Semblanza de Jesús Ibáñez publicada en La Nueva España, en una seción que ha recreado figuras señeras de Mieres a través de estampas escritas en primera persona que les recrean en un momento destacado de su vida.
Discos de Acero. Memorias de mi cadáver (novela encajada) fue publicada por la editorial mexicana El Libro Perfecto S. A. en 1946; poco después moriría su autor. La obsesión por la sinceridad y la libertad de pensamiento hace que hoy ninguna organización política reivindique su memoria, aunque se le considere el cuadro teórico más capaz del socialismo asturiano. Otras obras del autor son: Tatiana la bolchevique, publicada por capítulos en Avance, Fuego del cielo y Acción directa; las dos últimas, a pesar del éxito que alcanzaron en su traducción para los lectores rusos fueron criticadas por los comunistas españoles. Hoy es imposible encontrar los libros de Jesús Ibáñez en las bibliotecas asturianas.
Me llamo Jesús Ibáñez, aunque también suelo firmar como Jotaibáñez o J. Bañezi. Si alguien ha de recordarme como escritor, me gustaría que lo hiciese por esta última obra en la que estoy trabajando para plasmar mi biografía. La llamaré Discos de acero y en ella quiero contar los detalles de una existencia que a muchos les parecerá exagerada.
De haber nacido en el siglo XVI mi infancia hubiese podido dar argumento a una buena novela picaresca; pero llegué al mundo en 1889, en unas circunstancias que demuestran de qué manera la realidad supera a veces a la fantasía.
Mi madre fue Celedonia Rodríguez, natural de Turón y, como yo, viajera impenitente; en su juventud había recorrido los caminos de España en una carreta de cómicos y conocía también la vida del convento, el presidio y los delirios del alcohol. La casualidad me hizo nacer en el penal de Santoña, mientras ella visitaba a Constantino Turón, el famoso bandolero de Urbiés. Sólo el amor por mi padre, Trifón, un molinero del pueblo salmantino de Buitrago, pudo poner un poco de orden en su vida.
Deje mi infancia y mi juventud en aquel Mieres que crecía con la industrialización, luchando por superar el hambre y la miseria. Me veo de niño, sirviendo de lazarillo a un ciego, y más tarde trabajando como carpintero y albañil, siempre en busca de un momento para escaparme a los bares de Requejo, donde los obreros de la Fábrica y los mineros hablaban de huelgas, accidentes e injusticias.
Pero mi vocación siempre fue el periodismo. La pluma es a veces un arma tan fuerte como la pistola, y yo he sabido manejar las dos a menudo. En diciembre de 1918 fundé en Oñón el periódico La Batalla, con la consigna de defender la dictadura del proletariado y la violencia revolucionaria; yo estaba entonces en las Juventudes Socialistas, pero me sentía más próximo a los métodos de acción de los anarquistas de la CNT y al pensamiento de los bolcheviques rusos.
Este sentimiento de temor a no estar en el lugar preciso cuándo surja la revolución social me ha acompañado siempre, haciéndome quedar mal con aquellos que no ven más allá del parapeto de sus propias siglas.
Ya en 1920, también cada quincena, otro periódico: La Dictadura, con una tirada de mil ejemplares para defender la creación de un Partido Comunista en España. Aquel mismo año me detuvieron en Gijón, acusándome de haber colocado una bomba contra un patrón; entonces logré salir absuelto, pero no tuve la misma suerte en otras ocasiones.
Pocas personas habrán conocido tantos penales como yo: He estado recluido en Bilbao, Zaragoza, Barcelona y –por supuesto- Oviedo, y también se de las cárceles portuguesas, alemanas y belgas -acusado de mil conspiraciones-, e incluso de mi querida Rusia.
La Unión Soviética ya es parte de mi existencia; llegué allí como secretario de Andrés Nin y por muchos años que pasen nunca olvidaré los increíbles inviernos de Leningrado, mientras trabajaba como funcionario de la Internacional.
Pero la burocracia de los comunistas de manual siempre acaba chocando con mi carácter y al final la terrible policía de Stalin me identificó con los troskistas, la única ideología de izquierdas que no he tenido nunca. Tal vez los momentos más amargos de mi vida los haya dejado en las prisiones rusas… así de extrañas son a veces las cosas.
Lo curioso es que a pesar de mi actividad y de haber sido detenido en Mieres, acusado en 1923 de organizar un supuesto complot revolucionario, mi nombre no figura entre los fundadores del PCE; un ejemplo del sectarismo de los que me han acusado de dar bandazos en mi militancia, sin darse cuenta de que mi trayectoria no es más que el reflejo de mi propia libertad de mi pensamiento.
De nuevo en casa, conocí a Javier Bueno, que siempre ha sido mi mejor amigo; ambos nos responsabilizamos de la redacción de Avance para ir preparando la revolución del 34; Yo fui uno de los responsables del movimiento en Mieres y cuando llegó la lucha estuvimos juntos, siempre en primera línea, asaltando el Ayuntamiento de Oviedo, y en las cunetas de Pumarín y La Corredoria.
Tras la derrota vino la represión. Mientras la imagen de Javier con los brazos lacerados por la tortura recorría el mundo, mi compañero de celda Teodomiro Menéndez intentaba el suicidio, saltando del segundo piso al patio de la Cárcel Modelo. Se dijo entonces que lo había hecho presionado por mis acusaciones sobre su implicación en la detención de González Peña, pero este es un capítulo que es mejor olvidar.
De todas las publicaciones en las que he colaborado (Solidaridad Obrera , España Nueva, Occidente, La Voz de Cantabria ), el mejor recuerdo siempre será para Avance. En cuanto se pudo volvimos a la rotativa… y también a la batalla.
En 1936, Bueno y yo estuvimos juntos en el asedio a Oviedo y, al poco tiempo mi responsabilidad militar empezó a ir aumento. Primero tuve el mando del sector de San Esteban de Las Cruces; luego una zona del frente occidental; finalmente me nombraron ayudante del Comisario Inspector del Ejército del Norte ,el mismo González Peña, para acabar ocupando su puesto cuando la cosa se puso fea y él tuvo que marchar a Valencia.
Ahora, el exilio mezcla los recuerdos: el aprendizaje como delegado de la CNT en la Internacional moscovita de 1921; la actividad frenética dentro del Comité Nacional que se formó entonces para fortalecer el comunismo en España; las tardes de angustia tras las rejas; los mil tiroteos de la Revolución y la Guerra; los rostros de los muertos; y, como una flor en el fango, la Liga de Escritores y Autores Antifascistas, en la que colaboré desde su fundación.
Hace pocos meses, en agosto de 1945, aún he participado en una reunión del Frente Popular en el exterior, pero ahora lo que más me interesa es ordenar mi memoria en estos folios, antes de que mi tiempo se acabe.