Víctor Serge. Un humanista contra el totalitarismo (Claudio Albertani, 2010)

A. V. Gusiev (editor). Víctor Serge. Humanismo socialista contra totalitarismo, (Ludmila Biriukova/Bernardo Mayorga, editores de la versión española). Reelaboración del texto leído el 5 de marzo de 2010 en el auditorio del Instituto Ciencias Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Con autorización del autor.

La revolución rusa, el acontecimiento más importante y cargado de significados de los últimos cien años, abre y al mismo tiempo cierra el espacio político de nuestro tiempo. No me refiero al denominado “siglo corto” que se ajusta a la trayectoria de la Unión Soviética, sino más bien a su dimensión simbólica. Durante algún tiempo, la palabra comunismo evocó una esperanza vibrante, la posibilidad de acabar con las guerras e implantar una sociedad sin clases, sin Estado, sin ejércitos y sin fronteras. Hoy, esa misma palabra es sinónimo de horror y de mentira. ¿Por qué –pregunta Alexéi Gusiev, editor del libro que nos ocupa- a pesar de las periódicas crisis del sistema capitalista los movimientos socialistas no han podido crear una alternativa a la barbarie dominante? ¿Por qué el más dinámico reto del siglo degeneró en formas totalitarias de opresión y explotación? (1)   Sabemos, con Howard Zinn, que la caída de los reyes y el surgimiento de consejos obreros, comités, asambleas o parlamentos no conduce necesariamente a la democracia; las revoluciones abren la posibilidad de la liberación, pero también pueden llevar a nuevas formas de despotismo. (2)

Humanismo socialista contra totalitarismo, obra colectiva que recoge materiales de la “Conferencia Internacional sobre Víctor Serge”, celebrada en Moscú en el ya lejano 2001, nos ofrece la oportunidad de volver sobre estas cuestiones. Es gracias a la perseverancia de los coordinadores de la versión en español, Ludmila Biriukova y Bernardo Mayorga, que sale al fin esta esperada edición. Me consta que no fue una empresa fácil. El libro es especialmente interesante porque recoge el punto de vista de algunos investigadores formados en la antigua Unión Soviética que conocieron de primera mano los horrores de ese sistema equivocadamente definido “socialista”, y que al mismo tiempo no expresan satisfacción o siquiera alivio por la restauración del capitalismo.

A lo largo del siglo XX, muchos hombres y mujeres vivieron en carne propia los combates a muerte entre humanismo socialista y totalitarismo evocados en el título, pero pocos nos dejaron un testimonio tan apasionado, polifacético e intenso como Víctor Serge. No fue precisamente un teórico, aunque en sus obras el lector puede encontrar respuestas a muchas preguntas sobre la naturaleza de las revoluciones sociales y las causas de su degeneración; no fue un historiador, aunque escribió una de las primeras crónicas de la revolución rusa que destaca por su rigor y fuerza; no fue un periodista, aunque redactó varios miles de artículos sobre los grandes problemas de su tiempo -la derrota del movimiento obrero, la revolución española, la guerra, el antisemitismo-; tampoco fue un poeta en sentido estricto, pues no buscaba la perfección estética, aunque escribió poemas ardientes y desgarradores. Y finalmente, no fue únicamente un literato, aunque sus novelas sobresalen por la capacidad de mostrar, sin tapujos y con gran calidad artística, la tragedia de la revolución que se devora a sí misma. Y es que, como observa Richard Greeman, Víctor Serge, un escritor ruso de idioma francés, es el único representante del movimiento literario soviético de los años veinte que logró sobrevivir y escribir la verdad en la época del estalinismo. Greeman capta muy bien el lugar de Serge en la literatura mundial, un lugar muy diferente al que ocupan, por ejemplo, escritores como Arthur Koestler y George Orwell que tratan temas afines. Y es que nuestro autor, perteneciente a una generación anterior, fue testigo de la etapa heroica de la revolución y no solamente de sus desastres lo cual le permitió captar el fenómeno en toda su complejidad.

