La revolución rusa y la democracia (Rosa Luxemburgo, 1918)

Este texto reproduce la parte final del ensayo La revolución rusa, escrito por Rosa Luxemburgo en la cárcel de Breslau en el verano de 1918. No llegó a terminarlo. El manuscrito se lo entregó a Paul Levi que lo publicó en Alemania en 1922. Traducción de Trasversales, publicada en su número 48, septiembre 2019.

Tomemos algunos ejemplos para analizar más profundamente la cuestión de la supresión de la democracia.

La disolución de la Asamblea Constituyente

En la política de los bolcheviques ocupa un lugar destacad la conocida disolución de la Asamblea Constituyente en noviembre de 1917 (1). Esta medida fue decisiva respecto a las posiciones que tomaron posteriormente. En cierta medida, representa un punto de inflexión de su táctica.

Es un hecho que, hasta su victoria de octubre, Lenin y sus camaradas exigían con mucha firmeza la convocatoria de la Asamblea Constituyente. La política dilatoria del gobierno de Kérenski (2) constituía uno de los blancos favoritos en la crítica de los bolcheviques y fue la base de algunos de sus ataques más virulentos. Trotski, en su interesante folleto De la Revolución de Octubre al Tratado Brest-Litovsk, dice que el giro de Octubre representó “la salvación de la Asamblea Constituyente” tanto como la de la revolución en su conjunto. Continúa afirmando:

“Fuimos sinceros cuando dijimos que no era posible llegar a la Asamblea Constituyente a través a través del Pre-Parlamento de Tsereteli (3), sino solamente a través de la toma del poder por los soviets”.

Y después, pese a esas afirmaciones, el primer paso de Lenin después de la Revolución de Octubre fue… la disolución de esa misma Asamblea Constituyente a la cual, supuestamente, se había abierto el camino. ¿Cuáles fueron las razones de un giro tan desconcertante? Trotski discute el asunto en el folleto mencionado. Exponemos aquí sus argumentos.

“Los meses anteriores a la Revolución de Octubre se caracterizaron por una continua orientación de las masas hacia la izquierda, los obreros, soldados y campesinos se volcaron espontáneamente hacia los bolcheviques. En el Partido Social Revolucionario ese mismo proceso se expresó en el fortalecimiento de su ala izquierda. Sin embargo, tres cuartas partes del total de los puestos en las listas de candidatos socialrevolucionarios pertenecían a los viejos nombres de los dirigentes de su ala derecha (…)

Además, las elecciones se celebraron en las primeras semanas posteriores a la Revolución de Octubre. Las noticias de los cambios se extendían muy lentamente, en círculos concéntricos que iban de la capital hacia las provincias y de las ciudades hacia las aldeas. En muchos distritos las masas campesinas tenían una idea muy vaga de lo que sucedía en Petrogrado y en Moscú. Votaban por Tierra y libertad y elegían como representantes a los comités locales que permanecían bajo la bandera de los naródniki (4). Pero también votaban por Kerenski y Avkxéntiev (5), los gobernantes que habían disuelto los comités locales y hacían arrestar a sus componentes (…) Este estado de cosas da una idea de hasta qué punto la Asamblea Constituyente había quedado atrás en el desarrollo de la lucha política y de los agrupamientos de los partidos”.

Toda esa descripción está muy bien, y resulta bastante convincente. Pero una no puede por menos que preguntarse cómo es que personas tan inteligentes como Lenin y Trotski no llegaron a la conclusión que derivaría inmediatamente de esos hechos. Dado que la Asamblea Constituyente reflejaba una elección muy anterior al viraje decisivo que representa la insurrección de Octubre, y dado que, asimismo, su composición reflejaba un pasado ya desvanecido y no la nueva situación, se desprende automáticamente que tendría que haberse anulado la Asamblea Constituyente ya obsoleta, y convocar de forma inmediata a nuevas elecciones a una nueva Asamblea Constituyente. No querían, ni debían, confiar el destino de la revolución a una Asamblea que reflejaba la Rusia kerenskista de ayer, del período de las vacilaciones y las alianzas con la burguesía. Por lo tanto, lo único que quedaba por hacer era convocar una Asamblea que surgiera de la nueva Rusia y seguir con ella adelante.

En lugar de esta conclusión, Trotski extrae de las características específicas de la inadecuación de la Asamblea Constituyente que se formó en octubre una conclusión general: la inutilidad, durante la revolución, de cualquier representación surgida de elecciones populares basadas en el sufragio universal.

“Gracias a la lucha directa y abierta por el poder -escribe- las masas trabajadoras acumulan en un brevísimo período de tiempo una gran experiencia política, y en su desarrollo político ascienden con rapidez de un escalón a otro. Cuanto más extenso es un país, y más rudimentario su aparato técnico, menores son las posibilidades del engorroso mecanismo de las instituciones democráticas de seguir el ritmo de ese desarrollo”.

Aquí encontramos un cuestionamiento del “mecanismo de las instituciones democráticas” como tales.

