Cuarta entrega del trabajo de Irene Vigil sobre Octubre de 1934. La primera parte se titula Asturias tierra bravía. El extraño revoloteo. La segunda parte se titula Baladas del norte. La tercera parte se titula Alianza Obrera Revolucionaria.
5.LA VOZ DE LA DINAMITA
Salen los mineros de Pola Laviana, / tomando cuarteles llegaron a Sama, / el cañón retumba, los fusiles cantan, / los dinamiteros derrumban murallas. / Y entran los moros con carta blanca / y los Banderas de la Legión / haciendo muertes, robos y atracos / y hasta, creedme, la violación. / Silencio en Asturies, todo está en calma. / Silencio Asturies, silencio en las masas.1
Aquellos mineros casi analfabetos no podían expresar con palabras hermosas la grandeza del momento. Para hacerles justicia, habría que decir que aquella masa sometida se sintió libre por primera vez. Por primera vez en su existencia miserable, aquellos hombres y mujeres se sintieron dueños de aquel instante que los conduciría a la victoria o al desastre.
Pero dueños, al fin y al cabo. (Alfonso Zapico)
En este capítulo intentaré abordar el último de los factores que fueron decisivos para explicar por qué en Asturias sí hubo una revolución en octubre de 1934: la dinamita. El uso de esta herramienta durante los primeros días posibilitó que la insurrección fuera un éxito: con ella, los mineros tomaron los centros de poder instituidos – cuarteles de fuerzas armadas y ayuntamientos – para constituir, posteriormente, contrapoderes. La estructura del capítulo será sencilla: un breve mapeo de la preparación militar de los revolucionarios y de las fuerzas gubernamentales, la toma de los cuartes y las primeras batallas y un compendio de balances finales que nos lleven a conclusiones fructíferas.
A principios de 1934, el socialista Indalecio Prieto, acusado de tibieza política por las JJSS, ofreció un acopio de armas al Comité Revolucionario que llevaba desde principios de la II República sin utilizarse. El propio Prieto se hizo cargo de la operación en solitario. Las armas, unos 18.000 kilos de fusiles, ametralladoras y municiones, reposaban en los sótanos del castillo de San Sebastián en la Maestranza de Cádiz y llegarían en un barco – que ha pasado la historia con el nombre Turquesa – cuyo desembarque se efectuaría en Asturias a cargo del SMA. Los asturianos llevaban meses robando armas de la Fábrica de Fusiles de La Vega (Oviedo) y dinamita en las minas. A finales de agosto, el Turquesa zarpó de Cádiz con dirección a Abisinia, supuestamente. El destino real, conocido sólo por unos pocos, era Estaca de Bares.
El 8 de septiembre de 1934 llegó a las costas asturianas. Se decidió que el desembarco sería en San Esteban de Pravia, concretamente la playa del Aguilar, el día 10 por la noche. En la hora acordada, sólo tres de las cinco lanchas previstas para la operación pudieron desembarcar las armas: las tres de Gijón, pues la de Avilés se había estropeado y la de Lastres erró el lugar de la cita. En la playa, aguardaban, entre otros, Belarmino Tomás, Ramón González Peña, Graciano Antuña, José María Martínez y Horacio Argüelles. El cargamento se llevaba rápidamente hacia Muros del Nalón, donde los guardias civiles empezaron a notar los movimientos del desembarco. Una pareja de estos detuvo a la comitiva de Prieto antes de llegar a Soto del Barco por carretera. La Guardia Civil del municipio se puso en alerta y consiguieron detener a muchos participantes en la operación, que quedó frustrada: sólo consiguieron descargar 171 cajas con municiones y salvar 98 de ellas. Ni un fusil ni una ametralladora salieron del Turquesa. Los días posteriores, la policía registró minas y Casas del Pueblo sin descanso, detuvo a los implicados y allanó domicilios de los militantes obreros. El Turquesa, que había huido y fondeado en Burdeos, fue recogido por la Marina española el 30 de septiembre y detenidos su capitán y muchos de sus marineros.
Al iniciarse la revolución, existían en Asturias al menos trece depósitos de armas en manos de los trabajadores: Valduno, Llanera, Olloniego, Aller, San Esteban, Mieres, Gijón, La Felguera, Colloto, La Argañosa, Grado, Naranco y Sama. En la mayoría de ellos se guardaron fusiles, cartuchos y ametralladoras. Sin embargo, el material era exiguo y limitado. El más grande de esos arsenales fue el de Valduno, que sólo contaba con 300 fusiles, unos 128.000 cartuchos de munición y una ametralladora2.
¿Con qué efectivos contaban las fuerzas gubernamentales en Asturias en los albores de la revolución? Según los testimonios del ministro de la Guerra, Diego Hidalgo, en octubre de 1934 había en Asturias 1.664 soldados: en Oviedo, casi 1.300; en Gijón, unos 400. A su cargo tenían la fábrica de fusiles de La Vega (Oviedo), la de cañones en Trubia, la de cartuchería en Lugones, la de dinamita en La Manjoya (Oviedo) y la de pólvora y mechas de Cayés (Llanera). La principal línea de defensa gubernamental era la Guardia Civil, fogueada a lo largo de 1934 contra el movimiento obrero: en las vísperas de la insurrección contaban con 798 guardias civiles – más que en Madrid y en Barcelona –. La Guardia de Asalto contaba con 560 efectivos. Estos dos cuerpos se habían reforzado a lo largo del mes de septiembre por el mitin de la CEDA en Covadonga y tras el desembarco del Turquesa. Además, el Gobierno contaba con un centenar de carabineros – unos 28 en Oviedo, 24 en Gijón, 17 en Avilés y el resto repartidos por los pueblos de Asturias – y un par de centenares de guardias municipales y de guardias jurados de las empresas mineras. La última reserva la constituían los sindicalistas amarillos del Sindicato Minero católico y los jóvenes de Falange y AP. En total, unos 3.300 hombres que hacían de Asturias una de las regiones más cubiertas por las fuerzas gubernamentales en España.
Durante la revolución, el Estado Mayor Central trasladó aún más fuerzas a Asturias3: de infantería desde Lugo, Ferrol y Zamora; artillería desde Valladolid; legionarios y regulares desde Ceuta, etc. Tras sofocar el levantamiento en Barcelona, el Estado Mayor no cesó de enviar contingentes a Asturias hasta el 12 de octubre: ese día se consideró “terminada la concentración de tropas, llevada a cabo con el fin de sofocar la insurrección en Asturias” y se decretó como Mandos de la Zona a los generales López Ochoa, Bosch, Caridad Pita, Yagüe y Aranda.
Puede decirse que la insurrección asturiana, mirándola desde el presente, fue exitosa. La singular articulación entre espontaneidad, dinamita y unidad obrera catapultó la fuerza revolucionaria y permitió la toma de los cuartes de la Guardia Civil a las pocas horas del estallido insurreccional en la mayoría de las cuencas mineras. Diseccionemos esos asaltos mineros: ¿cómo fueron? ¿por qué pueden considerarse exitosos?
El primer envite se produjo en Posada de Llanera, una pequeña localidad en el cruce entre las tres grandes ciudades asturianas. Por una enredada serie de acontecimientos, las fuerzas de la Guardia Civil y las revolucionarias entraron en combate en las calles al poco de pasar la medianoche. El enfrentamiento concluyó con una victoria de las fuerzas gubernamentales que fue más importante de lo que parecía: los depósitos de armas de Llanera – destinados a Gijón y Avilés – no podrían ser ya recogidos.
El valle del Caudal, especialmente Mieres, se convirtió en la capital revolucionaria durante los primeros días. Quien mejor puede contar lo sucedido allí es Manuel Grossi, uno de los protagonistas:
A Mieres no llegó ni un arma. (…) En los primeros momentos tenemos que recurrir a las escopetas y a los aperos de labranza, útiles en estos casos. Ocupa un lugar preferente la dinamita. (…) Nuestro primer objetivo consiste en copar los cuarteles de la fuerza pública: guardia civil y guardia de asalto. (…) A la una de la noche decidimos emprender la acción con todas sus consecuencias. 4
En ese breve párrafo, Grossi consigue condensar la estrategia que utilizaron los revolucionarios en los primeros momentos: tomar los acuartelamientos gubernamentales por la vía de la dinamita y la celeridad. A las ocho de la mañana el plan estaba ejecutado y Grossi, desde uno de los balcones del Ayuntamiento, proclamó la República Socialista. Con el fin de paliar, en los días siguientes, la falta de municiones, en Mieres empezaron a fabricar bombas: “produce general asombro el resultado práctico que dan las bombas para la insurrección. Están tan bien calculadas las mechas y la fabricación es de tal modo perfecta, que no falla una sola bomba”5.
En el concejo de Aller, el puesto de Moreda fue atacado con escopetas y dinamita a las cuatro de la mañana. Los combates se prolongaron durante doce horas, con desenlace victorioso para los revolucionarios. Entonces, varios sindicalistas amarillos se atrincheraron en el edificio del Sindicato Católico, armados con pistolas y algo de dinamita. Los revolucionarios asediaron el edificio el resto de la tarde, enviando incluso de noche al párroco del pueblo. Los amarillos intentaron escapar al día siguiente: la mayoría fueron apresados, otros muchos asesinados y unos pocos escaparon. En Lena, también al sur de Mieres, los guardias civiles se rindieron sin combatir. El comité local decidió entonces organizar una partida de hombres para tomar el puesto de Campomanes. El enfrentamiento fue encarnizado: los revolucionarios lanzaron cartuchos de dinamita desde una casa vecina al cuartel, provocando la rendición de los guardias civiles a las cuatro de la tarde del 5 de octubre. Sin embargo, los trabajadores, creyendo una revuelta nacional en curso, no se preocuparon por tomar el puerto de Pajares y las entradas a Asturias desde León. Más tarde bien lo lamentarían.
El valle de Turón fue otro de los epicentros revolucionarios. “Turón, pueblo feo pero noble. Encajonado entre montañas. Allí se concentraba el odio”6. A las cinco de la mañana comenzó el asalto al cuartel de La Rabaldana. “Pronto, según palabras de Aguado, portavoz extraoficial de la Guardia Civil, empiezan a notarse los efectos demoledores de la dinamita”7
En el valle del Nalón, siete cuarteles de la Guardia Civil y uno de la de Asalto fueron el primer objetivo: Ciaño, El Entrego, Sotrondio, Barredos, Laviana, La Felguera y Sama. En este último había sesenta guardias al mando del capitán José Alonso Nart. En todos los ataques, “la dinamita acabó la obra que las pistolas, las escopetas de pistón y los pocos fusiles no pudieron ejecutar”8. Uno de los factores clave para el éxito insurreccional fue la concentración de las fuerzas gubernamentales en los cuarteles, en lugar de dispersarse por puntos estratégicos de las poblaciones locales: esta decisión facilitó la situación para los mineros. En el de Sama, sin embargo, Nart y sus subordinados resistieron hasta el día 6 de octubre: su intento de huida fue frustrado por los revolucionarios y Nart acabó muerto. La Felguera, por su parte, constituyó el más logrado experimento libertario de la región, pues la correlación de fuerzas en esta pequeña villa industrial era muy favorable a la CNT. Para algunos, los felguerinos pusieron en práctica un «concepto romántico» de la revolución9. Lo cierto es que se utilizó cuantiosamente la dinamita para la toma de los cuarteles, administraron los víveres bajo lógicas diferentes al resto de comités y se emplearon a fondo en la producción de vehículos blindados y el envío de voluntarios revolucionarios al resto de Asturias. En San Martín y Laviana la dinamita entró en juego prontamente, rindiendo a los cuarteles de Sotrondio y El Entrego a primera hora de la mañana; y al de Barredos, que fue el primero en caer de Asturias.
Olloniego era una aldea situada entre Mieres y Oviedo. Tras el asalto a los puestos de la Guardia Civil, este reducto de la región asturiana se convirtió en la segunda clave de la revolución. A las dos de la madrugada, los mineros locales sitiaron el cuartel hasta las seis, cuando llegaron más compañeros con grandes cantidades de dinamita procedentes de los polvorines de las empresas mineras. Así lo cuenta Fernando Solano Palacio:
Los atacantes serían unos cuarenta, mal armados, y no les resultaba faena fácil la de rendir un cuartel defendido por dieciocho guardias y tres clases; pero la voz de la dinamita es aterradora para esta gente pusilánime, que solamente demuestra valor cuando apalean a indefensas víctimas.10
Justamente a la otra orilla del Nalón, en Manzaneda, los voluntarios revolucionarios enviados desde Mieres a Oviedo tropezaron con las tropas gubernamentales. La batalla se prolongó hasta mediodía del día 5. Fue la primera contienda significativa ganada por los mineros. Grossi concluyó que “los soldados rojos han aplicado los métodos estratégicos de la insurrección: han sabido desplegarse en guerrilla por los frentes con toda la ciencia moderna. 200 revolucionarios deficientemente armados han podido vencer a dos compañías de guardias de asalto y a una del Ejército”11.
Oviedo fue en todos los planes de los insurrectos y para todos los dirigentes del movimiento el objetivo fundamental. La toma de la capital significaría el triunfo de la revolución: no tener la capital sería una victoria incompleta. Esto es lo que explica todos los esfuerzos puestos en su conquista, implicando el descuido o el abandono de otras zonas quizá más interesantes desde el punto de vista estratégico. El caso más sangrante fue Gijón: por el Musel entraron las tropas africanas de Yagüe que fueron imprescindibles para la derrota de la revolución.
Los planes se centraban en la toma de Oviedo y, sin embargo, en la capital asturiana cundió la desorganización y las dubitaciones cuando llegó el momento de ejecutarlos. Mientras en las cuencas los cuarteles habían sido tomados, las milicias organizadas y los comités locales regulaban ya la vida cotidiana de sus poblaciones, en Oviedo los grupos de milicianos y soldados revolucionarios esperaban sin saber por qué en los barrios periféricos. Fue la llegada de los refuerzos desde Mieres y las cuencas lo que precipitó la acción. A las cuatro de la tarde del seis de octubre tomaron el Ayuntamiento, donde se constituyó el Comité Revolucionario.
Ese mismo día 6 entraron por la carretera de León hacia Campomanes refuerzos gubernamentales. Desde ese momento, el frente del sur se consolidó como el principal campo de batalla de la revolución. “Sin que unos ni otros lo sepan, se han creado las condiciones para la formación de un frente, en el que se combatirá encarnizadamente durante trece días12
Finalizo este capítulo con algunos balances de lo explicado. Entre tres y cinco horas después del inicio de la insurrección, a las doce de la noche del cuatro de octubre, comenzó el asalto revolucionario a las posiciones acuarteladas de las fuerzas gubernamentales. Cuando llegó la noche del día cinco, solamente resistían el de Sama, La Felguera y el de Nava. La revuelta había sido exitosa. Los cuatro focos insurreccionales más destacados eran Mieres, el valle del Nalón, Aller y el centro-oriente asturiano (Pola de Siero, Noreña, Carbayín y Nava). La concentración de tropas gubernamentales en las tres ciudades más importantes impidió más victorias revolucionarias. Como primer balance, se puede afirmar que el Gobierno erró su estrategia defensiva de atrincheramiento en los cuarteles como primera línea de contención. Los revolucionarios aprovecharon bien sus fuerzas: cada victoria suministraba armas, aumentaba la moral de los combatientes e incorporaba más voluntarios.
Como segundo balance, atendiendo al plan revolucionario, es evidente que éste mostró ya, a pesar de esa sensación de triunfo, sus primeras debilidades. Más allá de que no esperaran estar solos desde el primer momento del levantamiento, descuidaron constantemente la conexión con León y Palencia y sólo el arrojo de los combatientes en Campomanes y Pola de Lena evitaron que el Pajares fuera un camino fácil para el Ejército. La otra debilidad estratégica fundamental fue el abandono de Gijón, especialmente, y también de Avilés.
Otra de las conclusiones es que la dinamita fue un arma que se mostró insuperable en los combates a corta distancia. “La dinamita constituye el elemento de combate más formidable utilizado durante la insurrección asturiana. (…) En Asturias carecemos de armas modernas en cantidad suficiente y poseemos, en cambio, una gran provisión de dinamita. Los mineros, familiarizados con la misma, la manejan con una habilidad que llena de terror al enemigo”13. El poder de la dinamita fue doble: destructor y aterrorizador.
Por último, el éxito de los primeros sería imposible si la unidad no hubiese operado ejemplarmente entre los trabajadores. Los comunistas se sumaron decididamente al movimiento, los cenetistas cooperaron con los socialistas en todas partes y estos últimos se mostraron decididamente revolucionarios. “Ni roces ni tensiones entre las fuerzas del movimiento obrero asturiano, que han encontrado en estos dos días de combates el más alto nivel unitario de toda su historia”14
Me gustaría resaltar especialmente el papel jugado por las mujeres revolucionarias. A lo largo de estos artículos no he abordado sus condiciones de vida, su organización o su politización. Ni he detenido mi mirada sobre ellas ni he utilizado un lenguaje que las incluyera necesariamente. Pido disculpas sinceras por ello. A pesar de mi funesta omisión, la revolución del 34 no hubiera sido posible sin las mujeres. Su propia trayectoria en el movimiento obrero y sus ocupaciones a lo largo de la insurrección abarcarían un trabajo de investigación por sí mismas. Las mujeres asturianas trabajaban en las minas como carboneras, estaban politizadas y militaban en partidos políticos o sindicatos, a pesar de que era eminentemente un mundo de y para hombres. Las mujeres empuñaron fusiles y estuvieron en primera línea del frente. Y sin ellas no hubiera sido posible apenas nada: ellas fueron las que se ocuparon de todas las tareas de abastecimiento, provisión y cuidados a los milicianos y a las familias de la retaguardia. A todas ellas, el mayor de los reconocimientos.
La demora en la toma de Oviedo, la derrota en Gijón, la llegada continua de refuerzos del Ejército por los cuatro puntos cardinales, la falta de municiones, la incapacidad estratégica de coordinar fuerzas y plantear alternativas al espontaneísmo, los bombardeos mortíferos de la aviación, las barbaries del Tercio y los Regulares… Fue demasiado para solamente un puñado de mineros.
6.LOS LABIOS APRETADOS
Deciseis años tinía, / guapos años gayasperos, / que xueguen y salten / semeyando xilgueros. / Yeres una neña Aida, / que na rexión asturiana / xugabes dando a la comba / ú tos amigues saltaben. / Llegó la güelga d’Ochobre, / fuisti revolucionaria, / tú yá nun coyisti comba, / que coyisti la metralla. / Colos pergafos mineros, / qué bien tú la remanabes / salíes colos primeros, / brincando per barricaes. / Y cuando más s’encendíin / los glayío n’amarraza, / diesti col llombu na tierra, / furó to pierna una bala. / Esi vestidín tan guapu, / que lleva eses manches roxes, / guardaránlu con gran ciñu / to má y la bona to hermana. / Serás de los asturianos / l’exemplu de la so casta, / y has de ser de los mineros / so bandera proletaria. / Pola sangre que vertiesti / xorrecerán más rosales, / nesta rexón asturiana, / con roses bien colloraes. 15
Cuando la mataron, le quitaron el vestido para ver si llevaba algún documento. Aquel vestido tenía treinta y dos agujeros de bala. Una mujer que vivía cerca de la iglesia de San Pedro lo cogió y fue a llevárselo a mi madre. No sabemos dónde está enterrada. Sabemos dónde la mataron, pero no dónde está la fosa en la que metieron su cuerpo. Según nos dijeron, construyeron una casa encima. Donde está el monumento ahora es donde estaba ella con la ametralladora. (Pilar de la Fuente)
Estas conclusiones son más bien un epílogo.
Espero haber transmitido al lector una interpretación de lo ocurrido en octubre del 34 que responda a las preguntas más recurrentes que pueden hacerse sobre este acontecimiento histórico. Me ha parecido oportuno dividir este texto en su conjunto en cuatro hipótesis que sirvieran de hilo conductor. Y utilizar, más allá de mis propios marcos, los testimonios, lenguajes y documentos de la época para entrelazar pasado y presente, pensar como ellos lo vivieron, empaparnos de sus palabras.
Sin duda, hubo tres octubres en España. Y fue el papel de las Alianzas Obreras lo que determinó las características de cada uno. En Cataluña, con un octubre con media Alianza, una CNT al margen y un gobierno republicano, Companys declaró a las ocho de la tarde del 6 de octubre desde un balcón de la Generalitat el Estado Catalán dentro de la República Federal Española. Esperaban un 14 de abril propio y no una revolución proletaria. En menos de un día, el Govern fue detenido sin apenas resistencia. En Madrid – un octubre sin Alianza – hubo un tiroteo cerca de la Casa del Pueblo de la Guindalera, otro cerca del Ministerio de la Gobernación y se intentó asaltar la Telefónica. Como en el resto de España, no puede hablarse prácticamente de una insurrección, aunque sí de huelgas generales muy intensas. La dirección socialista pensaba que una eso bastaría para frenar la llegada de la CEDA al poder. Perdieron su tímido envite.
Asturias fue el único lugar de la Península con un octubre aliancista. La huelga se convirtió en un movimiento revolucionario exitoso durante la primera semana. El aislamiento de los asturianos y la reorganización del Ejército tras la rendición de Cataluña y los dispersos focos insurreccionales fueron demasiado para unos trabajadores organizados que de morir en las minas sí sabían, pero de matar en guerras no.
Es mucho lo escrito acerca de la revolución de octubre. El trabajo de Paco Taibo sigue siendo el superlativo, al igual que su respuesta a cómo era el estado físico del fantasma revolucionario en octubre. En España no existía un vacío de poder: de hecho, el bloque de las derechas se había tornado más compacto a lo largo del año por los enfrentamientos con el movimiento obrero. Las derechas contaban, además, con una base social sólida: los pequeños propietarios agrarios y la clase media católica. En segundo lugar, el aparato represivo-militar del Estado se encontraba alejado en todos los sentidos de la propaganda revolucionaria, y la polarización social había ayudado a crear un cerco de odio como frontera. Por otro lado, la clase obrera en su conjunto no se encontraba unificada: la excepción asturiana confirmaba la regla sectaria y conflictiva. Un cuarto factor era la ambigüedad del PSOE: la retórica revolucionaria flaqueaba cuando el estallido era inminente. Es necesario tener en cuenta que campesinos y organizaciones agrarias aún curaban sus heridas – muchos en las cárceles – de la huelga derrotada de junio, y apenas tenían fuerza para apoyar otra insurrección. Por añadido, la dirección central revolucionaria había decretado la espera y la contención desde hacía meses y sólo los asturianos habían consolidado y ampliado sus fuerzas porque no habían cesado de combatir laboral y políticamente unidos. La insurrección en sí misma era abstracta: no se sabía bien para qué se hacía ni había un proyecto detallado para impedir la respuesta gubernamental, coordinar las regiones o controlar las repuestas europeas. Además, las armas eran escasas y sólo la dinamita – por más espontaneidad que preparación – solucionó en parte esas carencias en el caso asturiano. Por último, los revolucionarios habían perdido, por errores propios, el factor sorpresa: la fecha la acabó fijando el propio enemigo. En definitiva, el triunfo era posible –porque la política es una permanente incerteza, una lenta impaciencia –, pero muy difícil16.
Decía en la introducción que la labor de quienes hacemos historia es explicar. Sin embargo, nuestra función social, comunitaria, es también ser terapeutas. A menudo esto lo olvidamos, o incluso algunos llegan a despreciarlo. Pero las historiadoras debemos enfrentarnos con el tiempo: no en un sentido de duelo, sino de encuentro frente a frente. Atender así al tiempo, dejar de darle la espalda, es el sinónimo de abordar la memoria. Porque la memoria es lo que somos, lo que queda en nosotras del pretérito, incluso lo que nos dice lo que ya no somos. Pero la memoria es también lo que no se habla, lo que no se puede hablar, los retales de las violencias sufridas. Y la memoria tiene repercusiones psicológicas a menudo impostergables: miedos, contorsiones, inseguridades, fragilidades, ansiedades… Y, por supuesto, tiene implicaciones políticas de las que nos tenemos que hacer cargo: cómo se recuerda es situar víctimas y victimarios y posibilitar la reparación a quienes han sufrido las violencias de otros. En este país nos hacen falta menos pactos de olvido y más compromisos democráticos.
la memoria es también ternura. Uno de los recuerdos que guardo con más cariño de la infancia son los viajes en coche por Asturias – porque sólo entonces mi padre lo ponía – escuchando el disco que teníamos de Nuberu. Recuerdo no entender nada: ni lo que decía ni lo que quería decir. Pero ya entonces mi padre y mi madre nos contaban quién fue Aída de la Fuente, que en Asturias la clase trabajadora se arrojó a la revolución el ochobre del 34, que «dame tira» era la solidaridad convertida en sintaxis, que ser asturiano no era saber echar bien la sidra ni subir a Covadonga. Apenas entendía lo que escuchaba, pero sí entendía que era algo importante. Que acabaría comprendiéndolo. Han pasado los años, las canciones, esos viajes. Han venido más letras y melodías, más lecturas, más aprendizajes. Nunca se han borrado esos recuerdos, que me han hecho y rehecho a lo largo del tiempo. Que han retornado con cada uno de mis regresos a la tierrina. Creo que ahora lo entiendo. Por fin. Si la memoria es la irrupción del pretérito en nuestros presentes, sé que la revolución asturiana y la niñez no van a abandonarme en mis futuros. Porque no quiero olvidarlas. Nunca.
Disposiciones tomadas y traslados de fuerzas gubernamentales (Estado Mayor Central)
Notas
1 Coples del 34. Interpretada por Nacho Vegas en Cantares de una revolución. Recogida en Ramón Lluís Bande, Cuaderno de la Revolución (Oviedo: Editorial Pez de Plata, 2019), pág. 76-77.
2 Paco Ignacio Taibo II, Asturias…, op. cit., pág. 148-149.
3 Estado Mayor Central, «Disposiciones tomadas y traslados de fuerzas llevados a cabo durante la primera decena del mes de octubre de 1934 para sofocar el movimiento revolucionario en España», Archivo Histórico Nacional, Sección Guerra Civil. Adjunto al final del artículo.
4 Manuel Grossi, La insurrección de Asturias…, op. cit., pág. 51.
5 Ibidem, pág. 78.
6 Cita de Julio Rodríguez en Paco Ignacio Taibo II, Asturias…, op. cit., pág. 193.
7 Ibidem, pág. 193
8 Narcís Molins i Fàbrega: UHP. La insurrección proletaria de Asturias (Gijón: Ediciones Júcar, 1977), pág. 123.
9 En palabras de Narcís Molins i Fàbrega: UHP. La insurrección proletaria…, op. cit., pág. 147.
10 Fernando Solano Palacio, La revolución de octubre. Ǫuince días de comunismo libertario (Madrid: Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo, 2019), pág. 57.
11 Manuel Grossi, La insurrección de Asturias…, op. cit., pág. 56.
12 Paco Ignacio Taibo II, Asturias…, op. cit., pág. 230.
13 Manuel Grossi, La insurrección de Asturias…, op. cit., pág. 73.
14 Paco Ignacio Taibo II, Asturias…, op. cit., pág. 238.
15 Canción Aida de la Fuente del grupo musical Nuberu. En asturiano.
16 Paco Ignacio Taibo II, Asturias…, op. cit., pág. 149-151.