La obra y la vida de Víctor Kibalchich (Bruselas, 1890-Ciudad de México, 1947), mejor conocido como Víctor Serge, se entrelazan tanto que no es posible hablar de una sin referirse a la otra. No podemos aquí estudiar de cerca ninguna de las dos, pero quisiera recordar que su trayectoria política, como la de tantos otros revolucionarios, no fue exenta de contradicciones. He aquí el retrato que nos dejó Pierre Pascal: “[hacia 1921] ya tenía detrás un brillante pasado revolucionario. Se imponía, por su libertad de espíritu, su elocuencia, su conocimiento de los países extranjeros. Anarquista casi desde el nacimiento, no había renunciado a sus convicciones de antaño comulgando en esto con muchos otros anarquistas: la idea revolucionaria era más importante de las modalidades. (…) Devenido persona grata, Víctor Serge formó parte de la nueva clase superior, (…) sin embargo, se valió de su condición para intervenir a favor de víctimas de injusticias, de detenciones arbitrarias, de condenas escandalosas. En más de una ocasión, se batió para arrancar a una víctima del verdugo”. (3)

Otras veces, su actuación no fue tan límpida. Sabemos que durante la rebelión de Kronstadt (1921), trabajó junto a los anarquistas ruso-americanos Emma Goldman y Alexander Berkman con el propósito de crear una comisión de mediación y que el proyecto fracasó. Al final, con una “angustia inexpresable”, Serge optó por callarse y no denunció públicamente la terrible represión de que fueron objeto los marinos revolucionarios sino hasta finales de los años treinta, en una dolorosa polémica con Trotsky. (4)   Terminada la guerra civil, calificó de “bandido” a Néstor Makhno, el dirigente de los campesinos anarquistas de Ucrania traicionados por los bolcheviques, y en el célebre panfleto Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión (1925), un librito que ha formado a generaciones de militantes clandestinos, justificó la existencia de la policía secreta con el argumento de que una revolución no tiene más opción que defenderse por medio de una máquina represiva hecha a imagen y semejanza de la antigua: “la ametralladora no desaparece”, escribió. “Cambia de manos”. (5)

No pretendo, evidentemente, cuestionar a Serge, sino enfatizar la tragedia de un hombre desgarrado entre lealtades contrapuestas: el apego a los ideales anarquistas, por un lado; la terrible realidad de la revolución, por el otro. Sólo así podemos entender su controvertida adhesión al bolchevismo, una adhesión que, es preciso recordarlo, defendió hasta el final de su vida. Vivía el sentimiento de un doble deber: luchar contra los enemigos externos, los generales blancos y las potencias occidentales, y también contra los enemigos internos, la burocracia y la dictadura del partido.

Serge comprendió muy pronto que el régimen fundado por Lenin y Trotsky incubaba peligrosos gérmenes autoritarios, sin embargo, por razones de seguridad, se expresaba libremente sólo en reuniones privadas y con personas de confianza. Me limitaré a citar los testimonios de Joaquín Maurín, delegado de la Confederación Nacional del Trabajo, y de Armando Borghi, de la Unión Sindical Italiana, ambos de 1920. El primero recuerda que Víctor exponía con toda honestidad los aspectos negativos de la revolución, además de elogiar sus aciertos. Ante las preguntas a menudo angustiadas de sus interlocutores, con frecuencia “la contestación estaba sombreada por la incertidumbre”. (6)   El segundo relata: “me lo contó todo. Los soviets habían sido tragados por el Partido Comunista. Los jefes se devoraban entre ellos. Todo disenso era considerado traición y la traición implicaba eliminación. El sistema disciplinario en las fábricas era despiadado. Trotsky era un perfecto tirano. No había comunismo, ni socialismo, sino un sistema militar de tipo prusiano”. (7)

