Artículo escrito en 1978, a raíz de la publicación del libro «Rebelión en Asturias» (Albert Camus. Introducciones a carpo del historiador David Ruiz y del crítico José Monleón, autor asimismo de la versión, Ediciones Ayalga, Asturias, 1978). Texto revisado por el autor.
A raíz de estallar la guerra civil en España, Albert Camus, con tres profesores de Argel, escribe en colectivo una tragedia de homenaje y propaganda, conmemorativa del «octubre rojo» asturiano de 1934. Ahora el texto acaba de ver la luz en España. Ahora, a punto de cumplirse los cuarenta y cuatro años de aquella gesta, ésta podría muy bien ser conmemorada con la representación que entonces no pudo ser…
Albert Camus contaba entonces veintitrés años y pertenecía al Partido Comunista. Los cuatro amigos se reunían todos los días en la Maison Fichu de Argel. Agotadoras sesiones de trabajo: la pieza debería estar terminada para la Pascua. Lo estuvo, pero no pudo llegar a representarse. Luego veremos por qué.
En aquellas fechas el joven Camus está a punto de separarse de su primera mujer. Había dejado ya de jugar al fútbol (como portero en el Racing de Argel), había entrado en contacto con la tuberculosis y ésta le había presentado a la cultura. Abundantemente ha ocurrido así con otros tuberculosos.
Convendría no olvidar que Camus nació y creció pobre. Hijo de un obrero y de una asistenta. Su origen de clase no es, pues, accesorio en la elección y el tratamilento del tema del «octubre rojo» asturiano. Luego escribiría: «Yo no he aprendido la libertad en Marx. Es cierto: la he aprendido en la miseria». No hay, sin embargo, más resentimiento que el necesario en esta ‘Révolte dans les Asturies’, ni tiene la pobreza de los panfletos de agitación. Siendo un texto directo es, al mismo tiempo, un texto poético, con el valor de cierta inmadurez, de algunas imperfecciones. Obra de juventud. Sencilla y, no obstante, innovadora. Fresca. Un pequeño ramillete de claveles rojos para los rebeldes de Asturias. Camus y sus compañeros de trabajo rompen el escenario tradicional, a la italiana, que ya no les vale, porque cuando la revolución entra en el teatro la autoridad de los viejos espacios se resquebraja, impotente para contener tales fuerzas. También en ‘Comedia sin título’, obra de García Lorca, de aquellas fechas, estalla una revolución y el avance de la Historia hace avanzar a la maquinaria teatral y se ponen a actuar los espectadores. Como en esta ‘Rebelión en Asturias’, en la que el espectador es transform¬ado en cómplice de la representación, comprometido en la dialéctica terrorífica revolución-represión.
La acotación redactada por Camus al comienzo de la obra nos describirá como nada el clima y la disposición de las figuras en el espacio que ellos querían para la representación de su colectivo: «El decorado envuelve y presiona al espectador, le obliga a formar parte de una acción que los prejuicios tradicionales le llevarían.a ver desde el exterior. No está delante de la capital de Asturias, sino dentro de Oviedo, y todo gira en torno a él, que se convierte en el centro de la tragedia. El decorado ha sido concebido para impedir que se defienda. A cada lado de los espectadores, sendas calles de Oviedo: ante ellos, una plaza pública a la que da una taberna. En el centro de la sala, la mesa del Consejo de Ministros, y, sobre ella, un gigantesco altavoz que se supone que es Radio Barcelona. La acción transcurre en esos diversos planos, alrededor del espectador, obligado a ver y a participar según su perspectiva geométrica singular. Idealmente, el espectador de la butaca 156 ve las cosas de modo distinto al espectador de la butaca 157».
Resulta evidente que para la realización de este proyecto el local tradicional se antoja imposible, el polimorfismo espacial que Camus y sus compañeros nos proponen pide aire, pide grandes naves, hangares, viejos mercados, fábricas y mataderos en desuso. De lo contrario, la representación discurriría con graves ahogos y la ambición formal se vería frustrada. La verdad teatral perseguida por estos autores va condicionada por eso que hemos dado en llamar participación, que en este caso es tan física como mental. Si no se da una adecuada puesta en escena que acierte a hacer verosímil esa participación, malparada puede quedar nuestra verdad. Y tratándose de una tragedia que evoca o intenta reproducir artísticamente la tremenda tragedia de esos días de octubre, a un director escénico y a unos actores les estaría negado el derecho a equivocarse, dándonos gato por liebre, tragedia de pacotilla o medias tintas, con lo que la terrible verdad degeneraría en una ridícula mentira.
Cíclopes y pacificadores
«En la historia española —ha escrito el historiador Stanley G. Payne— no ha existido nada semejante a la insurrección asturiana ni, en este sentido, en el resto de la historia occidental desde la Comuna de París». Para Romain Rolland, desde la Comuna de París no se había visto nada tan hermoso como el movimiento revolucionario asturiano.
Si por un lado recuerda a la Comuna, por el otro preludia la guerra civil española. Para comprender las razones de ese estallido, será necesario recordar la defraudación popular que a dos años de iniciada la Segunda República se produce con el triunfo de las derechas en las elecciones del 33, ganadas por el bloque Partido Radical-CEDA, con su programa de «rectificación”, puesto en seguida en práctica: más dinero al clero y menos a la escuela pública, devolución de las tierras confiscadas a terratenientes, amnistías a Calvo Sotelo y a los generales golpistas encabezados por Sanjurjo… y otros etcéteras. Hitler acababa de subir al poder en Alemania y Dolfuss institucionalizaba su poder corporativista en Austria. Las juventudes de la CEDA, que después irían a nutrir en parte las filas de la Falange, coreaban «jefe, jefe» a su líder natural Gil-Robles, mientras hacían saludo a la romana en la concentración muItitudinaria de El Escorial. El «bienio negro» no había hecho más que comenzar.
Como respuesta a esta política retrógrada, van cristalizando las alianzas obreras, movimientos huelguísticos y enfrentamientos en los cuatro puntos cardinales de España. En tal ámbito histórico se produce la explosión asturiana.
Hay en esta obra de Camus y sus amigos un ritmo vertiginoso. El «octubre rojo” asturiano desarrolló también ese ritmo. En menos de dos semanas, tuvo su exposición, su nudo y su desenlace. «Aquellos cíclopes saldrán esta noche y mañana de las entrañas de la tierra, y con sus barrenos, con sus picos, con sus cartuchos de dinamita, intentarán hacer saltar la Historia”, escribió Maurín.
Y los cíclopes se adueñaron de su propio paisaje y crearon aquí y allá el orden revolucionario, un país en el que ya no sería necesario el dinero y donde el Estado y la propiedad privada quedarían abolidos. Así, al menos, en las zonas ocupadas por los anarquistas. Incautaciones, control obrero, guardia roja, Ejército rojo…Una organización espontánea y voluntarista, un sueño febril muy peligroso.
No podía durar. Sobrevino, con mayor vértigo, la derrota, un fin de fiesta de tortura y de muerte. Los cíclopes no habían regateado dinamita en hacer saltar la Historia, pero los uniformados «pacificadores» del bienio negro no regatearon, por su parte, brutalidad para volver a colocar la Historia en el sitio que —según ellos— le correspondía. Todo, en poco más de una semana. Vinieron después las recompensas, los ascensos, las manifestaciones «patrióticas», los retratos para la posteridad de los pacificadores. Y el «aquí no ha pasado nada». O sí…
Y la nieve. «Pronto llegará la nieve», dice una voz al final de la tragedia camusiana. «¿Y quien se acordará?», replica otra voz. «Las flautas de nuestro pueblo… No es posible que esto haya sido inútil», clama otra voz.
La nieve… «En noviembre cubre las cordilleras de Asturias —nos informan los autores en el prólogo—. Y hace dos años se extendió sobre aquellos de nuestros camaradas muertos por las balas de la Legión. La Historia no ha guardado sus nombres…».
El Camus español
Para Camus y sus compañeros, esos protagonistas se llaman Sánchez, Santiago, Antonio, Ruiz y León. A ellos va dedicada la tragedia. A ellos y a los amigos del Teatro du Travail, de Argel, que iban a representarla. «El teatro sólo se escribe como último recurso», nos dicen también en ese prólogo… «No pudiendo ser representada, al menos será leida».
El alcalde de Argel, seguramente en nombre de más altas instancias, prohibió su representación por no estar de acuerdo con el tratamiento que se daba al tema de España. Censura previa de la que tanta sapiencia hemos acumulado los españoles. Siempre, el absurdo: al Teatro del Trabajo se le impide trabajar.
«Ensayo de creación colectiva, lo llamamos nosotros. Es verdad. De ahí viene su único valor. Y también, de que, tentadoramente, introduce la acción en un marco inadecuado: el teatro. Basta, por lo demás, que la acción conduzca a la muerte, como ocurre en este caso, para que alcance cierta forma de grandeza propia de los hombres: el absurdo».
Ya andaba obsesionado el joven Camus por lo que habría de ser la sustancia misma de su obra («Este cartesiano del absurdo», lo llamó en una ocasión Sartre). La muerte, esa constante de lo español, es también una constante en la obra literaria y teatral de Camus, que llevaba sangre española por vía de madre (ella era oriunda de Mallorca) y cuyo compromiso con el pueblo español no se queda únicamente en esta pieza teatral: entre sus muchos gestos éticos se recuerda su dimisión de la UNESCO en 1952 por la admisión de la España franquista; ‘El malentendido’ y ‘Los justos’ las estrena una actriz española exiliada: María Casares; su obra escrita en colaboración con Barrault, ‘El estado de sitio’, desarrolla su acción en Cádiz…
En «Révolte dans les Asturias» se detecta bien la huella de Camus. La muerte no es sólo una digresión metafísica acerca del sentido de la vida, ni tampoco es sólo el dato o la reseña aritmética sobre unas coordenadas históricas. La revolución la hacen los hombres, y esos hombres a veces se hacen preguntas. «Camus —lo describe lúcidamente José Monleón al presentarlo en este volumen— era exactamente lo que parecía». En él la moral iba indisolublemente unida al acto político. Y por ello, «se negó a disociar la justicia de los medios de la justicia de los fines». Y por ello, «vino a sostener la necesidad de la rebelión y el rechazo del dogmatismo revolucionario». De ahí, tal vez, esta «Rebelión en Asturias», en vez de «Revolución en Asturias».