Este texto reproduce un capítulo de la obra de Víctor Alba Dos revolucionarios: Andreu Nin y Joaquín Maurín, (Seminarios y Ediciones S.A., 1975). La actual publicación cuenta con la autorización del autor.
Maurín tenía veinticinco años cuando fue a Rusia por primera vez. Fundó el Bloque Obrero y Campesino a los treinta y cinco, el POUM a los treinta y nueve. Cuando entró en la cárcel, en Jaca, contaba cuarenta años. Cuando salió de ella, cincuenta. Y, cuando partió de España, llegaba a los cincuenta y uno. Murió a los setenta y siete años.
Una tercera parte de su vida -veintiséis años exactamente- los pasó al margen de lo que era su vocación: la política activa. Casi una quinta parte la había pasado en la prisión, en diversas etapas.
Pudo dedicar, pues, a la política activa, un poco más de la mitad de su vida adulta.
¿Por qué los veintiséis últimos años no los consagró a la política? La respuesta es evidente: porqué había dejado de vivir activamente una experiencia que era fundamental para cualquier dirigente obrero español, o sea, la guerra civil.
Los sueños, las aspiraciones,las perspectivas que habían animado toda la vida política de Maurín se realizaron, bien o mal, justamente cuando Maurín no pudo participar en esta realización. Su ausencia le privó de algo esencial: la vivencia, como dicen los psicólogos, la perspectiva para juzgar esos acontecimientos por los cuales luchó durante decenios y que tuvieron lugar sin que él pudiera ser protagonista.
De otro lado, a medida que se iba informando sobre la guerra civil, se perfilaba su desacuerdo con lo que el POUM había hecho durante ella. Pero, habiendo estado ausente y por culpa de un error suyo de apreciación, no quería formular críticas a las posiciones adoptadas por el POUM. Menos todavía teniendo en cuenta la campaña de calumnias y asesinatos que, por parte de los comunistas, habían acogido a esas posiciones.
Esto determinó que, en cuanto llegó a París, decidiera no celebrar reuniones políticas. Charló con algunos viejos amigos y nada más. Muchos poumistas -especialmente los que entonces estaban reorganizando el Partido en el exilio, después de la participación de muchos de sus militantes en la resistencia francesa, de la estancia y muerte de otros en los campos de concentración alemanes y del asesinato de algunos por los comunistas, en la propia resistencia- le reprocharon este alejamiento.
Contribuyó a él el hecho de que el POUM se había dividido -como casi todas las organizaciones españolas en el exilio. Había los que querían mantener el POUM como partido independiente, con La Batalla como órgano, y los que habían formado el Moviment Socialista de Catalunya, que agrupaba a antiguos poumistas y a aquellos psuquistas que, apenas traspuesta la frontera, se habían separado de un Partido al que fueron a dar por el juego de la unificación y en el cual se habían encontrado incómodos durante la guerra civil. Maurín no quería tomar partido, aunque en el fondo le parecían más apropiadas las posiciones del Moviment que las de La Batalla. Nunca lo dijo públicamente, pero quienes hablamos con él de política se lo oímos más de una vez. (Téngase en cuenta que estoy hablando de 1947 y no de hoy, cuando ambos movimientos han evolucionado considerablemente y se han ido vaciando por la muerte de muchos de los que los componían cuando Maurín salió de España). Por otro lado, él venía de España, había vivido la situación del país y la visión que tenía de él no coincidía en absoluto con la que tenían los exiliados, que encontraba muy alejada de la realidad. No compartía los puntos de vista sobre la evolución de la situación española que predominaban entre los refugiados ni sus sueños de cómo cambiarla o hacerla evolucionar. Los hechos han demostrado que su interpretación era mucho más realista (1).
Consiguió un visado de turista para los Estados Unidos, apoyándose en el hecho de que su esposa y su hijo eran residentes de ese país, y se instaló con ellos en Nueva York, donde Jeanne tenía su trabajo.
Comenzó para él un período difícil. Estableció contactos con algunos dirigentes obreros norteamericanos a los que conocía de nombre por haber sido comunistas disidentes. Asistió a la tertulia que un grupo de profesores españoles formaban regularmente: Ángel del Río, Francisco Ayala, a veces Federico de Onís…, más tarde un poumista gallego, Enrique F. Granell. Iba a menudo a la enorme biblioteca municipal de la Quinta Avenida, donde releyó todos sus libros y leyó mucho sobre 1ª guerra civil, en libros, periódicos, revistas.
Una caída que le rompió una vértebra lo tuvo inmovilizado bastante tiempo. Sé exasperaba porque no encontraba trabajo. Finalmente, decidió emprender algo por su cuenta: una agencia de prensa, de features como se dice en la jerga periodística norteamericana. Su vocación de maestro, de periodista político y de político educador se conjugaron en esta tarea. Pensaba que si lograba distribuir a los diarios de América latina -y algún día» a los de España-, los artículos de algunos escritores latinoamericanos y españoles cuyos puntos de vista; aunque distintos, coincidían en lo fundamental, podría hacerse una buena labor de aclarar ideas.
Germán Arciniegas fue el primero que contestó a su circular exponiendo la idea, y desde entonces, Arciniegas escribió un artículo semanal para ALA (American Literáry Agency), que fue el nombre adoptado por esa agencia unipersonal. Se unieron a este nombre bien conocido -que abrió a ALA las puertas de muchos periódicos- los de Alfonso Reyes, Antonio Uslar Petri, Miguel Ángel Asturias, José Vasconcelos (por un tiempo, y a petición suya, el de Pablo Neruda), entré los norteamericanos, el de Waldo Frank, y los de Luis Araquistáin, Ramón Sender, Salvador de Madariaga, Ramón Gómez de la Serna, entre los españoles. Maurín, con los seudónimos de J. K. Mayo, escribía un par de «columnas» semanales. Sender vio una carta de Gómez de la Serna a Maurín en la cual le decía: «Gracias a ALA no me he muerto de hambre en Buenos Aires«.
El hacía todo el trabajo: reunía los originales, mantenía correspondencia con los autores y con los periódicos, llevaba la contabilidad, hacía los clisés, manejaba la multicopista, llenaba los sobres y los llevaba al correo.
Poco a poco, la agencia se acreditó. Al cabo de unos tres años empezó a dar para vivir. Entonces, la familia se trasladó a un apartamento de Riverside Drive, sobre el río Hudson, en el corazón de Manhattan. Ya no se movió de allí. Una secretaria iba, ahora, unas horas al día para hacer los clisés y manejar la multicopista. Jeanne continúa hoy esta agencia, que modernizó las páginas editoriales de la prensa latinoamericana y que a partir de 1965 encontró también cierta acogida en algunos periódicos españoles. Maurín no aparecía nunca con su nombre, ni en artículos ni en cartas.
Pero, entretanto, Maurín tuvo que resolver el problema de los papeles. Estaba en los Estados Unidos como turista. Cuando se le acabó el tiempo de permanencia, pidió la residencia. El servicio de inmigración se la negó. El senador McCarthy, con su «caza de brujas», tenía atemorizados a los burócratas y éstos no se atrevían a dar permiso para estar en los Estados Unidos a un revolucionario español, que había sido comunista y que, naturalmente, no disimulaba su pasado (2).
Maurín hacía para su agencia algunas entrevistas a personajes que visitaban Nueva York. Uno de sus entrevistados fue José Figueras, un ingeniero hijo de catalanes, que acababa de dirigir una pequeña revolución política en Costa Rica. Durante otra visita a Nueva York, en su charla con Maurín salió a relucir el problema de los papeles. Figueras, a su regreso a San José, donde era presidente de la República, le mandó una credencial de agregado de prensa de la delegación costarricense ante la ONU. Era un nombramiento para permitirle permanecer en los Estados Unidos, como diplomático. Pero Maurín dedicó muchas horas a relacionar con los periodistas a los miembros de la delegación de Costa Rica.
Los burócratas del servicio de inmigración se enojaron. Aquello era jugarles una mala pasada. Habían dado orden de expulsión contra Joaquín Maurín, turista, y ahora se encontraban con un Joaquín Maurín diplomático, al que debían aceptar. El gesto de Figueras le permitió ganar tiempo. McCarthy cayó de su pedestal de demagogia y los burócratas tuvieron menos miedo. Maurín, entonces, recurrió a un juez, expuso su situación familiar y política y el juez decretó que debía dársele la residencia. Se terminaron, así, sus quebraderos de cabeza administrativos.
Por esa época murió Jesús González Malo, un sindicalista montañés que se encargaba del semanario España Libre, que desde la época de la guerra civil informaba en castellano e inglés de los problemas españoles. Maurín dedicó muchas horas semanales a este periódico (que ahora es trimestral, porque la mayoría de sus redactores y lectores se han ido muriendo). El periodista político reapareció, aunque sólo en editoriales sin firmar y en algunos fragmentos de las memorias (reproducidos en este libro) que hacia 1960 comenzó a escribir en ratos libres, sin prisas.