El desahogo de Serge fue la literatura. Si bien su carrera periodística empezó a los 17 años, escribió novelas sólo a partir de 1928, cuando se retiró de la política activa. (8) Por entonces contaba con 38 años y había transitado por las principales corrientes del movimiento obrero: el socialismo reformista, el comunismo anarquista, el individualismo, el anarcosindicalismo, el bolchevismo, el trotskismo. “Es preciso dejar un testimonio sobre este tiempo” anotó; “el testigo pasa, pero puede suceder que el testimonio permanezca”. (9)  Todo lo empujaba a la literatura: en primer lugar, un enorme talento, luego la “herencia rusa” y finalmente el hecho de que su propia vida se parecía a una novela. Es extraña la paradoja de un hombre que, siendo en primer lugar un revolucionario, vio hecho añicos el intento de transformar el mundo, casi dio disculpas por atreverse a escribir novelas y acabó dejando una obra admirable en donde “la ética llega a trocarse en estética”, según me dijo su hijo, el pintor Vlady. Una obra que escribió por los caminos del mundo, en condiciones materiales sumamente difíciles, repetidas veces despojado de lo poco que poseía, acosado por policías y dictadores, con la única e imperiosa pasión de hacer revivir seres humanos anónimos y únicos.

Y es que las mismas contradicciones individuales que marcaron la trayectoria política de Serge le ayudaron comprender y, lo que es más importante,  a plasmar artísticamente las contradicciones colectivas que emergían de la tormenta revolucionaria. No escribió relatos propiamente autobiográficas ni le interesaba especialmente el ejercicio introspectivo; tampoco concibió novelas históricas en sentido tradicional. Pensaba, incluso, que la novela clásica había agotado su ciclo. Su obra está integrada, más bien, por los fragmentos sueltos de un gran fresco en donde el autor pinta con colores contrastantes lo que llama “polipersonalidad”, esa “manera de vivir  muchos destinos de penetrar el otro, de comulgar con él” en donde “todos los personajes  e incluso los árboles de la foresta, incluso los cielos, se integran a la vida del autor porque salen de él”. (10)

Las dudas de Serge, su inquebrantable voluntad de buscar la verdad, el intento profundamente honesto de contestar las pregunta clave – ¿cómo puede un proyecto humanista transformarse en una pesadilla totalitaria?- hicieron que pudiera entender los motivos de víctimas y verdugos. No me refiero, claro está, a los verdugos desalmados de la etapa estalinista, sino a los verdugos “humanistas” de 1919, retratados en Ciudad Ganada -novela sobre la guerra civil en Petrogrado-; esos honrados revolucionarios que fusilaban de igual manera a generales blancos y a poetas como Nicolai Gumilev o Lev Chorny, y a miles de personas inocentes cuya única culpa era discrepar con los bolcheviques.

No hay respuestas concluyentes en las obras de Serge –¿quién las tiene?- pero tampoco “realismo socialista”, mucho menos el intento de ocultar la realidad. “No pudo ignorar los orígenes de la degeneración de la revolución, esa carcoma que desde el principio corroía las fuerzas vivas”, nos dice Iulia Gusieva en uno de los mejores textos de la colección. (11) Me parece equivocada, en cambio, la idea de que Serge y su cuñado Pierre Pascal hayan sido “compañeros de viaje” del comunismo sugerida por otras dos participantes en el simposio, Olga Danilova y Liudmila Slutskaua. (12)   Introducida por Trotsky a principio de los años veinte en su libro Literatura y Revolución, la categoría de “compañero de viaje” designa aquellos artistas tibios y de “concepciones ambiguas”, cuya lealtad hacia la revolución es dudosa ya que no se sabe “hasta dónde nos acompañarán”. Polemizar con esta idea funesta de Trotsky nos llevaría demasiado lejos; en todo caso es indudable que ni Serge ni Pascal tienen un perfil así. El primero puso su vida al servicio de la naciente Unión Soviética, rompiendo incluso con sus amigos anarquistas cuando lo consideró necesario; el segundo desertó del ejército francés (siendo por esto condenado a muerte en su país de origen) y fundó el grupo comunista francés de Moscú (1918). Luego se desempeñó como asesor de Chicherin en el Ministerio de Relaciones Exteriores y colaborador de Riazanov en el Instituto Marx-Engels de Moscú… Hay que llamar las cosas por su nombre: ni Serge ni Pascal fueron “compañeros de viaje”; ambos fueron disidentes de la primera hora.

