La tragedia de Joaquín Maurín (Wilebaldo Solano)

En julio de 1936, Joaquín Maurin era secretario general del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) y diputado a Cortes por Barcelona. Tenía 40 años y era una de las personalidades más importantes de la política española. Había llegado a esta situación tras diez años de luchas sindicales y políticas en el movimiento obrero de Cataluña, en la CNT y en el Partido Comunista . Había vivido directamente la fase más alta de la Revolución rusa y conocido a Lenin y Trotsky, se había casado con Juana, una hermana de Boris Souvarine, figura intelectual importante del Partido Comunista francés, había roto con Moscú muy pronto y creado el Bloque Obrero y Campesino. Era un buen orador y un conferenciante valioso. Había publicado varios libros sobre la política española y acababa de lanzar, inspirado por el Octubre asturiano, su obra más importante: Hacia la segunda Revolución.
Maurín, que se vanagloriaba de haber logrado la valiosa Alianza Obrera, había conseguido realizar su proyecto no menos importante. Es decir, reunir a los marxistas revolucionarios en un sólo partido. Porque esto podía permitir dar un salto peninsular, afianzarse en toda España y ganar a militantes valiosos como Juan Andrade, José Luis Arenillas, Luis Rastrollo, Eugenio Granell, Enrique Rodríguez, Ignacio Iglesias, Eusebio Cortezón, Julio Alutiz, Manuel Sánchez y, naturalmente, Andreu Nin y Molins i Fábrega y otros militantes de Cataluña. La evolución de los acontecimientos y nuestra política peninsular dieron un gran impulso al nuevo partido, dotado entonces de un equipo dirigente excepcional.
Como un diputado podía viajar en condiciones especiales, Maurín era solicitado constantemente por Asturias, Galicia y Andalucía. Y en julio de 1936, cuando se produjo el golpe militar, Maurín acababa de llegar a Galicia para asistir al congreso del POUM que se preparaba. Los compañeros de Madrid ,y en particular Luis Portela, le incitaron a aplazar el viaje, pero él no les hizo caso.
Maurín llegó a Santiago de Compostela y a La Coruña y se encontró con una situación dramática. El golpe militar y la represión le obligaron a sumirse en la clandestinidad. Y, en cuanto le pareció posible, se lanzó hacia Aragón con la intención de encontrar un medio que le permitiera cruzar la frontera con Francia y regresar a Barcelona. Y allí comenzó la odisea que Maurín me explicó ampliamente en enero de 1947 en Madrid, cuando yo crucé la frontera de los Pirineos para verle, por encargo del Comité Ejecutivo del POUM. Maurín acababa de salir de la cárcel de Barcelona y estaba vigilado por la policía de Madrid. Sólo añadiré que nos encontramos en el Museo del Prado y durante una semana nos vimos diariamente y tuvimos la posibilidad de hablar de todo lo que habíamos vivido en diez años de separación. Y, principalmente de la Revolución y la guerra civil. El me pidió que escribiera sobre nuestro encuentro, pero yo me limité a informar a los compañeros de Francia para evitar problemas a Maurín, que estaba en libertad vigilada. Poco después, Maurín pudo viajar a París, donde tuvo varias reuniones con el Comité Ejecutivo del POUM y nos explicó que su mujer y su hijo querían que se reuniera con ellos en Nueva York, donde vivían desde la ocupación alemana en Francia, al igual que Souvarine. Por lo demás, hizo grandes elogios de “La Batalla” y del trabajo que el partido realizaba en el exilio, en contacto permanente con la organización clandestina en España. Naturalmente, nosotros le dijimos que los compañeros deseaban que se instalara en París y que se incorporara al partido.
Maurín regresó a España y, tras no pocas dificultades para obtener un pasaporte, decidió reunirse con su familia en Nueva York. La cosa no gustó a muchos compañeros de España y del exilio. Pero fuimos bastantes los que comprendimos que Maurín había vivido una tragedia poco común. Se había salvado por milagro gracias a los esfuerzos de su mujer, de su familia y del movimiento de solidaridad internacional que denunció su encarcelamiento y determinó que fuera incluido entre los presos considerados de canje por una personalidad franquista. De ahí que lo trasladaran a Salamanca, que le cambiaran su nombre y le aislaran totalmente. Finalmente, no hubo canje y lo enviaron a la Cárcel Modelo de Barcelona. Allí compareció ante un consejo de guerra que lo condenó a cadena perpetua. Y en 1946, cuando Franco hizo algunas concesiones a la presión internacional que se ejercía sobre su régimen, Joaquin Maurín y otros presos significados, como Cipriano Mera, fueron puestos en libertad.
La tragedia de Maurin no tiene nombre. Diez años de cárcel los pasaron muchos militantes antifranquistas. Pero que Maurín, el teórico de la Revolución, el diputado y el secretario general del POUM, tras una serie de peripecias, pasó ese tiempo aislado de todo lo que pasaba en España y en el mundo, lejos de su familia, de sus camaradas y de sus amigos, y a merced de sus enemigos, siempre entre la vida y la muerte, no tiene nombre ni perdón. Un día de enero de 1947, después de haber recorrido una vez más el Museo del Prado, Maurín y yo salimos hacia el Retiro y decidimos ir a tomar algo en un café, cosa que nadie nos aconsejó nunca en el Madrid de entonces, y cansado de hablar de mil cosas, yo le miré y me dije: ¡Vive, pero qué tragedia la suya! Y me puse a pensar en que probablemente ya no podríamos contar con su concurso precioso en el nuevo periodo histórico que se había abierto tras la derrota del fascismo en Europa.

NOTA.- En el libro Cómo se salvó Joaquín Maurín, Juana, su esposa, explica que Maurín quiso escribir su autobiografía, pero lo fue retrasando “porque la perspectiva de revivir diez años de sufrimientos le horrorizaba, pero que en 1972 empezó a apuntar sus recuerdos.” Solo escribió 6 capítulos sobre su odisea. La enfermedad le impidió ir más lejos . Están disponibles en la web de la Fundación Andreu Nin:  Recuerdos (1972).

Sobre el autor: Solano, Wilebaldo

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