«Aviso de incendio»: la crítica de la tecnología en Walter Benjamin (Michael Löwy, 2004)

Diciembre 1994. Traducción de Andrés Lund Medina.

El acercamiento acrítico al progreso técnico constituye la tendencia dominante en el marxismo desde el fin del siglo XIX. El punto de vista del propio Marx era menos unilateral, ya que se encuentra en sus escritos un intento de entender dialécticamente las antinomias del progreso.
Es verdad que en ciertos trabajos suyos el papel históricamente progresivo del capitalismo está subrayado. Por ejemplo, en el Manifiesto del partido comunista, se encuentra una celebración entusiástica al progreso tecnológico burgués: «La burguesía, a lo largo de su dominio de clase, que cuenta apenas con un siglo de existencia, ha creado fuerzas productivas más abundantes y más grandiosas que todas las generaciones pasadas juntas. El sometimiento de las fuerzas de la naturaleza, el empleo de las máquinas, la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la navegación de vapor, el ferrocarril, el telégrafo eléctrico, la asimilación para el cultivo de continente enteros, la apertura de ríos a la navegación, poblaciones enteras surgiendo por encanto, como si salieran de la tierra. ¿Cuál de los siglos pasados pudo sospechar siquiera que semejantes fuerzas productivas dormitasen en el seno del trabajo social?»

Pero igual hay en ese escrito algunas referencias claras sobre las consecuencias negativas de la tecnología industrial: debido a la utilización extensa de las máquinas, el trabajo «ha perdido todo su carácter autónomo y, por consiguiente, todo atractivo»; el proletario se vuelve «un accesorio simple de la máquina» y su trabajo se torna cada vez más «repulsivo» (término que Marx pide prestado a Fourier (1).

Estos dos aspectos se tratan extensamente en los escritos económicas principales de Marx. Por ejemplo, en los Grundrisses se subraya «la gran influencia civilizatoria» del capital pero no reconoce menos que la máquina quita al trabajo «toda su independencia y su carácter atractivo. Notemos aquí otro categoría fourierista: el trabajo atractivo. No duda que la tecnología capitalista significa el deterioro y la intensificación de trabajo: «La máquina más desarrollada reprime al obrero mucho más tiempo de lo que los instrumentos de trabajo lo hacía al salvaje, o a él mismo, ya que disponía de sus herramientas y eran más rudimentarias y más primitivas. [2]

En El Capital, el lado oscuro de la tecnología industrial se pone con fuerza en el primer plano: debido a las máquinas, el trabajo en la fábrica capitalista se vuelve «una suerte de tortura», un «rutina miserable de quehaceres sin fin en los que el mismo proceso mecánico constantemente se repite… como el trabajo de Sísifo» (y aquí Marx cita a Engels: La situación de la clase obrera en Inglaterra); todo el proceso de trabajo es «transformado en un modo organizado para aplastar la vitalidad, la libertad y la independencia del obrero.» En otro lado dice que en este modo de producción, la máquina, lejos de mejorar la condición del trabajo, «priva al trabajo de todo interés» y «confisca todo átomo de libertad en la actividad corporal e intelectual.» [3]
Marx parece estar consciente de las consecuencias ecológicas de la tecnología capitalista: en el capítulo de El Capital sobre «la mecanización y la gran industria», se remarca que la producción capitalista «perturba (stört)» el intercambio material (Stoffwechsel) entre el hombre y la tierra mientras vuelve más difícil la restitución de sus elementos de fertilidad, es decir : los ingredientes químicos que le son arrebatados y usados bajo la forma de comida, de ropa, etc. «Así, ella destruye la salud física del obrero urbano y la vida espiritual del trabajador rural. Cada paso hacia el progreso de la agricultura capitalista, cada ganancia de fertilidad a corto plazo, constituye al mismo tiempo un progreso en la ruina de las fuentes duraderas de esa fertilidad. Más un país, los Estados Unidos, por ejemplo, se desarrolla en base a la gran industria, pero este proceso de destrucción se hace realidad rápidamente. La producción capitalista desarrolla la técnica y la combinación del proceso de producción social que va agotando las dos fuentes de donde surge toda la riqueza: la tierra y el trabajador.» [4].
Aunque Marx está lejos de ser un romántico, él se inspira mucho en la crítica romántica de la civilización industrial y de la tecnología del capitalismo. Entre los autores a quienes él cita a menudo en sus escritos económicos, se encuentra no solamente a los comunistas utópicos como Fourier, sino también a los «socialistas pequeño-burgueses» como Sismondi e incluso a conservadores tan marcados como David Urquhart.
Pero a diferencia de los economistas románticos, Marx no critica la tecnología moderna en sí misma, sólo la manera en que es usada en el capitalismos. Las contradicciones y las antinomias de la mecanización no provienen de la mecanización en sí, sino del uso (Anwendung) capitalista. Por ejemplo, él escribe: «Considerada en sí misma, la mecanización reduce la jornada de trabajo, mientras que su utilización capitalista la incrementa; en sí misma, facilita el trabajo, pero su uso capitalista aumenta su intensidad; en sí misma es una victoria del hombre sobre las fuerzas de la naturaleza pero su uso capitalista vuelve al hombre esclavo de esas fuerzas; en sí misma multiplica las riquezas del productor, pero con su uso capitalista lo empobrece, etc.» [5]