Es de celebrar la inclusión en la edición que presentamos de cuatro textos importantes del propio Serge, todos escritos cuando ya se encontraba fuera de la URSS y podía expresarse libremente. De ellos extraemos enseñanzas útiles. En “Fuerza y límites del marxismo” (1938) el autor registra dos grandes fracasos: el bolchevismo –nos dice- se ha “transformado en un sistema totalitario, despótico, amoral y oportunista” y el marxismo alemán se ha mostrado incapaz, bajo sus dos formas, la comunista y la socialdemócrata-, de resistir a la ofensiva nazi. ¿Dónde está el error? El pecado original del bolchevismo –sigue el autor- es el miedo a la libertad, ese miedo a la irrupción creativa de las masas que marca todo el desarrollo de la revolución rusa. De ahí se desprende una enseñanza capital: el socialismo es democrático o no es, debiéndose tomar la palabra democrático en su esencia libertaria y no en su acepción partidaria. (13)

En “Las oposiciones en la URSS”, Serge se lanza a una defensa de la llamada Oposición de Izquierda que, a partir de 1923, propuso la candidatura de Trotsky para la sucesión de Lenin ya gravemente enfermo (murió en enero de 1924). La tesis central es que, a diferencia de lo que sostienen sus defensores y también sus críticos liberales, Stalin no es el heredero legítimo de Lenin. Es verdad, nos dice Serge, que el jacobinismo bolchevique incubaba los gérmenes del totalitarismo, pero también otros gérmenes, otras posibilidades de evolución. He aquí un asunto controvertido y Serge no lo oculta. A pesar de su intento de salvar la Oposición, admite que fue tibia en su crítica ya que nunca puso en discusión los fundamentos burocráticos del poder soviético. Lo peor, añade, es que ni siquiera hizo el intento de hablar al país y únicamente se dirigió al partido, un partido que por entonces ya se había transformado en una implacable máquina aplastadora.

En Por una renovación del socialismo, el autor aborda un tema fundamental: contrario a lo que dicen los comunistas estalinistas, colectivismo no es sinónimo de socialismo. La experiencia de la URSS apunta a que el colectivismo admite formas de explotación del trabajo y desprecio del hombre que pueden ser incluso peores a las que se implementan en el capitalismo. La conclusión es clara: para renovar el socialismo es necesario regresar  a sus fundamentos que implicaban la abolición del Estado y la afirmación de la libertad. El marxismo, sin embargo, se mantiene vigente en sus aspectos fundamentales que son: 1) la crítica del capitalismo; 2) el método de investigación e interpretación de la historia; 3) la gran afirmación de un humanismo activo. Es necesario enriquecerlo con nuevos saberes; la psicología ayuda a entender los misterios del alma humana, particularmente el culto al jefe y los mecanismos que inducen a los seres humanos a obedecer.

En el último texto, “Treinta años después de la revolución” (1947), generalmente considerado su testamento político, Serge registra, una vez más, el “espantoso camino” recorrido por Rusia desde 1917 y la existencia en el antiguo país de los soviets de un sistema perfectamente totalitario edificado sobre millones de cadáveres: “los bolcheviques perecieron por decenas de miles, los combatientes de la guerra civil por centenares de miles, los ciudadanos soviéticos, portadores de un idealismo condenado, por millones”. (14)   La idea –discutible- de que esa tragedia espantosa se explica no únicamente por el carácter autoritario e intransigente de los bolcheviques, sino que tiene sus raíces en la cultura política rusa ha sido retomada por la historiografía reciente. (15) Serge reitera que “el error más incomprensible -porque fue deliberado- que estos socialistas [los bolcheviques] dotados de grandes conocimientos históricos cometieron, fue el de crear la Comisión extraordinaria de Represión de la Contra-Revolución, de la Especulación, del Espionaje, de la Deserción [diciembre de 1917, C.A.], llamada abreviadamente Checa, que juzgaba a los acusados y a los simples sospechosos sin ni siquiera escucharlos o verlos, sin permitirles, en consecuencia, ninguna posibilidad de defensa (…), deteniendo en secreto y ejecutando. ¿Qué era sino una Inquisición?”. (16)

La frase final del texto –“no todo está perdido; nos queda [una] esperanza racional, fuertemente motivada”- me parece una vuelta a los ideales anarquistas y una buena indicación para nosotros aquí y ahora: un optimismo razonado y el anhelo de libertad como armas contra la desesperanza.

Notas

(1)  A. V. Gusiev, “Víctor Serge acerca de la suerte del socialismo en el siglo XX”, en A. V. Gusiev, op. cit., pág. 71.

(2)  Howard Zinn, “Anarchy”, introduction to Herbert Read, Law and Order, http://www.scribd.com/doc/26131602/Anarchism-by-Howard-Zinn

(3)  Pierre Pascal, Mon état d’âme. Mon Journal de Russie. Tome troisième. 1922-1926, L’Age d’Homme, París, pp. 18-19

(4)  V. Serge, Memorias de mundos desaparecidos (1901-1941), Siglo XXI Editores, México, 2003, pp. 157-58; Marcel Body, Un ouvrier limousin au coeur de la révolution russe, Spartacus, París, 1986, pp. 199-200; Emma Goldman, Living my life, Dover Publications, pág. 732; Emma Goldman, “Leon Trotsky protests too much”, http://www.marxists.org/reference/archive/goldman/works/1938/trotsky-protests.htm ; The Serge-Trotsky papers, Edited and introduced by D. J. Cotterill, Pluto Press, Londres, 1994.

(5)  V. Serge, “Les classes moyennes dans la révolution russe”, serie aparecida en la revista Clarté, Nos. 19, 20 y 21, París, agosto-septiembre de 1921;V. Serge, Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión, editorial ERA, 1970, pág. 107. En “La pensée anarchiste” (Le Crapouillot, París, enero de 1938), Serge admitió que Makhno no era un “bandido” y que su proyecto de autonomía era “perfectamente viable”, http://www.marxists.org/francais/serge/works/1938/01/serge_19380100.htm

(6)  Joaquín Maurín, Revolución y Contrarrevolución en España, Ruedo Ibérico, París, 1966, pp. 249 y 263.

(7)  Armando Borghi, Mezzo secolo d’anarchia (1989-1945), Edizioni Scientifiche, Nápoles, 1954, pp. 234-35.

(8)  Le Rétif (El Refractario, pseudónimo de V. Kibalchich), “Le peril”, Le communiste No. 10, Bruselas, 21 de marzo de 1908, Fonds Armand, 14ASP 415, Institut Français d’Histoire Sociale, Archives Nationales, Hôtel de Soubise 60, rue des Francs-Bourgeois 75141 París, Francia.

(9)  V. Serge, Memorias de mundos desaparecidos…, op. cit., pp. 266-67; V. Serge, Carnets, Actes Sud, París, 1985, pp. 87-88; 115-17.

(10)  V. Serge, Carnets, op. cit., pág. 88.

(11)  I. Gusieva, “El problema de la violencia revolucionaria en la novela de Víctor Serge”, Ciudad ganada, en A. V. Gusiev, op. cit., pág. 126.

(12)  Olga Danilova y Liudmila Slutskaua, “Víctor Serge y Pierre Pascal compañeros de viaje del comunismo”, en A. V. Gusiev, op. cit., pp. 94-102.

(13)  V. Serge, “Fuerza y límites del marxismo”, en A. V. Gusiev, op. cit., pág. 138.

(14)  V. Serge, “Treinta años después de la revolución”, en A. V. Gusiev, op. cit., pág. 174.

(15)  Véase, por ejemplo, Orlando Figes, La revolución rusa: la tragedia de un pueblo (1891-1924), Edhasa, Madrid, 2001.

(16)  V. Serge, “Treinta años después de la revolución”, op. cit., pp. 165.

Sobre el autor: Albertani, Claudio

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