Yo me esfuerzo en ser uno de esos españoles -pocos o muchos- empeñados casi tercamente en ver las cosas tal como son, con la máxima claridad, incluso sin imaginación para evitar que las desdibujen nuestros recónditos deseos. Por eso no puedo ni quiero silenciar esa especie de invitación al error que se desprende de ciertos artículos publicados en el curso de estos últimos meses en la revista madrileña Indice. Precisamente en una revista que afirma -¡en la España franquista!- tener por móvil de su lucha nada menos que los objetivos siguientes: “Poner al descubierto la trampa liberal-capitalista”, “asumir las conquistas y hallazgos técnicos del socialismo, derivados de la revolución marxista” y “conseguir un sindicalismo ibérico, de raíz clara y netamente popular, que ampare a los desposeídos…”
Como no tengo porque poner en duda la buena fe y hasta el sano idealismo de los autores de tales artículos, me siento verdaderamente en situación un tanto incómoda. Añadiré, incluso, que no es fácil decir en España ciertas cosas, sobre todo cuando se dicen con sinceridad: quienes lo hacen corren riesgo indudable, riesgo que no se me escapa y que amenaza cortar las alas a toda crítica; En principio, pues, todos esos críticos de la sociedad burguesa cuentan con nuestra simpatía. Pero… amicus Plato, sed magis amica veritas. Sí, la verdad tiene que estar muy por encima de toda amistad y simpatía. No podemos aceptar que so capa de defender unas actitudes maximalistas, extremosas en grado sumo e inimaginables en la España de hoy, se condene de hecho, como se insinúa, todo cambio inmediato de régimen político.
Veamos, por ejemplo, uno de esos artículos: el titulado “Breve crítica de la libertad burguesa”, aparecido en el nº 128 de la mentada revista. En el mismo se afirma lo que sigue: “No existe la menor duda –para todo el que quiera verlo- que la libertad que preconiza el liberalismo burgués es una libertad abstracta, exclusivamente teórica… Para nadie es un secreto que, en una sociedad burguesa-capitalista, el grado de libertad posible depende del dinero, se rige por él, y nunca, por supuesto, a través de unas formulaciones abstractas más o menos -idealmente- bien preconizadas”. Y a continuación puede leerse: “Por lo tanto, es hoy absurdamente utópico hablar de libertad, en tanto que no se ofrezcan unos medios proporcionalmente iguales a cada uno, para poder realmente ejercerla. O lo que es igual, no se puede hablar de libertad en tanto que existan unas diferencias tan abismales entre unas y otras clases sociales”.
Considero que es éste un ejemplo típico de puro nihilismo, de una especie de iconoclastia contra todo, de agresiva postura que enseña, más que nada, la oreja de la precipitación. Es indudable -¿quién lo discute?, ¿quién lo niega?- que el individuo que cuenta con medios económicos puede sacar en todo momento mayor partido de la libertad que se le ofrece; este estado de hecho se presenta no sólo en la sociedad “burguesa-capitalista” a que alude el autor del artículo que comentamos, sino asimismo, lo cual ya resulta bastante más sorprendente y paradójico, en esa sociedad “socialista” cuyo máximo exponente es la Unión Soviética. Mas no lo es, de ninguna de las maneras, afirmar que es absurdamente utópico hablar de libertad mientras la igualdad social no exista. ¿Es que nadie, con un mínimo de sentido común, puede decir que el obrero inglés, el escandinavo, el norteamericano, el de muchos otros países, sólo goza de una libertad exclusivamente teórica, y que su respectiva situación a este respecto es idéntica a la del obrero español, pongamos por caso?
Ese artículo termina así: “El problema de la libertad exige, pues, que sea replanteado. y como paso previo, buscar solución a las siguientes preguntas: libertad para qué, para quién y bajo qué condiciones sociales.” Son las mismas preguntas, poco más o menos, que hace una cuarentena de años lanzó Lenin a Fernando de los Ríos, cuando éste se inquietaba de las tendencias dictatoriales de los bolcheviques. Si Lenin hubiese vivido unos años más, hubiese encontrado en la realidad soviética las consiguientes respuestas a sus preguntas. Pero ahora no se trata de Lenin, sino del autor que nos ocupa. Y a este podemos y debemos responderle a su “¿Libertad para qué?”; pues para poder luchar por la libertad para todos y en las mejores condiciones sociales posibles.
En otro escrito publicado en el n° 132 de la revista en cuestión, dedicado a comentar un libro aparecido recientemente en Madrid con el título Teoría sobre la revolución [Ignacio Fernández de Castro, Madrid, Taurus, 1959], se lanzan afirmaciones de la misma o pareja naturaleza, dignas del mejor coturno nihilista. Hay, entre otras muchas, una que se nos antoja sumamente falsa y hasta peligrosa, sobre todo refiriéndose a España y a los españoles. Es ésta: “mientras el orden burgués permanezca inalterable, serán inútiles cuantas transformaciones políticas se realicen”. Señalemos que tal es, asimismo, la conclusión del libro Teoría sobre la revolución, escrito por un joven católico rebosante de buenos propósitos, mas que parece decirnos: “Como nuestro reino no es de este mundo, todas las transformaciones políticas resultan Vanas”. Sin embargo, toda la experiencia histórica desmiente tan osado aserto.
Me pregunto, asombrado, si el autor de esas líneas tan erróneas como desafortunadas se da cuenta del significado de las mismas en el caso concreto de España. Es como si se dijera al pueblo español: Soportemos con indiferencia el régimen actual hasta que podamos establecer en nuestro país el reino de la igualdad; no perdamos el tiempo en luchar por un cambio político; desechemos toda aspiración republicana, puesto que “mientras el orden burgués permanezca inalterable, serán inútiles cuantas transformaciones políticas se realicen”. ¡Y pensar que por esta cuestión de régimen España se escindió en dos, hubo más de un millón de muertos y otro medio millón prefirió irse en busca del amargo pan del exilio! ¿Cómo es posible tamaña aberración en una cabeza bien sentada sobre los hombros? o menos que puede afirmarse es que esa seudoideología con pretensiones revolucionarias es, en el fondo, pese a las buenas intenciones y mejor fe de quienes la defienden, profundamente reaccionaria.
Creo que esa especie de nihilismo sólo es comprensible, a fin de cuentas, en quienes se han criado y crecido en un régimen dictatorial, sin vida política, sin luchas sociales, incluso sin derechos humanos. Entonces, a los que habitan en esa especie de penumbra, mejor aún, de opacidad, todo se les antoja igual, pues no llegan ni siquiera a vislumbrar los contornos de las cosas. En cambio, los que viven en plena luz, en regímenes más o menos democráticos, donde la vida social no es una farsa, ni las luchas sociales una ficción, saben distinguir claramente entre los diferentes regímenes políticos. Los articulistas a que me vengo refiriendo argüirán, tal vez : “Sí, pero el dinero sigue siendo todopoderoso”. En efecto, el que cuenta con medios puede editar, por ejemplo, un periódico, siendo así que quien no tiene el dinero suficiente no lo podrá hacer, lo cual supone un beneficio distinto de la libertad. Pero, existe otro aspecto de la libertad, este general: el de poder adquirir el periódico que uno se le antoje. En Francia, por ejemplo, el comunista puede leer y lee L’Humanité, diario del Partido Comunista; el socialista, Le Populaire, cotidiano del Partido Socialista, etc., etc. ¿Es este hecho despreciable, intrascendente, baladí? Que se lo pregunten al español, obligado a leer la prensa del régimen, toda ella cortada por el mismo patrón no obstante los múltiples títulos.
Indudablemente, resulta simpático en grado sumo, incluso alentador, que en esa España de nuestros días, políticamente desnutrida, surjan unos cuantos jóvenes con ímpetu hostil hacia las estructuras sociales dominantes, máxime si esos jóvenes son católicos, precisamente por lo que el catolicismo español tiene de retrógrado. Mas tengan cuidado en que ese ímpetu no resulte precipitación que socave el futuro inmediato del país, que, desde luego, será de sociales hervores; y pongan atención en que su hostilidad no se transforme en morbo grave. No hace mucho me correspondió reflexionar sobre estas palabras de Ortega y Gasset, pronunciadas en el año 1933 -año casi crucial para España -y recogidas luego en su libro En torno a Galileo- : “Todo extremismo fracasa inevitablemente porque consiste en excluir, en negar menos un punto todo el resto de la realidad vital. Pero ese resto, como no deja de ser real porque lo neguemos, vuelve, vuelve siempre y se nos impone, queramos o no. La historia de todo extremismo es de una monotonía verdaderamente triste: consiste en tener que ir pactando con todo lo que había pretendido eliminar”.
Finalicemos con esta rotunda afirmación: esa Libertad -con mayúscula- de que se nos habla no existe, y uno se pregunta si de veras existirá algún día; pero sí existen toda una serie de libertades con minúscula, mas de valor incalculable- que son algo así como el oxígeno que permite la respiración pública de los pueblos. Esas libertades son la de expresión, la de conciencia, la de organización, la de pensamiento, etc. Unos regímenes políticos las soportan y otros no. Las transformaciones políticas en aquellos pueblos que perdieron dichas libertades resultan, pues, de una importancia capital. España es uno de esos pueblos.