¿Cómo concebir, entonces, una utilización poscapitalista o socialista de las máquinas y la tecnología industrial? La respuesta, tanto en El Capital como en los Grundrisse, es que la mecanización, al reducir el tiempo de trabajo, creará el tiempo libre, que a la vez será un tiempo de ocio y un tiempo para las actividades más nobles. En la sociedad socialista, el progreso técnico permitirá «reducir al mínimo el trabajo necesario, lo que se corresponde, por consiguiente, con el desarrollo artístico, científico, etc., de los individuos en el tiempo liberado y con los medios creados, para todos… » [6]
¿Significa eso que la estructura industrial tecnológica moderna es un instrumento neutro, que se puede usar de una manera capitalista o de una manera socialista? ¿O bien la naturaleza del sistema tecnológico es afectado por sus orígenes capitalistas? Esta pregunta y otras cuestiones pertinentes son dejadas sin respuesta por Marx. Pero una gran parte de la calidad dialéctica de sus escritos sobre la mecanización -la tentativa de asir el carácter contradictorio de su desarrollo- se perdió en la literatura marxista después de Marx, porque ella se colocó bajo el encanto del progreso tecnológico y sus éxitos, tomados como una bendición.

Walter Benjamin jamás trató sistemáticamente los problemas de la tecnología moderna, pero se encuentran en sus escritos observaciones notables que lo distinguen como uno de los primeros pensadores marxistas en abordar estas cuestiones con un espíritu crítica. Rechazando los axiomas positivistas e ingenuamente optimista del marxismo vulgar (de la 2° y 3° Internacional), Benjamín intentó sonar la alarma para advertir a sus lectores de los peligros inherentes al modelo dominante del progreso técnico. Su doble protesta, contra el progreso técnico en la guerra y contra la destrucción de la naturaleza, sorprende por su lado profético y por su relevancia asombrosa para nuestros tiempos.

Las raíces de la actitud de Benjamin respecto a la tecnología está en la tradición romántica. El romántico y los neo-románticos alemanes de finales del siglo XIX criticaron la Zivilisation, es decir: el progreso material sin alma limitado al mero desarrollo técnico y científico, a la racionalidad burocrática y a la cuantificación de la vida social. Esta crítica se formuló a nombre de la Kultur, es decir: el cuerpo orgánico de valores morales, culturales, religiosos y sociales. Ellos denunciaron particularmente los resultados de la mecanización, de la división del trabajo y de la producción de mercancías, refiriéndose nostálgicamente a los modos de vida pre-capitalistas y pre-industriales. Aunque una gran parte de este anticapitalismo romántico era conservador o reaccionario, también expresó una poderosa tendencia revolucionaria. Los revolucionarios románticos criticaron el orden industrial burgués a nombre de valores del pasado, pero sus esperanzas se orientaron hacia una utopía poscapitalista, socialista y sin clases. Esta visión del mundo radical, compartida por autores como William Morris y Georges Sorel, y en Alemania por Gustav Landauer y Ernst Bloch, constituye la fundación cultural y la fuente inicial de las reflexiones de Walter Benjamin sobre la tecnología.

En uno de sus primeros escritos, un ensayo que data de 1913, sobre «La religiosidad de nuestro tiempo», en el que pretende que «nosotros estamos todavía profundamente sumergidos en los descubrimientos del Romanticismo», Benjamín se cuestiona sobre la reducción del hombre en máquinas de trabajar y la transformación del trabajo a su forma técnica. Haciendo eco a ciertos temas neo-románticos de su tiempo, la creencia de la necesidad de una nueva religión (inspirada por Tolstoy y Nietzsche) y rechazando el materialismo superficial que redujo toda actividad social a «un asunto de la Zivilisation como la luz eléctrica (7)

Después de 1924, Benjamin se interesa cada vez más por el marxismo y simpatiza con el movimiento comunista. Su crítica se vuelve más política y más específica. En un artículo publicado en 1925, «Las armas del mañana», llama la atención sobre el uso de la tecnología moderna al servicio del «militarismo internacional». Describe en detalle las batallas del futuro con «el chlorazétophénol, el disphénylaminchlorasine y el dichlorathysulphide», que se preparan en los laboratorios químicos, y sostiene que el horror de la guerra químicos rebasa la imaginación humana: el gas venenoso no distingue a los civiles de los soldados y puede destruir toda vida humana, animal y vegetal, sobre vastas extensiones de la tierra. (8)

Sin embargo, es en Sentido único (escrito antes de 1926 pero publicado en 1928) en donde Benjamin hace verdaderos esfuerzos para enfrentar el problema de la tecnología en términos marxistas en su relación con la lucha de clases. En uno de los pasajes más notables, el párrafo titulado «Aviso de incendio», considera la caída de la burguesía provocada por la revolución proletaria como la única manera de evitar un fin catastrófico de «una evolución cultural tres veces milenaria». En otro lado dice: «Si la eliminación de la burguesía no se logra antes del momento calculado de la evolución técnica y científica (indicado por la inflación y la guerra química), todo está perdido. Es necesario cortar la mecha que quema antes de que alcance la chispa de la dinamita.» (9) Este argumento que sorprendentemente se parece a las ideas avanzadas hoy por el movimiento antinuclear y pacifista, está fundado una vez más sobre el peligro mortal de la guerra y de la tecnología militar. Además él no concebía la revolución proletaria como el resultado «natural» o «inevitable» del «progreso» económico y técnico (axioma semi-positivista compartido por muchos marxistas de la época), sino como la interrupción crítica de una evolución que se dirige al desastre.

La relación entre el capitalismo y la manipulación militar de la tecnología es examinada en otro pasaje de Sentido único, titulado «Hacia lo planetario». La tecnología podría ser un medio para un compromiso entre la humanidad y el cosmos, pero «como la sed de ganancias de la clase dominante hace descargar sobre ella sus designios, la técnica ha traicionado a la humanidad y transformó la capa nupcial en una bata ensangrentada» durante la guerra mundial. Benjamin establece una relación entre el uso militar del progreso técnico y el problema general de las relaciones entre la humanidad y la naturaleza: la técnica no debe ser «dominio de la naturaleza» -eso es una «instrucción imperialista»- sino «el refrenamiento de ila relación entre la naturaleza y la humanidad». Concibe «las noches de extinción de la última guerra» como una crisis epiléptica de la humanidad y ve en el poder proletario los medios para «medir el progreso de la recuperación» y la primera tentativa para someter la tecnología a un control humano (10).
Ees difícil de saber en qué medida la Unión Soviética (que Benjamin visitó en 1926-27) correspondió con sus expectativas. En ciertos artículos publicados en 1927 sobre el cine soviético (que defendió contra varios críticos), se queja que el públicosoviético, debido a su admiración apasionada por la tecnología, no puede aceptar las películas satíricas occidentales donde el humor se dirige contra la tecnología. «Los rusos no pueden entender la actitud irónica y escéptica hacia las cosas técnicas.» (11)

Si alimentara alguna esperanza por el éxito de la experiencia soviética, no alimentaba nada a favor del desarrollo de la tecnología en el mundo capitalista. Según el escritor comunista freancés Pierre Naville (de la oposición trotskista), Benjamin llama a una «organización del pesimismo» y expresa irónicamente su «confianza ilimitada irónicamente solamente en el I.G. Farben y en la perfección pacífica del Luftwaffe.» (12) Estas dos instituciones no iban a demorar en mostrar, más allá de las previsiones más pesimistas de Benjamin, qué uso siniestro se podría hacer de la tecnología moderna.

Benjamin vio en la sociedad burguesa «un desfase abierto entre el poder gigantesco de la tecnología y la minúscula iluminación moral que ella permite», desfase que se manifiesta por las guerras imperialistas. La multiplicación de los artefactos técnicos y de sus fuentes de poder no pueden ser absorbidos y canalizarse hacia la destrucción, por consiguiente, «toda guerra será una revuelta de esclavos de la tecnología». Benjamin cree no obstante que, en una sociedad libre, la tecnología dejará de ser un «fetiche de la muerte» y se volverá «una llave de felicidad»; la humanidad emancipada usará e iluminará los secretos de la naturaleza gracias a una tecnología «mediatizada por el esquema humano de cosas.» (13)

En su célebre ensayo «La obra de arte en la edad de su reproductibilidad técnica» (1936), Benjamin subraya de nuevo que la guerra imperialista es «una revuelta de la técnica», lo que quiere decir que «el uso natural de las fuerzas productivas paralizadas por el régimen de la propiedad, el crecimiento de los medios técnicos, de ritmos, de las fuentes de energías, tienden a un uso contra la naturaleza. Ello se descubre en la guerra.» La «fórmula tecnológica» de la sociedad capitalista puede resumirse así: «La guerra, y sólo la guerra, permite movilizar todos los recursos técnicos de hoy sin tocar sin embargo al estatuto de la propiedad.» [14]

Walter Benjamin es cada vez más consciente del hecho de su visión crítica sobre la tecnología se opone a la aproximación complacientemente optimista tan característica de la ideología dominante dentro del movimiento obrero, en particular del marxismo positivista adoptado por la socialdemocracia al final del siglo XIX. En su ensayo Eduard Fuchs, coleccionista e historiador (1937), critica la manera positivista de identificar la tecnología a las ciencias naturales: la tecnología no es un hecho meramente científico sino también histórico, lo que significa que en la sociedad actual ella está en gran medida determinada por el capitalismo. El positivismo socialdemócrata, que Benjamin hace remontar a Bebel, ignorar el hecho que en la sociedad burguesa la tecnología sirvió principalmente para producir mercancías y hacer la guerra. Esta actitud apologética y acrítica hizo que los teórico socialistas quedaran deslumbrados ante el lado destructivo del desarrollo tecnológico y sus consecuencias socialmente negativas. Hay un hilo conductor que lleva de los himnos saint-simonianos glorificando la industria hasta las ilusiones modernas de los socialdemócratas con respecto a la bondad de la tecnología. Benjamin cree que la fuerza y la capacidad de las máquinas rebasan de lejos las necesidades sociales de su tiempo y que las «energías que la tecnología desarrolla más allá de este umbral son destructivas.» Ellas sirven al perfeccionamiento técnico de la guerra, sobre todo. Él opone su perspectiva de pesimismo-revolucionario al optimismo superficial de los epígonos marxistas modernos y lo relaciona con los pronósticos de Marx acerca del desarrollo bárbaro del capitalismo. [15]

Los efectos negativos de la mecanización y la tecnología capitalista moderna en la clase obrera son uno de los leit motivs de El Capital de Marx. En su ensayo sobre Baudelaire (1938) y en las notas para su proyecte de libro sobre Los pasajes Parisienses, Benjamin articula la visión de Marx con una pesadilla romántica: la transformación de los seres humanos en autómatas. Según Marx (citado por Benjamín), es característico de la producción capitalista que las condiciones de trabajo «utilicen» al obrero en lugar de lo inverso; pero «es necesario que las máquinas den a esa inversión un forma técnicamente concreta.» Trabajando con las máquinas, los obreros aprenden a coordinar «sus propios movimientos con los movimientos uniformemente constantes de un autómata» (Marx). Considerando que el trabajo del artesano requirió experiencia y práctica, el obrero no calificado moderno está «cortado -escribe Benjamin- de la experiencia» y «profundamente degradado por las instrucciones de las máquinas». El proceso del trabajo industrial es una «operación automática», «desprovista de substancia», donde cada acto es «la repetición exacta» de la precedente. Compara la conducta de los obreros en la fábrica con el de los peatones en una muchedumbre urbana (como lo describe Edgar Allen Poe): los dos «hacen como si estubieran ajustados a las máquinas y no podrían expresarse más que automáticamente»; los dos «viven su vida como los autómatas… que tuvieran completamente liquidada su memoria.» [16]

Haciendo alusión a la «futilidad», el «vacío» y el inacabamiento que es «inherente en la actividad de un esclavo asalariado en la fábrica», Benjamin compara el tiempo industrial con el «tiempo en el infierno», el infierno que es «la provincia de aquellos que no tienen el derecho de completar lo que ellos empezaron». Como el jugador descrito por Baudelaire, el obrero es obligado «siempre a recomenzar de nuevo», efectuando siempre los mismos gestos [17]. Es por eso que Engels, en la Situación de la clase obrera en Inglaterra (citado por Benjamin), comparó la tortura interminable del obrero, obligado a repetir los mismos movimientos, con el castigo infernal de Sísifo [18]. Después de ofrecer su visión sobre la naturaleza «infernal» del trabajo industrial moderno, no asombra que en su último escrito, Tesis sobre la filosofía de historia (1940), Benjamin critique con virulencia a la ideología socialdemócrata alemana del trabajo como una nueva versión («bajo una forma secularizada») de la vieja ética protestante del trabajo, es decir, que el trabajo de fábrica no sólo es percibido por la socialdemocracia como un resultado positivo del progreso tecnológico sino incluso como una «realización política.» [19]

Sin embargo, la crítica de Benjamin del «marxismo vulgar» semi-positivista es más vasta y llega hasta poner en cuestión la comprensión global de la tecnología: «Nada resulta más corruptor para el movimiento obrero alemán que la convicción de nadar en el sentido de la corriente. Celebrar el desarrollo técnico por la pendiente de la corriente, el sentido donde ellos creían nadar.» [20]

Lo que Benjamin rechaza en esta ideología digna de Pangloss, es a la vez la suposición de que el progreso técnico mismo sólo lleva hacia el socialismo colocando las bases económicas de un nuevo orden, y la creencia según la cual el proletariado sólo tiene que apropiarse del sistema técnico existente (capitalista) y desarrollarlo más allá. Deslumbrada ante los peligros y las consecuencias socialmente negativas de la tecnología moderna, el marxismo común (es decir, positivista) «no va a considerar que el progreso del dominio sobre la naturaleza, es una regresión de la sociedad. Ya que prefigura el trato que ofrece esta tecnocracia que se reencontrará después en el fascismo.» [21].