Ángel del Río murió, Federico de Onís y Ayala se marcharon de Nueva York. Entre sus colaboradores, la muerte abría también claros : Reyes, Vasconcelos, Araquistáin… Maurín se iba quedando solo en Nueva York. Granell era su amigo más constante.
De vez en cuando debía sentir la nostalgia de sus viejos compañeros. Se carteaba regularmente con algunos (estas cartas, algún día, tendrán interés político indudable). Hizo un viaje a México, donde había un grupo de poumistas refugiados y, también, otro viaje a París, a ver a amigos. Su hijo se casó y al cabo de unos años tuvo una niña. En 1966, una editorial española de París le pidió permiso para publicar su libro Hacia la segunda Revolución, que el editor consideraba todavía actual. Maurín le puso un prólogo, un epílogo y un apéndice, y yo diría que se sintió feliz al comprobar que el libro se leía y que lo que había escrito treinta años antes todavía interesaba.
Los poumistas que vivían en América latina, cuando iban a Europa de vacaciones, pasaban por Nueva York. Maurín les dedicaba, cada vez, un día entero, los llevaba a visitar la ciudad y museos, a comer. Hablaban de política actual, pero casi nunca de la guerra civil. Maurín no quería juzgar -públicamente, por lo menos- al POUM del período de la Revolución.
Daba a la amistad tanto valor, que, según él mismo me dijo una vez, prefirió no quedarse en París, porque allí «habría perdido a mis mejores amigos, en cuanto hubiera empezado a hablar de política».
¿Cuál era, pues, el juicio de Maurín sobre la guerra civil?
Públicamente, lo expresó muy condensado con las siguientes frases(3):
«La sublevación militar de117-20 de julio 1936 respondía, fundamentalmente, a los deseos e intereses de la gran propiedad. Los sublevados se hicieron fuertes en la zona de la gran propiedad: Castilla la Vieja, Aragón, Extremadura y Andalucía.
Los campesinos que en 1931-1933 esperaban el reparto de la tierra, en 1936-1939 fueron asesinados o, aterrorizados, combatieron en defensa de la gran propiedad.
En 1962, según cifras oficiales del Censo Agrario, los latifundios, explotaciones agrarias superiores a 100 hectáreas, suman 51.579, con una superficie total de 2.434.041 hectáreas, lo que representa el 55,4 por 100 del total de la tierra cultivada. Es decir, en la segunda mitad del siglo XX, la distribución general de la tierra, la Iglesia exceptuada, es la misma que a comienzos del siglo XIX.
Para mantener ese statu quo se llevó a cabo la sublevación militar de julio de 1936. Y el régimen militar-falangista ha hecho honor a su objetivo. La gran propiedad ha sido y está bien defendida.
En los meses que siguieron a la proclamación de la República, el ejército estaba desmoralizado, y hubiese sido fácil desmontarlo de arriba abajo, reduciéndolo a proporciones mínimas y, sobre todo, efectuar una labor selectiva de los
mandos.
A la República se le planteaba la cuestión militar de una manera parecida a como se planteó a comienzos del siglo a la oligarquía terrateniente: rebajar el ejército, poniéndolo al servicio de la nación, o poner la nación al servicio del
ejército. La oligarquía agraria optó por lo segundo, y fue abatida en 1923. Sin embargo, caído el sistema político de los terratenientes, lo que era su base, la injusta repartición de la tierra, no experimentó quebranto alguno.
En la República, el proceso fue parecido, aunque más rápido.
El vivero del ejército, desde 1906, había sido Marruecos. A la República no se le ocurrió que había que liquidar ese pegote, creado para justificar la existencia de un ejército parasitario. La reforma administrativa de Azaña carecía de fondo si el ejército seguía disponiendo de un centro de operaciones al otro lado del Estrecho de Gibraltar.
La sublevación militar que acabó con la República se inició en Marruecos el 17 de julio, y los marroquíes fueron durante la guerra civil las fuerzas de choque del ejército antirrepublicano.
El 10 de agosto de 1932, como un toque de clarín anunciador, el general Sanjurjo, al servicio de la República, que Azaña había dejado en activo -colaboró con Primo de Rivera al golpe de Estado de 1923- se sublevó, pero fracasó. Sanjurjo era un general impaciente. La situación no estaba madura todavía. Beatíficamente, el Gobierno se abstuvo de fusilarlo, y los militares reaccionarios que permanecían en activo protegidos por la reforma de Azaña constataron que se podía conspirar impunemente.
La impaciencia del general Sanjurjo dio a la República en bandeja de plata una oportunidad única para imprimir un impulso formidable a la Revolución democrática.
Era el momento de disolver las Cortes Constituyentes e ir a las elecciones con un programa radical constructivo. Los sectores reaccionarios estaban amedrentados, mucho más que al proclamarse la República, y hubiesen sido completamente barridos.
Había llegado la hora de que los socialistas tomasen el poder, jubilando a la pequeña burguesía charlatana e incapaz. El Partido Socialista perdió una oportunidad única. Todo el futuro de España pasó por delante de él, y no supo
aprovecharlo. Ha pagado cara su incapacidad revolucionaria.
Después de la proclamación de la República, la dirección de la Confederación Nacional del Trabajo, con un dominio del 50 por 100, si no más, del movimiento obrero organizado, fue asaltada por la Federación Anarquista Ibérica (FAI). El sector sindicalista responsable, llamado el grupo de los Treinta (los ‘treintistas’), quedó anulado. La CNT pasó a manos de un grupo de anarquistas de origen pistolero, unos, formados ´ideológicamente´ por la lectura de la ´Revista
Blanca´, de Federico Urales, otros. Bajo la dirección de los anarquistas, la Confederación Nacional del Trabajo adoptó una actitud de oposición a la República, sobre todo cuando en el Gobierno había representación socialista. La actitud antisocialista de la CNT, naturalmente, favorecía a las fuerzas reaccionarias. Durante algún tiempo, el diario que en Madrid defendía las posiciones cenetistas, ´La Tierra´ estuvo subvencionado por Juan March. La CNT llevó a cabo varios putsch descabellados cuando el Gobierno era republicano-socialista. En la fase reaccionaria de Lerroux-Gil Robles, los anarquistas se abstenían de organizar putsch» .
Pero la responsabilidad no correspondía únicamente a los anarquistas. Los republicanos, con su carencia de política internacional, tuvieron también su parte de ella:
«La República careció de política internacional. O, lo que es más grave aún: siguió la política internacional que inauguró Primo de Rivera, basada en la ´independencia´ de Inglaterra y en la ´petrolización´ rusa.
En enero de 1933, Hitler asaltó el poder en Alemania. Las perspectivas generales de la política mundial cambiaron por completo en breves instantes. A partir de Hitler Canciller, Europa estaba en equilibrio inestable. Acababa de iniciarse un proceso de transformaciones radicales. Las derechas españolas lo comprendieron en seguida y cifraron sus esperanzas en el hitlerismo. Las izquierdas, en cambio, no comprendieron nada.
Dada la gravedad de la situación creada, la República debió haber superado su. aislacionismo de origen primorriverista, y buscar una entente con Francia e Inglaterra. Francia envió incluso a Herriot a Madrid como emisario para sondear a los dirigentes de la República. Pero los dirigentes de la República -todavía Azaña presidía el Gobierno republicano-socialista- muy españolistas, muy independientes y muy torpes, se negaron a estudiar la conveniencia de un eventual acuerdo defensivo con Francia. Por lo demás -para satisfacción de Inglaterra-, los barcos seguían cargando petróleo ruso en los puertos del mar Negro y desembarcándolo en los puertos españoles. Prieto, como ministro de Hacienda, ratificó lo que había hecho Calvo Sotelo en 1927.
En 1936, España fue invadida por el nazifascismo, por Alemania e Italia. La España republicana se apresuró a pedir la ayuda a Francia, en primer lugar, ya Inglaterra, en segundo. Francia estaba estrechamente ligada a Inglaterra, y le era difícil actuar independientemente. Inglaterra no sentía la menor simpatía por la República española, que había seguido con relación a ella la política de Primo de Rivera. Así, la ayuda de Francia fue parcial, casi clandestina, e Inglaterra, directa e indirectamente, ayudó a la caída de la República.
La República pagó cara su ´independencia´.
El 17-20 de julio de 1936, los militares insurrectos, al no conseguir triunfar en Madrid y Barcelona, habían fracasado en sus planes de golpe de Estado. No les quedaba como tabla de salvación posible más que la guerra civil.
España quedó dividida en dos zonas: la industrial de la periferia, más Madrid. y la agraria.
A fines de julio. tal como había quedado el mapa de la Península, la España republicana aventajaba a la España de la gran propiedad.
La España republicana tenía la capital de la nación. los principales centros industriales. El oro del Banco de España y la mayoría de la población. Además. tenía razón y contaba con la simpatía mundial. Con ese capital pudo haber ganado la guerra civil.
