Una mirada histórica sobre la revolución bolchevique. 1924-2024: a cien años de la muerte de Lenin (Jesús Jaén Urueña, 2024)

Los bolcheviques son los herederos históricos de los Niveladores ingleses y de los Jacobinos franceses. Pero la tarea concreta que tenían que realizar en la revolución rusa, después de la toma del poder era incomparablemente más difícil que sus predecesores históricos.” (1)

I

Lenin dirigió al partido bolchevique en las semanas previas a la insurrección de octubre con mano firme, pese al caos general del país y a la actitud dubitativa de una gran parte de los dirigentes de su partido. Tenía la convicción que había llegado el momento oportuno de abrir las puertas a la historia. Las ideas escritas por Marx y Engels podían ponerse en práctica por vez primera; hasta él mismo las había desarrollado unos meses antes de la insurrección de octubre en su libro “El Estado y la Revolución” (2).

¿Podían los bolcheviques asumir ese reto? Esa sigue siendo una pregunta difícil de responder. Mientras tanto, vamos a ponernos en la piel de unos revolucionarios que rondaban los treinta o cuarenta y tantos años; bien formados intelectualmente gracias a años de exilio en el corazón cultural de Europa: Berna, París, Viena, Londres, Berlín, etc.  La intelligentsia del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSR), así como la de los populistas revolucionarios o narodniki (3); formaron parte de una extraordinaria generación de revolucionarios nacidos en la segunda mitad del siglo XIX. Entre ellos, Lenin, Martov, Trotsky, Axelrod, Parvus… El marxismo se había expandido en toda Europa y Estados Unidos pero de manera particular en Alemania, Rusia o Austria. El rápido desarrollo industrial había ido creando un nuevo proletariado y una cultura socialista (4).

La estrategia revolucionaria de Lenin y sus compañeros era acabar con la autocracia zarista sin pasar necesariamente (como defendían los mencheviques, los marxistas legales y economicistas), por etapa burguesa, es decir, esperar a que la burguesía liberal se pusiera a la cabeza de la revolución (5). La excepcionalidad rusa consistía en que esa burguesía liberal era extremadamente débil y subordinada al régimen, por lo que dejaba en manos del proletariado y del campesinado pobre todas las tareas (democráticas y socialistas) de la revolución. Ese pensamiento también era compartido por otros marxistas no bolcheviques como Trotsky, Rosa Luxemburgo o Parvus (6). No había que esperar a la burguesía liberal, decía Lenin, había que preparar la revolución en Rusia que éste resumía en una fórmula de carácter algebráico: la dictadura democrática del proletariado y del campesinado. Las condiciones estaban maduras y no dependían del mayor o menor desarrollo de las fuerzas productivas, sino de la crisis política y la disposición revolucionaria de las clases oprimidas.

Abrir las puertas del socialismo a la humanidad en eso consistía la tarea histórica que se habían propuesto Lenin y los bolcheviques.  Una tarea que apareció abruptamente con el estallido de la I guerra mundial. Tal como se había imaginado el viejo Engels en sus últimos años de vida, una guerra interimperialista traería a los países en conflicto unos niveles de destrucción nunca vistos.

II

En 1914 la vieja Europa de los imperios entró en guerra. Ello significó un punto de inflexión del capitalismo. Solo el imperio británico quedó en pie, mientras que el imperio austrohúngaro y zarista se vinieron abajo. En Europa se abrió una situación revolucionaria y ahí es donde los bolcheviques encontraron un sitio en la historia. En febrero de 1917 con la caída de la dinastía Romanov se abre en Rusia un proceso revolucionario que culminará en octubre con la llegada al poder del gobierno revolucionario de Lenin y Trotsky.

Lenin, pensaba como la mayoría de los marxistas de aquella época, que las bases teóricas y científicas para avanzar del capitalismo al socialismo estaban ya dadas en los escritos de Marx y Engels; al menos en el mencionado libro “El Estado y la Revolución” asumió plenamente ese legado. Sin embargo, la realidad fue otra. Marx y Engels no habían desarrollado más que vagamente lo que entendían por el socialismo y el paso por una etapa intermedia -que era la dictadura del proletariado- (7). De esa manera, los bolcheviques tuvieron que construir un nuevo Estado en medio de un torbellino de crisis, caos y guerra civil.

Los primeros comunistas asumían el modelo de la revolución francesa de 1789 como modelo universal y trasladable a la revolución proletaria. Marx concretamente consideraba que Francia era el principal laboratorio de la lucha de clases. Marx y Engels habían subestimado las revoluciones de 1848 por su carácter no proletario pero tenían en alta consideración la breve experiencia de la Comuna de París de 1871, a la que Marx había definido como un ensayo de dictadura del proletariado (8). Lenin era bastante fiel a ese legado aunque sin renunciar a su propia originalidad, tratándose -como era en su caso- de una mente brillante y creativa con alta capacidad táctica y analítica.  Se consideraba a sí mismo un “jacobino revolucionario” (9) y sentía profunda admiración por Chernyshevsky, Babeuf o Blanqui. (10).

A finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, el marxismo veía, casi como inevitable, un futuro socialista no muy lejano. El crecimiento del proletariado, de sus sindicatos, escuelas, prensa y partidos políticos parecía imparable. Había cierto determinismo dentro de un ambiente intelectual y científico caracterizado por el positivismo científico y el auge de las teorías de Darwin en el terreno de las ciencias naturales. Marx y Engels sentían profunda admiración hacia éste, pero de los escritos de Karl Marx (es diferente en el caso de Engels en donde existen contradicciones) no se deduce una teoría social evolucionista. Fue el marxismo de Kautsky, Plejanov, Bebel o Bernstein el que dio pie al gradualismo teórico y adocenamiento político. La misma interpretación del materialismo histórico hecha por Bujarin unos años más tarde, refleja la impronta del mecanicismo en varias generaciones. Los marxistas de la segunda internacional esperaban que el desarrollo de las fuerzas productivas y el peso del movimiento socialista hiciera que el socialismo madurase gradualmente en el seno de las sociedades capitalistas (11).

La creencia más extendida entre ese marxismo positivista y evolucionista era que la revolución socialista seguiría el mismo esquema que las revoluciones burguesas. Que la transición al socialismo sería similar a los procesos por los que las burguesías revolucionarias habían accedido al poder político desde las mismas bases materiales de la vieja sociedad. Pero no fue así, había diferencias muy importantes. La simplicidad con la que una gran parte del marxismo -tras la muerte de Marx- querían explicar los procesos de transición de las sociedades precapitalistas o las características de esas sociedades, no se correspondía con toda la complejidad y particularidad de cada país. Incluso algunos trabajos de Marx anteriores a las primeras ediciones del volumen I de El Capital (1867), podrían haber dado pie a reducir el análisis concreto a fórmulas genéricas como es la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción (12).

La revolución francesa de 1789-1793 fue una revolución política y social. La burguesía revolucionaria que estaba fuera del poder político, necesitaba para desarrollarse, derribar a la Monarquía absolutista y a las viejas clases aristocráticas. Por todos los poros de la sociedad francesa o inglesa el capitalismo estaba en marcha. Se estaba apoderando e imprimiendo unas nuevas relaciones de clase basadas en el trabajo asalariado tanto en las ciudades como en el campo; el comercio interior como el de ultramar se había adueñado del mercado; el desarrollo bancario, los créditos y la emisión de deuda fueron lubricantes de una nueva sociedad capitalista que pedía con urgencia liberarse de todas las ataduras feudales. Era el capitalismo incipiente. La revolución de 1789 dió la estocada a la Monarquía de Luis XVI.  Ese triunfo se plasmó en una nueva carta de derechos. El más importante para los jacobinos era sin duda el derecho a la propiedad privada y la garantía jurídica por parte del nuevo régimen, que ni la vieja nobleza ni las clases plebeyas atentarían contra él (13). Las revoluciones burguesas de los siglos XVII y XVIII allanaron el camino del desarrollo capitalista y posibilitaron el proceso de acumulación mundial sobre el que despegará la revolución industrial.

III

Pero a diferencia del capitalismo, el socialismo no emergió, como las setas en el interior de las sociedades capitalistas. Al contrario, siguió siendo el capitalismo el que, una y otra vez, se reproducía en sociedades prerrevolucionarias o posrevolucionarias. La perspicacia intelectual de Marx supo descifrar ese enigma. Bajo el modo de producción capitalista, a diferencia de los anteriores, las relaciones humanas aparecen cosificadas e invertidas en forma de relaciones económicas que Marx definió como el fetichismo de la mercancía (14). La explotación y la obtención de la ganancia bajo el capitalismo aparece como una relación libre y voluntaria, una relación contractual entre empresario y obrero, y no una relación de poder y dominación por parte del capitalista. Esa relación que bajo el feudalismo aparecía como imposición a la fuerza del señor dueño de la tierra hacia los siervos, en el caso del capitalismo aparece camuflada. El capitalismo histórico ha sido un modo de producción revolucionario (no en el sentido de la igualdad sino de los avances tecnológicos o científicos). Nunca antes la humanidad ha vivido un vértigo similar que nos coloca a las puertas de un salto hacia adelante o a nuestra propia extinción.

El hecho de que las relaciones capitalistas aparecieran antes que los Estados burgueses, tuvo en Rusia una originalidad aún mayor. A finales del siglo XIX en pleno desarrollo industrial y abolida la servidumbre en 1861, todavía el gran imperio zarista era un Estado feudal basado en una relación de poder de la familia de los  Romanov y de las viejas clases nobles (15).

