En una breve información biográfica escrita en 1940, en la que se habla menos de política y más de lo cotidiano, Orwell nos ofrece el siguiente autorretrato de los cuatro últimos años de aquella década infame:»…Serví durante cuatro meses en el frente de Aragón, en las milicias del POUM, donde fui seriamente herido, pero felizmente sin consecuencias ulteriores. Después, al margen de un invierno que pasé en Marruecos, no puedo afirmar honestamente que haya hecho otra cosa más que escribir libros, criar gallinas y hacer hervir las legumbres. Lo qué he descubierto en España y lo que he visto a continuación sobre el funcionamiento de los partidos políticos, me ha provocado gran horror por la política. Fui durante un tiempo miembro del Partido Laborista Independiente (ILP), pero lo abandoné al comienzo de esta guerra, ya que consideré que lo que decían no tenía sentido y que su línea política no podía hacer las cosas más fáciles a Hitler. Soy profundamente “de izquierdas”, pero pienso que un escritor no puede mantener su honestidad mas que quedando al margen de las etiquetas de los partidos.
Los escritores de los que nunca me he cansado son Shakespeare, Swift, Fielding, Dickens, Charles Reade, Samuel Butler, Zola, F!aubert y, entre los modernos, James Joyce, T. S. Eliot y D. H. Lawrence. Pero pienso que el escritor moderno que más me ha influido ha sido Somerset Maugham, al que admiro enormemente por su capacidad de contar historias sin entretenerse y sin florituras. Fuera de mi trabajo, lo que más me gusta es la jardinería, sobre todo los cultivos hortelanos. (…) Detesto las grandes ciudades, los ruidos, los coches, la radio, la comida en lata, la calefacción central y los muebles (.modernos». Los gustos de mi mujer son muy parecidos a los míos. Mi salud es mala, pero nunca me ha impedido hacer lo que he querido, salvo hasta el presente, de batirme en esta guerra. ….(1)
La formidable «prueba de fuego» que en el sentido político significó para Orwell sus peripecias en España, fue una llama que nunca se apagó en su conciencia crítica. Había asistido en primera fila a una representación en vivo del significado político de aquel período histórico tan excepcional. Vio cómo la lucha por la libertad tenía que ser al mismo tiempo una lucha por la revolución socialista, y cómo esta revolución era traicionada y destruida con la complicidad del reformismo socialdemócrata y con la actuación despiadada del estalinismo que había pervertido todos los grandes ideales del socialismo. A la luz de esta experiencia, algunos conceptos como libertad, socialismo, revolución, Estado, etc., cobraron a sus ojos un sentido muy diferente al que tenía una izquierda atada a las instituciones capitalistas o burocráticas. Cuando se presentó la ocasión no dudó en desmitificarla.
De hecho, toda su obra tenía una dimensión desenmascaradora y éste iba a seguir siendo su objetivo como escritor político. En su primera novela descendió a los infiernos en donde se encontraban condenados miles de seres de los cuales nadie se ocupaba y que contrastaban con la decoración que la burguesía ofrecía de una realidad social. En la segunda, desvelaba cómo, detrás de las dunas y más allá de los mares lejanos, las gestas coloniales eran una mentira llena de mediocridades, de angustias y aburrimientos, en las que los nativos eran menos que nada. Luego concentró sus sarcasmos contra la «aspidistra», un símbolo del status de la clase media. En la siguiente trató de mostrar la cara más miserable de la clase obrera británica que sin embargo era parte del motor que hacía funcionar la economía nacional. En Cataluña desmitificó el estalinismo y denunció la alianza entre la burocracia soviética y el imperialismo «democrático”. Desde aquel momento: «….su batalla es advertir a la conciencia pública inglesa y mundial: por eso recupera la claridad de los signos y la construcción geométrica de los fantásticos panfletos del siglo XVIII, elegancia formal a la que corresponde una dureza polémica verdaderamente incisiva. Que se haya tardado tanto en escucharlo y comprenderlo, no hace más que probar lo avanzado que estaba con respecto a la conciencia de su época. Él llevaba su Cataluña a la espalda. mientras que gran parte de la juventud europea la estaba viviendo o buscando fatigosamente.(2)
Cuando volvió a Inglaterra, y después de escribir Homenaje a Cataluña, quiso marcharse de nuevo, en esta ocasión a la India: La posibilidad se la brindó el periodista liberal sudafricano Desmond Young, que era redactor-jefe del Pioner, un semanario de Lucknow, en la India. El ofrecimiento comprendía un mezquino salario, pero la vida en la India era muy barata. Orwell tendría plena libertad y tiempo libre para escribir. EI Pioner era lo más avanzado que los ingleses podían permitirse en el lugar y buscaba un entendimiento con el ala moderada del Partido del Congreso que quería un pacto neocolonial. Orwell pidió garantías sobre la libertad que se le prometía porque estaba persuadido de que su pensamiento iría mucho más lejos que la línea oficial del semanario. Escribió al director explicándole su filiación socialista y su historial político. Éste temió que Orwell simpatizara con las tendencias nacionalistas más radicales y buscó un pretexto para deshacerse de él. Lo encontró en su enfermedad.
