para el futuro de la lucha socialista podía tener la lectura apologética y unidireccional de la revolución rusa por la tendencia de sus dirigentes a formalizar y teorizar lo que sólo podían ser posturas contingentes. Realiza en su obra una severa advertencia contra la utilización de la experiencia bolchevique como un modelo para el socialismo. La revolución rusa no es realmente un texto de coyuntura, en él manifiesta sus preocupaciones de futuro. “El presupuesto tácito de la teoría de la dictadura de Lenin-Trotski es que para la transformación socialista hay una receta prefabricada, guardada ya completa en el bolsillo del partido revolucionario, que sólo requiere ser enérgicamente aplicada. (…) Por desgracia -o tal vez por suerte- ésta no es la situación. Lejos de ser una suma de recetas prefabricadas que sólo exigen ser aplicadas, la realización práctica del socialismo como sistema económico, social y jurídico yace totalmente oculta en la niebla del futuro. En nuestro programa no tenemos más que unas pocas indicaciones generales que señalan la dirección general en la que tenemos que buscar las medidas necesarias, y las señales son principalmente de carácter negativo”.
Sus críticas a los bolcheviques se refieren a tres aspectos: la política agraria, el derecho de autodeterminación y la cuestión democrática. El tema de la democracia es el aspecto sustantivo de su contundente valoración crítica de la política de Lenin y Trotski y de los riesgos que conllevaba.
Los bolcheviques habían defendido simultáneamente la consigna de ¡Todo el poder a los soviets! y la convocatoria de una Asamblea Constituyente. Rosa Luxemburgo no comprende el viraje adoptado por los bolcheviques al disolver el Parlamento como tampoco al restringir el derecho de voto. Admite que la Asamblea Constituyente podía no ser verdaderamente representativa, pero afirma que en ese caso la disolución podría haber ido acompañada de una convocatoria de nuevas elecciones.
Sin embargo, el punto de vista de Rosa Luxemburgo no se refiere fundamentalmente a un problema táctico sobre la Asamblea Constituyente. Muchos lectores de esta obra han señalado que su contenido planteaba la necesidad de la compatibilización entre el Parlamento y los soviets, lo cual no afirma explícitamente. Creo, sin embargo, que el núcleo central de su argumentación es aún más general, es la necesidad permanente de derechos democráticos incondicionados. Se irrita por la tendencia de los bolcheviques a hacer de la necesidad virtud y a acabar defendiendo un «socialismo» antidemocrático.
Por otra parte, el socialismo no puede establecerse por decreto. Nadie posee ni las soluciones para todos los problemas, ni un método infalible. La solución de los problemas sólo puede proceder de la fecunda corrección de los errores cometidos, la cual sólo es posible sobre la base de la libertad de crítica y de la más amplia iniciativa popular. “El sistema social socialista será, y sólo puede ser así, un producto histórico, surgido de las propias experiencias en el curso de su realización, un resultado del desarrollo de la historia viva, la cual (al igual que la naturaleza orgánica, de la que, en última instancia, forma parte) tiene la saludable costumbre de producir, al mismo tiempo, la necesidad social real y los medios de satisfacerla, junto con el objetivo simultáneamente la solución. Si las cosas son así, es evidente el socialismo, por su propia naturaleza, no puede ser impuesto, no se puede introducir por decreto. El socialismo exige como requisito previo una cantidad de medidas de fuerza contra la propiedad, etc. (…) Sólo la experiencia puede corregir y abrir nuevos caminos. Sólo la vida sin obstáculos, efervescente, puede imaginar miles de formas nuevas, improvisar, liberar la fuerza creadora, corregir espontáneamente las equivocaciones. Es por ese motivo que la vida pública de los países con libertad limitada es tan deficiente, tan miserable, tan rígida, tan estéril, precisamente porque, al excluirse la democracia, se tapona la fuente viva de toda riqueza espiritual y progreso. (…) Toda la masa del pueblo debe participar. De otra manera, el socialismo será decretado desde unos cuantos escritorios oficiales por una docena de intelectuales”.
Frente a una frase de Trotski («Como marxistas nunca fuimos adoradores fetichistas de la democracia formal”) contesta: “Es cierto que nunca fuimos adoradores fetichistas de la democracia formal. Tampoco fuimos nunca adoradores fetichistas del socialismo ni tampoco del marxismo. (…) [Esa frase] significa: siempre hemos diferenciado el contenido social de la forma política de la democracia burguesa, siempre hemos denunciado el amargo contenido de desigualdad social y falta de libertad que se esconde bajo la dulce cobertura de la igualdad y la libertad formales. Nuestro objetivo no ha sido repudiar la igualdad y la libertad, sino impulsar a la clase obrera a no contentarse con la cobertura y cumplir su misión histórica, conquistar el poder político no para eliminar la democracia sino para crear una democracia socialista que sustituya a la democracia burguesa”.
