Artículo publicado en La Batalla nº 47, París, 21 de octubre de 1947. El texto fue publicado con el seudónimo de Luis Soto.
Los cervantistas de toda laya -eruditos, críticos e investigadores- han gastado su tiempo en escudriñar toda la obra de Cervantes, en particular el Quijote, para realzar y poner de manifiesto la belleza exclusivamente literaria de la misma. ¡Cuánto no se ha dicho y escrito! Contra todos ellos se levantó airado son Miguel de Unamuno, aquel gran maestro de las paradojas, según el cual no fue Don Quijote obra de Cervantes, sino más bien Cervantes obra de Don Quijote. Quería con esto poner de manifiesto que la persistencia del personaje, en tanto ente histórico, pudo más a través del tiempo que la del propio autor.
Empeñáronse los cervantistas en disfrutar sólo de la forma, resbalando su mirada por el texto, mientras que Unamuno quiso y trató de arañar un poco en el fondo. Pero ninguno llegó a preocuparse jamás en determinar el significado del Quijote en razón de su tiempo y del ámbito en que nació. No obstante, es este sentido profundo de la magna obra de Cervantes el que más nos interesa. No desdeñamos la forma, que de vez en cuando gustamos a placer y con placer, mas preferimos el fondo, que quiere decir raíz, savia de todas las cosas. Es merced a ese fondo que las obras capitales de la literatura lo gran perdurar a través del tiempo, desafiando victoriosamente los siglos.
Y gracias a él, asimismo, el Quijote sigue siendo actual y lozano. Obra de todos los tiempos, ya que en todos los tiempos ha tenido un valor el alto ideal de la lucha contra el dolor humano que Don Quijote simboliza en grado sumo. La actual España negra llama a gritos la presencia de un Don Quijote bien armado en cada rincón del país. El alma del caballero manchego estuvo siempre llena de misericordia por el dolor ajeno, dolor que no trató de borrar del mundo más que por la acción. ¡Acción, acción, acción! No hay impedimento, obstáculo, ni dura realidad que pueda ser valladar al heroico esfuerzo de Don Quijote. Existe el deber. ¡Que grande y sublime lección para todos!
Se ha hablado de la existencia de una filosofía en el Quijote. El mismo Unamuno se esforzó en demostrarlo, señalando que es la única filosofía de España. Razón tenía en dar una filosofía al Quijote, saltando por encima de los preceptos al uso que exigen una teoría sistematizada, o un sistema teórico, pero su afirmación no concretaba y se perdía en la nebulosa de la especulación metafísica. Indudablemente la filosofía existe, y ella no es privativa a nuestro país, sino que corresponde a todos, allí donde existe la pena y el sufrimiento, el escarnio y el ludibrio, la fuerza y la explotación. La filosofía del Quijote, la que el caballero Don Quijote legara al mundo, es de todos y para todos.
Es la de la fe en el alto ideal, la de la confianza ilimitada en el esfuerzo, la del ansia constante y perenne de un triunfo de la justicia, la del gran mérito del sacrificio jamás estéril, la de la esperanza permanente de la victoria sobre toda adversidad… ¿No es esto común a todos los mortales que sufren de las ruindades de la sociedad actual? Por algo el Quijote es la obra más traducida, la que más favor logra en todos los países, la que exalta a los hombres de todas las latitudes y de todas las razas. Es la obra de los que sienten sed de justicia y ansías de redención. Don Quijote es fuente inagotable de perenne idealismo, escribió no recuerdo qué comentarista. Y tiene razón.
El Quijote nos enseña que, aunque el cuerpo salga magullado en las lides, el espíritu vence siempre. Téngalo en cuenta todo combatiente de la actual lucha contra el franquismo. Y no olviden los que sienten fatiga que, al fin y al cabo, Don Quijote es español.