Carlota Durany: una militante (Francesc de Cabo, 2004)

Carlota, como la conocían sus camaradas, nació el 1° de diciembre de 1900. Su madre pertenecía a la clase media alta barcelonesa. Carlota era el nombre de pila, de herencia materna, desde varias generaciones, que llevaban los primogénitos como ostentación del origen carlista de la familia. Su padre, Jaime Durany y Ballera, ingeniero civil, había nacido en Pobla de Segur (Lérida). En su juventud se dejó llevar por la magia demagógica de Alejandro Lerroux militando en los Jóvenes bárbaros; se afilió a la masonería y fue profesor de la Escuela Moderna de Ferrer y Guardia; pedagogo y librepensador que fue fusilado en 1909 en Montjuic como instigador de la tristemente célebre Semana Trágica. Uno de sus últimos actos políticos -ya había roto con el lerrouxismo hacia muchos años- fue presidir el acto de homenaje a la memoria de Francisco Ferrer y Guardia, celebrado el 13 de octubre de 1936, en plena guerra civil, organizado por el Claustro de maestros laicos de Cataluña. En este acto habló también Andreu Nin como maestro laico que había sido de la Escuela Horaciana de Pau Vila. Por una de esas jugarretas que nos depara el destino, murió víctima del más intenso bombardeo que sufrió Barcelona durante la guerra civil: el 17 de marzo de 1938 en la Gran Vía, frente al cine Coliseum. Ese mismo día, y casi a la misma hora, caía herido su yerno, por una bala de ametralladora disparada por un avión alemán de la Legión Cóndor en los alrededores de Maella (frontera de Aragón y Cataluña) en una de las duras batallas de la ofensiva franquista hacia Tortosa y Vinaroz que seccionó en dos el territorio de la República.

A los pocos días de regresar Nin de la URSS, encontrándose Carlota sin trabajo y en una situación muy precaria, una amiga la recomendó a Nin. Este enseguida la tomó como secretaria. A Nin, su experiencia de años de ejercer el cargo de secretario adjunto de la Internacional Sindical Roja en Moscú y su conocimiento de idiomas, le había facilitado el dictar con rapidez sus trabajos originales, las traducciones y su numerosa correspondencia. A poco de trabajar juntos se entabló entre Carlota y la familia Nin una sincera y cálida confianza. Cuando Nin tenía una reunión en el pequeño piso de la calle Padilla donde vivía, Carlota se llevaba a sus pequeñas hijas a dar una vuelta. En uno de aquellos paseos vieron que, en dirección contraria, se acercaba un sacerdote. Ira, la mayor, le preguntó a Carlota qué era aquel hombre vestida todo de negro y ésta, en pocas palabras acompañadas de gestos -las niñas aún no hablaban bien nuestro idioma- intentó informarlas. Al cruzarse con el cura, las niñas, mirándolo fijamente, le hicieron unas muecas sacándole la lengua con la consiguiente sorpresa del sacerdote que se paró unos instantes como petrificado. Se han de tener en cuenta que esta anécdota ocurrió en 1930.

Conocí a Carlota en el anochecer de un día de finales del año 1930. El encuentro tuvo lugar en el Ateneo Enciclopédico Popular, del cual era miembro de la Comisión de Biblioteca. La secretaría de la misma la utilizábamos regularmente para nuestras reuniones. Era una época de gran efervescencia política. La monarquía borbónica, comprometida en la aventura dictatorial de Primo de Rivera, hacía aguas por todas partes. Todos los esfuerzos que efectuaban las patums políticas para salvar el régimen estaban condenados al fracaso. Presintiendo un porvenir de acontecimientos de trascendencia histórica vivíamos en una constante tensión. El amplio vestíbulo de entrada del Ateneo estaba repleto de grupos de jóvenes que esperaban su turno para entrar en las diversas clases que allí se dictaban. Nin me había informado que me enviaría a su secretaria con estas palabras: «Es una muchacha culta, despabilada pero desorientada. Está pasando pon un grave trance intimo. Hay que tratarla con tacto. Creo que será una buena militante. Tiene fuste». Siempre he recordado estas certeras palabras.

Al señalármela el conserje del Ateneo y decirme a la vez que preguntaba por mi, entre aquel enjambre de muchachada, vi a una mujer menuda, movediza que, dirigiéndoseme con desenvoltura me preguntó si yo era el camarada que le había recomendado Nin. Cuando ya nos tuteábamos me confesó que, en nuestra primera entrevista quedó sorprendida de encontrarse ante un muchacho -yo sólo tenía veinte años- y no el hombre barbudo, entrado en años, tal como se había imaginado un revolucionario según había leído en las novelas rusas.

