Realizada por Víctor Alba para Combat en 1947, durante el exilio mexicano de Serge. Utilizamos el texto íntegro recuperado por Jean Rière y Jil Silberstein en su excelente edición de obras de Serge en Memoires d´un revolutionnaire et autres écrits politiques (Paris, Robert Laffont, 2001). Publicada de acuerdo con Víctor Alba..Traducción de Teresa Martínez.
¿Cómo ve Europa desde su exilio?
Con nostalgia. Con un afecto reflexivo cuyo verdadero nombre es, sin duda, fidelidad. Cuando se ha debido huir, de exilio en exilio, para no perecer porque se defendían valores esencialmente europeos, tales como la libertad de pensamiento y los derechos del individuo, se supera rápidamente, en América latina, la pesadumbre de las derrotas. Se hace plena justicia a nuestra vieja Europa, hoy cruel y desamparada, pero a la cual las Américas le deben todo. La civilización, de este lado de aquí del Atlántico, es euroamericana… Algunos exiliados se complacen en afirmar que «Europa está acabada»; Yo no veo en sus palabras más que frustración y pesar… América latina, desde que existe, ha recibido de Europa todos sus alimentos espirituales y por eso atraviesa una cierta crisis, caracterizada por la ausencia de «movimientos» ideológicos, literarios, artísticos. Desde hace unos ocho años, Europa no le ha dado sino el ejemplo de la destrucción. América latina es el complemento natural de la Europa latina; en realidad espera de la recuperación europea nuevas tomas de conciencia, un nuevo comienzo en su evolución…
¿Qué problemas europeos le parecen, pues, los más importantes?
No le hablaré de problemas políticos. Están claramente definidos en el mundo entero; y mi posición de militante anti-totalitario, que nunca ha cambiado, es suficientemente conocida. Permítame solamente constatar que los acontecimientos me dan la razón. La alternativa es brutal: el resurgimiento europeo en el que yo confío será el de los derechos esenciales y superiores del hombre, es decir, una sociedad organizada por y para la libertad de crear… o no será nada. Me niego a admitir que se puedan reprimir permanentemente todos los instintos, todas las aspiraciones profundas del hombre europeo. Y añado que, a mis ojos, Europa, que según la geografía tradicional termina en los montes Urales, los rebasa en realidad… Los problemas de Occidente y los del Este son en el fondo los mismos y se pueden definir con estas solas (simples) palabras: o renacimiento o asfixia del hombre. La tercera guerra mundial, si estallara, sería , aún más que la segunda, una especie de guerra civil internacional, una nueva fase, más inconsciente que consciente, de la revolución universal que vivimos desde 1914.
¿No sería, sobre todo, un inmenso suicidio?
Inmenso y atroz, sin duda, pero parcial. No tengo un espíritu suficientemente apocalíptico como para creer en el suicidio de una civilización que, justamente gracias a la física moderna, vuelve al fin posible una liberación técnica del trabajo que ni los utopistas más imaginativos osaron soñar… Pero algunos cambios políticos, en ningún modo improbables, pueden ahorrarnos la tercera guerra mundial… Sea lo que sea, pensemos en la acción presente, en el deber presente, y que la palabra deber no nos asuste: El hombre pensante es responsable…
Efectivamente aquí se plantean múltiples «¿Qué hacer? ¿Qué soluciones?»
Vista desde aquí, Europa aparece prodigiosamente rica bajo todas sus aspectos, rica bajo sus ruinas, sus inflaciones y su gangsterismo económico. Materias primas, industrias, comunicaciones, pueblos habituados al trabajo y al estudio, habituados también a un precioso sentimiento de alegría de vivir, remotas tradiciones intelectuales, movimientos sociales, Europa concentra estos bienes fecundos en un grado incomparable.
No se trata de que recobre la supremacía económica del siglo pasado y espero que sus imperialismos terminen. Lo que puede y debe ofrecer a la próxima generación es el ejemplo de una sociedad humanista, racional en su organización, equilibrada, penetrada por un sentimiento de justicia… ¿Le hablo de una manera idealista? ¡Cielos! No hay más que idealistas, dimisionarios y totalitarios. ¿Por dónde empezar? Considero que es necesario, en primer lugar, rechazar las filosofías de la desesperanza que no hacen sino expresar el estado de ánimo de los desanimados. Reconstruir, desear un resurgimiento, es proceder desde un optimismo de acción, cuyas fuentes están en nuestro instinto y que la inteligencia ilumina. ¡Yo estoy a favor de vivir!
Déjeme decirle que, vista de lejos, la literatura francesa más actual parece hoy más bien desprovista de confianza y frecuentemente dominada por la pesadilla… Que la pesadilla sobreabunde a nuestro alrededor -y a veces en nosotros mismos- no lo niego. El verdadero problema no es el de morir por culpa de esa pesadilla o nutrirse de ella, sino el de afrontarla y vencerla. Desde el punto de vista del escritor, me parece que lo imperativo es el retorno a una cierta valentía, con tomas de posición nítidas en la lucha cotidiana.
¿Y desde un punto de vista social más amplio?
-Si insisto sobre el escritor, es porque él es por definición un hombre que habla por muchos hombres silenciosos… Yo formé parte durante la guerra de una emigración socialista variopinta y más bien desfavorecida, porque seguíamos remontando la corriente de grandes ilusiones hoy desvalorizadas. Nunca hemos dejado de mantener nuestra protesta contra todos los despotismos sin excepción -¿Lo entiende?- Nunca hemos consentido en denunciar ciertos campos de concentración silenciando otros… Es preciso verlo claro, diría más, ver claro sin piedad , contra todo oportunismo político o ideológico. ¡Requisito imprescindible para salir adelante! Déjeme subrayarlo porque, a juzgar por un buen número de publicaciones, se ha extendido el uso de silenciar los problemas más graves. Tanta gente habla de compromiso precisamente para no comprometerse…
¿Y qué soluciones concretas ve usted?
De buen o mal grado, la reconstrucción de la Europa de ayer es imposible. Se hará de nuevo y en el sentido de la planificación de la economía, del justo reparto de los productos del trabajo, de la debilitación -para comenzar- de las barreras nacionales. Occidente, incluida Alemania, forma un conjunto natural, cuya coherencia sería fácil de alcanzar, de países rigurosamente interdependientes. No tienen un futuro concebible que no sea la federación y la colaboración con los Estados Unidos … Más tarde, después de los desastres o economizando desastres, las Rusias completarán esta unión y Europa conseguirá un apogeo de grandeza que, dividida, no conoció jamás. Lejanas perspectivas, dirá usted. ¡Sin embargo, la historia va deprisa, piense en nuestra experiencia de los últimos cuarenta años! Lo que yo querría preconizar, al mismo tiempo que la lucidez y la acción audaz es la reconciliación de las víctimas. Nada es más natural que el rencor, después de tan vastas matanzas, pero también nada empequeñece y divide más al hombre europeo contra sí mismo. La reconciliación de las víctimas exige un gran esfuerzo moral y es lo que la volverá fecunda. Todos los pueblos han sido machacados por infernales maquinarias que les dominaban: para curarse de este bloqueo psicológico es necesario que recompongan un alma fraternal en vista de un porvenir común.