En cuanto al contenido del socialismo Rosa Luxemburgo lo entiende como una ampliación de la democracia, no su limitación, extendiendo la intervención en la vida pública a masas de población que nunca habían sido partícipes de su destino.
La democracia es el único medio para poder limitar los errores inevitables en toda dirección política. “El control público es absolutamente necesario. De otra manera el intercambio de experiencias se estanca en el círculo cerrado de los funcionarios del nuevo régimen. La corrupción se torna inevitable (…). La práctica del socialismo exige una completa transformación espiritual de las masas degradadas por siglos de dominación burguesa. Los instintos sociales en lugar de los egoístas, la iniciativa de las masas en lugar de la inercia, el idealismo que supera todo sufrimiento, etc. Nadie lo sabe mejor, lo describe de manera más penetrante, lo repite más obstinadamente que Lenin. Pero está completamente equivocado en los medios que utiliza. Los decretos, la fuerza dictatorial del supervisor de fábrica, los castigos draconianos, el dominio por el terror… todas estas cosas son sólo paliativos. El único camino que conduce al renacimiento pasa por la escuela de la vida pública, la democracia más amplia posible y la opinión pública. Es el gobierno por el terror lo que desmoraliza”.
Las libertades públicas no son algo accesorio, sino el aire mismo imprescindible para poder hablar de algo parecido al socialismo. “Lenin dice que el Estado burgués es un instrumento para la opresión de la clase obrera, y el Estado socialista un instrumento para oprimir a la burguesía. En cierta medida, dice, es solamente el Estado capitalista invertido y puesto cabeza abajo. Esta concepción simplista olvida el aspecto esencial: el dominio de la clase burguesa no necesita de la instrucción y la educación política de las masas populares, por lo menos no más allá de determinados límites estrechos. Pero para la dictadura proletaria, en cambio, ése es el elemento vital, el aire sin el cual no puede subsistir”.
De forma consistente con las posiciones defendidas en las polémicas de 1904, Rosa Luxemburgo rechaza el jacobinismo político y valora en el más alto grado la autodeterminación e iniciativa de las masas. Esa capacidad constructiva de la sociedad sólo puede desarrollarse con libertad política, cuyo fundamento es el derecho a oponerse. “La libertad reservada sólo para los que apoyan al gobierno, sólo para los miembros de un partido (por numerosos que sean) no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente. No a causa de ningún concepto fanático de la “justicia”, sino porque todo lo que puede ser instructivo, saludable y purificador en la libertad política depende de esta característica esencial, y su efectividad desaparece tan pronto como la “libertad” se convierte en un privilegio”.
Rosa Luxemburgo comprende que la práctica del gobierno bolchevique se alejaba de cualquier forma de ejercicio concreto de la soberanía nacional por el pueblo o los trabajadores, algo completamente ajeno a lo que la socialdemocracia revolucionaria había sostenido. La ausencia de democracia conduce a la degeneración política. Es difícil, sabiendo todo lo que ocurrió después y los terribles efectos del estalinismo, no leer con un estremecimiento las proféticas palabras con que Rosa trazó el posible destino de la revolución y su rechazo de la política de terror. “En lugar de los organismos representativos surgidos de elecciones populares generales, Lenin y Trotski implantaron los soviets como única representación auténtica de las masas trabajadoras. Pero con el sofocamiento de la vida política en el conjunto del país, la vida de los soviets también se deteriorará cada vez más. Sin elecciones generales, sin una irrestricta libertad de prensa y reunión, sin un libre debate, la vida muere en toda institución pública, se torna una mera apariencia de vida, en la que sólo queda la burocracia como elemento activo. La vida pública se adormece gradualmente, dirigen y gobiernan unas pocas docenas de dirigentes del partido dotados de una energía inagotable y un idealismo ilimitado. Entre ellos, en realidad dirigen efectivamente sólo una docena de cabezas brillantes y, de vez en cuando, se convoca a una élite de la clase obrera a reuniones donde deben aplaudir los discursos de los dirigentes, y aprobar por unanimidad las resoluciones presentadas. En el fondo, entonces, se trata de una camarilla. Es una dictadura, es cierto, pero no la dictadura del proletariado sino la de un grupo de políticos, es decir una dictadura en el sentido burgués, en el sentido del dominio de los jacobinos».
Durante años se ha sostenido por diversos comentaristas de la obra de Rosa Luxemburgo que ésta se habría retractado con posterioridad de sus opiniones, basándose en afirmaciones de Adolf Warszawski y de Clara Zetkin, que han dado lugar a la leyenda de una autocrítica de Rosa y su acercamiento final al leninismo (3). Los historiadores comunistas han hablado frecuentemente de una retirada de sus críticas basándose en su posición sobre la convocatoria de Asamblea Constituyente en las agitadas jornadas revolucionarias en Alemania de noviembre y diciembre de 1918. Esa versión fue sostenida por el propio Lenin en 1922 al afirmar que ella misma había corregido en gran medida sus errores. También Trotski, que calificó su trabajo sobre la revolución rusa de «teóricamente muy débil» (!), considera que su acercamiento a las concepciones bolcheviques explica que no llegara a publicar el manuscrito (en «Rosa Luxemburgo y la Internacional», 1935).
