Artículo publicado en el número 153 de La Batalla, diciembre de 1965 con la firma de Jordi de Gardeny, que era un seudónimo de Josep Caberol, dirigente del POUM de Lérida y uno de los colaboradores con Josep Rodes en el Comité Revolucionario de la ciudad.
La historia de nuestra revolución de 1936 ofrece una fuente inagotable de enseñanzas, una cantera de experiencias que será necesario estudiar detenidamente para sacar de ella lo más interesante, aprovechando para el futuro sus mejores realizaciones y rectificar posibles errores.
En el presente artículo nos proponemos reseñar cómo los trabajadores de las comarcas leridanas tomaron el Poder y por medio de qué organismos lo ejercieron.
Los obreros leridanos ejercieron durante unos meses todo el Poder. Todos los resortes, todas las palancas estuvieron en sus manos y, en consecuencia, todos los problemas tuvieron que ser estudiados y resueltos por ellos.
La grande y pequeña burguesía fueron separadas del ejercicio del Poder, los partidos republicanos, genuinos representantes de la pequeña burguesía, fueron barridos de la plaza pública.
La clase obrera, a través de sus organizaciones sindicales: CNT, UGT, FOUS, y de su partido revolucionario: el POUM, fue la que decidió de por sí y ante sí.
La toma del Poder fue la consecuencia lógica de su actuación en el combate. Fue ella sola, la clase obrera, la que con las armas en la mano inició la contraofensiva, combatió en las calles y alcanzó la victoria. Iniciado el combate, los camaradas Juan Farré y José Rodes, del POUM, y el compañero Joaquín Vila, de la UGT, se dirigieron al Palacio de la Generalidad, de donde hablan huido las autoridades republicanas. Se encontraron con las secciones de los guardias de asalto. Después de unas breves palabras del camarada Rodes, los guardias vitorearon a la República y se pusieron. decididamente al lado del pueblo. Rodes se hizo inmediatamente cargo de la Comisaría de Orden Público y Vila de la Comisaría de la Generalidad. Pronto se corrió la voz de lo acaecido en la Generalidad y el pueblo, viendo en los nuevos comisarios sus verdaderos representantes, acudió en imponente masa a pedir que un nuevo orden se estableciese en la ciudad de Lérida y en todas las comarcas.
Durante los primeros días la constitución de la nueva ciudad revolucionaria quedó fijada. Una serie de comités obreros atendían las necesidades perentorias y controlaban todas las actividades (abastecimientos, transportes, ejército, seguridad revolucionaria, etc., etc.).
El POUM, principal partido y nervio de la revolución en Lérida, quiso sentar sobre bases sólidas el triunfo de la clase obrera. Para ello convocó una reunión de las organizaciones sindicales. De esta histórica reunión salió pujante y fuerte un nuevo orden. Las comarcas leridanas se erigieron en bastiones de la revolución y forjaron los organismos que, desligados de los poderes centrales y de la Generalidad, cimentaron y fortificaron el nuevo orden.
La clase obrera ejerció su poder a través de tres organismos, independientes en su funcionamiento, pero estrechamente ligados en sus directivas. Partiendo del principio de que todo el Poder emana de la clase obrera, ésta, por medio de las juntas de todos los sindicatos de la CNT, UGT y de la FOUS, junto con la delegación de un sólo partido, el POUM, se constituye en poder legislativo. Su misión era estudiar y fijar normas sobre todos los problemas.
La asamblea de las juntas de sindicatos delega el poder ejecutivo en las personas de los comisarios de la Generalidad y Orden Público y en el Comité Popular Antifascista. Este comité queda constituido por representantes de las mismas organizaciones sindicales y políticas de la asamblea. Dos representantes por organización. Su misión es cumplir y hacer cumplir las disposiciones acordadas por la Asamblea. Las dos comisarías tienen las funciones propias de su cargo. La de la Generalidad se ocupa de cuestiones económicas y la de Orden Público de la seguridad revolucionaria.
La Asamblea de sindicatos establece el orden judicial. Con esto quiere evitar las represiones personales, las venganzas y cualquier acción sin control que siempre es nefasta a la revolución. Crea el Tribunal Popular Revolucionario, formado por miembros de las organizaciones de su seno y, reconociendo en el POUM el alma de la revolución, le confía el cargo de Fiscal.
He aquí, pues, el poder de la clase obrera, ejercido y fiscalizado por ella, donde todas sus ideologías tienen voz y voto y donde todas las organizaciones se hacen solidariamente responsables de su actuación.
La burguesía se dio cuenta inmediatamente del peligro que representaba para ella esa especie de legalización de la revolución. Durante las primeras semanas, la pequeña- burguesía no se atreve a levantar cabeza; los partidos republicanos leridanos son inoperantes, pero están al acecho para aprovechar todas las coyunturas favorables que se les ofrezcan. Pero a medida que los días pasan, la burguesía recobra aliento y emprende una serie de embestidas para dar al traste con la revolución. Tal era su labor y no tenemos nada que decir. Cumplía con la misión de su clase: conservar los privilegios de la burguesía. Pero hemos de reconocer que quien dio el golpe de muerte a la revolución en Lérida, como en todas partes, dicho sea de paso, fue una de las organizaciones amamantadas por la contrarrevolución y creadas para producir el desconcierto y el desánimo entre la clase obrera. Este triste papel fue jugado por el PSUC. El 19 de julio de 1936, había en Lérida tan pocos estalinistas que se podían contar con los dedos de una sola mano y aún sobraban dedos. Más la constitución del PSUC permitió a una serie de elementos obreros, a quienes no se podía tener confianza por haber actuado siempre al lado de la clase patronal, tener una organización propia. Los pequeños industriales, comerciantes y propietarios que no estaban afiliados a partidos republicanos ingresaron en masa en el nuevo partido que venia a defender sus intereses. La burguesía, teniendo ya en sus manos esta nueva arma de combate, la utilizó con eficacia. Primeramente una delegación del Gobierno de la Generalidad de Cataluña se presentó en Lérida para que la clase trabajadora acatara su gobierno y por lo tanto hiciera caso omiso del que ella se había forjado. La maniobra no dio resultado alguno. La burguesía comprendió que la revolución en Lérida era aún muy potente y fue ella la que aprovechó ciertas realizaciones obreras leridanas y les dio estado oficial en el Boletín de la Generalidad, como, por ejemplo, la creación de los Tribunales Populares. Pero la burguesía crece, el PSUC, inicia una campaña contra los Comités locales que habían sustituido a los Ayuntamientos. Se destituyen por decreto los Comités locales, nacen los nuevos Ayuntamientos que reconocen como único poder legitimo el de los gobiernos constituidos. La Asamblea de sindicatos leridanos, al perder la clase obrera su pujanza, no puede resistir las acometidas de sus enemigos y desaparece. Esta obra de la burguesía tuvo como colofón la bárbara represión contra el POUM. Comprendió bien la burguesía el papel que jugaba nuestro Partido en la revolución. Era imprescindible para ahogar las ansias de la clase trabajadora hacer desaparecer su más genuino representante: el POUM.