Ante ello, debemos manifestar inmediatamente que en esa consideración de las instituciones representativas subyace una concepción algo rígida y esquemática que es contradicha expresamente por la experiencia histórica de toda época revolucionaria. Según la teoría de Trotski, toda asamblea electa no hace sino reflejar, de una vez, y para siempre, sólo la mentalidad, la madurez política y el estado de ánimo del electorado justo en el momento en que éste concurre a las urnas. De acuerdo con esto, un cuerpo democrático es el reflejo constante de las masas al final del período electoral, del mismo modo que los espacios celestiales de Herschel siempre muestran los cuerpos celestes no como son en el momento en que los contemplamos, sino como eran en el momento en que enviaron hacia la tierra sus mensajes luminosos desde las inconmensurables distancias siderales. Se niega así toda relación espiritual viva, toda interacción permanente, entre el electorado y sus representantes una vez que han sido electos.

Sin embargo, eso contradice toda la experiencia histórica. La experiencia demuestra justamente lo contrario, es decir, que el fluido vivo del ánimo popular circula y se vuelca continuamente en los organismos representativos, los penetra y los guía. De otra manera, ¿cómo sería posible el espectáculo que, a veces, presenciamos en todo parlamento burgués de las divertidas cabriolas de “los representantes del pueblo” que se sienten, súbitamente, inspirados por un nuevo “espíritu” y pronuncian discursos totalmente inesperados?, ¿o encontrarse, en determinadas oportunidades, con que la momias más resecas se comportan como jovencitos o con los pequeños Scheidenmamn (6) más diversos que, de repente, empiezan a usar un tono revolucionario… todo esto, claro está, siempre que hay alboroto en las calle, en las fábricas, en los talleres.

¿Habría que renunciar, en medio de la revolución, a la influencia siempre viva del ánimo y del nivel político de las masas sobre los organismos electos, en favor de un rígido esquema de emblemas y consignas de partido? ¡Todo lo contrario! Precisamente es la revolución la que crea, con su calor ardiente, esa atmósfera política delicada, vibrante, sensible, en el que las olas del sentimiento popular, el pulso del pueblo, actúa de la forma más maravillosa, al momento, sobre los órganos representativos. De este hecho dependen, con toda seguridad, los conocidos cambios de escena que invariablemente se presentan en las primeras etapas de toda revolución, cuando los viejos reaccionarios, o los extremadamente moderados, que surgieron de una elección parlamentaria con sufragio limitado realizada bajo el antiguo régimen, súbitamente se transforman en ardientes y heroicos portavoces del levantamiento. El ejemplo clásico es el del famoso “Parlamento Largo” de Inglaterra que fue electo y se reunió en 1642, permaneciendo en su puesto siete años completos. En ese período reflejó en su vida interna todos los desplazamientos y alteraciones del sentimiento popular, de la madurez política, de las diferenciaciones de clase, del progreso de la revolución hasta su culminación, desde las devotas escaramuzas iniciales cuando el Speaker del Parlamento permanecía arrodillado (7), hasta la abolición de la Cámara de los Lores, la ejecución de Carlos y la proclamación de la República.

¿Acaso no se repitió la misma maravillosa transformación en los Estados Generales franceses, en el Parlamento censitario de Luis Felipe, e incluso durante la Cuarta Duma rusa (y este último ejemplo, el más sorprendente, le fue muy cercano a Trotski) que, electa en el año de gracia de 1909 (8), bajo el más rígido dominio de la contrarrevolución, sufrió súbitamente una regeneración ante el aliento ardiente de la revuelta que se preparaba y se convirtió en un punto de partida para la revolución?

Todo esto sirve para demostrar que “el engorroso mecanismo de las instituciones democráticas” cuenta con un poderoso correctivo, el movimiento vivo de las masas con su incesante presión. Y cuanto más democráticas son las instituciones, cuanto más fuerte y vivo es el pulso de la vida política de las masas, tanto más directa y completa es su influencia, a pesar de los anquilosados consignas partidarias, de las superadas y caducas listas electorales, etc.

Es evidente que toda institución democrática tiene sus límites y deficiencias, como sucede con todas las instituciones humanas. Pero el remedio que encontraron Lenin y Trotski, la eliminación de la democracia como tal, es peor que la enfermedad que se supone que va a curar, pues seca la única fuente viva de la cual puede surgir la corrección de todos los males innatos a las instituciones sociales. Esa fuente es la vida política activa, sin trabas, enérgica, de las más amplias masas populares.

El derecho al sufragio

Tomemos otro ejemplo llamativo: el derecho electoral tal como es entendido por el gobierno soviético (9). No queda nada claro cuál es la significación práctica que se atribuye al derecho al sufragio. Por la crítica que Lenin y Trotski hacen a las instituciones democráticas parecería que rechazan por principio la representación popular basada en el sufragio universal y que quieren apoyarse únicamente en los soviets. ¿Por qué, entonces, mantienen un sistema de sufragio universal? Realmente no queda claro. No sabemos si este derecho al sufragio ha llegado a ponerse en práctica en algún lugar; no hemos oído hablar de ninguna elección para ningún tipo de organismo popular representativo realizada con este sistema. Lo más probable es que se trate, por así decirlo, de un producto teórico, sobre el papel; pero, tal como lo han presentado, constituye un producto notable de la teoría bolchevique de la dictadura.

