Prólogo
Tampoco hay que hacer un mito de la vía láctea / faja blanquecina dice el larousse / debida a la multitud innumerable (sic) de estrellas / además si uno la mira con detenimiento / puede llegar a sentir vértigo o tortícolis / o un deseo inexplicable de levantar el vuelo / no hay que hacer un mito de la vía láctea / ahora bien / ya que la he desmitificado a fondo / ¿puedo volver a echarla de menos? (Mario Benedetti)
La transparencia del tiempo nos trae el recuerdo de Andreu Nin. Imposible definirle mejor de lo que Pelai Pagès hizo en el título de su fundamental trabajo biográfico sobre el marxista catalán: una vida al servicio de la clase obrera.
El objetivo fundamental del presente escrito no se ciñe a una recuperación mitificadora del POUM ni de Nin. El debate ocupará una posición central de manera sempiterna. Sin embargo, ni podemos ni queremos negar lo evidente: que Nin es nuestro único clásico, el más preparado, entregado y coherente de los representantes del marxismo catalán y español.
Por tanto, no abordaremos este estudio desde el fanatismo o el seguidismo que torna en mecanicismo inútil. Se trata de desmitificar, como el poema de Benedetti, la Vía Láctea para acabar echándola de menos. Inevitablemente. Polemizar con las decisiones y las posiciones políticas tomadas, abordar críticamente los planteamientos teóricos propuestos, exponer abiertamente las dudas y titubeos, recorrer con mimo su biografía…, para concluir en su radicalidad humana y su militancia revolucionaria consecuente y extrañar con franqueza su lucidez intelectual.
Las pretensiones iniciales radican en establecer un breve recorrido histórico de la II República española, recuperar del olvido colectivo al POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), detenernos en la vida y el pensamiento de Andreuet (como le llamaba cariñosamente su madre) – especialmente en el lugar que ocupaba la emancipación nacional en su marxismo – e intentar pensar el presente a través de los anteojos de Nin.
La historia no vuelve hacia atrás. Tan sólo avanza, inexorable. Pero el presente perenne no es más que un exceso de pasado. Cuánto perdió el marxismo al perder a Nin. Ojalá, de alguna manera, esos excesos de pasado que nos atoran al descifrar las tintas del marxista catalán alumbren un hoy incierto.
1. La Revolución Española
Un grito de “¡fuego!” / ha encendido el ocaso burgués / de la larga espera / sobre el lomo del viento / galopa un olor sonoro de epopeya / es que las balas de la revolución / han silbado la tragicomedia burguesa / y a Jesucristo socialdemócrata / le han operado la cruz y el domingo / empieza una hora distinta / se enciende el canto colorado de los gallos / ¿y la Luna? ¡Mierda para la Luna! / y para ese crepúsculo capitalista / que explota los mejores colores de mi corbata / ya suena una hora distinta / ya se enciende para todos los obreros / una nueva alba de oro / en el culo quemado de sus pipas.
(Juan Breá)
Puede resultar sorprendente denominar la Revolución Española a un epígrafe que pretende abordar la II República. Honestamente, creo que la explicación se encuentra en el folclore que rodea a una etapa histórica indudablemente propicia e ilusionante que fue a la vez un régimen político inestable y una escalada formidable en la lucha de clases. Con rigor histórico, debemos considerar el período comprendido entre 1931 y 1937 como una auténtica revolución social, vencida con armas por un golpe militar reaccionario y por la propia orientación contrarrevolucionaria de los principales partidos del movimiento obrero.
El cambio de régimen político – de una monarquía restaurada por un golpe militar en 1874 a la I República – llega después de unas elecciones municipales. La victoria de las candidaturas republicanas frente a las monárquicas en la mayoría de las capitales de provincia refleja una mutación en la correlación de fuerzas de la sociedad española. Se constata el agotamiento del sistema de la Restauración, en agonía desde hacía una década aunque mantenido por la dictadura de Primo de Rivera. Julio Aróstegui lo explicaba así: «agotamiento no sólo de un régimen político sino el agotamiento de todo un régimen social (…) el advenimiento de la república se configuraba como un hecho revolucionario››.(1)
Sin embargo, la República llega como un régimen diferente sólo políticamente. En lo económico, la arribada republicana no supone una ruptura. La oligarquía española sigue manteniendo el control de los centros económicos y de riqueza del país (2). Esta caracterización resulta fundamental para abordar la Segunda República, el comportamiento de la clase obrera durante ese periodo histórico y las posiciones políticas e intervenciones de los diferentes partidos marxistas. Sería un error histórico enmarcar la Segunda República como una revolución democrático-burguesa: en primer lugar, porque los principales partidos del movimiento obrero incluían en sus estrategias la revolución democrático-burguesa – su concreción y puesta en práctica en el Estado español – durante todo este periodo; en segundo lugar, porque la oligarquía española era un bloque heterogéneo en el que había elementos burgueses pero la preeminencia era de sectores de herencia feudal – terratenientes, clero, alta nobleza – adaptados a las nuevas relaciones capitalistas, y que lograban dirigir el gobierno de la pequeña burguesía republicana y el Partido Socialista; y, en tercer lugar, porque precisamente lo que ocurre en la Segunda República es una escalada imponente de la lucha de clases, del empuje de un movimiento obrero en continua efervescencia que no es capaz de amortiguar el Gobierno y que sólo es vencido tras una cruenta guerra civil. Concluimos: los cinco años que duró la Segunda República española constituyen el periodo de mayor lucha de clases en Europa occidental durante el siglo XX (3).
El nuevo Gobierno buscó modernizar política y administrativamente el país, pero recibió desde el principio dos presiones contrapuestas sugerentes de que la lucha de clases en esta etapa expresa un reagrupamiento ideológico y organizativo en cada una de ellas: de un lado, la burguesía industrial y los terratenientes pretendiendo mantener sus posiciones y propiedades, sin que hubiese cambios sustanciales en la política económica; de otra parte, las masas obreras y campesinas reclamando mejoras laborales y salariales. Encontraremos al Gobierno republicano caminando entre esos precipicios.
Los conflictos entre el movimiento obrero y el Gobierno no tardaron en aparecer. Como explica Tuñón de Lara: «El 14 de abril de 1931 había sido un cambio político, pero en modo alguno un cambio social. Pasados, con las primeras semanas, el júbilo de unos y la sorpresa de otros, la honda problemática de España resurgiría con más fuerza que nunca›› (4). La actividad huelguística en 1931 se tradujo en 734 huelgas, todas con el objetivo de conseguir mejoras laborales en el nuevo marco político. En Sevilla, San Sebastián, Lleida, Sabadell, Barcelona, Girona, Bilbao, Zaragoza, Málaga… Los primeros meses republicanos ofrecieron una dualidad político-sindical en el movimiento obrero que no se rompió hasta 1933: las huelgas obreras son una constante mientras su expresión política es el masivo apoyo electoral al PSOE – el partido con más diputados en el Parlamento tras las elecciones de junio de 1931 –. Tras las elecciones de verano, las huelgas prosiguieron: los mineros asturianos, los metalúrgicos barceloneses, la huelga ferroviaria en toda Andalucía, huelga de portuarios en Gijón y en Altos Hornos de Bilbao…
Es crucial esta idea que señala Malefakis: «España había sido probablemente el único país del mundo en que los salarios habían crecido durante la depresión›› (5). En efecto, las movilizaciones obreras durante el primer bienio republicano consiguieron aumentos salariales que provocaron la caída de los beneficios empresariales en un 7%, lo que contrasta con la bajada sistemática que se producía en Europa.
En definitiva, en el bienio republicano-socialista la conflictividad social aumentó: entre 1931 y 1933 se produjeron 2.542 huelgas, con 843.300 huelguistas y más de 21 millones de jornadas laborales perdidas (6). La esperada estabilidad política en la democracia burguesa no se consiguió, sino que hubo un proceso de agudización de la lucha de clases ante la contradicción entre las expectativas creadas y la realidad social.
Antonio Rubira considera que la correlación de fuerzas a la llegada de la Segunda República es la siguiente: una burguesía débil, un proletario fuerte y un campesinado por ganar. «Desde las guerras napoleónicas, muchos Estados europeos hacen la revolución democrático-burguesa cuestionando la estructura de propiedad de la tierra. No así en el Estado español, donde el proceso es mucho más lento y limitado, hasta el punto de converger en intereses comunes y no enfrentarse la aristocracia terrateniente y la escasa burguesía local. Más por el desarrollo económico europeo que por la fortaleza de la burguesía española evoluciona una economía capitalista con el lastre de una propiedad de la tierra repartida entre la nobleza y la Iglesia y una falta casi total de inversiones productivas en la industria. Sobre esta fragilidad económica, la burguesía española centra sus beneficios en la propiedad de la tierra durante el siglo XIX. (…) La derrota del sexenio revolucionario sienta las bases políticas del dominio parlamentario burgués con un bipartidismo que aspira a emular al británico. (…) De esta forma, la burguesía tiene una comunión de intereses con la oligarquía por medio de un control político basado en el caciquismo y en el clientelismo. La unidad orgánica entre los propietarios latifundistas de la mitad sur del país con los accionistas de la banca privada del norte y los minoritarios inversores de la industria evita un enfrentamiento entre la nueva burguesía y la vieja aristocracia. (…) La vinculación de la escasa burguesía industrial con los terratenientes, los banqueros, la jefatura del Ejército y la jerarquía de la Iglesia conforman la unidad política que dirige el país desde 1874 hasta 1931››. (7) Sin embargo, la clase trabajadora española estaba mejor organizada que la burguesía y la clase media: la CNT contaba en 1932 con 1,2 millones de afiliados y la UGT con 1,05 millones (8). A pesar del desarrollo industrial desde comienzos de siglo, el campesinado suponía el 45% del total de la población activa en 1931, y podemos clasificarlo como proletariado rural – casi tres millones – y pequeños propietarios – 1,5 millones –. La postura política del campesinado fue una de las contradicciones sociales más importantes para el devenir de la República: la lucha de clases se reflejaba entre los dos millones de jornaleros de la CNT y la UGT y el millón de pequeños propietarios de organizaciones agrarias que eran la base social en la que se apoyan terratenientes y partidos burgueses (como la CEDA). En 1931 se dieron 87 huelgas en el campo, en 1932 unas 198 huelgas y 448 en 1933.
En la II República volvieron a plantearse los objetivos de la revolución democráticoburguesa. Verdaderamente, el caso español es excepcional en el continente. Todos los intentos previos de democratización burguesa (1812, 1820, 1843, 1854, 1868) habían sido derrotados por las fuerzas aristocráticas. La burguesía española, como clase social, sólo consiguió poder político y económico a base de unirse con la aristocracia terrateniente bajo el paraguas de la Iglesia y los resortes del Estado monárquico cohesionado por el Ejército. «Este fracaso político e histórico refleja el predominio de una oligarquía semifeudal al mismo tiempo que pone de manifiesto la debilidad de la burguesía española, incapaz de hacer frente a la aristocracia. (…) Las desamortizaciones realizadas (1836 y 1855) sirven para fortalecer a la burguesía (…) vinculando todavía más los intereses de la clase dominante entre el campo y la ciudad, a través de consolidar las relaciones de producción burguesas en la agricultura›› (9). El tránsito del feudalismo al capitalismo en el Estado español – o de fuerzas del Antiguo Régimen a la burguesía liberal – es muy frágil, basado más en la fuerza militar que sustenta al Estado que al desarrollo de las fuerzas productivas característico del capitalismo. La revolución democrático-burguesa en 1931 está pendiente, no tanto como revolución burguesa – pues el dominio del capitalismo en las relaciones de producción es ya evidente – sino como revolución democrática – conquista del poder político liberal y pérdida de control social de las clases aristocráticas. Y esta cuestión nos importa para abordar más críticamente el debate teórico que se da entre las organizaciones marxistas acerca de la estrategia revolucionaria.
Trataremos de resumir el proyecto reformista del PSOE, la revolución democrática del PCE, la revolución socialista de la OCE (Oposición Comunista Española) y la revolución democrática-socialista del BOC (Bloc Obrer i Camperol). El objetivo es dibujar un mapa conceptual que nos oriente en el debate teórico y práctico que condiciona el camino de estos partidos durante los primeros pasos de la II República. Para el PSOE, la posición política con el nuevo régimen está orientada a la consecución de la revolución democrático-burguesa a través de la teoría de las dos etapas: establecer y consolidar a la burguesía liberal en el poder para que realice su labor democrática contra la reacción aristocrática y, entonces, llegará el turno del socialismo. El objetivo del PCE – a partir del verano de 1931, auspiciado por Moscú – es turbadoramente similar: una teoría de las dos etapas revolucionarias pero, en lugar de realizarse desde la legislación gubernamental, a través de su dirección en el movimiento obrero. Veremos después los bandazos del PCE durante los años siguientes – especialmente en su posición respecto a la socialdemocracia –, pero esta postura permanece prácticamente inalterable hasta el final de la guerra civil: «Las tareas que tiene ante sí el pueblo español son las tareas de una revolución democrático-burguesa››. (10) Sin embargo, los comunistas seguidores de Trotski en España – agrupados en la Oposición Comunista Española – defienden que la revolución pendiente es la socialista y no la democrático-burguesa, caracterizando el Octubre ruso como la toma del poder por los bolcheviques sin esperar a culminar la revolución burguesa y completando las tareas de la revolución democrática con el establecimiento del socialismo. Su base teórica es la revolución permanente de Trotski: «la revolución permanente, en el sentido que Marx daba a esta idea, quiere decir una revolución (…) que no se detiene en la etapa democrática y pasa a las reivindicaciones de carácter socialista. (…) La revolución democrática sólo puede triunfar por medio de la dictadura del proletariado, apoyada en la alianza con los campesinos››. (11) La posición del BOC es más ambigua que la de PCE y OCE: dos fases diferenciadas aunque consecutivas para la realización de la revolución socialista. Así lo plantea Joaquim Maurín: «hay que llevar a la clase trabajadora a la convicción de que es ella la que ha de tomar el poder, para terminar la revolución democrática y pasar luego a la revolución socialista››. (12)
Sin embargo, dos años después del inicio de la Segunda República, aprobada la Constitución, el Estatuto catalán y la reforma agraria, la legislación social de Largo Caballero, las reformas de la Iglesia, del Ejército y de la Educación…, la lucha de clases, en lugar de mitigarse, se agudizaba. Los esfuerzos legislativos del gobierno republicanosocialista entraron en conflicto con la oligarquía económica y, simultáneamente, con el movimiento obrero en lucha. Nadie estaba satisfecho con la República liberal. «De este clima de expectativas que estalló en la primavera de 1931 pasados dos años no quedaba nada››. (13) 1933 fue el año más agudo de la crisis económica. Las huelgas se doblaron respecto a 1932, siendo ganadas por los trabajadores el 40% de ellas, lo que atemorizaba aún más a la burguesía. Políticamente, 1933 fue el fracaso de la socialdemocracia y el estalinismo en Alemania con la victoria electoral del partido nazi de Hitler.