Tuvo que ingresar en un hospital y después de recuperarse, en el verano de 1938, recibió el encargo de redactar un nuevo libro sobre La pobreza en la práctica, pero no quiso hacerlo. Escribió entonces varios artículos y críticas de libros, no tenía ningún proyecto preciso aunque le rondaba en la mente. El invierno lo pasó en Marruecos donde tuvo ocasión de reverdecer sus convicciones anticolonialistas. En un artículo publicado en la primavera de 1939, concluye de esta manera: «Pero hay algo que todo blanco (y nada importa que se llame a sí mismo socialista) piensa cuando ve pasar a un ejército negro: «¿Cuánto tiempo vamos a poder seguir engañando a esta gente? ¿Cuánto tardarán en volver contra nosotros sus fusiles?». (3)
Allí escribió su cuarta novela, Coming up for air {Subir a por aire}.
A mediados de los años treinta, Orwell dejó de ser un joven airado para pasar a ser un intelectual comprometido. Había convertido su hostilidad al sistema en una actitud positiva hacia el socialismo y la clase obrera. Destinado a ser un individualista autosuficiente, la fuerza de los acontecimientos le acercaron a las organizaciones políticas, surgiendo en su interior un difícil conflicto, agravado por las tendencias burocráticas y conformistas de los partidos mayoritarios. Coincidió con alguna de las ideas clave de las corrientes socialistas más avanzadas, sentía profundamente . el espectáculo de dolor y opresión a que el capitalismo sometía tanto a los pobres de las colonias como a los obreros de las metrópolis, y estaba convencido de la conveniencia de la organización y de la lucha, pero no llegó nunca a compenetrarse con ninguna de ellas. En las trincheras de , Aragón hizo el mayor esfuerzo por integrarse en una comunidad social. Ésta fue una tentativa hacia abajo, y los milicianos se convirtieron en los tipos humanos más sobresalientes de todos los que aparecen en su obra. Pero el laberinto de las luchas políticas dentro de la izquierda aumentaron su actitud hostil hacia los partidos (4) y su voluntad de ingresar en el POUM fue ante todo fruto de una posición solidaria, de «dignidad humana».
Raymond Williams, en un trabajo tan discutible como sugestivo sobre Orwell. ha elaborado una teoría sobre el socialismo orwelliano en la que el arquetipo prima sobre los hechos, pero a la vez clasifica su personalidad: «…El socialismo de Orwell se va a convertir en el principio del exilio. que mantendría a toda costa. En la práctica le va a costar un abandono parcial de sus propios criterios; a veces se había dejado llevar con imprecaciones con tal de mantener a los otros apartados para evitar que lo confundan. No es tanto el socialismo lo que le molesta. lo que estaba en su espíritu. como los socialistas que estaban allí y podían arrollarlo. Lo que atacaba del socialismo era su disciplina y. sobre esta base. acabará encontrando su ofensiva contra el comunismo. Sus ataques a la negación de la libertad son admirables: todos. honradamente. hemos de defender las libertades básicas de asociación y de expresión. o negar al hombre. A pesar de todo. cuando el exiliado habla ~e libertad. está en una posición curiosamente ambigua. porque mientras que los derechos en cuestión se pueden calificar de individuales. la condición de su garantía es inevitablemente social. El exiliado. por razones dé su posición personal. no puede, en definitiva. creer en ninguna garantía social; para él casi toda organización es sospechosa. ya que está en el modelo de su propia vida. La teme porque no quiere comprometerse (a menudo, aquí está también su virtud. ya que ve con disgusto la perfidia de ciertos compromisos). Pero también los tiene porque no encuentra la manera. socialmente. de afirmar su individualidad; al fin y al cabo ésta es la condición psicológica del autoexiliado. Así. cuando ataca la negación de la libertad. pisa tierra firme; es decidido en el rechazo de las tentativas que hace la sociedad para absorberlo. Pero. cuando de alguna manera positiva. ha de afirmar la libertad. se ve forzado a negar la inevitable base social: entonces no puede hacer otra cosa que replegarse en la noción de una sociedad atomista. que deje a los individuos solos. . .» (5).
Esta problemática entre el individuo-artista y la colectividad tiene una extensa e intensa tradición en Inglaterra, (6) y cubrió una de las páginas más subyugantes de la historia de la revolución rusa, en cuyo cuadro de ascenso y degeneración no es difícil situar los momentos de mayor aproximación y de mayor distanciamiento entre los artistas y el partido. Con todos sus particularismos y singularidades, la mayoría de los artistas rusos, incluidos los que se encontraban tan distantes de los simpatizantes bolcheviques como Alexander Block y Serguei Esenin (que aportaron sus perfiles cristianos y campesinos a la lírica revolucionaria), trabajaron codo con codo junto a los revolucionarios en momentos tan duros y difíciles como los de la guerra civil. Cuando el proceso de degeneración burocrática –derivada sobre todo de las terribles condiciones de aislamiento y bloqueo de un pueblo exhausto- comenzó a hacerse insoportable, la mayoría de ellos optó por el autoexilio, por el suicidio o por la resistencia. Un trayecto muy parecido recorrió Orwell desde su fascinación por la revolución española hasta su repliegue ulterior terriblemente desengañado, como sus homólogos rusos, ante el estalinismo, y también, como una parte de ellos -Maiakovski, Babel, Mandelstam, etc.-, se mantuvo firme en sus concepciones izquierdistas y en su atracción hacia las posiciones revolucionarias, posiciones «que difícilmente podría mantener con rigor y coherencia desde su aislamiento.