La equivocación de comparar la transición del feudalismo al capitalismo con una hipotética transición del capitalismo al socialismo, condujo a errores y una falta de previsión teórica. Por ejemplo, se subestimó la capacidad de resistencia de las clases burguesas y el peso de sus tradiciones. Los Estados burgueses, a diferencia de los feudales, han demostrado a lo largo de la historia, una capacidad de resistencia y adaptación que no se dió en las monarquías absolutistas. La prueba más clara fue la derrota de los espartaquistas alemanes en enero de 1919 que costó la vida de Rosa Luxemburgo y Karl Liebneck. En ese caso, no sólo fueron errores de improvisación o preparación sino de subestimar la capacidad de la joven República de Weimar.

La revolución socialista no podía ser una simple revolución política, ni un cambio de sujetos dentro de un Estado. Tenía que ser un proceso de transformación profunda que afecta a todos los órdenes de la vida humana y del metabolismo social. A diferencia del capitalismo, el socialismo es una construcción consciente que precisa uno o unos sujetos revolucionarios y no solo la indiferencia, sino el apoyo decidido de otros sectores sociales. Sí éstos no empujan en la misma dirección, ya sea el campesinado, la pequeña burguesía o las clases medias pauperizadas, el éxito no estará garantizado. No hay ninguna posibilidad de construir una sociedad más justa, igualitaria y libre, si el proyecto socialista no es mayoritario entre la sociedad; si el camino político hacia esta sociedad no forma parte de los lugares y objetivos donde se quiere llegar. Las dictaduras políticas que, en nombre del socialismo, han sucedido a lo largo del siglo XX, son una aberración histórica e incluso una formación social más atrasada que el capitalismo de los países avanzados.

IV

La revolución de octubre triunfó en las ciudades más importantes como San Petersburgo y Moscú pero no llegó a todos los rincones de Rusia. Fue esencialmente una revolución urbana y proletaria que no consiguió arrastrar a la mayoría del campesinado que vivía en las aldeas remotas del continente ruso. Ese fue un hándicap fundamental a lo largo de todo el proceso. La Asamblea Constituyente por ejemplo había dado la mayoría a los socialistas revolucionarios. La tradición cultural y la religión (la Iglesia ortodoxa) eran un pesado lastre del que se tenían que librar los socialistas rusos.

El nacimiento del primer gobierno revolucionario encabezado por Lenin y Trotsky era la representación de una dictadura del proletariado mayoritaria en los soviets pero minoritaria tanto en el conjunto de la sociedad como en todo el movimiento obrero. La insurrección contaba con un respaldo social en Moscú y San Petersburgo pero no en todo el país. Había sectores de la clase obrera en estas ciudades -como el sindicato de ferroviarios- con el que chocaron los bolcheviques en sucesivas ocasiones. La misma consigna de los bolcheviques ¡Todo el poder a los soviets! que jugó un papel central en la llegada al poder de los bolcheviques con los socialistas revolucionarios de izquierda, era históricamente limitada. Lenin y Trotsky veían posible superar esas dificultades en el momento que los soviets de obreros y soldados -dirigidos por ellos- llegaran al poder. El mismo Lenin, había cambiado el programa bolchevique sobre la tierra para llegar a un acuerdo con los socialistas revolucionarios de izquierda. Ese cambio (de la nacionalización de la  tierra al reparto a las clases campesinas pobres), fue duramente criticado por la izquierda bolchevique y por socialistas como Rosa Luxemburgo.

En el terreno político, las medidas tomadas por Lenin durante los dos años del comunismo de guerra fueron en detrimento de la democracia socialista. El carácter limitado del proceso social de octubre llevó a que la revolución tuviera muchos enemigos, tanto en el campo de la reacción como entre los partidos soviéticos. Los bolcheviques no querían acabar como los jacobinos franceses y por eso intentaron blindar la revolución con medidas fortaleciendo la dictadura. El régimen que, en un primer momento quería representar a la mayoría de los soviets, se fue desgastando por la guerra y el hambre. La dictadura del proletariado basada en la organización de los soviets se fue reduciendo a una dictadura bolchevique. La eliminación del sufragio universal, de la independencia de los sindicatos, la ilegalización de los partidos, el poder represivo de la Cheka… Todo ello contribuyó a la degeneración burocrática posterior.

Por lo tanto tenía razón Rosa Luxemburgo frente a Lenin cuando criticó a los bolcheviques por la disolución de la Asamblea Constituyente. Tenían razón la Oposición Obrera cuando defendió la independencia de los sindicatos respecto al Estado. Tenían razón los anarquistas y marxistas libertarios cuando criticaron al gobierno bolchevique que aplastó la insurrección de Kronstadt (16).