Pero cometió en los comienzos un error capital que determinó su fracaso final: el haber aceptado la intromisión comunista.
El Partido Comunista no era absolutamente nada en julio de 1936. Su representación parlamentaria, 16 diputados en un Congreso de 452. era un regalo que equivocadamente le había hecho el Frente Popular. No siendo una fuerza, no había que darle la categoría de fuerza».
¿Qué representaban los comunistas, en 1936?(4)
«Vamos a suponer que las cifras oficiales que da el Partido Comunista en su Historia son aproximadamente ciertas: en febrero de 1936, 30.000 afiliados, para pasar a 100.000 en julio.
¿De dónde salía esa avalancha de comunistas neófitos7 ¿Del Partido Socialista? No. El Partido Socialista debió aumentar en afiliados. ¿De la Confederación Nacional del Trabajo? No. La CNT progresó en adherentes. ¿Del BOC? Tampoco. El BOC creció considerablemente en militantes. ¿De dónde procedía, pues, esa avalancha que, según cifras oficiales, triplicó los efectivos del Partido Comunista en cinco meses?
En épocas revolucionarias hay siempre una masa políticamente retrasada fluctuante que busca encuadrarse para protegerse, y lo hace atolondradamente orientándose las más de las veces hacia el grupo u organización aparentemente más radical y de mayor fluidez. Esa masa fluctuante e incierta, en los primeros meses de la República, fue la base del Partido Radical Socialista. El Partido Radical Socialista en las Cortes Constituyentes tuvo 56 diputados. En las Cortes elegidas en noviembre de 1933, tres diputados. La masa políticamente fluctuante se había evaporado, o lo que es peor: votó a las derechas.
El Partido Comunista en 1936 era, de hecho, un Partido Radical Socialista; populachero, demagógico y comunista sólo de nombre. La misma masa políticamente inmadura que en 1931 fue radical socialista, en 1936, se hizo comunista. De los «jabalíes2 de las Cortes Constituyentes a los comunistas de 1936 no había diferencia: el peso especifico era idéntico.
Aceptemos que el Partido Comunista, el 18 de julio de 1936, tuviera en sus filas 100.000 adherentes. (El POUM contaba con unos 10.000). Esos 100.000 comunistas al lado de los socialistas agrupados en el Partido Socialista y la Unión General de Trabajadores (alrededor de 2.000.000), y de los anarcosindicalistas de la CNT (alrededor de 2.000.000), representaban poca cosa: exactamente el 2,5 por 100 de la población obrera.
La importancia de una organización o partido obrero hay que medirla: 1) por su misión; 2) por su historia; 3) por sus éxitos ; 4) por su fuerza sindical; 5) por su proyección intelectual; 6) por la proporción de su fuerza numérica; 7) por su representación parlamentaria; 8) por sus líderes.
Veamos qué es lo que correspondía al Partido Comunista a mediados de julio de 1936: 1) Misión: convertir a España en una dependencia rusa; 2) Historia: lamentable, negativa; 3) Éxito: ninguno, exceptuando el Frente popular, puramente electoral; 4) Fuerza sindical: nula. La Confederación General del Trabajo Unitaria fue un completo fracaso y para camuflar el entierro, el Partido dijo que la fusionaba con la UGT; 5) Proyección intelectual: nula; 6) Fuerza obrera proporcional: 2,5 por 100; 7) Representación parlamentaria: 16 diputados en una Cámara de 452. O sea, 3,5 por 100. Con un sistema electoral basado en la representación proporcional, cuanto más le hubiese correspondido un diputado; 8) Líderes: Humbert Droz (suizo), Codovila (argentino), Rabaté (francés), Stepanov (búlgaro)… Después, nada. Y un poco más allá, José Díaz, Dolores Ibárruri y otros.
El Partido Comunista, a mediados de julio de 1936, era un supuesto político que no merecía ser tomado en consideración.
El Partido Comunista de España no tenía ninguna importancia. En las Cortes Constituyentes, en las que había socialistas, republicanos y monárquicos, regionalistas, sacerdotes y militares, no tenía ni un solo diputado, ya que
el señor Balbontín, diputado por Sevilla, elegido como social revolucionario, se declaró comunista después de estar en las Cortes. En la siguiente legislatura la minoría comunista estaba formada por un solo diputado, el doctor Bolívar. En las últimas Cortes, de 1936, resultó elegida, merced a la coalición de Frente Popular una pequeña minoría. Además, en el Gobierno, todos eran anticomunistas. ¿Dónde estaba el bolchevismo?’ (F. Largo Caballero, op.cit. p. 169.)
El Partido Comunista de España se aproximaba a una ficción el 17 de julio de 1936. Y la mejor prueba de que era así, Sevilla, que era la ´fortaleza´ comunista por excelencia -Sevilla ´la roja´, decían los comunistas- fue tomada por el general Queipo del Llano sin grandes dificultades. ¿Dónde estaban, qué hicieron las aguerridas huestes comunistas de Sevilla la !roja», el 18-19 de julio de 1936? Los socialistas salvaron Madrid y Bilbao; los anarcosindicalistas
y el POUM, Barcelona; socialistas y sindicalistas juntos, salvaron Valencia. La quinta ciudad importante, después de Madrid, Barcelona, Valencia y Bilbao, es Sevilla, que perdieron los comunistas.
Sin la sublevación militar, que por diversas razones determinó la ayuda militar rusa a la España Republicana, el Partido Comunista hubiese sido siempre una creación artificial en el seno del movimiento obrero español, sin la menor perspectiva. Tenía enfrente, muy arraigados y con gran prestigio, el Partido Socialista y la Unión General de Trabajadores, la Confederación Nacional del Trabajo y el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), tres trincheras que no hubiera podido franquear jamás».
Pero estas trincheras estaban separadas. Por esto, los socialistas, que hubieran debido ser el eje de la política española, según Maurín, no lo fueron (5).
«El Partido Socialista, desde Largo Caballero a Prieto, desmoralizado por los errores cometidos anteriormente y porque la CNT le iba pisando los talones, se encontraba en una fase de debilidad expectante con relación a los comunistas. La entrada de dos ministros comunistas en el Gobierno presidido por Largo Caballero, septiembre de 1936, cerró totalmente la puerta a la posibilidad de un entendimiento con Inglaterra y Estados Unidos.
Luego, como colofón, unas semanas después, vino el «non plus ultra»: el traslado del oro del Banco de España a Rusia. Esa torpeza colosal, en la que cooperaron Azaña, Largo Caballero, Negrín, Prieto y Álvarez del Vayo, significaba entregarse atados de pies y manos a Stalin.
Por lo demás, Stalin nunca se propuso ayudar a ganar la guerra civil española. Sabía que aún ganándola, España quedaba geográficamente muy lejos de Rusia, y no le interesaba una eventual España soviética, que, a la postre -como se ha visto en los casos de Yugoslavia y China- se enfrentaría con Rusia.
Lo que Stalin quería era ganar tiempo para ir preparando, mientras tanto, el entendimiento con Hitler».
Lo consiguió gracias a la alianza de los socialistas de derechas con los comunistas y los republicanos (6):
«La subversión determinada por la guerra civil, cambió por completo el ritmo de los acontecimientos.
La caída de Largo Caballero y su sustitución por Negrín, a fines de mayo de 1937, crisis política provocada por los comunistas, y el horrible asesinato, por la GPU estaliniana, unos días después, de Andrés Nin, secretario político del POUM, pusieron de manifiesto que el Partido Comunista o, lo que era lo mismo, los agentes de Moscú, Togliatti y compañía, se habían adueñado del poder en la España republicana.
En el momento en que la disyuntiva quedó planteada -a partir de junio de 1937- entre el Partido Comunista, al servicio de Moscú, o los militares, reaccionarios, pero españoles, el desenlace de la guerra civil estaba ya predeterminado»·
Por esto, termina diciendo este análisis esquemático, «todo lo demás, desde hace veintisiete años, para España y los españoles, ha sido sangre, sudor, lágrimas. y remordimiento» (7).
¿Cómo veía Maurín al POUM, a su POUM, dentro del contexto de la guerra civil interpretada según acaba de leerse?
No discutió nunca en público este tema y habló de él sólo con amigos muy cercanos. En 1970 le dije que me proponía escribir una historia del POUM, puesto que ninguno de sus dirigentes lo había hecho en los años transcurridos desde la terminación de la guerra civil, y una biografía de Nin. Me aconsejó que primero preparara la biografía de Nin, porque consideraba que debía rendírsele este homenaje y le extrañaba que ninguno de sus amigos más íntimos lo hubiera hecho ya. Le pedí un prólogo y me contestó (8): «Si lo deseas, haré un prólogo, pero… no podría referirme [en él] a la política seguida por la dirección del POUM durante la guerra civil, porque la considero fundamentalmente equivocada. (En noviembre de 1961, hablamos de esto con Rovira, Arquer y Coll -en casa de Arquer. Rovira estaba de acuerdo conmigo; Arquer estaba perplejo). Si deseas un prólogo en el que yo pueda decir lo que pienso a este propósito, creo que sería más apropiado para tu libro sobre el POUM. Tú verás«.
