Contra las oligarquías (Juan Manuel Vera, 2022)

Transcripción revisada de la intervención del autor en la presentación del libro Contra las oligarquías (El Perro Malo & Laertes) en la Biblioteca Marqués de Valdecilla de Madrid el día 29 de marzo de 2022. En el acto participaron Enrique del Olmo, Francisco Carvajal y el autor del libro, Juan Manuel Vera.

 Las reflexiones que sus lectores van a encontrar en las páginas de Contra las oligarquías ponen su foco en todo aquello que se opone al dominio de las oligarquías, desarrollando procesos colectivos que buscan la igualdad social, la democratización y la autogestión social.

Las izquierdas y las encrucijadas de la memoria

Aunque el análisis contenido en el libro se orienta al presente me ha parecido oportuno prestar una especial atención en su primera parte a las raíces históricas y sociales de la decadencia de las tradiciones de la izquierda que la paralizan e inhabilitan para dar una respuesta a la crisis civilizatoria en la que estamos inmersos.

En el siglo XIX los movimientos obreros emergentes y las luchas democráticas contra las formas absolutistas de poder expresaron la ilusión de un mundo más libre y menos desigual. A pesar de las diversas guerras europeas y de los crímenes coloniales las esperanzas de una sociedad mejor se extendieron por el mundo.

La Primera Guerra Mundial supuso el final de toda una época de fe en el progreso y en la capacidad humana de hacer efectiva esa esperanza. Esa catástrofe alentó todas las que vinieron después y facilitó no solo la nueva guerra mundial sino la aparición de los dos grandes monstruos políticos del siglo XX, el fascismo y el estalinismo.

El final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 abrió un tiempo con algunos logros. En Europa occidental se consolidó una forma de ciudadanía social en el llamado Estado del Bienestar. El colonialismo fue desapareciendo de la escena. También se desarrollaron las libertades individuales y emergieron nuevas formas de vida. La lucha de las mujeres se consolidó como uno de los grandes cambios históricos de la época.

Hasta 1989 el mundo continúo dividido en dos bloques socio-políticos y militares. La presencia de regímenes totalitarios y de dictaduras que se presentaban como de izquierdas fue parte sustancial del siglo veinte y de la historia política y moral de la izquierda.

En el libro se abordan cuatro causas fundamentales de la decadencia de la izquierda política.

1) La izquierda se había construido en la segunda mitad del siglo XIX como expresión política y parte de un movimiento de los de abajo, un amplio movimiento social cuyas metas de libertad política y de igualdad social reflejaba o pretendía reflejar. La izquierda del siglo veinte dejó de beber de esa fuente social para construir organizaciones plenamente estatalistas, ya fueran adaptadas a las estructuras capitalistas o empeñadas en construir un poder burocrático supuestamente socialista. La izquierda del siglo veinte fue una izquierda obsesionada por el poder estatal.

La decadencia de la izquierda europea no es producto únicamente de los reflujos electorales y de su impotencia respecto a los avances del neoliberalismo o, incluso, ante las fuerzas de la nueva extrema derecha de carácter populista. Tampoco deriva exclusivamente de su carencia de un proyecto coherente de defensa de las mayorías sociales a escala europea y nacional. Es algo más profundo, es una crisis íntima de sentido, producto de su creciente desarraigo respecto a una fuente social.

2) Un segundo factor esencial para entender la decadencia de la izquierda es la vinculación de una parte de ella, la tradición comunista, al totalitarismo. En el siglo veinte la identidad de la izquierda se convirtió en problemática. Frente a las ideas originarias libertarias-democráticas-socialistas se hicieron muy presentes las experiencias autoritarias-totalitarias-estatalistas.

Esa mirada histórica hace inevitable preguntarse de qué hablamos cuando hablamos de izquierda. La experiencia de los comunismos estatales, del estalinismo, significó una conformación de estructuras y lógicas autoritarias que eran ajenas a las luchas por la libertad y la igualdad que habían sido la seña de identidad de los movimientos obreros y democráticos del siglo XIX. El culto a los líderes, el instinto oligárquico y una gran desconfianza por la autoorganización de la sociedad son corolarios de unas concepciones que aún están presentes en la visión vital de una parte de la izquierda y en su apego a algunos de los regímenes dictatoriales que subsisten en el mundo actual.