Todo derecho al sufragio, como cualquier derecho político en general, no debe medirse aplicando alguna suerte de patrón abstracto de “justicia” o de cualquier otro término democrático- burgués, sino por las relaciones sociales y económicas a las que se debe aplicar. El derecho al sufragio elaborado por el gobierno soviético está diseñado para el periodo de transición de la sociedad burguesa capitalista a la socialista, o sea, para el periodo de la dictadura del proletariado. Pero, conforme a la interpretación de esta dictadura por Lenin y Trotski, se garantiza el derecho al voto solamente a aquellos que viven de su propio trabajo y se les niega a todos los demás.

Ahora bien; es obvio que un derecho al voto de ese tipo tiene sentido solamente en una sociedad que está en condiciones económicas de garantizar a todos los que quieren trabajar, cualquiera que sea la tarea que realizan, una vida decente y digna de la civilización. ¿Es ese el caso de Rusia en la actualidad? Rusia se enfrenta con tremendas dificultades, aislada, como esta, del mercado mundial y de sus fuentes de materias primas más importantes. La economía y las relaciones productivas han sufrido una sacudida terrible como resultado de la transformación de las relaciones de propiedad en la tierra, la industria y el comercio. En tales circunstancias, es evidente que un gran número de personas se encuentran súbitamente desarraigadas, a la deriva, sin ninguna posibilidad objetiva de encontrar un empleo para su fuerza de trabajo en el mecanismo económico. Esto no sucede solamente a los capitalistas y los terratenientes sino, también, a amplios sectores de la clase media e incluso en la misma clase obrera. Es un hecho conocido que la reducción de la actividad industrial provocó un regreso masivo del proletariado urbano al campo, en busca de un lugar de trabajo en la economía rural. En tales circunstancias, otorgar el derecho político al sufragio en función de la obligación de trabajar constituye una disposición bastante incomprensible. De acuerdo a la tendencia general, se supone que solamente los explotadores se verían privados de los derechos políticos. Ahora bien, a la vez que la fuerza de trabajo se ve desarraigada a escala masiva, el gobierno soviético se ve obligado a menudo a poner la industria nacionalizada en manos de sus anteriores propietarios, en arrendamiento, por así decirlo. Del mismo modo, el gobierno soviético se vio forzado a concluir compromisos con las cooperativas de consumo burguesas. Más aún, se demostró inevitable la utilización de los especialistas burgueses. Otra consecuencia de esta situación es que el Estado mantiene con recursos públicos a sectores cada vez más amplios del proletariado, como los guardias rojos, etcétera. De hecho, amplias y crecientes capas de la pequeña burguesía y del proletariado, a las que el mecanismo económico no les proporciona los medios para cumplir con la obligación de trabajar, se ven privadas de sus derechos políticos.

No tiene sentido considerar el derecho al sufragio como un producto utópico de la fantasía, desligado de la realidad social. Y por esta razón no es un instrumento clave de la dictadura proletaria. [En el margen izquierdo del manuscrito de Rosa Luxemburgo, sin ninguna referencia, figura un comentario que se reproduce a continuación: Es un anacronismo, una anticipación de la situación jurídica adecuada a una economía socialista ya realizada, no al periodo de transición representado por la dictadura proletaria].

La clase media y la intelligentsia burguesa y pequeño-burguesa boicotearon durante meses al gobierno soviético después de la Revolución de Octubre haciendo sabotaje en los ferrocarriles, las líneas postales y telegráficas, el sistema escolar y el aparato administrativo, oponiéndose de esta manera al gobierno obrero. Naturalmente estaba justificado que se ejercieran sobre estos sectores todas las medidas de presión posibles. Estas incluían la privación de los derechos políticos, de los medios económicos de subsistencia, etc, a fin de quebrar su resistencia con puño de hierro. Fue precisamente de esta manera que se expresó la dictadura socialista, que no puede abstenerse de usar la fuerza para garantizar o evitar determinadas medidas que afectan a los intereses del conjunto. Pero cuando se trata de una ley electoral que resulta en la privación del derecho del voto para amplios sectores de la sociedad, a los que políticamente se coloca fuera de los marcos sociales y, al mismo tiempo, no se está en condiciones de ubicar aunque sea económicamente dentro de esos marcos; cuando la privación de los derechos no es una medida concreta para lograr un objetivo concreto sino una ley general de largo alcance y efecto duradero, entonces no se trata de una necesidad de la dictadura sino de una improvisación artificial a la que no se le puede insuflar vida, [En el margen izquierdo del manuscrito de Rosa Luxemburgo, sin ninguna referencia, hay el siguiente comentario; “Esto se aplica tanto a los soviets como a la Asamblea Constituyente y a la ley del sufragio general”]. [En una hoja suelta, sin numerar, aparece la siguiente nota; Los bolcheviques tildaban de reaccionarios a los soviets porque su mayoría estaba constituida por campesinos (delegados campesinos y delegados soldados). Una vez controlados por los bolcheviques, los soviets se convirtieron en los correctos representantes de la opinión popular. Este cambio repentino está relacionado con la paz y con la cuestión agraria].

Pero el tema no se agota con la Asamblea Constituyente y la ley del sufragio. No hemos considerado hasta ahora la destrucción de las garantías democráticas más importantes para una vida pública sana y para la actividad política de las masas trabajadoras: libertad de prensa, derechos de asociación y reunión, que les son negados a los adversarios del gobierno soviético. Ante estos ataques a los derechos democráticos los argumentos de Trotski ya citados sobre el carácter engorroso de los organismos democráticos electos distan mucho de ser satisfactorios. Por el contrario, es un hecho bien conocido e indiscutible que sin una prensa libre y sin trabas, sin el derecho ilimitado de asociación y reunión, es imposible pensar en un gobierno de las amplias masas del pueblo.

La cuestión de la dictadura

Lenin dice que el Estado burgués es un instrumento para la opresión de la clase obrera, y el Estado socialista un instrumento para oprimir a la burguesía. En cierta medida, dice, es solamente el Estado capitalista invertido y puesto cabeza abajo. Esta concepción simplista olvida el aspecto esencial: el dominio de la clase burguesa no necesita de la instrucción y la educación política de las masas populares, por lo menos no más allá de determinados límites estrechos. Pero para la dictadura proletaria, en cambio, ése es el elemento vital, el aire sin el cual no puede subsistir.

“Gracias a la lucha abierta y directa por el poder -escribe Trotski- las masas trabajadoras acumulan en un tiempo muy breve una gran experiencia política, y en su desarrollo político trepan rápidamente un peldaño tras otro.”

Aquí Trotski se refuta a sí mismo y a sus amigos de partido. ¡Justamente porque es así, al suprimir la vida pública bloquearon la fuente de la experiencia política y de ese desarrollo! De otro modo tendremos que convencernos de que la experiencia y el desarrollo eran necesarios hasta la toma del poder por los bolcheviques y después, alcanzada la cima, se volvieron ya superfluos. (El discurso de Lenin: ¡¡Rusia ya está ganada para el socialismo!).

En realidad, ¡es todo lo contrario! Las tareas gigantescas que los bolcheviques asumieron con coraje y determinación exigen la más intensa educación política y acumulación de experiencias de las masas.

[Los siguientes párrafos aparecen en el margen izquierdo del manuscrito de Rosa Luxemburgo, sin ninguna referencia]. La libertad reservada sólo para los que apoyan al gobierno, sólo para los miembros de un partido (por numerosos que sean) no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente. No a causa de ningún concepto fanático de la “justicia”, sino porque todo lo que puede ser instructivo, saludable y purificador en la libertad política depende de esta característica esencial, y su efectividad desaparece tan pronto como la “libertad” se convierte en un privilegio.

El presupuesto tácito de la teoría de la dictadura de Lenin-Trotski es que para la transformación socialista hay una receta prefabricada, guardada ya completa en el bolsillo del partido revolucionario, que sólo requiere ser enérgicamente aplicada. [Los siguientes párrafos aparecen el margen izquierdo del manuscrito de Rosa Luxemburgo, sin ninguna referencia]. Los mismos bolcheviques no se atreverán a negar, con la mano en el corazón, que ellos tienen que tantear paso a paso el terreno, ensayar, probar, experimentar, intentar ahora un camino, luego otro, y que muchas de sus medidas no son precisamente perlas de sabiduría. Las cosas son así y así nos ocurrirá a todos nosotros cuando nos encontramos en la misma situación de ellos, aunque tampoco es necesario que en todas partes las circunstancias sean tan difíciles.

Por desgracia -o tal vez por suerte- ésta no es la situación. Lejos de ser una suma de recetas prefabricadas que sólo exigen ser aplicadas, la realización práctica del socialismo como sistema económico, social y jurídico yace totalmente oculta en la niebla del futuro. En nuestro programa no tenemos más que unas pocas indicaciones generales que señalan la dirección general en la que tenemos que buscar las medidas necesarias, y las señales son principalmente de carácter negativo. Así sabemos aproximadamente lo que hay que suprimir en primer término para dejar libre el camino a una economía socialista. Sin embargo, cuando se trata del carácter de los miles de medidas concretas, prácticas, grandes y pequeñas, necesarias para introducir los principios socialistas en la economía, en el derecho y en todas las relaciones sociales, no hay programa ni manual de ningún partido socialista que proporcione la solución. Esto no es una carencia, sino precisamente lo que hace al socialismo científico superior a todas sus variedades utópicas.

