Texto extraído del folleto La represión y el proceso contra el POUM (Ediciones POUM, 1938), incluido en la obra El proceso contra el POUM, Paris, Ruedo Ibérico, de Andrés Suárez (seudónimo de Ignacio Iglesias )
El día 7 de agosto [de 1937] publicaba la prensa la noticia de haber sido fusilado en Lérida Marciano Mena Pérez. ¿Quién era Marciano Mena? Un antiguo militante de nuestro partido. En octubre de 1934 tuvo ya una participación en la insurrección. Terminada la lucha hubo de refugiarse en el extranjero, para evitar la represión de las derechas vaticanistas. El 19 de julio fue uno de los principales asaltantes del Castillo de Lérida, cuya guarnición militar se había sublevado. Desde aquel momento fue el comisario indiscutible del Castillo, que él había ayudado a conquistar a los fascistas. Más tarde fue designado comisario de un batallón. Al tomar posesión de su cargo de comisario del Ejército del Este, Virgilio Llanos, miembro del PSUC, lo primero que hizo fue destituir a este auténtico revolucionario de su cargo, reemplazándolo por un militante del PSUC. Ha sido este mismo comisario del PSUC quien jugó el repugnante papel de acusador de Marciano Mena ante el Consejo de guerra sumarísimo que lo condenó a muerte.
¿De qué se ha acusado a Marciano Mena? Nada menos que de exaltación a la rebelión. Según rezaba en el apuntamiento, en el mencionado castillo de Lérida se produjeron algunos actos de indisciplina. Los soldados -siempre según el apuntamiento del fiscal-, después de asistir a una reunión, que no se celebró ni en el cuartel ni en ningún local militar, hicieron un pequeño plante. En su primera declaración, algunos soldados afirmaron que a esa supuesta reunión habían acudido Marciano Mena, ex comisario del batallón, miembro del POUM, y Jaime de Paula, comisario de compañía en activo y militante de la CNT. En el acto del juicio los soldados rectificaron su primera declaración y manifestaron unánimemente que les había sido arrancada, pistola en mano, por el comisario del PSUC que actuó de delator y acusador.
En el juicio todas las pruebas fueron favorables a los dos acusados. El abogado defensor hizo resaltar la falta absoluta de pruebas y la poca consistencia jurídica de la acusación; demostró que la reunión a que aludía la acusación se celebró legalmente, convocada por la CNT, y nada tenia que ver el objeto de la misma con la apreciación que daba el fiscal; hizo destacar el hecho anómalo de que el parte-denuncia no fue firmado por los oficiales de guardia, sino cursado horas después de los hechos supuestos por el comisario del batallón, es decir, por el hombre del PSUC, cuyo nombre destacamos aquí: Narciso García Caballero.
La impresión general, visto el curso del Consejo de guerra, era que las penas graves que pedía el fiscal no serian aplicadas. Al final, el Tribunal pidió a nuestro camarada si tenia algo que alegar. Marciano Mena, que en todo momento dio pruebas de gran entereza y serenidad, se levantó a hablar ante el silencio general. Para todos los que escucharon el breve parlamento será un recuerdo inolvidable. Habló un revolucionario de verdad, un comunista.
Habló con serenidad sin temor al peligro, sin miedo al desenlace que él mismo preveía. Quince minutos duró su oración, durante los cuales el Tribunal escuchó la vida de un revolucionario y su ruego final: «Es una cobardía moral vuestra pretender darme muerte junto a la tapia de un cementerio, lugar donde en cumplimiento de sentencias del Tribunal popular tuve que presenciar el fusilamiento de muchos fascistas. No podéis hacerlo; no debéis hacerlo. Los revolucionarios hemos de morir como tales. Dando el pecho. Cara a cara con la muerte. No me espanta el morir. Sé que he cumplido con mi deber de obrero revolucionario y si la revolución precisa que yo muera, cúmplase el destino. Pero no en una tapia del cementerio. Mandadme al frente, en primera línea, cara a cara con mi enemigo de siempre, contra el fascismo. Que sea la bayoneta de un alemán, la gumia de un moro o las balas de un italiano quienes me quiten la vida. Y nada más». Al final, el público, tanto los militares como los paisanos, presa de una fuerte emoción por las palabras de Mena, prorrumpió con una fuerte ovación que duró varios minutos, sin que el Tribunal se atreviera a hacer objeción alguna. Rígidos, pálidos, los miembros del mismo asistieron y presenciaron la identificación espontánea del público con el acusado. Militares de significación como García Miranda y otros varios de la plaza abrazaron emocionados a Marciano Mena. Nadie pensaba en que su vida habría de terminar muy pronto por imposición de la canalla estalinista.