Este acontecimiento repercutió en todas las organizaciones obreras del continente europeo, poniendo en guardia a las capas más activas de los trabajadores que vieron en la amenaza del fascismo la respuesta de la burguesía a la lucha de clases. En España se formó la CEDA, dando cuerpo político al movimiento de pequeños propietarios de tierras (14). El ascenso de las huelgas se disparó a 14,4 millones de jornadas perdidas, gracias a la incorporación de la UGT – dejando atrás el protagonismo exclusivo de la CNT. La mayoría de esas huelgas se localizó en el campo. Este auge revolucionario de la clase obrera fue indudablemente singular: «la paradoja de que la depresión y el aumento del desempleo tuvieran en España un efecto contrario al de la mayoría de los otros países. Mientras que en otros lugares estas condiciones generalmente desalentaban la actividad obrera, en el caso español el creciente poder de los trabajadores organizados (…) trajo consigo la aceleración de su actividad militante y el número de días de trabajo perdidos a consecuencia de las huelgas aumentó en más del 400% en 1933››. (15) Fue también el tiempo de la campaña del socialfascismo del PCE contra el PSOE y ante la subida de la CEDA: «Lo mismo en el poder en España que en la “oposición” en Alemania, los jefes socialistas sirven a la contrarrevolución y al fascismo›› (16), declaraba El Mundo Obrero en marzo.
Aunque las tres organizaciones marxistas (PCE, trotskistas y BOC) rechazaban la apuesta reformista socialista, las críticas eran muy dispares. Frente a la posición del PCE, los trotskistas – agrupados ya en la Izquierda Comunista (IC) – proponían el frente único de las organizaciones obreras sin eludir las críticas al PSOE: «fortalecida la burguesía, principalmente con el apoyo que para aplastar al movimiento obrero le ha facilitado la socialdemocracia, ha prescindido de sus servicios y emprende contra ella la ofensiva por ver en su partido la fuerza mejor organizada de la clase trabajadora››. (17) El BOC coincidía: el error del PSOE era teórico – las ilusiones democrático-burguesas – pero defendía a los socialistas frente al empuje de la reacción de la CEDA.
Llegaron entonces las elecciones de noviembre de 1933. La ley electoral desproporcional elaborada por el PSOE se volvió en su contra y las derechas ganaron las elecciones, a pesar de que los socialistas siguieron siendo el partido político más votado. No se puede pasar por alto la postura de la dirección de la CNT, que ordenó a sus afiliados la abstención electoral. La significación para la clase obrera de la derrota electoral del PSOE fue una República más acorde con los intereses de la burguesía y un respaldo a la contraofensiva empresarial (18). 1933 fue el año clave en la ruptura del proyecto reformista en la Segunda República, evidenciado por la división interna del PSOE (Besteiro, Prieto y Largo Caballero) y el auge del movimiento huelguístico al que se sumó UGT. El ascenso del fascismo como antítesis del movimiento obrero condicionó los debates y posiciones de las organizaciones marxistas. El PSOE de Largo Caballero pasó a plantear la unidad de acción antifascista; el BOC inició en 1933 la propuesta de las Alianzas Obreras a todas las organizaciones del proletariado; la Oposición de Izquierdas de Trotski consideraba irreversible la degeneración del estalinismo y este análisis inició la división de la IC (una parte se aproximó al BOC y otra parte apoyó la orientación de Trotski de trabajar como fracción organizada en el PSOE); el PCE desplazó toda la responsabilidad a la socialdemocracia, sin hacer ninguna autocrítica a su política del socialfascismo y la consecuente división de la clase obrera, mientras seguía defendiendo la revolución democrático-burguesa como objetivo político.
1934 es el año trascendental para analizar la evolución revolucionaria de la Segunda República. Son relevantes en el análisis dos parámetros: la actuación del movimiento obrero y las concepciones tácticas y estratégicas de sus organizaciones. Intentaremos abordarlos sucintamente. En los años anteriores, podemos caracterizar una dualidad antagónica en la actuación de las organizaciones marxistas: la socialdemocracia se orienta hacia las reformas laborales desde su participación en el Gobierno, los pequeños grupos comunistas – PCE, IC, BOC – son más una referencia de agitación sindical que política y la CNT se centra en huelgas e insurrecciones aisladas sin acabar de ser una alternativa revolucionaria. En 1934 se produce un vuelco completo (19): se confirma la ruptura de la socialdemocracia con el proyecto reformista del primer bienio al proponer un sector del PSOE y la UGT desencadenar la revolución si entra la CEDA en el Gobierno; al mismo tiempo, se torna irrenunciable el proyecto de frente único, concretado en las Alianzas Obreras. En definitiva, los giros tácticos y estratégicos tuercen sobre el mismo eje: la unidad de acción para hacer frente a la política contrarreformista del nuevo Gobierno y a la amenaza fascista que supone la CEDA. Con la arribada del nuevo Gobierno, hay una vuelta atrás en los avances legislativos del periodo anterior, además de una ofensiva patronal; es por esto que las organizaciones obreras cuestionan, de manera más evidente y explícita, el orden establecido.
Fue a finales de 1933 cuando se concretó en Cataluña la primera Alianza Obrera a propuesta del BOC. Su creación tuvo como objetivo unificar la acción de las organizaciones proletarias – y confluyeron el comunismo antiestalinista, la socialdemocracia y sectores anarcosindicalistas –, configurándose como un proceso de unidad de acción nunca antes planteado. El PCE, por su parte, se opuso y las acusó de contrarrevolucionarias. También la dirección de la CNT-FAI intentó impedir la entrada en las Alianzas Obreras, pero no pudieron evitarlo en Asturias. Los diez primeros meses de 1934 mostraron una extraordinaria capacidad de movilización y lucha, concretadas en huelgas generales obreras y campesinas, la más elevada de Europa desde 1917. Los dos sucesos más trascendentales fueron la huelga campesina de junio y la huelga general revolucionaria del 5 de octubre. La primera fue de carácter defensivo contra el recorte de salarios y derechos, y sólo obtuvo el apoyo de la CNT. La segunda fue inicialmente también defensiva ante la inminente entrada de la CEDA en el Gobierno, pero mutó a ofensiva en Asturias, donde los revolucionarios tomaron el poder durante dos semanas. La falta de coordinación entre ambas movilizaciones y la ausencia de objetivos definidos y de un plan establecido imposibilitaron una consumación revolucionaria pese al ímpetu de la clase obrera.
Es necesario detenernos en el verano de 1934 y analizar el cambio estratégico del estalinismo, que altera sustancialmente el mapa de las organizaciones marxistas. La subida de Hitler en Alemania provoca turbulencias en Moscú, y un año después Stalin decide acercarse a las burguesías occidentales. La política por realizar, cuya certificación oficial se produce un año después en el VII Congreso de la Internacional Comunista, muda del socialfascismo al frente antifascista que suma a la socialdemocracia y a la burguesía liberal. Los frentes únicos dejan de ser contrarrevolucionarios para convertirse en medios por los que luchar no por la revolución socialista sino para garantizar la democracia burguesa. En el verano del 34 la socialdemocracia también se transforma, en su caso radicalizándose de manera insólita: «España tiene el derecho y el deber de sacudirse a esos parásitos que la expropian y amordazan. ¿Cómo? El camino de la legalidad está cerrado para todos, republicanos y obreros. ¿Qué hacer, como recurso salvador contra una situación facciosa…? (…) La opinión está en la calle reclamando el poder para el proletariado, tendremos que conquistarlo››.(20) Sin embargo, a medida que se acerca octubre, el PSOE comienza a disminuir su propuesta revolucionaria, confiando en que no se produzca, defendiendo el régimen republicano ante el programa de la CEDA y resituando el conflicto: defender a la “auténtica” República del fascismo. La desorientación del PSOE alienta a la oligarquía. «Dos días antes de constituirse el gobierno de Lerroux, un banquero de Madrid fue a decirle que estaba seguro de que la entrada de Acción Popular en el Gobierno sería la señal de la revolución. ¿Quiénes la harán? – replicó con una sonrisa el presidente –, ¿los socialistas? Esos no hacen revoluciones››. (21)
La huelga general del 5 de octubre fue entendida por la militancia obrera como la señal de la insurrección revolucionaria. Sin embargo, no había planes para ello y las Alianzas Obreras quedaron descabezadas salvo en Asturias y Cataluña. La insurrección tuvo ecos por todo el país: Euskadi, León, Palencia, Zaragoza, Murcia, Andalucía, Puertollano, Ferrol… Sólo en Asturias existía una Alianza Obrera completa que consiguió tomar el poder durante dos semanas. Sin embargo, una vez comenzado el movimiento insurreccional, tanto el PSOE como la UGT plantearon una huelga general pacífica sin contenido revolucionario. En Cataluña, la huelga fracasó – a criterio personal – por la falta de un plan en la Alianza Obrera, que esperó más contar con el apoyo de la Generalitat que con las bases de la CNT.
Es relevante la valoración de Antonio Rubira: «La notable contradicción entre el potencial revolucionario mostrado por la clase obrera en todo el país durante 1934 y la actuación política de sus organizaciones de masas en octubre (…) El resultado de la revolución de Asturias no es fruto de la correlación de fuerzas entre clases, ni de la fortaleza del aparato del Estado sobre el movimiento obrero. Por el contrario, la derrota de la clase trabajadora es la consecuencia de una movilización desarticulada y desorganizada por la dirección del reformismo socialdemócrata, que ni sabe ni quiere hacer la revolución socialista››. (22) Siendo cierto que el papel jugado por las direcciones políticas de las organizaciones marxistas es un elemento catalizador de la derrota revolucionaria, no podemos achacárselo de manera única. La falta de coordinación a nivel estatal y el consecuente aislamiento asturiano, la exigua preparación política y militar y la descompensación entre fuerzas objetivas (Estado-movimiento revolucionario) fueron factores tan o más trascendentales.
Octubre del 34 supuso un punto de inflexión en la Segunda República. Inevitablemente también para las organizaciones marxistas. Si en los meses anteriores, con la escalada de la lucha de clases, el debate político se vertebraba a partir del frente único, en 1935 lo hizo alrededor del frente popular: unidad interclasista, tanto electoral como programática, de las fuerzas obreras con la pequeña burguesía republicana. ¿Cómo entendemos esta transformación? Dos circunstancias incidieron en el proceso: la situación del movimiento obrero y los procesos internos de sus organizaciones. La primera se refiere al descenso abismal de la conflictividad laboral debido a la represión del Estado: encarcelamientos masivos, cierre de locales sindicales, clausura de órganos de prensa… Ahora bien, ¿qué movimientos sufriron los partidos y qué balances elaboraron de Octubre? El PSOE padeció la mayor división estratégica e ideológica de su historia, pero la táctica del frente popular adquierió influencia internamente por tres factores: la inconsistencia teórica del sector de Largo Caballero, el creciente prestigio de la URSS y el rechazo del BOC y la OCE a participar en su bolchevización. Podemos discutir las diversas implicaciones de esos factores y sus motivaciones, pero sin duda son los motivos que explican la preeminencia de la estrategia frentepopulista en la socialdemocracia de 1935. Por su parte, las posturas del PCE se enmarcaron en la senda que trazó el VII Congreso de la Internacional Comunista de colaboración con las burguesías democráticas contra el ascendente fascismo, a la par que defiendía un plan antagónico: el frente único de las organizaciones obreras en la agitación y propaganda. Explicarnos estos bandazos y contradicciones es complicado, pero podemos entenderlo en una situación de ausencia de debate teórico entre su militancia bajo el paraguas ventajista de la bandera de la URSS. Por último, ¿qué conclusiones saca el marxismo antiestalinista? La IC y el BOC coincidieron en que el fracaso de la revolución fue debido a la falta de preparación, y concluyeron que para alcanzarla era necesario la creación de un partido revolucionario que diera lugar a la unidad de la clase obrera en su lucha revolucionaria. Sólo a partir de entonces podía ponerse en práctica la táctica de frente único y la estrategia de atraer a las clases medias hacia posiciones revolucionarias. El Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) se creó en septiembre de 1935 por la confluencia del BOC e IC bajo ese prisma analítico y con la vocación inminente de sumar a las Juventudes Socialistas –con las que había una complicidad vistosa – y al sector de Largo Caballero. La Batalla, su periódico, fue desgranando los objetivos del POUM: creación del partido revolucionario al margen de PSOE y PCE para unificar a todos los grupos marxistas revolucionarios; confederación de Unidad Sindical en Cataluña para crear una plataforma que unificara todos los sindicatos; y Frente Único por medio de las Alianzas Obreras para llevar a cabo la revolución socialista (23). Los hechos de Octubre y la insurrección asturiana quedaron como un punto de referencia obligado para todos los sectores, haciéndoles replantearse sus posiciones en el sentido de prepararse para una nueva revolución, porque estaba claro que ya se había realizado el primer “ensayo general”.