Fue todavía el aliento de la revolución española, la controversia que rodeó la edición de Homenaje a Cataluña, lo que llevó a Orwell a dejar de ser un «compañero de ruta» del ILP para convertirse en un militante a partir del 13 de junio de 1938. Éste era entonces el «tercer partido» obrero y se encontraba muy a la izquierda de los laboristas y de los comunistas estalinistas, Al primero, Orwell lo acusaba de no haber tenido nunca «una política independiente» de la burguesía, era y es «un partido de sindicatos dedicados a elevar los jornales ya mejorar las condiciones de trabajo», y dependía «directamente del sudor de los coolíes indios», Una vez en el poder, el laborismo se veía sometido al siguiente dilema: «realizar sus promesas y arriesgarse a la rebelión, o continuar la misma política de los conservadores y dejar de hablar del socialismo, Los dirigentes laboristas no llegaron a encontrar una solución y desde 1935 en adelante empezó a ser muy dudoso que deseara subir al poder . Habían degenerado en una «oposición permanente». A los segundos, los acusa de difundir un credo «que podría atraer a un tipo más bien raro. de personas que se encuentran sobre todo en la intelligentzia de la clase media, los que han dejado de amar a su país pero que aún siguen sintiendo la necesidad de un patriotismo, y así se crean sentimientos patrióticos hacia Rusia»,
No confía tampoco en los grupos más minoritarios, sí lo hace en el ILP (7) es porque: «…es el único partido británico –en todo caso, el único un poco importante para ocuparse de él- que plantea lo que es para mí el socialismo. No quiero decir que he perdido todas las esperanzas en el partido laborista. Mi voluntad más firme es que el partido laborista logre una neta mayoría en las próximas elecciones generales. Pero sabemos cuál ha sido la historia del partido laborista, y sabemos cuál es la terrible tentación del momento –la tentación de tirar todos los principios por la borda con el fin de prepararse para una guerra imperialista. Por eso es vital mente necesario que subsista una organización con la cual se pueda contar, incluso cara a la persecución, y para la que los principios del socialismo son algo tangible. Creo que el ILP es el único partido que, como tal. es susceptible de esconder una buena vía tanto contra la guerra imperialista como contra el fascismo» (8).
En su funcionamiento interno, incluso en sus esquemas teóricos, el ILP era un partido socialdemócrata de extrema izquierda, con una disciplina abierta –los «trotskistas» militaban en su interior sin dificultades–, y con unas concepciones pacifistas radicales. Sus ideales revolucionarios no se combinaban con una estrategia y una acción revolucionaria muy consecuentes, Asumía algunas de las tesis internacionalistas del POUM y del «trotskismo», pero de una manera bastante lineal ya través de unas concepciones como las pacifistas que pronto se iban a revelar como hueras con el estallido de la segunda guerra mundial, lo que significó, aparte del distanciamiento de Orwell, la desintegración del partido al empezar la contienda diluyéndose en el Labour ,
La proximidad de la guerra se vive en Subir a por aire, que para algunos será su mejor novela y para otros una de sus obras menores. Ambientado en la Inglaterra de 1938 y publicado un año más tarde, trata precisamente de la inminencia de la guerra, con sus implicaciones en la vida cotidiana del inglés medio y su secuela de barbarie desconocida hasta entonces. La imaginación de Orwell, unida aquí con un contrapunto absolutamente prosaico, se encamina hacia una prefiguración del futuro lleno de horror y violencia.
El protagonista de la obra, George Bowling, es un individuo de mediana edad, gordo y sensual, que vive en una población totalmente industrializada que ha matado lo mejor de Inglaterra. Bowling que no tiene mejor recuerdo que su juventud, en la que podía pescar, se lamenta: «¿Dónde se encuentran los grandes peces ingleses de hoy? Cuando yo era un muchacho, cada estanque, cada curso de agua tenía peces. Ahora los estanques están secos, y cuando los ríos no se encuentran envenenados por los productos químicos de las fábricas, están llenos de botes mohosos y neumáticos de bicicletas».
Después de haber ganado algún dinero en las apuestas de caballos, decidió gastarlo en un viaje al pueblo de su infancia, donde intentó recordar tiempos mejores. Pero el pueblo ya no era igual que unos años atrás, y una profunda cisterna que recordaba con fantasía se había convertido en una fosa de basuras…Este sentimiento ecologista se inscribe en una denuncia radical de la corrupción de un sistema económico que prepara la más terrible de las guerras. Para Orwell el mundo marchaba hacia atrás. Los antecesores de Hitler y Stalin se dedicaban a crucificar ya cortar las cabezas de la gente, pero éstas han llegado a unos extremos Que jamás se habían visto antes.
La obra profetizó un Londres bombardeado, ilustrando un temor ampliamente generalizado en la época. También pronosticó una guerra civil todavía a la manera española. En medio de esta situación profundamente pesimista, George Bowling, toma conciencia del fracaso de su existencia. Su retrato es característico del antihéroe orwelliano, con sus miserias físicas y espirituales, en el que siempre hay algo del autor y mucho de los ciudadanos de a pie que se ven envueltos en las vorágines de una época histórica que no pueden entender, lo que no impide que en ocasiones la luz brille en la oscuridad.