3) Un tercer factor de la decadencia de la izquierda tiene carácter civilizatorio, es el declive histórico de todas las visiones fundamentadas en un crecimiento constante de las fuerzas productivas, en el crecimiento económico ilimitado, en la fe en el progreso y en la creencia en la neutralidad de las tecnologías. En el siglo XXI, donde el riesgo de colapso ecosocial se ha hecho una realidad presente, la izquierda heredada, estrechamente vinculada al sueño del crecimiento económico ilimitado forma parte de la crisis global de las concepciones sociales imaginarias del mundo capitalista en que vivimos. La crisis de civilización afecta al conjunto de ideologías y concepciones imaginarias del tiempo presente, incluida la izquierda política.

4) La decadencia de la izquierda tiene, pues, raíces históricas, sociales y de perspectivas de la evolución social. Pero es, también, una crisis de valores. De esos valores originarios de igualdad y de libertad. No es la primera vez que cito lo que decía Panait Istrati, en un libro que escribió junto a Víctor Serge: “La necesidad de justicia es un sentimiento, no una teoría. (…). Salvo raras excepciones -excepciones magníficas a veces, pero que en nada modifican el drama- todos aquellos que llegan a la rebeldía por la teoría, se marchan por la teoría, ni más ni menos que quienes llegan al mismo terreno impulsados por los apetitos del vientre, o por la ambición, y que se alejan por el mismo camino. El sentimiento, en cambio, es la fuerza que abarca toda la vida y la esparce a todos los vientos

La pérdida del sentimiento de justicia expresa las razones pre-políticas de la actual decadencia de la izquierda. Sin esos valores se pierde el sentido de la orientación, que es tan importante para los seres humanos como para las aves migratorias. Hay una degradación de valores en quienes se muestran incapaces de distinguir entre democracias (por incompletas que puedan parecer) y dictaduras. O entre libertad y su ausencia. O entre igualdad y poder oligárquico.

Del mismo modo cuando, en el altar de las visiones ideológicas y geoestratégicas, se pierde el instinto de justicia hasta no ser capaces de distinguir entre agresión y defensa. Lamentablemente no sorprende, hay una larga historia de falta de compromiso con pueblos víctimas de dictaduras, agresiones y guerras. Sin remontarnos a la época de la Guerra Fría, hay una preocupante continuidad entre las actitudes sobre Bosnia y Kosovo durante el conflicto de los Balcanes, sobre la primavera árabe y la guerra civil siria, respecto a las protestas cubanas o el movimiento democrático de Hong Kong. O la inhumana indiferencia ante la situación de las mujeres afganas tras la retirada de Estados Unidos. Y, en el día de hoy, en las muestras de incapacidad para solidarizarse con el pueblo ucraniano ante la salvaje agresión de Putin…, cuando en este momento Gernika se llama Mariúpol.

En el siglo XIX, August Bebel definía el antisemitismo como el socialismo de los imbéciles. En algo así se ha convertido el antiamericanismo de una parte de la izquierda, que la incapacita para entender el mundo si no es bajo ese prisma, ese prisma único. Así es posible estar cómodos en las protestas contra EEUU cuando el gobierno norteamericano comete un crimen atroz, como fue la invasión de Irak, mientras que se guardan silencios justificativos cuando las atrocidades las cometen otros.

La izquierda sigue atrapada en viejas fórmulas que no abren los ojos, sino que los cierran. Después de la caída del muro de Berlín no ha sido capaz de establecer una nueva identidad. Enzo Traverso ha hablado de la melancolía de la izquierda. Las izquierdas pueden seguir alimentándose de las melancolías sobre el mundo sencillo de la Guerra Fría y en un antiamericanismo primario. O en el caso de la socialdemocracia, intentar conciliar su participación en el consenso neoliberal con la melancolía sobre la época feliz del Estado del Bienestar. Pero nada de ello ayudará un ápice a construir un proyecto que merezca la pena.

Estas son algunas razones por las que la primera parte del libro tiene un enfoque histórico. Pero siempre, teniendo muy presente que, como decía la Reina en Alicia detrás del espejo, “es una triste clase de memoria aquella que solamente funciona hacia atrás”.

Contra las oligarquías

La segunda parte del libro se centra en las cuestiones relacionadas con la democracia, y en la urgencia de un impulso antioligárquico.

La necesidad de una transformación política de las democracias electorales no es una discusión sobre si los procedimientos electorales deben ser más proporcionales o mayoritarios, o sobre las virtudes y vicios del presidencialismo respecto al parlamentarismo. La cuestión decisiva es otra: la necesidad de una nueva relación entre los ciudadanos y las instituciones, así como de evitar que los poderes económicos contaminen y lleguen a dominar las decisiones políticas.

