Se reproduce a continuación el capítulo 3 del libro de Víctor Alba Historia del BOC y del POUM. El marxismo en España 1919-1939 (B. Costa Amic editor, México, 1973). Edición digital de la Fundación Andreu Nin de 2002, autorizada por el autor.
El congreso de Terrassa debía enfrentarse a dos cuestiones fundamentales: cuál era la realidad del país y cuál querían que fuera en el futuro, por un lado, y por el otro qué tipo de organización era la más adecuada para luchar por transformar esta realidad en la que deseaban.
La mayoría de los participantes eran jóvenes, formados bajo la Dictadura, sin experiencia política ni sindical, pero había un puñado de viejos militantes cenetistas y de la primera hora del Partido Comunista, con una larga experiencia de combate obrero.
Los problemas que se les planteaban eran inéditos. Había que inventar soluciones y respuestas. Poco les valía que otros también lo hicieran, porque rechazaban sus posiciones: las del apoliticismo sindicalista, las del colonialismo ideológico comunista, las de la evasión republicana. La visión de la realidad española que tenían los reunidos era única, nueva, distinta de todas las restantes.
Esta visión se sintetizó en las tesis políticas aprobadas, que había preparado Maurín. España necesitaba una revolución democrático-burguesa que debía realizar la clase obrera, puesto que la burguesía se había mostrado incapaz de hacerla. Así se abriría el camino hacia la revolución socialista. Esta revolución debía llevarse a cabo con completa independencia internacional, sin someterse a ninguna línea política que no fuera determinada por los propios obreros de la Península.
Esto marcaba ya la posición internacional del nuevo partido. No se afiliaría a ninguna de las Internacionales existentes, y defendería la revolución rusa sin abandonar por esto el derecho y el deber de criticar lo que considerara errores de sus dirigentes. Se opondría al colonialismo y al imperialismo, apoyaría los movimientos de emancipación nacional y las rebeliones coloniales.
Una cuestión que, dada la diversidad de origen de los congresistas, preocupaba a muchos, era la posición del nuevo partido frente al problema catalán. Las tesis del Congreso sobre él lo presentaban no como un problema aislado, sino relacionándolo con las cuestiones más generales de las nacionalidades ibéricas y también de las reivindicaciones de la revolución democrática:
“Los comunistas de Cataluña, que no olvidan la doble esclavitud que sufrimos como trabajadores sometidos a una burguesía y como catalanes dominados por un poder extranjero, reclaman el derecho de Cataluña, el derecho de todas las nacionalidades ibéricas, a la libre determinación de su propio destino, hasta la separación inclusive.
No queremos decir aquí que nos separemos de otros pueblos de Iberia. Queremos solamente decir, que como comunistas partidarios del libre albedrío de los pueblos, no nos podemos oponer si reclaman esta libertad y se organizan por separado de las otras nacionalidades que constituyen España.
Naturalmente, no confundimos este derecho con las necesidades de una burguesía cualquiera, que quiera proclamarse autónoma a causa de sus necesidades económicas de clase.
Pero, partidarios de un Estado por cada nación, los comunistas de Cataluña invocan la organización de todas las naciones ibéricas en una federación de estados agrupados sobre la base de un reconocimiento mutuo de una completa libertad interior.
Nuestra reivindicación es, en lo que se refiere a la cuestión nacionalista: Unión de las Repúblicas Ibéricas. En lo que concierne a Marruecos pedimos su abandono total. Que los marroquíes se organicen como quieran. No tenemos el derecho de intervenir en sus decisiones”.
Pero tener posiciones que se consideran justas no es garantía de que las mismas influirán en la realidad. Precisa una organización que consiga para ellas la adhesión de las masas. ¿Cuál debía ser esa organización? Los congresistas no estimaron que un simple partido comunista, aunque independiente de la Internacional, bastara. La masa obrera no sabía lo que el comunismo era y su formación marxista era levísima. Había pues, el riesgo de que si el programa y la acción del nuevo partido atraían a mucha gente -y los congresistas lo esperaban-, esa gente, sin formación marxista, acabaría dando al partido un tono que los reunidos en Terrassa no consideraban el apropiado a las necesidades del país.
El nuevo partido debía ser democrático y regirse por la voluntad de sus militantes, libremente expresada, después de libres discusiones periódicas y espontáneas. Pero un partido así, en un medio con pocos marxistas, podía dejar pronto de ser marxista. ¿Cómo resolver esta situación? La solución surgió cuando se propuso crear un partido con dos niveles, uno de marxistas militantes y otro, por decirlo así, de noviciado, de simpatizantes, para que, una vez la experiencia les hubiera formado, pasaran a ser militantes del otro nivel.
¿Qué nombre dar a esas dos organizaciones de un mismo partido? Se discutió mucho sobre esto. En los congresos, las cuestiones de táctica suelen ocupar mucho más tiempo que las de principio. Finalmente, el congreso encontró la solución: habría una Federación Comunista Catalano-Balear, de la que formarían parte todos los miembros de la Federación y del PCC, los cuales desaparecían, y a la cual irían entrando los miembros de la otra organización, una vez preparados y educados políticamente. Esta otra organización, que se esperaba que fuera de masas, debía tener un nombre atrayente, que sintetizara su carácter. El nombre fue el de Bloc Obrer i Camperol (Bloque Obrero y Campesino), que pronto fue conocido por BOC. Recordaba una consigna de la Tercera Internacional en 1927, la de formar bloques de obreros y campesinos. Pero parecía adecuado a la situación social del país.
El nombre, además, sonaba bien lo mismo en catalán que en castellano. ¿Para qué preocuparse de esto en un partido que tenía su base solamente en Cataluña? Por dos razones: porque una buena parte del proletariado catalán era inmigrado, de habla castellana, y porque el nuevo partido aspiraba a extenderse con el tiempo, al resto de España (1).
El Congreso eligió un Comité Central, que a su vez designó un Comité Ejecutivo, en los cuales había por mitad elementos procedentes del PCC y elementos de la Federación. El primer Comité Ejecutivo del Bloque estaba formado por Joaquín Maurín como secretario general, y por David Rey, Pere Bonet, Miquel Ferrer, Jordi Arquer y Víctor Colomer. Cuando la fusión se realizó a nivel local, donde la exigüidad de los grupos muchas veces no permitía preocuparse de las cuestiones de paridad, el nuevo partido llegó a tener 700 miembros (2).
Esos setecientos afiliados eran todos militantes y todos conocidos en sus lugares de trabajo, en su sindicato, ateneo, pueblo o barrio. Todos habían participado en las actividades contra la Dictadura.
Los acontecimientos llamaban a la puerta. Se habían convocado elecciones municipales. La Esquerra Republicana de Catalunya, partido de clase media organizado por Macià, cuando finalmente la policía le permitió regresar a Barcelona, propuso al Bloque entrar en la coalición electoral que había establecido con la Unió Socialista de Catalunya. El Bloque declinó, porque las elecciones eran una oportunidad de darse a conocer. Por otro lado, el programa de la Esquerra era vago y el del Bloque, muy concreto (3).
El Bloque presentó candidatos en los pueblos donde tenía sección (una decena, de momento, la mayoría en Lérida) y en casi todos los distritos de Barcelona (4). Todos los dirigentes del Bloque fueron candidatos a concejal. Ninguno, claro, esperaba triunfar. La campaña electoral fue breve y poco intensa, por falta de organización y de dinero. Pero así y todo permitió exponer un programa municipal que puede resumirse con una frase: ni un céntimo para los barrios de los ricos, todo el dinero para los barrios obreros. Pedía también la construcción de un edificio para alojar a sindicatos y partidos obreros, subsidio para los obreros en paro forzoso (que no existía entonces), cobro de impuestos a conventos e iglesias (que no los pagaban), municipalización de los servicios públicos e importación de trigo soviético para abaratar el pan, así como revisión de las fortunas de los concejales de los últimos treinta años y anulación de los contratos turbios aprobados por el ayuntamiento durante la Dictadura (cuyos miembros habían sido nombrados por el gobierno y no elegidos). El programa reflejaba mucha inexperiencia, puesto que en vez de dar dos o tres consignas claras, contundentes, se dispersaba en veinte reivindicaciones detalladas. De todos modos, fue el único clasista que se presentó. Pero el Bloque no sólo era novicio en cuestiones políticas, sino también en técnica electoral. Muchos de los candidatos no habían votado nunca. El que más votos obtuvo llegó a los 2.176 en la ciudad de Barcelona.
Las ilusiones populares, que Maurín preveía y temía, dieron la victoria al partido que menos la esperaba: la Esquerra. Macià, el político que la gente consideraba como un iluminado soñador, había fascinado a las masas. Cenetistas, viejos republicanos, catalanistas jóvenes, votaron por la Esquerra (43.000 votos en Barcelona). El partido de la burguesía, la Liga Regionalista, quedó deshecho (28.000 votos). En todas las ciudades de España vencen los republicanos y socialistas; sólo en los pueblos ganan los monárquicos. ¿Qué haría Macià con la victoria?
Cuarenta y ocho horas después de las elecciones, el martes 14 de abril, a las dos de la tarde, Macià proclama la República Catalana (unos minutos antes, Companys, del mismo partido, ha proclamado la República sin adjetivos nacionalistas).
L’Hora sale a la calle con un número preparado un día antes: «Hay que aprovechar la voluntad republicana del pueblo para proclamar la répública». Lo que el día 13 habría parecido una posición extremista, el 14 era simplemente el anuncio de algo que va a acaecer unas horas más tarde.
Proclamada la República en Barcelona pero con el rey todavía en Madrid y los generales y la pohcía todavía vacilantes-, un grupo de bloquistas se va al palacio donde se ha instalado el gobierno catalán y monta la guardia. Son los únicos, en todo el país, que piensan en la posibilidad de violencia.
L’Hora, en una hoja extraordinaria, pide que no se permita al rey marcharse y que se organice una guardia cívica. Pero el rey abandona el país y la república se proclama en toda España. El gobierno provisional republicano envía a tres ministros a Barcelona, a negociar con Macià, porque Madrid teme que la república, si consiente tener un Estado catalán en su seno, aparezca ante los españoles como disgregadora de la «unidad nacional». Se llega a un acuerdo: Cataluña tendrá autonomía, con gobierno y parlamento propios y su gobierno se llamará de la Generalitat de Catalunya, utilizando el nombre de una vieja institución de la época medieval en que Cataluña era reino independiente.
El Comité Ejecutivo del Bloque publica una carta abierta al Comité Nacional de la CNT, proponiéndole que se formen juntas revolucionarias de obreros y campesinos, coordinadas por una junta central. La CNT no contesta siquiera, porque sus dirigentes, que colaboraron con los republicanos, quieren dar tiempo a éstos. El Bloque, en cambio, desea que se ejerza presión, para que el cambio de régimen no quede en meramente político.
El 17 de abril, un manifiesto del Bloque pide de nuevo la formación de juntas revolucionarias, el armamento del pueblo, la tierra para quien la trabaja, la separación de la Iglesia y del Estado, el reconocimiento del derecho de las nacionalidades a la autodeterminación hasta la separación si lo desean, la ayuda a los obreros en paro forzoso, la constitución de un tribunal revolucionario y el establecimiento de una Unión de Repúblicas de Iberia. Consignas todas propias de una revolución democrática. Socialistas y anarcosindicalistas no presionan al gobierno, y el Bloque no es bastante fuerte para hacerlo. Maurín, en un artículo en L’Hora del 17 de abril, afirma que ha sido un error dejar marchar al rey, porque la monarquía será el centro de atracción de las fuerzas que buscarán el desquite y eso hará inevitable una guerra civil. “Se ha perdido la primera batalla -dice-. Los trabajadores españoles deberán verter mucha sangre en defensa de las conquistas revolucionarias”. En el número 6 de La Nueva Era (abril de 1931), el editorial señala que “la revolución no ha terminado, como pretenden los sectores que actualmente son dueños del poder, sino que, por el contrario, se encuentra en plena ascensión…”. Las fuerzas motrices de la revolución son los obreros, los campesinos, el movimiento nacionalista y una parte importante de la juventud. Estas fuerzas deben actuar paralelamente. Pero para conseguir esto «es indispensable una comprensión exacta del fenómeno revolucionario, sobre todo en los medios dirigentes de las clases populares… Precisa un poco de revolución cada día. Que las clases trabajadoras jueguen un papel cada vez más activo en los acontecimientos políticos». Hay que
llevar sobre todo la revolución al campo, hacer que los campesinos «se adelanten a las leyes de propiedad que han de estatuir las futuras Cortes Constituyentes». Sólo cuando el «retorno del pasado» no sea ya posible, podrá marcharse hacia «la instauración de la república socialista».
Pero a últimos de abril va decayendo la agitación. Ninguna organización, aparte del Bloque, parece desconfiar de la república. El gobierno provisional quiere que la constitución venga antes que los hechos, y deja toda la legislación importante para las futuras Cortes Constituyentes. El Bloque, en cambio, quisiera que la república se hiciera primero en la calle y luego se legalizara en las Cortes.
Esta actitud atrajo al Bloque a cierto número de obreros. En dos meses, sus afiliados doblaron. Pero mil cuatrocientos militantes no son muchos, comparados con los cientos de miles de afiliados a la CNT o la UGT, con las decenas de miles del PSOE. La Batalla, que en las semanas siguientes a la proclamación de la república llegó a los 30.000 ejemplares, estabiliza ahora su tirada en los 7.000.
Hay que suplir la deficiencia en número con el entusiasmo y la organización. El modelo es la organización típica de los partidos comunistas: células de cinco miembros en la base, comités de barrio nombrados por las células, comités locales nombrados por los barrios, y un Comité Central elegido por el Congreso, con el encargo de designar entre sus miembros al Comité Ejecutivo. Pocas veces hubo células de empresa, porque no era frecuente que en una misma industria u oficina trabajaran cinco bloquistas. En cambio, había células de sindicato o minorías sindicales, en los sindicatos de la CNT a los cuales los bloquistas estaban afiliados (en Cataluña no existía, de hecho, la UGT, y además los bloquistas adultos procedían todos de los medios anarcosindicalistas).
Lo que distinguía al Bloque de los partidos comunistas es que este sistema funcionaba en la realidad y no sólo sobre el papel. El Bloque se sostenía sin subsidios de nadie, por la cotización de sus militantes y en las células se discutían realmente las tesis para los congresos, las resoluciones del Comité Central -que se reunía a menudo- y las decisiones del Comité Ejecutivo. Los congresos se componían de delegados realmente elegidos por la base. El centralismo democrático, que bajo Lenin funcionó entre los bolcheviques, pero que luego cesó, se hizo una realidad en el Bloque.
Las finanzas eran simples, pero no fáciles. Los militantes cotizaban semanalmente -la cotización era la más alta de todas las organizaciones obreras españolas-. Un porcentaje de la misma se lo quedaba el comité local para sus gastos, y el resto iba al Comité Ejecutivo. Había un sólo cargo con sueldo –muy modesto-, el de Secretario General. Como los militantes eran pocos, el dinero siempre escaseaba. Muchas cosas se hacían por los propios militantes, sin costo: pegar carteles, «imprimir» carteles a mano, hasta barrer los locales. Los pocos que tenían coche, lo ponían a disposición del Bloque para llevar oradores a los pueblos, los domingos (día preferido para los mítines políticos). Todos los años se abría una suscripción pública en favor de La Batalla, aunque ésta cubría su costo; con el resultado de la misma se ayudaba a sostener los otros gastos del partido. Cada vez que había elecciones, se abría otra suscripción voluntaria, que servía, además de reunir dinero, para poner a la gente en contacto con el programa del Bloque. A veces no se podía pagar el alquiler del local central, en Barcelona {que casi siempre había que alquilar a nombre de un militante, porque los propietarios no querían hacerlo a una organización obrera). Los locales eran destartalados, en casas viejísimas, someramente amueblados con muebles viejos. Una conferencia en un local del Bloque (usualmente los domingos por la tarde), era pintoresca porque raramente había tres sillas iguales. Los libros para las bibliotecas -que nunca faltaban-, eran también donativo de los militantes. ¿Oficinas? No las había; los encargados de alguna labor burocrática -correspondencia, ficheros, listas electorales, cotizaciones- hacían el trabajo de noche, en su casa. Los mítines constituían una de las partidas más costosas: alquilar local (a menos que lo cediera el ayuntamiento) e imprimir carteles, pero solían pagarse por sí solos, porque a la salida se hacían colecta entre los asistentes. Podría decirse que en una época en que 200 pesetas mensuales eran un salario corriente, los militantes gastaban unas doce pesetas para el Bloque.
Se suponía que este sistema de organización preparaba al partido para la clandestinidad, con comités de recambio, etc. Las dos veces que tuvo que ponerse a prueba, funcionó bien.
El Bloque era un partido obrero. No sólo de nombre, sino por su composición. Había pocos intelectuales (y ninguno ya famoso), algunos profesionales (abogados, bastantes médicos) y escasos elementos de la clase media (sobre todo, estudiantes). Tal vez el 90 por ciento de los afiliados eran obreros -con un alto porcentaje de obreros de cuello blanco, pero no la mayoría- y en los pueblos, campesinos. El nombre del partido reflejaba lo que era: un partido obrero y campesino en mucha mayor medida que los partidos comunistas oficiales y también que cualquier grupo comunista o socialista disidente en el resto del mundo (que solían componerse de intelectuales y empleados, pero con pocos trabajadores manuales). Probablemente por esto, a los ojos del público el Bloque pronto dejó de ser un partido comunista disidente y se le vio como un partido con personalidad propia.