Bowling vive su vida mediocre sin excesivos problemas morales, pero teme la guerra, todavía mantiene un desagradable y poco patriótico recuerdo de la de 1914-1918. Casualmente asiste a una conferencia del Club del Libro de Izquierdas en su barrio, y detrás de las discusiones intelectuales entre tres comunistas –que proponen un frente popular contra el fascismo–, y un joven «trotskista» judío –que denuncia la guerra imperialista y aboga por la revolución, contra la guerra y el fascismo–, Bowling vislumbra el horror y el espanto que significa el ascenso fascista, y llega a creer que no se trata de un fenómeno aislado en Alemania o Italia sino un profundo proceso de deshumanización, de absolutismo ideológico que está embargando incluso a los adversarios de Hitler y Mussolini. Tras la guerra, aunque Hitler sea vencido, el odio penetrará por todos los poros de la sociedad y se instalará en ella. Nada volverá a ser como antes, se anuncia lo que va a ser 1984: «El mundo en el que estamos destinados a precipitarnos. el mundo del odio y de los slogans. Las camisas de colores. Las guarniciones de púas. Los garrotes de caucho. Las células secretas donde la luz eléctrica brilla noche y día y el policía que os vigila durante vuestro sueño. y los desfiles de carteles con las caras gigantescas. y las masas de un millón de personas que aclaman al Líder hasta que se persuaden de que lo adoran, todo en él mostrando un odio mortal digno de vomitar. Todo esto va a llegar. ¿Será inevitable? Algunos días sé que todo eso es imposible. otros días sé que es inevitable».
No hay mucho de positivo en esta novela. El tío socialista del idílico pueblo del protagonista todavía parcialmente conservado, y la clase obrera que posee tradiciones de buen sentido y de honestidad, y que aliada con los mejores elementos provenientes de la pequeña burguesía puede poner fin a la explotación ya la guerra. Todo lo demás exhuma un terrible pesimismo, por no decir una desesperación casi total. No se trata, como se ha dicho, de algo inherente a su estado de salud, sino que tiene mucho que ver con la derrota del pueblo español y las perspectivas del desastre que se avecina.
Los críticos vieron ciertas similitudes con algunas de las primeras obras de H. G. Wells. También encontraron su habitual sello «dickensiano» y destacaron la capacidad de Orwell para representar el clima del momento, las contradicciones de la esperanza socialista a través de un vulgar viajante de comercio. Pocos subrayaron el verdadero sentido de su nostalgia preindustrial, un cariz de la novela que cobraría su justo valor décadas más tarde cuando el proceso que denunció había llegado a niveles insoportables y dio lugar al movimiento ecologista. A pesar de su voluntad didáctica y propagandística el libro no tuvo un éxito editorial, pocos se querían mirar en el espejo cóncavo que Orwell les ofrecía.
La inmediatez visible de la guerra, la perfidia del pacto nazi-soviético –que alejó del comunismo británico a un buen número de intelectuales, pero que la dirección del partido justificó «disciplinariamente»-, cambiaron las ideas de Orwell, que descubrió súbitamente que «era un patriota de corazón». No iba por lo tanto a hacer guerra a la guerra, ni a boicotear un gobierno como el de Chamberlain contra el que había escrito con gran violencia e indignación. Ahora bien, el patriotismo entendido correctamente no debía de confundirse con el conservadurismo, y su apoyo al gobierno se debió a una posición de mal menor mientras trabajaba por una opción socialista. Estaba convencido de que la guerra era el agente de cambio social más importante que conocía la historia y contemplaba la que venía como la primera etapa de la revolución socialista.
De momento su fervor patriótico sufrió un desagradable desaire cuando ninguna oficina de reclutamiento lo aceptó , por motivos de salud. En una carta a un amigo suyo explica así este asunto: «He fracasado hasta el momento en mi intento de servir al gobierno de HM (Su Majestad), pero lo sigo deseando, ya que me parece que, ahora que nos encontramos en esta jodida guerra, me gustaría meter las manos y las patas. Pero no me quieren en el ejército, al menos no de momento, a causa de mis pulmones».(9) Olvidando un poco sus anteriores posiciones, atacó con vehemencia a los intelectuales de izquierda que no establecían ninguna distinción entre la democracia imperialista y el fascismo, ya los pacifistas a los que rudamente acusó de hacer el juego al fascismo.
Durante este tiempo se mostró particularmente activo con la pluma, quizá como una medida de contrarrestar su frustración en el terreno militar. Consideraba que su trabajo era más importante que las relaciones humanas y no se daba cuenta de la situación de su compañera que había comenzado a trabajar en el Departamento de Censura y comenzaba a dar muestras de un decaimiento que la llevó años después a la muerte. No escribió ninguna novela, solamente artículos y ensayos críticos en los que demostró su gran valía. Uno de sus artículos lo dedicó a la obra de Hitler Mein Kampf No olvidó el papel que había jugado la burguesía en su victoria. Hasta hacía poco la propia burguesía inglesa –con Churchill al frente- lo había visto como el gran hombre capaz de destruir el movimiento obrero.