La reflexión sobre la democracia exige olvidar la obsoleta distinción entre democracia formal y democracia real. La libertad y la igualdad no se contraponen, frente a lo que sostiene parte de la tradición liberal contemporánea y la izquierda autoritaria. Igualdad y libertad se realimentan. En la tradición de André Léo, de Albert Camus, de George Orwell o de Cornelius Castoriadis la libertad y la igualdad son fuentes comunes e indisolubles del proyecto democrático.

Es una trivialidad, pero es una trivialidad sustancial, saber que cualquier democracia, por limitada que sea, es infinitamente superior a cualquier dictadura o régimen autoritario y que vivir en la UE del año 2022 es sustancialmente distinto a haber vivido en la España de Franco, la Alemania de Hitler, la Rusia de Stalin o la de Putin o la dictadura china.

Pero, al mismo tiempo debemos ser conscientes de los rasgos más negativos de nuestras democracias electorales, especialmente la facilidad con que las élites políticas y económicas y los grupos oligárquicos consiguen el control y la determinación de las agendas públicas y sus decisiones. En esas condiciones la participación ciudadana se limita al mero ejercicio periódico de un voto electoral. La aparente poliarquía de las democracias electorales tiene tendencia a convertirse en un dominio encubierto de las distintas facciones de una oligarquía liberal.

La dominación por las élites y las oligarquías es un problema que acompañó siempre al desarrollo de la democracia desde la Antigua Grecia. La compleja arquitectura política que diseñaron los demócratas griegos se debía a que temían la capacidad de las oligarquías de manipular en su favor las instituciones democráticas. Por ello se dotaron de un conjunto de instituciones elegidas por sorteo para evitar las tendencias aristocráticas de las asambleas y, salvo el puesto de estratego y aquellos cargos que requerían una específica cualificación técnica, entendían que debían designarse por sorteo.

La construcción de las democracias liberales no ha sido capaz de establecer un conjunto de dispositivos antioligárquicos suficientemente eficaces. La existencia de separación de poderes, que es una importante garantía de los derechos de los ciudadanos, no evita el excesivo poder y presión que las minorías privilegiadas, las élites y grupos oligárquicos ejercen sobre las instituciones.

El riesgo que en el siglo XXI corren las democracias es muy grande. El populismo de extrema derecha es un factor de riesgo, pero mucho más importante es el peso determinante de las oligarquías políticas, sociales y económicas sobre las instituciones nacionales y supranacionales. Debería servirnos de aviso la trágica experiencia de los años treinta con el derrumbe de las democracias continentales europeas, sometidas a la impotencia de sus instituciones y constituciones frente a los fascismos y al giro autoritario de las oligarquías económicas.

El imaginario democrático solo es activo cuando se desarrolla. Defender la democracia exige una profundización en todos sus ámbitos, locales, regionales, nacionales y supranacionales. Avanzar en un sentido que llamo democrático-libertario que, tal y como lo entiendo, supone introducir en la actual democracia electoral contrapesos perdidos de la democracia representativa y, sobre todo, asignar protagonismo a nuevas formas de participación directa y al uso de mecanismos antioligárquicos. Indudablemente, una evolución democrático-libertaria de los sistemas democrático-electorales los haría más complejos, es decir, mejor adaptados a la propia complejidad de la sociedad contemporánea.

Me parece que la posibilidad de una radicalización y regeneración democrática pasa por cuatro ejes fundamentales:

1º) Introducir dispositivos antioligárquicos. Ahí la democracia griega sigue siendo una fuente de inspiración no tanto en los mecanismos concretos, aunque el uso del sorteo puede cumplir una función, como en el objetivo esencial que se plantearon de limitar y restringir el poder de las élites.

2º) Activar la participación directa de la ciudadanía. Los mecanismos posibles son múltiple, desde la creación de órganos deliberativos preparatorios elegidos por sorteo, a formas de democracia directa virtual sobre determinadas decisiones en algunos ámbitos. Significaría una transformación política sustantiva de los actuales sistemas pues limitaría la endogamia de las élites burocráticas impidiendo adoptar decisiones de gran importancia sin un debate y voto ciudadano. Sobre todo, podría ser un modelo capaz de desarrollar una ciudadanía responsable, informada y activa.

3º) Desarrollar las perspectivas de autogestión social. La vieja cuestión de la democracia industrial y de la autogestión puede resucitar bajo nuevas formas. Ahora que muchas organizaciones pueden ser redes y entenderse como redes, el problema de la distribución del poder en su seno debería resurgir. La extensión de los valores de libertad e igualdad al seno de las organizaciones económicas y sociales es una tarea pendiente del proceso de democratización de los últimos siglos. Nuestra sociedad es un magma de organizaciones (empresas, asociaciones, estructuras conectadas, etc.) y en cada una de ellas siempre existe el problema del poder. Reducir la democratización a las macroinstituciones es renunciar a la humanización y mejora de las microinstituciones donde vivimos, trabajamos y actuamos.