Parece poco creíble sostener que Rosa Luxemburgo había cambiado de opinión… sobre puntos de vistas mantenidos durante toda su vida y plenamente consistentes con su concepto de la revolución y del socialismo. En realidad, desde el momento en que redacta el texto hasta su muerte transcurren pocos meses y se desarrollan en el tempestuosa caos desencadenado por la revolución que derriba la monarquía en noviembre de 1918. Por otra parte, el contenido fundamental de su obra es principista y no táctico. Era un trabajo de alcance teórico en el cual «los detalles no eran importantes», como señala Peter Nettl en su biografía de Rosa Luxemburgo.
¡Rosa Luxemburgo tenía razón en tantas cosas! La “revolución de Octubre” alimentó la tentación jacobina de la izquierda y su tendencia a intentar sustituir los procesos sociales por las iniciativas de los agentes políticos y la auténtica dinámica de las transformaciones de la sociedad por un control administrativo.
Lenin consideró la conquista del poder como un triunfo irreversible y no concebía una institucionalidad que pudiera conllevar al desalojo del poder de los bolcheviques. El poder bolchevique se orientó ab initio a una dictadura de partido. La eliminación de la libertad de expresión, la ilegalización de partidos soviéticos, la disolución de la Asamblea Constituyente, la conversión de los soviets en meros instrumentos de gestión administrativa controlados por el partido, etc. fueron pasos decididos y ejecutados desde el principio. No habían llegado al poder para perderlo. Por ello hicieron todo lo que consideraron necesario para conservarlo. Nada más ajeno a la concepción bolchevique que una alternancia en un poder soviético con otras fuerzas políticas.
Para los bolcheviques el poder instituyente no residía en el conjunto de la nación ya que contemplaban a la gran masa campesina como el terreno baldío que había permitido a la persistencia del zarismo. Pero tampoco atribuían el poder instituyente a los órganos de poder nacidos desde abajo. El bolchevismo concebía al partido como un apoderado plenipotenciario no de unos trabajadores concretos sino de una clase obrera teórica universal con una misión histórica predeterminada por cumplir. La sacralización del partido como “vehículo histórico” de los intereses de una clase confería a sus dirigentes el “derecho” al ejercicio de un poder sin límites. El Estado se legitima porque tiene una “misión histórica” y de esa misión se deriva la posibilidad de un ejercicio sin límites del poder del Estado. Una “ciencia del poder” en manos de una élite o vanguardia política.
La perspectiva de Rosa Luxemburgo era muy diferente, En todos los sentidos, las opiniones expresadas en La revolución rusa derivan de la lucha en favor del socialismo y de la democracia que había manifestado Rosa a lo largo de toda su trayectoria; por ello este escrito aparece como su auténtico «testamento» político. Un testamento que contiene una trágica advertencia sobre el triste destino que le esperaba al socialismo si olvidaba su intrínseca necesidad de democracia y libertad.
Notas
(1) Nació el 5 de marzo de 1870. Todos sus primeros biógrafos situaron su año de nacimiento en 1871 debido a un dato incorrecto que figuraba en la documentación de sus estudios universitarios en Zurich.
(2) En el otoño de 1921 Clara Zetkin trajo de Moscú indicaciones para la publicación de las obras completas de Rosa Luxemburgo que, al parecer, incluían instrucciones de destruir el manuscrito sobre la revolución rusa. Veáse Rosa Luxemburgo. Su vida (Elzbieta Ettinger, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1988).
(3) La debilidad de las fuentes de esa supuesta retractación es notable. Las afirmaciones se efectuaron en 1922 en plena campaña del KPD y la Internacional Comunista contra la edición de Paul Levi del folleto sobre la revolución rusa.. Adolf Warszawski mencionaba de memoria una supuesta indicación de Rosa en una carta perdida. Clara Zetkin afirmó que Leo Jogiches le dijo que Rosa se había retractado de sus opiniones, pero como este había muerto en 1919 era imposible confirmar esa afirmación. Frente a esa supuesta retractación se encuentra la consistencia de todas las opiniones de Rosa Luxemburgo en sus obras principales, en su polémica contra el leninismo de 1903-1904 o sus posiciones sobre el socialismo. En el propio programa de la Liga Espartaquista se encuentran ecos plenamente concordantes con sus posiciones en el panfleto sobre la revolución rusa. “La Liga Spartakus no es un partido que pretenda conseguir el poder por encima de las masas obreras o a través de las masas obreras. (…) La Liga Spartakus no tomará nunca el poder gubernamental sino por la voluntad clara e indudable de la gran mayoría de las masas proletarias de toda Alemania, como expresión de la consciente adhesión de esas masas a las perspectivas, objetivos y métodos de lucha propagados por la Liga Spartakus” (diciembre 1918).