Había relativamente pocas mujeres (muchas de ellas esposas o hijas de militantes), pero más que en otras organizaciones obreras, aparte acaso de las anarquistas. Un alto porcentaje de los afiliados tenía menos de 30 años; por esto hubo que fijar los 21 años (cuando se iba al servicio militar), la edad hasta la cual se podía pertenecer a las Juventudes, porque de tener las edades habituales en las organizaciones obreras, casi todo el partido hubiera estado en sus juventudes.
Para sus miembros, el Bloque tenía una característica especial: era necesario. Un socialista, si le clausuraban la Casa del Pueblo, se sentía desorientado, pero podía seguir viviendo. Un cenetista, si le clausuraban el sindicato, seguía su existencia normal, aunque echaba algo de menos. Pero para el bloquista, el Bloque era una extensión de su hogar y el trabajar para el Bloque, el militar, era más importante que el trabajo que le daba de comer, pues proporcionaba a su existencia sentido y objetivo. Los locales del Bloque estaban llenos, todos los días, a partir de las siete de la tarde, cuando se cerraban fábricas y tiendas. Para el militante, era inconcebible pasar una velada en que hiciera algo que no estuviera relacionado con el Bloque. Incluso los domingos se dedicaban al Bloque. Las amistades, fuera de las familiares, eran todas del Bloque o trataba de atraerlas al Bloque. Cada bloquista tenía la novia o la mujer, la familia, el trabajo… y su Bloque. Había familias enteras afiliadas al Bloque. Ingresar en el Bloque significaba cambiar de vida; significaba ser bloquista como se es rubio o moreno, alto o bajo. Ser del Bloque se convirtió en una manera de ser.
No era una manera fanática ni puritana. Los bloquistas solían ser disfrutadores de la vida, tenían sentido del humor y en general se sentían, digamos, felices. Escaseaban los resentidos o los que por motivos íntimos se inclinan a los movimientos revolucionarios. No quiere esto decir que los bloquistas no tenían las mismas pequeñeces, terquedades, chismerío, etc., que los miembros de cualquier otra organización; pero tenían algo que nadie más tenía: el Bloque. Así lo sentían ellos.
Esto no era por azar ni por una superioridad inherente del Bloque, sino consecuencia de la situación política del país.
El Bloque, en efecto, no ofrecía perspectivas a los ambiciosos impacientes. Tenía posiciones que no eran sencillas: comunista, pero fuera de la Internacional Comunista; revolucionario y obrero, pero defendiendo en aquel momento la necesidad de una revolución democráticoburguesa; partido de la república, pero procurando evitar que la gente se ilusionara con ella; marxista y, por tanto, adversario del anarquismo, pero trabajando dentro de la CNT; internacionalista, pero defendiendo el derecho de las nacionalidades a la autodeterminación. Precisa, pues, para adherir al Bloque, no ser ambicioso y tener cierta sutileza política. Pedía disciplina en un país donde todo el mundo va a la suya, e iniciativa personal y actividad en un país donde los partidos solían ser personalistas. Veían las consecuencias políticas de todo, en un medio en el cual los obreros eran apolíticos. Con su constante reclamación de ir más allá, de hacer más de lo que se hacía, los bloquistas iban contra la corriente. Cuando todos estaban convencidos de que se había conquistado la libertad, los bloquistas se organizaban como si debieran ir a la clandestinidad al día siguiente. En un ambiente en el cual daba el tono Macià con su imagen de abuelo, y en el cual las amistades valían más que las convicciones, los bloquistas eran rigurosos, sobrios, sin espuma oratoria. La gente que podía sentirse atraída por estas características era una gente distinta de aquella a la que la CNT o la Esquerra atraían. Más exigente, más escéptica y a la vez más entusiasta, inclinada a pensar por cuenta propia, sin clichés, más dispuesta a la disciplina y, al mismo tiempo, más intransigente respecto a sus derechos de militante. Recordando aquellas primeras semanas de la república, siempre me admiró y me pareció imposible que hubiera más de un millar de personas en Cataluña dispuestas a ser bloquistas. Pero entonces los bloquistas veían las cosas tan claras, tan evidentes, que lo que les extrañaba era que hubiera sólo mil.
Para los bloquistas, la revolución no era un motín, sino una manera de vivir; no tenía un perfil definido, sino que era algo que se hacía todos los días, que tomaba el perfil de lo que se iba haciendo. Se identificaba con el Bloque; ningún bloquista creía que la CNT pudiera hacerla, ni que la república la permitiera. A pesar de las ilusiones de aquellos primeros meses de república, los bloquistas sentían que el hombre de la calle quería más de lo que la república daba y su misión consistía, entonces, en explicar en qué consistía ese «más» y en cómo conseguirlo. Esto, para ellos, era ya la revolución.
Los bloquistas nunca tuvieron tiempo de aburrirse. No sabían aburrirse, porque ser bloquistas era una gran aventura. Ser bloquista daba sentido a cuanto se hacía. El bloquista no era distinto de los demás ni un sabelotodo insoportable; unos estaban obsesionados por los libros, otros por las faldas, otros sabían reír de todo corazón. No eran estudiantes, obreros, hombres casados que, además eran bloquistas, sino que eran bloquistas que trabajaban, o que estudiaban, o que estaban casados. El patriotismo de partido, entre ellos, era algo real. Por esto, muy pocos de los que se afiliaban abandonaban al cabo de un tiempo el militar. No hablaban del «partido», sino del Bloque. Y éste era mucho más que un partido. Era el Bloque, simplemente.
Esta atmósfera fue posible gracias a la conjunción de una serie de circunstancias especiales. Había pocos bloquistas, y esto permitía conocerse y comprenderse. Pero no eran tan pocos que entre ellos se formara el espíritu de capillita o secta. Y eran bastantes para que hubiera dirigentes y militantes, pero no bastantes para que surgieran diferencias entre unos y otros. El sistema de célula, si funciona democráticamente, es excelente para evitar que las diferencias se conviertan en enemistad (*) personal y que las coincidencias se transformen en dogmatismo. Entusiastas y partidistas, los bloquistas, por esto mismo, no eran fanáticos. El diálogo -aunque fuera a gritos- les era indispensable. Justamente el Bloque debía su origen a la necesidad de diálogo de las dos organizaciones que, al fusionarse, lo constituyeron.
El bloquista buscaba las ocasiones de discutir. En el trabajo, en el hogar, en todas partes. Iba a los corrillos de aficionados al fútbol, a los coleccionistas de sellos, a los de compradores de libros viejos, para transformar las discusiones en política. No despreciaba ninguna oportunidad de hacer proselitismo, pero no partidismo, porque quería más que se compartieran sus puntos de vista que no que la gente se afiliara al Bloque.
El Bloque -y en eso, en aquella época, era único- constituía una escuela de educación permanente. Necesitaba serlo, puesto que la inmensa mayoría de sus miembros eran jóvenes, formados bajo la Dictadura, sin experiencia política. Los dirigentes, fuera de media docena, no pasaban de los 40 años; los militantes, de los 30, en general. Esto les permitió hacer del Bloque el tipo de partido que deseaban, que habían soñado. Cada bloquista era, en cierto modo, su propio dirigente, que en cada momento debía improvisar la táctica y los argumentos al servicio de la estrategia fijada por los Congresos y los Comités, en cuya discusión ningún bloquista se abstenía. Había un contacto constante entre dirigentes y militantes, no sólo a través de las células, sino personalmente.
Pero si esto era una educación permanente -y yo diría que lo fue incluso en aquello de la formación del carácter de que hablan los pedagogos-, no bastaba. No había tradición marxista en el país. El Partido oficial no hizo nada en este sentido. Los socialistas no eran marxistas, sino liberales de izquierda. La formación política de los militantes de cualquier partido obrero aparecía como una sanfaina de anticlericalismo republicano, federalismo novocentista y espíritu de clase cenetista. Pero el Bloque se consideraba un partido marxista -el primero y único del país-. Ser marxista independiente –es decir, aprender de Marx al mismo tiempo que de la propia experiencia, y analizar la realidad a través de Marx y de la propia experiencia- no es cosa simple, y puede ser compleja si el marxismo no está en la atmósfera política, si no se respira y se ha de aprender desde el abecedario y si choca con todas las tradiciones mentales que rodean al que quiere ser marxista.
Para el bloquista, el marxismo era una manera de pensar y no un dogma. Se sentía como quien ha sido miope toda la vida, sin saberlo, y de súbito se encuentra con lentes y descubre, gracias a ellos, las formas y colores del mundo. La Batalla, con sus folletones teóricos y sus ediciones de folletos, las conferencias dominicales y finalmente una Escuela Marxista organizada en Barcelona y en algunas ciudades provinciales, eran los elementos que formaban a los bloquistas en el marxismo, además, naturalmente, de la lectura de libros y de la experiencia de la propia actividad política. En las células, con un celo y una pedantería de novatos, se discutían muchas cuestiones teóricas.
La propaganda del Bloque que debía llevar el marxismo a la masa -en la medida de lo posible-, era muy especial. Acaso el hecho de que Maurín, Colomer y otros fueran maestros, influyó en esto. El Bloque se desarrollaba en un medio humano que nunca supo nada del marxismo y su propaganda debía aprovechar cada acontecimiento político para dar una lecciónd e cosas, sin emplear la fraseología marxista, porque ésta hubiera bastado para que se cerraran todos los oídos. La historia del movimiento obrero, explicada con sentido crítico, fue un excelente auxiliar en esta tarea. Y lo mismo el análisis de la economía española.
En esta labor ayudaban también las distintas organizaciones que fue creando el Bloque. El Socorro Rojo, por ejemplo, mantenido por suscripciones públicas -que eran un pretexto para entablar discusiones-, atendía a los presos políticos y represaliados. La Secretaría Electoral de cada comité local trataba de entrenar a los militantes en la monótona actividad de las mesas electorales. La Sección Femenina, no para que en ella militaran las mujeres afiliadas -que lo hacían en las células, al lado de los hombres-, sino para acercarse a las mujeres no afiliadas y tratar de politizarlas discutiendo con ellas sus problemas como amas de casa, como esposas de obreros, como muchachas trabajadoras. Hubo incluso un Teatro Proletario -de aficionados mediocres- que representó obras de Ernst Toller, Gorkin y otros, y que organizó algunas conferencias de Salvador Dalí en una breve época en que éste flirteó con el Bloque, en 1932.
Había también, como es lógico, una Sección de Defensa, con sus grupos de choque, para proteger a los que iban a pegar carteles, contra las agresiones -sobre todo de grupos del Partido oficial-, para ayudar a los huelguistas cuando había que ejercer una presión violenta sobre una empresa o protegerlos contra la policía, para defender los mítines contra las interrupciones, etc.; esos grupos tenían unas docenas de pistolas compradas ilegalmente y en general viejas y con poca munición. Funcionaba asimismo una sección de propaganda –de la que era parte, de hecho, todo el Bloque-, encargada de coordinar la actividad de la veintena de oradores del partido, de organizar actos, de planear carteles, etc., y que prestaba una atención muy especial a las conferencias -también ahí se veía el sentido pedagógico ya anotado-. La propaganda, por lo demás, no era fácil: había que criticar a todos sin antagonizar a nadie en el movimiento obrero y hasta entre los republicanos; había que hacer marxistas sin que se dieran cuenta.
Finalmente, había las Juventudes del BOC, de las cuales formaban parte los militantes hasta que iban al servicio militar, a los 21 años. Se organizaron a últimos de 1931 y fueron siempre una fuerza importante dentro del partido, tanto por su número como por su actividad. Llorenç Masferrer fue su primer secretario general; cuando marchó al servicio, en 1935, lo sustituyó Germinal Vidal, hasta que lo mataron el 18 de julio de 1936; le sucedió, hasta el final de la guerra civil, Wilebaldo Solano, un estudiante de medicina. Las juventudes encontraron bastante eco en la calle, porque durante la república los jóvenes estaban muy politizados. Fue en la sección del Bloque en que figuraba un mayor porcentaje de afiliados de clase media (estudiantes). Esto llevó a una división amistosa entre lo que se llamó, medio en broma, la minoría de la alpargata y la minoría de los zapatos (esta última la más radical). Como puede imaginarse, las juventudes proporcionaron buena parte de los elementos de los grupos de choque. La penetración entre los estudiantes fue lenta y no muy extensa; debía haber, en la Universidad de Barcelona una docena de bloquistas, pero existía bastante simpatía por las posiciones del Bloque. El sistema de organización de las Juventudes era el mismo que el de la Federación: células, comités y congreso. Muchos de los dirigentes locales procedían de las juventudes o eran a la vez, miembros de éstas y del Bloque, cuando en él no había bastantes militantes adultos. Ocurrieron, con los años, algunas pocas defecciones en el Bloque; ninguna en las Juventudes.
El trabajo sindical constituía la parte más compleja y la menos «rentable» de la actividad de los bloquistas.
En los sindicatos se encontraba la masa obrera. Era, pues, preciso trabajar en ellos. Y los obreros catalanes estaban en la CNT.
«La posición, pues, no era cómoda. Faltas de verdadero partido revolucionario, las masas se orientaron hacia la CNT… El anarcosindicalismo resucitó de manera inesperada… En 1931, la CNT-FAI ocupaban a su manera un lugar histórico comparable al partido bolchevique en Rusia en 1917» (5).
Dentro de la CNT lucharon tres tendencias: la sindicalista, con Ángel Pestaña como dirigente más conocido, que controlaba la organización cuando se proclamó la república y que había colaborado con los republicanos contra la monarquía; esta tendencia fue desplazada en 1931-32 por la anarquista de la FAI, porque los miembros de la última supieron aprovechar la política llevada a cabo por los socialistas desde el Ministerio de Trabajo del gobierno republicano, consistente en hacer forzosa la aceptación de los Jurados Mixtos para resolver cualquier conflicto de trabajo; ahora bien, los anarcosindicalistas eran partidarios acérrimos de la acción directa y enemigos de toda intervención del Estado en las cuestiones de trabajo; como los sindicalistas habían colaborado con los republicanos y socialistas que ahora querían forzar a la CNT a aceptar la intervención estatal, los anarquistas puros pudieron acusarlos de haber abandonado los principios y, así, sustituirlos en los lugares de dirección; los socialistas no consiguieron, como querían, destruir a la CNT y reemplazarla allí donde era fuerte, pero en cambio lograron ponerla al margen y en contra, de la república y lanzarla a una serie de insurrecciones abortadas para establecer el comunismo libertario (cuatro en total en 1932-33).
Frente a estas dos tendencias, había la minoritaria del Bloque que se llamaba Oposición Sindicalista Revolucionaria, y que se abría paso muy lentamente. Quería una CNT en la cual pudieran convivir todas las tendencias y que participara en las acciones revolucionarias del futuro al lado del resto del movimiento obrero y no sólo por cuenta propia. Algunos sindicatos de Barcelona (artes gráficas, mercantil) estaban dirigidos por bloquistas. Los bloquistas asistían a las asambleas de los sindicatos (no pocas veces con carnets prestados por obreros indiferentes) y trataban de discutir las posiciones predominantes y, de ser posible, tener puestos de dirección. En general fracasaron en la ciudad de Barcelona, pero fueron conquistando muchos sindicatos de Gerona y Tarragona y casi todos los de Lérida. No era fácil hacerse escuchar en las asambleas sindicales barcelonesas, porque anarquistas y sindicalistas se unían contra los bloquistas y trataban de impedirles el uso de la palabra. Algunas veces se llegó a los golpes.
Cuando la FAI predominó absolutamente sobre los sindicalistas, éstos lanzaron un manifiesto, firmado por treinta viejos dirigentes (por lo que su tendencia se llamó de los treintistas) y separaron sus sindicatos de la CNT, sobre todo en la provincia de Barcelona y en Valencia. Pero la FAI seguía dominando el punto clave: los sindicatos de la ciudad de Barcelona. Ya plenamente en el poder; la FAI hizo aprobar por un pleno nacional, a comienzos de 1932, que no podrían tener cargos sindicales quienes hubieran sido candidatos de algún partido político. Esto iba dirigido contra el Bloque. Los sindicatos que se negaron a destituir a sus dirigentes que hubieran sido candidatos fueron expulsados de la CNT: varios de Barcelona y los de Gerona, Tarragona y Lérida. Formaron un grupo, coordinado de hecho por la Secretaría Sindical del BOC a cargo de Bonet, llamado Sindicatos Expulsados de la CNT, del mismo modo que los dirigidos por los treintistas se llamaban Sindicatos de Oposición de la CNT. Los sindicatos que la FAI trató de organizar para enfrentarlos con los separados o expulsados no arraigaron.
El movimiento sindical catalán, pues, se hallaba dividido en tres sectores: el anarquista fuerte en Barcelona y algunos lugares de su provincia, el sindicalista fuerte en la provincia de Barcelona y el bloquista fuerte en el resto de Cataluña. En España, el movimiento sindical estaba dividido también en tres sectores: el anarquista con la CNT, el socialista con la UGT (de fuerzas aproximadamente iguales) y la CGTU comunista, sin fuerza en ninguna parte fuera de algunos puntos del Norte y el puerto de Sevilla.
La cuestión sindical planteaba el problema del anarquismo. Mientras éste predominara en el movimiento obrero catalán; las perspectivas del Bloque serían limitadas. No podía hacérsele desaparecer con las maniobras de los socialistas, que el Bloque criticaba, ni con la persuasión a los dirigentes anarquistas, sino haciendo que la masa fuera pensando más y más en marxista. La fuerza de los anarquistas no les venía ni de su doctrina ni de su actividad -en general catastrófica- sino del apoyo de la masa. Era la masa, pues, la que había que conquistar.
Por esto, el Bloque criticaba la política seguida por los anarquistas catalanes y el anarquismo como doctrina, a la vez que defendía a los anarquistas de la persecución y protestaba contra ésta. Así, a pesar de que la crítica del Bloque era la más dura que se les dirigía, los anarquistas sentían cierto respeto por los bloquistas.
Esa crítica afirmaba que el «anarquismo español ha sido indirectamente un aliado de la burguesía, que lo ha utilizado como cuña en el movimiento obrero…», ha servido «de trampolín al radicalismo burgués». Pues los anarquistas, «cuando han de intervenir en política, lo hacen en segunda persona, apoyando a alguien de la burguesía. Como reacción a esto vinieron el anarcosindicalismo y la CNT. Pero la CNT carecía de doctrina revolucionaria y no supo aprovechar las circunstancias en 1919 y 1920. Las masas estuvieron a mayor altura que sus jefes. La CNT después se enfrascó en un estúpido terrorismo», y no supo oponerse a la Dictadura. En 1930, renació el anarquismo «a remolque de la burguesía», y en 1931, en lugar de presentar una candidatura propia, dio el voto a los republicanos. «Como a comienzos de siglo, las masas obreras pasaron a una zona influenciada por la pequeña burguesía. El anarquismo hace más difícil que los obreros vayan a los partidos de clase y les abre las puertas de los partidos pequeño burgueses (6).»
Nada parecía debilitar la influencia anarquista en la CNT. La república se encargaba de dar a la CNT la imagen revolucionaria que sus propios dirigentes no hubieran podido proporcionarle. Con sus dilaciones, los dirigentes republicanos provocaban la impaciencia y desilusionamiento de las masas obreras. De esto, claro, se beneficiaba el Bloque, pero mucho más la CNT, con exasperación de los bloquistas, que no acababan de entender cómo era posible que ellos, que habían predicho lo que estaba ocurriendo, atrajeran a menos gente que los anarquistas, que eran en parte responsables de lo que sucedía. Todavía no habían aprendido que en política, para atraer a la masa es más importante tener masa que tener razón.
Aunque menos que la CNT, el Bloque recibe su parte de persecución oficial. El 6 de mayo la policía entra en el local central de la calle del Vidre, de Barcelona. No encuentra las armas que busca. Naturalmente, incidentes como éste, que se repiten en los pueblos, no detienen el avance del Bloque. Al lado de los dos semanarios barceloneses, aparecen otros: L’Espurna (La Chispa) en Gerona y Combat en Lérida. Esta prensa, comentando el proyecto de Estatuto redactado, dicen, por unos diputados no elegidos, propone que se le substituya por uno muy escueto: «Artículo único: Cataluña tiene derecho a hacer
lo que le dé la gana». Es decir, a luchar por un pacto de igualdad con los otros pueblos de la Península y a formar con ellos una Unión de Repúblicas de Iberia.
A comienzos de junio de 1931, Maurin ha sido invitado a hablar en el Ateneo de Madrid. Allí trata de limpiar el comunismo del desprestigio en que lo sume la política del Partido oficial -que insiste en pedir todo el poder para los soviets-, y afirma que España necesita de momento una república de jacobinos. Dice:
«Creemos que España ha comenzado su revolución, y toda revolución efectiva tiene dos etapas: la revolución democrática y la revolución socialista. Sin la primera no es posible la segunda. Pero nuestra revolución debe ser una revolución típicamente española. Todas las grandes revoluciones han sido un fenómeno nacional, aunque en su fondo, pero no en su forma, hayan tenido irradiaciones universales. La ortodoxia formulista ha fracasado siempre, revolucionariamente. Por eso fracasó la Internacional Comunista en Alemania, en China y en Bulgaria. El querer reproducir en esos países la fórmula rusa ha sido el motivo del fracaso» (7).
Maurín tiene amigos en Madrid, fundadores del Partido oficial, ahora- separados de él, que forman una Agrupación Comunista. Luis Portela, que publica el semanario La Antorcha, es el más destacado. Sin entrar en el Bloque, colaboran con él.
Los bloquistas, en sus conferencias, repetían las tres condiciones que Lenin fijó para que una revolución fuera posible: que la clase dirigente se halle desmoralizada, que las clases explotadas tengan conciencia de que sólo una revolución podrá resolver sus problemas y que exista un partido revolucionario capaz de dirigir estas clases explotadas. Las dos primeras condiciones, decían los bloquistas, se daban en España, pero la tercera, no. Era preciso transformar el Bloque en este partido. La propaganda, pues, era la actividad fundamental en aquella coyuntura.
Y no era fácil. «Cuando Maurín decía en un mitin: ´Tenemos que enviar a la cárcel ..’ se veía interrumpido por gritos de ‘¡Basta de cárceles!’, y cuando trataba de precisar que había que ahorcar a los usureros y verdugos, le gritaban: ‘¡Dictador, Muera Rusia!» (8). Estas interrupciones, claro, no impedían el discurso más que el tiempo de cambiarse unos puñetazos y de que el público se inclinara con más atención aún hacia el orador.
Mientras en las Cortes Constituyentes se discutían los proyectos de Constitución y luego del Estatuto de Cataluña y de las Bases de la Reforma Agraria, el Bloque celebró mítines casi cada domingo, en todos los lugares donde tenía sesión, para fijar su posición ante cada cuestión importante. El Bloque no tenía diputados, pero no quería estar ausente de los debates parlamentarios, -que llevaba ante el público. En su número 7 (junio-agosto de 1931) el editorial de La Nueva Era resume los temas de esta campaña:
«La República ha sido el nuevo ensayo de Gobierno que la burguesía española ha llevado a cabo para evitar su derrumbamiento final y el consiguiente triunfo de la clase trabajadora.
La crisis del régimen semi-feudal español empezó a tomar graves proporciones en 1917-1919, cuando la clase trabajadora, apartándose del republicanismo pequeño-burgués, comenzó a manifestarse con personalidad propia. El equilibrio feudal-burgués había podido mantenerse hasta entonces gracias al alejamiento de los trabajadores, como clase independiente, de toda actividad política y social importante.
La burguesía, sintiéndose acosada por su adversario histórico, rompió desde ese momento la apariencia de una legalidad constitucional y recurrió al régimen de dictadura.
En el proceso del desquiciamiento capitalista hay tres etapas características: a) 1917-1919. Periodo de coalición de los partidos agrarios e industrial lo que no logró, sin embargo, dar solución a la crisis general: b) 1923-1931. Etapa de la dictadura militar. El capitalismo intenta salvarse apelando a un régimen de fuerza bordeando el fascismo: c) La República. El 14 de abril se hundió la monarquía, comenzando la fase del desmoronamiento definitivo del régimen semi-feudal. La burguesía, encontrándose en una situación inextricable, arroja por la borda a la monarquía. La dictadura sigue subsistiendo. Ha habido, no obstante, una variación importante en la relación de fuerzas.
El Gobierno provisional de la República es un bloque compacto de la gran propiedad agraria -Alcalá Zamora-, de las oligarquías financieras -Maura, Lerroux y Prieto-, de la burguesía catalana -Nicolau d’Olwer-, de la pequeña burguesía -Albornoz y Domingo-, de la burocracia del Estado -Azaña- y de la social-democracia -Largo Caballero.
La burguesía española se ha visto obligada a formar la «unión sagrada» para retrasar la hora de su caída final.
El Gobierno provisional ha logrado durante las primeras semanas contener el impulso revolucionario haciendo promesas y fiándolo todo a las Cortes.
Pero en el momento en que la clase trabajadora ha querido evitar que la Revolución fuese estrangulada, el Gobierno se ha colocado abiertamente al lado de la contrarrevolución.
La huelga revolucionaria de Sevilla, a mediados de julio, y la huelga de Teléfonos, han constituido la linde de demarcación histórica. A partir de ese momento la pequeña burguesía que había flirteado con la revolución democrática, hace marcha atrás y, horrorizada, se entrega en brazos de las fuerzas reaccionarias.
En toda Revolución se llega a un momento en que chocan las fuerzas motrices revolucionarias, puestas en movimiento, y el Gobierno que frena. En la Revolución de 1848, en junio, tuvieron lugar las matanzas de los trabajadores parisienses y el triunfo de la dictadura de Cavaignac. En la revolución española de 1873, a los cinco meses de proclamarse la República, se entronizó una dictadura republicana -Castelar- que abatiendo a sangre y fuego a los obreros y campesinos, preparó el terreno, para el golpe de Estado del general Pavía. En la Revolución alemana de 1918-1919, los espartaquistas, provocados por la burguesía y la social-democracia, se lanzaron a un movimiento de asalto sin contar con la mayoría de la clase trabajadora, y fueron vencidos.
En Rusia, 1917, cuando el movimiento bolchevique fue ganando la simpatía general de las masas trabajadoras, el Gobierno del Kerensky quiso entablar la batalla antes de que los bolcheviques fuesen suficientemente fuertes. Lenin se negó, en julio, a aceptar el combate. Había que esperar que la burguesía se desgastara más. En una situación revolucionaria aguda, uno de los beligerantes tiene que atacar necesariamente. Lo inteligente es atacar a tiempo. La contrarrevolución rusa después de haber provocado a los bolcheviques sin resultado, no tuvo más remedio que lanzarse al asalto: insurrección de Kornilov. El partido bolchevique, que no estaba diezmado por haber sabido maniobrar con tino, pudo desbaratar el ataque. Desde ese momento, el poder le estaba asegurado. Sobre la derrota de Kornilov pudo levantarse la victoria de octubre.
En España, vivimos ahora un momento extraordinariamente inquietante. La clase trabajadora y la burguesía, frente a frente, se observan atentamente. La reacción hace todo los posibles porque el proletariado libre la batalla antes de que esté suficientemente preparado. La huelga de Sevilla ha sido la primera provocación importante.
Hasta ahora, el desbordamiento de la reacción ha sido impedido en gran parte a causa del hecho revolucionario que ha creado la dualidad de poderes: Gobierno provisional, en Madrid, y Gobierno de la Generalidad, en Cataluña. La Generalidad, aunque Gobierno pequeño-burgués, se ha visto obligada, en determinados momentos, bajo la presión de los trabajadores, a servir de acantilado contra el oleaje reaccionario del Gobierno provisional.
El Estatuto de la Generalidad, si bien no encarna el derecho de Cataluña a disponer de sus destinos, es una cuña que se introduce en el viejo Estado monárquico. El movimiento autonomista general que surge en toda España como reflejo del de Cataluña y como fuerza centrífuga frente al Estado, contribuye a la desarticulación de éste, ayudando por este solo hecho, indirectamente, al triunfo de la clase trabajadora.
El Gobierno de la Generalidad entre la presión obrera y radical nacional a un lado, y la de la gran burguesía a otro lado, fluctúa y atraviesa una crisis que hace prever una completa capitulación ante la burguesía panespañola.
La crisis económica española es debida en gran parte a la crisis capitalista general. Y como la crisis mundial se agudiza más cada día, el desconcierto económico de España no tiene perspectivas de arreglo dentro del régimen capitalista. La crisis económica adquiere en España enormes proporciones. La industria se paraliza. Los bancos quiebran y se restringe el crédito. El comercio exterior disminuye. La capacidad adquisitiva del mercado interior disminuye. La peseta no posee más que el 47 por 100 de su valor nominal. Una mala cosecha ha venido aún a acrecer la situación económica desesperada.
La solución de este antagonismo entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción no puede ser otra que la ruptura brusca y el triunfo total de la clase trabajadora para pasar a estructurar la economía con arreglo a los principios socialistas.
En la etapa actual de nuestra Revolución se constata una gran separación entre el proletariado y las masas campesinas. Los campesinos en gran parte viven aún el periodo del ilusionismo democrático.
Una Revolución proletaria que no fuese apoyada por los campesinos, que en España constituyen la mayoría de la población, está condenada al fracaso.
El movimiento proletario y el de los campesinos deben soldarse para que la Revolución sea impulsada adelante por ambas fuerzas motrices.
La masa trabajadora sigue en casi su totalidad a la social-democracia y al anarco-sindicalismo. La primera, convertida en la quinta rueda de la burguesía, quiere servirse del poder, no para llevar a cabo la revolución socialista, sino para hacer una política de transición como Mac Donald, en Inglaterra. El anarco-sindicalismo rechaza el poder político.
Por eso se observa hoy en España una gran ofensiva económica por parte de los trabajadores, pero en cambio, hay un gran retraso en su evolución política en el sentido de marchar con paso rápido a la conquista de) poder.
Cuando la clase trabajadora logre dar al gran movimiento huelguístico un contenido político, la hora de su triunfo será próxima.
El porvenir de la Revolución depende de la capacidad de las masas trabajadoras para reaccionar y adaptarse al ritmo político. Si este cambio tiene lugar con mayor lentitud que el de la burguesía para asegurar su dominio, la Revolución será aplastada.
¡República socialista frente a la República burguesa! He ahí la piedra sobre la cual hay que levantar el castillo de la defensa y del ataque».
La masa de la clase media estaba con los republicanos y aprobaba automáticamente cuanto la república hacía. Una gran parte de la clase obrera estaba también, políticamente, con los republicanos, aunque sindicalmente siguiera las consignas de la FAI: La parte activa de la CNT ignoraba sistemáticamente cuanto discutían las Cortes, simplemente porque lo hacía una institución política. La masa de las derechas y la burguesía desconfiaban de la república. El Bloque tenía que educar, pues, ante todo a la clase obrera, para inmunizarla contra el apoliticismo anarquista, y después a la clase media, para darle un sentido crítico e impulsarla a empujar a los republicanos hacia posiciones más radicales. Era la primera vez que muchos españoles veían funcionar un parlamento. La campaña del Bloque, pues, era realmente de educación política. No cambió la manera de pensar de la masa obrera, pero planteó problemas y sugirió soluciones. Con el tiempo, se vio que no había sido estéril. El Bloque se convirtió, a los ojos del público, en un partido Con el que debía contarse, sino todavía en términos de fuerza, sí ya en términos de pensamiento político.
El 20 de junio L’Hora publica una entrevista con Maurín, de regreso de Madrid. En ella explica que la Internacional Comunista había realizado bajo mano algunas gestiones, rechazadas por Maurín y el Comité Ejecutivo del Bloque, para llevarlos de nuevo al Partido oficial. .»Queremos democracia y no burocracia», decía Maurín. «Nos oponemos a la creación de una central sindical comunista. El Partido oficial quiere una república soviética. Esto es comunismo infantil. Hay que pasar por la experiencia democrática y que las masas obreras se desilusionen de la república. Hay que crear Juntas revolucionarias para aprovechar esta desilusión inevitable. Los anarcosindicalistas de la CNT han sido desplazados por la FAI porque convirtieron a la CNT en un apéndice de los republicanos. La CNT ya no es una organización dirigida por revolucionarios, sino por dogmáticos».
El 30 de julio de 1931 La Batalla afirmaba: «La república ya está gastada. Han bastado tres meses de gobierno para ponerla completamente a prueba. Todo el poder debe ir a las organizaciones obreras». La Monarquía española, decían los bloquistas, había hecho de árbitro entre los intereses de los obreros y de los industriales, a la manera del despotismo asiático, con el cual Marx la había comparado. Era preciso que la república no hiciera el mismo papel, sino que tomara partido por el pueblo, y esto sólo sería posible si los obreros llegaban a controlar la república, es decir, a gobernar.
El 1 de agosto, L’Hora recomienda que se vote en favor del anteproyecto de Estatuto que se somete a referéndum en Cataluña, para llevarlo luego a las Cortes, a pesar de que lo encuentra «reducido, limitado», pues da demasiada intervención al Estado central y no prevé el financiamiento del progreso económico de Cataluña. A pesar de esto, «votar contra el anteproyecto sería ayudar al centralismo». Pero, agregaba el periódico, «si las Cortes mutilan el anteproyecto de Estatuto, hay que estar dispuestos a proclamar de nuevo la República Catalana».
El 15 de agosto, comentando la «ley de fugas» aplicada por la policía a unos obreros en el Parque María Luisa de Sevilla, L’Hora proclama: «¡Obreros, armaos!» y pone de relieve que en diciembre de 1930 se pedía la libertad de los presos políticos, en abril de 1931, el encarcelamiento de los responsables de la corrupción monárquica, y ahora, en agosto de 1931, otra vez hay que reclamar la libertad de los presos políticos.
En octubre de 1931, primer gobierno de izquierdas, puesto que los ministros de derechas del gobierno provisional (Alcalá Zamora y Maura) han dimitido por no estar de acuerdo con los artículos de la Constitución sobre materia religiosa. Lo preside el escritor Manuel Azaña. «Gobierno Kerensky», dice L’Hora (23 de octubre). A pesar de sus divisiones internas, la CNT es la gran fuerza obrera; por tanto, «todo el poder a los sindicatos». Maurín, más realista, dice en una entrevista a La Tierra de Madrid, que la crisis hubiera debido resolverse dando el poder no a un republicano, Azaña, sino a los socialistas, que a pesar de sus defectos, forman un partido obrero.
El 6 de noviembre, aniversario de la Revolución Rusa: «Una cosa es la admiración y otra el servilismo. Rusia es la patria de los rusos y nada más», dice L’Hora.