4º) Reconstruir el vínculo entre democracia e igualitarismo. La democracia política solo puede ser ejercitada adecuadamente por personas que se encuentran en un estado de ciudadanía. Para ello el ciudadano político debe ser al mismo tiempo un ciudadano social. Personas más libres y menos vulnerables que tienen asegurado no solo el derecho a la educación y a la sanidad, sino también una subsistencia vital y cultural.

La izquierda política ha dejado de ser la referencia de un movimiento por la igualdad social. El igualitarismo ya no encuentra en el eje izquierda/derecha una formulación adecuada. Hoy, implica una visión donde ese eje trasversal debe ser sustituido por un eje perpendicular arriba/abajo. Un movimiento igualitario solo puede construirse en nuestro tiempo a partir del desarrollo de una dimensión antioligárquica, que es su principal expresión política.

El programa igualitario en el siglo XXI necesita unas bases sustancialmente distintas de las que lo sostuvieron en el siglo XIX, cuando la fe en los efectos de la estatalización de la propiedad creció al mismo tiempo que el marxismo conseguía su hegemonía en los movimientos obreros. Las experiencias del siglo XX son fundamentales para reconceptualizar lo que se llamó socialismo sobre unas bases bastante diferentes, donde la democratización del conjunto de las relaciones sociales, la autogestión social y los dispositivos antioligárquicos se consideren esenciales para asegurar el avance hacia una igualdad social efectiva.

Por otra parte, el programa igualitarista no puede construirse alrededor del diseño utópico de una sociedad sin contradicciones. El poder y la necesidad del poder nos acompañará siempre. En el horizonte no hay una sociedad sin poder político y, sobre todo, sin necesidad de controlar a quienes ejercen poder. Ser demócratas e igualitaristas significa comprender que no luchamos por una sociedad perfecta, sino simplemente por una sociedad mejor, como dice Edgar Morin, una sociedad capaz de reducir el sufrimiento humano.

Ningún procedimiento político es intrínsecamente emancipatorio. Los dispositivos deseables son aquellos capaces de responder a los elementos de degradación y corrupción que, siempre en beneficio de las minorías dominantes, aparecen en todos los sistemas de organización política.

La posibilidad de una radicalización de la democracia solo puede ser el resultado de un movimiento social democrático capaz de fomentar una acción instituyente mediante vectores creativos alimentados tanto de las fuerzas de la cooperación como de los conflictos permanentes entre los de abajo y los de arriba. Un movimiento consciente de que sus defectos y virtudes dependen de las fuerzas sociales en juego y de trabajar una dimensión hegemónica de las relaciones sociales en el marco de formas asimétricas de poder. Algo que podemos desear, yo al menos lo hago, pero cuya materialización dependerá de la capacidad de creación social.

Kairós

La tercera parte del libro incluye unas breves reflexiones sobre riesgos y acontecimientos.

Los griegos distinguían entre Cronos y Kairós. Cronos es el tiempo cronológico, ordenado, determinado. Kairos es el tiempo de la decisión, el tiempo de la acción en el presente. La iconografía de este dios lo representa con alas en su espalda y en los pies. Cuando Kairós se presenta, lo que se manifiesta no es otra cosa que el instante preciso, por tanto, hay que agarrarlo con fuerza por el mechón de su cabeza, sin vacilar, porque si no se le agarra bien, simplemente saldrá volando y como no tiene cabello para agarrarlo desde la parte de atrás, sus cuatro alas lo llevarían lejos. En otras palabras, se va el dios, se va la oportunidad, se va la ocasión perfecta.

Castoriadis actualizó ese concepto griego de temporalidad, combinando las concepciones de Hipócrates, de Parménides, de Tucídides y de Aristóteles. Kairós, como: “momento de decisión, coyuntura en que importa que algo sea hecho o dicho”. Kairós es una metáfora de ese acontecimiento que marca un antes y un después y que hace irreversible lo vivido o lo ocurrido. Un tiempo que no pasa, sino que nos constituye. Ese momento favorable es, también, el momento de la crisis. Kairós es el tiempo del imaginario creativo, de la imaginación radical. Un tiempo intenso pero huidizo, el de los acontecimientos.