El 11 de marzo de 1940 se publicó Inside The Whale, {Dentro de la ballena}, una recopilación de ensayos que trataban, entre otras cosas, de los «Semanarios sobre adolescentes», Henry Miller y Charles Dickens. El libro fue muy bien acogido y revalorizó ante los críticos la valía de Orwell como ensayista. En el primer trabajo realizó un estudio sobre las tendencias de la cultura popular expresadas en los «Semanarios para adolescentes», considerándolas como una buena iniciación cultural, y trató inútilmente de con vencer a su editor y al escritor Geoffrey Trease para fundar una revista de comics donde la ideología de izquierdas figuraría hábilmente. En el apartado dedicado a Charles Dickens, Orwell atenuó su pesimismo y subrayó que el radicalismo del autor de Oliver Twist, aun siendo de lo más vago, no había perdido vigencia. Dickens era un moralista que a diferencia de los políticos no ofrecía alternativas, ni siquiera tuvo una conciencia muy clara de la sociedad a la que atacó sino solamente la sensación de que algo funcionaba mal. Su premisa era simplemente la honestidad. No atacó por ello –como hacen los revolucionarios que piensan que todo cambiará con una nueva forma social- a las instituciones, su perennidad deviene de la imprecisión de su descontento y de su maestría para expresarlo. En una descripción sobre Dickens que se hizo famosa, muchos han visto el propio autorretrato de Orwell: «Veo un rostro que no es el que aparece en las fotografías, pero tiene cierta semejanza. Es el rostro de un hombre de aproximadamente cuarenta años, con una pequeña barba y un color vivo. Sonríe, con un toque de cólera en su sonrisa, pero sin triunfo ni malevolencia. Es el rostro de un hombre que está siempre a punto de batirse contra cualquier cosa, pero que se bate en el gran día y que no tiene miedo, el rostro de un hombre que sufre de una cólera generosa –en otros términos, el de un liberal del siglo XIX, una inteligencia Iibre, un ser detestado con el mismo odio por todas esas pequeñas ortodoxias nauseabundas que actualmente se disputan nuestras almas».(10)
Entre 1941 y 1946 colaboró regularmente con la revista izquierdista norteamericana Partisan Review, de origen «trotskista» y entonces socialista antiestalinista y antisoviética. Pero escribir solamente no le satisfacía y buscó una actividad comprometida. La encontró en la Home Guard (Guardia Nacional) en la que vio, con bastante optimismo, el embrión de unas milicias populares, polemizando contra los laboristas de izquierda que la criticaban. Creyó posible reconvertirlas desde dentro, expandir en su interior unas ideas subversivas partiendo del supuesto de que se estaba viviendo «un extraño período de la historia donde un revolucionario debe ser un patriota y un patriota debe de ser un revolucionario…».
Tan persuadido estaba de esta posibilidad revolucionaria que trató en solitario de establecer una teoría adecuada para una revolución específicamente inglesa y que desarrolló en un amplio folleto titulado El León y el Unicornio: el socialismo .v el genio inglés, en el que insistió en la síntesis entre patriotismo y revolución.
Esta obra destacó más por su valor literario que por su rigor político. Empezaba con una original y crítica descripción de los defectos y las virtudes del pueblo inglés, poniendo como era habitual en él una mayor atención en la clase trabajadora destinada a jugar un papel capital en su esquema.
Para Orwell el pueblo trabajador inglés poseía una importante cultura popular, y no estaba excesivamente embrutecido por la religión, el imperialismo y el militarismo. Para emanciparse podía apoyarse en las conquistas democráticas establecidas y previno contra cualquier subestimación de éstas en un momento en el que el porvenir aparecía como una bota militar que aplastaba la cara de la gente; la clase trabajadora también podía apoyarse en el patriotismo, que «suele ser más fuerte que el odio de clases y siempre lo es más que cualquier internacionalismo».
El patriotismo es una necesidad humana que puede tener un sentido muy diferente al que se le ha dado habitualmente. En Inglaterra se presentaba de forma muy diferente según las clases sociales: «…pero a casi todas éstas las une con hilos invisibles . Sólo la intelligentzia europeizada es inmune a esa solidaridad. Como emoción positiva, es más intensa en la clase media que en la alta –por ejemplo, las escuelas públicas baratas son más dadas a manifestaciones patrióticas que las caras- pero el número de ricos traidores, del tipo Laval-Quisling, es probablemente insignificante. El corazón del obrero no se acelera cuando ve una bandera británica. Pero la famosa «insularidad» y «xenofobia» de los ingleses es más fuerte en la clase obrera que en la burguesía…» (11).
Aunque su análisis de las clases sociales no resultaba muy convincente, y se refería al dominio de los «esnobismos y privilegios» de un país «regido por los viejos y los tontos», su odio a la clase dominante quedó patente. El papel de ésta se había ido modificando, sobre todo tras la primera posguerra mundial, y con ello, «la posición de la clase adinerada había dejado de estar justificada desde hacía mucho tiempo». Eran ineficaces, y temían más a la revolución que al fascismo. Recordó «el espectáculo aterrador de los parlamentarios conservadores celebrando con loco entusiasmo la noticia de que barcos británicos, que llevaban alimento a la España republicana, habían sido bombardeados por aviones italianos». El dominio de esta clase anacrónica (y «menos útil a la sociedad que las pulgas a un perro» ), era una injusticia que tenía que acabar pronto. Uno de los desarrollos más importantes en las últimas décadas «ha sido la extensión, hacia arriba y hacia abajo, de la clase media». Con ello, la estratificación social se ha hecho más compleja: «…En la Inglaterra moderna es poca la gente dueña de algo que no sean vestidos, muebles y quizás una casa. Los campesinos han desaparecido hace ya mucho tiempo como clase, el tendero independiente va siendo eliminado, y los pequeños comerciantes son cada vez menos. Pero al mismo tiempo la industria moderna es tan complicada que no puede salir adelante sin gran número de managers, vendedores, ingenieros, químicos y técnicos de todas clases, que ganan todos grandes sueldos. y éstos a su vez permiten que haya una clase profesional de doctores y médicos, abogados, maestros, artistas, etc. La tendencia del capitalismo avanzado ha sido por tanto ampliar la clase media y no ir haciéndola desaparecer como parecía que iba a ser» (12).