Este breve recorrido nos alumbra un poco para entender la coalición electoral del Frente Popular. En noviembre de 1935, la pequeña burguesía republicana tendía la mano a la socialdemocracia para concretar una alternativa de Gobierno. Ésta se consolidó en enero del año siguiente, cuando se aprobó el programa político de la coalición, que recogía la amnistía general de los presos encarcelados tras Octubre y la recuperación la senda reformista del primer bienio para anular las contrarreformas del gobierno radical-cedista. El acuerdo lo firmaron Izquierda Republicana de Azaña, Unión Republicana de Martínez Barrio, PSOE, UGT, PCE, JJ.SS y POUM. Las organizaciones marxistas distaron en sus concepciones acerca del acuerdo: como apuesta estratégica – el PSOE de Prieto – o como táctica coyuntural para plantear posteriormente la lucha por el socialismo. Incluso coincidiendo en esto último, hubo diferencias importantes entre las organizaciones: el POUM incidía en el acuerdo electoral mientras el PCE se comprometía también para después de las elecciones. Además de supeditar tácticamente las ideas revolucionarias a la coalición interclasista, el PCE siguió proponiendo como objetivo la revolución democrático-burguesa. Algunos sectores del PSOE decían con sorna durante las elecciones: «votad por los comunistas para salvar a España del marxismo››. (24)
El Frente Popular ganó las elecciones de febrero de 1936 – anticipadas por los escándalos de corrupción del Partido Radical y sus fricciones con la CEDA – por un escaso margen. El periodo que se abrió entre febrero y julio condensó todas las contradicciones políticas, económicas y sociales de la Segunda República. La oligarquía había superado esa debilidad de partida y se encontraba organizada y estructurada. Su temor no se basaba en el programa reformista del Frente Popular sino en el comportamiento revolucionario del movimiento obrero que amenazaba con desbordar el Parlamento y la estrategia de sus organizaciones. Y no estaban desencaminadas: en esos seis meses se produjo un desarrollo exponencial de las huelgas ofensivas, al nivel de 1934: asalto campesino en Badajoz, huelgas metalúrgicas en Barcelona, marineros portuarios en Gijón, taxis en Madrid, huelga minera en Peñarroya, huelga de astilleros en Cádiz…Mientras tanto, el tablero político del Parlamento se convertía en la expresión de la lucha de clases fuera de él, sin ser capaz de ofrecer una alternativa al proceso revolucionario ni a la preparación contrarrevolucionaria (25): la CEDA agitaba y justificaba un golpe militar mientras el Frente Popular apelaba al cumplimiento del programa reformista. A partir del 1 de mayo se recrudeció la conflictividad social: hasta el 18 de julio se produjeron 192 huelgas en el campo – casi las mismas que en todo 1933 – y las huelgas en la industria llegaron a 719. «A finales de junio pudo haber significado la existencia de un millón de trabajadores en huelga al mismo tiempo (…) en España los paros masivos adoptaron un tono prerrevolucionario›› (26). Podemos concluir que los meses anteriores al golpe de Estado mostraron una dualidad contradictoria entre el comportamiento de la clase obrera movilizada sindicalmente y la orientación política de sus partidos – contención de las movilizaciones, represión, defensa del programa reformista… En la primavera de 1936, España atravesaba una situación revolucionaria objetiva pero no subjetiva, pues no estaba articulada en su dirección política. Sin embargo, el golpe de Estado precipitó una actuación abiertamente revolucionaria, más allá del diseño programático de las organizaciones obreras.
Ante la incapacidad de la CEDA y de Falange para combatir al movimiento obrero, la defensa de la España caciquil, terrateniente y eclesiástica se llevó a cabo por el sector más reaccionario del Ejército y su casta colonial africanista (27). La respuesta de la clase trabajadora dio lugar a un movimiento revolucionario que colectivizó fábricas y tierras a través de milicias armadas y comités obreros, y que derrotó al golpe en la mitad del país. «No fue el objetivo revolucionario, sino la resistencia a la contrarrevolución lo que habría de desatar una revolución social en la España republicana››. (28) La situación social en el territorio que derrota al golpe produjo una dualidad de poderes entre las instituciones oficiales del Estado y la institucionalidad revolucionaria. El sector caballerista del PSOE y el POUM apoyaron las colectivizaciones, las milicias armadas y los órganos de poder obrero; el sector de Prieto y el PCE defendieron al Gobierno liberal y su intento de controlar las milicias y las incautaciones económicas. No podemos obviar el proceso revolucionario sobre el que se realizaron ambas estrategias: «la Guerra Civil se perfiló no como una lucha entre democracia y totalitarismo, sino entre revolución y contrarrevolución››. (29) Los acontecimientos de Cataluña, con el enfrentamiento entre el estalinismo del PSUC y el POUM y la CNT, son el exponente del proceso abortado de la revolución española. Los hechos de mayo de 1937 en Barcelona certificaron el fin de la dualidad de poderes: cinco días de batalla campal en las calles barcelonesas que se saldaron con 500 muertos – cifra similar al 19 de julio con la sublevación militar –, encarcelamientos de revolucionarios, prohibición de las milicias obreras y eliminación de las colectivizaciones. A partir de mayo, sólo existió el control del Estado por parte de la pequeña burguesía y el estalinismo, que derribaron a Largo Caballero de la Presidencia y pusieron al frente a Juan Negrín. La revolución española acaba con la ilegalización del POUM y el asesinato de Andreu Nin por el estalinismo.
2. Tras los pasos del POUM
En general, aceptaba el punto de vista comunista, que equivalía a decir: «No podemos hablar de revolución hasta que hayamos ganado la guerra»; y no el punto de vista del POUM: «Debemos avanzar si no queremos retroceder». Más tarde, cuando decidí que el POUM estaba en lo cierto o, por lo menos, más en lo cierto que los comunistas, no fue del todo por su enfoque teórico. En teoría, la posición de los comunistas era buena, la dificultad radicaba en que su conducta concreta hacía difícil creer que la propugnaran de buena fe. El repetido lema «La guerra primero y la revolución después», si bien realmente sentido por el miliciano del PSUC, quien honestamente pensaba que la revolución podría continuar una vez ganada la guerra, era una farsa. Lo que se proponían los comunistas no era postergar la revolución española hasta un momento más adecuado, sino asegurarse de que nunca tuviera lugar. Con el correr del tiempo, esto se tornó cada vez más evidente, a medida que el poder fue siendo arrancado de las manos de la clase trabajadora y que se fue encarcelando a un número siempre creciente de revolucionarios de distintas tendencias.
(George Orwell)
La represión de la dictadura de Primo de Rivera redujo al PCE a un pequeño grupo de militantes y a una dirección instalada en París. Su III Congreso, celebrado en la capital francesa en 1929, admitió sin debate las Tesis del VI Congreso de la Internacional Comunista, orientadas a la política del socialfascismo. Muchos de los mejores cuadros comunistas apoyaron las posiciones de Trotski y se decantaron por crear una Oposición de Izquierdas: Andreu Nin, Juan Andrade, Julián Gorkin…, creando la Oposición Comunista en España (1930). Joaquim Maurín era más equidistante, pero también contrario al estalinismo en lo sindical y en la cuestión nacional, y escindió la Federación Comunista Catalano Balear (FCCB), que se aglutinó con el Partido Comunista Catalán y formó el Bloc Obrer i Camperol en 1930.
La llegada de Andreu Nin a Barcelona de Moscú le aproximó a Maurín, con quien tenía una buena relación personal y política desde hacía una década. Sin embargo, no hubo acuerdo entre ambos en la caracterización del periodo revolucionario, en la forma de intervenir en el movimiento obrero, en la táctica sindical y en la cuestión nacional (30). La OCE planteaba incidir en la unión del proletariado en todo el Estado, actuar a nivel estatal y dar batalla política en el interior del PCE. Maurín proyectaba un segundo partido comunista circunscrito a Cataluña.
A pesar de no criticar íntegramente al estalinismo y de aspirar a que fuera el BOC el partido que reconociera la Internacional Comunista en España, Maurín fue expulsado de la III Internacional en el verano de 1931. Paralelamente, la actuación de la OCE se basaba en una labor teórica y programática en torno a su revista Comunismo. La diferencia sustantiva entre ambas organizaciones era de análisis político: la revolución española sólo podía ser socialista, y no requería dividirla en dos fases.
El debate teórico, con sus implicaciones en la táctica y estrategia, entre las organizaciones marxistas fue primordial. Especialmente entre el BOC y la OCE, las dos propuestas revolucionarias que seguían la estela de los bolcheviques rusos. Los seguidores de Trotski en España rechazaban la teoría de las dos etapas que esgrimían, aunque con diferencias, el PSOE y el PCE: «el duelo revolucionario está entablado, no entre el Estado feudal y la democracia, sino entre el Estado capitalista y el proletariado industrial junto a las masas campesinas explotadas››. (31) El sustrato teórico era la teoría de la revolución permanente: un planteamiento revolucionario que no se detuviera en la etapa democrática, que vinculara las consignas democráticas a la revolución socialista, pues sólo la dictadura del proletariado realiza completamente las tareas de la revolución democrática.
Sin embargo, la posición del BOC era más ambigua: dos fases diferenciadas aunque consecutivas para la realización de la revolución socialista. Su análisis partía de la incapacidad de la democracia burguesa para resolver los conflictos de clase y de la necesidad de una revolución democrático-socialista: «no hay más que una solución justa: la revolución democrático-socialista (…) el proletariado hará la revolución democrática y sin solución de continuidad, puesto que ambas están unidas, pasará a la revolución socialista››. (32) Esta postura se entiende mejor por la caracterización que hacía Maurín de la burguesía española y la necesidad de una fase democrática: «la burguesía española posee las contradicciones de la burguesía en general, más las específicas de una burguesía sietemesina, de invernadero, crecida parasitariamente a la sombra y bajo protección de un Estado de características feudales››. (33) Diferencias sutiles que provocaron debates acalorados y caminos separados.
Durante el bienio republicano-socialista, las organizaciones obreras ofrecieron sus alternativas políticas a la República burguesa y sus balances del reformismo legislativo. En marzo de 1932, tras la constatación de la imposibilidad de reformar al PCE, la OCE se constituyó como partido político propio, formando la Izquierda Comunista. Su balance radica en fuertes críticas al PSOE: «fortalecida la burguesía, principalmente con el apoyo que para aplastar al movimiento obrero le ha facilitado la socialdemocracia, ha prescindido de sus servicios y emprende contra ella la ofensiva [refiriéndose a la CEDA]›› (34) y en la proposición de un frente único de las organizaciones obreras para convertir en impulso revolucionario la escalada de la lucha de clases que se producía en 1933. Por su parte, el BOC también critica fuertemente el reformismo del PSOE: «[el reformismo] constituye una contradicción, un anacronismo, en fase revolucionaria (…) Hoy la revolución democrática no puede hacerla más que la clase obrera›› (35), considerando que el PSOE se mantiene por la ausencia de alternativa política.
La propuesta de los sectores trotskistas del frente único venía de lejos, desde antes de la victoria nazi en Alemania. Ya en marzo de 1932 Andreu Nin escribió una carta abierta a la Internacional Comunista y al congreso del PCE donde consideraba que la política del socialfascismo «ha conducido a los fracasos estrepitosos en todos los países y actualmente amenaza con estrangular la revolución alemana›› (36). Fersen también escribió sobre las repercusiones del papel reformista: «la pared de contención de la revolución proletaria ha sido en Alemania como en España, el socialismo (…) Abandonado el terreno de la lucha de clases, el socialismo se queda sin una política propia y tiene que arrastrase detrás de las diversas facciones de la burguesía, mientras la burguesía recurre a las formas de dominación más extremas y brutales››. (37) La propuesta del frente único por la IC tenía como objetivo la lucha común contra el proceso contrarrevolucionario y la realización de la revolución socialista. Como considera Andy Durgan: «este análisis de las condiciones necesarias para el desarrollo del fascismo en España fue uno de los pocos elaborados por los marxistas españoles en este periodo. (…) fueron el único grupo, aparte del BOC, que realizó una aportación teórica seria a este debate››.(38)
El periodo entre las elecciones de noviembre de 1933 y la insurrección de Octubre de 1934 es clave en la II República por tres elementos fundamentales: la ruptura interna de la socialdemocracia, los cambios de análisis y expresiones estratégicas y tácticas de las organizaciones obreras y la agudización de la lucha de clases. El nuevo Gobierno radicalcedista no tardó en definir una política contrarreformista que desmanteló las políticas democráticas y liberales del anterior Gobierno y que permitió una contraofensiva patronal para hacer frente a las luchas obreras. Esta situación, sumada a la repercusión sobre el movimiento obrero español de la represión de febrero en Viena por el Gobierno de Dollfuss, radicalizó a todas las fuerzas políticas, especialmente a la facción de Largo Caballero y a la UGT. Las consecuencias de esta radicalización a lo largo de 1934 fueron el auge del movimiento huelguístico y la creación de Alianzas Obreras. La primera de ellas se creó en Cataluña a propuesta del BOC, configurando un proceso de unidad de acción insólito en Europa. En ella convergieron el comunismo antiestalinista – el BOC y la IC –, la socialdemocracia – PSOE – y sectores anarcosindicalistas. El estalinismo del PCE se opuso y las acusa de contrarrevolucionarias.