El Partido y el Estado fueron las palancas que tenían que conducir al socialismo pero eso era una contradicción con la teoría de Marx e incluso con muchos pasajes del Estado y la Revolución de Lenin ¿Cómo se puede llegar a la extinción del Estado si la dictadura del proletariado era un fortalecimiento del mismo? A veces hemos tratado de justificar esta contradicción diciendo que era una situación excepcional y anómala, pero no lo fue para Lenin y Trotsky. El X congreso del partido comunista se celebró una vez acabada la guerra civil y, sin embargo, en ese congreso se aprobaron todas las medidas de excepcionalidad contra las libertades y la democracia como la eliminación de todas las tendencias dentro del partido.

En el terreno económico los pasos dados por el gobierno fueron improvisados por la situación. No por la carencia de grandes economistas dentro del partido (17), sino por el devenir de los acontecimientos. Se pasó de un comunismo de guerra a la NEP (18) que era todo lo contrario. El balance del comunismo de guerra fue catastrófico, no así el de la NEP que mejoró ostensiblemente el abastecimiento, el comercio, la productividad y la situación social tanto en las ciudades como en el campo. Con la NEP se restableció la circulación del rublo y se redujo la inflación. El éxito de la NEP demostró la inteligencia de Lenin en los momentos más críticos (el momento de la insurrección o la paz de Brest fueron también situaciones críticas), pero también darían la razón a Trotsky cuando criticó, años más tarde a Stalin por pretender construir el socialismo a base de decretos y prescindiendo de la situación de inferioridad de la URSS respecto a las grandes potencias capitalistas (19).

V

En Rusia tras la revolución bolchevique se fue desarrollando una nueva formación social. El telón de la revolución cayó aproximadamente en 1921 en el X congreso del partido aunque la lucha de clases se mantuvo hasta el triunfo total de la contrarrevolución estalinista aproximadamente a finales de los años treinta con el colofón de los Procesos de Moscú (20). Durante el año 1921 el gobierno revolucionario debió enfrentarse a la insurrección de Kronstadt. Una sublevación a cargo de la histórica flota de los marineros junto a miles de obreros anarquistas, mencheviques, eseristas e incluso también disidentes bolcheviques (21). Hubo huelgas y manifestaciones en muchas ciudades exigiendo suministros y democracia soviética.  Esos conflictos se manifestaron dentro del X congreso del partido donde todas las tendencias fueron prohibidas.

Años más tarde las políticas de planificación quinquenal e industrialización a marchas forzadas también generaron conflictos.  Sin embargo, el mayor drama de todos se vivió en el campo en los años treinta cuando se impusieron las colectivizaciones forzosas. Se desató una auténtica guerra civil del aparato del partido comunista contra el campesinado. La burocracia intentó hacer pasar esa guerra social como una campaña revolucionaria contra los kulaks. Murieron de hambre millones de personas en lo que se conoce como el Holodomor (22).

La nueva formación social no era capitalista ni socialista. Durante los primeros años no hubo prácticamente un Estado en el sentido estricto del término. Había instituciones como el gobierno, los soviets, la cheka, los ministerios, el ejército, etc, etc; pero todo giraba alrededor del partido bolchevique y éste, alrededor de su comité central. El país estaba dividido en zonas que controlaban los ejércitos rojos o blancos o las guerrillas de Manjno. El mercado negro había sustitudo al comercio y el trueque había sustituido al rublo en amplias zonas del país. La revolución se mantuvo en pie exclusivamente por la fuerza que llevó a cabo una vanguardia política agrupada en torno al partido bolchevique y éste en torno a Lenin.

Como decíamos anteriormente el X Congreso supuso un primer paso en la implementación de un nuevo Estado. Lenin, en ese congreso no representó la fracción más dura, fueron Trotsky y Bujarin, pero finalmente agrupó a la mayoría de los delegados para sacar adelante medidas coactivas dentro del partido y fuera del partido. También se preparó el camino para la NEP.

Años más tarde, muerto Lenin, la fracción más conservadora y reaccionaria encabezada por Stalin, posibilitó que en la URSS triunfase una contrarrevolución. El resultado fue el nacimiento de un Estado burocrático y no de un Estado Obrero burocrático como defendió Trotsky hasta el final de sus días (23). La clase obrera no era la clase dominante ni en lo político ni en lo económico, sino las distintas fracciones de la burocracia del partido que no formaban parte de la clase obrera. Eran una casta extraña a la misma.

La URSS no era una formación capitalista ni socialista. La ley del Valor que impera en las sociedades capitalistas no podía funcionar porque la planificación y la gestión burocrática habían sustituido el objetivo capitalista, que no es otro que la maximización de los beneficios de las empresas y la acumulación. La  planificación y la gestión arbitraria (muchas veces demencial) de la burocracia (24) tampoco tenía como objetivo las mejoras de las condiciones de vida de la población. Todo lo contrario, lo único que buscaba era conservar su estatus dentro de las estructuras del poder estatal.