El sistema social socialista será, y sólo puede ser así, un producto histórico, surgido de las propias experiencias en el curso de su realización, un resultado del desarrollo de la historia viva, la cual (al igual que la naturaleza orgánica, de la que, en última instancia, forma parte) tiene la saludable costumbre de producir, al mismo tiempo, la necesidad social real y los medios de satisfacerla, junto con el objetivo simultáneamente la solución. Si las cosas son así, es evidente el socialismo, por su propia naturaleza, no puede ser impuesto, no se puede introducir por decreto.

El socialismo exige como requisito previo una cantidad de medidas de fuerza contra la propiedad, etc. Lo negativo, la destrucción, puede decretarse; lo positivo, la construcción, no. Territorio nuevo. Miles de problemas. Sólo la experiencia puede corregir y abrir nuevos caminos. Sólo la vida sin obstáculos, efervescente, puede imaginar miles de formas nuevas, improvisar, liberar la fuerza creadora, corregir espontáneamente las equivocaciones. Es por ese motivo que la vida pública de los países con libertad limitada es tan deficiente, tan miserable, tan rígida, tan estéril, precisamente porque, al excluirse la democracia, se tapona la fuente viva de toda riqueza espiritual y progreso. (Una prueba: el año 1905 y los meses de febrero a octubre de 1917). Lo que allí es verdadero y de carácter político; se aplica también a la vida económica y social. Toda la masa del pueblo debe participar. De otra manera, el socialismo será decretado desde unos cuantos escritorios oficiales por una docena de intelectuales.

El control público es absolutamente necesario. De otra manera el intercambio de experiencias se estanca en el círculo cerrado de los funcionarios del nuevo régimen. La corrupción se torna inevitable (Palabras de Lenin, boletín n°. 29 de la Unión de Sociedades de Votantes Socialdemócratas de Berlín). La práctica del socialismo exige una completa transformación espiritual de las masas degradadas por siglos de dominación burguesa. Los instintos sociales en lugar de los egoístas, la iniciativa de las masas en lugar de la inercia, el idealismo que supera todo sufrimiento, etc. Nadie lo sabe mejor, lo describe de manera más penetrante, lo repite más obstinadamente que Lenin. Pero está completamente equivocado en los medios que utiliza. Los decretos, la fuerza dictatorial del supervisor de fábrica, los castigos draconianos, el dominio por el terror… todas estas cosas son sólo paliativos. El único camino que conduce al renacimiento pasa por la escuela de la vida pública, la democracia más amplia posible y la opinión pública. Es el gobierno por el terror lo que desmoraliza.

Cuando desaparece todo esto, ¿qué queda realmente? En lugar de los organismos representativos surgidos de elecciones populares generales, Lenin y Trotski implantaron los soviets como única representación auténtica de las masas trabajadoras. Pero con el sofocamiento de la vida política en el conjunto del país, la vida de los soviets también se deteriorará cada vez más. Sin elecciones generales, sin una irrestricta libertad de prensa y reunión, sin un libre debate, la vida muere en toda institución pública, se torna una mera apariencia de vida, en la que sólo queda la burocracia como elemento activo. La vida pública se adormece gradualmente, dirigen y gobiernan unas pocas docenas de dirigentes del partido dotados de una energía inagotable y un idealismo ilimitado. Entre ellos, en realidad dirigen efectivamente sólo una docena de cabezas brillantes y, de vez en cuando, se convoca a una élite de la clase obrera a reuniones donde deben aplaudir los discursos de los dirigentes, y aprobar por unanimidad las resoluciones presentadas. En el fondo, entonces, se trata de una camarilla. Es uua dictadura, es cierto, pero no la dictadura del proletariado sino la de un grupo de políticos, es decir una dictadura en el sentido burgués, en el sentido del dominio de los jacobinos (¡la postergación del Congreso de los Soviets de periodos de tres meses a periodos de seis meses!). Sí, esta situación puede ir aun más lejos; esas condiciones deben causar inevitablemente una deshumanización de la vida pública: atentados, fusilamiento de rehenes, etc.

Contra la corrupción y el lumpenproletariado

[El contenido de este apartado aparece en una hoja suelta del manuscrito]

Un problema muy importante en toda revolución es el de la lucha contra el lumpenproletariado. En Alemania, como en cualquier otra parte, tendremos que enfrentarnos a ello. El elemento lumpenproletario tiene raíces profundas en la sociedad burguesa. No es solamente una categoría especial, una especie de escoria social, que crece enormemente cuando se derrumban los cimientos del orden social sino, también, como una parte integrante de dicho orden. Los acontecimientos de Alemania -y en mayor o menor medida los de otros países- demuestran con que facilidad todos los sectores de la sociedad burguesa pueden degradarse. Los matices entre las especulaciones comerciales y bursátiles, los negocios ficticios, la adulteración de alimentos, el fraude, la malversación de fondos públicos, el robo, el hurto, el asalto, se confunden de tal modo que desaparece la línea divisoria entre la ciudadanía honorable y la delincuencia. Se repite el mismo fenómeno que conduce a la rápida degradación de las aparentes virtudes de los dignatarios burgueses cuando son trasplantados al terreno social extraño de las colonias de ultramar. Con el derrumbe de las barreras y soportes convencionales de la moralidad y de la ley, la sociedad burguesa, cuya norma íntima de existencia es la más profunda de las inmoralidades, la explotación del hombre por el hombre, recae directa y desenfrenadamente en la delincuencia. La revolución proletaria tendrá que luchar en todas partes contra este enemigo, instrumento de la contrarrevolución.

También en relación a este aspecto, el terror constituye una espada sin punta, por no decir de doble filo. Las medidas más duras de la ley marcial son impotentes frente al estallido del desorden lumpenproletario. Por cierto, todo régimen persistente de estado de sitio prolongado lleva inevitablemente a la arbitrariedad, y toda forma de arbitrariedad tiende a depravar a la sociedad. Las únicas medidas efectivas en manos de la revolución proletaria son, como siempre, medidas radicales de carácter político y social, la transformación lo más rápida posible de las condiciones sociales de la vida de las masas; despertar el idealismo revolucionario, que puede mantenerse durante un largo tiempo sólo si las masas llevan una vida intensamente activa en condiciones de una ilimitada libertad política.

Así como la libre acción de los rayos solares constituye el remedio más efectivo, purificador y curativo contra las infecciones y los gérmenes, así también, el único sol curativo y purificador es la revolución misma y su principio renovador, la vida espiritual, la actividad y la iniciativa de las masas que surgen con la revolución y que deben desarrollarse en la más amplia libertad política.

[Los siguientes párrafos aparecen en el manuscrito en el margen izquierdo como si fueran el esquema de los párrafos que anteceden]

Discurso de Lenin sobre la disciplina y la corrupción.

En nuestro caso, como en cualquier otro, será inevitable la anarquía. El elemento lumpenproletario está profundamente enquistado en la sociedad burguesa y es inseparable de ella.

Pruebas:

1 – Prusia Oriental, los saqueos “cosacos”.
2 – La irrupción generalizada del saqueo y el robo en Alemania (trampas, personal postal y ferroviario, policía, disolución total de límites entre la sociedad bien ordenada y la delincuencia),
3 – La rápida degeneración de los dirigentes sindicales.

Contra esto son impotentes las medidas draconianas del terror. Por el contrario, producen una corrupción aún mayor. La única antitoxina: el idealismo y la actividad social de las masas, en libertad política ilimitada. Es una ley objetiva todopoderosa a la que no puede escapar ningún partido.

Democracia y dictadura

El error fundamental de la teoría de Lenin y Trotski es que ellos, igual que hace Kautsky, contraponen dictadura y democracia. “Dictadura o democracia”, es como plantean la cuestión tanto los bolcheviques como Kautsky. Éste se decide naturalmente en favor de “la democracia”, es decir de la democracia burguesa, precisamente porque la opone a la alternativa de la transformación socialista. Lenin y Trotski, por el contrario, optan por la dictadura frente a la democracia, se deciden a favor de la dictadura de un puñado de personas, es decir de la dictadura según el modelo burgués. Son dos polos contrapuestos, ambos igualmente alejados de una auténtica política socialista.

El proletariado, cuando toma el poder, no podrá nunca seguir el buen consejo que le da Kautsky, de renunciar a la revolución socialista y dedicarse a la democracia, con el pretexto de “la inmadurez del país”, No puede seguir este consejo sin traicionarse a sí mismo, a la Internacional y a la revolución. Tiene el derecho y el deber ineludible de acometer inmediatamente medidas socialistas, de la manera más enérgica, inflexible y firme, en otras palabras, ejercer la dictadura, pero una dictadura de la clase, no de un partido o de una camarilla. Dictadura de la clase significa, en el sentido más general, la participación más activa y amplia posible de las masas populares, en un régimen de democracia ilimitada.

“Como marxistas -escribe Trotski- nunca fuimos adoradores fetichistas de la democracia formal”, Es cierto que nunca fuimos adoradores fetichistas de la democracia formal. Tampoco fuimos nunca adoradores fetichistas del socialismo ni tampoco del marxismo. ¿Se desprende de esto que también debemos tirar el socialismo o el marxismo por la borda, a la manera de Cunow, Lensch y Parvus (10), si nos resulta incómodo? Trotski y Lenin constituyen la negación viva de esta respuesta.

“Nunca fuimos adoradores fetichistas de la democracia formal” significa: siempre hemos diferenciado el contenido social de la forma política de la democracia burguesa, siempre hemos denunciado el amargo contenido de desigualdad social y falta de libertad que se esconde bajo la dulce cobertura de la igualdad y la libertad formales. Nuestro objetivo no ha sido repudiar la igualdad y la libertad, sino impulsar a la clase obrera a no contentarse con la cobertura y cumplir su misión histórica, conquistar el poder político no para eliminar la democracia sino para crear una democracia socialista que sustituya a la democracia burguesa.

La democracia socialista no es algo que comienza en la tierra prometida, después de creados los fundamentos de la economía socialista, no llega como una especie de regalo navideño para el heroico pueblo que, hasta entonces, apoyó fielmente a un puñado de dictadores socialistas. La democracia socialista comienza simultáneamente con la destrucción del dominio de clase y la construcción del socialismo. Comienza en el momento exacto de la toma del poder por el partido socialista. Es lo mismo que la dictadura del proletariado.

¡Sí, dictadura! Pero esta dictadura consiste en una manera de aplicar la democracia, no en su eliminación. Consiste en el ataque enérgico y resuelto a los derechos bien arraigados en las relaciones económicas de la sociedad burguesa, intervenciones sin las cuales no puede llevarse a cabo una transformación socialista. Pero esta dictadura debe ser obra de la clase y no de una pequeña minoría de dirigentes que actúan en nombre de la clase; es decir, debe avanzar paso a paso partiendo de la participación activa de las masas; debe estar bajo su influencia directa, debe estar sujeta al control público; debe surgir de la educación política creciente de las masas populares.

Con seguridad, también los bolcheviques hubieran actuado de esta manera de no haber sufrido la terrible presión de la guerra mundial, la ocupación alemana y todas las dificultades extraordinarias que trajeron consigo esos hechos, lo que inevitablemente tenía que distorsionar cualquier política socialista, por más que estuviera imbuida de los mejores principios e intenciones.

Un claro argumento en este sentido lo constituye el uso tan extendido del terror que hace el gobierno soviético, especialmente en el periodo más reciente, antes del colapso del imperialismo alemán y después del atentado contra la vida del embajador alemán. El lugar común de que en las revoluciones no todo es de color de rosa resulta bastante insuficiente.

Todo lo que ocurre en Rusia es comprensible y refleja una cadena inevitable de causas y efectos, que comienza y termina en el fracaso del proletariado en Alemania y la invasión de Rusia por el imperialismo alemán. Seria exigirles algo sobrehumano a Lenin y sus camaradas pretender que, en tales circunstancias, como por encanto, apliquen la mejor de las democracias, la más ejemplar dictadura del proletariado y dispongan de una floreciente economía socialista. Con su decidida posición revolucionaria, su energía ejemplar en la acción y su inquebrantable lealtad al socialismo internacional, ellos hicieron todo lo posible en unas condiciones endiabladamente difíciles.

El peligro comienza cuando hacen de la necesidad una virtud, y pretenden cristalizar en un sistema teórico acabado todas las tácticas que se han visto obligados a adoptar debido a esas fatales circunstancias y pretenden recomendarlas al proletariado internacional como el modelo de la táctica socialista. Cuando actúan de esta manera, ocultando su genuino e incuestionable papel histórico bajo la hojarasca de los pasos en falso que la necesidad les obligó a dar, prestan un mal servicio al socialismo internacional por el cual lucharon y sufrieron. Y es que pretenden introducir como nuevos descubrimientos todas las distorsiones producidas en Rusia por necesidad y fuerza mayor, distorsiones que, en última instancia, son sólo un producto secundario de la bancarrota del socialismo internacional en la actual guerra mundial.

Los socialistas gubernamentales alemanes pueden clamar que el gobierno bolchevique de Rusia es una expresión distorsionada de la dictadura del proletariado. Si lo ha sido, o lo es todavía, se debe a la forma de actuar del proletariado alemán, que a su vez representa una expresión distorsionada de la lucha de clases socialista. Todos estamos sujetos a las leyes de la historia, y el ordenamiento socialista de la sociedad sólo podrá realizarse internacionalmente. Los bolcheviques demostraron ser capaces de dar todo lo que se puede pedir a un partido verdaderamente revolucionario dentro de los límites de las posibilidades históricas. No pueden hacer milagros. Y una revolución proletaria modelo en un país aislado, agotado por la guerra mundial, estrangulado por el imperialismo y traicionado por el proletariado mundial, sería un milagro.

Lo importante es saber distinguir en la política de los bolcheviques lo esencial de lo accesorio, el meollo de las excrecencias accidentales. En el momento actual, cuando nos esperan luchas decisivas en el mundo entero, la cuestión del socialismo fue y sigue siendo el problema más candente de la época. No se trata de tal o cual cuestión táctica secundaria, sino de la capacidad de acción del proletariado, de la energía para actuar de las masas, de la voluntad socialista de tomar el poder. Desde esta perspectiva, Lenin, Trotski y sus amigos fueron los primeros, los que fueron a la cabeza como ejemplo para el proletariado mundial, son todavía los únicos, hasta ahora, que pueden clamar con Hutten: “¡Me he atrevido!”. (11)

Esto es lo esencial y duradero de la política bolchevique. En este sentido, suyo es el mérito imperecedero de haberse colocado en la vanguardia del proletariado internacional en la conquista del poder político y haber planteado en la práctica el problema de la realización del socialismo, de haber dado un gran paso adelante en la pugna mundial entre el capital y el trabajo. En Rusia solamente podía plantearse el problema. No podía resolverse. Y en este sentido, el futuro en todas partes pertenece al “bolchevismo”.