Creo que puede afirmarse (él mismo me lo dijo) que la crítica de Maurín a la actuación del POUM durante la guerra civil coincidía en líneas generales con la que formuló Willy Brandt y que figura en sus memorias (op. cit. pág. 202), cuando cita en ellas un informe, destinado a su propia organización, que escribió el 31 de marzo de 1937 sobre la situación en España. Dice en él:
«Voy a hacer también algunas observaciones críticas sobre la política nacional de nuestro partido hermano:
a) El POUM se mantiene rígido en su definición de la guerra como una guerra exclusivamente de clases. No tiene ningún punto de vista razonable sobre los elementos nacionales y ‘no proletarios’ de la guerra.
b) El Partido es poco concreto al plantear sus tareas políticas. Su consigna estratégica fundamental de que la guerra y la revolución están indisolublemente ligadas es justa, pero lo que partiendo de ella se hace en la práctica es en parte francamente espantoso.
c) Su enfoque de] problema del Frente Popular es falso. Su participación en el gobierno de la Generalidad lo justifica diciendo que no es un gobierno de F.P., sino un gobierno socialista.
d) No se hace absolutamente ninguna política de frente unido.
A todo ello se añade que se hace una política:
e) Limitada exclusivamente a Cataluña.
f) Viene a añadirse la concepción internacional trotskysta. Debo decir que el Partido da la impresión de carecer de dirección«.
¿A qué atribuir lo que Maurín consideraba erróneo en la dirección del POUM? ¿A la presencia de Nin en el ejecutivo? ¿Al hecho de que Nin no había comprendido lo que significaba la consigna de revolución democrático- socialista, como ya se indicó? Maurín, que no podía saber por experiencia directa cuál era el estado de ánimo de los poumistas en los días de julio, tendía a creer que los bloquistas hubiesen seguido, en iguales circunstancias, una política distinta. Tengo la impresión que en esto se equivocaba. Hay que haber estado allí, en Barcelona o Lérida, en aquellos momentos, para comprender que la influencia de los ex trotskystas en la fijación de la línea política del POUM fue mínima y que Nin mismo fue criticado por algunos de sus antiguos compañeros por plegarse demasiado -así lo creían ellos-, a las posiciones que defendían, sobre todo, los ex bloquistas. En todo caso, Maurín me dijo, refiriéndose a un capítulo de mi biografía de Nin (9):
«Está muy bien expuesto el esfuerzo que hizo Nin -le fue muy penoso- para desembarazarse de una ideología muerta, y asentarse sobre una realidad viva, palpitante.
Nin era bueno y sincero. Su adhesión final -porque fue una adhesión más que una fusión- a lo que era el BOC, en sus doctrinas y en su táctica y estrategia fue leal, noble. Creo que los diez meses que trabajamos juntos se sintió políticamente feliz. Era eso lo que buscaba.
Algunas veces, sobre todo cuando estaba en la prisión, me pregunté si no fue un error político mío el haber favorecido la aceptación del grupo trotskysta. Pero apreciaba a Nin -sus críticas me dejaron siempre impasible y frío- y la ‘fusión’ se hizo para reconquistar a Nin. Ese reencuentro político fue para él una verdadera satisfacción, y eso me reconforta.
Las pequeñeces de Trotsky aceptadas -creo que a disgusto- por Nin, muy bien expuestas en tu estudio, no le favorecen, desde luego. Pero, finalmente, acabó por comprender que el Viejo le había empujado a un callejón sin salida. Y eso le absuelve«.
Cuando terminé, en 1973 mi historia del POUM en catalán, larguísima y llena de citas, Maurín -que moriría a los pocos meses-, además de corregir los errores de hecho, hizo algunos comentarios. He aquí el que se refiere a la línea política del Partido durante la guerra civil (10):
«He leído el manuscrito, y empezaré por decirte que he quedado desconcertado por la serie de ´burradas´ -no merecen otro calificativo- cometidas por la dirección del POUM, en la etapa que tú relatas en esa parte de tu trabajo. Desconcertado y apenadísimo. Actuaron como una capillita de ´amateurs´ políticos, no como un partido responsable.
Es muy posible que si yo hubiese estado allí, la dirección del POUM hubiese cometido errores y equivocaciones, pero nunca alguna de las ´burradas´ incalificables que tú mencionas. Yo no hubiese consentido nunca que ´La Batalla´
saliese ´adornada´ en su cabecera con la hoz y el martillo, insignia soviética; ni que el ejecutivo del POUM pidiera a la Generalidad que Trotsky fuese admitido en Cataluña. Trotsky era un factor permanente de desorden, y, en el supuesto de que hubiese llegado a Barcelona, las primeras consecuencias de su espíritu desorganizador las hubiese experimentado el POUM, al que él había combatido, combatía y seguía combatiendo. Además, invitar a Trotsky era como un reto a Moscú. Moscú aceptó el reto y contraatacó.
Has hecho muy bien en contar las cosas tal como sucedieron. Fue así, y tú haces historia, que se leerá con interés por las próximas generaciones.
Ese capítulo [sobre la guerra civil] es el más interesante -hasta ahora- de tu libro. Para mí ha sido acongojante.
El Ejecutivo del POUM no comprendió nunca que lo primero era ganar la guerra. Antepuso la revolución a la guerra, y perdió la guerra, la revolución y se perdió a sí mismo.
Lo que Engels dijo de los anarquistas españoles de 1873, es decir, que actuaron como no debían haber actuado, puede decirse, aproximadamente, del POUM en 1936-37.
Por todo eso, te ruego que me absuelvas de escribir un Prólogo o un Epílogo a tu libro. Tendría que criticar duramente a la dirección del POUM, a la luz de tu exposición histórica, y sería de pésimo efecto.
Yo haré la crítica del POUM durante la guerra civil en mis Memorias -que voy escribiendo- y en el contexto general, puesto que haré la crítica de los demás partidos y organizaciones, quedará diluida»..
La muerte no le dejó tiempo de llegar a esta parte de sus memorias -que apenas alcanzaron a los años anteriores a su viaje a Rusia. Pero creo que, por haber hablado con él varias veces sobre el tema, puedo resumir así su posición:
Una revolución sólo puede triunfar si los revolucionarios toman la iniciativa y lo hacen en el momento favorable. En España, en julio de 1936, la ofensiva no la llevaban los revolucionarios, sino los militares. La situación internacional hacía imposible que una revolución se mantuviera y pudiera ganar la guerra. Por haberse hablado tanto de revolución, la Republica tuvo que fiarse en las armas soviéticas; la guerra estaba perdida para ella. Por otro lado, no había realmente una revolución, sino una serie de medidas de urgencia, impuestas por el hecho de que se estaba en guerra civil, adoptadas por sindicatos, partidos y gobiernos, y que tenían una apariencia revolucionaria. Pero una revolución implica, siempre, la toma del poder, cosa que no ocurrió. Además, fuera de Cataluña (y marginalmente Aragón y partes de Valencia), no se hablaba de revolución.
Los anarquistas han sido criticados por no haber tomado el poder. En la historia de sus muchos fracasos, tal vez su principal acierto fuera el de no tomar el poder en 1936. Haberlo hecho hubiese conducido a la pérdida inmediata de la guerra.
¿Qué hubiera debido hacer el POUM? Creo que si Maurín hubiera estado en Barcelona, el 19 de julio (Así, por lo menos, lo veía él desde Nueva York), habría propuesto inmediatamente al Partido Socialista y a Largo Caballero la fusión del POUM con el PSOE, como una rama independiente, catalana, del PSOE. De este modo el PSOE no se encontraría ausente del punto clave de la política española, Cataluña. El PSUC no habría podido prosperar, la UGT catalana no hubiese caído en manos de los comunistas, y los puntos de vista del POUM se habrían podido exponer en el PSOE, acaso en el Gobierno Largo Caballero y ciertamente en la Generalidad. Es posible que la alianza de prietistas y comunistas no hubiese tenido lugar, porque no habría habido ocasión de que los comunistas crecieran, puesto que en ningún caso se hubiese enviado el oro español a Rusia ni se hubieran pedido armas soviéticas, innecesarias si no hubiese habido tanta retórica revolucionaria.
En todo caso, incluso si no se hubiese llegado a esta fusión, el POUM habría debido afirmar que primero debía ganarse la guerra y, mientras ésta se libraba, presionar para que se completara la Revolución democrática, con el fin de poder pasar a la socialista una vez alcanzada la victoria. Esto es lo que el Bloque propugnó en 1932, cuando el general Sanjurjo se sublevó en Sevilla. La misma posición era la justa en 1936. «La tesis [de la Revolución socialista inmediata] que sostuvo el POUM cuando yo desaparecí de la escena [era] fundamentalmente equivocada y contribuyó a conducirlo al descalabro» (11).