En la primera conversación que sostuvimos de carácter político me dijo que había sufrido un desengaño al presentarse un día en el local del Partido Comunista Español situado entonces al final de la calle San Pablo. Al entrar en el mismo se encontró con varias personas que estaban tendidas en el suelo -no había sillas-. algunas durmiendo acurrucadas, con trazas de mendigos más que de obreros y unos adolescentes con rudimentarias cajas de limpiabotas. Le dio la impresión que se encontraba ante un refugio del Ejército de Salvación. Nadie le preguntó lo que deseaba. Dio media vuelta y bajó con prisa las escaleras. ¡Fue una experiencia muy desagradable! exclamó con tristeza. Era la época del tercer período comunista oficial con el trío Bullejos-Adame-Trilla como dirigentes y el Partido intentaba penetrar en Cataluña sin éxito alguno.

Carlota ingresó en el Bloque Obrero y Campesino desplegando una gran actividad. Una de sus actuaciones más destacadas fue en el campo sindical. Junto con Joan Maruny y Joan Santasusagna dirigió la Oposición Sindical Revolucionaria del Sindicato Mercantil, afiliado a la Confederación Nacional del Trabajo, organización creada por el BOC con el propósito de propagar sus consignas e influenciar a los sindicatos de la CNT y la UGT. Las consignas, sintetizadas, eran las siguientes: 1) Democracia sindical, es decir, libertad de tendencias en el interior de los sindicatos; 2) Control de la prensa sindical para evitar que sirviera de arma por una tendencia en perjuicio de las demás; 3) Que las columnas de la prensa estuvieran abiertas a las minorías para que pudieran exponer sus puntos de vista antes de las conferencias y congresos, etc. Posteriormente, la OSR añadía consignas concretas de reivindicaciones sociales y económicas, entre ellas algunas que aún hoy son de actualidad: igualdad de salarios para el hombre y la mujer; constitución de consejos de fábrica; reducción de la jornada de trabajo; subsidio a los parados, etc. Más tarde integró la Comisión Directiva del Sindicato Mercantil desplegando una intensa labor en las huelgas del gremio en aquella época, formando piquetes de huelga y al terminar ésta, de comisiones que presionaban a los patronos recalcitrantes que habían despedido huelguistas. Dada su actividad como militante y su independencia desprejuiciada de cualquier tabú, los anarquistas del sindicato hicieron lo imposible para atraérsela. Incluso llegaron a la calumnia descarada contra los dictadores marxistas. Ella incluso se divertía ante esta obstinada persecución ideológica.

En una de esas huelgas, el Sindicato formó grupos que recorrían la ciudad para informarse del curso de la misma. Directivos no anarquistas del Sindicato, entre ellos Domènec Ramon (Jaume Fraginals) del Partit Comunista Català que no se adhirió al BOC, procedente de Estat Cátala, y que pronto desapareció de la escena política, conocedor de la psicología anarquista, impresionaba a los libertarios mostrando un pistolón que, al salir de recorrida, en la escalera, entregaba a Carlota para que ésta lo escondiera bajo su falda enfundado en una especie de faja o cinturón ancho hecho de tela, con el propósito de que, si se topaban con patrullas policiales y éstas los cacheaban no le encontraran el arma. En aquella época los policías aún conservaban algo de caballeros, no registrando a las mujeres que, por otra parte, se contaban con los dedos de una sola mano.

Su labor en el BOC se vio interrumpida por una resolución del Comité Ejecutivo y Comité Local de noviembre de 1931. Maurín, resentido por unos artículos de Nin que había publicado la revista Comunismo, reaccionó airadamente expulsando a los militantes de tendencia trotskista que habíamos ingresado a la Federación Comunista Catalano-Balear, en la fundación del BOC. Empleando Maurín su clásica táctica política de balanceo, la ponencia que redactó la resolución, formada exclusivamente por el grupo estalinista del BOC: Arlandiz, Rodríguez Sala (de triste memoria),etc. se regocijo al poder acusarnos de «..agentes poderosos de disgregación, sembradores de pesimismo. Trocados en secta jesuítica, laboran intensamente por la destrucción política de la clase trabajadora. Naturalmente, la Federación Comunista, para mantener su unidad interna, se ha visto obligada a expulsar a los tres o cuatro [sic] trotskistas que se habían propuesto hacer estragos en nuestras filas». De estas palabras , y otras más de carácter tremebundo, se deduce que el poder demoníaco de Carlota Durany debía ser enorme ya que ella se encontraba entre esos tres o cuatro.

Reintegrada a la Oposición Comunista de Izquierda se dedicó, principalmente, a colaborar en la publicación del periódico El Soviet de la OCI, desde ir a la imprenta hasta su distribución en la calle incluso voceándolo a la salida de las fábricas y lugares estratégicos de la ciudad.