Orwell imaginó una especie de «bloque histórico» entre la clase obrera, esta clase media y una intelligentzia liberal debidamente recuperada, a la ,que como es habitual en él dedica sus más tremendos ataques en el folleto. La partera de esta revolución va a ser la guerra, –adelantando una tendencia hacia el socialismo que viene de .lejos. Al igual que no estableció un protagonismo para la clase obrera (al menos no de una manera clara), tampoco tuvo muy en consideración el papel de ningún partido, ni siquiera como elemento contrapuesto a dicha revolución como vio en España. Suspiró por un auténtico partido socialista, que de existir: «..habría empezado enfrentándose con varios hechos que hasta ahora se consideraban innombrables en los círculos izquierdistas. Habría reconocido que Inglaterra está más unida que la mayoría de los países –cada uno dentro de él–, que los trabajadores británicos tienen mucho que perder además de sus cadenas y que las diferencias de visión y costumbres entre clase y clase van disminuyendo rápidamente. En general, habría sabido ver que la anticuada «revolución proletaria» es una imposibilidad. Pero en todo el período de entreguerras no apareció ni un programa socialista que fuese a la vez revolucionario y factible».(13)
Este programa es el que él expone en el folleto y que sintetiza en seis puntos:
- Nacionalización de la tierra, minas, ferrocarriles, bancos e industrias principales.
- Limitación de ingresos en tal escala que la mayor ganancia libre de impuestos en Inglaterra no exceda a la inferior en más de diez a uno.
- Reforma democrática del sistema educativo.
- Estatuto de autonomía inmediato para la India pudiendo llegar a la secesión cuando termine la guerra
- Formación de un Consejo Imperial General en el que estén representados los pueblos de color .
- Declaración de una alianza formal con China. Abisinia y todas las demás víctimas de las potencias fascistas. (14)
Este programa, mucho más moderado formalmente que el de la izquierda laborista, tendría la extraña virtud de no alarmar a los que iban a ser derrotados y de galvanizar al pueblo. Con él pretendió caminar hacia una sociedad sin clases, pero sin ningún tipo de ruptura. No era un programa «doctrinario, ni siquiera lógico», fue simplemente una propuesta con la que descalificó a las demás, unas por moderadas y oportunistas, otras por sectarias y minoritarias. Sus consecuencias serían aproximadamente las siguientes: «…Abolirá la Cámara de los Lores, pero muy probablemente no abolirá la Monarquía. Dejará por todas partes anacronismos y cabos sueltos: el juez con su ridícula peluca de pelo de caballo, y el león y el unicornio sobre los botones de los soldados. No establecerá una explícita dictadura de clases. Se agrupará en torno al viejo partido laborista y sus miembros estarán en los sindicatos, pero atraerá a la mayor parte de la clase media ya muchos de los hijos jóvenes de la burguesía. La mayoría de sus cerebros dirigentes procederán de una nueva e indeterminada clase de obreros expertos, técnicos, aviadores, científicos, arquitectos y periodistas, la gente que se siente a gusto en la época de la radio y del hierro y del hormigón armado. Pero nunca perderá contacto con la tradición de compromiso ni con la creencia de una ley por encima del Estado. Fusilará a los traidores. pero les dará antes la oportunidad de un juicio solemne y algunas veces los absolverá. Aplastará pronto y cruelmente cualquier rebelión abierta. pero intervendrá muy poco en la palabra hablada y escrita. Los partidos políticos seguirán existiendo con diferentes nombres. Las sectas revolucionarias seguirán publicando sus periódicos y produciendo tan poca impresión como siempre. Separará la Iglesia del Estado. pero no perseguirá a la religión. Continuará teniéndole una vaga reverencia al código moral cristiano y de vez en cuando llamará a Inglaterra «un país cristiano» (15).
Orwell trató de unir tradición y ruptura, revolución y continuidad, de buscar soluciones concretas a un país muy concreto y de utilizar como armas revolucionarias los sentimientos más arraigados en el pueblo. No buscó su alternativa en modelos internacionales «Ningún auténtico revolucionario ha sido nunca un internacionalista» ), y menos en la confianza en otra nación como Francia con un Frente Popular que buscaba su apoyo en la URSS; nacerá del carácter irreconciliable de la lucha nacional contra el fascismo porque esta lucha sólo puede fortalecerse por el camino del socialismo…
El tiempo se encargó de demostrar sin excesivas contemplaciones que la faceta de teórico socialista era la más débil de todas las suyas, en la que el águila no volaba más alto que las gallinas. Cierto es que literariamente hablando, el panfleto tuvo su marca de fábrica y representó un intento notable de hacer una vulgata de los «misterios» de la alternativa socialista en Inglaterra. Pero su sentido común de izquierda se mostró tan poco práctico que de hecho ni él mismo llegó a asumir coherentemente lo escrito en un texto que fue acogido como un ensayo original pero poco serio.