La conducta del POUM, en suma, habría debido ser la misma que defendieron los comunistas, pero por otras razones, evidentemente, y aplicada con otros método y muy distintos objetivos.
Esta posición no respondía, como algunos creyeron, a una moderación de las ideas de Maurín a causa ya de vivir en los Estados Unidos, ya de acumular los años. Me la explicó, en líneas generales, ya en la cárcel de Barcelona, hacia 1944, y hacia 1950 me dijo, en Nueva York, que lo que había ido leyendo sobre la guerra civil le confirmaba en su juicio. Era, pues, una opinión no de un hombre de setenta y seis años, sino de un hombre de cincuenta. Por otro lado, Maurín, intelectualmente, envejeció poco y en muchísimas cosas no moderó en absoluto sus opiniones.
¿Hasta qué punto Maurín, de haberse hallado en Barcelona en julio de 1936, habría adoptado estas posiciones? Es difícil decirlo. Probablemente las hubiese sugerido, pero no estoy seguro de que el Partido lo hubiese seguido y, además, es posible que viviendo algo que no podía imaginar ni reconstruir, la atmósfera obrera de julio y la voluntad de los trabajadores de ser los amos, hubiese considerado que no podía oponerse radicalmente a ella. Tal vez esta atmósfera hubiese influido en su visión de las cosas.
Es una lástima que no pudiera exponer esta crítica con mayor extensión y detalle, puesto que hay en ella, ciertamente, elementos válidos. Maurín, que tenía una gran admiración por Lenin como estratega, hacía una crítica leninista de la conducta del POUM. Los pocos poumistas que conocieron sus puntos de vista a este respecto, se sintieron defraudados y algunos indignados. Precisamente porque preveía esto y porque su honradez política no le permitía, por otro lado, aprobar una líneaque no encontraba acertada, se abstuvo de exponerla y no quiso meterse en la política -tan estéril por lo demás- del exilio.
Muchos hubieran interpretado esta crítica -y en ello hubieran errado- pensando que Maurín se mostraba insolidario con su Partido, cuando, en realidad, sentía una gran admiración y hasta una especie de ternura justamente por los aspectos humanos de sus compañeros, perseguidos y asesinados de manera indignante para él.
No creía que con otra línea política el POUM hubiera podido evitarse la campaña de calumnias y persecución de los comunistas. Creía, eso sí, que con otra línea política se habría evitado que los comunistas llegaran a estar en condiciones de sostener una campaña semejante o, en todo caso, de pasar de las palabras a los actos.
Consideraba que «todo lo que se llamaba izquierdas en 1931-36 -el BOC y el POUM comprendidos- iba a redropelo de la historia (12). E insistía, al escribir esto, en que las cosas aparecían así «vistas en perspectiva histórica». Se colige, pues, que en sus memorias habría criticado no sólo la actuación del POUM en la guerra civil, sino también la del Bloque durante la República, el Bloque que él orientó. No se trata, pues, en su crítica, de una cuestión de personalidades, sino de una visión -también la suya- de la realidad política. Pero como Maurín, de haberse hallado en Barcelona, en 1936, no hubiera dispuesto de esta perspectiva histórica, no es seguro, insisto, que hubiera visto las cosas como las veía en 1972.
Sabiendo lo que pensaba de la guerra civil, es fácil deducir en líneas generales cuál debía ser su posición respecto al futuro de los poumistas (puesto que el POUM, como organización, si bien subsistía esquemáticamente en el exilio, no se parecía en nada a un partido sucesor del POUM que él fundara).
En el otoño de 1971, unos compañeros de Maurín, que todavía se consideraban poumistas, le escribieron pidiéndole su opinión sobre la situación política general. Pensaban utilizar su escrito para una tentativa de reagrupar a los viejos poumistas supervivientes que no estuvieran organizados, con el fin de elaborar un programa de orientación. Maurín, escéptico sobre lo que se pudiera hacer en el exilio, contestó, sin embargo, con cierta extensión el 11 de octubre de 1971. Es el único documento político que escribió en sus años fuera de España. Preveía (así me lo dijo en una carta) que descontentaría a muchos, pero en el fondo de su comentario creí adivinar la esperanza de que muchos poumistas de la base hubieran aprovechado como él, y en el mismo sentido, las experiencias vividas.
Esta carta es una especie de mise au point. Después de años de no escribir directamente sobre política, Maurín fijaba sus posiciones. Lo hacía casi como un ejercicio académico, pues no creía que los viejos pudieran hacer ya nada útil. En una ocasión, durante los años de intensa agitación estudiantil en los Estados Unidos -debió ser alrededor de 1970-, me dijo, comentando lo que sucedía: «Los jóvenes tienen razón. Los jóvenes siempre tienen razón, porque mañana serán los que decidirán»·. Su propia actuación política se había desarrollado en su juventud y en los comienzos de su madurez. Siempre había demostrado, en el Bloque, una considerable confianza en los jóvenes, con quienes era más paciente y con quienes pasaba, proporcionalmente, más tiempo que con los adultos, a pesar de que era con éstos con quienes tenía lazos de amistad. Los viejos, creía, lo único que podían aportar era la lección de las experiencias vividas. Insistió en esto, en una breve introducción a los artículos ya citados sobre los comienzos de su carrera política (13).
«El porvenir -que espera desesperadamente la emigración española- no viene fatalísticamente, como el día después de la noche. En la vida política de los pueblos puede darse un salto atrás de decenios o de siglos. El caso actual de España es el ejemplo más contundente. España ha retrogradado al siglo XVI.
El porvenir hay que forjarlo con la inteligencia y la lucha estrechamente unidas. Separadas, son infructuosas, estériles. Se asciende al porvenir por los peldaños de la historia. Mejor se conocen los peldaños, más segura es la ascensión. Un paso equivocado o en falso, puede determinar la caída, quedando sin alcanzar el objetivo, es decir, el porvenir.
Para saber a dónde se va, precisa saber previamente de dónde se viene. Lenin, por ejemplo, antes de lanzarse a preparar la Revolución, escribió la ´Historia del capitalismo en Rusia´ [sic].
La historia no es un pasado muerto. Vive, y se ofrece generosamente como guía capaz para ir, por los vericuetos del presente a la conquista del porvenir. Yo creo que si nuestra generación hubiese conocido a fondo la Historia de España durante el siglo XIX, con las dos experiencias liberales fracasadas, 1820-1823, 1868-1874, no hubiese cometido en 1931-1936 los errores, grandes y pequeños, que sumados; condujeron a la caída de la República democrática […].
Un capítulo importante de la historia general de España es la historia del movimiento obrero español, que aún no está escrita, pero que se escribirá exhaustivamente un día».
La carta que bien podemos considerar como su testamento político decía así:
«Estimado compañero Joan:
Contesto a tus dos cartas, en las invitas insistentemente a que exponga mi punto de vista político-social, con respecto a la situación actual y las perspectivas inmediatas.
Si los compañeros dirigentes del POUM, con motivo de la proyectada conferencia, se hubiesen dirigido a mí, pidiéndome mi parecer, les hubiese contestado haciendo una detenida exposición. No lo han hecho, y sus razones tendrán. Tal vez me consideran ‘jubilado’. Sin embargo, no lo estoy. Mi labor consecuente e ininterrumpida contra los regímenes autoritarios, rojos o negros, y en defensa de la Libertad y la Democracia, realizada de una manera permanente en la prensa hispanoamericana; mis contactos y cooperación con profesores y estudiantes norteamericanos que estudian el problema español; mi libro ´Revolución y Contrarrevolución en España´, que se sigue vendiendo, y el que estoy ahora preparando, prueban que no estoy ‘jubilado’ todavía.
O quizá los compañeros de Francia creen que yo he evolucionado en un determinado sentido, y me consideran en completo desacuerdo con ellos. Aquí tal vez tengan razón. Cierto que he evolucionado -las piedras no evolucionan. Desde 1936 han transcurrido treinta y cinco años, y durante ese largo espacio de tiempo, el mundo ha cambiado más que en los dos siglos precedentes. El mundo de 1971 es totalmente distinto del de 1936. y las ‘medidas’ doctrinales e ideológicas de entonces no sirven ahora: son viejas y no corresponden a la nueva realidad.
¿En qué sentido he evolucionado? ¿Cuál es mi posición ahora ? En primer lugar, repudio la palabra ‘comunismo’ desprestigiada y envilecida por el estalinismo. Creo que ‘socialismo’ y ‘comunismo’ no sólo son distintos, sino antitéticos. El socialismo, tal como lo entendieron los clásicos, es inseparable de la Libertad y la Democracia. El ‘comunismo’, en cambio, es su negación absoluta. Así, pues, me considero socialista y creo en la Libertad y la Democracia. Y como socialista que cree en la Libertad y la Democracia, veo los problemas del mundo en general y de España en particular.
El mundo llamado capitalista. contrariamente a lo que creíamos cuando éramos jóvenes -confundidos por el espejismo de la Revolución rusa- no sólo no agoniza, sino que es más fuerte y vigoroso que nunca. Tan fuerte y vigoroso, que Rusia, en su fase de revolución industrial -que Europa llevó a cabo en la primera mitad del siglo pasado– ha evolucionado y sigue evolucionando hacia un capitalismo de Estado, más absorbente y explotador que el capitalismo de empresa libre. El próximo «colapso» del capitalismo, presentido por Lenin y Trotsky, no sólo no está a la vista, sino que se ha esfumado.
El ´comunismo´ ha triunfado allí donde el peso de la historia hizo derrumbar los regímenes feudales: Rusia y China. El paso del feudalismo al socialismo, soslayando la fase capitalista -opuesto a las predicciones de Marx y Engels- no ha producido el socialismo, sino un engendro híbrido, con toda la barbarie del Feudalismo, sin ninguna de las libertades de los regímenes burgueses, el todo cubierto con una falsa careta de fraseología pseudosocialista. El obrero ruso está más explotado económicamente y más oprimido políticamente que el de los países capitalistas más atrasados. Hay más socialismo potencial en los países de gran desarrollo capitalista -Estados Unidos. Inglaterra, Alemania occidental, Francia, Italia. países escandinavos y Japón- que en Rusia. Y hay más Democracia y Libertad en esos países capitalistas que en los comunistas. Si se da el caso que un país comunista desea respirar Libertad y Democracia -Checoslovaquia, por ejemplo- es implacablemente estrangulado.
Para construir el edificio del socialismo hay que sentar, primero, los fundamentos, que son Libertad y Democracia.
Y esto nos lleva a España.
La clase trabajadora española paga ahora duramente su incapacidad política, su fraccionamiento y sus errores durante la República (1931-36). Si el movimiento obrero español hubiese estado unido y si su aspiración política hubiera sido la Revolución democrático-socialista, habría triunfado y hoy España sería una estrella de primera magnitud en el firmamento de la democracia occidental.
Tres veces, las fuerzas históricamente progresivas españolas fracasaron por su incapacidad política: en 1820-23, en 1868-74 y en 1931-36. Las dos primeras veces, la incapacidad fue de la burguesía liberal; la segunda [sic, quiere decir la tercera], la culpa principal la tuvo la clase trabajadora.
Alguien dijo que los que no comprenden la historia se verán forzados a repetirla. Por no haber comprendido el fracaso de 1820-23, la burguesía española volvió a fracasar en 1868-1874; y por no haber comprendido la lección
de 1868-74, la clase trabajadora fracasó en 1931-36.
Yo no sé si la generación responsable del desastre de 1936 ha sido capaz de comprender su culpa. Pero el deber de los que sí la han comprendido es enseñar a la nueva generación la amarga experiencia, para que ella, a quien corresponde el porvenir, no repita las equivocaciones.
Para otear el horizonte lejano precisa ante todo ver la realidad inmediata.
Los que creen que cuando Franco desaparezca, y Juan Carlos sea proclamado, rey, cambiarán políticamente las cosas, son, en el mejor de los casos, unos ilusos. Durante los treinta y pico de años de régimen franquista, España se ha industrializado, ha crecido una burguesía reaccionaria, y el ejército se ha convertido en la espina dorsal del régimen. Cuando Franco se eclipse, quedarán en pie el ejército, la banca, la burguesía industrial y la gran propiedad agraria, los cuatro puntales del régimen.
El mundo marcha cada vez más intensamente hacia el predominio de las fuerzas conservadoras o reaccionarias. El panorama mundial no sólo no ayudará a cambiar fundamentalmente las cosas en España, sino que, por el contrario, ayudará a fortificarlas. Hay que enterrar, por lo tanto, ilusiones más o menos infantiles y enfrentarse con la realidad tal como es: durante largo tiempo -no me atrevo a pronosticar lo que pueda ocurrir en el siglo XXI- en España habrá capitalismo, con una burguesía archirreaccionaria, sostenida por un ejército omnipotente.
Para que España pueda ser socialista mañana, hay que reconquistar progresivamente la Libertad y la Democracia.
Esa ´reconquista´ sólo puede hacerla la clase trabajadora. Y para ello precisa que haga su examen de conciencia.
En primer lugar, para liberar a España, el movimiento obrero necesita liberarse a sí mismo de las cadenas que lo atan a ideologías muertas.
En segundo lugar, hay que hacer posible la doble unidad de la clase trabajadora: sindical y política.
La Confederación Nacional del Trabajo, por su actitud negativa fue altamente responsable del fracaso de la República. Pero durante la guerra civil rectificó su pasado y eso le da crédito ante el porvenir. Además, la CNT, afortunadamente, está inmunizada contra el virus comunista.
La Unión General de Trabajadores se caracterizó siempre por su espíritu democrático y por su honradez y nobleza en los propósitos. Ahora bien, ha sido menos resistente a la penetración comunista.
CNT y UGT deben encontrar la manera de unirse, pensando, no en el pasado, sino en el porvenir. El futuro de España depende en gran parte de esa unión.
En el campo político hay que buscar, primero, la unidad del Partido Obrero de Unificación Marxista y el Moviment Socialista de Catalunya, y, en una segunda fase, la unidad con el Partido Socialista Obrero Español.
El Partido Obrero de Unificación Marxista fue el resultado de dos unificaciones escalonadas: primera, la de la Federación Comunista Catalano-Balear y el Partit Comunista Catalá en 1930-31, unificación que tomó el nombre de Bloque Obrero y Campesino; segunda, la fusión en 1935 del Bloque Obrero y Campesino y la Izquierda Comunista, adoptando el nombre de Partido Obrero de Unificación Marxista. Desde su nacimiento, el POUM no se consideró como un partido definitivo sino en formación: es decir, como un primer peldaño hacia la unificación con el Partido Socialista Obrero Español.
El objetivo general del movimiento obrero español ha de ser la Tercera República. Ese objetivo, lejano sin duda, sólo se podrá lograr mediante el esfuerzo de la clase trabajadora unificada.
La lucha para recobrar la Libertad y la Democracia perdidas será dura y prolongada. Pero precisa llevarla a cabo en bien de España.
He ahí, compañero Joan, resumido lo que yo pienso y a ti te interesa conocer.
Puedes hacer de esta carta el uso que tu buen sentido te aconseje.
Con un fraternal abrazo.
Joaquín Maurín».
Maurín trabajaba muchas horas diarias. en su cuarto-oficina de Nueva York. La agencia exigía paciencia y meticulosidad. Pero encontró tiempo para empezar sus memorias y para revisar unos recuerdos de cárcel (…). «Después de mucho vacilar, pues temía producir un escándalo publicando una novela -¿es novela?-, finalmente he decidido publicar ´Los siete círculos´ -ese es el título-, recuerdos e imaginación juntos, de la prisión. Si no recuerdo mal, tú ya leíste el borrador de lo que entonces pensaba titular ´Mis compañeros de prisión´. Es, como digo, una novela y no es una novela. La he retocado, dándole forma definitiva, y busco editor» (14). El editor lo encontró en México, en un antiguo poumista, Costa-Amic, el mismo que había formulado el plan para secuestrar a la esposa del general Franco y cambiarla por Maurín.
Hay un fragmento de lo que dejó escrito de sus memorias que nos permite vislumbrar cómo era su vida en Nueva York, aparte del trabajo de la agencia (15):
«Cuando salí de la prisión en 1946, pregunté, por Viladrich, y me dijeron que estaba en Buenos Aires, con su mujer e hijos. Me alegré mucho que se hubiese salvado de la catástrofe. ¿Y sus cuadros de Fraga? ¿Se habrían salvado también ´Las Aguadoras´, ´Tres Muchachas fragatinas´, ´Las Hilanderas´…?
Al venir a Nueva York, en el otoño de 1947, Fernando de los Ríos me dijo que una gran parte de la obra de Viladrich estaba en Nueva York, en la Hispanic Society of America.
La Hispanic Society of America, creada por el multimillonario y filántropo Archer Milton Huntington, es sin duda el mejor museo español que existe fuera de España. Se encuentra en la parte alta de Manhattan, entre las calles 155-156 y Broadway. En el centro de la plazuela. entre dos cuerpos de edificio, se levanta la estatua ecuestre del Cid. En la fachada del de la derecha hay dos bajorrelieves: el rey moro Boabdil, saliendo de Granada, y Don Quijote, sobre Rocinante, camino del Puerto Lápice, después de la aventura de los molinos de viento. En el edificio de la izquierda, el más importante, hay una sala dedicada a España, vista por Sorolla. A estas alturas, resulta un poco la España de pandereta de Carmen. La Biblioteca, pequeña, pero valiosa, está presidida por el retrato de los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia, y por un busto del conde Romanones…Es una España vieja, viejísima, casi caricaturesca.