En realidad, la crítica de Benjamin va más lejos todavía que el axioma mismo del «dominio» (Beherrschung) de la naturaleza, de su «explotación» (Ausbeutung), que ya es inaceptable en sus primeros escritos, como lo hicimos notar más arriba. En la concepción positivista, la naturaleza «es gratis» (fórmula empleada por el ideólogo socialdemócrata Joseph Dietzgen), es decir, que ella es reducida a una mercancía, y sólo es considerado el punto de vista de su valor de cambio; ella es para ser explotado por el trabajo humano. En la investigación de un acercamiento diferente de la relación entre el hombre y el ambiente natural, Benjamin se refiere a las utopías socialistas del siglo XIX, y sobre todo a Fourier.
Este problema se considera en las notas para el libro sobre Los pasajes Parisienses (1938): como Bachofen lo había mostrado, «la concepción asesina de la explotación de la naturaleza», concepción moderna, no había existido en las sociedades matriarcales, porque la naturaleza era percibida como una madre dadora. Podría ser el caso nuevamente en una sociedad socialista en cuanto la producción dejara de fundarse en la explotación del trabajo humano, «el trabajo perderá sobre todo su carácter explotador de la naturaleza por la humanidad. Se logrará según el modelo del juego infantil, que está en Fourier, el paradigma del trabajo apasionado de las armonías… Semejante trabajo investido del espíritu del juego no se orienta hacia la producción de valores sino hacia la mejora de la naturaleza.» [22]
De la misma manera, en las Tesis (1940), Benjamin celebra a Fourier como un visionario utópico de «un trabajo que, bien lejos de explotar a la naturaleza, es el medio de hacer nacer de ella sus creaciones que duermen en su seno.» Eso no quiere decir que Benjamin quiera reemplazar al marxismo por el socialismo utópico: considera a Fourier como un complemento de Marx, y en el mismo pasaje donde habla tan favorablemente del socialista francés, opone las observaciones de Marx a la gran confusión del Programa del Gotha socialdemócrata sobre la naturaleza del trabajo [23].

En su primer trabajo marxista (Sentido único, escrito entre 1923 y 1926), Benjamin hace sonar la señal de alarma: si la revolución proletaria no llega a tiempo, el progreso económico y técnico del capitalismo puede terminar en desastre. La derrota de la revolución en Alemania, en Francia y en España llevó a una de los más grandes desastres de la historia de la humanidad: la Segunda Guerra mundial. En el momento en que la guerra empezó, era demasiado tarde para sonar el toque de peligro. Benjamin no había perdido su esperanza revolucionaria, pero él había redefinido la revolución a través de una nueva versión de la imagen alegórica que él había usado en años 20:
«Marx dijo que las revoluciones son las locomotoras de la historia. Pero quizá sea diferente. Puede ser que las revoluciones sean la mano de la especie humana que viaja en ese tren y que tira el freno de emergencia.» [24]

Algunos criticarán a Benjamin por haber propuesto esas imágenes, esas utopías y alegorías en lugar de un análisis concreto y científico de la tecnología moderna y sus posibles alternativas. Pero no puede negarse su importancia como visionario que abrió nuevos caminos, como filósofo revolucionario. Sus observaciones críticas de los peligros y perjuicios de la tecnología industrial capitalista le permitieron renovar al pensamiento marxista en este dominio y abrir perspectivas en las reflexiones futuras de la Escuela de Frankfort. Puede ser considerado como un precursor de los dos movimientos sociales más importante de este fin de siglo: la ecología y el pacifismo anti-nuclear. Cuando uno lee hoy Aviso de incendio, es suficiente reemplazar la palabra «gas» por la palabra «nuclear» para entender la relevancia y la emergencia extraordinaria de sus advertencias.