¿Qué lecturas hizo la IC tras la victoria electoral de las derechas en noviembre de 1933? Apenas dos días después de las elecciones, la IC difundió el siguiente comunicado entre sus secciones: «ir a la formación inmediata del frente único de todas las organizaciones políticas y sindicales del proletariado [que] debe perseguir como finalidad inmediata la de oponer un dique a la reacción, organizando la acción conjunta de la clase trabajadora››. (39) El 9 de diciembre de 1933, a propuesta de Maurín, el BOC y la IC plantearon la creación de la Alianza Obrera en Cataluña, a la que se adhirieron UGT, los Trentistas (Sindicatos de Oposición de la CNT), la Federación Socialista de Barcelona, la Unión Socialista de Cataluña y la Unió de Rabassaires. Su manifiesto de constitución no tenía un contenido explícito de clase y era más de defensa contra el fascismo que de ofensiva revolucionaria. Sin embargo, la concepción estratégica de las Alianzas Obreras por Maurín y Nin sí que era más profunda: la realización del frente único leninista que luche por objetivos parciales de luchas económicas como por objetivos revolucionarios hacia la toma del poder político. «La Alianza Obrera no es el sóviet, puesto que sus características son distintas, pero desempeñan las funciones del sóviet››. (40)
1934 es también el año en el que el trotskismo se fractura. Ya en el verano de 1933, Trotski planteó a la sección española de la OCE la necesidad de trabajar dentro del PSOE como fracción organizada por dos razones: era inútil seguir intentándolo en el PCE, era imposible regenerar el estalinismo desde dentro; y porque era en la socialdemocracia donde se expresaba un movimiento de masas hacia posiciones revolucionarias. La dirección de la IC, con Nin a la cabeza, no estaba de acuerdo con la táctica entrista, decidió continuar con su labor teórica en Comunismo y en el desarrollo de las Alianzas Obreras como fuerza autónoma. El debate quedó abierto y retornaba continuamente dentro del comunismo antiestalinista. Los dirigentes de la IC eran conscientes de estar jugando un papel en tierra de nadie, porque su conexión con las masas obreras en ese momento dependía del carácter que el PSOE quisiera darle a las Alianzas Obreras. Se plantearon dos soluciones para salir del laberinto: una alternativa era la de Trotski, entrando como grupo organizado en las organizaciones socialdemócratas para influir desde dentro con posturas revolucionarias; la otra posibilidad era crear un partido alternativo con objeto de disputar el movimiento de masas y dirigirlo hacia la revolución (41). Mientras se abría el debate en el seno del antiestalinismo, el giro revolucionario de las Juventudes Socialistas los llevó a contactar regularmente con la IC, en la que vieron un referente teórico, llegando incluso a pedirles que se unieran a ellos para dar la batalla al reformismo en el PSOE. Y el BOC continuó con la orientación de fortalecer su partido a través de las Alianzas Obreras.
Volvamos a los hechos. La entrada de la CEDA en el Gobierno los primeros días de octubre de 1934 fue la señal de la revolución y no su causa. En Cataluña, la huelga general fue convocada la noche del 4 de octubre por la Alianza Obrera. La CNT ni siquiera se sumó, pero sus obreros desbordan a la dirección y la huelga fue general (42). Sorprendentemente, la postura que tomó el BOC fue de colaboración con la Generalitat: «la huelga que la Alianza Obrera de Cataluña declara no debe, no puede ser considerada como una acción contra la Generalitat. Va dirigida contra el Gobierno de Madrid y a favor de Cataluña, como consecuencia, ahora los intereses políticos y morales de la Generalitat coinciden››. (43) El BOC antepuso en ese momento la proclamación de la República Catalana por el gobierno de Esquerra Republicana, supeditando los intereses de la clase obrera a una unidad de acción con las clases medias en torno a la cuestión nacional. Mientras que fuera de Barcelona quien actuó fue la clase obrera (Sabadell, Vilanova, Sitges, Lleida), la pasividad de la CNT en la capital empuja, en cierto modo, al BOC y a la Alianza Obrera a la colaboración con la Generalitat. «La actividad que mantuvo la CNT en Barcelona, neutra y objetivamente favorable al Gobierno central, motivaron que la significación de la respuesta catalana a la entrada de la CEDA en el gobierno tuviese un carácter totalmente pequeñoburgués››. (44) Ciertamente, Companys declaró el “Estado catalán dentro de la República federal” en la mañana del 6 de octubre desde el balcón de la Generalitat en la Plaça de Sant Jaume; pero se negó a armar a los trabajadores y prohibió sus manifestaciones. Al día siguiente, el Ejército tomó el mando y arrestó a Companys, a su Gobierno y a miles de obreros. Octubre del 34 en Cataluña fue un fracaso.
Las valoraciones de los Hechos de Octubre de 1934 fueron dispares en las diferentes organizaciones del movimiento obrero. Con mayor o menor autocrítica y con unos matices u otros, estas organizaciones convergieron al empezar 1935 en la necesidad de articular un frente único capaz de realizar una revolución victoriosa y con la sensación de que habían vivido el primer ensayo general de la revolución. Especialmente, el BOC consideraba que «el resultado de la insurrección de octubre demuestra que el instante, objetivamente, no era favorable para que la insurrección triunfara›› (45); la IC, por su parte, anticipaba ya la necesidad del partido revolucionario en sus evaluaciones: «le ha faltado al ejército revolucionario un estado mayor con jefes capaces, estudiosos y experimentados. Sin un partido revolucionario, no hay revolución triunfante. Ésta es la única y verdadera causa de la derrota de la insurrección de octubre››. (46) Sin embargo, a comienzos de 1936 las organizaciones marxistas confluyeron en el Frente Popular bajo la unidad inteclasista – electoral y programática – con la pequeña burguesía republicana con el objetivo de instaurar un Gobierno liberal y frenar al fascismo. ¿Qué ocurrió a lo largo de 1935 para que nos expliquemos este giro? Fundamentalmente, dos son las razones que suscitaron esta transfiguración: la situación del movimiento obrero y los procesos internos de sus organizaciones.
La derrota de la Comuna Asturiana y la brutal represión posterior no significó la destrucción de la clase obrera organizada. A diferencia de Alemania o de Austria, la clase trabajadora mantuvo una conciencia y actitud revolucionarias porque había sido derrotada luchando y porque la insurrección había sido local y no general. Por tanto, seguía abierta la posibilidad de otro resultado (47). Sin embargo, era evidente el reflujo en la conflictividad social respecto al año anterior; y, pese a que el Gobierno radical-cedista mostraba la debilidad de la burguesía española para unificar a las clases medias e incidir en la clase obrera, la represión patronal y estatal socavó parte de la ofensiva revolucionaria. En 1935 el movimiento obrero había sido vencido pero no derrotado.
El factor más trascendente fue la recomposición interna de las organizaciones obreras, que tuvo su repercusión en su intervención sobre el movimiento. El PSOE fue incapaz de analizar críticamente su actuación política – exceptuando Juventudes Socialistas – y esto otorgó más capacidad de maniobra al sector de Prieto. Durante 1935, la división interna de la socialdemocracia llegó a su cénit. A pesar de la hegemonía interna del sector de Largo Caballero y las Juventudes durante 1934, la táctica frentepopulista de Prieto cobró fuerza en el PSOE a lo largo de 1935 debido a la inconsistencia teórica del grupo más subversivo, el creciente prestigio de la URSS – y su denigración del antiestalinismo – y el rechazo del comunismo antiestalinista a participar en su bolchevización – para crear contrapesos internos. El PSOE acabó influido por el PCE en lugar de por el POUM. El estalinismo redefinió su estrategia política a partir del VII Congreso de la Internacional Comunista, celebrado en el verano de 1935: pasando a defender la confluencia con la burguesía liberal dentro del movimiento antifascista y descartando el frente único anticapitalista (48). El balance general que podemos hacer de 1935 es que acabaron ganando protagonismo quienes no lo tuvieron en 1934: el sector de Prieto en el PSOE y el estalinismo del PCE.
Por su parte, el BOC y la IC abordaron los análisis post-Octubre sobre dos ejes: el fracaso era producto de la falta de preparación y coordinación y era necesario la creación de un gran partido revolucionario para solventar esas debilidades. Para Maurín «si los obreros han de unirse, los marxistas han de unificarse. (…) El proletariado se ha de unificar: la Alianza Obrera. Los marxistas se han de unificar también: partido marxista único››. (49) Para Nin: «Primero: necesidad de una política independiente del proletariado; Segundo: necesidad de ampliar y fortalecer la Alianza Obrera (…); Tercero: necesidad de crear el partido revolucionario››. (50)
Hace falta tener en cuenta dos elementos para entender los acontecimientos posteriores. El primero de ellos es la falta de entendimiento entre el sector de Caballero y las Juventudes Socialistas y el comunismo antiestalinista del BOC y de la IC: a pesar de la afinidad en el análisis de la propuesta interclasista del frente popular y en la insistencia en construir el frente único, son incapaces de confluir política y orgánicamente. El segundo es el proceso organizativo de los diferentes partidos obreros, paralelo al debate teórico, para constituirse como el partido revolucionario. Este proceso se materializa con la convergencia, ante objetivos similares, del estalinismo y la socialdemocracia – ahí donde es beneficioso para ambos – formando el PSUC (1936), las Juventudes Socialistas Unificadas (1936) y la unificación sindical de la CGTU con la UGT. Y se materializa con la creación del POUM en septiembre de 1935 con la unificación del BOC y de la IC.
La creación del POUM abrió debate en el seno del comunismo antiestalinista. La controversia planteada anteriormente acerca de la hipótesis del entrismo de Trotski se resolvió en la práctica con la creación del POUM. Las razones de Maurín para la creación de un nuevo partido unificador radicaban en que el BOC no podía cambiar la correlación de fuerzas dentro del PSOE: «no hemos visto ningún caso de partido de tipo socialdemócrata en el que la tendencia bolchevizante haya acabado por prevalecer. En el alemán, como en el francés, en el belga como en el de Holanda, Suecia y Austria, el ala izquierdista partidaria de una posición revolucionaria ha sido inveteradamente aplastada. No sabemos por qué razón en España las cosas tendrían que desarrollarse de otro modo››, por lo que insiste en que los comunistas y socialistas de izquierdas se encuentren y marchen juntos pero no en el seno del PSOE. La relación entre el comunismo antiestalinista español y Trotski llevaba siendo problemática años, no solamente por el debate del entrismo en la socialdemocracia sino desde la política de oposición en el seno del PCE: Nin y otros dirigentes consideraron desde un principio irreformable al estalinismo y abogaron por un trabajo militante independiente al estalinismo y la socialdemocracia. En el debate que se planteó en 1935, Andrade consideraba que «dicha radicalización [de las Juventudes Socialistas] no puede encontrar otra salida que una escisión. Los reformistas y centristas del PSOE llegarán a vencer a la tendencia de izquierda y a reducirla al silencio (…) En ese momento, el reagrupamiento de los elementos sanos de la juventud socialista se hará en torno a nuevo partido››. (51) Dos ideas antagónicas para complementar este debate: por un lado, efectivamente el ala subversiva socialista nunca se unió al POUM y, de hecho, a partir de entonces sus posiciones se alejaron hasta llegar a las unificaciones con el estalinismo; por otra parte, ¿cómo entender que, pese a las diferencias, Trotski y los trotskistas españoles no fueran capaces de reforzar el POUM y trabajar lealmente en su interior? (52) Y una postura clara: el POUM no vino a provocar una división de movimiento obrero sino que fue un primer intento de sumar fuerzas entre marxistas revolucionarios, con una caracterización cuidadosa de la correlación de fuerzas y de la practicidad de otras hipótesis.
El POUM se fundó el 29 de septiembre de 1935 en el número 24 de la calle Montserrat de Casanovas en el barrio de Horta, a las afueras de Barcelona. El Comité Ejecutivo quedó constituido por cinco miembros del BOC (Joaquim Maurín, Pere Bonet, Jordi Arquer, José Rovira y Josep Coll) y dos de la IC (Andreu Nin y Narcís Molins i Fàbregas), siendo elegido Maurín como secretario general. La dirección de la Juventud Comunista Ibérica quedó a cargo de Germinal Vidal – secretario –, Miquel Pedrola y Wilebaldo Solano del BOC y de Ignacio Iglesias de la IC (53).
Los movimientos del reformismo y del estalinismo a lo largo de 1935 para crear una coalición electoral en la que participe también la pequeña burguesía se aceleraron tras los escándalos de corrupción del Partido Radical y por las fricciones internas entre los dos partidos del Gobierno, que concluyeron en la convocatoria anticipada de elecciones para febrero de 1936. El programa político del Frente Popular se aprobó en enero: pivotaba en torno a la amnistía general de los presos encarcelados por la revolución de Octubre y por la readmisión de los despedidos en sus puestos de trabajo, además de ser muy similar al del Gobierno republicano-socialista del primer bienio (recuperar Ley de Reforma Agraria, restablecer Estatuto de Cataluña, reforma fiscal, legislación laboral y social anterior…) (54). El objetivo primordial se circunscribiría a anular las contrarreformas del bienio radical-cedista. El acuerdo fue firmado por los dos pequeños partidos liberales, las organizaciones marxistas y el Partido Sindicalista de Pestaña.
El sector trotskista desvinculado del POUM criticó la entrada de éste al Frente Popular. Trotski llegó a acusar al POUM de oportunismo político: «al pie de este deshonroso documento (…) la novedad es la firma del partido de Maurín-Nin-Andrade. Los antiguos comunistas de izquierda han llegado a ser simplemente la cola de la burguesía de izquierda. ¡Es difícil concebir caída más humillante!›› (55) Trotski fue sin duda una de las mentes más brillantes del siglo XX, pero sus mayores carencias eran la contemporización, el sosiego, la modestia; todas ellas necesarias para ser un dirigente cabal. En noviembre de 1935, el POUM intentó una coalición electoral con el PSOE y con el PCE, pero su propuesta es declinada y, ante la posibilidad de quedarse aislado, decidió entrar con un compromiso electoral con sólo un candidato por Barcelona – Maurín –. Al mismo tiempo, se desmarcó del Frente Popular una vez obtenida la victoria en las elecciones. «[el acuerdo electoral] ha de tener como objetivos: derrotar la contrarrevolución, conseguir la amnistía y restablecer el estatuto de Cataluña, una vez logrados estos tres objetivos, el movimiento obrero y los partidos pequeño-burgueses deben considerar por terminado su pacto circunstancial››.(56) El argumento fundamental del POUM para entrar en el Frente Popular fue la consecución de la amnistía, pero siempre manteniendo la postura de que el compromiso era electoral y no estratégico.