El pabellón de la derecha, más pequeño, está consagrado a Viladrich: 34 cuadros.
En la pintura de Viladrich hay tres etapas distintas: el período juvenil, cuando él, autodidacto, y rebelde, se busca a sí mismo; la fase fragatina y el retratista después de Fraga.
La fase fragatina es una maravilla artística. Sus cuadros de aldeanas y campesinos son auténticos poemas bucólicos cantados por la paleta del pintor.
Pues bien, todo ese encantador ramillete de flores del jardín de la ribera del Cinca se encuentra en Nueva York.
A veces, en esta ciudad multitudinaria y asfixiante, cuando me embarga la nostalgia de la tierra natal, hago una visita al museo de la Hispanic Society. Dejo de lado la España de Sorolla y del conde de Romanones, y voy al pabellón que guarda la obra de Viladrich. Me siento rejuvenecer; tengo entonces veintiún años, y estoy en el Castillo de Uganda la Desconocida, en compañía de Viladrich, Baroja, Felipe Alaíz, Salvador Goñi y Sánchez Ventura.
Una vez instalado en Nueva York, en donde se habían refugiado mi mujer e hijo durante la guerra mundial, busqué contactos con antiguos amigos. Sabía que Ramón Sender enseñaba en alguna Universidad de Estados Unidos. Federico de Onís, me descubrió su paradero; enseñaba en la Universidad de New México, Alburquerque. Le escribí, me contestó. Y seguimos relacionándonos epistolarmente.
En junio de 1958, Sender vino a Nueva York. Tenía algo que hacer aquí con sus editores.Además, había vivido en Nueva York en los primeros tiempos de su emigración, y la ciudad le gustaba.
Tenemos que ir a ver los cuadros de Viladrich, en la Hispanic Society -le dije.
-¿Qué ha sido de Viladrich? -me preguntó.
-Vivía en Buenos Aires; pero creo que ha muerto.
Si Viladrich era riberano del Cinca por adopción, Sender lo es por naturaleza. Nació en Alcolea de Cinca, a unas leguas de Praga. Su padre era el administrador general de las propiedades que el duque de Solferino tenía en Albalate de Cinca.
Entre Sender y Viladrich había un parentesco espiritual: estaban unidos por el Cinca.
Visitamos la colección de Viladrich, convenimos que en esta Nueva York superindustrial y excitada, Viladrich está completamente desplazado. El público heterogéneo y sofisticado de Nueva York no puede comprender el aura poética
que hay en la obra de Viladrich. Como la Dama de Elche, que equivocadamente estaba en París, regresó a España, Viladrich, un día, debiera regresar a Cataluña.
Mientras recorríamos la sala, volvió a plantearse si Viladrich vivía o había fallecido.
La secretaria que nos acompañaba dijo que las últimas noticias que la Hispanic Society tenía eran que vivía.
-Vagamente, yo tengo la impresión de que murió -comenté yo.
Sender escribió un artículo sobre Viladrich para la prensa hispanoamericana y, dando crédito a mi parecer, le dio por fallecido.
Algún tiempo después recibí una carta de la escritora peruana Rosa Arciniega, que entonces residía en Buenos Aires, diciéndome que había enseñado a la esposa de Viladrich, su amiga, el artículo de Sender publicado en el diario ´La
Crónica´, de Lima. y ella, asombrada, preguntó cómo era posible que Sender lo diese por muerto cuando Miguel falleció el mismo día que se publicó el artículo, el 5 de julio de 1956…Viladrich tenía sesenta y nueve años».
Recuerdos, nostalgia. Pero también curiosidad. Maurín leía mucho, iba todo lo que podía a la biblioteca de la Quinta Avenida, y escribía para su agencia y para España Libre artículos con nombre supuesto. Su pensamiento no cambiaba, pero evolucionaba. Seguía considerando, como siempre, que el socialismo sólo podía construirse partiendo de una sociedad en la que existiera la libertad política y que allí donde ésta no existía, el primer paso hacia el socialismo consistía en establecerla. Querer hacer socialismo sin libertad previa era condenarse a la dictadura, es decir, a negar el socialismo. Esto, que era el meollo de su concepción de la Revolución democrático-socialista para España, lo vio confirmado, a medida que se iba estudiando mejor la experiencia soviética y que se descubrían nuevos hechos de la misma. Maurín desconfiaba de cualquiera que quisiera aliarse con los comunistas so pretexto de que después de la muerte de Stalin habían cambiado. Periódicamente, alguna acción soviética venía a demostrar que no había tal cambio -que los ´progresos´ eran sólo fachada- y, por tanto, que una alianza con los comunistas equivalía a hacer el juego a la diplomacia soviética y entregar en bandeja el propio Partido a los comunistas.
Un comentario que escribió a propósito de las elecciones francesas de 1973, en que socialistas y comunistas se aliaron, indica lo que Maurín pensaba en los últimos meses de su vida (16):
«Es ya un hecho histórico que la política de Charles De Gaulle, en los años 1958-1969, estuvo basada en un acuerdo tácito con el Partido Comunista, que evitó crearle conflictos interiores, a cambio de lo cual, De Gaulle, en el terreno internacional, llevaba a cabo la política que convenía a Moscú: separó militarmente a Francia de la Alianza Atlántica (OTAN), expulsó su sede de París, y se opuso repetidamente al ingreso de Inglaterra en la Comunidad Económica Europea (Mercado Común).
Ese pacto tácito entre De Gaulle y el Partido Comunista lo quebró la insurrección estudiantil de París, en mayo-junio de 1968. El líder de los estudiantes, Cohn-Bendit, era un joven anarquista, cuyos dardos herían al mismo tiempo al gaullismo y al Partido Comunista, hasta el punto de producirse una división entre el movimiento obrero que simpatizaba con los estudiantes, y el Partido Comunista que los consideraba como irresponsables y provocadores.
Las consecuencias no se hicieron esperar. Unos meses después, repudiado por la nación, De Gaulle se vio obligado a presentar su dimisión. Su sucesor, Georges Pompidou, aunque gaullista, rectificó en parte la política del general. La primera concesión importante que hizo fue aceptar a la Gran Bretaña en la Comunidad Económica Europea.
El Partido Comunista, por su parte, perdido el apoyo tácito que tenía en el Elysée, y queriendo reconquistar la simpatía del movimiento obrero, empezó a fomentar la idea de resucitar el Frente Popular. Y el líder del Partido Socialista, François Mitterrand, se la hizo suya. Así,comunistas y socialistas acordaron formar un bloque electoral con un programa de gobierno.
Cuando se ha sido derechista en la juventud, después radical y finalmente socialista, como es el caso de Mitterrand, uno se puede dejar engatusar por los comunistas, Francia ya tenía una experiencia del Frente Popular. La propagaron los comunistas, por indicación de Moscú, en 1935-36, y León Blum la aceptó. Fue un fracaso en todos los sentidos. De aquel Frente Popular de los años 30 arranca el descenso del Partido Socialista francés.
En 1973, los comunistas franceses se proponían repetir con Mitterrand lo que en 1936 habían hecho con Blum.
En las elecciones normales que Francia había celebrado en 1967, el Partido Comunista obtuvo 73 diputados, y los socialistas 91. En una Asamblea Nacional de 487 diputados, los 73 comunistas representaban un 16 por 100. Su número de votos en las elecciones era alrededor de un 20 por 100. Una fuerza política, sin duda; pero minoría, y detestada por el 80 por 100 de la población.
En las elecciones celebradas en 1968, a raíz de la conmoción que produjo el movimiento estudiantil, se produjo una basculación anormal: los socialistas bajaron a 57 diputados, y los comunistas a 34. Los gaullistas. en cambio,
obtuvieron 293 diputados en una cámara de 487 puestos: es decir, una mayoría absoluta.
Ahora bien, durante los cuatro años y medio transcurridos, el gaullismo se ha gastado considerablemente: ha habido inmoralidades, escándalos financieros y un primer ministro, Chaban-Delrnas, muy secretamente, se abstenía de pagar impuestos…
El gaullismo presentaba un flanco vulnerable, y el Bloque comunista-socialista tenía donde atacar .En las últimas semanas de la campaña electoral los sondeos de opinión daban al Bloque comunista-socialista un porcentaje de 45-47, y al gaullismo 35-37.
Teóricamente, el triunfo del Bloque Comunista-socialista era posible. El Gobierno comunista-socialista. en Francia hubiera producido una perturbación en toda Europa, y no sólo en Europa. El Mercado Común: se hubiese resquebrajado. En España, el franquismo hubiese apretado todavía más los tornillos.
El sistema electoral francés está basado en dos turnos. Los que la primera vez, el 4 de marzo de este año, no obtienen el 50 por 100, de los votos que han de ir, el domingo siguiente, a la segunda vuelta, pudiendo presentarse sólo los que en el primer turno hayan obtenido un lO por 100 de votos.
