Los diarios de un socialista libertario (Claudio Albertani, 2022)

Escritor de culto, aunque habitualmente ausente en las historias de la literatura, Victor Serge (seudónimo de Victor Napoléon Llovich Kibalchich, Bruselas 1890 – Ciudad de México, 1947) llegó a México el 3 de septiembre de 1941, junto a su hijo, el pintor Vlady. Fueron los últimos y, literariamente hablando, los años más productivos de su vida errante y azarosa.

Concluyó las monumentales Memorias de un revolucionario y tres novelas: Los últimos tiempos, sobre el desastre moral y político de Francia durante el verano de 1940; El caso Tuláyev, sobre los procesos de Moscú y la guerra de España y Los años sin perdón, su novela más poética y desesperada que concluye en México. En colaboración con Natalia Sedova, redactó asimismo, Vida y muerte de León Trotsky, la primera biografía del fundador del Ejército Rojo (publicada póstuma), además de un sinnúmero de cuentos, ensayos, poemas y artículos a los que se añade una imponente correspondencia.

Continuación ideal de las Memorias, estos Diarios de un revolucionario se publican por primera vez en español en una edición crítica, a cargo de quien esto escribe. Abarcan en gran parte la etapa mexicana del escritor, aunque también incluyen fragmentos de la segunda mitad de los años treinta. Tienen un enorme valor, no solamente porque ofrecen una suerte de bitácora de la vida del escritor y revolucionario franco‑ruso‑belga, sino porque contienen una mina de reflexiones utilísimas acerca de la Unión Soviética, la disidencia, la evolución de la guerra, la vida cultural y política de México, además de numerosos ejercicios de introspección psicológica y literaria.

La obra revela la profundidad con que Serge aborda los temas más disímbolos: el totalitarismo, la guerra, las civilizaciones mesoamericanas, la etnografía y la geología mexicanas, el psicoanálisis, la pintura, la poesía… Y muestran que, después de haber transitado por las principales corrientes del movimiento obrero, llega a una concepción democrática y libertaria del socialismo.

Uno de los aspectos más interesantes de los Diarios es que conforman, por así decirlo, el primer sedimento de su obra literaria e histórica, el esqueleto de una escritura que se propone captar la esencia de lo que está ocurriendo, pero revelan, al mismo tiempo, las pasiones y obsesiones de un hombre sin duda lacerado por muchas contradicciones, pero honesto y auténtico.

Como en una suerte de laboratorio íntimo, Serge va plasmando su yo de escritor -¡un gran escritor!- en relación con el nosotros que lo rodea: el escenario trágico de las revoluciones derrotadas o traicionadas del siglo XX. Un tema central es la contradicción entre la fragilidad de la subjetividad revolucionaria y las urgencias de la acción colectiva.

Aun así, página tras página, el autor muestra una fidelidad obstinada y un apego apasionado al proyecto revolucionario. Esta actitud lo ubica al lado de George Orwell, el tenaz defensor de la libertad contra el totalitarismo, y lejos del desencantado Arthur Koestler. Sin quejarse de su suerte o de inculpar a sus perseguidores (tenía muchos), nuestro autor piensa, estudia, escribe, se cartea y discute con el fin de enriquecer la cultura socialista, amenazada por todas partes.

Y es que en el centro de la concepción sergeana se halla un humanismo profundo, la defensa permanente de la libertad del individuo y la crítica implacable a toda forma de totalitarismo, el estalinista y el nazi-fascista, en primer lugar, pero también el totalitarismo económico que ya se está asomando en las llamadas democracias occidentales y particularmente en Estados Unidos.

México ocupa un lugar importantísimo en los Diarios, entre otras razones porque es el único país que lo recibe en ese “mundo sin visado” de los años cuarenta. Poseído por una curiosidad insaciable, Serge lo recorre como puede: en tren, en autobús, en auto y a pie, observando y registrando todo con la mirada desprendida del etnólogo, pero también con empatía, especialmente hacia el indio, a quien compara a menudo con el mujik, el campesino ruso.

Hay muchos apuntes sobre la capital del país, Guadalajara, Ajijic, Cuernavaca, Oaxaca, Acapulco, Amecameca, Pátzcuaro, Erongarícuaro, el volcán Popocatépetl y el recién nacido Paricutín… Las zonas arqueológicas lo apasionan y toma muchas notas que estimulan a su compañera, la futura arqueóloga Laurette Séjourné, a estudiar las culturas mesoamericanas.

Retratista mordaz, Serge describe el horizonte humano en miniaturas de tono cáustico. Muestra, entre otras cosas, un gran interés por el mundo del arte; delinea afectuosamente a Leonora Carrington (23 de mayo de 1946) y a María Izquierdo (marzo de 1944), mientras observa con severidad a Siqueiros (4 de marzo y 7 de octubre de 1944) y al Dr. Atl (Gerardo Murillo), el gran paisajista de volcanes, antaño anarquista, luego antisemita y simpatizante nazi.  Los admira como pintores, pero los compara con los aventureros sin escrúpulos del Renacimiento italiano (7 de octubre de 1944).

Por último, los Diarios revelan la soledad del autor, su doble exilio en ese México de los años cuarenta, subyugado por el estalinismo. Cansado, aunque todavía vigoroso, Victor Serge falleció de ataque cardiaco, el 17 de noviembre de 1947. A la sazón, muchos de sus libros permanecían inéditos y “escribía para el cajón”. Serán publicados en las décadas sucesivas por Vlady, en ocasiones acompañados por dibujos y bocetos. Poco comprendido, incluso ignorado y perseguido en la media noche del siglo XX, Serge, ese eterno disidente, se antoja un autor imprescindible, hoy, cuando nuevos y más insidiosos totalitarismos están al acecho.

 

Los diarios de un hombre que nunca se rindió (Claudio Albertani, 2022)

Victor Serge, Diarios de un revolucionario (1936-47), UACM/BUAP, México, 2021. Edición crítica Claudio Albertani. Traducción: Claudio Albertani y Francesca Gargallo; cubierta de Vlady.

Victor Serge es un autor difícil de clasificar. Un revolucionario, sin duda, pero también un gran escritor. Hijo de exiliados rusos, nace en Bruselas el 31 de diciembre de 1890 con el nombre de Víctor-Napoleón Llovich Kibalchich y muere, igualmente en el exilio, en la Ciudad de México, el 17 de noviembre de 1947. Transita a lo largo de su vida por las principales corrientes del movimiento obrero: el socialismo reformista, el comunismo anarquista, el individualismo, el anarcosindicalismo y el bolchevismo, para finalmente arribar a un socialismo humanista de corte libertario y antitotalitario.

Su larga trayectoria militante comienza a los quince años en la Joven Guardia Socialista de Ixelles, entonces un barrio obrero de la capital belga, y prosigue en las filas libertarias, tras la lectura del folleto de Kropotkin A los jóvenes. Todavía adolescente, viaja a París donde se relaciona con un grupo de ilegalistas radicales, la Banda Bonnot, que pregonan la guerra a muerte contra la sociedad. Pronto, queda atrapado en hechos sangrientos y, a pesar de ser inocente, es condenado a cinco años de prisión en uno de los procesos más sonados de la Bella Época.

Liberado en 1917, se refugia en Barcelona donde colabora con la prensa anarquista y comienza a firmar sus artículos con el seudónimo que le conocemos: Víctor Serge. Mientras tanto, había estallado la revolución rusa y decide ir a la tierra de sus ancestros, pero el viaje no es fácil en plena guerra mundial. Llega  a principios de 1919, después de muchas aventuras y una prolongada estancia en un campo de concentración francés. Se establece en Petrogrado y se adhiere al partido bolchevique, a pesar de sus convicciones libertarias.

Combatiente en la guerra civil, fundador de los primeros servicios de información de la Internacional Comunista, agente clandestino en Europa, Serge vive el fracaso de la revolución y la progresiva degeneración del régimen soviético. Se codea con los líderes del naciente Estado soviético, pero el anarquismo no acaba de morir en él. Y ve con asombro, luego con horror, la revolución convertida en una prisión, “la prisión más grande del mundo”.

Opta entonces por la literatura y no por gusto estético, sino por la necesidad apremiante de dejar un testimonio. Encarcelado una primera vez en 1928, es liberado y luego deportado a Oremburgo, ciudad al pie de los Urales, antesala del gulag, el sistema concentracionario soviético. Hacia la primavera de 1936, poco antes de los procesos de Moscú,  logra salir de la URSS, por un “milagro incomprensible” y la providencial intervención de Romain Rolland, el famoso escritor, compañero de viaje del comunismo soviético. Vuelve entonces a Europa occidental, junto a su esposa, Liuba Rusakova, y a sus dos hijos, Jeannine y el futuro pintor Vlady.

Es precisamente en 1936, cuando comienzan los Diarios de un revolucionario (1936-47) que publica la UACM en colaboración con la BUAP, en una edición crítica, acompañada de cientos de notas, un diccionario de personajes, un álbum de fotos y bocetos de Vlady. Descubiertos por quien esto escribe, y publicados por primera vez en 2012 en Francia, los Diarios, hasta ahora inéditos en español, son la continuación ideal de las célebres Memorias de un revolucionario, aunque el registro de escritura es más personal e íntimo.

Serge redacta muchas páginas sobre el tema que le obsesiona, la revolución que se devora a sí misma, pero escribe también sobre arte, literatura, historia, antisemitismo… Registra asimismo los principales acontecimientos del momento y apoya sin titubeos la revolución española, trágicamente estrangulada por Hitler, Stalin y Mussolini. En 1941, llega a México donde pasará los últimos seis años de su vida dedicado a la redacción de algunas de sus obras más importantes: las citadas Memorias, las novelas El caso Tulayev, Los últimos tiempos y Los años sin perdón, además de Vida y muerte de León Trotsky -la primera biografía del fundador del Ejército Rojo-, poemas, ensayos, artículos periodísticos y una copiosa correspondencia.

Los Diarios refrendan a Serge como un gran escritor y un auténtico genio del retrato: cientos de personajes, desfilan por sus páginas, pintados con palabras eficaces y precisas. Son sus amigos, las víctimas de múltiples totalitarismos, pero también sus enemigos, los verdugos de las revoluciones fracasadas del siglo XX. Y está su nueva compañera, la futura arqueóloga Laurette Séjourné, a quien ama perdidamente y con quien entrelaza una relación más bien borrascosa. Pero, de igual manera, está Liuba, “la gran enferma”, que permanece atrapada en Francia y terminará sus días en una clínica psiquiátrica de Aix-en-Provence con el alma destrozada.

Imperdibles se antojan las conversaciones sobre las culturas indígenas de América con el entonces desconocido antropólogo Claude Lévi-Strauss, y con André Breton, el papa del surrealismo. La parte mexicana es la más larga y tal vez la más suculenta del libro. Contra todo oportunismo, Serge disecciona la izquierda estalinista de Vicente Lombardo Toledano y David Alfaro Siqueiros. La visita a la cárcel de Lecumberri, donde encuentra a Ramón Mercader, el asesino de Trotsky, es aterradora.

En el campo opuesto, se yergue un manípulo de militantes antitotalitarios que mantienen su protesta contra todo despotismo y no consienten en denunciar ciertos campos de concentración para silenciar otros. Poderosa la silueta de Otto Rühle, el marxista libertario, antiguo adversario de los bolcheviques que hace las paces con Trotsky y lo defiende en el contraproceso de Coyoacán. Serge establece con él y su esposa Alicia Gerstel -psicóloga, educadora, pionera del feminismo- una relación de complicidad y cercanía espiritual que sólo interrumpe la muerte de ambos (Rühle fallece e, incapaz de seguir viviendo, Alicia se suicida un mismo día de marzo de 1943).

El escritor es también un gran paisajista y, poseído por una curiosidad insaciable, se lanza al descubrimiento de México. Lo recorre como puede: en tren, en autobús, en auto y a pie observando y registrando todo con la mirada desprendida del etnólogo, pero también con empatía, especialmente hacia el indio, a quien compara con el mujik, el campesino ruso.

Las ruinas de Tula, un día de muertos, una cantina de Cuernavaca, Amecameca, un burdel de la ciudad de México… Destaca la descripción del recién nacido volcán Paricutín, a donde Serge acude, intrigado por el cataclismo telúrico; él, que es un experto de cataclismos humanos. Entre la lava incandescente, encuentra al Dr. Atl, el pintor de volcanes, antaño anarquista, ahora antisemita y simpatizante nazi, a quien describe como un aventurero del Renacimiento italiano.

Los Diarios evidencian también las múltiples dificultades que enfrentan Serge y sus amigos: el aislamiento, la falta de trabajo, la pobreza extrema, el doble exilio. Otto Rühle, uno de los grandes marxistas del Siglo XX, sobrevivía vendiendo las postales que él mismo pintaba. Y es que, en plena guerra mundial, cuando México es aliado de la URSS y la izquierda está fagocitada por el mito soviético, ellos reman a contracorriente, son ardientes libertarios, convencidos de la necesidad de repensar la naturaleza misma de ese “socialismo” que asesina a sus mejores hijos.

Página tras página, emerge entonces otra historia de México, “una historia de la que fuimos exiliados”, según la acertada expresión de Rafael Mondragón. Cronista de una época de duelos y desastres, en 1942, Serge esquiva un intento de asesinato y, todavía vigoroso, aunque probado por las adversidades, muere en noviembre de 1947, en un taxi. No ha cumplido los 57 años. Ataque cardiaco, reza el reporte médico, pero su hijo Vlady siempre pensó que fue envenenado por agentes de Stalin.

En la época de la “conciencia oscura” (y la nuestra, ¿cómo llamarla?), he aquí los diarios de un hombre “eternamente dislocado” (David Huerta), gozoso escultor de una vida plena, trágica, que no cede lugar al pesimismo ni a la derrota.

 

Del tiempo en que Eugenio Fernández Granell tenía razón. Revolución, surrealismo, antitotalitarismo: 1936-1950 (Claudio Albertani, 2021)

Yo formé parte durante la guerra de una emigración socialista variopinta y más bien desfavorecida, porque seguíamos remontando la corriente de grandes ilusiones hoy desvalorizadas. Nunca hemos dejado de mantener nuestra protesta contra todos los despotismos sin excepción. Nunca hemos consentido en denunciar ciertos campos de concentración silenciando otros… Es preciso verlo claro, diría más, ver claro sin piedad, contra todo oportunismo político o ideológico.  Victor Serge

Nos había triturado el engranaje que habíamos puesto en marcha con nuestras propias manos. Cual ruedas del mecanismo, aterrorizados hasta el extravío, nos habíamos convertido en instrumentos de nuestra propia sumisión.  Todos los que no se alzaron contra la máquina stalinista son responsables, colectivamente responsables de sus crímenes. Tampoco yo me libro de este veredicto. Pero ¿quién protestó en aquella época? ¿Quién se levantó para gritar su hastío?   Leopold Trepper Continuar leyendo «Del tiempo en que Eugenio Fernández Granell tenía razón. Revolución, surrealismo, antitotalitarismo: 1936-1950 (Claudio Albertani, 2021)»

100 años de Vlady (Claudio Albertani, 2020)

Claudio Albertani es el responsable del Centro Vlady de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.

Petrogrado, 15 de junio de 1920: el ojo del huracán. Ese día nace Vladimir Kibalchich Rusakov, el futuro pintor Vlady. Rusia sale de la etapa más sangrienta de la guerra civil. Miles y miles de personas se encuentran armadas y organizadas para defender a la revolución. Petrogrado (antes San Petersburgo, después Leningrado) es una ciudad de frontera; el aire que se respira vibra más que en otras latitudes. Hay hambre, muerte y destrucción, pero también la fe inquebrantable en un mundo nuevo, libre de explotación y opresión.

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Un acercamiento al mundo de Vlady. Entre la revolución y el Renacimiento (Claudio Albertani, 2002)

Texto leído el 17 de agosto de 2002 en ocasión de la inauguración de la exposición En el mar de líneas (dibujos y grabados de Vlady), que se presentó en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca.

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Víctor Serge. Un humanista contra el totalitarismo (Claudio Albertani, 2010)

A. V. Gusiev (editor). Víctor Serge. Humanismo socialista contra totalitarismo, (Ludmila Biriukova/Bernardo Mayorga, editores de la versión española). Reelaboración del texto leído el 5 de marzo de 2010 en el auditorio del Instituto Ciencias Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Con autorización del autor.

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¿Quién es Vlady? -y por qué es importante saberlo- (Claudio Albertani, 2008)

Reelaboración de una plática ofrecida a los estudiantes de la carrera de Arte y patrimonio cultural en el plantel Tezonco de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) el 27 de junio de 2008. La idea del título me surgió de un folleto de J. Hoberman, “¿Quién es Victor Serge …Y por qué tenemos que preguntar?” cuya publicación Vlady auspició en los años 80.

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La tragedia de León Trotsky (Claudio Albertani)

Quienes pretendieron haber hecho una revolución, se dieron cuenta muy pronto de que no sabían lo que estaban haciendo; la revolución consumada no se parecía en nada a la que hubieran querido hacer. Es lo que Hegel llama la ironía de la historia, ironía a la que pocos actores históricos se escapan.
Federico Engels, carta a Vera Zasulich, 1885

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Recuerdo de Vlady (1920-2005) El pintor de la revolución social (Claudio Albertani)

Texto leído por el autor en el homenaje a Vlady que tuvo lugar el 21 de agosto en la biblioteca Lerdo de Tejada.
 

Nada parece más carente de importancia que este deseo de hacer algo por el arte, ese esfuerzo por saber más de arte y acerca del arte. De lo único que estamos necesitados es de ser sensibles a la presencia del arte, de poder reconocerlo en cada momento, en cada estado, en cada fase, en cada aspecto de la vida; y más todavía de saber que la vida por sí misma es el gran arte, y que el arte supremo es el de vivirla.

(Henry Miller)
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Vittorio Vidali, Tina Modotti, el stalinismo y la revolución (Claudio Albertani)

«Hacer el presente implica corregir el pasado» [Raoul Vaneigem]

La revolución no está de moda. Todos los días se nos repite el mismo estribillo: los intentos de cambiar el mundo sólo desembocaron en campos de concentración tal y como sucedió en la desaparecida Unión Soviética.

Es verdad que el stalinismo fue una pesadilla. Sin embargo, para saberlo no era necesario esperar la caída del muro de Berlín, ni la publicación de El Libro negro del comunismo (1).

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