Una polémica de altura: Miguel de Unamuno/ Andreu Nin (Ernest Benito, 2022)

Desde que publiqué el libro Andreu Nin. Escrits de Joventut, he tenido siempre la obsesión de poder identificar buena parte de los artículos que Nin escribió como redactor periodístico, pero sin firmar. Sabía de las dificultades que esto conlleva, pero la insistencia y el estudio constante de sus textos me permitió, en un primer momento, identificar la casi totalidad de sus escritos con seudónimo e incluso algunos sin firma, en la época en la que colaboró en el periódico Baix Penedés y que formaron parte del cuerpo principal de mi primera publicación.

Posteriormente he centrado mi estudio en conseguir identificar la labor de Nin en su actuación como redactor en los periódicos; El Poble Català, Pàtria y La publicidad. A ello he dedicado más de tres años de investigación; con sus momentos de optimismo, donde me parecía encontrar aquellos datos que me permitían identificar gran parte de sus escritos, seguidos de otros de cierto pesimismo, donde me parecía haberme obsesionado en un trabajo que no tenía salida posible. Pero siguiendo una de sus propias consignas: “el mérito solo se obtiene al conseguir aquello que nos parecía imposible…” no cejé en el empeño y hoy puedo decir con plena satisfacción que he conseguido identificar con toda certidumbre una parte importante de estas colaboraciones de Nin centradas en el período 1910/1915.

Estoy todavía trabajando en el estudio, la transcripción e identificación de los distintos trabajos publicados que, de manera resumida, se centran en más de quinientas colaboraciones en El Poble català cerca de unas treinta en la revista Pàtria y alrededor de setenta y cinco artículos cortos que se editaron en La Publicidad; estos últimos son colaboraciones escritas en castellano y las de El Poble Català y las de Pàtria lo están en catalán.

Entre este material muy diverso en contenido, en extensión y en calidad hoy quiero centrarme en una réplica escrita por Andreu Nin a un artículo que Don Miguel de Unamuno dedicó a la figura de Friedrich Nietzsche.

Primero, por la importancia histórica que tuvieron los dos personajes implicados en la polémica que me parecen de enorme importancia; segundo, por el contenido de los dos artículos que demuestran en los dos sus habilidades periodísticas y en último lugar por el contenido de ambos escritos.

Cabe situarnos a los tres meses del inicio de la Primera Guerra Mundial. El artículo de Unamuno se publica el 30 de octubre de 1914 y la réplica de Nin justo dos días después, el 1 de noviembre.

Antes de avanzar en su análisis, lo más apropiado será leer el contenido de los dos artículos:

EL ARTÍCULO DE DON MIGUEL DE UNAMUNO

Publicado en El Día gráfico en Barcelona el 30 de octubre de 1914

UEBERMENSH

Hay que decirlo en alemán puesto que es, en cierto modo, una categoría intraducible. Aquí, en España, se ha reducido unas veces superhomo -lo que es traducirlo al latín, pero no al español, – otras veces “superhombre”, otras “sobrehombre” y alguna “tras-hombre”. Y en estas mismas vacilaciones al querer traducir esa pedantesca invención del pobre pedante que fue Federico Nietzsche, de aquel desgraciado loco de debilidad que se fingía el fuerte, de aquel infeliz león que se reía para ocultar sus lágrimas, en esas vacilaciones de traducción se ve que, afortunadamente, la cosa no se comprende ni se siente en España.

La “Lógica del conocimiento puro” (“Logik der reinen Eckennis”) de otro pedante tudesco, el saduceo Hermann Cohen, termina con el Concepto del Hombre – “Der Begriff des Menschen”. Un puro concepto y este hombre con hache mayúscula no es más que un hombre conceptual y no de carne y hueso. Tan conceptual y tan poco de carne y hueso como aquel Único de quien es el universo todo propiedad –“Der Einzige und seine Eigentum”. de otro terco pedante, del pedante del egoísmo sistemático, de Max Stiner (Gaspar Schmidt).

Todo pedantería. Es decir, todos conceptos llevados sistemáticamente al extremo, donde se destruyen a sí mismos, sin sentido alguno de la medida y de la limitación. Lógica sin estética, en fin. Porque la estética es el sentido de la limitación y de la medida, de lo finito. Y la lógica la de lo infinito. ¿No es así, amigo Xenius?

Por contentos y pagados podríamos darnos si llegáramos a ser hombres, verdaderos hombres, hombres enteros y verdaderos. Ser todo un hombre es lo más que en el mundo en que vivimos se puede ser. La hombría la hombridade” que decía aquel gran pensador portugués, Oliveira Martins, es lo supremo, Ser hombre -lo he dicho antes de ahora- es más que ser semi-dios. Porque un semi-dios no es más que un semi-hombre. Ser todo un hombre es ser un héroe.

El profesor Treitschke, el apóstol del imperialismo, dice en su formidable Politik -de donde es aquella sentencia de que la guerra es la política por excelencia -que el alemán es un héroe nato- ein gehorener Held -que cree que debe abrirse paso a través de la vida. Todavía el héroe nato de Treitschke, el Hombre conceptual de Cohen y el Unico de Max Stirner, no aspiran a superar al hombre, a ser superhombres.

Eso de superar, de exagerar, es la manía de la pedantería.

Aquel inglés parsimonioso, cauto, prudente, lleno de sentido de la medida i de la limitación, aquel inglés tan penetrante del espíritu de lo que los teólogos anglicanos llaman vía media, aquel espíritu tan sagaz y profundo que fue Carlos Darwin, estableció sus doctrinas en unas obras que son modelo de moderación científica. Pasaron el mar del Norte, llegaron a Alemania y ya tenemos al atolondrado y sistemático Haeckel queriendo trazar la genealogía de todas las especies animales. Es decir. La sistematización absoluta, la exageración, lo definitivo, la pedantería.

Y toma las doctrinas darwinianas, o mejor dicho sus hipótesis y sus anticipaciones aquel pobre loco de debilidad que os decía, aquel anti teólogo -que es otro modo de ser teólogo de Nietzsche, que al no poder ser Cristo blasfemaba de Cristo y que para encubrir su hambre de inmortalidad inventó la trágica bufonada de la vuelta eterna, y hace con aquellas doctrinas sus disparates del rubio hombre de presa y de la inmisericordia.

Filosofía -si es que lo es- de débiles que quieren hacerse fuertes y fingen serlo y se empeñan en hacer creer a los demás que lo son para ver si así se convencen a sí mismos de que lo sean. Filosofía de pobres burgueses que hartos de oírse tratar de buenas gentes quieren aparecer bárbaros.

Y sobre todo, la manía de superar. Manía que últimamente hacía estragos en un pueblo tan estético, tan de medida y ponderación como es el italiano La obsesión del joven escritor o artista italiano parecía ser últimamente la de superar al maestro. Consecuencias, sin duda, de la infección de pedantería ultramontana de que ha padecido Italia.

Y el pobre “Uebermensch”, el sobre-hombre, acaba por inventar un “Uebergott” o Sobre-Dios para él solito, un Dios que es su aliado. Pedantería también, pura pedantería.

Y de ahí han nacido todas esas desatinadas doctrinas místicas respecto a las razas y la superioridad o la inferioridad de éstas o de aquéllas. Un pueblo que se pase los años mirándose el ombligo y queriendo persuadirnos que es un sobre-pueblo y fingiendo ignorar o menospreciar a los demás, es un pueblo perdido.

Y digo fingir porque eso de la sobre-hombría, de la “Uebermenschkeit” no es más que hipocresía y fingimiento. Todo eso es hijo de vanidad, de infatuación, no de orgullo, no de soberbia. El que está convencido de su propia excelencia no acude a eso.

Cuando me hablan de la confianza que tal o cual pueblo tiene en si mismo, de su fe en el triunfo de su causa, no lo creo. Es que quiere convencerse de ello convenciendo a los demás y finge, finge, finge. La infatuación vive de ficciones y de ignorancia. No creo -lo he dicho cien veces- en fe que no se base en la duda. La fe que aparece inquebrantable, inconmovible, rectilínea, es hija de ignorancia o es hija de fingimiento. El que no duda no cree.

Cuando se aspira a sobre-hombre es que no se está seguro de ser hombre, hombre entero y verdadero, todo un hombre.