En este texto más que en ningún otro se vio claramente la hostilidad de Orwell por un marxismo que había llegado lamentablemente a confundirse con las pobres versiones que corrían por Inglaterra. Parecía entender que el marxismo era algo así como una serie de principios abstractos y doctrinarios sobre el que se podía hacer las utilizaciones más variadas y contrapuestas. No hubo por su parte ningún intento de estudiarlo y comprenderlo, y se mostró hostil ante el hecho de que sus amigos del POUM trataran de establecer una autenticidad marxista frente a la de socialdemócratas y estalinistas.
Orwell prescindió de cualquier reflexión teórica, y se mostró incapaz de emprender un análisis mínimamente serio sobre detalles tan capitales como podían ser la crisis del imperialismo, la interrelación internacional de la lucha de clases, las contradicciones sociales, el papel de la clase obrera y de sus organizaciones, etc. Para él el socialismo era una exigencia racional y ética, y no el producto de una toma de conciencia de la mayoría trabajadora de la nación. Pensaba que la revolución podía salir, como Medusa de la cabeza de Minerva, de las propias exigencias históricas, sin que una clase social la. preparara y la buscara conscientemente.
El folleto aunque políticamente fue olvidado pronto, tuvo una buena crítica. Se le comparó con el fabiano Shaw y con demócratas radicales de siglos anteriores como Defoe y Cobbett, porque «compartía con ambos su patriotismo subversivo y no-conformista».
En agosto de 1941, Orwell se incorporó a los servicios del este de la BBC como productor de programas de la sección india. Se mantuvo en este trabajo –que compensó parcialmente su frustración como militar- hasta fines de 1943, derrochando a través de las ondas su talento y enriqueciendo el medio al lograr la colaboración de los intelectuales y artistas más importantes de la Inglaterra de su época. Durante este tiempo limitó al mínimo sus tareas literarias y trató de ser consecuente consigo mismo, diciendo lo que creía que tenía que decir e intentando influir a favor de la independencia de la India y Birmania.
En una de sus primeras emisiones aclaró: «Si hablo con el nombre de George Orwell se debe a mi reputación literaria que. por lo que concierne a la India, reposa sobre los libros de tendencia antiimperialista que han sido prohibidos allí. Si efectúo estas emisiones que parecen sostener sin reserva la política del gobierno británico, yo aparecería rápidamente como «un renegado más», y me fallaría probablemente mi público potencial, en todo caso el de los estudiantes. No pienso en mi reputación personal, pero fracasaríamos en los propósitos de esta emisión sí yo no pudiera conservar mi posición de comentador mas o menos «contra el gobierno» e independiente. Quisiera en consecuencia estar seguro de que disfrutaré de una razonable libertad de palabra. Pienso que este comentario semanal no puede tener valor sí no le doy up ángulo antifascista más que antiimperialista, y evito mencionar aquellos aspectos de la política del gobierno con los que conscientemente no puedo estar de acuerdo «.(16)
Su actuación antifascista no levantó ningún comentario desfavorable, lo mismo ocurrió con sus críticas puntuales y secundarias a la URSS, en aquel momento aliada a Inglaterra. No ocurrió lo mismo con sus planteamientos de cara a la India. Orwell trató de, conseguir la colaboración de algunos intelectuales anarquistas, entre ellos George Woodcock y AIex Comfort. El primero pensaba que con su actuación, al mismo tiempo que preservaba a la India de cualquier tentación de colaborar con el fascismo –que obviamente trataba aquí de aparecer como antiimperialista, ayuda a las autoridades británicas a mantener la India bajo las garras de los «nababs» .
Orwell no estuvo de acuerdo con esta apreciación, ya que nunca había dejado de insistir sobre la necesidad de conceder, una autonomía y, después de la guerra, la independencia a la India, y nunca hizo nada, más bien al contrario, para crear algún tipo de confianza de los nacionalistas indios en los gobernantes coloniales. Seguramente esta polémica le motivó a opinar con dureza sobre el anarquismo. En un artículo sobre Tolstoi acusó a los anarquistas y, los pacifistas de mantenerse en apariencia en contra del poder y de la suciedad de la política, consiguiendo en realidad engañarse y ayudar objetivamente a la reacción. (17).
Pero a pesar de este tropiezo polémico, OrwelI nunca ocultó su simpatía por los anarquistas –en Homenaje a Cataluña afirma que «de haber seguido sus inclinaciones:» se hubiera organizado con elIos– precisamente por su romántico rechazo de todo poder estatal. Su obra Rebelión en la granja cayó muy bien en los medios literarios británicos y dio pie a una estrecha relación de OrwelI con el grupo que editaba Freedom en el que militaban libertarios como el doctor Alex Comfort, María Luisa Berneri, la hija de Camilo, asesinado por el estalinismo en Barcelona por la mismas fechas que Nin, y su compañero Vernon Richards y otros anarquistas importantes. Richards habló en su obra Lecciones de la revolución española del «confusionismo político de Orwell», y aunque se distanció políticamente de él, estas pequeñas diferencias no fueron obstáculo para trabajar conjuntamente en el frente democrático radical que se formó en la posguerra.