La decisión del POUM de apoyar al Frente Popular fue un acierto, consiguiendo así no quedarse aislado del conjunto del movimiento obrero y sin tener que ceder en su propuesta revolucionaria.
El Frente Popular ganó las elecciones de febrero por un estrecho margen, consiguiendo 87 diputados Izquierda Republicana, 37 Unión Republicana, 99 PSOE, 17 PCE y 1 diputado el POUM. El Gobierno inicial quedó compuesto tan sólo por miembros de los partidos republicanos (8 a 3 para el partido de Azaña). Los meses sucesivos antes del golpe de Estado de julio, con la escalada huelguística y de agitación política de la clase obrera, pusieron al filo del abismo a sus organizaciones: apoyar o no esas movilizaciones y respaldar al Gobierno en sus medidas reformistas o luchar por convertir éstas en palanca revolucionaria.
Durante el Gobierno del Frente Popular, el POUM caracterizó que la tarea del momento era preparar a la clase obrera para tomar el poder por medio de las Alianzas Obreras. «el deber del momento consiste, pues, en forjar las armas necesarias para la victoria: organismos capaces de agrupar a grandes masas (…) las Alianzas Obreras›› y a través de ellas forjar la alternativa que organizara la revolución: «el gran partido revolucionario surgirá como consecuencia del proceso de diferenciación ideológica que se está operando en el seno del movimiento obrero español››. (57) Es posible que el POUM depositara, ingenuamente, demasiada confianza en las conclusiones que sacaría la clase obrera para superar al reformismo y al estalinismo, cuando los contingentes que inciden sobre ella son diversos y sobrepasan esa propia diferenciación ideológica. Volvía a existir la posibilidad de integrarse en el PSOE, propuesta que el POUM rechazó. Objetivamente, no se convirtió en el gran partido revolucionario, sino en una organización con presencia significativa en Cataluña, la única con una posición revolucionaria: defendiendo que la situación no requería la defensa de la democracia burguesa frente al fascismo sino de la revolución proletaria, el único antifascismo eficaz.
El 18 de julio se concretó el golpe de Estado que llevaba tiempo gestándose entre los sectores más reaccionarios del país. La derrota del alzamiento en muchas ciudades no se produjo ni por la fortaleza del Gobierno ni por las Fuerzas Armadas que no se sumaron, sino por la determinación de la clase obrera que luchó y se organizó para impedirlo. Paradójicamente, el pronunciamiento militar desató la revolución en España. «En la zona republicana el Estado se derrumbó, pero no a causa de la rebelión, sino de la revolución. El fenómeno es único en la historia. Azaña lo ha descrito muy bien (…) proliferan por todas partes comités de grupos, partidos, sindicatos de provincias (…) todos usurpan la función del Estado al que dejan inerme y descoyuntado››. (58) En palabras de Avilés Farré: «en los años de la guerra se produjo en el territorio republicano la revolución social más intensa que había conocido Europa desde la rusa››. (59) A partir del 19 de julio, la clase trabajadora, a través de sus sindicatos, creó organismos de poder alternativos al Estado: comités revolucionarios, colectividades industriales y campesinas, tribunales populares y milicias obreras. El Estado, pese a ver reducida su capacidad ejecutiva, no se extinguió, en parte por el apoyo de las organizaciones obreras. Se produjo, entonces, un fenómeno de dualidad de poderes. Una situación común en contingencias revolucionarias, y que en España tiene la especificidad de que el poder obrero – el real económica y militarmente – no fue secundado por parte de sus partidos políticos, que apoyaron el poder nominal del Estado. El poder efectivo de la clase obrera se encontraba descabezado políticamente, sin alternativa revolucionaria; mientras los Gobiernos de la República y la Generalitat trataban de encauzar la revolución (60). En la revolución española del verano del 36, ningún partido hizo lo que los bolcheviques en 1917: el PSOE y el PCE ni siquiera lo pretendieron y el POUM y la CNT-FAI no llegaron a ser capaces de ello.
Cataluña fue, sin duda, la mayor particularidad del proceso revolucionario español. No podemos explicar esa excepcionalidad circunscribiéndonos a la cuestión nacional, porque sería incompleto. Dos aspectos influyeron de manera diferencial: un movimiento obrero efervescente y la primacía de las organizaciones revolucionarias sobre las contrarrevolucionarias. La clase trabajadora catalana tomó el control económico y militar, manteniendo a la Generalitat a remolque; y al mismo tiempo fue el único lugar de Europa donde una alternativa comunista era más fuerte que el estalinismo o el reformismo. Las consecuencias de esta situación anómala fueron una dualidad de poderes aún más favorable para la clase obrera y un marco de posibilidades de actuación para la toma del poder político. El 19 de julio, pese a la negativa de la Generalitat de armar a la CNT y de su voluntad de contemporizar la respuesta al golpe, la CNT convocó una huelga general y miles de trabajadores recorrieron las calles de la Ciudad Condal asaltando armerías, ocupando cuarteles y montando barricadas. Después de 36 horas de combates, con más de 500 muertos, la militancia obrera de la CNT – junto a unidades de la Guardia de Asalto – derrotaron el golpe. Los trabajadores no entregaron entonces las armas: el Ejército había desaparecido como fuerza militar y la CNT tenía 22.000 obreros armados. Inexplicablemente, la dirección de la CNT-FAI no planteó entonces tomar el poder, sino compartirlo: aceptaron crear el Comité Central de Milicias Antifascistas (CCMAF) para compartirlo con los integrantes del Frente Popular (en el que no estaba la CNT), aceptando una dualidad de poderes con la pequeña burguesía. En ese momento se creó el PSUC (23 de julio de 1936), absorbiendo al reformismo bajo el control estalinista y adhiriéndose inmediatamente a la III Internacional. La correlación de las fuerzas en las instituciones políticas de Cataluña infrarrepresentaba a las organizaciones revolucionarias (CNT y POUM), que son quienes detentaban el poder efectivo gracias a su preponderancia en las milicias obreras y en los comités de fábrica recién constituidos. La duplicidad de cometidos entre Generalitat – poder legal – y CCMAF – poder real – les enfrentó constantemente entre el 21 de julio y el 27 de septiembre, cuando Companys ofreció entrar al Govern a la CNT y al POUM.
¿Cómo explicarnos entonces, en esta situación de subordinación evidente del estalinismo, que el PSUC vaya ganando fuerza a lo largo de la revolución catalana? En primer lugar, porque la negativa de las organizaciones revolucionarias a la toma del poder político posibilitó la supervivencia de la Generalitat y del PSUC como componente. Y, en segundo lugar, porque la ayuda militar que decidió enviar Moscú no fue para las milicias de la CNT y el POUM que combatían en el frente de Aragón sino al lánguido Ejército regular controlado por la Generalitat, que intentó entonces reconducir la revolución a la vía legal (61). Se formó entonces un nuevo Govern el 31 de julio al que entró el PSUC. La CNT reaccionó ante este movimiento político amenazando la continuidad de la Generalitat; ésta propuso entonces la creación del Consejo de Economía de Cataluña – integrado por CNT, FAI, UGT, PSUC, POUM, ERC, AC y UC – que sería el organismo encargado de estructurar la industria colectivizada y de establecer los primeros elementos de planificación económica socialista (62). Sin embargo, el 17 de agosto la CNT decidió disolver el CCMAF – aunque la disolución definitiva llegaría un mes después –, el único órgano de poder político alternativo a la Generalitat.
El problema del poder en la revolución se convertía en la cuestión central de la revolución española. La posición del POUM durante ese verano del 36 radicaba en «formar un gobierno obrero, integrado por representantes de todos los partidos de clase y de organizaciones sindicales. Es evidente que un gobierno así no podría tener más que un carácter provisional, preparatorio del nuevo estado de las cosas. Un gobierno que sea la expresión de las amplias masas obreras, campesinas y milicianas y que tenga la misión de establecer las bases de la nueva democracia proletaria›› (63). Sin embargo, este punto de vista fue rechazado de manera mayoritaria, especialmente por la CNT. Fue el primer retroceso en la revolución, importante para posibilitar la recomposición de los órganos de poder estatal.
La dualidad de poderes fue evidente a lo largo del verano y se reflejó en la constitución del nuevo Govern de la Generalitat (denominado Consell por las exigencias de la CNT) el 26 de septiembre, compuesto por 3 miembros de ERC, 2 del PSUC, 1 de UR, 3 de CNT y 1 POUM. Tras una ardua discusión interna, el POUM decidió participar. La interpretación de Nin era que el nuevo Consell presentaba una mezcla de órganos de gobierno burgués y de órganos de poder obrero, y una combinación semejante no podía ser duradera: o bien las fuerzas revolucionarias tomarían el poder o las fuerzas contrarrevolucionarias desplazarían de la Generalitat los elementos molestos del doble poder (64). El debate en este punto es abierto: ¿no era el nuevo Consell un intento explícito de las fuerzas contrarrevolucionarias para sustituir las competencias del CCMAF, recientemente disuelto, y contener el poder obrero; o fue un producto inevitable del doble poder? ¿La entrada de organizaciones obreras en los Gobiernos de Madrid y Barcelona supuso una contención para el desarrollo del impulso revolucionario y el ejercicio efectivo de poder que tenía el movimiento obrero? La conclusión de quien escribe es que Nin tenía razón en que fue una situación necesariamente fugaz y que se saldó de la peor manera posible; y de que el debate de fondo residía en la cuestión del poder en la revolución. No es una discusión que pueda abordarse correctamente de manera apriorística, sino por las concreciones que conllevó: disolución de comités locales en pueblos y ciudades, creación de consejos municipales dependientes de la Generalitat, dependencia de mandos gubernamentales de las milicias obreras, disposiciones en contra de las permutas y requisas llevadas a cabo durante las colectivizaciones…
Centrémonos en el POUM. Desde la revolución del 19 de julio, su militancia asciendió a 40.000 trabajadores, tenía unas milicias armadas con 10.000 miembros y la dirección de un sindicato propio – FOUS – con 60.000 afiliados. Junto a la CNT, controlaban los comités obreros durante el verano.
En septiembre, Andreu Nin fue designado Conseller de Justicía de Catalunya en el nuevo Consell de la Generalitat, extendiendo a toda Cataluña los tribunales populares que ya existían en Lleida y estableciendo en los 18 años la edad mínima para la plenitud de derechos cívicos y políticos. Su argumentación para la participación gubernamental fue «no querer ir a contra corriente en estas horas de extrema gravedad, y porque ha considerado que la revolución socialista puede ser impulsada a partir de la Generalitat›› (65). Recibió fuertes críticas de los sectores trotskistas y del propio Trotski, y es cierto que su mayor error fue permitir la disolución de los comités surgidos en julio. No obstante, eran objetivas la mayoritaria influencia anarcosindicalista en la clase obrera catalana y la posición contrarrevolucionaria del estalinismo. Las reflexiones de Pelai Pagès son de autoridad en esta cuestión: «este partido se planteó, ciertamente, la toma del poder político, pero, conscientes de sus limitaciones (…) nunca consideró la toma del poder como un acto que debiera realizar por su propia cuenta y riesgo (…) el POUM consideraba que era la clase obrera en su conjunto la que debía tomar el poder a través de sus organizaciones y partidos. El planteamiento del POUM era, pues, un planteamiento de clase y no de partidos, y respondía a la correlación de fuerzas que predominaba en el movimiento obrero español organizado›› (66). ¿Pero no eran también minoría en militancia e influencia los bolcheviques en los sóviets antes de Octubre y no fue su política revolucionaria de toma de poder lo que les hizo ganar a la mayoría de los obreros?
La llegada a España de noticias acerca de la nueva escalada represiva en la URSS – especialmente de las ejecuciones de Zinoviev, Kamenev y Smirnov – provocaron una declaración consternada de la dirección del POUM en solidaridad con la vieja guardia bolchevique y en denuncia de los crímenes monstruosos del estalinismo. Esta valentía marcó el inicio de la ofensiva estalinista contra el POUM y, particularmente, contra Nin. El PSUC presionó a Companys para expulsar al secretario del POUM del Consell. Finalmente, el 12 de diciembre Nin fue destituido. Los meses siguientes hasta mayo, el POUM orientó su actividad política a conseguir un gobierno obrero y campesino, intentando arrastrar a los sectores anarcosindicalistas hacia un frente común. Sólo lo consiguieron en el terreno de la juventud: en febrero de 1937, se constituyó el Front de la Joventut Revolucionària sobre la base de Joventuts Llibertàries y de la Joventut Comunista Ibèrica. La campaña de calumnias del estalinismo se intensificó por la inquietud que les provoca esta unificación, como modelo que podría reproducirse en el movimiento obrero (67). Los acontecimientos se precipitaron en mayo. El día 3 el estalinismo – con la connivencia de la Generalitat – asaltó el edificio de la Telefónica para destituir al comité obrero que controlaba las comunicaciones desde julio del 36. Los trabajadores respondieron y llenaron Barcelona de barricadas, convirtiendo sus calles en el escenario de una sangrienta batalla campal donde murieron 500 personas (un número de víctimas semejante a las que fallecieron el 18 de julio para vencer al golpe de Estado). En la reunión entre POUM y CNT esa misma noche, Nin propuso una acción común inmediata y la creación de un Frente Obrero Revolucionario; los dirigentes de la CNT respondieron que esperaban obtener de Companys, negociando, modificaciones importantes en la composición del Consell. Nin y sus compañeros salieron escandalizados. La lucha se prolongó unos cuantos días, hasta que la dirección de la CNT determinó que sus militantes depusieran las armas. El POUM se vio obligado a dar la orden de retirada ante su aislamiento.
Podemos afirmar que la revolución española acabó ese 7 de mayo en el que la dirección de la CNT exclamó por radio “¡Abajo las barricadas! ¡Que cada ciudadano se lleve su adoquín! ¡Volvamos a la normalidad!” La percepción manifiesta es que la Guerra Civil no fue tanto una lucha entre democracia y totalitarismo sino entre revolución y contrarrevolución68. Lo sórdido, por desgracia, aún no había llegado. El 16 de junio de 1937, la GPU detuvo a Andreu Nin y a otros dirigentes y militantes del POUM. No hubo noticias en prensa hasta el día 18, cuando se publicó una nota de la Jefatura Superior de Policía de Barcelona acerca del descubrimiento de una importante red de espionaje, una maniobra clásica del estalinismo. El 22 de junio, la prensa publicó que los implicados en esa red eran, precisamente, los dirigentes del POUM. Andreu Nin fue secuestrado y torturado por los agentes soviéticos, esperando sacar de él una confesión que justificara unos posteriores procesos de Moscú contra el POUM en España. Pero su valiente silencio lo evitó. Como escribió Albert Camus en 1954 al no poder asistir a un homenaje celebrado en París: «la muerte de Andreu Nin constituyó un viraje en la tragedia del siglo XX, que es el siglo de la revolución traicionada››.
3. Una vida al servicio de la emancipación social y nacional
El sol i el futur tindran cura de tu, / Andreu Nin. / Aquí a la teva Barcelona / la lluna creixerà encara més, / i ho farà per tu, / en record d´aquestes nits que no s´ha portat el vent, / quan apareixies de matinada per les Rambles / carregat de lluites i de somnis. / Segueix endavant amb la teva memòria invicta, / Andreu Nin, / més enllà de la teva Barcelona / i dels confins de l´adéu. / Avança en el record, / en la revolució, / en els nostres cors. / Avança amb nosaltres, ara i sempre.
(Mary Low)
En junio de 2013, Pelai Pagès pronunció una conferencia en el Parlament de Catalunya sobre Andreu Nin. La comenzó considerando al líder del POUM como el paradigma de militante obrero honesto en todos y cada uno de los momentos de sus militancias políticas. Una trayectoria militante que, de hecho, se inicia en los albores de su mocedad cuando a los catorce años pronuncia el discurso de saludo a la senyera el 11 de septiembre en su pueblo natal, El Vendrell. Apenas tres años después, durante la mal llamada Semana Trágica de 1909, participa en la misma villa tarraconense en una acción para evitar que un tren militar camino de Barcelona llegara a su destino. Pelai Pagès considera que su militancia pasa por tres etapas concretas: sus primeros pasos hasta 1921, los años en la URSS y la etapa de la Segunda República (69).
Hasta 1921, Nin militó en el republicanismo catalanista, el Partido Socialista y en la CNT. Mientras tanto, estudió Magisterio y ejerció en la Escuela Horaciana, en el Ateneo Obrero de Barceloneta y en el Ateneo Enciclopédico Popular de Barcelona. Se mostraba ya entonces como un excelente periodista. Hay dos elementos que tiñen desde aquel momento el pensamiento y la intervención política de Nin y no abandonan a lo largo de su vida: el nacionalismo y la acción obrera. Su participación en la CNT fue la más reseñable: enseguida se convirtió en presidente del Sindicato de Profesiones Liberales y luego en secretario del Comité nacional del sindicato. Fue en esos años cuando entabló una buena amistad con el ‘noi del sucre’, Salvador Seguí.
1921 es un año trascendental en la vida de Nin: su viaje a la URSS como delegado de la CNT en el Congreso de formación de la Internacional Sindical Roja (ISR) desembocará en una estancia de casi una década en el país de la Revolución de Octubre como secretario general adjunto de la ISR. En esta etapa, Nin recorre Europa vía congresos sindicales – Berlín, Roma, Ámsterdam, París – mientras milita también en el PCUS. Tras la muerte de Lenin y con los primeros atisbos de lo que será el estalinismo, Nin se compromete con la oposición trotskista.
En 1930 y tras un arduo periplo para retornar a Cataluña desde la URSS, Nin atraca en Barcelona para asistir a la agonía de la dictadura de Primo de Rivera y la proclamación de la Segunda República. Durante los seis años siguientes, Nin tiene un papel destacado en la revolución española: interviniendo para la creación primero de la Izquierda Comunista, de las Alianzas Obreras después y participando en la Revolución del Octubre español del 34, que incentivó la creación del POUM como proyecto consecuente de unificación del marxismo revolucionario catalán y español. Tras el golpe de Estado, Nin se ve inmerso por segunda vez en un complejo proceso revolucionario (70), participando en el recién constituido Consejo de Economía de Cataluña – con un papel central en la elaboración del Plan de Transformación Socialista del País – y, en septiembre de 1936, en el Consell de la Generalitat asumió la Conselleria de Justicía. Como Conseller, llevó a cabo tres medidas fundamentales: la creación de los Tribunales Populares, la agilización de los trámites matrimoniales y la concesión de la mayoría de edad a los jóvenes a partir de los 18 años.
Las críticas de Nin y del POUM al estalinismo supusieron una campaña de calumnias que forzó la salida de Nin de la Generalitat. En mayo del 37, el POUM fue acusado de provocar los enfrentamientos encarnizados de la primera semana. La campaña acabó con la represión al POUM y el asesinato del propio Nin. Todavía hoy quedan aspectos por esclarecer en su asesinato, pero sí se sabe con certeza la responsabilidad soviética y las complicidades española y catalana.
Tras este breve recorrido por su biografía, quiero detenerme en: 1) las principales líneas de su pensamiento político y sus aportaciones teóricas y 2) en las posiciones políticas de Nin en los conflictos que surcaron la Segunda República, analizando las caracterizaciones que establecía y sus maneras de tomar partido. Respecto a la primera cuestión, considero interesante centrarnos en sus propuestas teóricas sobre la revolución pendiente en España, los análisis desarrollados acerca del fascismo, la cuestión nacional en el marxismo y el problema del poder en la revolución española. La segunda parte será un compendio de las posturas de Nin desde la proclamación de la República hasta mayo del 37: las Cortes Constituyentes de 1931, la IC, la formación de las Alianzas Obreras, las polémicas con Trotski, la unificación del comunismo antiestalinista, la entrada en el Frente Popular, la revolución del verano del 36…
Cuando hablamos de Andreu Nin es inevitable resaltar la importancia de sus aportaciones teóricas al marxismo español, pues fue el más lúcido y elocuente de su tiempo. Leninista consecuente, Andreu Nin extrae las lecciones de la Revolución Rusa de forma orgánica, a través del análisis de la correlación de fuerzas: la debilidad de la burguesía en España y el vigor de la clase trabajadora ponían de manifiesto que las Tesis de Abril de Lenin era aplicables en 1931: «en Rusia, como en España, el poder había sido monopolizado por la clase de los terratenientes, y allí como aquí no se había realizado la revolución burguesa característica de los grandes países capitalistas (…) la burguesía era débil, sustancialmente regresiva e incapaz de resolver radicalmente los problemas fundamentales de la revolución democrático-burguesa›› (71). En definitiva, que la revolución pendiente en España no precisaba de dos etapas, sino que las necesidades democráticas serían resueltas mediante la dictadura del proletariado. Frente a la postura del PCE, centrada en requerir una democratización que combata los elementos feudales del capitalismo español, Nin se centra en el desarrollo existente de la lucha de clases, que no pivota en torno a la democracia contra el Estado feudal sino al proletariado junto a las masas campesinas contra el Estado capitalista. Ciertamente, es un análisis que intenta aplicar las ideas de la revolución permanente esbozadas por Marx y defendidas luego por Trotski. Sin embargo, estas consideraciones revolucionarias no llevan a Nin a, por una parte, abstraerse del imaginario y del estado de la clase trabajadora ni a, por otro lado, renunciar a las consignas democráticas, que considera transicionales hacia el socialismo. Nin trata de enlazar táctica y estrategia, de combinar la lucha concreta de la clase trabajadora con la orientación de transformación socialista, siempre en el terreno de la propia experiencia del movimiento obrero. La táctica política necesaria que se desprende de estos planteamientos sería la del frente único leninista: unidad de acción para que el propio desarrollo de la lucha de clases y las propuestas de actuación en la misma conduzcan al conjunto de los trabajadores a la revolución socialista. En España, esta táctica se materializa en las Alianzas Obreras.
Para el planteamiento de las Alianzas Obreras como táctica indispensable en España, Nin no sólo argumenta sus planteamientos respecto a la revolución pendiente, sino también lo que supone el auge del fascismo y las vías para combatirlo. Sin duda, uno de los trabajos intelectuales más importantes de Nin es Las Dictaduras de nuestro tiempo (72), una réplica al libro de Francesc Cambó – líder de la Lliga Regionalista – escrita en Moscú y publicada en Barcelona en 1930. Es un libro extenso, laborioso y brillante acerca del fascismo como fenómeno político novedoso. Este trabajo constituye el corpus principal de su pensamiento acerca de esta cuestión; sin embargo, la victoria nazi en Alemania suscita actualizaciones en sus ideas, especialmente en lo que se refiere a la repercusión de las estrategias de los partidos obreros. Andreu Nin considera que al fascismo como un movimiento-fenómeno político resultante de la incapacidad de las democracias burguesas de consolidar las relaciones capitalistas en ese momento histórico y la necesidad de medios dictatoriales para conseguirlo, acompañado de una base social compleja de elementos déclassés (especialmente a los ex-oficiales del Ejército regresados de la Primera Guerra Mundial) y la pequeña burguesía urbana y rural (pequeños propietarios de tierras y de centros productivos). El fascismo sería un compendio de los intereses de la gran burguesía industrial y comercial y el resto de oligarquías para estabilizar la dinámica capitalista en un contexto de agitación intensa de la lucha de clases, y que logra aglutinar diversos sectores sociales – principalmente a la pérfida pequeña burguesía – en su proyecto de “orden” a través de su descontento e inquietud ante el avance del movimiento obrero. La victoria nazi en Alemania en 1933 es leída por Nin como un peligro contrarrevolucionario de clase, y critica fuertemente la postura del socialfascismo del estalinismo por su consecuente división de la clase obrera, demandando como urgente una política de frente único de las organizaciones obreras que combata a la reacción y avance inexorable hacia el socialismo.
Las aportaciones teóricas de Nin son ricas, certeras, incluso ácronas. No obstante, sus reflexiones acerca de la emancipación nacional y el lugar que ocupa en el marxismo constituyen un trabajo único. Para el catalán de la República de los Sóviets, como le llamaba Josep Maria de Sagarra, el problema de la emancipación de las nacionalidades oprimidas es de un interés indiscutible para el movimiento obrero, que no puede desentenderse de ningún aspecto de la lucha por la emancipación de los hombres, mujeres y pueblos, y muy especialmente para aquellos países en los que se plantea de una manera tan viva, como es el caso del Estado español (73). Estos movimientos juegan un papel de enorme importancia en el desarrollo de la revolución democrático-burguesa y constituyen un factor revolucionario poderosísimo. En lo puramente teórico, Nin considera que las naciones son productos directos de la sociedad capitalista y se caracterizan por cuatro elementos imprescindibles: la existencia de relaciones económicas capitalistas, la comunidad de territorio, el idioma común y la cultura compartida (74). El antagonismo entre las naciones que forman parte de un Estado, y sus respectivos movimientos de emancipación nacional, se origina por los progresos desiguales del modo capitalista de producción: serían un aspecto de la lucha democratizadora contra las supervivencias feudales. Según su lectura, la burguesía desempeñaría un papel revolucionario por la liberación nacional y los privilegios feudales, tendiendo a constituir estados-nación para garantizar el mejor desarrollo de las relaciones capitalistas. El caso español, junto al ruso y al austrohúngaro, constituyen para Nin una excepcionalidad, al formarse sus Estados previamente al progreso del capitalismo, y constituyendo éstos una unidad regresiva que impedía el propio avance de las fuerzas productivas. Es precisamente en estos Estados en los que la burguesía no era ya revolucionaria y era el proletariado quien unía las reivindicaciones democráticas a las socialistas.
En el esquema de Nin, la burguesía no dirigía los conflictos nacionales y lo hacía en cambio la pequeña burguesía, que no podría resolver completamente los problemas que planteaba la revolución democrática por su situación intermedia entre burguesía y proletariado; la única clase que podría llevarla a término, objetiva y subjetivamente, era el proletariado. La propuesta teórica de Nin, como señala Pelai Pagès (75), es quizá demasiado rígida en lo concreto: descalificar a la burguesía como clase revolucionaria y concienciar al proletariado de su papel histórico como única clase que sí lo era. Sin embargo, su apuesta por una participación proletaria con perspectiva de clase en esos movimientos “vivos”, la preeminencia de la solidaridad de clase sobre la nacional y la defensa del derecho a la autodeterminación de las naciones – entendiéndola como una plena soberanía para decidir su propio destino – sí es relevante por ofrecer un horizonte claro en un contexto de convulsión y repliegue del comunismo internacional. Nin actualiza las ideas de Lenin y la experiencia de la URSS para ofrecer luz a un conflicto enquistado.
Por último, es necesario detenerse en la conferencia de Nin en el Principal Palace de Barcelona el 25 de abril de 1937 acerca del problema del poder en la revolución, porque es un ejemplo soberbio de reflexión teórica orientada a la praxis concreta (76). Para el catalán, las revoluciones no serían más que luchas por el poder, en las que la actitud que se adopte ante éste determinará el triunfo o la derrota. Como a lo largo de toda su trayectoria, Nin hace una lectura laica del marxismo: no como un dogma sino como un método de acción, recogiendo de sus experiencias concretas su espíritu, sus enseñanzas aplicadas. Por eso, Nin establece una serie de analogías y diferencias entre la situación rusa de 1917 y la española del momento aplicando un criterio orgánico, dinámico. Lo fundamental es la diferencia entre la tradición democrática entre ambos: en Rusia no existían sindicatos ni partidos obreros importantes, mientras que en España sí, especialmente de carácter anarquista; por eso los sóviets no surgieron aquí y sí en Rusia. El problema de fondo sería, precisamente, que el instinto revolucionario de la CNT se convirtiese en conciencia revolucionaria, en política coherente: que pase de gobernar de facto a tener el poder. Es sumamente interesante esta reflexión de Nin acerca del poder, ya que lo entiende trascendiendo lo económico – tomar fábricas y medios de producción –, relacionado más bien como la organización armada de una clase. Un poder nítidamente material, no en las líneas de la hegemonía gramsciana, aunque ambos lleguen a pensar acerca de su naturaleza y mecanismos a partir de la experiencia italiana de los años 20 y el por qué del gobierno – o desgobierno para Nin – de los Gobiernos del Estado. Nin, sin entrar en contradicción con su antiestatalismo, requiere de la formación de un mecanismo estatal de la clase obrera para su emancipación – una “administración de las cosas” – que constituya materialmente su poder, ya que el antagonismo principal del momento está entre la revolución (gobierno del proletariado) y la contrarrevolución (gobierno de la burguesía). Y Nin, entonces, es muy concreto: llama a la CNT a participar en un Frente Obrero Revolucionario que precipite el gobierno de la democracia obrera y arme material y políticamente al proletariado. Vivificando, por la transparencia del tiempo, las Tesis de Abril en España.
De poco serviría hablar de Andreu Nin y quedarnos con sus líneas de pensamiento, sus trabajos, su admirable trayectoria… De poco nos serviría, y poca justicia le haríamos, si no nos centráramos en sus posiciones políticas ante los conflictos abiertos que atravesó en su tiempo, ante las disyuntivas que hacían tomar partido a todos los militantes de la vida. Muchas de esas polémicas he tratado de esbozarlas en este trabajo, señalando especialmente las posturas del Nin y de las organizaciones que lideró. También es cierto que Nin dedicó todo su tiempo a la labor revolucionaria, todo su pensamiento a las cuestiones que requerían su concreción; y nunca se recreó en la reflexión fútil o complaciente.
Ante la arribada del régimen republicano, Nin defendió unas Cortes Constituyentes Revolucionarias que realizasen los fines de la revolución democrática (77). Durante el bienio progresista, Nin manifestaba la incapacidad del reformismo de presentar una alternativa socialista y sus limitaciones democráticas; entablaba relaciones con los sectores más radicalizados de la socialdemocracia y propugnaba la acción común; trataba de desempeñar una labor revolucionaria en el seno del PCE dentro de la Oposición de Izquierdas, pero ya anticipaba el carácter irreformable del estalinismo y la necesidad de una actividad política autónoma; y proponía un frente común entre las organizaciones obreras y sindicales para la acción revolucionaria, que se concretaría con las Alianzas Obreras. Discrepó con la orientación trotskista de entrar a bolchevizar el PSOE y alentó una unificación del comunismo revolucionario que se concretó más tarde, con la creación del POUM en 1935 tras los balances de la Revolución de Octubre. Rebatió el proyecto del Frente Popular y trató de continuar con una táctica de alianzas que no integrara a los sectores pequeñoburgueses, pero aceptó la entrada a la coalición para evitar el aislamiento del POUM de la clase obrera, con la intención de ir un paso por delante para ser vanguardia pero no cien y acabar en la extravagancia. Defendió la independencia del POUM dentro del Frente Popular como partido revolucionario (78) y el acuerdo como electoral y no estratégico, criticando el programa reformista que finalmente fue el presentado. Asumió la dirección del POUM durante el golpe de Estado y la revolución popular inmediatamente posterior y emplazó a los sectores revolucionarios a la toma efectiva del poder. Ante la disyuntiva de entrar al Consell de la Generalitat, se posicionó a favor ante la presencia del resto de organizaciones obreras, con la intención de avanzar posiciones hacia el socialismo y de precipitar la revolución en esa fase que caracterizó como transitoria. Después de su expulsión del Consell y del avance de la contrarrevolución, emplazó a la CNT y la FAI a la constitución de un frente común que abordara coherentemente la cuestión del poder y posibilitara su toma por la clase obrera. Se mantuvo firme ante la campaña de desprestigio contra su persona del PSUC y alentó al combate del estalinismo en mayo del 37, quedando inerme ante las posturas de la CNT (79). Comprendió mejor que nadie la oportunidad abierta en España, y especialmente en Cataluña, para llevar a cabo una revolución que retomara el testigo de sus admirados bolcheviques. Una vida dedicada, en definitiva, a soñar y a creer firmemente en esos sueños.
4. Siguiendo tus pasos
Sous les pavés, la plage. La vida es demasiado valiosa como para no intentarlo.
Puede parecer que sólo queda contar los fracasos / por eso aplazamos siempre el último trago. / Volveremos a asaltar los cielos / y arderán las calles como antes de nuevo. / Brillará en tu piel una primavera / roja de luz color caramelo. / El futuro es hoy, el mañana urgente. / Vi morir la historia, la vi renacer herida. / Volveremos a tapar las calles / hasta que amanezca con futuro y versos. / Volveremos a ser libres, puros, / y tú me pondrás flores en el pelo. (Ismael Serrano)
En este trabajo he tratado, humildemente, de recuperar la memoria de Nin y del POUM no como un panegírico sino desde el diálogo abierto, desde la admiración cabal. Como el propio Andreu habría deseado que lo recordáramos.
Con esas intenciones intactas, abordo esta última parte para reflexionar por qué interesarnos hoy, después de casi un siglo, por un pequeño partido y un personaje entrañable que habían sido arrojados durante décadas al basurero de la historia. Pensar, en definitiva, no tanto lo que podemos decir nosotras sobre Nin, sino lo que él puede decirnos hoy, cuando de nuevo la historia se abre de par en par y todo lo sólido se desvanece en el aire.
Como señala Pelai Pagès, el interés por Nin y el POUM se ha renovado en estos principios del siglo XXI, fundamentalmente por la aparición de nuevas fuentes documentales que ofrecen datos y aspectos de interés historiográfico y por el afán de muchas de recuperar del olvido el papel que tuvieron en la historia. El POUM despierta una atracción erudita por el recorrido de sus dirigentes en las luchas obreras del siglo XX, la pluralidad ideológica interna frente a la uniformidad estalinista – en su seno se entendían muchos de los fundadores del primer comunismo en España con un sector procedente del sindicalismo anarquista y con otro sector vinculado al catalanismo radical – y porque sus dos principales dirigentes – Nin y Maurín – eran de los pocos con sólida formación intelectual cuyos escritos constituyeron elaboraciones teóricas originales e importantes (80).
Sin embargo, es una curiosidad más allá de la simplemente histórica. La herencia política e ideológica que encontramos en el POUM y en Andreu Nin es hoy en día un referente para entender el pasado y alumbrar un presente incierto. En ese socialismo diverso, leal, orgánico, transformador, revolucionario…, encontramos la mejor brújula para saber hacia dónde orientar nuestros pasos. Y, por supuesto, lo referenciamos como un modelo alternativo al estalinismo, porque fue el único partido que le plantó cara en España.
Aunque este trabajo haya tenido una evidente orientación historiográfica, no querría terminarlo sin señalar que de nada nos sirven los ejercicios de onanismo identitario que acaban en debates en absoluto prácticos, enquistados en las aristas de la historia. Lenin decía que no debíamos copiar sus tácticas, sino considerar las razones por las que asumieron esas características peculiares, las condiciones que las determinaron y sus resultados. Debemos ser laicos con los referentes, usarlos como herramientas de cara a pensar nuestros ahoras, buscar lo que pueden decirnos. Acudir a ellos desprendiéndonos de la expectativa fantasiosa que nos hace pensar que hallaremos un manual de instrucciones o que la historia puede repetirse. Son referentes y retornamos a ellos porque nunca pensaron dogmáticamente, asumieron la incerteza y contaron con su valentía, inteligencia y pasión.
Qué aprender de Nin significa qué nos diría Nin.
Analizar cuidadosa y permanentemente las correlaciones de fuerzas, los conflictos sociales, lo existente, lo posible en ese existente. Intervenir en la realidad como es y no como preferiríamos que fuera, siempre con la lealtad hacia el lugar de llegada que soñamos. Actuar bajo perspectivas metódicas sin tomar la teoría como dogma sino como producción intelectual concreta en condiciones concretas. Caminar cada paso atendiendo al sendero. Ser leales a la transformación radical del mundo, a la emancipación social. Ser indomables y firmes, porque la belleza no se rinde ante el poder. Labrar y labrar el suelo que pisamos, con constancia, con tesón, en esta lenta impaciencia… Si por algo son dignas nuestras vidas es por cómo las convertimos en travesías hacia la libertad colectiva, por tratar de construir juntas un lugar común de vidas felices.
Ante un mundo que se derrumba, con sus límites biofísicos sobrepasados, con un paradigma civilizatorio que vulnera la propia supervivencia colectiva…, tendremos que cultivar el cielo bajo los escombros. Asumiendo, en primer lugar, la incerteza, la falta de manuales de instrucciones y la ausencia de respuestas absolutas y lugares finales de llegada. Observando y estudiando persistentemente los conflictos sociales, el poder, los sistemas sociales…, para elaborar teorías útiles que alumbren estrategias y tácticas emancipatorias.
La estructura económica en la que se ha convertido la sociedad moderna se fundamenta en lo que Marx llamaba la autovalorización del valor: el valor constantemente dinamizado en el juego inversión-beneficio. Ésta no es una confusión o un dispositivo ideológico, sino una presión coercitiva multilateral, socialmente definidora. Por eso, podemos hablar del capitalismo como un sonambulismo histórico sin control, lo que nos hace repensar nuestro horizonte emancipador. La política anticapitalista desde el Estado sigue siendo irrenunciable, a pesar de caracterizarlos críticamente en el sistema-mundo capitalista y de entender la subordinación de lo político a lo económico en él. Sin embargo, no es suficiente asaltar los cielos para despertar de esta narcosis. Podemos inclinarnos por dos vías necesariamente combinadas para repensar el concepto de revolución: es necesaria una articulación y acción social acelerada de contestación anticapitalista y de carácter internacional que sirva de barrera de contención al “golpe de estado ecológico” del capital; y también es inexorable una mutación antropológica radical, que no podrá ser en ningún caso acelerada, para redefinir concepciones sobre las identidades, los arraigos, el buen vivir y el modelo de organización social. Tenemos que cuestionar las bases del proyecto civilizatorio occidental y construir, con paciencia y por vías democráticas, otros imaginarios de lo que significa el vivir bien bajo el paradigma del decrecimiento: conseguir que vivir con menos sea vivir mejor. Y, simultáneamente, reconfigurar la producción y el consumo, erigiendo otro modelo económico que se centre en satisfacer las necesidades de las comunidades y que sea un modelo de proximidad, acoplado a los ciclos naturales, de trabajos necesarios para sostener las vidas y repartiendo las responsabilidades de esos trabajos. La revolución permanente del siglo XXI.
Es una lucha de amor. Y la vida es demasiado valiosa como para no intentarlo.
Notas
(1) Julio ARÓSTEGUI, La República: Esperanzas y decepciones, en VV.AA., La Guerra Civil, Madrid: Historia 16, T. I, 1986, p. 9.
(2) Manuel TUÑÓN DE LARA, La Segunda República, en VV.AA., Historia de España, T. 11, Madrid: Historia 16, 1982, p. 65.
(3) Antonio RUBIRA LEÓN, 1931-1936. REPÚBLICA Y REVOLUCIÓN. El movimiento obrero y sus partidos. Teoría política aplicada, Barcelona: Laertes, 2017, p. 448.
(4) Manuel TURÓN DE LARA, Estudios de historia contemporánea, Barcelona: Orbis, 1986, p. 189.
(5) Edward MALEFAKIS, Reforma agraria y revolución campesina en la España del siglo XX, Barcelona: Ariel, 1970, p. 379.
(6) Julio GIL, La Segunda República española, Madrid: UNED, 1995, p. 169.
(7) Antonio RUBIRA LEÓN, 1931-1936. REPÚBLICA Y REVOLUCIÓN. El movimiento obrero y sus partidos. Teoría política aplicada, Barcelona: Laertes, 2017, p. 139-140.
(8) Manuel TUÑÓN DE LARA, El movimiento obrero en la historia de España, Madrid: Sarpe, T. II, 1985, p. 307 y 321.
(9) Antonio RUBIRA LEÓN, 1931-1936. REPÚBLICA Y REVOLUCIÓN. El movimiento obrero y sus partidos. Teoría política aplicada, Barcelona: Laertes, 2017, p. 155.
(10) Palmiro TOGLIATTI, 24 de octubre de 1936, Escritos sobre la guerra de España, Barcelona: Crítica, 1980, p. 85.
(11) León TROTSKI, La revolución permanente, Madrid: Público-Fundación Federico Engels, 2009, p. 57.
(12) Joaquín MAURÍN, La revolución democrática, La Nueva Era n.º 8, octubre de 1931.
(13) Santos JULIÁ. República y Guerra Civil, en Menéndez Pidal, Historia de España, T. XI, Madrid: Espasa Calpe, 2004, p. 4.
(14) Antonio RUBIRA LEÓN, 1931-1936. REPÚBLICA Y REVOLUCIÓN. El movimiento obrero y sus partidos. Teoría política aplicada, Barcelona: Laertes, 2017, p. 219.
(15) Stanley G. PAYNE, El colapso de la República. Los orígenes de la Guerra Civil (1933-1936), Madrid: La Esfera de los Libros, 2006, p. 62.
(16) Mundo Obrero, 23 de marzo de 1933, p. 1.
(17) Declaración de la IC, Comunismo n.º 30, diciembre de 1933, p. 234.
(18) Antonio RUBIRA LEÓN, 1931-1936. REPÚBLICA Y REVOLUCIÓN. El movimiento obrero y sus partidos. Teoría política aplicada, Barcelona: Laertes, 2017, p. 228.
(19) Antonio RUBIRA LEÓN, ib., p. 258.
(20) El Socialista, 19 de septiembre de 1934, p. 1.
(21) Luis ARAQUISTÁIN, Marxismo y socialismo en España, Barcelona: Fontamara, 1980, p. 104.
(22) Antonio RUBIRA LEÓN, 1931-1936. REPÚBLICA Y REVOLUCIÓN. El movimiento obrero y sus partidos. Teoría política aplicada, Barcelona: Laertes, 2017, p. 258.
(23) Pelai PAGÈS, Andreu Nin, una vida al servicio de la clase obrera, Barcelona: Laertes, 2010, p. 246.
(24) Gerald BRENAN, El laberinto español, Barcelona: Blacklist, 2009, p. 414.
(25) Antonio RUBIRA LEÓN, 1931-1936. REPÚBLICA Y REVOLUCIÓN. El movimiento obrero y sus partidos. Teoría política aplicada, Barcelona: Laertes, 2017, p. 412.
(26) Stanley G. PAYNE, El colapso de la República. Los orígenes de la Guerra Civil (1933-1936), Madrid: La Esfera de los Libros, 2006, p. 407-408.
(27) Antonio RUBIRA LEÓN, 1931-1936. REPÚBLICA Y REVOLUCIÓN. El movimiento obrero y sus partidos. Teoría política aplicada, Barcelona: Laertes, 2017, p. 450.
(28) Raymond CARR, España, 1808-1939, Barcelona: Ariel, 1970, p. 616.
(29) Pedro C. GONZÁLEZ, El pensamiento político de la derecha española en el siglo XX, Madrid: Tecnos, 2005, p. 171.
(30) Antonio RUBIRA LEÓN, 1931-1936. REPÚBLICA Y REVOLUCIÓN. El movimiento obrero y sus partidos. Teoría política aplicada, Barcelona: Laertes, 2017, p. 109.
(31) Esteban BILBAO, En la ruta de la revolución proletaria, Comunismo n.º 1, mayo de 1931.
(32) Joaquín MAURÍN, Revolución y contrarrevolución en España, París: Ruedo Ibérico, 1966, p. 88-89.
(33) Joaquín MAURÍN, ib., p. 54.
(34) Declaración de la ICE, Comunismo n.º 30, diciembre de 1933.
(35) Joaquín MAURÍN, Revolución y contrarrevolución…, p. 82.
(36) Andreu NIN, Comunismo n.º 10, marzo de 1932, pp. 351-352.
(37) L. FERSEN, Comunismo n.º 14, julio de 1932, p. 255.
(38) Andy Charles DURGAN, BOC 1930-1936, Barcelona: Laertes, 1996, p. 192.
(39) Boletín interior de la ICE n.º 5, 20 de noviembre de 1933, en Pelai PAGÈS, El movimiento trotskista en España, Barcelona: Península, 1977, p. 19.
(40) Joaquín MAURÍN, Revolución y contrarrevolución en España, París: Ruedo Ibérico, 1966, p. 119.
(41) Antonio RUBIRA LEÓN, 1931-1936. REPÚBLICA Y REVOLUCIÓN. El movimiento obrero y sus partidos. Teoría política aplicada, Barcelona: Laertes, 2017, p. 310.
(42) Víctor ALBA, La Alianza Obrera, Madrid: Júcar, 1978, pp. 149-151.
(43) Joaquín MAURÍN, Revolución y contrarrevolución en España…, pp. 130-131.
(44) Pelai PAGÈS, El movimiento trotskista en España, Barcelona: Península, 1977, p. 185.
(45) Víctor ALBA, La Alianza Obrera, Madrid: Júcar, 1978, pp. 220-221.
(46) Andreu NIN, L’Estrella Roja, Barcelona, 1 de diciembre de 1934.
(47) Antonio RUBIRA LEÓN, 1931-1936. REPÚBLICA Y REVOLUCIÓN. El movimiento obrero y sus partidos. Teoría política aplicada, Barcelona: Laertes, 2017, pp. 343-344.
(48) Antonio RUBIRA LEÓN, ib., p. 339.
(49) Joaquín MAURÍN, Revolución y contrarrevolución en España…, p. 222.
(50) Andreu NIN, L’Estrella Roja, 16 de febrero de 1935.
(51) Juan ANDRADE, Carta a un camarada americano, 29 de junio de 1935, en León TROTSKI, España, 1930-1936, Madrid: Akal, 1977, p. 274.
(52) Martí CAUSSA, Dos reflexiones sobre el pasado en torno al POUM y la figura de Nin, Viento Sur n.º 109, abril de 2010.
(53) Ignacio IGLESIAS, La fundación del POUM, Viento Sur, octubre de 2015.
(54) Antonio RUBIRA LEÓN, 1931-1936. REPÚBLICA Y REVOLUCIÓN. El movimiento obrero y sus partidos. Teoría política aplicada, Barcelona: Laertes, 2017, p. 380.
(55) León TROTSKI, La traición del POUM español, 22 de enero de 1936, en España, 1930-1936, Madrid: Akal, 1977, p. 234.
(56) Pelai PAGÈS, Andreu Nin, una vida al servicio de la clase obrera, Barcelona: Laertes, 2010, p. 258.
(57) Andreu NIN, La revolución española, Barcelona: Fontamara, 1978, pp. 199-203.
(58) Ramón SALAS, Génesis y actuación del Ejército Popular de la República, en Raymond CARR, Estudios sobre la República y la Guerra Civil española, Madrid: Sarpe, 1985, pp. 240-241.
(59) Juan AVILÉS, La fe que vino de Rusia, Madrid: UNED, 1999, p. 317.
(60) Antonio RUBIRA LEÓN, 1931-1936. REPÚBLICA Y REVOLUCIÓN. El movimiento obrero y sus partidos. Teoría política aplicada, Barcelona: Laertes, 2017, p. 481.
(61) Antonio RUBIRA LEÓN, 1931-1936. REPÚBLICA Y REVOLUCIÓN. El movimiento obrero y sus partidos. Teoría política aplicada, Barcelona: Laertes, 2017, p. 507.
(62) Wilebaldo SOLANO, Assaig Biogràfic, en Andreu NIN, Els moviments d’emancipació nacional, Barcelona: Editorial Base, 2008, p. 231. Traducción propia del catalán.
(63) Wilebaldo SOLANO, ib., p. 232. Traducción propia del catalán.
(64) Wilebaldo SOLANO, ib., p. 233. Traducción propia del catalán.
(65) Juventud Comunista, 30 de septiembre de 1936.
(66) Pelai Pagès, Andreu Nin, una vida al servicio de la clase obrera, Barcelona: Laertes, 2010, p. 339.
(67) Wilebaldo SOLANO, Assaig Biogràfic, en Andreu NIN, Els moviments d’emancipació nacional, Barcelona: Editorial Base, 2008, p. 236. Traducción propia del catalán.
(68) Pedro C. GONZÁLEZ, El pensamiento político de la derecha española en el siglo XX, Madrid: Tecnos, 2005, p. 171.
(69) Pelai PAGÈS, Andreu Nin, una vida al servicio de la emancipación social y nacional, Viento Sur, 17 de junio de 2013.
(70) Pelai PAGÈS, ib.
(71) Andreu NIN, El proletariado español, La revolución española, Barcelona: Fontamara, 1978, p. 58.
(72) Andreu NIN, El fascismo italiano, capítulo tercero de Las Dictaduras de nuestro tiempo, octubre 1930.
(73) Andreu NIN, Els moviments d’emacipació nacional, Barcelona: Editorial Base, 2008, p. 37. Traducción propia del catalán.
(74) Andreu NIN, ib., p. 39. Traducción propia del catalán.
(75) Pelai PAGÈS, Andreu Nin, el marxisme i els moviments d’emacipació nacional, en Andreu NIN, Els moviments d’emancipació nacional, Barcelona: Editorial Base, 2008, p. 18. Traducción propia del catalán.
(76) Andreu NIN, El problema del poder en la revolución, 25 de abril de 1937.
(77) Andreu NIN, Por unas Cortes Constituyentes Revolucionarias, marzo de 1931.
(78) Andreu NIN, La acción directa del proletariado y la revolución española, 6 de julio de 1936.
(79) Andreu NIN, El significado y el alcance de las jornadas de mayo frente a la contrarrevolución, 12 de mayo de 1937.
(80) Pelai PAGÈS, Introducción, en Pelai PAGÈS y Pepe GUTIÉRREZ-ALVAREZ, El POUM y el caso Nin, una historia abierta, Barcelona: Laertes, 2014.
Bibliografía
Alba, V. (1978). La Alianza Obrera. Madrid: Júcar.
Andrade, J. (1977). Carta a un camarada americano. En L. Trotski, España, 1930-1936. Madrid: Akal.
Araquistáin, L. (1980). Marxismo y socialismo en España. Barcelona: Fontamara.
Aróstegui, J. (1986). La República: Esperanzas y decepciones. En VV.AA., La Guerra Civil (T.I) (págs. 8-57). Madrid: Historia 16.
Bilbao, E. (Mayo de 1931). En la ruta de la revolución proletaria. Comunismo.
Brenan, G. (2009). El laberinto español. Barcelona: Blacklist.
Carr, R. (1970). España, 1808-1939. Barcelona: Ariel.
Caussa, M. (2010). Dos reflexiones sobre el pasado en torno al POUM y la figura de Andreu Nin. Viento Sur(109).
Comunismo.
Durgan, A. C. (1996). BOC 1930-1936. Barcelona: Laertes.
El Socialista.
Gil, J. (1995). La Segunda República española. Madrid: UNED.
González, P. C. (2005). El pensamiento político de la derecha española en el siglo XX. Madrid: Tecnos.
Iglesias, I. (2015). La fundación del POUM. Viento Sur .
Juliá, S. (2004). República y Guerra Civil. En R. Menéndez Pidal, Historia España (T. XI) (págs. 217). Madrid: Espasa Calpe.
Juventud Comunista.
L’Estrella Roja.
Malefakis, E. (1970). Reforma agraria y revolución campesina en la España del siglo XX. Barcelona: Ariel.
Maurín, J. (1931). La revolución democrática. La Nueva Era.
Maurín, J. (1966). Revolución y contrarrevolución en España. París: Ruedo Ibérico.
Mundo Obrero.
Nin, A. (1930). El fascismo italiano. Recuperado el 25 de Abril de 2020, de Fundación Andreu Nin: https://fundanin.net/2018/12/07/el-fascismo-en-italia/
Nin, A. (1931). Por unas Cortes Constituyentes Revolucionarias. Recuperado el 25 de Abril de 2020, de Fundación Andreu Nin: https://fundanin.net/2019/01/05/por-unas-cortesconstituyentes-revolucionarias-andreu-nin-marzo-de-1931/
Nin, A. (1936). La acción directa del proletariado y la revolución española. Recuperado el 25 de Abril de 2020, de Fundación Andreu Nin: https://fundanin.net/2020/02/12/la-acciondirecta-y-la-revolucion/
Nin, A. (1937). El problema del poder en la revolución. Barcelona: https://fundanin.net/2018/11/23/1937-el-poder-en-la-revolucion-andreu-nin/.
Nin, A. (1937). El significado y el alcance de las jornadas de mayo frente a la contrarrevolución. Recuperado el 25 de Abril de 2020, de Fundación Andreu Nin: https://fundanin.net/2018/12/03/el-significado-y-el-alcance-de-las-jornadas-de-mayo1937/
Nin, A. (1978). La revolución española. Barcelona: Fontamara.
Nin, A. (2008). Els moviments d’emacipació nacional. Barcelona: Editorial Base.
Pagès, P. (1977). El movimiento trotskista en España. Barcelona: Península.
Pagès, P. (2008). Andreu Nin, el marxisme i els moviments d’emancipació nacional. En A. Nin, Els moviments d’emancipació nacional (págs. 7-32). Barcelona: Editorial Base.
Pagès, P. (2010). Andreu Nin, una vida al servicio de la clase obrera. Barcelona: Laertes.
Pagès, P. (2013). Andreu Nin, una vida al servicio de la emancipación social y nacional. Viento Sur.
Pagès, P. (2014). Introducción. En P. Pagès, & P. Gutiérrez-Álvarez, El POUM y el caso Nin, una historia abierta. Barcelona: Laertes.
Payne, S. G. (2005). Prólogo. En B. Bolloten, La Guerra Civil española, Revolución y contrarrevolución. Madrid: Alianza.
Payne, S. G. (2006). El colapso de la República. Los orígenes de la Guerra Civil (1933-1936). Madrid: La Esfera de los Libros.
Rubira León, A. (2017). 1931-1936. REPÚBLICA Y REVOLUCIÓN. El movimiento obrero y sus partidos. Teoría política aplicada. Barcelona: Laertes.
Salas, R. (1985). Génesis y actuación del Ejército Popular de la República. En R. Carr, Estudios sobre la República y la Guerra Civil española (págs. 235-277). Madrid: Sarpe.
Solano, W. (2008). Assaig Biogràfic. En A. Nin, Els moviments d’emancipació nacional (págs. 205-246). Barcelona: Editorial Base.
Togliatti, P. (1980). Escritos sobre la guerra de España. Barcelona: Crítica.
Trotski, L. (1977). España, 1930-1936. Madrid: Akal.
Trotski, L. (2009). La revolución permanente. Madrid: Público-Fundación Federico Engels.
Tuñón de Lara, M. (1982). La Segunda República. En VV.AA., Historia de España (T. 11) (págs. 61-129). Madrid: Historia 16.
Tuñón de Lara, M. (1985). El movimiento obrero en la historia de España (T. II). Madrid: Sarpe.
Tuñón de Lara, M. (1986). Estudios de historia contemporánea. Barcelona: Orbis.