El 30 de mayo de 1932, la policía de orden social, al servicio de la República de Trabajadores de todas clases, sin ninguna orden judicial y en plenas garantías constitucionales, irrumpió violentamente en la redacción de El Soviet deteniendo a las veintiuna personas, entre ellas Carlota Durany, que se encontraban en el local. Un mes después fue liberada sin darle explicación alguna.

Durante el Bienio negro, el CE de la ICE le encargó la confección clandestina del Boletín Interior de la ICE, impreso en ciclostil, órgano de información y discusión de la organización. Su nuevo hogar, no conocido aún por la policía, en ese periodo de represión, sobre todo después de Octubre de 1934, se convirtió en un refugio de compañeros perseguidos. En esa misma casa se celebró la conferencia clandestina de fundación del POUM el 29 de septiembre de 1935, la cual, en plena guerra civil, se convirtió en el principal punto de mira de la GPU en Barcelona.

Disminuido su brío por una salud quebrantada, su actividad militante disminuyó pero sin dejar de colaborar: poner en limpio a máquina trabajos de compañeros, ayudar a los presos, etc. El estallido de la guerra civil la animó tanto que renació la vivacidad en su semblante opacado. Empujada por el acontecimiento, aceptó escribir breves artículos para el periódico Emancipación,portavoz del Secretariado Femenino del POUM, en los cuales volcó su ímpetu en frases que restallan como si fueran máximas o sentencias.

He aquí unos párrafos entresacados de los mismos. De un artículo titulado «Yo, tú, él y la revolución»: Un compañero que ha entregado su vida a la revolución, no puede tener costumbres fijas, definidas, inmutables…debe saber cambiar su vida, tiene que saber vivir en las condiciones más diversas, más desacostumbradas. Lo único fijo que debe tener es su concepción revolucionaria a la cual debe subordinar todo los demás. La vida sexual tiene una enorme importancia para el individuo y, en consecuencia, para la sociedad. Una de las tareas básicas de la nueva sociedad será crear las condiciones para una vida sexual libre y sin restricciones económicas y morales…El instinto sexual es uno de los más elementales y más profundos y, como la tormenta y el hambre, no puede estar sujeto a ninguna justificación moral. 24/4/1937.

En un artículo titulado «El doble papel de la mujer» escribe: El 19 de julio las mujeres se lanzaron a la calle con un entusiasmo insuperable para luchar juntas con sus compañeros, para atender a los heridos, para donar su sangre. Pero no se puede vivir meses y meses con esa tensión. Poco a poco nos acostumbramos a lo que antes enardecía nuestro entusiasmo y la vida diaria, con sus necesidades y preocupaciones, mina nuestro ardor revolucionario…¡Esta es precisamente la tarea de la mujer! crear constantemente el nuevo, el espíritu revolucionario. La atmósfera espiritual la produce la mujer…Y la mujer tiene otra tarea de suma importancia: edificar la base revolucionaria en la generación futura…Desde muy pequeño el niño tiene que aprender que los demás no viven exclusivamente para él. De este sentimiento comunitario resulta más tarde la conciencia de clase…(29/5/1937).

Después de los Hechos de Mayo el cerco contra el POUM se iba estrechando peligrosamente. No sé quién propuso o dispuso -yo me encontraba en el frente- que Kurt Landau se escondiera en mi casa. Ya no se trataba de escondernos de la policía. En el barrio, en la misma calle, habían militantes comunistas de nuevo cuño que nos conocían. Cualquier vecino podía ser un delator. El 19 de octubre de 1937, después de una infructuosa búsqueda, Carlota decidió presentar un escrito a un Juzgado para que, por lo menos, se dejara constancia oficial del secuestro y posterior asesinato de Kurt Landau. Un investigador amigo -48 años después- encontró la copia carbónica del mismo en el Archivo de la Guerra Civil de Salamanca, haciéndome llegar una fotocopia de la misma. En el escrito, Carlota expone:

Que la compareciente tenía en su domicilio, calle de Montserrat de Casanovas, 24, en calidad de huésped, a Kurt Landau, de nacionalidad austriaca y militante marxista.
El día 23 del pasado mes de septiembre, a las 7 horas de la tarde, aproximadamente, dos agentes del cuerpo de Investigación y Vigilancia vestidos el uno de color gris y el otro de color oscuro, acompañados de un Guardia de Asalto de uniforme (datos proporcionados por un vecino), procedieron a la detención, en el citado domicilio, del compañero Landau.
Los agentes no efectuaron ningún registro en el inmueble, llevándose al detenido precipitadamente.
Hechas las averiguaciones pertinentes, se vino en conocimiento de que Kurt Landau no se encontraba detenido en la Comisaría General del Orden Público ni en ninguna dependencia o prisión oficial (…)
Todo lo expuesto permite afirmar que el compañero Kurt Landau ha sido detenido al margen de las autoridades competentes, sin que el Delegado General de Orden Público tuviera noticias de ello. ¿Es que los agentes que efectuaron la detención obraron por cuenta propia? ¿ Es que obedecieron órdenes de algún superior, el Jefe de Policía, señor Bustillo? por ejemplo. ¿ A dónde fue llevado Kurt Landau por los policías que lo detuvieron? ¿ Qué han hecho de él?
Creyendo la compareciente que los hechos expuestos y los interrogantes que éstos plantean presentan la figura de delitos: detención ilegal, secuestro, presunto asesinato, es por lo que los pone en conocimiento, de la autoridad judicial.
Ruega al JUZGADO que tenga por presentado este escrito y que en méritos de lo que en él se expone, se sirva abrir el oportuno sumario con el fin de averiguar lo ocurrido con Kurt Landau y aplicar las oportunas sanciones penales a quien corresponda.

La casa debía estar vigilada ya que los secuestradores aprovecharon una breve ausencia de Carlota. Se necesitaba coraje para presentar esta denuncia en aquellos tenebrosos momentos. Esta actitud, más tarde, la pagó cara. La detuvieron tres veces. La primera junto con Ignacio Iglesias. Pudieron sortear la situación porqué este último portaba un carné de identidad del Gobierno Vasco -a nombre de otro por supuesto- y un agente de la comisaría que los conocía se hizo el desentendido, influenciando a los demás para que los dejaran en libertad. Tengo que hacer una salvedad: respecto a los militantes del POUM que ingresaron en las Patrullas de Control, al ser éstas absorbidas por el aparato policial del Estado, el Partido decidió que los componentes de las mismas, que no poseían un pasado notorio, continuaran en el Cuerpo de Vigilancia e Investigación pero bajo el control del mismo. Esta precaución, podríamos decir, salvó a muchos camaradas de redadas y persecuciones. Se enteraban antes de que se llevaran a cabo.
La segunda vez que detuvieron a Carlota la salvó el Ministro vasco, Manuel de Irujo, que dio la orden terminante de que la soltaran y que dejaran en paz aquella casa -tenia conocimiento de la desaparición de Landau-. Pero como dice el refrán: dónde manda el capitán no manda marinero y en el Gobierno de Negrín varios ministros eran simples marineros. Dejaron pasar un tiempo prudencial y para que no les fallara esta vez, recurrieron al método usado por la GPU. Se les estaba desvaneciendo la consigna de primero ganar la guerra y, a pesar de ello, los sicarios de Stalin no cejaban en su empeño -se había convertido en una obsesión diabólica- de aniquilar a los militantes del POUM. Detuvieron de nuevo a Carlota cinco días antes de entrar las tropas franquistas en Barcelona. Sin ningún miramiento dejaron a su hijo de tres años abandonado en la casa -lo recogieron unos vecinos- y la obligaron a entrar a empellones a un coche dirigiéndose a la carretera de la Arrabassada con el propósito de intimidarla. Durante el trayecto la interrogaron profiriendo insultos y amenazas para que les dijera dónde se encontraba su compañero. Se limitó a contestar, una y otra vez, que sólo sabía que estaba en el frente. Enfurecidos, pararon de golpe el coche y la hicieron bajar. Caminaron unos pasos y uno de ellos sacó una pistola y colocándosela en la nuca le advirtió que era la última oportunidad que le daban. Ante su obstinado silencio y la expresión firme de su mirada, decidieron, fastidiados, subir de nuevo al coche dirigiéndose de vuelta a la capital rumbo a Las Corts, lugar dónde la dejaron en una de sus chekas en la cual ya tenían alojadas a varias compañeras del POUM entre ellas a Katia, la compañera de Kurt Landau. Afortunadamente, el cambio de guardia de los Guardias de Asalto que custodiaban la cárcel clandestina les salvó de caer en manos de los fascistas como les ocurrió a otros camaradas. El teniente que había tomado el relevo de la guardia no era comunista. Conocedor de la clase de presas que pernoctaban en aquel lugar, al día siguiente las dejó en libertad. Carlota dispuso del tiempo justo para llegar a su casa y enterarse de que la noche anterior su hijo se lo había llevado su compañero. Rápidamente se dirigió hacia la zona norte de la ciudad, en el lugar que había establecido el Comité de evacuación del Partido, para tomar un camión, junto con otras compañeras, que las trasladó a Figueras y, desde allí, en otro vehículo, hasta la frontera.
Treinta y cinco años después, sus cenizas regresaron a su país -su vida en el exilio sólo duró seis años- y fueron lanzadas al mar, cumpliendo su voluntad, en una de las más bellas calas de la Costa Brava.

Sobre el autor: Cabo, Francesc de

Ver todas las entradas de: