Tendria unos diez años cuando en la escuela nos entregaron un voluminoso tomo de Don Quijote de la Mancha. Era un niño muy aplicado y por esta razón estaba en la clase de los más mayores que andaban entre los trece y quince años.
Era en el curso del 1931, una escuela privada y el maestro, Sr. Sebastián Ordeig, antes de entregarnos el libro, previamente había tapado con tinta cuatro frases que eran entonces consideradas palabrotas. En este mismo curso también nos entregaron la Historia de España de la editorial Calleja de Madrid. En la cubierta del libro, venía una bandera monárquica que el maestro convirtió en republicana al colorear la franja inferior con tinta morada. También arrancó la primera página que venía con la figura de Alfonso XIII, con el juramento de «Defender a España hasta derramar la última gota de sangre»–
En la pared, detrás de la tarima del profesor, estaban un crucifijo de buen tamaño, que nunca quiso quitar pese a los consejos de los inspectores, que estuvo en aquel lugar hasta el comienzo de la guerra civil, un retrato de Pío XI, que tampoco quitó, y un cuadro del Rey, que este sí que fue a parar al cuarto de los ratones cuando cayó la monarquía.
Junto al Quijote y a la Historia de España teníamos otro libro de lectura titulado Joyas Literarias, un libro que empezaba con Gregorio Martinez Sierra y terminaba con Garcilaso de la Vega. Por sus páginas desfilaban todos los escritores y poetas españoles con una sola inclusión del nicaraguense Rubén Dario. Con este libro se forjó mi afición a leer y escribir cosa que ha hecho que gastase más en lectura que en otras diversiones. Con ochenta y tres años continuo siendo un lector de libros, periódicos y revistas acérrimo y constante.
Este año al cumplirse el cuarto centenario de la aparición del Quijote quiero manifestar que, para mi, es sin duda alguna la mejor novela que he leído en mi vida. La leí infinidad de veces desde aquel día en que me dieron el libro en la escuela. En más de una ocasión he tenido que reprimirme para no estallar en carcajada durante su lectura. Poseo una edición del 1845, que son tres tomos del tamaño de un devocionario de misa que me caben en el bolsillo. Muchas veces lo he leído incluso en la misma iglesia porqué lo considero tan importante para un español como la Biblia para un cristiano.
A veces me he preguntado: ¿el mérito del Quijote es que Cervantes nos retrata como somos o nosotros, los españoles, hemos asimilado la esencia del Quijote?. En mi larga vida he tenido que tratar con infinidad de personas, vivir infinidad de circunstancias, padecer, sufrir y gozar de unas amistades y, siempre, la lectura del libro me ha servido para encasillar a todos mis personajes que desfilan entre la flaca humanidad del caballero de la Triste Figura, tan enjuto de carnes como relleno de generosidades y la oronda humanidad de Sancho, tan negado de ideas y tan dado a las simplezas. Creo que cada español tiene o bién algo de «quijote» o algo de «sancho panza«.
La lectura del Quijote debería de ser una asignatura obligada en las escuelas y universidades de nuestro país, en las academias militares, en los estamentos judiciales, en las instituciones políticas para evitarnos el bochornoso espéctaculo de vernos gobernados o dirigidos por patanes y paniagudos «Sanchos» o descerebrados y altivos «Quijotes» salvadores de patrias, ínsulas «baratarias«, sueños de grandezas y placeres fáciles.
De vivir en nuestros dias, ¿qué pensaría, que opinaría Cervantes de nuestra tele-basura que pagamos entre todos?, ¿qué juicio le habría merecido el terrible drama de nuestra guerra civíl?
Edición digital de la Fundación Andreu Nin, 2005