Notas

[1] Karl Marx, Manifeste du parti communiste, Paris, Bourgeois, 1962, pages 25, 27.
[2] K. Marx, Fondements de la critique de l’économie politique, trad. R. Dangeville, Ed. Anthropos, T. II, p. 222.
[3] K. Marx, Das Kapital, in Karl Marx-Friedrich Engels, Werke, Band 23, Berlin, Dietz Verlag, 1968; pp. 445-446, 528-529.
[4] K. Marx, Le Capital, trad. Joseph Roy, Editions Sociales, 1976, T. I, pages 360-361.
[5] Das kapital in Marx-Engels, op., cit., Band 23, p. 465.
[6] Marx, Grundrisse der kritik der Politischen Ekonomie, Berlin, Dietz Verlag, 1953, p. 593.
[7] Walter Benjamin, «Dialog über die Religiosität der Gegenwart» in Gesammelte Schiften (G. S.), Band 11.1, Francfort, Suhrkamp Verlag, 1972-1985, pp. 16-35.
[8] Benjamin, G. S., IV. 1, pp. 473-476..
[9] Benjamin, Sens unique, trad. de Jean Lacoste, Paris, Les Lettres Nouvelles – Maurice Nadeau, 1978, pp. 205-206.
[10] Ibid, pp. 242-243, G. S. IV. 1 et 147-148.
[11] Benjamin, «Zur Lage der Russischen Filmkunst» et «Erwilderung an Oscar H. H. Schmitz» in G. S. 11-2, p. 750.
[12] Benjamin, «Le surréalisme. Le dernier instantané de l’intelligence européenne» en Mythe et violence, Paris, Ed. Denoël, 1971, p. 312.
[13] Benjamin, «Theoricien des deutschen Faschismus», G. S. III, pp. 238-243, 248-250.
[14] Benjamin, «L’œuvre d’art à l’âge de sa reproductibilité technique» in L’homme, le langage et la culture,trad. de Maurice de Gandillac, Paris, Denoël, 1971, pp. 179-180 Cf G. S. I, 2, pp. 467-469.
[15] Benjamin, E. Fuchs, der Sammler und der Historiter, G. S. II, 2, pp. 487-488.
[16] Benjamin, Uber einige Motive der Baudelaire, G. S., 1, 2, pp. 632-634. En un artículo que él había escrito algunos años antes (en 1930), sobre E.T.A. Hoffmann, Benjamin hablaba del dualismo metafísico, en los autores románticos, entre la Vida y el Autómata, expresando su horror a los mecanismos diabólicos que transforman a los hombres en autómatas. (Cf Benjamin, «E.T.A. Hoffmann und Oscar Panizza» in G. X. Il. 2, p. 664-647). Una parte de este miedo romántico está presente en las observaciones de Benjamin sobre las condiciones de vida de los obreros y de los citadinos modernos.
[17] Benjamin, Ibid. pp. 635-636.
[18] Benjamin, Das Passagen-Verk, G. SNI, p. 162. Marx también compara las puertas de la fábrica con las puertas del infierno. Benjamin lo cita en G. S., V2, p. 813.
[19] Benjamin, «Thèses sur la philosophie de l’histoire», in L’homme, le langage et la culture, trad. M. de Gandillac, Paris, Denoël, 1971, p. 190.
[20] Ibid.
[21] Ibid. Esta defnición del fascismo como tecnocracia indica un cambio significativo para relacionar las perspectivas anteriores de Benjamin. En un artículo que data de 1934, «L’auteur comme producteur» -uno de los raros escritos donde parece mantener sus ilusiones en cuanto a los beneficios del progreso técnico en sí-, se opone a la necesidad de innovaciones técnicas en la producción cultural que llaman a una «renovación espiritual», lo que considera como típicas del fascismo, olvidando así los himnos de Marinetti glorificando a la tecnología moderna. Cf Benjamin: «L’auteur comme producteur» in Essais sur Bertolt Brecht, trad. de Paul Laveau, Paris, Maspero, 1969.
[22] Benjamin, Das Passagen-Verk, G. S., V. 1., p. 456.
[23] Benjamin, Thèses…, op. cit.,pp. 190-191.
[24] Benjamin, G. S., I. 3, p. 1232

Edición digital de la Fundación Andreu Nin, marzo 2007

Sobre el autor: Löwy, Michael

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