A las dos de la mañana terminó el Consejo, que había comenzado a las cinco de la tarde. El Tribunal se retiró a deliberar y el camarada Mena fue conducido de nuevo a la cárcel. Momentos de angustia para todos sus compañeros. El Tribunal deliberó horas y horas, con muchas consultas y llamadas telefónicas. No hay duda: pugnaba el convencimiento de la inocencia de Mena con la fría orden de ejecución, impuesta de antemano.
Después de terminadas las deliberaciones, hay una reserva impenetrable sobre el resultado final de las mismas. Hasta la una y media de la tarde no conoció el abogado defensor del acusado la confirmación de
la sentencia de muerte contra Mena, sentencia que habría de ejecutarse a las cinco de la tarde del mismo día. No había tiempo que perder. Nuestro partido se movilizó inmediatamente para obtener el indulto o al menos, de momento, el aplazamiento de la sentencia. Apenas quedaban tres horas. La CNT, la FAI, Esquerra Republicana de Cataluña, Acció Catalana, Izquierda Republicana, la alcaldía de Lérida, numerosos sindicatos de la UGT, todos conjuntamente enviaron telegramas urgentes al presidente del Consejo de ministros, en Valencia, solicitando el indulto. Sólo el PSUC y el Comité local de la UGT callan. Todas las organizaciones citadas intentan comunicar con el ministro de Defensa nacional. Más tarde, una llamada telefónica de la Casa del Pueblo comunica al alcalde que la UGT y el PSUC se adherían a la petición de indulto. Pero no enviaron ninguna delegación para hacerla: se veía bien clara la venganza partidista que representaba el proceso. Se intentan gestiones en Auditoría y en otros centros militares. Media hora antes de la ejecución, los representantes de todas las organizaciones antifascistas de Lérida hicieron una visita al general Pozas para conseguir el aplazamiento. El citado general sólo quiso recibir a un representante. Fue el de la CNT y el general le dijo que no podía aplazarse el cumplimiento de la sentencia, que no había nada a apelar, que no seria el último fusilamiento y que le extrañaba fuesen las organizaciones antifascistas quienes pidieran el indulto.
Nada podía hacerse. El camarada Mena fue sacado de su celda sin que se le comunicara la sentencia de muerte, ni se le hiciera firmar documento alguno. Tampoco se permitió el que pudiera despedirse de sus familiares y camaradas más queridos. Mena, de pie en el camión que le conducía al cementerio, fue con las manos atadas, pero con los brazos en alto y los puños cerrados, despidiéndose de los trabajadores de toda Lérida, que profundamente emocionados presenciaron su paso. A las cinco en punto de la tarde, el camión llegó al lugar de la ejecución, donde se habían tomado extraordinarias precauciones para impedir el acceso al público. Diversos pelotones de soldados y guardias vigilaban intranquilos. No se aguardó la llegada del defensor ni la de los familiares. Había gran prisa en terminar. Nuestro camarada se dirigió a la tapia del cementerio, mientras se formaba el pelotón que había de fusilarlo. En aquel momento terriblemente difícil y dramático, les dijo: «Vais a ver cómo muere un revolucionario. Desatadme y no me tapéis el rostro. Tirad sobre seguro». Y sus últimas. palabras fueron estas: «¡Abajo el fascismo!, ¡Viva el POUM!, ¡Viva la revolución!». El cuerpo del camarada Marciano Mena se desplomó al suelo, asesinado por los instrumentos del estalinismo.
Edición digital de la Fundación Andreu Nin, agosto 2002