La revolución de octubre de 1934. Introducción (José Luis Mateos, 2009)

Introducción al volumen recopilatorio de documentos editado por la Fundación Andreu Nin, octubre 2009, sobre la revolución asturiana, disponible en el Catálogo de Publicaciones.
I
Han transcurrido 75 años desde entonces. Un tiempo excesivo, tanto que la generación protagonista casi no existe y bien podríamos afirmar que le ha tocado morirse sin que en el presente sus razones y sus motivos fuesen, socialmente, reconocidos. Seguramente ni siquiera añorarían un supuesto desquite, es posible que se conformasen con ver la existencia de ese, muchas veces invisible, “hilo rojo”, ése que en definitiva enlaza las justas luchas y las dignas aspiraciones de diferentes generaciones.

Ése suele ser el gran dilema de las luchas sociales, de estos tiempos y de los tiempos pasados. Perdurar, persistir, asegurar la transmisión de experiencias y conocimientos, la continuidad, aunque ésta adopte nuevas formas y cuente con protagonistas novedosos. Esa continuidad siempre será una especie de elemento compensatorio, aunque a veces pueda resultar insatisfactorio pero muy necesario mientras se sigue trabajando por cambiar el estado de las cosas de este mundo. En fin, una transacción por los sacrificios realizados. Siempre enormes.

Los historiadores “ventajistas”, los que aprovechan los acontecimientos históricos para reprobar los comportamientos humanos y los conflictos sociales desde sus supuestos valores “humanistas”, lo hacen en función  de los resultados o de los tremendos costes materiales y humanos producidos. Esfuerzo baldío o inútil, eso dirían y eso dijeron en su momento. Así es, la clase trabajadora de España sufrió una terrible derrota que, además, en Asturias adoptó formas apocalípticas. Para los pensadores de la derecha entregados a la tarea de revisión de los acontecimientos, 1934 señala el comienzo o, para ser más rigurosos, el anuncio de 1936. Descargan sobre la izquierda la responsabilidad histórica por el conflicto. Pero aquí encontramos una llamativa diferencia, pues mientras para los grupos conservadores el desastre proviene de la insubordinación de “los de abajo”, de una voluntad de cambio social radical, para las gentes progresistas es la consecuencia de una derrota sangrienta. Pero si la derecha se esfuerza en la búsqueda de legitimidad de sus actos y para ello desautoriza y condena “Octubre”, desde la izquierda defendemos su legitimidad, sus razones y sus actos.

Para legitimar “Octubre” no es suficiente con recurrir al derecho de rebelión contra situaciones manifiestamente injustas, pues a diferencia de las fuerzas conservadoras (y fascistas) en que la legitimidad es sinónimo de la fuerza sitúan, según lo dicten sus intereses, lo legal por delante de lo legítimo (1934) o la fuerza por encima de lo legal (1936). Ellos critican el conflicto que se desata contra un Gobierno legal, nadie duda que el Gobierno Lerroux con tres ministros de la CEDA no contase con mayoría parlamentaria pero ¿era democrática dicha legalidad? ¿podía tolerarse que, desde esa misma legalidad, el Estado desencadenase una persecución de la izquierda como no se había producido desde los peores años de la Monarquía? ¿acaso aceptarse que un partido gubernamental –la CEDA- amenazase con la desaparición definitiva del parlamentarismo? El choque entre democracia y legalidad estaba asegurado. ¿A qué lado se situarían unos y otros?


II
El amplio recorrido en nuestro país de lo que conocemos como revolución social, ha sido, numerosas veces, interpretado con los parámetros de la revolución bolchevique. Es cierto que, en aquella época, no se contaba con otras referencias de resonancia internacional hasta el punto de que una excepción histórica pudo ser elevada a la categoría de modelo. De ahí las comparaciones entre lo correcto y lo erróneo, lo necesario y lo inevitable, pero también sus diferencias y particularidades, profundamente notables. La revolución rusa condensó, en el espacio de 10 meses de 1917, cuatro revoluciones: febrero, julio, agosto y noviembre (octubre en el calendario ortodoxo). En España, el desarrollo del proceso tiene ritmos propios y los espacios son más prolongados: Abril-1931, Octubre-1934, Julio-1936 y Mayo-1937. Puede afirmarse que los procesos no fueron equiparables.

Por lo que respecta a Febrero-17 y Abril-31, las similitudes son numerosas pero en escenarios totalmente diferentes. Caída de Nicolás II y de Alfonso XIII, protagonismo del “pueblo” convertido en agente político que difumina los contornos de clase, tremenda ilusión y confianza en la democracia y en la nueva República. Como quiera que la desaparición de los Romanov y de los Borbones hacía aflorar lo que antes se encontraba en estado latente, “la luna de miel” interclasista y la colaboración de clases no podían durar eternamente. En este punto se agotan las similitudes.

Julio-17 y Octubre-34 ya no fueron lo mismo. En el Petrogrado de 1917, el proletariado ruso y las masas de soldados exasperadas por la continuidad de la guerra, descubren, con irritación, los vínculos de su gobierno “democrático” con los intereses imperialistas franco-británicos. El grito de “Fuera del Gobierno los ministros capitalistas” sintetiza, políticamente, las aspiraciones democráticas de la mayoría, apuntando directamente al gobierno de coalición. La insurrección proletaria de julio-17 fue aplastada, los bolcheviques y otras organizaciones de izquierda ilegalizadas, los soviets arrinconados… Antes de julio, el riesgo de involución no era visible. En fin, la insurrección fue prematura, el campesinado ruso permaneció ajeno al conflicto y la derecha burguesa pudo rehacerse, Rusia continuaría en la Guerra. En cambio, en el caso español, la amenaza fascista era una realidad notoria, más adelante veremos si también incuestionable, por lo que la respuesta revolucionaria no era descabellada, al contrario, necesaria para poner coto al avasallamiento social de una derecha ya profundamente fascistizada.

Vuelven, con muchos matices, las similitudes entre Agosto-17 y Julio-36. En ambos casos la derecha se decide a ahogar en sangre el proceso revolucionario. Kornílov y Franco son los depositarios de esas inquietudes, pero no contaban con la formidable respuesta del proletariado ruso y del proletariado español. Kornílov, fracasa abandonado por sus propios soldados y el golpe militar de Franco deviene en guerra civil. Reacciones en principio defensivas se transforman en respuestas revolucionarias incontenibles, ya no solo se cuestiona el régimen político sino el conjunto del sistema social capitalista. En el ejemplo español era un pensamiento extendido que el capitalismo nacional solo podría adoptar formas fascistas.

De nuevo, nada tienen que ver el Noviembre-17 ruso (triunfo de la Revolución) con el Mayo-37 (limitado estrictamente a Catalunya y donde se elimina, definitivamente, cualquier expectativa revolucionaria). En el caso ruso se produce un trasvase de poder hacia los soviets de obreros, campesinos y soldados. En Catalunya las fuerzas revolucionarias pugnan por no ser desplazadas y conservar las posiciones conquistadas en julio de 1936.

Las peculiaridades nacionales rusas y las especificidades de la revolución social española no coincidían. No solamente se diferenciaron en el proceso, también las condiciones internacionales, las alianzas de clase, los partidos obreros, los sindicatos de aquí, los soviets de allá…, sin ignorar la experiencia acumulada por el movimiento obrero y socialista internacional,  muy extensa y rica en los treinta años anteriores. Es por eso que el Octubre asturiano difícilmente encajaría en un escenario como el proceso revolucionario soviético. El Frente Único, en versión soviética, más que expresar la unidad de las organizaciones de clase para ejercer una política independiente de las posiciones burguesas, aspiraba a un cambio de hegemonía en el seno del proletariado (de los mencheviques y eseristas colaboracionistas, a los bolcheviques). El ¡Todo el poder a los soviets! se adecuaba a las condiciones de la sociedad rusa, de un país inserto en una guerra mundial. En España de forma insuficiente e incompleta aunque en Asturias adquiriera su máxima realización, las Alianzas Obreras asumieron tareas y funciones equiparables a las de los soviets, pero la izquierda revolucionaria dado el carácter fundamentalmente defensivo de la iniciativa, en ningún caso se planteó con urgencia la posibilidad de sustituir la hegemonía socialista y libertaria en el movimiento obrero.  


III
Tras el 14 de Abril se inicia un periodo de profundas transformaciones en la sociedad española. Los dos años siguientes verán el apogeo y el hundimiento de la coalición republicano-socialista, una conjunción que institucionalizaba el protagonismo del “pueblo” convertido en eufórico agente político tras la caída de la Monarquía. Un apogeo que ha de prolongarse mientras se mantenga la difuminación de las clases como actores sociales. Pero pronto, muy pronto se exterioriza el conflicto en la medida en que cada clase social otorga a la República cualidades y contenidos, virtudes y defectos no coincidentes, incluso, antagónicos. Así se observa con los cambios de naturaleza democrática  que, supuestamente, una “República de trabajadores de toda clase” debería acometer: Reforma Agraria, separación de la Iglesia y el Estado, drástica reducción del peso del Ejército en el nuevo régimen, resolución del problema nacional, amplio reconocimiento de derechos y libertades públicas y también, profundas transformaciones sociales que modificasen la vida de los habitantes de este país. ¿Podía la colaboración gubernamental republicano-socialista abordar semejante programa? ¿No irritaría en exceso a las fuerzas y grupos sociales dominantes?

Si los cambios revolucionarios que demandaba la mayoría social eran democráticos ¿qué clase social debía protagonizarlos y dirigirlos? Para J. Besteiro portavoz del ala derecha socialista, la revolución democrática habría de ser obra exclusiva de los partidos burgueses-republicanos, a imagen de lo ocurrido en el s. XIX en los países europeos más desarrollados. Pero hacía mucho tiempo que la burguesía española había dejado de ser revolucionaria (en realidad, nunca lo fue de forma consecuente), sus representantes en el Gobierno Provisional primero, en el Gobierno Constituyente después y en el Gobierno de coalición a continuación, ejercieron de freno permanente ante las tímidas reformas sugeridas por socialistas y republicanos de izquierda. De forma paulatina fueron abandonando el Gobierno, primero Alcalá Zamora en protesta por los ataques de que era víctima la Iglesia, lo que no impidió que fuese premiado con la Presidencia de la República.

La derecha republicana y los grupos sociales dominantes se sintieron atormentados por escuetas reformas que consideraron ¡bolchevizantes! Ante la Reforma Agraria se situaron al lado de la gran propiedad semifeudal, se opusieron a medidas inofensivas sobre laboreo forzoso, prórroga de arrendamientos, ley de términos municipales, jornada de 8 horas… No aceptaron, de buen grado, los cambios que limitaban el poder de la Iglesia, la introducción del matrimonio civil, reconocimiento del divorcio, libertad religiosa, prohibición de su actividad docente, expropiación de la Compañía de Jesús… Protegieron e impidieron la disolución de la impopular Guardia Civil y a pesar de la reducción de los mandos militares mantuvieron la estructura colonial, “africanista” se decía, del Ejército. Rechazaron con vehemencia el Estatuto de Catalunya que permaneció aparcado hasta que en Agosto de 1932, los militares irrumpieron en el escenario político con el monárquico Sanjurjo a la cabeza. Sólo después del fracaso golpista Catalunya pudo hacer uso de sus derechos nacionales, eso sí, limitados y recortados, pero adecuados al gusto de las Cortes españolas.

 En fin, cuesta imaginarse una clase burguesa expropiando a los terratenientes, liquidando el poder de la Iglesia, renunciando al colonialismo, apostando por la República Federal… era un sueño con escenas propias del s. XIX. Decididamente, la revolución democrática no podría hacerse con la burguesía, sino contra ella. A la alianza tradicional de fuerzas decrépitas y parasitarias (terratenientes, clero, militares) que dominaron la sociedad española desde la Restauración en 1874, se sumaba la burguesía, ahora escarmentada de su pasado inquieto e innovador. Desde su óptica, la República aportaba ventajas y garantías que la Monarquía jamás podría ofrecer y por encima de todo, la legitimación de su dominación de clase.

Por otra parte, la pequeña-burguesía celosa de su identidad republicana se mostró impotente, contemporizadora, siempre dispuesta al aplazamiento de lo fundamental,  tampoco fue capaz de dotar a la República de un potencial transformador. Seducida por la demagogia radical tan pronto animaba al proletariado como asustada se refugiaba en el bloque dominante, en este caso de mera comparsa.

Como la burguesía no quería y la pequeña-burguesía no sabía, sobre qué grupos y clases habría de recaer la responsabilidad de las transformaciones políticas, económicas y sociales. Desde el principio fue la clase trabajadora y sus organizaciones sindicales quienes mostraron su disposición para impulsar la revolución democrática y sin embargo, fueron los mismos partidos obreros los “campeones” de las propuestas más confusas, a veces, irresponsables.

Comunistas oficiales y anarquistas negaban cualquier fase o compromiso democrático y en consecuencia, cualquier alianza con los partidos de la pequeña-burguesía, la revolución era socialista y su culminación la dictadura del proletariado para unos y la desaparición del Estado para otros. Los socialistas que aceptaban el carácter democrático de los cambios sociales se dividían entre los que otorgaban esa función a las clases burguesas y los que desde los puestos ministeriales se subordinaban a los ritmos que establecía la pequeña-burguesía republicana. Los comunistas de izquierda o disidentes distinguían entre fase democrática y fase socialista, pero en ambas, la dirección y el protagonismo debería corresponder al movimiento obrero. La fórmula del BOC (J. Maurín) de “revolución democrático-socialista” profusamente criticada por Trotsky es la que más se aproxima, precisamente, a la teoría de la “revolución permanente”. La revolución democrática solo será llevada a sus últimas consecuencias por la clase obrera elevada a poder político con el apoyo de la mayoría de clases pequeñoburguesas  (Gobierno Obrero y Campesino) que inmediatamente e incluso, simultáneamente, acometerá transformaciones de naturaleza socialista.

Apenas 6 meses después del fracaso de la “sanjurjada”, la derecha reaccionaria se ha recuperado y ejerce una oposición encarnizada a toda la legislación del gobierno republicano-socialista. Toda la derecha, la heredada del viejo régimen y la que tiene barniz republicano confluye exigiendo ¡Rectificación! ¡La República para los republicanos! Dicho de otra manera, ahora se trata de expulsar del Gobierno a los socialistas, hasta hace poco cortejados por todos. El llamado “bienio progresista” finaliza, tristemente, en septiembre de 1933 (Alcalá Zamora llama a Lerroux con el encargo de convocar elecciones para el próximo noviembre). Pero Lerroux no solo prepara las elecciones, en ese interregno se deja de aplicar la legislación social y laboral de signo progresista, la Guardia Civil con la Ley de Defensa de la República en la mano, desata una especie de pogrom sobre las personas y organizaciones consideradas “avanzadas”.


IV
En ese clima se celebraron las elecciones. La campaña de la derecha, fundamentalmente de la CEDA, fue arrolladora. Su propaganda clerical y clasista adquirió tonos histéricos, violentos, repleta de anti-republicanismo y anti-marxismo. Su jefe, Gil Robles, anunciaba la extirpación del “cáncer marxista” y el fin del parlamentarismo (todo ello ajeno a las esencias hispanas). Para liquidar la “tiranía roja” el acoso sobre la ciudadanía en la calle, en la radio, en los cines, fue tremendo. En los pueblos, la venganza sobre los jornaleros que antes se habían atrevido a reivindicar la tierra no se hizo esperar: ¡Comed República! El poder del terrateniente, del cura y de la Guardia Civil se enseñoreó de nuevo, como en tiempos de la Monarquía.

Aunque el triunfo de la derecha fue demoledor no existe correspondencia alguna con el estrenado voto femenino. La derecha ganó porque ya, previamente, había recuperado la iniciativa, había logrado expulsar a los socialistas del Gobierno, había paralizado el impulso reformista y porque, en definitiva, la izquierda aparecía dividida y desconcertada, agotada entre las inaplicadas medidas progresistas del Gobierno y el insurreccionalismo anarquista.

La alianza radical-cedista (CEDA, P. Radical, P. Liberal Demócrata, P. Agrario, monárquicos, carlistas y Lliga Catalana) obtuvo, 331 diputados; los diferentes partidos republicanos y nacionalistas, 80; y la izquierda, 62 (la abstención anarquista también ayudó). Cuando se conocieron los resultados la desolación entre la población trabajadora fue enorme. La percepción del peligro fascista era común, pero no así, las actitudes de las organizaciones de izquierda.

¿Era exagerada la prevención ante la CEDA? Después de la Guerra Civil se nos ha presentado una versión renovada y diferente de lo que fue la realidad de dicho partido. El hecho de que el franquismo convirtiese a la Falange en la plataforma sobre la cual unificar a todas las fuerzas reaccionarias (fascistas, tradicionalistas, monárquicas y católicas), significó que la CEDA no representase una función protagonista, lo que posteriormente permitió reconstruir su historia como referente moderador y católico de la derecha. Más tarde, incluso, se le ha llegado a considerar una especie de antecesora de la democracia-cristiana. Pero en favor de esta tesis no hay más argumento que el deseo personal de Gil Robles de revisar su propio pasado, lo que no resulta sorprendente, dicho sea de paso.

 La CEDA y sus antecesores –Acción Nacional primero, Acción Popular después- fueron  y fue, una organización política de ideología fascista, claro está, aderezada con las peculiaridades excelsas de la derecha española, lo que puede asemejarla a los grupos post-absolutistas del s. XIX. Su programa simple pero contundente: Religión, Patria, Familia, Propiedad, Jerarquía, Orden… No en vano, fue creada por la Iglesia a través de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas y de su órgano “El Debate”. Sus vínculos internacionales podrían resolver las dudas de los más renuentes: Hitler, Mussolini, Salazar, Dollfus… por no hablar de sus referencias históricas, pues nos hundiríamos en los lodos de la Reconquista y la España Imperial. Las clases dominantes españolas no estaban en condiciones de alumbrar un fascismo ”modernizador”, tenía que tener, necesariamente, un componente provinciano, acorde con el nivel de desarrollo económico y social del país. Sus formas externas y su contenido más íntimo la incluían en el espectro fascista internacional, además de que las clases sociales a las que representaba empujaban en esa dirección.

Tras las elecciones y consciente de que no puede acceder al Gobierno, su estrategia se orienta hacia el sostenimiento de Lerroux, mientras éste  desmontase la obra del “bienio progresista”, después, gobernar con Lerroux a fin de desmantelar el poder de los partidos y sindicatos obreros y por último, gobernar solos e implantar el “Estado Nuevo”. La CEDA fue eso y difícilmente hubiera mantenido su hegemonía en la derecha de haber renegado de su profunda identidad facciosa.

Pero el riesgo que el fascismo suponía no solo se exteriorizaba a través de la fascistización de las clases dominantes o del acceso de la CEDA al Gobierno, también la situación internacional, de manera acelerada, se deterioraba en perjuicio del movimiento obrero y de las opciones democráticas. En enero de 1933 Hitler es nombrado canciller sin vulnerar la Constitución de la “República de Weimar” y en breve plazo, acomete el desmantelamiento de los partidos y sindicatos obreros sin que el poderoso y dividido proletariado alemán ofrezca resistencia alguna. En febrero de 1934 en Austria, un golpe militar impone una dictadura de corte clerical-corporativo (Dollfus). A diferencia de Alemania, la clase obrera austriaca opone una huelga general y una feroz resistencia armada. Aunque el desenlace sea el mismo, el ejemplo será recogido por las organizaciones obreras españolas: ¡Antes Viena que Berlín!, en claro aviso de que no se dejará vencer sin lucha.

Para los partidos de izquierda, para el movimiento obrero, para los campesinos que creyeron en la Reforma Agraria, para los intelectuales y librepensadores, para el pueblo de Catalunya, y para cualquier ciudadano republicano se encendía la alarma. De forma ininterrumpida se suspendían Ayuntamientos de izquierda, se clausuraban locales obreros, se prohibían las manifestaciones y la prensa de izquierdas, se generalizaban los registros, las detenciones y los despidos por razones políticas o sindicales, hasta las garantías constitucionales quedaban sometidas al estado de excepción. Un año antes nadie lo hubiese imaginado, parecía increíble pero los enemigos de la República se habían hecho con ella. ¡El fascismo estaba a la puerta!


V
¿Algún demócrata hubiese estimado ilegítima una insurrección del pueblo alemán contra Hitler? Seguro que no. Pues este no es el caso del Octubre asturiano. ¿Se debía permitir el sacrificio de la democracia y de la República por respeto a la aritmética parlamentaria?

Conscientes de la deriva política y de las amenazas que se ciernen sobre la clase obrera y la República, se inicia, entre las organizaciones de izquierda, una acelerada revisión de las prácticas políticas desarrolladas durante el periodo precedente. Ahora, en el límite de la legalidad, es una cuestión de supervivencia. Dos asuntos hasta entonces casi marginales, se convierten en fundamentales, decisivos: el frente único y la lucha contra el fascismo. En adelante no habrá discurso, escrito, reunión, propuesta que no se mueva en torno a dichos términos. Eso sí, abarcando una disparidad de iniciativas  y sin abandonar la confrontación entre las mismas.

El problema de la legitimidad del Gobierno estaba abiertamente planteado. Una desafortunada combinación de factores (división de la izquierda, abstencionismo anarquista, sistema electoral, involución antidemocrática…) configuraron una mayoría política en flagrante contradicción con la realidad social del país. Así lo reconocieron personalidades conservadores o liberales como Alcalá Zamora, M. Maura, Martínez  Barrio, Sánchez Guerra, etc. La mayoría parlamentaria había dejado de ser una expresión de la democracia política. Dicha legitimidad era, por tanto, formal y aceptable para una minoría, aunque fuese la más poderosa, pero no para el resto.

 “Si a la clase obrera se la expulsa de la República, responderemos con la revolución social”, “… si la burguesía pretende imponer la dictadura fascista, nosotros decimos que preferimos la dictadura del proletariado” había dicho Largo Caballero, ex ministro de Trabajo en el gobierno de coalición. Cuando los medios conservadores responsabilizan a Largo Caballero del proceso de radicalización que va a vivir el PSOE, lo hacen desde la mentalidad jerárquica que impregna su vida y las relaciones sociales de dominación de la que son usufructuarios. En esa mentalidad no cabe la posibilidad de que el dirigente exprese los sentimientos y necesidades de la “clase”, sólo comprenden el fenómeno contrario. Pues bien, el veterano dirigente obrero avanza, con paso inseguro, del tradicional reformismo socialdemócrata a la radicalización revolucionaria. Los cambios que se operan en su mentalidad política fueron los mismos que se operaron en la mentalidad de la clase obrera. Más bien, los temores, deseos, aspiraciones de ésta, modelaron la evolución del dirigente. Podemos decir que los afiliados a la UGT, los jóvenes de la JS, la mayoría del PSOE, se expresan a través de las iniciativas de Caballero.

Considerando las tres corrientes de opinión existentes en el PSOE (y en la UGT), cada una tuvo actitudes diferentes y un comportamiento relativamente autónomo. En esta situación el otrora reacio a la colaboración gubernamental con los republicanos, Besteiro, se muestra partidario de recuperar la “inteligencia republicano-socialista”, desechando cualquier alianza estable con el resto de organizaciones obreras. La lucha contra el Gobierno de la derecha debería ser defensiva y sin otro objeto que el adelanto electoral. Para Prieto, socialista de centro, el frente único obrero tendría que reforzarse con los republicanos de izquierda y aunque la lucha contra el fascismo adoptase formas revolucionarias, el desenlace no habría de ser otro que la recuperación de la coalición gubernamental del bienio progresista. Por encima de estas dos corrientes de opinión, se situó, como fuerza determinante, la izquierda socialista representada por Caballero y afectada por el proceso de “bolchevización” (dos años después y con profundo disgusto de Caballero, derivó en “stalinización”). Bajo la dirección de la izquierda socialista el PSOE y la UGT fueron activos partidarios de las Alianzas Obreras aunque redujeran su potencial a simples funciones auxiliares del partido socialista.

El poderoso movimiento anarco-sindicalista se sintió igualmente afectado por la situación creada. Desde el 14 de Abril, la CNT contempló la República como continuidad del mismo sistema de dominación, dando muestras de su aversión a toda manifestación política. Su formidable crecimiento fue, una y otra vez, dilapidado por la hegemonía impuesta por la FAI, conduciendo a la clase obrera, a periódicos movimientos “putschistas”: enero de 1932 en la cuenca del Llobregat, enero de 1933 Casas Viejas, diciembre de 1933… No obstante, su combatividad, su pronunciado carácter clasista, su presencia activa en todo conflicto social o humano, hicieron de ella una fuerza temible y odiada por los grupos sociales reaccionarios. Para la mayoría anarquista el frente único obrero no requería de acuerdos con el otro sindicato y mucho menos con partidos políticos, aunque fuesen de izquierda, la CNT ya cubría, por sí sola, todo el espacio unitario y solo en su seno era posible la unidad de los trabajadores. La Alianza Obrera no era otra cosa que una maniobra de los reformistas. Durante un tiempo, incluso, llegaron a considerar intrascendente cualquier diferenciación entre República y fascismo. Su contribución a la Revolución de Octubre, con la excepción de la CNT asturiana, no estuvo a la altura ni de su potencial ni de las necesidades de la población trabajadora.

Pero la mayor hostilidad hacia las Alianzas Obreras estaba reservada para los comunistas oficiales (PCE). Desde el VI Congreso de la Internacional Comunista en 1928, los PCs estimaron que la humanidad entraba en un “tercer periodo” caracterizado por la crisis agónica del capitalismo con lo que la revolución social se situaba en la agenda política inmediata. En 1934 estas ideas están plenamente vigentes. Por eso, las Alianzas Obreras fueron calificadas de instrumento de la contrarrevolución burguesa, integradas por social-fascistas, trotsko-fascistas y anarco-fascistas. Curiosa idea sobre el fascismo y sus variables infiltradas y además, mayoritarias en el movimiento obrero. Esto no significa que el PCE careciese de política unitaria, pero… ¿era unitaria? El Frente Único habría de ser por la “base”, esto es, que las organizaciones obreras dejasen de ser lo que eran y se identificasen con el nuevo dogma comunista-stalinista, si no querían ser calificadas como traidoras. Como a todos los efectos, el resto de organizaciones obreras y de izquierda ya eran fascistas o estaban en proceso de asimilación por el mismo, el frente único solo podrían integrarlo el PCE, la UJCE y la insignifcante y escisionista CGTU. ¡Brillante!

En tan complejo panorama hubo dos pequeñas fuerzas políticas que abordaron el frente único obrero y la lucha contra el fascismo desde perspectivas más razonables y respetuosas con la realidad de las organizaciones obreras. La iniciativa surgió del BOC y su escenario Catalunya, la ICE se identificó con la propuesta y contribuyó a su extensión por el resto del Estado. En el temprano marzo de 1933 y teniendo en cuenta la influencia del BOC en Catalunya se intentó reagrupar al conjunto de fuerzas obreras, socialistas y libertarias: Bloque Obrero y Campesino, Izquierda Comunista de España, Partido Socialista Obrero Español, Federación Sindicalista Libertaria, Unió Socialista de Catalunya, Unión General de Trabajadores, Unió de Rabasaires y todos los sindicatos excluidos o expulsados de la CNT. Por las razones ya mencionadas solo estuvieron ausentes la poderosa Confederación Nacional del Trabajo, la Federación Anarquista Ibérica, el Partido Comunista de Catalunya y su organización sindical Confederación General del Trabajo Unitaria.

El ejemplo de la Alianza Obrera de Catalunya no tardará en acaparar el interés en todo el país de todas las fuerzas de izquierda. Un frente único tan necesario como incompleto. ¿Sería capaz de modificar la desesperanza y el temor que se instalaba, incontenible, en el movimiento obrero?

La Alianza Obrera (AO) estaba llamada a cumplir en España las funciones que en Rusia ejercieron los Soviets. La existencia de dos organizaciones tan poderosas como la UGT y la CNT hacia inviable cualquier tentativa por introducirlos. Los soviets no formaban parte de las tradiciones, formas orgánicas o necesidades del conflicto clasista. En cambio, la alianza UGT-CNT era suficiente como para conmover el conjunto del edificio social y dirigir a la sociedad toda. En ese sentido la AO sería un órgano unitario, donde todos caben y todos deben estar, a menos que la irresponsabilidad política lo impida. También, un organismo útil para intervenir en las luchas y huelgas del momento, tanto para defender conquistas vigentes como para aspirar a otras igualmente deseables. Cualquier inhibición del conflicto social presente la incapacitaría para otros objetivos (el éxito futuro estaba vinculado al duro aprendizaje del presente). Organismo insurreccional, encargado de dirigir los momentos decisivos de la lucha de clases, asegurando el armamento del proletariado y la dispersión de las fuerzas enemigas. Por último, su configuración a nivel estatal en una Alianza Obrera Central la elevaba a órgano de poder del que emanaría el futuro Gobierno Obrero y Campesino, encargado de llevar a su culminación la revolución democrática e iniciar la transición hacia las transformaciones de naturaleza socialista. A grandes rasgos, esta fue la posición de los comunistas disidentes (BOC e ICE en ese momento. POUM, posteriormente).

Así pues, órganos unitarios, de lucha, insurreccionales y de poder. De estas cuatro cualidades, los socialistas sólo consideraron la primera y la tercera, rechazando la intervención de la AO en los conflictos cotidianos (para eso estaban los sindicatos) y su conversión en órganos de poder local, regional o estatal (para eso estaba el PSOE). Todo esto, ante la aguda lucha que se avecina terminará representando un gran inconveniente.

El BOC y la ICE fueron sensibles, extraordinariamente sensibles a las necesidades de la clase social que aspiraban a representar. La revolución democrático-burguesa y la revolución socialista-proletaria estaban unidas y enlazadas la una a la otra (eso sí, sin burguesía, a esas alturas de siglo enemiga declarada de la revolución democrático-burguesa), desde su debilidad propusieron una fórmula de frente único adecuada a la realidad del país, entendieron que si socialistas y anarquistas coincidían en la misma mesa, se modificaría el estado de ánimo de los de “abajo”, lo que representaría un mucho ya ganado. Desde el otro lado, las dinámicas que adoptaban las Alianzas Obreras producían escalofríos.


VI
Desde finales de 1933, el choque parecía inevitable. No se sabía cuando, ni cómo se produciría, pero el país se preparaba para ello. Sí se sabía cual habría de ser el detonante: la entrada de la CEDA en el Gobierno. Terminaría entrando en el Gobierno pues no en vano contaba con la mayor fuerza parlamentaria. No podía demorarse, pues llevaría a la desmoralización a las fuerzas de la “caverna”, pero tampoco precipitarse, dado que el movimiento obrero, aún con sus debilidades, era temible. Un mar de dudas acucia a la CEDA durante todo el año. Es por eso que 1934 será un año rico en acontecimientos, con un zig-zag permanente de los futuros contendientes, reforzándose y estudiando cada uno de sus discursos y de sus movimientos. Se adivina que el momento definitivo, decisivo, se aproxima. Será trágico, condensará una infinidad de conflictos sociales y humanos gestados a lo largo de los últimos 50 años y que ahora, llegan a su culminación.