Notas

(1) La convocatoria de una Asamblea Constituyente, elegida por sufragio universal, que redactase una Constitución y estableciese una forma democrática de gobierno del país, fue una de las principales exigencias de todos los partidos liberales y socialistas desde la revolución rusa de 1905. Con la caída del zar Nicolás II durante la Revolución de Febrero de 1917, el poder del Estado fue asumido por el Gobierno Provisional de Rusia, que se comprometió a la convocatoria de una Asamblea Constituyente con el apoyo de todos los partidos liberales y socialistas. El Gobierno Provisional retrasó a lo largo de los meses dicha convocatoria. El 25 de octubre de 1917 los bolcheviques derribaron al Gobierno Provisional por medio del Sóviet de Petrogrado y el Comité Militar Revolucionario. La fecha de comienzo de las elecciones a la Asamblea Constituyente continuó siendo la fijada por el derrocado Gobierno provisional, y se celebraron entre el 12 y el 14 de noviembre de 1917. A pesar de los retrasos, y las dificultados en el recuento, el resultado de las elecciones a la Asamblea fue una clara victoria para los socialrevolucionarios que obtuvieron una mayoría tanto de los votos de los electores como de escaños, mientras que los bolcheviques lograron poco menos de un cuarto de los sufragios. La única sesión de la Asamblea Constituyente se celebró el día 5 de enero de 1918. Al día siguiente, los diputados encontraron el edificio cerrado y la Asamblea Constituyente declarada disuelta por el Gobierno bolchevique, mediante un decreto. Dos días más tarde, se reunió el III Congreso de los Soviets, formado por una abrumadora mayoría de bolcheviques y socialrevolucionarios de izquierda que aprobaron la disolución. La supresión de la Asamblea y la creciente represión contra los partidos de oposición al Gobierno bolchevique facilitaron el desencadenamiento de la guerra civil.
[Todas las fechas indicadas en la nota corresponden al calendario juliano]

(2) Aleksándr Fiódorovich Kérenski (1881-1970) fue un destacado político del partido social-revolucionario, abogado de profesión, que desempeñó un importante papel político tras el derrocamiento del régimen zarista en Rusia. Fue el segundo y último primer ministro del Gobierno Provisional instaurado tras la Revolución de Febrero y su figura principal. Fue capaz de hacer fracasar el golpe derechista del general Kornílov, pero no pudo evitar que los bolcheviques tomaran el poder.

(3) El Pre-Parlamento fue una asamblea de 1.198 delegados designados por el gobierno provisional a propuesta de distintos organizaciones políticas y sociales para paliar el retraso de la elección de la Asamblea Constituyente. Se reunió por primera vez en septiembre de 1917 en Petrogrado.

(4) Los naródniki o populistas fueron revolucionarios rusos anti-zaristas que tuvieron mucha importancia en las décadas de 1860 y 1870. Defendían una especie de socialismo construido a partir de las comunas locales. Su primera organización se llamaba Tierra y Libertad.

(5) Nikolái Dmítrievch Avkxéntiev (1878-1943) fue un importante dirigente del ala derecha del partido social-revolucionario y presidente del Pre-Parlamento. Fue ministro del Interior del gobierno provisional durante los meses del verano de 1917. Sus medidas de represión de los comités locales, que menciona Rosa Luxemburgo, mermaron la popularidad de su partido entre campesinos y soldados y facilitaron la propaganda bolchevique.

(6) Philipp Heinrich Scheidemann (1865-1939) fue un destacado dirigente del partido socialdemócrata alemán. Periodista y diputado. Durante la Primera Guerra Mundial Scheidemann, junto con Friedrich Ebert, fue el líder de la fracción mayoritaria del partido, que apoyó la continuación de la guerra, limitándose su oposición a exigir la rápida negociación de un compromiso de paz. Cuando los socialdemócratas fueron incluidos en el gobierno, Scheidemann fue ministro sin cartera. Participó en la proclamación de la República el 9 de noviembre de 1918 y ocupó el puesto de primer canciller de la república de Weimar.

(7) Referencia a un célebre episodio del Parlamento Largo cuando era Speaker del Parlamento William Lenthall. Carlos I, violando los derechos del Parlamento, penetró en la Cámara e interrogó a Lenthall sobre la presencia de determinados miembros acusados de traición. Lenthall se arrodilló y, con gran coraje, dijo: “No tengo otros ojos para ver ni otra lengua para hablar, que los que la Cámara me proporciona”.

(8) En realidad, 1912.

(9) Se refiere a los preceptos de la Constitución Soviética aprobada por el V Congreso Pan-Ruso de los Soviets el 10 de julio de 1918.

(10) Heinrich Cunow (1862-1936) y Paul Lensch (187 3-1926) fueron miembros del partido socialdemócrata alemán, escritores y editores. Alexander Parvus (1867-1924), nacido en Bielorrusia, escritor y periodista, tuvo una destacada participación en las actividades del partido socialdemócrata alemán y del ruso.

(11) Referencia al título de una poesía de Ulrich von Hutten (1488-1523) y a una expresión presente en muchas de sus composiciones que evoca la rebelión de la Reforma frente al Papado.

Sobre el autor: Luxemburgo, Rosa

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