Como hemos podido comprobar a lo largo del siglo XX, la burocracia de la URSS fue un régimen totalitario que reprodujo las relaciones de explotación y opresión; que contribuyó al desastre ecológico; a la desigualdad de género y a la homofobia. Por lo tanto no tuvo el menor carácter progresivo.

La paradoja histórica fue que del resultado de la revolución contra el Estado absolutista de los Romanov nació un nuevo Estado absolutista aunque con otras bases sociales. Mientras el absolutismo de la Monarquía era un residuo feudal que se mantuvo gracias al apoyo de la nobleza; en el caso de la nueva república soviética era un absolutismo encarnado por el monopolio del poder y la aparición de la figura bonapartista de Stalin.

La base social del nuevo Estado estaba formada por millones de funcionarios y burócratas al servicio del partido comunista. Ambos estados desempeñaron papeles parecidos. Podríamos describirlo como un absolutismo invertido. Ambos desarrollaron la industrialización del país por arriba. En el primer caso para beneficio de los grandes grupos capitalistas, mientras que en el segundo fue la burocracia la que se benefició a través de su gestión estatal y no de la extracción de plusvalía. Entre uno y otro mediaron tres revoluciones y dos guerras, una de ellas mundial y otra civil. Por lo tanto no hay continuidad sino paradoja. El resultado de la estabilización de la burocracia en el poder configuró un nuevo “imperio” militar que se derrumbó en 1990.

Si Lenin hubiera asistido a esta involución no nos cabe la menor duda que hubiera estado en contra. Ni los errores de Lenin ni la gestión que llevó a cargo en sus cuatro accidentados años en el poder son comparables a la regresión histórica que abrió Stalin.

Lenin falleció el 21 de enero de 1924 tras una larga enfermedad que le mantuvo fuera del poder durante dos años. En este tiempo pudo escribir y dictar a sus secretarias unas cartas que se conocen como su testamento político (25). En una de ellas, dirigida al partido, expresaba su malestar con la brutalidad y los métodos de Stalin y recomendaba que se le apartara del cargo de secretario general; mostraba su preocupación por el riesgo de ruptura dada las fuertes personalidades de Trotsky y Stalin; también hacía propuestas de control democrático dentro de los aparatos del Estado. Lenin, no hubiera podido soportar el nacionalismo gran ruso que se instaló en la URSS desde los años treinta, ni mucho menos la guerra social contra los campesinos. Ello no exime de los graves errores y decisiones profundamente equivocadas que se tomaron a partir de 1917. Fueron tiempos de revolución y guerras que terminaron con la mejor generación de socialistas que jamás haya existido: Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo y tantos otros que acabaron exiliados, fusilados o en los campos de concentración siberianos.

NOTAS

1.- Rosa Luxemburgo. “La revolución rusa un análisis crítico”, página 33. Editorial Castellote.

2.- Lenin. El Estado y la Revolución”. Editorial Ayuso.

3.- Los narodniki eran los populistas rusos que más tarde se llamarían socialistas revolucionarios. Eran el partido de los campesinos tanto pobres como ricos (kulaks). Había varias tendencias entre los más liberales cercanos a los terratenientes hasta los más izquierdistas que formaban grupos de acción mediante atentados En el transcurso de la crisis revolucionaria se dividieron en dos grandes fracciones: la izquierda eserista o socialista revolucionaria, y, la derecha. Con la izquierda, los bolcheviques llegaron a acuerdos incluso compartieron el primer gobierno revolucionario, cediendo al programa agrario de repartir la tierra a los campesinos.

4.- Historia del marxismo. “La difusión y la vulgarización del marxismo”. Franco Andreucci. Volumen 3. Editorial Bruguera. Esta historia del marxismo es, sin duda, una de las mejores que se hayan publicado en castellano, corrió a cargo de Eric J. Hobsbawm.

5.- Historia del marxismo. Volumen 5. Recoge los debates entre los marxistas y entre éstos y los populistas anteriores a la revolución de 1917.  Los artículos están agrupados en torno al título “El marxismo en tiempos de la II Internacional”.

6.- L. Trotsky. La revolución de 1905. Resultados y perspectivas. Editorial Ruedo Ibérico.

7.-  Historia del marxismo. Volumen 2. Eric J. Hobsbawm. “Los aspectos políticos de la transición del capitalismo al socialismo”. Páginas 139 a 190.

8.- Marx,  Engels, Lenin. La Comuna de París. Editorial Akal.

9.- E. H. Carr en su historia de la revolución bolchevique 1917-1923 Tomo I . Alianza Editorial recoge la siguiente frase de Lenin: “ El jacobino indisolublemente ligado a la organización del proletariado, consciente de sus intereses de clase, es precisamente el socialdemócrata revolucionario”.

10.- Chernyshevsky fue uno de los fundadores del populismo en Rusia.

11.- Historia del marxismo. Volumen 5. Vittorio Strada. “El marxismo legal en Rusia”. Páginas 55 a 75.