Definitivamente no era posible consolidar un régimen de democracia parlamentaria republicana. El capitalismo español y sus formas de dominación resultaban incompatibles con el menor resquicio estable de democracia. Sólo podía prolongar su dominación extirpando de la sociedad española aquello que anunciara Gil Robles en sus discursos. La continuidad de la democracia  y de la República iría asociada a la suerte que corriera la clase trabajadora, a la que el porvenir, igualmente, ponía en un terrible dilema: o bien presentaba su candidatura a la dirección revolucionaria del país o, en caso contrario, la contrarrevolución fascista anularía sus conquistas y eliminaría sus organizaciones. De un lado revolución, república, socialismo,  democracia…; de otro, reacción, fascismo, clericalismo , militarismo…

El camino hacia Octubre estaba plagado de nuevas y sorprendentes dificultades que pondrían a prueba la utilidad de las teorías y prácticas de la AO. ¿Había que esperar el momento decisivo evitando desgastarse en luchas locales o parciales?

La realidad de los hechos ofrecerá una amplia gama de respuestas e iniciativas: En marzo una huelga general se declara en Zaragoza y que ha de durar hasta el mes de mayo, la solidaridad de los trabajadores de todo el país sorprende a la reacción, los niños de los huelguistas son acogidos por familias obreras de otras poblaciones, magnífico ejemplo de solidaridad y de voluntad de lucha. En abril, Gil Robles convoca una concentración pro-imperial en El Escorial, la respuesta espontánea de la clase obrera madrileña es fulminante, huelga general que impide la llegada de los convocados a su destino. En junio, es el proletariado agrícola el protagonista… “así no podemos ni queremos seguir más tiempo” dice el manifiesto jornalero, a la vez que defiende la legislación social y laboral y denuncia el descenso del 65% en los salarios agrícolas. La huelga acaba mal (13 muertos y 8.000 detenidos, casas del pueblo y ateneos asaltados por la fuerza pública, declaración del estado de alarma, tribunales militares de urgencia…). También en junio, la anulación de la Ley de Contratos de Cultivo promulgada por la Generalitat tendrá en tensión a Catalunya durante los meses venideros. En septiembre, de nuevo Gil Robles quiere comenzar la reconquista de España por los riscos de Covadonga, convocando a toda la reacción en aquellas tierras, lo que puede entenderse como una provocación a la clase obrera asturiana. La huelga paraliza la región y hace intransitables los caminos. Gil Robles se tendrá que conformar con una merienda junto a los pocos cedistas audaces que pudieron llegar. Ese mismo mes y también en Asturias, se desata la histeria por el asunto “Turquesa”, el Gobierno, el Estado Mayor del Ejército, la Guardia Civil, todos los partidos de la derecha, se lanzan sobre esa región a la búsqueda del alijo de armas procedente de ese mercante, desde entonces los allanamientos de los locales obreros serán continuos.

Ante esta avalancha de conflictividad social, la prensa de izquierda (las pocas veces que no estaba secuestrada) llevaba el debate a todos los rincones. ¡No es el momento! repetía la prensa socialista ¡No se puede abandonar al proletariado agrícola a su suerte! proclamaban el resto de fuerzas aliancistas. El caso es que en Octubre, cuando llegó el momento decisivo, los obreros agrícolas estaban vencidos y perseguidos y no tendrían fuerza para sumarse al movimiento insurreccional. Este error de la dirigencia socialista sí que resultaría decisivo, ya que en vez de plantear la solidaridad del movimiento obrero con la huelga campesina o buscar una solución negociada que permitiese conservar intacta su fuerza, convirtió a las ciudades en espectadoras pasivas del conflicto. Se sacrificó una lucha en aras del éxito global o, dicho de otra manera, se comprometió el éxito global por no sostener una lucha. La táctica de aplazarlo todo, de no derrochar energías demostró ser contraproducente.

Y así llegamos a Octubre. Para el movimiento obrero no había espacio para la duda. No solo su porvenir sino su propia existencia estaban en juego. La dictadura clerical-fascista que prometía la CEDA podía hacerse realidad.

A comienzos de octubre la CEDA decide retirar su apoyo al Gobierno de R. Samper, miembro del P. Republicano Radical. El Gobierno que le suceda ha de contar con el concurso de la CEDA. Consideran que se acabó la etapa de sostener gobiernos sin participar en ellos. El Presidente de la República (Alcalá Zamora) que quiere seguir siéndolo, está poseído por la duda, puede disolver las Cortes y convocar elecciones, pero no puede nombrar Presidente de Gobierno excluyendo del mismo a la extrema derecha. Opta por esta opción, no entrará Gil Robles pero sí contará con 3 ministros. Lerroux será el Presidente de este gobierno de coalición (P. Republicano Radical, CEDA, P. Liberal Demócrata y P. Agrario), un gobierno cuya conformación supone una declaración de guerra al conjunto del proletariado.

Los rumores se suceden, los locales de los sindicatos se abarrotan de gente pidiendo información y una pregunta unánime: ¿se atreverán? Al atardecer del 4 de octubre la noticia, no por esperada menos indeseable, se hace oficial, la temida y odiada CEDA forma parte del Consejo de Ministros. Ya no se puede dar marcha atrás. El enemigo ha elegido el momento y no hay margen ni posibilidad para otras soluciones. Sería un crimen permitir que el fascismo gobierne, su éxito significará el fin de la democracia y de la República, de las conquistas obreras y de sus organizaciones, un retorno hacia la “esclavitud” que exigen las modernas relaciones sociales del capitalismo en situación de crisis dramática. Fueron catorce días de acción ininterrumpida, de incomunicación con el resto de la península, de convicción en la legitimidad de su lucha…, siempre pensando que Madrid y Barcelona estarían respondiendo al mismo nivel y con la misma intensidad que la que acontecía en Asturias.


VII
Las páginas siguientes contienen un dossier con textos y documentos de la época. Un dossier, sin duda, incompleto pero suficiente para aproximarnos a lo que fue la Comuna Asturiana. Los escritos corresponden a personajes políticos de la significación de A. Nin y J. Maurín, en ese momento dirigentes de la Izquierda Comunista de España y del Bloque Obrero y Campesino, organizaciones matrices de lo que un año después será el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista). Junto a ellos, otros miembros de las mismas organizaciones como J. Gorkín, J. Arquer, E. Fersen, N. Molíns, M. Munis y el asturiano M. Grossi. Textos que en su momento fueron publicados en las revistas teóricas de dichos partidos, “La Nueva Era” y “Comunismo” o libros editados como “La insurrección de Asturias” de Grossi, “UHP” de Molíns, “Jalones de derrota” de Munis.

En esas páginas descubriremos el emotivo ambiente eléctrico de una situación irrepetible, la tensión social alcanzada y que pocas generaciones tienen la suerte o la desgracia –quizás ambas cosas, según se mire- de experimentarlas. Los comunicados de los Comités de la Alianza Obrera darán testimonio de las necesidades y urgencias de cada día. Junto a su inevitable componente bélico, descubriremos  las razones honestas y generosas de una clase obrera que había adquirido la costumbre de poner en correspondencia su pensamiento, sus palabras y sus comportamientos. Todo al servicio de un socialismo no domesticable, el que no necesita de amos, de jefes, ni sacerdotes de iglesia alguna.

No olvidamos el editorial de “El Socialista” correspondiente al 3 de enero de 1934 titulado “Atención al disco rojo” y reproducido por el diario socialista de Asturias “Avance”, un claro ejemplo de que el PSOE se adentraba por caminos hasta entonces inexplorados por la socialdemocracia española.

Hemos renunciado a la posibilidad de presentar una amalgama sobre la diversidad de las posiciones de la izquierda en dicho momento histórico. No hay, por tanto, textos ni documentos de otras organizaciones obreras, con excepción de los señalados, pues no es el sentido de estos Encuentros la polémica con las posiciones de la socialdemocracia, del movimiento libertario, ni con el comunismo ya profundamente stalinizado. Como quiera que la Fundación Andreu Nin existe por y para la reivindicación de la memoria revolucionaria es ésta la que queremos ofrecer, alejados de cualquier pretensión acrítica y sectaria. Ni el BOC ni la ICE fueron infalibles, sus errores fueron tan o más numerosos que sus aciertos y esto mismo, sería aplicable a lo que inmediatamente será el POUM. Eso sí, poseen la patente de la idea que pudo cambiar el sentido de los acontecimientos y de la historia de la revolución española, las Alianzas Obreras, las que surgieron para aportar cordura en una clase trabajadora que se desvivió para “asaltar los cielos” de lo que creían un porvenir luminoso para la especie humana.

En una primera parte, “Antes de Octubre” resaltamos asuntos tales como la conformación de las ideas estratégicas sobre la Alianza Obrera, la división de la izquierda, la experiencia negativa de la conjunción republicano socialista, la real amenaza fascista… En “Octubre” nos centraremos en los acontecimientos de Asturias, en los comunicados de los Comités, bien de carácter provincial o local, en la comparación entre el caso asturiano y catalán… Por último, en “Después de Octubre” veremos los efectos trágicos del desenlace, el balance necesario de lo acontecido, pero también, las esperanzas que se abren ante la incapacidad del fascismo español por resolver la crisis en beneficio de las clases dominantes.

Meses después, con cerca de 30.000 presos políticos, con miles de represaliados y despedidos, ante los tribunales militares que solicitaban numerosas penas de muerte, la clase trabajadora, de forma clandestina, reconstruirá sus organizaciones, restablecerá su prensa y plantará, de nuevo, cara al futuro. Al final, el Presidente de la República cederá parcialmente ante las demandas sanguinarias de la CEDA, el sargento Diego Vázquez que se puso a disposición de las milicias obreras y una persona denominada “Pichilatu” y al que informaciones contradictorias califican como discapacitado, terminaron fusilados para satisfacción de los reaccionarios. Pero esto es otra historia y formará parte del “combustible” que alimente una nueva confrontación.

Madrid, 9 de Octubre de 2009

Sobre el autor: Mateos, José Luis

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