El principio electoral francés es: en el primer turno, votar al Partido; y en el segundo, votar a Francia.
Entre el 4 y 11 de marzo, Francia, que es un país de gran tradición democrática, reflexionó, llegando a la conclusión que el gaullismo es malo, pero los comunistas serían mil veces peores. Y el cuerpo electoral procedió en consecuencia.
El gaullismo fue derrotado. En una cámara de 487 diputados, obtuvo 184, es decir, una pérdida de 87.
El Bloque comunista-socialista experimentó una derrota, puesto que estuvo muy lejos de conseguir la mayoría en la que confiaba.
Michel Rocard, secretario general del Partido Socialista Unificado (grupo independiente), ha manifestado: ‘El resultado global de estas elecciones es la derrota de la izquierda’. Exacto.
El gaullismo sobreviviente, en colaboración con otros grupos intermedios podrá seguir en el poder.
El Partido Socialista francés no ha sabido seguir el camino de Willy Brandt, que sin hacer ninguna concesión al comunismo -al contrario prácticamente lo ha anulado-, mediante una política justa e inteligente, combinando los intereses de la clase trabajadora y la democracia, ha conquistado el poder.
¿Sabrá el Partido Socialista francés sacar una lección del fracaso moral que ha experimentado?
Como en Francia hay muchos emigrados políticos españoles, las recientes elecciones son una experiencia de gran valor. Todo contacto con los comunistas es letal.
Unión de fuerzas democráticas, sí; desde luego. Pero no hay que olvidar nunca que los comunistas en Francia, como en España, como en Checoslovaquia y como en Rusia son totalitarios, es decir, enemigos mortales de la libertad y la democracia».
Esos años de Nueva York fueron, sin duda, para Maurín, una dura contradicción. Feliz viendo a su hijo progresar, casarse, ascender como profesor, tener una hija. Feliz de la vida familiar y de descubrir un mundo realmente nuevo: el mundo, creía, en que por primera vez se realizaría el socialismo, porque había en él las condiciones técnicas y la tradición de libertad que son requisitos para el socialismo.
Pero, al mismo tiempo, la frustración de su vocación política (inevitable, por el hecho de no haber vivido políticamente la guerra civil), compensada en parte por el sentimiento de utilidad que le daba su agencia y la labor que realizaba en los países de habla hispana. Que no era una labor ilusoria lo sabían los comunistas, puesto que aprovechaban todas las ocasiones para seguir atacando a Maurín, a pesar de que no actuaba en política. Por ejemplo, un ex socialista de los que en 1935 pedían a Maurín que se uniera al PSOE, y que acabó en comunista, Amaro del Rosal, escribió (17): «Maurín, se convirtió en un agente al servicio de la política del Departamento de Estado, renegando de su pasado».
Entristecido a veces al ver que algunos de sus compañeros no comprendían que su silencio político estaba motivado, justamente, por el deseo de no criticar su actuación durante la guerra, por poner la amistad por encima delas divergencias.
Interesado, otras veces, por las consultas que le hacían gentes de las universidades -profesores que escribían libros, estudiantes que preparaban tesis. Muchos de los libros sobre España aparecidos en los Estados Unidos en esos años contaron con la discreta colaboración de Maurín.
Emocionado, a veces, por la visita de algún oscuro militante, al que conocía poco, que habiendo prosperado en algún país latinoamericano, iba a Nueva York sólo para estar unas horas con él.
Maurín era hombre poco dado a los abrazos y expresiones externas de emoción. Pero detrás de esto había, como ocurre a menudo con los adustos, un tierno. Cuando lo vi por última vez, el 3 de noviembre de 1973, en su casa de Riverside Drive, me contó el mal verano que había pasado: tuvieron que operarle de un tumor en el cerebro. Estuvo unas semanas sin apenas conocimiento y otras reponiéndose. Lo encontré bien, con la cabeza muy clara. Habló de sus memorias, que quería avanzar rápidamente, de nuevos colaboradores que deseaba para la agencia. Nos despedimos y, creo que por primera vez desde que lo conocía (es decir, desde 1932), se inclinó y me dio un abrazo fugaz.
Dos días después, mientras estaba escribiendo una carta a Gorkín, perdió el conocimiento y al cabo de cuarenta y ocho horas murió en el hospital, tras una nueva operación.
El día 6 de noviembre lo incineraron. Sus cenizas están enterradas en el jardín de la casa de su hijo, en Byrn Mawr.
En la prensa española salieron algunas notas informativas, breves, y unos cuantos artículos (uno,(…) con malintencionadas preguntas), y unas cuantas esquelas, una de ellas calumniosa, como indiqué al principio.
Cuando la noticia de su muerte se supo, muchos que lo conocieron escribieron a Jeanne. La frase que más frecuentemente aparece en estas cartas dice más o menos: «Maurín fue un maestro para mí«.
Es exactamente la frase que yo habría puesto al final de esta biografía. Maurín. en efecto, fue, ante todo, por encima de todo, en todo momento, un maestro.
Notas
(1) Pedro Bonet, compañero de Maurín desde los años de Lérida, dice sobre esto, en un artículo necrológico: «En la muerte de Joaquín Maurín» (La Batalla, París, enero de 1974). Surgieron divergencias entre Kim y nosotros [es decir, los poumistas que continúan el POUM en el exilio y que publican La Batalla]. Tenía una óptica diferente a la nuestra en el enfoque de los problemas, sobre todo a nivel internacional. El estalinismo, al estrangular toda base democrática en la edificación del socialismo, produjo en Maurín una brutal frustración en las ilusiones y esperanzas que había puesto en la revolución rusa. La trágica superchería de los procesos de Moscú y el asesinato de Andrés Nin en el curso de la represión de la GPU contra el POUM, todo ello indujo a nuestro compañero a establecer una nueva tabla de valores con vistas a reorientar el combate por el socialismo y la libertad.
(2) En la investigación del FBI que siguió a su demanda de que se le concediera la residencia, los agentes descubrieron que Maurín había estado en Moscú y había sido del Partido comunista español. Los datos los encontraron en el libro de Gerald Brenan The Spanish Labyrinth, lo que prueba, por lo menos, afición a la lectura de algunos agentes. Para puntualizar las cosas, Miravitlles, que entonces era delegado en los Estados Unidos del Gobierno Republicano Español en el exilio, escribió a Brennan y éste mandó una carta que fue transmitida a la FBI, en la cual explicaba que Maurín fue a Moscú como sindicalista y que se había separado pronto de la Tercera Internacional, cosa que en su libro no puntualizaba. El motivo jurídico para querer expulsarlo era que teniendo Maurín un pasaporte español, no podía alegar que fuese refugiado político. A los agentes de inmigración norteamericanos no les cabía en la cabeza que se pudiera ser, a la vez, enemigo de un régimen, temer el regreso al territorio del mismo y, al propio tiempo, haber recibido un pasaporte de él. Y lo relativamente anómalo del caso -anómalo para quien no es español y no ha vivido aquella época- dio pretexto a los comunistas para seguir calumniando a Maurín.
(3) Epílogo de Revolución y contrarrevolución en España, pp.234 y ss.
(4) Apéndice de Revolución y contrarrevolución en España, pp. 286 y ss.
(5) Epílogo, p. 240.
(6) Apéndice, p. 289.
(7) Epílogo, p. 240. Este análisis lleva la fecha de diciembre de 1965, cuando ya Maurín había tenido tiempo de absorber gran parte de la literatura y documentación sobre la guerra civil y de hablar con mucha gente que la vivió.
(8) Carta fechada en Nueva York, el 4 de diciembre de 1971. Esta biografía de Nin la escribí en 1971-72, en catalán. Maurín revisó el manuscrito, corrigió algunos errores de hecho, pero se abstuvo de hacer ninguna sugestión en cuanto a mi interpretación política y mi visión de Nin.
(9) Carta a Víctor Alba, fechada en Nueva York el 20 de noviembre de 1971.
(10)Carta fechada en Nueva York el 11 de febrero de 1973. Los subrayados son de Maurín.
(11) En la carta citada de Maurín a Broué. Recuérdese que en esta misma carta Maurín indica que, poco antes del 19 de julio, Largo Caballero le había sugerido la conveniencia de una fusión del POUM con el PSOE, a la que, entre otros, se opuso Nin y que Maurín veía con simpatía.
(12) Carta a Víctor Alba, fechada en Nueva York el 29 de mayo de 1972.
(13) «Hombres e Historia» en España Libre, Nueva York, 19 de enero de 1960.
(14) Carta a Víctor Alba, fechada en Nueva York el 23 de enero de 1972.
(15) Joaquín Maurín: «Con Viladrich y Baroja», España Libre. Nueva York, marzo-abril de 1972.
(16) «Editorial. La lección de las elecciones francesas», en España Libre, Nueva York, marzo-abril de 1973.
(17) Amaro del Rosal: Los congresos obreros internacionales en el siglo XX. México, 1973, p. 420.