12.- K.Marx. “Prólogo a la contribución a la crítica de la economía política”. Editorial siglo XXI.

13.- Daniel Guerin. “La lucha de clases en el apogeo de la revolución francesa, 1793-1795”. Un trabajo sobre la revolución francesa sin duda diferente al resto de los autores marxistas o no marxistas.

14.- K.Marx. “El Capital”. Volumen I.  Capítulo I. La Mercancía. Editorial siglo XXI.

15.- Perry Anderson. “El Estado absolutista”. Capítulo Rusia. Páginas 335 a 369. Editorial siglo XXI. Anderson defiende las mismas tésis que Lenin, Parvus y Trotsky aunque desde puntos de partida diferentes.

16.- Victor Serge. “La degeneración de la URSS y la guerra civil española”. “Los escritos y los hechos”. Un total de cinco artículos sobre la masacre de Kronstadt. Páginas 79 a 92. Editorial Base.

Desde otro ángulo más crítico está el libro de Volin titulado “La revolución traicionada 1917-1921. Capítulo sobre Kronstadt. Páginas 425 a 519. Editorial Descontrol.

En una línea política y personal los relatos sobre Rusia de E. Goldman están publicados en su libro “Mi desilusión en Rusia”. Editorial Viejo Topo.

17.- Además de los dos teóricos más conocidos del partido bolchevique (Bujarin y Preobrazhenski) había numerosos economistas de prestigio internacional y no todos en la órbita del marxismo. Alec Nove dice: “Por ejemplo, Brazarov, el ya mencionado Jurovski, Maslov, Groman, Berstein-Kogan, Kondratiev, Feldman, Chajanov…” . Página 251 (Volumen 8, Historia del marxismo). Muchos de ellos como el marxista Isaac Rubin ( “Ensayos sobre la Teoría del Valor de Marx”), asesinados posteriormente por Stalin.

18.- Alec Nove. “La historia económica de la Unión Soviética. La NEP páginas 56 a 145. Alianza Editorial.

19.- Trotsky. “La revolución traicionada”. Ediciones Crux. A pesar de que no estoy de acuerdo con Trotsky sobre la naturaleza de la URSS, considero este libro como el mejor trabajo que se ha escrito, desde el punto de vista del marxismo, sobre la URSS.

20.- Pierre Broué. “Los procesos de Moscú”. Anagrama.

21.- Los hechos de Kronstadt están recogidos en la bibliografía que hemos dado en la nota 16.

22.- Anne Applebaum. “La hambruna roja”. “La guerra de Stalin contra Ucrania”. Editorial Debate. Applebaum es una historiadora conservadora pero el material informativo es interesante.

  1. Arch Getty y Oleg V. Naumov. “La lógica del terror”. “Stalin y la autodestrucción de los bolcheviques”. Editorial Crítica. Un libro basado en la represión estalinista con la ventaja de contar con los archivos que se abrieron tras la caída de la URSS.

23.- Trotsky. “La revolución traicionada”. Idem.

24.- Rolando Astarita. El Blog del economista marxista argentino tiene numerosas entradas sobre la naturaleza de la URSS. Uno de los trabajos más rigurosos. Desde otro punto de vista la obra de Charles Bettelheim es de las más completas aunque éste mantiene que la burocracia es una clase social.

25.- Marxists Internet Archive. Carta al congreso.

Castoriadis. Un pensamiento emancipador perfilado a través de las turbulencias del siglo XX (Jesús Aller, 2023)

Reseña del libro «Castoriadis en su tiempo» (Juan Manuel Vera, La Linterna Sorda, 2023). Primera versión del texto en Rebelión  el 13 de diciembre de 2023. También en jesusaller.com

Cornelius Castoriadis (1922-1997), tras su juventud en Atenas, desarrolló su vida y su pensamiento en Francia, donde llegó recién concluida la II Guerra Mundial. En su país de adopción, su marxismo y su militancia trotskista dejaron paso progresivamente a una visión original, consejista y libertaria, que, iluminada por intuiciones del psicoanálisis, reivindica la imaginación como proyecto del mundo futuro, al tiempo que defiende una política basada en la autoorganización de seres libres, más allá de cualquier reflejo determinista.

Este cambio de coordenadas se produjo en una época marcada por profundas conmociones, y ello invita a estudiar la influencia que éstas pudieron tener en él. En Castoriadis en su tiempo, recién publicado por La linterna sorda, el economista Juan Manuel Vera realiza un recorrido minucioso por los procesos históricos de los que Castoriadis fue testigo y analiza cómo marcaron su ideario. La exposición permite concluir que en una época en la que la revolución social ha devenido en algo impensable, este autor nos ofrece herramientas originales para abordar la labor imposible. La suya es una apuesta radical y lúcida para comprender la crisis del pensamiento emancipador en su confrontación con el capital a lo largo del calamitoso siglo XX.

Contra el estalinismo

Cornelius Castoriadis realizó en Atenas estudios de derecho y ciencias políticas y económicas y comenzó muy pronto su militancia, lo que tenía sus riesgos bajo la dictadura de Metaxás, primero con los comunistas prosoviéticos y después con los trotskistas. Sobrelleva luego la ocupación alemana del país, y concluida ésta, ante la inminencia de una guerra civil en la que los trotskistas serán perseguidos tanto por los gubernamentales como por los comunistas, decide aprovechar la beca que se le ofrece para ampliar estudios en Francia y abandona Grecia. En estos meses cruciales, el joven militante siente cómo la desazón que le producían comportamientos que observaba en los partidos comunistas cristaliza en una convicción política de que éstos deben ser considerados simplemente máquinas de poder en lucha por establecer nuevas sociedades de dominación.

En París, Castoriadis continúa su militancia trotskista y en 1948 ingresa como funcionario internacional en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico​ (OCDE), un empleo bien remunerado que le dará estabilidad. Desde entonces su vida está dedicada a su actividad profesional y a las aportaciones teóricas que, con seudónimos diversos, va realizando en revistas; sólo utilizará su nombre a partir de 1970, cuando consiga la nacionalidad francesa. Emprende además dos proyectos de tesis doctoral, pero ninguno de ellos llegará a ser defendido.

Vera analiza la situación del trotskismo francés en la posguerra, aislado tras su penosa equiparación de los dos bandos del conflicto. En esta época, nuestro filósofo participa en los debates que surgen dentro del movimiento, rechazando la concepción de la URSS como un estado obrero y definiéndola como la dictadura de una nueva clase burocrática. Él y otros que defienden esto terminarán en el verano de 1948 por distanciarse definitivamente para constituir el grupo Socialismo o Barbarie (SoB), nacido con la intención de oponerse al “campismo”, esto es, a la opción de tomar partido, en la coyuntura internacional que se vivía y aunque fuera críticamente, por uno de los campos enfrentados, ya fuera el del socialismo real o el democrático-burgués.

En sus artículos de estos años, Castoriadis impugna el sistema impuesto en la URSS, al que no considera socialista, y defiende como alternativa la gestión obrera de la producción y la sustitución del poder del partido por un control democrático por parte de los órganos autónomos de los trabajadores. Vera recuerda las aportaciones diversas que encuentran acomodo en la revista que, con el mismo nombre de SoB, se empieza a publicar en 1949, y en la que confluyen trotskistas heterodoxos, libertarios, consejistas y bordiguistas.

Hungría y mayo del 68

Tras la muerte de Stalin, las expectativas abiertas por el liderazgo de Nikita Jruschov y el XX congreso del PCUS en febrero de 1956, se vieron frustradas a finales de ese mismo año por la ocupación soviética de Hungría, con la que expresaron su disconformidad incluso intelectuales como Jean Paul Sartre, fuertemente comprometido con las políticas del Kremlin en ese momento. El grupo de SoB vio en aquellos hechos una confirmación de sus tesis y sus pronósticos, y alabó el tono ampliamente consejista y democrático de la insurrección, que señalaba un camino plausible contra la dictadura burocrática. El entusiasmo de Castoriadis es evidente en sus escritos de esta época, pero agudamente previene contra el retorno de una dominación de los partidos a través del señuelo de unas “elecciones libres”. La única democracia posible, según él, es la directa de los consejos obreros, complementada con la autogestión en todas las esferas de la sociedad.

Otro tema de reflexión para Castoriadis en este tiempo es la evolución del capitalismo. Su análisis cuestiona principios esenciales del marxismo, pues defiende que el proletariado se ha difuminado en la sociedad contemporánea como sujeto emancipador. Como alternativa, él propone a los revolucionarios transformarse en un movimiento global que impugne muy diversos aspectos de la vida bajo el capitalismo. Estas ideas son criticadas dentro del propio grupo de SoB y en 1963 se produce una importante escisión que preludia su disolución en 1967.

Las conmociones de mayo de 1968 en Francia son vividas con satisfacción por Castoriadis. En un texto escrito en aquellas semanas, reconoce la energía revolucionaria de la insurrección, aunque ve difícil encauzarla en un proyecto con posibilidades de éxito. Insiste en la necesidad de una organización basada en principios anti-jerárquicos y de autogestión.

Nuevos retos intelectuales: psicoanálisis y La institución imaginaria de la sociedad

En 1970, Castoriadis deja su puesto en la OCDE y tres años después comienza a trabajar como psicoanalista. Trata con esta labor de profundizar en el conocimiento de la dimensión social e histórica de la psique y enriquecer con ello la teoría revolucionaria que viene elaborando desde hace años y que va a ver la luz en 1975 con la publicación de la que muchos consideran su obra maestra, La institución imaginaria de la sociedad. En este trabajo, nuestro pensador, en un ajuste de cuentas con Levi-Strauss, Foucault, Lacan y Althusser, destaca el rol de los significados imaginarios en la construcción, mantenimiento y cambio de la organización de la sociedad. Frente al determinismo imperante, propone la imaginación como rasgo esencial que está en el origen de todo lo representado o pensado, de todo lo racional. De esta forma, el orden social interiorizado en cada uno de nosotros obedece a una institución cuyo fundamento es una componente imaginaria. Con las visiones de otros se montó el entramado que nos oprime, pero somos libres para encontrar mundos nuevos a través del pensamiento. El dinamismo de la psique puede romper los esquemas que tratan de imponernos.

La influencia intelectual de Castoriadis no va a dejar de crecer tras la publicación de esta obra, y así comienza a desplegar una intensa actividad en instituciones de gran prestigio académico, mientras en sus escritos amplía su visión con el concepto de “autonomía”, que plantea una alternativa tanto al totalitarismo como a la falsa democracia del capitalismo. Contra las sociedades “heterónomas”, basadas en una ley ajena a ellas, dictada por Dios, la naturaleza, los antepasados o un determinismo histórico, él propone una sociedad capaz de modificar por su libre decisión, en cualquier momento, sus instituciones. Sin embargo, reconoce que la alienación a que nos somete el capitalismo favorece en la actualidad tanto el conformismo como la resurrección de viejos monstruos, en forma de integrismos religiosos y populismos de todo tipo.

Estas ideas irán siendo presentadas en sucesivas recopilaciones de ensayos que con el título Las encrucijadas del laberinto irán apareciendo en 1978, 1986, 1990, 1996 y 1997. La última entrega, Figuras de lo impensable, se editó póstumamente en 1999. En palabras de Vera, estos textos constituyen “un intenso llamamiento a la responsabilidad individual y social frente a la trivialización capitalista del ser humano”.

Nuevos malos tiempos

Respecto a la cambiante situación internacional de esta época, Castoriadis se manifestó escéptico ante los intentos de Gorbachov de reformar el régimen soviético, y creía que el ejército no iba de ninguna forma a tolerar la implosión que terminó produciéndose. Al final saludó la desaparición de la construcción dictatorial que tanto había criticado, pero lamentándose al mismo tiempo de que en ese momento de ruptura no hubiera sido posible reconstruir la sociedad con otros criterios que los del capital.

En el mundo occidental, la ofensiva neoliberal de Thatcher y Reagan supuso una revolución individualista y antiestatista que no fue revertida cuando la izquierda volvió al poder con Blair y Clinton. En este tiempo, Castoriadis contempla con preocupación la deriva de la sociedad occidental “hacia el conformismo y la insignificancia”, patrones que revelan en realidad una atrofia de la libertad. Ya en los 90, al final de su vida, es consciente de asistir a un cambio de era, con un capitalismo triunfante que ha logrado desactivar en todos los ámbitos las resistencias contra él de décadas anteriores.

El fallecimiento de Cornelius Castoriadis interrumpió proyectos ambiciosos, en los que reivindicaba un cambio revolucionario en las instituciones de la sociedad. Convencido del potencial de la libertad humana, catalizado por la creatividad de su psique, se sentía capaz de proponer una reformulación de todas las estructuras sociales a través de una idea básica: “Lo que hay que cambiar son las actitudes del hombre contemporáneo y la sociedad contemporánea, cambiar la idea de sus fines en la vida, de lo que es importante, de lo que somos y debemos ser unos para otros.”

Un pensador imprescindible del siglo XX

Castoriadis desarrolló su pensamiento a través de experiencias y reflexiones sobre algunos de los acontecimientos decisivos del siglo XX. En sus primeros años, criticó con dureza la dinámica opresiva del capitalismo y el ciego y cruel solipsismo de la burocracia soviética, pero, constructivo también, halló una alternativa de organización social en la democracia obrera, lo que le hizo contemplar con entusiasmo la insurrección de Hungría en 1956. Su gran aportación teórica llegó, no obstante, años después con La institución imaginaria de la sociedad, un trabajo en el que sociología y psicoanálisis se hermanan para guiar un camino de creación libertaria contra la alienación capitalista.

Castoriadis en su tiempo de Juan Manuel Vera, generosamente anotado e ilustrado con fotografías y documentos, da cuenta de un periplo vital e ideológico, sin perder de vista las convulsiones de una época sombría, que condicionaron al hombre y al filósofo. En este tiempo de incertidumbre y fracaso de los proyectos emancipadores, cruel legado del siglo XX, resulta imprescindible regresar a un pensador que nos demuestra a cada paso que existe vida más allá de los desastres del imperio de la mercancía, del capital y sus estados, y que tenemos la llave para hallarla en el poder de nuestra imaginación.