EI 24 de septiembre de 1943 envió su dimisión al director de los servicios de Asia de la BBC. En ella explicó que ésta no se debía a ningún desacuerdo, simplemente consideraba que su trabajo ya no le compensaba y quería volver a ejercer como escritor y periodista. En realidad, lo que quería ahora era ser corresponsal de guerra, y no lo fue con las credenciales del Observer, en Argelia y Sicilia, por problemas de salud. Pudo ser, no obstante, corresponsal en Alemania donde coincidió con Isaac Deutscher por el que sintió una gran atracción. Los artículos de este antiguo compañero de Trotsky en The Economist, The Observer y Tribune sobre Rusia crearon entre ambos un clima de gran entendimiento, pero Deutscher no tardó en percatarse de que esta coincidencia no era tan completa: «Recuerdo que me desconcertaba la testarudez con que Orwell hacía hincapié en «conspiraciones». y que su modo de razonar en cuestiones políticas me dio la impresión de una sublimación freudiana de manía persecutoria. Orwell estaba. por ejemplo. inconmoviblemente convencido de que Stalin. Churchill y Roosevelt conspiraban conscientemente para dividirse el mundo. definitivamente. entre ellos. y subyugarlo en Común. (Podemos ver en ese momento de la biografía de Orwell el origen de su idea de Oceanía. Asia Oriental y Eurasia.). «Todos ellos están sedientos de poder». solía repetir. Cuando en una ocasión le indiqué que por debajo de las solidaridades aparentes de los «tres grandes se podía discernir claramente el conflicto entre ellos, que ya entonces asomaba a la superficie. Orwell quedó tan sorprendido e incrédulo que inmediatamente llevó nuestra conversación a su columna del Tribune, y añadió que él no veía señal alguna de la proximidad del conflicto de que yo hablaba. Aquello era en los días de la conferencia de Yalta. o poco después. cuando no era necesaria una gran capacidad de previsión para ver lo que iba a ocurrir. Lo que me chocaba en Orwell era su falta de sentido histórico y de penetración psicológica en la , vida política. combinada con una aguda. aunque estrecha. perspicacia para algunos aspectos de la política y con una incorruptible firmeza de convicciones. (18)
Cuando es nombrado director literario del Tribune, comparó exagerada mente su situación con la de un preso que súbitamente fuera nombrado director de la prisión. Gozó durante este período de una libertad ilimitada y de un clima de compañerismo muy elevado. La revista estaba patrocinada por la izquierda laborista, representada por George Strauss y Aneurin Bevan, que eran partidarios de una política militar más agresiva y desconfiaban del «socialismo» que existía en la URSS (Bevan estaba de acuerdo con Orwell en la idea de que la revolución había sido traicionada por Stalin). Éste fue el inicio de una estrecha relación con la izquierda laborista y con Bevan, en particular, que duró hasta el final de su vida.
Notas
—1. Bernard Crick, George Orwell, une vie, Balland, Paris, 1982, pg. . p.318.
—2. Italo Calvino, en «Homenaje a Orwell», en «Quimera», nº 14.
—3. Orwell, “A mi manera», p. 101.
—4, «Como ya dije antes, los lectores que no se interesen por las controversias políticas y por la multitud de partidos o subpartidos con sus confusos nombres (más o menos como los generales de la guerra china), pueden pasar por alto estas páginas. Es horrible tener que entrar en los detalles de las polémicas que enfrentan a los partidos, es como meterse en una letrina. Pero es necesario para establecer la verdad hasta donde sea posible…» Homenaje a Cataluña, p. 185.
—5. Cultura i societat. Ed. Laia, Barcelona, 1974, pp. 431-432.
—6. En particular entre los socialistas influidos por WiIliam Morris. Oscar Wilde en su bello folleto sobre «El alma del hombre bajo el socialismo», concluye diciendo: «El hombre moderno) espera librarse del dolor y de los sufrimientos que éste le ocasiona. Confía en el socialismo y en la ciencia y cuenta con sus métodos. El fin a que tiende es un individualismo que se expresa por medio de la alegría. Este individualismo será más amplio, más completo y atrayente que todos los individualismos conocidos hasta ahora…». Obras completas. Madrid. Aguilar, 1966, p. 1314.
—7. «A mi manera» , p., 180-181.
—8. Bernard Crick, o.c. p. 327.
—9. BernardCrick,o.c.,p.345.
—10. A mi manera. p. 347,
—11. «A mi manera»,.p.166
—12. «A mi manera», p.173.
—13. «A mi manera», p.174.
—15. «A mi manera», p. 193.
—14. «A mi manera», p. 186.
—16. Bemard Crick,o.c.,p.371.
—17. Esta idea de «hacerle el juego» al enemigo levantó sus iras y en uno de sus artículos dijo que era «una especie de sortilegio para silenciar verdades desagradables» y aunque se apoyó en ocasiones en una verdad, lo que trató fue escamotear una confrontación honesta. Sin embargo, en algunos de sus momentos de mal humor, Orwell cayó en la tentación de descalificar de esta manera a sus adversarios. Incluso a aquéllos con los que se había sentido identificado en algunos momentos como los anarquistas o los pacifistas. Sobre esta cuestión, ver «A mi manera», pp. 306-307.
—18. Cf. Herejes y renegados. Barcelona. Ariel. 1970. p. 61.