Había que haber visto cuando hace pocos años sopló también sobre España, aunque muy poco, el pequeño vendaval nitzscheniano -traducido aquí de adaptaciones y extractos franceses- quienes fueron los que se dejaron arrebatar de él. Los más pobrecitos, los más aburguesados en el fondo de su espíritu, los más inofensivos, los más débiles. Había que oír abominar del cristianismo y de la piedad y de la resignación a quienes en su vida se habían detenido a leer con cuidado y a meditar el Evangelio. El nietzschenianismo fue aquí una de tantas fórmulas de que se valió la pereza mental para encubrirse. Fue una receta más para hacer escritos que pareciesen geniales y audaces.

Ahora el pobrecito “Uebermensch” no puede volverse atrás. Ha estado tantos años soltando baladronadas y haciendo que su águila cacaree que ahora tiene que hacer el héroe por fuerza. Y el héroe nato –“der geborener Held– que es lo peor. Hacer de héroe nato debe de ser una de las cosas más comprometidas del mundo. Tan comprometido como hacer de profeta. Demostrar ciencia adquirida es algo que está al alcance de mucha gente, pero demostrar ciencia infusa es ya otra cosa. Y el héroe nato ha de tener valor infuso, no valor adquirido. Para el modesto hombre sencillo, no más que hombre, el valor suele ser el arte de ocultar el miedo, pero el pobre-hombre, el héroe nato, no puede conocer el miedo. ¿Y si lo conoce? ¿Y si conoce el desfallecimiento?

Lo más terrible que le puede pasar a un pueblo es que no se le prepare también para la derrota. La grandeza de Don Quijote es que supo ser pobre y ser vencido.

Miguel de Unamuno.

LA RESPUESTA DE ANDREU NIN

Publicado en La Publicidad el día 1 de noviembre de 1914

RESPUESTA A DON MIGUEL DE UNAMUNO

Don Miguel de Unamuno ha escrito un artículo burlándose del superhombre y escarneciendo la memoria de ese poeta admirable que fue Federico Nietzsche. No comprendemos la actitud del escritor que anduvo siempre en rebeldía contra “las moscas de la plaza pública” y ahora quiere restar fuerza a sus alas de hombre que acostumbra a” volar sobre las cumbres”. Federico Nietzsche comprendió que la guerra es un elemento terapéutico; así lo comprendimos nosotros; así lo comprenden todos los que no padecen una gran miopía intelectual. “Xenius”, ese amigo del señor Unamuno, a quien se dirige en su artículo, afectuosamente, nos hablaba el otro día de la virtud de la guerra que acumula; que coordina; que armoniza los elementos disgregados, dispersos por la influencia disolvente de la paz.

Al hablar de esto aparecen en nuestra memoria una porción de conceptos, de ideas, de frases que anduvieron corriendo de boca en boca hace algunos años, con motivo de la guerra ruso-japonesa. Entonces se habló de peligro amarillo, como se habla ahora del imperialismo. El peligro amarillo se presentaba de la manera absurda que acostumbran a presentarse esas ideas bajas, de segundo orden, que brotan en las imaginaciones débiles; parecía ya que íbamos a estar sometidos a la dictadura de un verdugo imbécil de ojos oblicuos y larga coleta que nos haría abdicar de nuestras costumbres, de nuestras creencias, que anularía por completo nuestra personalidad moral; que nos sumiría en las tinieblas de una eterna barbarie; esto mismo es lo que dicen ahora del imperialismo alemán y de esto es de lo que hay que reírse soberanamente. Si los rusos, los ingleses, los alemanes, los japoneses nos dominan, venga su dominación en buena hora, porque ellos representan, sin duda, una fuerza superior, indiscutible e incontrastable. El señor Unamuno sabe, tan bien como nosotros, que la superioridad, la victoria definitiva no es la de los cañones del 42; la horda, las bayonetas y los fusiles del ejército invasor son algo así como el palmetazo del maestro que sorprende al chico comiendo golosinas. Francia, como dice muy bien el amigo “Xenius”, y si él no lo dice lo decimos nosotros, necesitaba ese palmetazo; los franceses estaban a punto de perderse en el laberinto de la molicie y de la concupiscencia; vivían demasiado bien y esa dura prueba les salvará, si es que están aún en estado de salvarse; habían olvidado esa otra frase del poeta Nietzsche “haceos duros”, esa frase que ahora suena dentro de sus cabezas como un remordimiento.

Aparte estas ligeras consideraciones inútiles; con todo el respeto que nos merece el señor Unamuno, le diremos que el poeta Nietzsche no merece el desprecio con que lo trata en su artículo “Uebermensch”. Si se tratase de otro hombre creeríamos que no lo había entendido; pero tratándose de un señor que sabe leer no comprendemos, de ninguna manera, el encono que manifiesta a un escritor que ha tenido la virtud de conmover el pensamiento de millones de hombres.

Una de las aseveraciones que hace el señor Unamuno a nuestro pobre amigo Nietzsche es la de su fe inquebrantable. Cómo puede decirse esto de un hombre que nos dice “Si la gente se acercara a los filósofos vería como le tiemblan las piernas …”; pero no; no queremos seguir. El autor de “Uebermensch” sabe cómo nosotros que Nietzsche decía: “Nosotros hemos deshecho la ilusión del hombre-dios y hemos dejado sencillamente al hombre-hombre”.

Que se han escrito muchas tonterías glosando las palabras del gran escritor, esto nadie lo duda; pero por eso los que saben pensar y medir el valor de las cosas, los que elevan la vista un poco más alto que los demás, no deben lanzar anatemas furibundos contra las obras de arte que representan un entusiasmo, una aspiración nobilísima en medio del desierto arenal de las vulgaridades seudocientíficas y seudofilosóficas con que se llenan ahora, y en la época de Nietzsche, millones de páginas. Es doloroso ver como los nombres de más poderoso talento caen en los mismos pecados que censuran en los demás.

Ante los comentarios y las paradojas que leemos todos los días con motivo de la guerra pensamos, como Baroja, que nada interesante han dicho hasta ahora sobre ella los sabios y los escritores; creemos que una exaltación inconsciente domina todos los espíritus y esto es lo más doloroso.

 

Una de las primeras consideraciones que hay que realizar es la constatación de la agresividad verbal de Unamuno respecto a Nietzsche que entra descaradamente en el campo del insulto.

Hay que tener en cuenta que Nin ya había criticado con anterioridad en El Poble Català la actitud que tienen Unamuno y Azorín respecto a Cataluña y a sus reivindicaciones y sus deseos de independencia, por lo tanto, a pesar de que Nin no es más que un jovenzuelo de poco más de veinte años y Unamuno es un personaje de cincuenta años con todo su reconocimiento, se enfrenta a él sin otro respeto que el de reconocerle su autoridad. No le duelen prendas en calificar al reconocido escritor de padecer de una gran miopía intelectual. Hay que reconocer que esta actitud es fruto de lo que Nin entiende una provocación a uno de sus escritores más apreciados ya que, según el mismo manifiesta en el ensayo biográfico de Francesc Bellmunt, para él, Nietzsche es su autor de cabecera desde su adolescencia y la actitud de Unamuno no hace otra cosa que la de “mentar la cuerda en casa del ahorcado”.

Hay que destacar también la habilidad de Andreu Nin de no entrar a discutir el fondo de la argumentación de Unamuno, que debe aceptar implícitamente, sino que sus varapalos se centran en la forma y en los argumentos que pueden convencer a la mayoría de sus lectores ante la situación creada por el desconcierto del inicio de la Gran Guerra.

La habilidad de Nin para que su respuesta pueda ser tan contundente o más que la de Unamuno, pero sin caer directamente en el insulto como hace él, hay que buscarla en la sutileza de su argumentación final cuando le manifiesta su acuerdo con el pensamiento de Baroja.

Nin sabía y, con toda seguridad Unamuno también conocía, lo que había escrito Pio Baroja sobre él: “… «No creo que sus condiciones intelectuales, aunque fueran grandes, justificaran un concepto tan extraordinario de sí mismo como él tenía. Se creía todo. Era sin proponérselo filósofo, matemático, geógrafo, filólogo, naturalista, arquitecto, además de vidente y profeta» … «Muchas veces pensaban que una frase retórica era un hallazgo o una revelación» … «Él era español, no había nada como España; era vasco, nada como ser vasco; era de Bilbao, lo mejor del mundo era ser de Bilbao. Vivía en Salamanca, Salamanca era la mejor ciudad del mundo».

A Unamuno no le gustaba París; a Baroja, sí y a Andreu Nin también.

Sobre el autor: Benito, Ernest

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