Mientras se llevaba a cabo esta campaña de educación política, el Bloque tuvo que hacer frente a otras dos tareas: las elecciones complementarias y la acción de la policía. Esta, que perseguía a fondo a la CNT, hostigaba al Bloque. La diferencia de trato se debía, claro está, a la diferencia de importancia de las dos organizaciones. El 2 de agosto, manifestación por una huelga en Barcelona: tres de los heridos son bloquistas. El 9 de agosto, nueva visita de la policía, en busca de armas, al local barcelonés del Bloque, cuando estaba reunido el Comité Central. El 12 de septiembre, “ley de fugas” frente a la Jefatura de Policía de Barcelona; tres muertos y varios heridos; entre los detenidos, diversos bloquistas. El 31 de septiembre, la edición de L’Hora confiscada por la policía por un articulo reclamando la tierra para quien la trabaja. Nada de esto, claro, perjudicaba el crecimiento del Bloque, sino que más bien lo favorecía.
Todo esto, simultaneado con una campaña electoral que para el Bloque duró tres meses.
Los bloquistas, evidentemente, no confían en las elecciones para hacer la revolución, pero quisieran tener a alguien en las Cortes, porque son una buena tribuna. Obtuvieron cierto éxito, con sorpresa suya, en las elecciones municipales del 12 de abril: 11 puestos de concejal, aunque ninguno en la ciudad de Barcelona. En las elecciones de junio, para Cortes Constituyentes, el Bloque saca 17.536 votos en Cataluña y ningún diputado (9).
Dos de los diputados elegidos por la ciudad de Barcelona lo han sido también en provincias, y renuncian a su puesto barcelonés. Hay que cubrir estos dos puestos el 4 de octubre. Maurín es el candidato del Bloque. Los anarquistas y su periódico Solidaridad Obrera hacen campaña contra él y a favor de un candidato del partido radical (que a pesar de su nombre es republicano moderado). El candidato de la derecha gana con 30.000 votos. Maurín saca 8.326 (el Partido oficial obtiene 1.264). Han votado por Maurín muchos simpatizantes que en otras elecciones dan su voto a candidatos con más probabilidades de triunfar. Hay ballotage para el segundo puesto. Se resuelve el domingo siguiente: el candidato catalanista moderado gana con 42.000 votos. Maurin saca 13.708. El Bloque, pues, no tendrá ni un diputado. El partido burgués, Lliga Catalana, ha ordenado a su afiliados que votaran por el candidato catalanista moderado, para impedir una posible victoria de Maurín. Y los anarquistas indicaron a sus simpatizantes que votaran por cualquiera excepto Maurín.
El año 1932 comienza con casi cuatro mil bloquistas. Un año antes eran setecientos.
Esto refleja la desilusión de las masas con la república. La Nueva Era (nº 8, septiembre-octubre de 1931) explica las causas de esta decepción:
«La República de 1931 sigue los mismos pasos que la de 1873. La Revolución democrática es ahogada en sangre.
La Revolución democrática tiene cuatro aspectos fundamentales como objetivos a realizar: 1º) La destrucción total de la monarquía. 2º) El reparto general de la tierra. 3º) Separación de la Iglesia y del Estado. 4º) Derecho de las nacionalidades a la autodeterminación.
¿Qué es lo que ha sido llevado a cabo? ¿Qué se ha realizado?
La monarquía queda en pie. La desaparición del rey no quiere decir que las bases monárquicas hayan sido destruidas. El rey no era más que la cúspide de una monstruosa pirámide. La monarquía la constituían la Iglesia, la aristocracia, los grandes propietarios de la tierra, la Banca, las oligarquías financieras, el ejército, la guardia civil, la policía, la burocracia, la rutina histórica… ¿Qué ha sido destruido de todo eso? Nada. No ha habido alteración alguna. La monarquía tiene sus tentáculos clavados en el corazón de España. La República se apoya sobre bases monárquicas; se sirve, en realidad, de la antigua organización monárquica para sostenerse.
La burguesía no es capaz de destruir una monarquía milenaria.
Al triunfo de la República ayudó mucho la insurrección agraria, el malestar entre los campesinos.
¿Qué ha hecho la República burguesa en pro de los campesinos?
Ha anunciado un proyecto de Reforma Agraria. Reforma es la antítesis de Revolución. No es Reforma, sino Revolución, lo que se precisa ahora. La Reforma quiere oponerse a la Revolución.
España necesita que una Revolución agraria, como la de Francia de fines del siglo XIII, como la de Rusia, a comienzos del siglo actual, la estremezca por los cuatro costados, removiéndolo todo, y no dejando piedra sobre piedra. ¡Basta de foros, basta de latifundios, basta de aparcerías, basta de «rabassa morta»! Todas estas supervivencias feudales han de ser extirpadas brutalmente por el arado de la Revolución agraria. ¡La tierra para el que la trabaja! Es decir, nacionalización de la tierra, y el libre derecho de usufructo a los que la trabajen. La Revolución agraria transformará en poco tiempo todo el suelo de la Península. Se acabará el paro forzoso. Se terminará el hambre crónica. El mercado interior se ensanchará en proporciones fabulosas, y la industria saldrá de su raquitismo tradicional.
Maura, en el discurso pronunciado en Burgos, y Alcalá Zamora, en un artículo publicado por toda la prensa, han dicho claramente que el propietario cobrará el 100 por 100 del valor de la tierra. Es decir, que el campesino tendrá que comprar la tierra, una tierra que ha fecundado él con su trabajo.
La burguesía republicana ahogará, si puede, la Revolución campesina.
El deber de un gobierno republicano era romper inmediatamente las relaciones con el Vaticano e imponer la separación brusca de la Iglesia y del Estado. A esta medida profiláctica, debía haber seguido la expropiación de todos los bienes que posee la Iglesia y la disolución de las congregaciones religiosas.
¿Qué ha hecho el gobierno?
Ha tolerado que la Iglesia complotara impunemente contra el nuevo régimen. Las congregaciones religiosas han continuado dedicándose a la enseñanza. Los jesuitas han hecho emigrar una buena parte de su capital.
«Más aún. El gobierno ha estado en relación constante con el nuncio, para llegar a un acuerdo, que parece ya esbozado en líneas generales. Se llegaría a una separación de la Iglesia y del Estado, sí, pero, durante el «proceso de adaptación», durante diez años, el Estado proseguirá sosteniendo a la Iglesia…
En la cuestión religiosa, la burguesía trata igualmente de hacer fracasar la Revolución.
Cataluña, al proclamar la República Catalana, dio el toque a rebato que precipitó la caída de la monarquía. Cataluña conquistaba el derecho a gobernarse libremente. Sin embargo, la burguesía pan-española, a los tres días, sustrajo a Cataluña su condición de República. La promesa del Estatuto fue el pago que se le hizo.
El movimiento autonomista va tomando amplias proporciones en toda España. La Revolución permite que se manifieste el divorcio histórico entre la Nación y el Estado. En la base, hay una fuerte rebelión contra el Estado unitario, opresor. Sin embargo, la burguesía, y con ella su quinta rueda, la social-democracia, se oponen, no sólo al reconocimiento del derecho nacional a la separación, sino incluso a la estructuración federal.
Nos encontramos, pues, que la burguesía trata, por todos los medios a su alcance, de estrangular la Revolución democrática. La situación es la misma que en Rusia en 1917. El gobierno Miliukov-Kerensky frenó cuanto pudo la Revolución democrática. Fueron los bolcheviques, en noviembre, al tomar el poder, los que realmente, llevaron a cabo la Revolución democrática. Destruyeron sin compasión las raigambres del viejo Estado zarista, dieron la tierra a los campesinos, la libertad a las nacionalidades y asestaron un golpe mortal a la Iglesia ortodoxa. Durante largo tiempo, los bolcheviques estuvieron entregados a la Revolución democrática, que la burguesía no había querido, o no había podido realizar.
La burguesía española ha perdido toda condición revolucionaria. Mejor dicho aún: es la muralla que se levanta para contener el oleaje de la Revolución.
¿Qué hacer, pues?
Cuando la burguesía ha dado ya la medida de lo que quiere, entonces hay que llevar a la clase trabajadora a la convicción de que es ella la que ha de tomar el poder, para terminar la Revolución democrática y pasar luego a la Revolución socialista».
Había quienes encontraban esta forma de ver las cosas como pequeñoburguesa y nacionalista. Los trotskystas, por ejemplo (10).
Ya se explicó cómo Nin, al regresar de Rusia, colaboró en L’Hora y simpatizó con el Bloque. Pero «la Federación» escribía a Trotsky el 7 de marzo de 1931, «consideraba que su [de Nin] adhesión podía agravar sus relaciones con la Internacional Comunista», y esto le parecía justo. El mismo día de las elecciones municipales que trajeron la república, Nin dice al viejo bolchevique: «Hay que entrar en la Federación, hacer en ella un trabajo sistemático y crear una fracción». Esta era la posición de los trotskystas en todo el mundo: formar fracciones en los partidos comunistas, para regenerarlos; en Cataluña, esto debía hacerse en el Bloque, puesto que el Partido oficial era de hecho inexistente. Pero en junio (día 29) las cosas ya no son tan claras, porque Nin escribe al desterrado de Prinkipo que la política de la Federación es «vacilante, indefinida. Mis relaciones con sus dirigentes han pasado por diversas etapas: colaboración, ruptura, nueva colaboración, nueva ruptura».
Entre tanto, Nin ha despertado algo a la letárgica Sección Española de la Oposición Comunista y ha comenzado a aparecer la revista mensual Comunismo, en cuyo número 3 escribe un artículo criticando al Bloque y a Maurín y afirmando que la campaña electoral del Bloque «tuvo poco de comunista». Pero el 18 de septiembre, todavía dice a Trotsky que si consiguiera formar un núcleo trotskysta en Cataluña, sería partidario de que sus miembros adhirieran al Bloque en provincias y al Partido oficial en la ciudad de Barcelona. «Podrían contribuir activamente a la descomposición del Bloque».
Por lealtad personal y algo por debilidad de carácter ante la intransigencia de Trotsky, Nin acepta, creo que de mala gana, lo que Trotsky le escribe el 20 de junio: «hay que someter a Maurín a una crítica implacable e incesante, que los acontecimientos confirmarán brillantemente». Lo que los acontecimientos reflejaron fue un constante crecimiento del Bloque y el estancamiento de la Oposición Comunista.
La posición de Nin, claro está, desagradaba a los bloquistas. El 30 de abril, L’Hora califica el trotskysmo de «enfermedad de snobs» y el 7 de mayo publica un artículo de Arquer, «Contra las luchas intestinas comunistas», en el cual se decía que las luchas de los trotskystas tenían razón de ser en la URSS, pero no fuera de ella, donde «hacer trotskystas era trabajar contra el comunismo». Cuando Nin, en mayo, se decide a pedir su ingreso al Bloque, el Comité Ejecutivo le contestó que su adhesión no era conveniente, de momento. «Vuestra respuesta evasiva demuestra -les contestó Nin- que mis deseos sinceros de contribuir a la unificación indispensable de las fuerzas comunistas no ha encontrado en vosotros el eco que merecía». El Comité Ejecutivo rechazaba, de hecho, no a Nin, sino al trotskysmo, y al hacerlo sabía que protegía al Bloque del fraccionalismo que, como se ha visto, los trotskystas se proponían realizar dentro de él.
El 1 de septiembre de 1932, Trotsky ordenaba, desde su isla turca, que la Oposición rompiera con la Federación y unos días después agregaba que «entrar en la Federación deshonraría a la Oposición». Los hechos, sin embargo, dieron la razón al Bloque. Los trotskystas vieron cómo sus relaciones con Trotsky se enfriaban, porque disentían de él sobre cuestiones de personalidad relacionadas con el Secretariado Internacional de la Oposición. En diciembre de 1933, Trotsky, en una carta a las secciones de la Oposición, criticaba a la sección española y hablaba del «peligro y falsedad de la política del camarada Nin». En septiembre de 1934, un editorial de Comunismo informaba que la Oposición española había roto con la organización trotskysta internacional, porque se negaba a aceptar la nueva táctica, fijada por Trotsky, de entrar en los partidos socialistas (lo que se llamó el viraje francés, puesto que se inspiraba en la situación de Francia en aquel momento). Si Nin hubiera sido aceptado en el Bloque en 1931, habría tenido que defender en él estas posiciones sucesivas, hubiese creado divisiones y, finalmente, hubieran tenido que expulsarlo. Lo que Nin calificaba de respuesta evasiva era, pues, en realidad, un intento de despersonalizar y suavizar la negativa de admisión (11)
Nin había publicado, a su regreso, una respuesta a un libro del lider catalanista de derechas Francesc Cambó en el cual éste daba consejos al dictador español y analizaba el fascismo italiano. Este libro de Nin, Les dictadures dels nostres dies, tuvo éxito. Luego, hizo, como ganapán, una serie de magnificas traducciones de novelas rusas al catalán, y preparaba un libro sobre el marxismo y la cuestión nacional. Los intelectuales admiraban al traductor y los dirigentes obreros respetaban al militante. El Bloque hubiera visto con gusto a Nin en sus filas. Esperaban que la experiencia catalana iría eliminando el barniz que nueve años de estancia en la URSS habían posado sobre sus reacciones. Pero era demasiado arriesgado aceptar a alguien, por muchos méritos que tuviera, que de momento estaba destinado, por su convicciones y lealtades, a dividir al Bloque.
Maurín escribía a comienzos de 1932:
«El BOC es combatido por la secta impotente de los trotskystas como un movimiento puramente catalanista. El BOC ha sabido dar a la cuestión nacional una interpretación leninista que los pedantes trotskystas son incapaces de asimilar. Ha visto la gran fuerza revolucionaria democrática que posee el movimiento de liberación nacional y ha buscado su concurso, como se ha procurado asimismo el de los campesinos» (12).
Si la crítica del Bloque por los trotskystas era un eco de lo que pensaba Trotsky, la que dirigió el Partido oficial era una mala traducción de loe scrito en Moscú por los altos funcionarios de la Tercera Internacional.
El Partido oficial se quedó sin sección catalano-balear cuando la Federación se separó de él (o, comod ecía el partido, fue expulsada). En 1931, una docena de miembros de la Federación que no habían seguido a ésta, formaban, aunque sólo fuera de nombre, el Partido oficial en Cataluña. Ya se vio que en las elecciones de junio de 1931 obtuvieron 2.320 votos en toda Cataluña.
La Internacional esperaba atraerse todavía a la Federación. Realizó, sin éxito, algunas gestiones privadas (13) El Buró Político del Partido oficial se reunió entonces, y decidió hacer un ofrecimiento público: los disidentes podían regresar al Partido como si no hubiera sucedido nada. Bullejos -que sin duda tenía a Maurín como competidor por la dirección- se opuso a que este ofrecimiento lo abarcara. El delegado de la Comintern, Humbert-Droz, decidió entonces invitar a Maurín y otros bloquistas a Moscú, donde podían discutir todas las cuestiones pendientes con Bullejos, al que darían la orden de ir allí. Maurín rechazó la invitación. No se trataba de una cuestión de quien debía dirigir el Partido, sino de principios. Arlandis y algunos otros, que para entonces se arrepentían ya de haber seguido a la Federación, insistieron para que aceptara, y lo mismo hicieron algunos dirigentes bloquistas. Pero Maurín siguió negándose a ir, aunque no se opuso a que fuera una delegación, y en vista de esto el delegado de la Internacional retiró la invitación no sólo a Maurín, sino a los demás. Comprendieron por fin que Moscú quería que Maurín fuera a la capital rusa para no dejarlo regresar (14). No hubo ya más dudas. Pero el Partido oficial todavía creía que sería posible separar a Maurín del Bloque. El semanario Mundo Obrero, órgano oficial del Partido, publicó a últimos de junio de 1931 un llamamiento a los militantes del Bloque invitándolos a entrar en el Partido:
«En diferentes ocasiones, la Internacional Comunista y el Partido intentaron poner fin a esta situación que tanto daño ocasionaba al desarrollo del movimiento comunista en España. Últimamente la Internacional pidió a los jefes del Bloque el envío de una delegación a Moscú para tratar de las condiciones de su reintegro al Partido, y, por tanto, de la unificación de todas las fuerzas comunistas. Maurín, que ya había emprendido resueltamente su política de alianza con la burguesía catalana, capitulando vergonzosamente ante Macià, y que desde la tribuna del Ateneo de Madrid atacaba a la Internacional Comunista, rechazó la invitación que se le hacía, poniendo así de manifiesto, tanto sus propósitos escisionistas como la falsedad de todas sus declaraciones respecto a la unificación comunista en Cataluña.
El Comité Central del Partido Comunista (S.E. de la I.C.) os dirige un caluroso llamamiento para que reintegréis en nuestras filas y declara que está dispuesto a admitiros en bloque, sobre la base de la aceptación sin reservas del programa y de la línea política de la Internacional Comunista y de su Sección española (15).
Miravitlles, en una conferencia, caracterizó así esta invitación:
«El Partido Comunista de España, sección española de la Internacional Comunista, hizo honor a su subtítulo (16)».
La invitación no tuvo eco alguno en el Bloque, pero dio pretexto a algunos elementos de la Federación que habían seguido de mala gana a Maurín, para regresar a la vida descansada (intelectualmente hablando) del Partido oficial. Estos elementos trataron de dividir al Bloque y fueron expulsados por el Comité Central. Ninguno tenía cargos importantes, pero llegaron a ocuparlos en el Partido oficial. Los más destacados eran Antonio Sesé e Hilario Arlandis. Finalmente, la Internacional convalidó, en julio de 1931, la decisión del Buró Político del Partido oficial de expulsar a la Federación Comunista Catalano-Balear. En la resolución correspondiente de Moscú, se acusaba al liberalismo y menchevismo, nacionalismo pequeño burgués, de reflejar las ideas de Trotsky y de negar el papel dirigente del proletariado. Es curioso observar que las mismas acusaciones lanzaban contra el Bloque los trotskystas.
Era evidente que Moscú -cuyo partido tenía en toda España menos afiliados que el Bloque en sólo Cataluña-, debía crear una organización que se enfrentara a los bloquistas. Por aquel entonces había regresado de la URSS aquel Ramón Casanellas que se refugió allí en 1921 después de haber participado en el atentado que costó la vida al jefe del gobierno Eduardo Dato, organizado por la CNT. Lo acompañaba un delegado de la Internacional, el húngaro Erno Gerö, que desde entonces actuó siempre en Cataluña bajo el seudónimo de Pedro. (Ese mismo Gerö se encargó, en 1956, de pedir la entrada de los tanques soviéticos en Hungría.) Casanellas fue candidato del Partido oficial en Barcelona. Lo detuvieron luego y lo expulsaron so pretexto de que, habiendo adquirido la nacionalidad soviética estando en Rusia, entró en España sin permiso. Pero al poco normalizó su situación jurídica y regresó a Barcelona.
No era buen orador ni buen escritor, no gozaba de prestigio entre las masas. Moscú pensó, sin duda, que el haber sido uno de los autores de la muerte de Dato le daría influencia entre los anarquistas, pero éstos lo consideraban pasado al enemigo marxista. En su breve actuación (murió en 1933 en un accidente de moto), siguió siempre fielmente las indicaciones de Gerö.
Moscú no estaba satisfecho con la situación de sus fuerzas en España. El 15 de enero de 1932, la oficina para la Europa Occidental del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista publicó una carta en la cual decía que el partido comunista español «no tuvo una actitud correcta respecto al grupo Maurín y su Bloque Obrero y Campesino. Sin menguar en ningún modo la lucha por desenmascarar a Maurín y sus ideas pequeño-burguesas y la colaboración en práctica de su grupo con la burguesía -en realidad, intensificando esa lucha y negándose a hacer cualquier concesión, en cuestión de principios-, sin disimular las diferencias existentes, el partido comunista debe ayudar a todos los miembros de esta organización que están prontos a acogerse a la bandera del Comintern a unirse a las filas del partido comunista».
En marzo de 1932 se reunió en Sevilla el quinto Congreso del Partido oficial, y entre otras cosas, decidió crear un Partido Comunista en Cataluña, que sería aparentemente autónomo y estaría nominalmente adherido de modo directo a la Internacional Comunista. Aunque se esperaba halagar así a los catalanistas, éstos pronto se dieron cuenta de que no habían sido los comunistas catalanes quienes crearon su propio partido, sino que fue establecido por una decisión del Partido español siguiendo indicaciones de la Comintern.
En mayo comenzó a funcionar el Partit Comunista de Catalunya, con Casanellas como Secretario General y con el semanario Catalunya Roja como órgano de prensa. Tanto el Partido español como el catalán empezaron entonces una activa campaña permanente, contra el Bloque, que no tuvo repercusión alguna. El folleto “Los renegados del comunismo. El Bloque Obrero y Campesino de Maurín” (17) resume los argumentos del comunismo oficial contra el Bloque.
«La burguesía -decía el folleto-, tiene como agentes en el seno de la clase obrera no sólo a los jefes socialfascistas y anarcosindicalistas. Los agentes de la burguesía no se encubren solamente con el nombre de «socialismo» o «anarquismo», sino también con el de «comunismo». «El Bloque obrero y campesino» de Maurín y «la Izquierda comunista» de los trotskystas representan dos organizaciones que cumplen el mandato de la burguesía de debilitar y descomponer las filas del Partido Comunista. La destrucción de la dirección traidora y renegada de estas organizaciones, la conquista para el comunismo verdaderamente leninista de los obreros revolucionarios engañados por ellos, es una tarea importantísima del Partido comunista, como lo es la destrucción de la dirección socialfascista y anarcosindicalista.
El «Bloque Obrero y Campesino» de Maurín manifiesta su oportunismo y traición en formas abiertas y bastante descaradas. En su famosa conferencia del Ateneo de Madrid, en junio de 1931, Maurín, para tranquilizar al público burgués, declaró que él no era un comunista ortodoxo, sino un comunista de género especial, al cual es más fácil comprender y que se adapta mejor a las condiciones de España. Esta «adaptación» de Maurín se expresó en la renuncia a la consigna de los soviets, en la defensa de una «Convención» pequeño-burguesa y en la lucha directa contra la Internacional Comunista».
Decir que el gobierno Azaña era pequeño-burgués, como hacía Maurín, equivalía, según el folleto, a apoyar y propagar «la ilusión de que este gobierno no es contrarrevolucionario». Separarse de la Internacional equivaldría a romper con el comunismo. La consigna dada por el Bloque de toma del poder por los comités de fábrica parecía errónea al Partido oficial, porque el poder sólo pueden tomarlo los soviets. El sistema de organización a dos niveles del Bloque era «liquidacionismo» y al oponerse al Partido oficial, el BOC cumplía «un mandato indudable de la burguesía». Maurín era «un agente de la burguesía para la descomposición de las filas comunistas que aprovecha la máscara comunista como requisito necesario de su trabajo de traición».
En otro folleto (18) «el Partido oficial arremete contra la posición del Bloque en la cuestión catalana. El Bloque hace el juego a la burguesía y de hecho «sostiene el gobierno contrarrevolucionario de Macià, al considerar que la formación de la Generalitat ha creado un segundo poder, lo cual es favorable a la revolución democrática. Esta posición, dice el nada misterioso Prof. I. Kom, es parecida a la de los trotskystas, pero aún peor que ella (y para ser peor que un trotskysta, a los ojos de un comunista oficial, hay que ser realmente muy malo), porque el Bloque propugna el separatismo y Trotsky se opone a él. Pero esto se debe a que los «maurinistas» quieren estar al servicio de la burguesía catalana, mientras que los trotskystas prefieren estar al servicio de la «nación imperialista española»
Después de este delirio de casuística, el autor del folleto afirma que el problema nacional español se reduce a la rebelión de los campesinos catalanes y gallegos contra los sistemas de arrendamiento prevalecientes en su zona. Los obreros no tienen nada que ver, pues, con el problema nacional, que es lo que sostenían Lerroux en 1909 y la FAI en 1932.
Merece la pena citar las frases principales de esos folletos:
«La táctica política de los maurinistas sirve de excelente demostración práctica de que la separación del movimiento comunista de la Internacional significa en realidad la ruptura con el Comunismo. Renunciando a aplicar la línea leninista justa y consecuentemente, Maurín empezó a ocuparse de maniobras sin principio entre varios grupos políticos, en relación con diferentes cuestiones políticas, y le parece, prisionero como se halla de la burguesía, que ejerce una influencia sobre ella. Como resultado ha llegado a una confusión ecléctica en el dominio de las formulaciones teóricas y al servilismo político práctico respecto de la burguesía. Tal es la suerte inevitable de los politicastros pequeño-burgueses.
Es errónea también la consigna de la «toma del poder por los Comités de Fábrica». Los comités de fábrica y los comités de campesinos son realmente amplias organizaciones especiales políticas primordiales, capaces de ser un potente instrumento para la preparación de la toma del poder por el proletariado y de sus aliados, los campesinos. Pero este papel lo pueden desempeñar solamente en embrión, como antecesores, como camino hacia la creación de los Soviets, como los reductos de los Soviets en las fábricas, como garantía para la solidez de los soviets, como palanca potente de la victoria de los soviets, única forma del poder revolucionario obrero y campesino.
El sentido fundamental y el contenido del maurinismo es la lucha contra el comunismo, la lucha por el rompimiento de la unidad de las fuerzas revolucionarias del proletariado bajo las banderas del Partido Comunista. A La posición anticomunista de los maurinistas en los problemas fundamentales de la estrategia y táctica de la revolución, corresponde también su posición anticomunista en la cuestión del, Partido mismo. Los maurinistas de hecho disuelven al Partido en el Bloque Obrero y Campesmo. El articulo de Víctor Colomé «La Federación y el Bloque» («La Batalla» del 24 de diciembre de 1931), desarrolla una «teoría» original, que subraya el completo alejamiento de los maurinistas de la doctrina leninista sobre el Partido. Colomé plantea la cuestión de la profunda diferencia y contraposición entre los miembros del Partido preparados y conscientes y las amplias masas de obreros que simpatizan con el comunismo. La incorporación de esos obreros al Partido, en otras palabras, la creación de un partido comunista de masas, Colomé la considera inaceptable. Un partido comunista de masas, en su opinión, «quedará reducido a la impotencia por la diversidad de opiniones y confusiones que irán desde el comunista mejor preparado hasta el que comienza a simpatizar. El mecanismo funcionará con gran dificultad y las crisis serán permanentes. Resultado: un aparato inútil» (Víctor Colomé, «La Federación y el Bloque», La Batalla, 24 de diciembre de 1931). Por otra parte, continúa Colomé, el grupo de comunistas preparados, conscientes, es cuantitativamente limitado y necesita de una amplia organización de simpatizantes para llevar a cabo su política. La Federación comunista de Maurín y el Bloque Obrero y Campesino representan precisamente, según la opinión de Colomé, la unión de esta minoría consciente con la amplia organización de simpatizantes.
Este punto de vista es absolutamente extraño al comunismo. El comunismo preconiza un Partido comunista de masas capaz de aplicar su línea en las amplias organizaciones sin partido: en los sindicatos, en los soviets, etc, El comunismo no debilita ni separa a los obreros comunistas preparados de los no preparados, sino al contrario los une, garantiza la dirección de toda la clase por la vanguardia. Si las simpatías comunistas de los obreros y su deseo de luchar en las filas del partido comunista están ya suficientemente determinadas y esos obreros piden el ingreso en el Partido, aceptan su programa, resoluciones y disciplina, el Partido les acoge y realiza su educación en las filas del partido y no en una organización de simpatizantes. El punto de vista de los maurinistas representa dos crímenes fundamentales contra el comunismo: la distinción de los comunistas «conscientes» en una secta limitada y la creación, en vez del partido, de una imitación indeterminada de él en forma de organización de simpatizantes, la creación, en vez del partido del proletariado, del «Bloque Obrero y Campesino».
Pero una manifestación todavía más clara del liquidacionismo de los maurinistas es su posición frente al partido. Es difícil imaginarse una posición más cobarde y contrarrevolucionaria. Los maurimstas declaran que el partido comunista es un «mito» y proclaman abiertamente que el objeto final de ellos es derrumbar y aniquilar el partido. Esto es un mandato indudable de la burguesía, la cual comprende perfectamente que su único enemigo peligroso es la Internacional Comunista y sus secciones.
En la resolución del Pleno ampliado del partido de Maurín leemos:
«Hasta aquí, el desbordamiento de la reacción republicano fascista ha sido impedido en gran parte gracias al hecho revolucionario de la dualidad de poderes: Gobierno provisional de Madrid y Gobierno de la Generalidad de Cataluña. La Generalidad, aunque gobierno pequeñoburgués, se ha visto obligada en determinados momentos, bajo
la presión de los trabajadores, a servir de acantilado ante el oleaje reaccionario del Gobierno provisional…».
Y más lejos se dice con la misma franqueza: «La clase trabajadora…ha de tratar de acentuar la dualidad de poderes, procurando con su actuación política transformar el gobierno pequeñoburgués de la Generalidad en gobierno obrero de la República obrera de Cataluña» («La Batalla», 13-11-31).
Las conclusiones políticas son claras: el deber del proletariado consiste de este modo en sostener el doble poder, es decir, en «sostener el gobierno contrarrevolucionario de Macia», y ello hasta su «transformación pacífica (mediante la actividad política del proletariado, es decir la presión de abajo) en el gobierno obrero de Cataluña».
A pesar de la enternecedora unidad de opiniones en las cuestiones políticas «cardinales» de los trotskystas y Maurín, existen también «divergencias» entre ellos. Maurín propugna el apoyo al movimiento nacionalista “separatista” de las nacionalidades oprimidas, el movimiento por la «separación» de Cataluña y España.
Trotsky combate el «separatismo», la separación de Cataluña y el desmembramiento de España en nombre de la «unidad económica» del país: «Nuestro programa es la federación hispánica con el mantenimiento indispensable de la unidad económica», dice Trotsky en la «Carta con motivo de la cuestión catalana» (Verité «, 1-septiembre-1931).
¿Dónde se ha ido a esconder el derecho de las nacionalidades a la autodeterminación hasta la separación del Estado central? ¿Por qué defiende Maurín la separación de Cataluña, el separatismo? Porque representa el ala «izquierda» de la burguesía «catalana» nacional contrarre volucionaria que, de palabra, es partidaria de la separación, pero que «de hecho sostiene» al gobierno de Macia y a sus dueños imperialistas de Madrid. ¿Por qué los trotskystas luchan tan enérgicamente «contra» la separación, contra el separatismo, en nombre de la «unidad económica» de España, realizada como es sabido bajo la égida del gobierno opresor imperialista de Azaña-Largo Caballero? Porque a los trotskystas no les agrada de ningún modo estar al servicio únicamente de la burguesía «catalana» (aunque hacen esto, como ya hemos visto, declarando que Macia se atiene «a las soluciones radicales». Prefieren intervenir con el partido socialista de España en calidad de exploradores y trovadores de la «nación imperialista española».
Los socialistas españoles no se preocupan menos que Trotsky de la «unidad económica» de España y combaten el separatismo como «el peor enemigo de la democracia, de la paz y de Cataluña» («El Socialista», 6-VIII-931).
Lo que los comunistas oficiales no pueden perdonar al Bloque, en realidad, es la crítica bloquista a la burocracia de la Internacional. En el folleto de Maurín ya citado (19) se lee, por ejemplo, esto:
Algo que ha contribuido mucho a la fortaleza del BOC, aunque en ciertos momentos constituya un motivo de grandes dificultades, es su pobreza. No tiene otros recursos que los que consigue con las cotizaciones.
La ayuda económica que los partidos comunistas oficiales reciben de la I.C., es extremadamente perniciosa. Se crea una burocracia permanente que acaba por estar de acuerdo de una manera sistemática con quien manda. Así las cosas, la actividad de los partidos depende del tanto por ciento de protección que reciben. La personalidad de los partidos desaparece, quedando convertidos en piezas de una gran máquina burocrática…
La experiencia ha demostrado de un modo asaz concluyente que el régimen de dictadura burocrática que impera en los partidos comunistas oficiales es tremendamente funesto para la vitalidad del movimiento comunista.
Los republicanos, por su parte, no dejan de dirigir reproches al Bloque, en especial el de que con su crítica de la actuación de la república debilita a ésta. Le achacan además que no es partidario de la democracia. Maurín contesta a esto con unas frases bien claras:
El BOC reivindica la democracia obrera y cree que en ella hay una gran fuerza creadora. Rechaza la teoría de que sólo una pequeña minoría es la que ha de pensar y la gran masa obedecer, y actúa de manera que sea por la acción y el pensamiento de todos su adherentes que el BOC triunfe y trace su línea de conducta (20).
El año 1932 aporta no sólo éstas y otras críticas, sino también luchas, aciertos y tropiezos. Comenzó con un levantamiento anarquista en la cuenca catalana del Alto Llobregat, el 21 de enero, que fue aplastado por las fuerzas policíacas. Pero ocurrió algo interesante: por primera vez unos comités anarquistas, en los pueblos mineros de Fígols y Sallent, tomaron el poder, se instalaron en los ayuntamientos y dieron órdenes para organizar la vida de esas ciudades, durante las 48 horas que estuvieron en sus manos. La Batalla del 29 de enero lo pone de relieve: “Estamos en presencia de un hecho histórico de la más alta significación, que señala para la marcha de nuestra revolución un giro importantísimo. El anarquismo ha dejado de existir. Los obreros y entre ellos, naturalmente, los anarquistas, han aceptado la tesis marxista de la toma del poder”. Los hechos, más tarde, demostrarán que este optimismo no estaba justificado, puesto que en otros lanzamientos anarquistas, en 1932 y 1933, no se repitió la toma del poder local.
Los hechos del Alto Llobregat aportaron al Bloque a algunos militantes cenetistas que habían participado en ellos y aprendieron su lección, después de haber sido deportados a Bata (Africa Occidental) por el gobierno Azaña. Manuel Prieto fue el más destacado. Otro cenetista, que no había tomado parte en dichos hechos, también ingresó al Bloque, Ramón Magre, dirigente destacado de la Unión Gastronómica, un sindicato autónomo de cocineros y camareros. Pero estas adhesiones no determinaron una corriente de cenetistas hacia el Bloque. Las razones eran más psicológicas que políticas. Un militante es, a la vez, un hombre que piensa en términos ideológicos determinados y un hombre que vive en un ambiente dado (el de su organización). En el Bloque los anarquistas se encontraban fuera de su casa, no sólo porque era difícil pasar de la retórica ácrata a la marxista, sino también porque el sentimiento de amistad entre los militantes no se abría fácilmente a los recién llegados procedentes de otras organizaciones.
Había otros medios de expansión. Uno de ellos eran los ateneos obreros. Mientras los miembros de la Unió Socialista de Catalunya se concentraban en el Ateneo Polytechnicum, los bloquistas conquistaron el Ateneo Enciclopédico Popular,
de muy larga tradición. Para ello, los bloquistas se afiliaron en masa y obtuvieron así mayoría en la asamblea para elegir la Junta Directiva. A partir de ese momento, el Enciclopédico redobló su actividad, adoptó iniciativas importantes en el terreno de la educación para los hijos de obreros (por ejemplo, encabezó una campaña pro escuelas) y organizó cursillos de educación política a cargo de figuras destacadas del movimiento obrero. No fue una actividad sectarea, pero era evidente que favorecía al Bloque el simple hecho de que la llevaran a cabo los bloquistas. La USC, los nacionalistas de la Esquerra y el Partido oficial se alarmaron y trataron de copar las asambleas, pero hasta la guerra civil los bloquistas dirigieron el Enciclopédico en colaboración con viejos socios súbitamente rejuvenecidos. Conquistaron también otros ateneos en los barrios obreros y en varias ciudades de provincias; cuando no los había, los fundaron. En los ateneos estaba la sal del proletariado y el Bloque atrajo a los mejores elementos de esta selección, al darles participación en la dirección de los ateneos (21). Los oradores bloquistas sabían que disponían de tribunas prestigiosas desde las cuales exponer sus puntos de vista, pero no trataron de
monopolizarlas.
Otro terreno en el cual el Bloque avanzaba era el sindical. Un pleno regional de la CNT, reunido en Sabadell en abril de 1932, expulsó a las Federaciones locales de sindicatos de Lérida y Gerona, dirigidas por bloquistas, y en mayo el Comité Regional expulsó a la Federación local de Tarragona, por igual motivo. Fue una especie de pataleta de los anarquistas por la crítica bloquista de tal aventura insurreccional de enero (22).
Al lado de estas organizaciones de trabajadores industriales, los bloquistas trataban de organizar a los campesinos. Estos no estaban encuadrados en ninguna parte, fuera de los rabassaires (medieros de la vid), cuya Unión se hallaba controlada por la Esquerra, aunque en ella los bloquistas iban penetrando lentamente. En 1932, fundaron en Lérida la Unió Agraria y en Gerona la Acció Social Agraria. En 1934, la Unió de Lérida tenía casi tantos afiliados como la Unió de Rabassaires (18.000), y la de Gerona se acercaba a los 12.000 (23).
En el terreno sindical el Bloque tuvo una iniciativa que luego otros trataron de atribuirse y que lógicamente hubiera debido corresponder a la CNT si esta central sindical no se hubiese puesto a sí misma entre la espada de las aventuras insurreccionales y la pared de las reivindicaciones inmediatas de sus afiliados. Me refiero a la lucha para defender a los obreros en paro forzoso.
El país pasaba por una crisis económica fuerte, eco de la mundial, pero agravada por la fuga de capitales y el sabotaje económico de los industriales y grandes terratenientes adversarios de la república. Había 400.000 obreros sin trabajo, la mayoría en el campo, y de ellos 34.000 en la provincia de Barcelona (24).
Para un partido obrero, era deber y conveniencia tratar de organizar a los obreros parados. El Bloque se lanzó a esta tarea. Josep Coll, un albañil sin trabajo, era el cerebro de la campaña y Andreu Sabadell, un obrero sin empleo del ramo del agua, su agitador más eficaz. El Bloque había hablado ya del paro forzoso en su programa municipal de 1931.
La campaña encontró eco y condujo a la formación de un Frente Obrero contra el Paro Forzoso, dirigido por bloquistas. El Bloque convocó a una conferencia sobre el paro forzoso, que se reunió el 12 de febrero de 1933, con delegados del Bloque, la USC, varios sindicatos autónomos y las Federaciones expulsadas de la CNT (es decir, dirigidas por bloquistas). El Partido oficial, la CNT y los treintistas no participaron.
Esta conferencia aprobó una lista de reivindicaciones: jornada de seis horas, seguro contra el paro, aumento de los subsidios a los parados (35 pesetas semanales a los obreros y 50 a los casados) y una reforma tributaria que permitiera aplicar estas medidas. El Bloque, al convocar la conferencia había advertido:
“Es preciso que la clase obrera concrete en unas consignas sus aspiraciones inmediatas. Hay que concretar estas aspiraciones pero no nos hagamos la ilusión de que el problema del paro forzoso se pueda resolver dentro del régimen capitalista. Sabemos de sobra que, a pesar de conformarnos con poca cosa, esa poca cosa a la que podemos aspirar actualmente nos costará muchísimo conseguirla. Los obreros que trabajan deben ponerse al lado de los parados. Deben luchar por hacer triunfar las reivindicaciones de los que están sin trabajo por solidaridad de clase y porque mañana mismo pueden ser las consignas que les interesen de una manera directa”.
En abril; el Frente contra el Paro Forzoso escribió a los diputados al Parlamento catalán. Los socialistas del mismo propusieron una ley estableciendo la jornada de seis horas. El Parlamento no la aceptó y en cambio creó un Instituto contra el Paro Forzoso, con 65.7 millones de pesetas anuales. Esta ley, presentada por la Esquerra, era más amplia que la propuesta por sus aliados los socialistas catalanes. Sin la campaña y la conferencia, nada de esto hubiera tenido lugar.
Pero pequeños éxitos como éste no hacían perder la cabeza a los bloquistas. La situación del país era inquietante. El 10 de agosto de 1932, el general José Sanjurjo se sublevó en Sevilla contra la República. Una huelga general frustró esta tentativa. El Bloque, que había denunciado los preparativos de golpe desde hacía varios meses, reclamó la ejecución de Sanjurjo (que fue juzgado, condenado a muerte e indultado a petición de los socialistas). El mismo día de la sublevación, Mundo Obrero, el diario comunista, publicaba a toda página este título: “El gobierno Azaña es el centro de la contrarrevolución fascista”. Por ésta y otras pruebas de falta de sensibilidad política, Moscú acabó cambiando la troika Bullejos- Trilla-Adame y sustituyéndola por una nueva encabezada por el sevillano. José Díaz, que siguió al frente del partido hasta que se suicidó en Georgia, ya terminada la guerra civil española. Pero nada cambió en el Partido oficial, porque el mal no venía de la troika sino de su sumisión a Moscú. La nueva dirección continuó con la táctica del «social-fascismo», que en Alemania estaba abriendo las puertas del poder a Hitler. Criticar a los socialistas y anarquistas, como hacía el Bloque, no quería decir que hubiera que considerarlos la «antesala del fascismo», como decía el Partido oficial por órdenes de Moscú. Por esto, el Partido oficial seguía siendo un esqueleto. En las elecciones a diputados al Parlamento catalán, en noviembre de 1932, el Bloque obtuvo 12.000 votos en Cataluña, de los cuales 3.565 en Barcelona-ciudad, y el Partido oficial 1.216. La Lliga tuvo en Barcelona 37.000 votos y la Esquerra 65.000.
La diferencia de posiciones políticas entre el Bloque y cualquier otra orgnización obrera, se vio clara en el segundo Congreso de la Federación Comunista Catalano-Balear (es decir, la organización de militantes del Bloque). Se reunió en abril de 1932, en un nuevo local central, en la calle de Palau número 6. Desde dos meses antes, La Batalla publicó las tesis que discutiría el congreso, para que se debatieran en las células. El Congreso aprobó cambiar el nombre de la Federación por el de Federación Comunista Ibérica, con el fin de englobar a pequeños grupos de simpatizantes en Asturias, Madrid y Valencia. Algunos delegados se opusieron, porque consideraban que era prematuro poder extenderse fuera de Cataluña.
Tal vez el documento más interesante fue la tesis aprobada sobre la cuestión nacional. Merece reproducirse porque analiza la posición de otras fuerzas obreras sobre este problema y porque muestra que había una plena coincidencia entre los bloquistas procedentes del comunismo catalán y los procedentes de la CNT y del comunismo oficial; el aporte de nuevos elementos había, en realidad, sumergido y fundido a estos grupos fundadores. Decía así, en lo fundamental: (25)
“1.-La caída de la monarquía y la implantación de la república, como que este cambio de régimen no ha ido acompañado de la incorporación al nuevo Estado político del programa de la revolución democrática, no representa un avance muy sensible no sólo en el orden de las relaciones de las clases sociales en pugna, sino que tampoco en las relaciones entre las colectividades nacionales que viven, de buen o mal grado, dentro del marco del Estado español.
2.-Bajo la monarquía, el Estado imperialista pan-español, formado históricamente de nacionalidades diversas, sobre las cuales ejercía su hegemonía el feudalismo de Castilla vinculado estrechamente con la monarquía y dominando en las grandes arterias capitalistas superpuestas sobre una economía semi-feudal y pequeño-burguesa, no había logrado fundirse en un solo espíritu nacional. El espíritu asimilista del imperialismo castellano no consiguió vencer la personalidad de las naciones de la periferia: Cataluña, Galicia, Vasconia.
Se ha formado el Estado antes que la nación. El Estado castellano ha logrado poco a poco ejercer su hegemonía sobre las demás nacionalidades ibéricas, destruyendo los organismos estatales de estas nacionalidades. La formación histórica del Estado español no se apoya, pues, sobre bases burguesas sino que toma todas las características feudales, hostil, por tanto, al capitalismo industrial. Dentro del Estado español han ejercido la supremacía no las naciones más progresivas y de mayor impulso industrial -Cataluña, Vasconia- sino las más atrasadas; los núcleos donde aún impera el feudalismo agrario -Castilla, Andalucía, Extremadura, etc.-. Este hecho, explica en parte la contradicción histórica de que el capitalismo no se haya desenvuelto y que falto de impulso al tener que vivir controlado y reglamentado por un Estado de tipo feudal y adverso al capitalismo industrial, éste haya: tenido que vivir a la sombra del arancel, concesión que le ha sido hecha por el latifundismo agrario como paga a su sumisión política.
8.-EI movimiento obrero en Cataluña, sobre el cual ha ejercido durante décadas su hegemonía el anarquismo, se desinteresaba de los problemas políticos, y confundiendo lamentablemente la parte anecdótica del catalanismo -el hecho de que estuviese controlada por la burguesía- con el hecho esencial de una colectividad que comenzaba a reivindicar el derecho a su personalidad independiente, produjo la gran paradoja de que un movimiento esencialmente liberador no interesara a las masas obreras y que su solución, por tanto, no fuese puesta en sus programas de clase.
Esta actitud de incomprensión de los anarco-sindicalistas no ha cambiado en lo más mínimo hasta hoy. En nombre de la «unidad revolucionaria (?) del proletariado» los elementos directivos de la Confederación Nacional del Trabajo han llegado a hacer la afirmación suicida, centralista y reaccionaria, de que se «levantarían en armas contra todo intento de separación», prestando así apoyo al centralismo feudal y colocándose en una situación eminentemente contraria a sus postulados libertarios.
9.-La posición ante el problema de las nacionalidades ibéricas de los hombres del “Partido Socialista Obrero Español”, no se aparta ni poco ni mucho de la posición adoptada por sus colegas, los partidos socialistas que giran en torno de la Segunda Internacional. Con la sola diferencia que mientras los partidos socialistas del resto de Europa han hecho declaraciones teóricas, exclusivamente
sobre el papel, proclamando el derecho a la libertad de las naciones “cultas” -y así sostenían de una manera directa el derecho de las potencias imperialistas sobre los pueblos coloniales- sin que por otra parte hicieran nada para ayudar prácticamente para que los pueblos “cultos” obtuviesen su independencia el “Partido Socialista Obrero Español” ni tan siquiera ha hecho estas declaraciones
teóricas. Peor aún: como buenos sostenedores del imperialismo pan-español se han pronunciado de una forma brutalmente imperialista contra las reivindicaciones de los pueblos hispanos.
10.- Tampoco el “Partido Comunista de España” ha tenido una posición justa ante la cuestión nacional. En éste como en tantos otros aspectos, su miopía mental ante la realidad, ha sido la causa primera de que no influyese en lo más mínimo en el movimiento de emancipación de las nacionalidades ibéricas. Oficialmente obligados por la Internacional Comunista, han puesto de una manera fría y mecánica en sus programas y entre sus consignas, el derecho de Cataluña, Vasconia y Galicia a su libertad y a su independencia. Pero esto ha sido tan sólo la aceptación del principio del derecho de los pueblos a su autodeterminación como un simple formalismo verbal para no ponerse en desacuerdo con las declaraciones y resoluciones de la I.C. [Internacional Comunista] respecto al papel que tienen que desem peñar los partidos comunistas en los movimientos de liberación nacional.
12.-La aprobación del Estatuto de Cataluña no puede ser en manera alguna la solución del pleito catalán. El Estatuto fue elaborado de espaldas al pueblo y hecho aprobar por «chantage». La masa obrera y campesina no se siente representada en él. El Estatuto es una claudicación vergonzante ante el Estado imperialista.
13.-La “Federación Comunista Catalano-Balear” como núcleo dirigente de la organización de masas “Bloque Obrero y Campesino”, declara: que siendo la cuestión nacional uno de los puntos básicos del programa de la revolución democrática que no ha sido llevada a cabo como pretende la burguesía con el simple hecho de haberse substituido el régimen monárquico por el republicano, luchará por el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos, llegando si precisa a la separación, si tal es su voluntad.
17.-El problema de desarticular los restos del feudalismo español vinculado hoy por culpa de la burguesía a la actual estructuración de la economía española tiene que ser la obra de la clase trabajadora. En esta lucha juega un rol importantísimo la lucha por la libertad de Cataluña, Vasconia, Galicia y Marruecos. La “Federación Comunista Catalano-Balear” consciente de sus deberes históricos como núcleo dirigente de las masas trabajadoras, al aceptar la responsabilidad de la dirección de esta lucha a muerte contra los restos feudales y contra la burguesía impotente que los sostiene con sus claudicaciones, se pronuncia, pues, de una manera clara que no deja lugar a dudas ni equívocos: aceptamos e impulsamos el separatismo como factor de descomposición del Estado español, si bien como comunistas no somos separatistas en el sentido burgués nacionalista.
Mas a pesar de la lucha que mantengamos contra el Estado imperialista español para lograr la libertad de las naciones oprimidas, no solamente no será esto motivo para provocar una ruptura entre el proletariado de los pueblos hispanos, sino que en interés de esta misma lucha contra el enemigo común, el proletariado de Cataluña, Marruecos, Vasconia y Galicia se mantendrá unido con el proletariado de las demás tierras del Estado español. Si aceptamos «como comunistas» el separatismo es sólo para desarticular el Estado español. Mas una vez lo hayamos logrado y el proletariado dueño del poder político del Estado, garantizada efectivamente la libertad absoluta de todos los pueblos ibéricos, no habrá ningún interés que los impulse a una separación suicida. No nos interesa la balcanización de la península Ibérica. Contrariamente, hacemos nuestra la fórmula de Lenin: «Separación en interés de la unión». Esto es: separar primero, para unir después. Sólo el proletariado en el poder podrá lograr lo que la burguesía ha sido incapaz de conseguir: que las nacionalidades ibéricas se federen voluntariamente y formen una unidad política que de hecho aún no ha existido nunca dentro del Estado español. La clase trabajadora está llamada; pues, a cumplir la unidad ibérica, reincorporando Portugal al ritmo general revolucionario del Estado federal proletario y redimiendo Gibraltar del vasallaje del imperialismo británico al cual está sometido.
19.-Para conseguir esta finalidad la “Federación Comunista Catalano-Balear” luchará incansablemente para evitar que la clase obrera se integre en las organizaciones específicamente «nacionalistas» que pretenden solucionar la cuestión social después de haber logrado la libertad de Cataluña, olvidando lamentablemente el hecho de que el problema de la libertad de Cataluña sólo puede hallar solución cuando las masas trabajadoras al realizar la revolución social se hagan dueñas del poder. Combatiremos, por tanto, este tipo de extremismo revolucionario nacionalista, que es aún una tendencia burguesa, oportunismo de izquierda, dentro del movimiento de liberación de las nacionalidades ibéricas”.
Se discutió una tesis internacional. El Bloque era el único partido del país que mostraba interés por las cuestiones del mundo y el único que condenaba la política española en Marruecos y pedía la independencia del «protectorado». Era natural, porque las razones mismas que condujeron a la formación del Bloque fueron de carácter internacional. En ese año de 1932, lo que sucedía en Alemania parecía a los bloquistas que iba a influir mucho en España. La tesis internacional señalaba la responsabilidad de la socialdemocracia alemana en el ascenso de Hitler por su política del mal menor, y del comunismo por su política de socialfascismo. “Por la brecha abierta entre socialistas y comunistas se está colando el fascismo”. Por a separación entre socialistas y anarquistas españoles podría ambién colarse un día el fascismo.
Las tesis políticas tenían por título «La revolución española las tareas del proletariado». Se exponía en ellas la interpretación ya citada varias veces de la revolución española, evolución democrático-burguesa que la clase obrera debía hacer ante la incapacidad de la república burguesa de llevarla a cabo. Y se agregaba que «el comunismo, aun aceptando desde luego, los principios fundamentales del marxismo y del leninismo, no podrá sin embargo conquistar la dirección de la clase trabajadora más que si es fruto directo de la realidad histórica ibérica, y no un modelo estandarizado sujeto a indicaciones burocráticas completamente extrañas a nuestra revolución. La revolución española ha de ser hecha por los trabajadores españoles. El colonialismo revolucionario es desastroso para la la marcha de la revolución».
En relación con esto, el congreso aprobó también unas tesis sobre la unificación comunista en las cuales se leía: «El comunismo, por tender hacia la democracia auténtica y desprovista de todo vestigio de clase, debe conservar y acrecer como un bien precioso los elementos de la democracia históricamente adquiridos en la lucha de clases y no rehusar el beneficio de la democracia más que a aquellos que conscientemente o no, quieren privar de ella al proletariado».
El congreso, finalmente eligió a un nuevo Comité Central, y éste a un nuevo Comité Ejecutivo: Maurín, Arquer, Rovira, Bonet, Colomé, David Rey, Ferrer.
En el acto de clausura, Maurín resumió así la situación:
“Existen condiciones objetivas favorables para que la revolución triunfe completamente: incapacidad y caos, arriba; malestar, abajo, provocado por la tremenda crisis económica que padece el país. Falta, sin embargo, que el proletariado comprenda, realmente, que sólo si él toma el Poder, la revolución democrática podrá triunfar plenamente, que exista un fuerte partido comunista -Federación Comunista- y que se cree una alianza entre proletarios y campesinos -Bloque Obrero y Campesino.
El BOC y la Federación Comunista tratan de dar a la clase trabajadora española los instrumentos revolucionarios que históricamente le son necesarios.
La Federación Comunista y el Bloque obrero y Campesino, iniciados en Cataluña, comprenden que es indispensable extender su organización por toda España para que el triunfo final de la clase trabajadora sea posible.
La Esquerra, habiendo fracasado rotundamente, no puede aspirar a dirigir la vida política de Cataluña. La clase obrera, por medio del BOC, ha de asaltar la Generalidad y desde allí con el apoyo de las masas trabajadoras transformar Cataluña en una República Socialista.
La República Socialista de Cataluña será la avanzada de la Unión Ibérica de Repúblicas Socialistas».
En ese periodo salieron dos libros escritos por bloquistas, además de una serie de folletos. El primero era “De Jaca a Sallent”, de Jaume Miravitlles (Ediciones CIB, Barcelona, 1932), en catalán. Se agotó pronto. Jaca era la ciudad donde en
diciembre de 1930 se habían sublevado contra la monarquía dos capitanes del ejército, que fueron fusilados, y Sallent la ciudad donde la FAI tomó el poder local en enero de 1932. El libro compara las dos maneras de plantearse el problema de la revolución: la marxista y la anarquista.
Empieza señalando que en España nunca hubo un Cronwell ni un Lutero, ni revolución industrial, ni parlamentarismo ni nacionalismo burgués. El resultado de estas carencias es la escasa industria, la escasa población, el escaso parlamentarismo. Hay en España, país sin revolución, dos teorías revolucionarias: la inexistente del anarcosindicalismo o la equivocada del pronunciamiento militar. Revolución supone complot, para los españoles. Pero los complots siempre fallan. Para los anarquistas como para los patronos, hay dos clases de obrero, dice Miravitlles: el bueno y el malo. El que es buen obrero para uno es malo para los otros, y viceversa. Los anarcosindicalistas confunden política con elecciones. Por esto nunca han tenido una política de salarios, de distribución de la riqueza, etc.
El reformismo, sigue diciendo, ha de fracasar en España porque el sistema que predomina es irreformable. y los anarquistas, incluso cuando quieren hacer la revolución, piensan en términos de reformas.
La insurrección de enero puso en evidencia que… «la célula de la revolución española no será el soviet, sino el sindicato y el municipio… La FAI es el fermento del movimiento proletario… Su impaciencia ideológica, producida por
un hecho temperamental, de orden biológico, nos llevará a la catástrofe. No se pude jugar con la insurrección… El fracaso de la insurrección abre las puertas al fascismo».
No basta con tomar la economía, como quisiera la CNT, sino que debe tomarse también el poder político. y después de afirmar esto, el autor traza un cuadro de las medidas que la clase obrera debería adoptar en España: tomar el poder con
un programa democrático, estabilizarlo con los órganos de poder de la clase obrera (consejos o juntas y sindicatos) y abrir las puertas a la revolución socialista.
El análisis es más general, no se limita a los anarquistas, en el otro libro, éste de Maurín, comenzado en el otoño de 1931 y que se publica en el verano de 1932: La revolución española. De la monarquía absoluta a la revolución socialista (Editorial Cénit, Madrid-Barcelona, 1932.) Era una interpretación de lo sucedido en el país desde la caída de la Dictadura y de lo que significaba la república. Causó menos impresión que el primer libro de Maurín, y, por su tesis, se le hizo el vacío en la prensa. Sin embargo, se agotó pronto.
Siguiendo su costumbre de plantear todos los problemas en términos históricos -costumbre derivada del marxismo, pero también de la personalidad misma del autor-, empieza señalando que España fue el primer país europeo que hizo la unidad nacional, pero no por obra de la burguesía, sino de la monarquía absoluta, hipotecada por la Iglesia a causa de la reconquista contra los árabes. El feudalismo luchó contra la burguesía por la teología (contrarreforma y jesuitas), por la expulsión (de judíos y moriscos), por la emigración (América, válvula de escape de las energías que, en la Península, habrían podido ser revolucionarias), y por el exterminio (germanías y comunidades). Por esto la unidad nacional y el absolutismo no condujeron a la revolución burguesa.
Desde entonces, la burguesía, aliada con otras fuerzas, intentó reformar el país, pero siempre, temerosa de sus propios aliados, acabó poniéndose al lado de las fuerzas feudales. Poco a poco, la monarquía feudal, para sobrevivir, recurre a apoyar a la burguesía, le hace concesiones, persigue al movimiento obrero, trata de industrializar artificialmente (con la Dictadura). Pero no se atreve nunca, claro, a hacer la revolución agraria que es indispensable para que la industria pueda expandirse. Las masas se inquietan y para “evitar que las masas derribaran al rey, lo derriban los señores” convertidos en republicanos.
¿Qué ha sido la república? Maurín contesta con una cita de Marx que en 1854 escribía en el Tribune de Nueva York:
“Una de las características de la revolución [española] consiste en el hecho de que el pueblo, precisamente en el momento en que se dispone a dar un gran paso adelante y empezar una nueva era, cae bajo el poder de las ilusiones del pasado y todas las fuerzas y todas las influencias conquistadas, a costa de tantos sacrificios, pasan a manos de gentes que aparecen como representantes de los movimientos populares de una época anterior”.
Agrega Maurín:
“En 1931, Marx hubiera empezado de la misma manera. La dirección. de la vida política española pasó, al triunfar la república, a los representantes más típicos del viejo régimen…. Los dos puestos más importantes [del gobierno republicano provisional], la presidencia y el ministerio de la Gobernación, estaban ocupados por dos monárquicos…“.
Apoyan el Estatuto catalán y con ello buscan una alianza de la gran propiedad andaluza con la pequeña burguesía catalana. Pero esta alianza no basta:
“La burguesía, una vez más, ha demostrado su inteligencia atando a los socialistas al carro del Poder. Y con la particularidad que les entregó las tres carteras más espinosas: las de Hacienda, Trabajo y Justicia.
Los problemas capitales de la revolución española pasaban, precisamente, por los ministerios ocupados por los socialistas. La crisis económica, el movimiento obrero, las leyes de propiedad y de relación entre el Estado y la Iglesia, fueron confiadas a los ministros socialistas”.
Mientras se discute la constitución, en la calle ocurren cosas importantes:
“Al mismo tiempo que en las Cortes se debatía el problema religioso, los campesinos de Andalucía asaltaban los cortijos y se repartían las tierras. Las revueltas agrarias surgían por doquier. La revolución agraria tomaba de súbito un impulso inusitado.
La burguesía necesitaba proceder a una maniobra rápida, con el propósito de estrangular la revolución campesina. Alcalá Zamora y Maura eran dos obstáculos. Una ley represiva presentada por Maura, corría el riesgo de fracasar. El intento de Ley de Defensa de la República, preparado en julio, abortó. Maura y Alcalá Zamora suscitaban una gran desconfianza, a causa de su pasado monárquico.
La contienda originada con motivo del asunto religioso dio el pretexto para proceder a un cambio de personas que permitiera meter de matute, sin que nadie pudiese poner el grito en el cielo, la Ley de Defensa de la República.
Alcalá Zamora y Maura debían ser sacrificados para proceder rápidamente, por un golpe táctico, a asegurar la Dictadura republicana. Desaparecidos ambos, “ipso facto”, el Gobierno republicano de Azaña logró la ley draconiana, que amordaza el movimiento obrero y trata de embridar la revolución”.
Pero las Cortes no se hacen eco de lo que ocurre en la calle:
“El grito fuerte, viril, del pueblo trabajador, no se ha oído en el Parlamento. Los socialistas no pueden pretender ser los verdaderos representantes de la clase trabajadora revolucionaria. Ni los campesinos andaluces, ni los rabassaires catalanes, ni los obreros huelguistas de Barcelona, Granada, Asturias, han tenido en las Cortes quien se hiciera eco de sus inquietudes y de sus heroicos esfuerzos. Una cosa es el Parlamento y otra la España revolucionaria.
La salud no estaba en las Cortes Constituyentes, que habían de buscar soluciones intermedias, sino en una Convención que encarnara los ímpetus revolucionarios de las masas trabajadoras. Las Cortes Constituyentes, sin embargo, han triunfado sobre la idea de Convención revolucionaria.
El Parlamento acabaría su existencia completamente desprestigiado. Ha sido un vulgar diletante. Colocado por historia ante unos cuantos problemas trascendentales a resolver, no ha hecho más que aflorarlos, sin ahondar ninguno”.
Finalmente, las Cortes aprueban una Constitución:
“¿A quien dará satisfacción la Constitución aprobada? No la da al pueblo trabajador. España no es «una República de trabajadores». No la da ni a los campesinos explotados que quieren la tierra, ni a los propietarios que se niegan a darla. No la da ni a los autonomistas, que desean una estructuración federal de España, ni a los unitarios empedernidos. No la da a los que desean el exterminio de la Iglesia, ni a los que gritan: «¡Viva el Papa-Rey! “.
La Constitución elaborada por las Cortes es un puente entre la revolución y la contrarrevolución, entre la República democrática y la República fascista. No es la Carta Magna de una nación, ni el Código de una revolución triunfante.
Lassalle, cuando se iba formando el Imperio alemán, estableció la célebre distinción entre la Constitución real y la Constitución jurídica. Los parlamentarios españoles han querido con una Constitución jurídica ahogar la Constitución real, que elaboraba el pueblo en las luchas de todos los días.
La Constitución no será más que un breve armisticio, no largo. Ni la reacción ni la revolución se sienten satisfechas. La Constitución de 1931, en la revolución española, no será más que un prólogo, como la Constituyente de 1789, con respecto a la Convención de 1793, como la Constitución de 1869, en España, con relación a la efímera República de 1873.
La Constitución es pequeño-burguesa, en un país en donde la pequeña burguesía tiene poco peso especifico. En España sólo cabe una constitución como la de 1876, que permita anularla a cada momento o una Constitución revolucionaria que sea la consagración definitiva de la revolución triunfante.
Una Constitución, por su mismo significado, no puede ser una pauta a la que sujetar el porvenir, sino la consagración de un hecho plenamente realizado. La Constitución nace de la revolución, no la precede. Ha de ser el índice, no el prefacio. En la Revolución francesa, quien refleja el momento histórico es la Constitución jacobina de 1793, nacida después de cuatro años de explosión revolucionaria. En la revolución de Méjico, comenzada en 1910, es en 1917, al cabo de siete años de acción, que los revolucionarios se reúnen en Querétaro para escribir la Carta. En la Revolución rusa, la verdadera Constitución, la definitiva, la de la Unión Soviética, es únicamente en 1924 que se formula”.
Cuando se publica el libro, las Cortes están discutiendo un Estatuto de autonomía para Cataluña:
“La aprobación por las Cortes del Estatuto de Cataluña no solucionará la cuestión nacional. El problema es mucho más hondo. El Estatuto no será más que una carta automática que confiere a Cataluña una delegación de Poder -pero no el Poder- en cuestiones administrativas, secundarias. Cataluña no recobra su personalidad nacional. Queda sujeta a la voluntad de la burguesía panespañola.
Las dos fuerzas políticas más importantes son: la gran burguesía y la socialdemocracia. Ambas se oponen completamente a todo intento de descentralización. Que el Poder sea ejercido por la una o por la otra es lo mismo desde el punto de vista nacional. Las dos encarnan la tradición absorbente, imperialista, del viejo Estado. La cuestión nacional subsistirá igualmente. Si antes el opresor era la Monarquía, ahora serán la burguesía republicana y la socialdemocracia».
Las Cortes debaten también un proyecto de base de la reforma agraria. Maurín discrepa acerca de cómo se ha planeado el problema:
“La solución del problema campesino en España no está en un simple reparto de tierras -reparto que la burguesía de la República no hará-, sino en la industrialización general del país. La revolución agraria y la revolución industrial son la cara y la cruz de la misma medalla.
La una no puede existir sin la otra. Entramos, pues, de lleno en la revolución social. La burguesía española no es capaz de industrializar, porque esto supondría una ruptura con el mundo capitalista. España, bajo el control burgués, no saldrá de su situación de colonia. La burguesía, sea monárquica o republicana, no tiene arrestos para afrontar las consecuencias de querer modelar una nación nueva.
España sólo puede ser salvada si el Estado, durante el periodo de transición al socialismo, se transforma en un gran empresario que, nacionalizando tierra, Banca, minas, transportes, comunicaciones, con arreglo a un plan científico trazado de antemano, se dispone a cambiar a España de los pies a la cabeza.
Naturalmente, esta empresa corresponde a la clase trabajadora”.
Este y otros problemas, como dice incesantemente el Bloque, sólo pueden ser resueltos por la clase obrera. Pero la clase obrera no existe aisladamente, sino que es producto de la misma sociedad que debe transformar:
“El proletariado catalán, a quien la historia ha confiado la grave responsabilidad de ser el agente de más importancia en la transformación social de España, no ha podido formar su conciencia proletaria a causa de la constante emigración campesina de España hacia Cataluña. El torrente de campesinos de Andalucía, Levante y Aragón hacia Barcelona ha dado carácter al movimiento obrero, deformándolo. El proletariado no ha logrado asimilarlo. La gran masa ha ahogado en él sus condiciones característicamente proletarias.
El proletariado de Cataluña, o, lo que es lo mismo, la Confederación Nacional del Trabajo, a través de la influencia campesina, pequeño-burguesa como es natural, ha sido un material fácil para ser moldeado por la pequeña burguesía radical. No ha llegado a descubrirse a sí mismo.
Después de haberse apartado, por lo menos. orgánicamente, de la pequeña burguesía, en 1917-1919, cuando con su actuación, en 1930, hacía conmover las bases del régimen existente, volvió a caer bajo el influjo dirigente de la burguesía.
Toda la clase trabajadora española ha estado, desde que la Monarquía empezó a dar fuertes bandazos, a las órdenes de la burguesía por intermedio de la socialdemocracia y del anarcosindicalismo.
Hubo un instante, sin embargo, en noviembre-diciembre de 1930, en que el movimiento empezaba a salirse de los raíles que la burguesía había colocado. Ni Largo Caballero, ni Pestaña y Peiró podían dirigir en la forma que Alcalá Zamora y Maura querían. Las masas trabajadoras comenzaban a desmandarse buscando intuitivamente su órbita.
La proclamación de la República fue obra de la clase trabajadora. El día 14 de abril, si las masas obreras de Barcelona, en vez de servir de trampolín a la burguesía, hubiesen deseado realmente imponer su triunfo, su victoria era segura.
Pero la clase obrera no quiso más que la República burguesa. La impotencia del proletariado en esa hora histórica era el resultado final de sesenta años de socialdemocracia reformista y de anarquismo”.
En 1930, el proletariado estaba a la ofensiva. En 1931, después de la proclamación de la república, la burguesía contraataca y el proletariado pasa a la defensiva:
“La clase obrera en esta fase ha sido vencida a causa de su incapacidad política. El sindicalismo anarquista ha sido, inconscientemente, quien ha dado el triunfo a la burguesía. En horas difíciles para la burguesía -septiembre 1930/julio 1931- la clase obrera revolucionaria ha sido fuertemente atada a la burguesía a través del anarcosindicalismo, impidiendo que el proletariado adquiera una personalidad política independiente con objetivos propios.
Los trabajadores, el día 12 de abril, votaban a las izquierdas burguesas. El día 14 de abril se lanzaban a la calle para proclamar la República burguesa. El día 22 de junio volvían a votar a la pequeña burguesía. El sindicalismo apolítico rompía su costumbre tradicional, mas no para hacer una política obrera, sino para ayudar a la burguesía seudoliberal.
Supongamos que la clase obrera que dirige el anarcosindicalismo hubiese tomado parte en las contiendas políticas directamente, dando la cara.
Es arriesgado aventurar hipótesis. Pero, por lo que a Barcelona se refiere -clave indiscutible de bóveda de la política española-, no hay duda que el día 12 de abril la candidatura obrera hubiera triunfado por gran mayoría.
¿Qué hubiese ocurrido el día 14 de abril? Barcelona en manos de los obreros quiere decir que la revolución se extiende por toda la provincia de Barcelona y por toda España”.
Esta carencia de la clase obrera se debe a que no ha comprendido el papel del segundo poder:
«En la presente revolución española, nuestra clase obrera no ha comprendido la necesidad imperiosa de crear un segundo Poder frente del de la burguesía. La idea lanzada por dilettantes del movimiento revolucionario de crear Soviets no ha encontrado eco alguno. Proponer es cosa fácil. Nadie es capaz de forzar a la Historia para que saque de sus entrañas un nuevo tipo de organización. Cada país y cada etapa histórica poseen sus formas características.
El Soviet es una creación rusa que no ha logrado adaptarse a ningún otro país. En Italia, cuando la revolución de 1920, eran los comités de fábrica, lo mismo que en Alemania, en 1923, los que encarnaban la actividad revolucionaria y representaban a los trabajadores. Los comités de fábrica ya existían antes de 1920 y 1923. La revolución no hizo nada más que transformarlos en órganos revolucionarios.
Es cuestión de estudiar si el fracaso del movimiento comunista en Alemania, en Bulgaria, en Estonia y en China no ha sido debido a un afán de estereotipar las fórmulas y los métodos de la Revolución rusa. Una revolución tiene una gran fuerza creadora. Empeñarse en querer sujetarla a moldes determinados previamente es condenarla al fracaso.
Si Lenin no hubiera dado la vuelta a las clásicas concepciones del socialismo, en lo que se refiere a la cuestión de la tierra, de las nacionalidades, y a la posición ante la guerra, la revolución bolchevique no habría triunfado.
Los soviets no han surgido en España, como no han aparecido en la revolución mejicana ni se dieron tampoco en la Commune de 1871. ¿Por qué? Porque no corresponden a las tradiciones y a la organización de nuestra clase obrera. Los soviets rusos hicieron su aparición en 1905, cuando la revolución había de tardar aún doce años en triunfar. No era, pues, la proximidad de la victoria, la madurez del movimiento revolucionario, lo que les daba vida sino que, por el contrario, nacían para ayudar a la acción revolucionaria. No fueron ni Lenin, ni Plejanov, ni Trotsky quienes idearon los soviets. Surgieron solos. En Rusia no había sindicatos, los partidos políticos revolucionarios vivían en la clandestinidad, no existían grandes organizaciones de masas. El soviet nació como expresión natural, primaria, de los obreros para organizarse y manifestarse. Era un rudimento de organización. Correspondía a la situación particularísima del país.
Los soviets, a medida que los sindicatos, las cooperativas y, sobre todo, el partido comunista, se han ido desarrollando en el transcurso de la revolución, han ido desapareciendo en importancia. Los soviets son una mera ficción. Hay un gobierno del partido, una dictadura del partido.
Esperar que la clase trabajadora española tome el Poder sólo cuando exista una amplia red de soviets extendida por todo el país, es diferir la victoria del proletariado. El Poder no se toma de una manera metafísica, sino creando la palanca del segundo Poder”.
¿Qué hacer, pues?
“Lo que precisa hacer es aprovecharse de los materiales existentes para construir el instrumento que hace falta.
La organización sindical tiene en España una vivacidad extraordinaria. Los partidos políticos de la clase trabajadora han arraigado poco, pero los sindicatos son una cantera riquísima. Las represiones violentas de la burguesía los han arrasado, mas han resurgido, recobrando su pasado esplendor.
El sindicato en España, sobre todo el sindicato influenciado por la Confederación Nacional del Trabajo, es a la vez organización económica, partido político y fortaleza revolucionaria. Tiene contornos inconfundibles. No puede comparársele ni al burocrático sindicato alemán y francés ni a las conservadoras “trade-unions” británicas.
Nuestro sindicato es el segundo Poder, que espera que se le confiera esa misión. Todo el porvenir revolucionario está en él.
El estancamiento de nuestra revolución, la gran suerte para la burguesía, se debe a que, en las circunstancias históricas en que la formación del Poder proletario se halla planteada, anarquistas y sindicalistas, no saben salir del círculo vicioso en que se encuentran. Quieren sacarse del pozo tirándose de las orejas”.
¿Qué papel debe desempeñar el sindicato? Maurín, rompiendo con las tradiciones cenetistas de su juventud, y las leninistas de su madurez, lo dice claramente:
“El sindicato y el comité de fábrica son los embriones reales del Poder obrero.
La idea de la toma del Poder por los sindicatos asustará a todos los repetidores de un marxismo fosilizado. Querer calcar sobre el mapa de España el de Rusia es grotesco. La revolución española, aunque. influenciada por la revolución de los demás países, tiene sus particularidades. De la misma manera que hay un sistema soviético puede surgir un sistema sindicalista. La Historia no es estéril ni quiere aceptar un tipo determinado de estandarización.
Los sindicatos pueden, en el proceso revolucionario, adquirir formas nuevas, insospechadas. Los consejos de fábrica serán derivaciones naturales. Dentro del Sindicato hay una suma enorme de posibilidades que no han sido ensayadas todavía. Puede ser un órgano insurreccional, como demostró el Sindicato de la construcción de Barcelona durante la huelga general revolucionaria, a comienzos de septiembre.
Lo que precisa es crear una palanca de poder. Con ella puede darse a España una rotación de 180 grados”.
¿Qué han de hacer los sindicatos? La revolución democrática, porque:
“España era uno de los pocos países que aún no habían hecho la revolución democrático-burguesa. Turquía la había llevado a cabo. Y Méjico. E incluso la China. España quedaba en un rincón del mapa, como si la Historia la hubiese olvidado. Pero la Historia no exceptúa a nadie.
Parece, por fin, llegada la hora de España.
Estamos ante una revolución democrática, en un momento en que la burguesía ha perdido ya toda condición revolucionaria, y la revolución democrática es inseparable de la revolución socialista. Por otra parte, el proletariado, que debiera ser quien aportara la solución definitiva, está todavía enormemente retrasado. No acaba de comprender cuál es su misión en este instante trascendental de los destinos nacionales.
He ahí la gran contradicción que da carácter a la actual etapa revolucionaria”.
Pero no todo es pesimista en el panorama. La desilusión de las masas comienza a tener efectos. Por ejemplo:
“La socialdemocracia se encuentra presionada por una radicalización general de las masas obreras, y no tiene más remedio que ser el puntal más firme del Poder para ayudar a la burguesía a evitar la revolución.
Que la socialdemocracia, al cabo de ocho meses de República, haya pasado a ser la clave de la situación política –ya que el Gabinete de Azaña está completamente bajo el control de los socialistas- es un hecho histórico de la mayor importancia. Pone de relieve que la burguesía, mediante las formas democráticas, va perdiendo progresivamente la dirección política. El Poder ejercido por los socialistas, no es todavía el Poder en manos del proletariado; pero no hay duda de que está más cerca de él que si el Gobierno estuviera representado por Lerroux o Maura-Sanjurjo”.
Por esto, la política, que vista en los periódicos parece un juego de maniobras en los pasillos, de personalismos pueriles y de retórica grandilocuente, vista por Maurín se nos presenta como una expresión clara de la lucha de clases:
“Los residuos feudales permanecen agazapados, aunque sin darse por vencidos. Buscan el reagrupamiento. La gran propiedad, oligarquías financieras, capital bancario, Iglesia, Ejército y Guardia civil aprovecharán la disminución de la fuerza centrífuga de la revolución, si realmente, la revolución empieza a decaer, y unificarán sus fuerzas.
Revolución o contrarrevolución: es así como se plantea el problema. No hay término medio posible. O adelante o atrás”.
Por esto:
“Nuestra burguesía buscará la salida por medio de un golpe de Estado republicano-militar, inaugurando una etapa bonapartista al estilo de Pilsudsky, en Polonia.
Todos los síntomas son favorables a una orientación burguesa en ese sentido”.
No puede predecirse, claro está, lo que sucederá, pero Maurín recuerda que:
“Marx hizo ya observar que nuestro país no había sabido asimilarse la costumbre francesa de hacer una revolución en tres días, y que empleaba, en sus ciclos revolucionarios, de tres a nueve años.
Claro está que desde 1854, que es cuando Marx hizo esa constatación, hasta hoy, el ritmo de la historia ha cambiado enormemente; las relaciones de fuerzas son diferentes. No obstante, la afirmación de Marx sigue teniendo un valor relativo. En España los procesos revolucionarios son largos. Es normal un término medio de seis años, como vamos a ver.
La revolución que comenzó en 1868 duró hasta 1874. Es decir, seis años. El movimiento revolucionario pequeño-burgués que se inicia a raíz de la huelga general de fines de 1902, en Barcelona, pasando por Solidaridad catalana, culminó en la explosión de 1908. Nuevo ciclo de seis años. El año 1917, con la aparición de las «Juntas de defensa», la ofensiva obrera y la asamblea de parlamentarios abre una nueva etapa revolucionaria, que se extiende hasta elgolpe de Estado de 1923. Transcurren seis años. La Dictadura, fenómeno de contrarrevolución, se mantuvo firme desde 1923 hasta 1929, en que empezó a zozobrar. Seis años también.
La caída de Primo de Rivera, enero de 1930, constituye el comienzo de un nuevo ciclo, en el cual, la proclamación de la República no es nada más que un episodio.
Esta periodicidad, a la que no hay que dar en manera alguna el carácter de rotación matemática, corresponde al mismo dominio de las hipótesis revolucionarias sobre los intervalos que, en 1885, llevaba a Engels a afirmar que, después de la Revolución francesa, las revoluciones, esto es, los grandes desplazamientos de fuerzas, en el terreno político, se han sucedido en Europa, aproximadamente, cada quince o dieciocho años.
Que esta etapa revolucionaria dure seis años o menos depende de la clase trabajadora. Si no logra aprovechar los momentos que tiene a su disposición para formular su doctrina de la conquista del Poder y, percatada de la necesidad de que ha de ser ella quien haga la revolución democrática, no se lanza al asalto, decidida a trocar a España en una Unión de Repúblicas Socialistas, entonces, fatalmente, el bonapartismo se impondrá triunfante.
Hay tres fuerzas históricas que pueden converger y estrangular un alzamiento a lo Kornilov: el proletariado, los campesinos y el movimiento de emancipación nacional.
La toma del Poder por la clase trabajadora, gracias a la coordinación de esas tres fuerzas, significaría el fin de una pesadilla que se prolonga durante siglos.
La revolución democrática sería realizada en breve tiempo. Y obreros y campesinos, libres, se lanzarían a la revolución socialista”.
Pocas semanas después de la publicación del libro, el general José Sanjurjo dio su fallido golpe militar. Los republicanos no parecen alarmados, pero el Bloque sí. Esto determina un cambio en su táctica. El adversario tiene prisa. Hay, pues, que apresurarse también. Durante tres años y medio, hasta el 19 de julio de 1936, el Bloque llevará lo que podría llamarse una carrera contra la historia.
Notas
(1) En el segundo congreso de la Federación, en 1932, se decidió cambiar su nombre por el de Federación Comunista Ibérica. y poco a poco, a medida que los miembros del BOC se educaban políticamente y que los acontecimientos politizaban a la clase obrera no afiliada, se fue borrando la diferencia orgánica entre Bloque y Federación.
(2) Humbert-Droz (Op. cit., p. 403) caracteriza así la situación del Partido oficial: «En Cataluña, el Partido Comunista [quiere decir el Bloque], dirigido por Maurín de tendencia trotskysta, agrupaba a la gran mayoría de la organización comunista. No quedaba en Barcelona más que un pequeño grupo fiel a la Internacional». Como puede verse, el delegado de la Tercera Internacional, en 1931, había aprendido el arte de la amalgama y calificaba al Bloque de trotskysta, cuando ya Trotsky había perdido la batalla contra Stalin y el ser trotskysta era anatema en la URSS y cuantos se negaban a seguir a Stalin eran tildados automáticamente de trotskystas. Pero en un informe a Manuilsky, del 25 de febrero de 1931 (Op. cit., p. 426) , reconoce que La Batalla publica artículos de Stalin y parece que quiere evitar ligarse con los trotskystas. Los maurinistas son muy activos y crean numerosas dificultades a nuestro partido. Le pido que siga de cerca La Batalla. Dice también (p. 409) que el Partido oficial no pasaba de los 50 militantes en toda Cataluña, mientras que el Bloque tiene más de setecientos.
(3) Humbert-Droz (Op. cit.. p. 191) dice que la Internacional indicó al Partido oficial, que formara una coalición con las fuerzas de izquierda, tal como sugería Maurín para Barcelona. En realidad, como acaba de verse, el Bloque rechazó la propuesta de alianza de la Esquerra. Por otro lado, el mismo delegado de la Internacional afirma (p. 448) que el Bloque lleva en Cataluña una campaña de gran violencia contra el partido y ha consolidado sus filas, a pesar de las afirmaciones en contrario de nuestros camaradas. Los elementos que hace dos meses creíamos haber reconquistado, son candidatos del bloque obrero y campesino de Maurin, de modo que desconfío de las afirmaciones de nuestros camaradas, que cada día hablan de la rápida desintegración del partido de Maurín. El resultado de las elecciones dará un cuadro más exacto respecto a esto. No soy optimista y deseo equivocarme.
(4) L’Hora del 8 de abril de 1931 (las elecciones debían celebrarse el 12 de abril), da la lista y fotos de los candidatos de Barcelona, y anuncia que la redacción del semanario ha decidido apoyar la candidatura del Bloque, cuyo programa municipal publica y comenta.
(5) Joaquín Maurín: La revolución española. Madrid, 1932. p. 117.
(6) Joaquín Maurín: «El movimiento obrero en Cataluña», en Leviatán núm. 6, Madrid, octubre de 1934.
(7) Nin, que habla en el Ateneo madrileño al día siguiente de Maurín, se da cuenta de la impresión que la conferencia ha causado en un público acostumbrado a las vaguedades del momento, puesto que dedica toda su charla a combatir las ideas expuestas por el dirigente del Bloque. Los dos han sido entrevistados por Nuevo Mundo (12 de junio de 1931), que publica estas entrevistas bajo el título pomposo de «D. Joaquín Maurín y D.. Andrés Nin y el fantasma comunista».
(8) Francisco Madrid, Film de la República Comunista Libertaria. Barcelona, 1932, p. 170.
(9) El Partido oficial sacó 2.320 votos, a pesar de que reforzaron su propaganda los diputados comunistas franceses André Marty y Jacques Duclos, ambos detenidos y expulsados por la policía.
(10) Para más detalles sobre los trotskystas españoles y sobre Nin, véase de Víctor Alba: La formació d’un revolucionari: Andreu Nin, Barcelona, 1973, donde se encontrarán citas más extensas de su correspondencia con Trotsky y una bibliografía sobre el tema.
(11) La correspondencia entre Nin y Trotsky, puede encontrarse -no íntegra, sino seleccionada por una de las tres organizaciones trotskystas francesas actuales- en el número 7/8 de Etudes Marxistes, París, 1969, dedicado a La Révolution Espagnole. Una parte había sido ya publicada en 1933 por el Boletín Internacional de la Oposición de Izquierda, con una nota de Trotsky en la cual hablaba del camarada Nin que se ha hallado en lucha casi permanente con la dirección de la Oposición Internacional y las direcciones de todas las secciones.
(12) Joaquín Maurín: El Bloque Obrero y Campesino, p.28.
(13) Por ejemplo, Humbert-Droz (Op. cit., p. 457) cuenta que en Barcelona reanudé el contacto con el partido disidente de Maurín, donde tenía algunos camaradas de confianza. Pero mis esfuerzos…no consiguieron rehacer la unidad. Lancé de nuevo, para Barcelona y Cataluña, «mí» periódico, «Heraldo Obrero», del cual yo era el principal redactor.
(14) Conversación con Josep Coll. París, 1969.
(15) Mundo Obrero había comenzado a aparecer en Madrid en agosto de 1930, con 80.000 pesetas que adelantó la Editorial Cénit y con 50.000 pesetas reunidas, oficialmente, por una suscripción popular, es decir, de hecho, un subsidio de la Internacional. Lo dirigía el peruano Cesar Falcón, al que se premiaba así el haber fusionado con el Partido el grupo Nosotros, fundado por él y que durante unos meses fue muy popular. En noviembre de 1931, Mundo Obrero se convirtió en diario.
(16) Jaume Miravitlles: Perquè sóc comunista. Barcelona, 1932. Hay una edición en castellano.
(17) Este folleto formó luego parte de un libro, La revolución española, firmado por un inexistente profesor I. Kom (es decir, Internacional Comunista), Ediciones Edeya, Barcelona 1932.
(18) «La cuestión nacional y el movimiento nacional revolucionario en España» en La revolución española, Barcelona, 1932.
(19) Joaquín Maurín: El Bloque Obrero y Campesino. p. 29-30.
(20) Joaquín Maurín: El Bloque Obrero y Campesino. p. 30-31.
(21) El Ateneu Obrer Martinenc en la barriada barcelonesa de El Clot y uno de los ateneos obreros más importantes de Cataluña, fue controlado por nosotros los bloquistas. (Nota del Editor, Costa Amic)
(22) A pesar de esto, los bloquistas se opusieron a las maniobras del Partido oficial para escindir la CNT con el fin de crear su propia central sindical. A veces, esto llevó al borde de la violencia. Arlandis, ya fuera del Bloque, fue a Reus para tratar de dividir a los sindicatos de esta ciudad en un mitin de escisión sindical. Los bloquistas de Reus pidieron que el Comité Ejecutivo les enviara un orador y acudió Jaume Miravitlles (que procedía del viejo Estat Català de Macià y que tenía un gran sentido de la pedagogía política). El mitin fue copado por los bloquistas y quien habló en él fue Miravitlles en vez de Arlandis. Las cosas sucedían así, a menudo…
(23) Como elemento de comparación, daré unas cifras. En 1932, la UGT tenía 1.000.000 de afiliados en las 49 provincias de España, de los cuales 32.000 en Cataluña (la mayoría en Barcelona y su puerto), y la CNT contaba con 1.200.000 afiliados, de los cuales 200.000 en Cataluña (casi todos en la ciudad y provincia de Barcelona). Los treintistas tenían unos 30.000 afiliados en la provincia de Barcelona. Por otro lado, en 1932 se fundó el partido de Estat Català Proletari (nacionalista y socialista catalán), y en el año siguiente Ángel Pestaña creó el Partido Sindicalista. Ninguno llegó a tener ni siquiera la escasa fuerza del Partido oficial catalán y no fueron obstáculo al crecimiento del Bloque.
(24) Alberto Balcells: Crisis económica y agitación social en Cataluña 1930-1936. Barcelona 1971. pp. 153-54.
(25) La Batalla del 10 de marzo de 1932 publicó el anteproyecto, que no fue apenas modificado por el Congreso. Esta tesis fue, en lo principal, obra de Arquer.
Notas de la Fundación Andreu Nin
(*) En el original, en lugar de enemistad dice enemiga.