La última década ha sido pródiga en acontecimientos. Parece que fue hace mucho, pero en 2011 tuvo lugar el 15-M en las plazas españolas y en las plazas europeas y de muchos otros lugares. Y las primaveras árabes que no gozaron en Occidente del apoyo que debían haber tenido en su lucha contra las dictaduras y el fundamentalismo islámico. Y el comienzo de la tragedia de la guerra civil siria. Y la lucha kurda por instituciones autogestionadas socialmente y por los derechos de las mujeres.

Merece la pena recordar las grandes luchas sociales del período 2018-2019, antes de la pandemia. Procesos complejos, necesitados de análisis singulares, con efectos probablemente distintos en el corto y en el largo plazo. No agregables mecánicamente y abiertos a consecuencias directas e indirectas muy heterogéneas.

Empecemos por el movimiento histórico de las mujeres que recorrió gran parte del mundo y que ahora es el objeto de ataque de todos los proyectos reaccionarios del mundo contra el derecho al aborto.

Recordaremos que en Hong Kong se desarrolló el movimiento democrático más potente que ha conocido el continente asiático… En Irak, un gran movimiento popular… En el continente africano, en Argelia y Sudán, movilizaciones históricas masivas para conquistar derechos y libertades… En Nicaragua, una rebelión popular ahogada en sangre en 2018. En Puerto Rico una inmensa protesta supuso un terremoto político que abrió en Latinoamérica el camino a poderosas movilizaciones populares en Haití, Ecuador. En Chile el movimiento popular fue lo suficientemente fuerte para imponer un proceso constituyente… A pesar de la pandemia, en 2020, un intenso movimiento popular se desarrolló en Colombia y se produjo un gran movimiento democrático en Bielorrusia contra la dictadura de Lukashenko. En enero de 2022, un movimiento social de protesta fue reprimido sangrientamente por el gobierno kazajo con el apoyo del ejército de Putin.

Kairós no descansa. Pero es un dios caprichoso e impredecible. No sabemos cuándo aparecerá. Convertir el acontecimiento en una oportunidad para la creación social es una cuestión que debería interesar a quienes pensamos en un mundo mejor.

Reflexiones finales

Las dos primeras décadas del siglo XXI han ofrecido un muestrario de las catástrofes que amenazan al mundo. Calentamiento global y riesgos de colapso ecosocial, crisis financiera y económica de 2008, los mayores índices de desigualdad social en un siglo, la pandemia, el auge de las nuevas derechas populistas, la ofensiva reaccionaria contra los derechos de las mujeres, el regreso de la guerra a Europa con la invasión de la nación ucraniana por el gobierno de Putin…

El desorden es creciente. Los valores neoliberales han invadido todos los engranajes sociales. La expansión de comportamientos que trasladan, a cualquier ámbito, reglas basadas en la competencia individual y la gestión empresarial ha acabado constituyendo una lógica social, una fuente de subjetividades y de relaciones sociales desarticuladas que expresan una nueva forma del espíritu capitalista.

El dominio del capitalismo neoliberal, que aparece como absoluto, está, sin embargo, sometido a su propia incapacidad de cumplir expectativas. Y, también, en estos años se han manifestado abiertamente los flujos sociales que se resisten a ese dominio.

Una fuente inspiradora de Contra las oligarquías son los grandes movimientos sociales que se siguen desarrollando en nuestro tiempo, capaces de impregnar con valores alternativos las conciencias individuales y colectivas.

Aprender de ellos es necesario, pero más allá de los acontecimientos históricos imprevisibles, indeterminados e indeterminables, se encuentra lo que cada uno de nosotros podemos hacer, las prácticas cotidianas de transformación social, que se presentan bajo múltiples formas e iniciativas, desarrollando prácticas y generando nuevas imágenes y lenguajes desde cualquier rincón de cualquier lugar, en un sentido cooperativo, libertario e igualitario.

La crisis civilizatoria del mundo neoliberal llama a las puertas. Nadie nos salvará. No hay salvadores. Solo desde una sociedad organizada y movilizada se podrán afrontar esos retos. Detener el curso suicida de la dinámica capitalista solo será posible con nuevos valores y formas de vida. No se trata de teñir un poco de verde la máquina económica suicida que está destruyendo el planeta. Del mismo modo, la creciente desigualdad social no se detendrá sin una reacción enérgica desde la propia sociedad.

No será una élite de expertos, sino el esfuerzo de muchos lo que puede permitir emprender un nuevo camino. Para mí, las luchas sociales son el principal aliento. Porque solo luchando por un mundo mejor podremos conseguir un mundo algo mejor.

Sobre el autor: Vera, Juan Manuel

Ver todas las entradas de: