El socialismo británico de Orwell (Juan Manuel Vera, 2022)

Este texto forma parte del libro Contra las oligarquías (Juan Manuel Vera, 2022).

Orwell era un rebelde. Y como tal, nunca le importó la posibilidad de quedarse aislado defendiendo ideas que consideraba justas, ya fuera frente a la opinión general o a la de los intelectuales de la izquierda.

No le preocupaba tratar los asuntos desagradables, por ello no tuvo remilgos en rechazar con rotundidad el imperialismo británico (tema tabú para muchos laboristas) o el estalinismo ruso (loado por los comunistas ingleses al igual que por los del resto del mundo). No era pusilánime en esos temas, del mismo modo que fue un activo antifascista que no se limitó a apoyar a la República española, sino que cogió un fusil para luchar contra Franco.

En los grandes asuntos políticos que han marcado el siglo XX se comportó Orwell con una claridad que, desgraciadamente, fue poco frecuente. Se negó a mirar hacia otro lado como otros hicieron, y de esa actitud deriva la vigencia de una obra que junto a una gran calidad literaria tiene el enorme mérito de resultar actual, algo que puede afirmarse de relativamente pocos escritos con intencionalidad política de la primera mitad del pasado siglo[1].

Podríamos pensar, como se dice en una de sus obras, que estimaba más al lobo solitario que al perro rastrero. No hay duda de que se negó a dejar que otros controlaran sus verdaderos sentimientos y negó siempre que la reacción natural de un escritor debiera ser pensar como está bien visto. Pero más allá de una actitud como literato, se trata de la decisión de una persona que siempre intentó ejercer su derecho individual a la autonomía.

Cuando Orwell publicó su novela más famosa, 1984, pocos meses antes de su prematura muerte, ya era un autor célebre por Animal Farm (Rebelión en la granja), su despiadada sátira del totalitarismo. Precisamente el gran interés suscitado por esas creaciones literarias explica la notable controversia sobre la naturaleza de sus concepciones políticas que le ha acompañado a lo largo de las décadas. No merece realmente la pena dedicar mucho esfuerzo a insistir en los malentendidos voluntarios, o la mala fe, con que algunos interpretaron sus obras y sus ideas.

Esa incomprensión es evidente en la utilización derechista de sus trabajos, por ejemplo, durante la guerra fría, olvidando que su condena del totalitarismo soviético se producía en el contexto de una defensa de ideas socialistas y libertarias. También es notoria la incomodidad que Orwell ha provocado entre muchos izquierdistas que parecieron sentirse heridos por la crudeza con que Orwell afrontó el tema del totalitarismo. A título de ejemplo, por hablar de alguien inteligente, pensemos en el malestar que manifiesta el texto de Isaac Deutscher “El misticismo de la crueldad”[2].

A izquierda y a derecha parece haber existido una dificultad para aceptar el hecho crucial de que lo que hace Orwell es condenar de forma incondicional todo sistema de dominación y que, por ello, no estaba dispuesto a aceptar complacientemente que se considerasen parte de la izquierda las formas criminales de gobierno que el estalinismo había introducido, supuestamente en nombre de la clase obrera.

Aunque Orwell dedicó muchos ensayos y sus dos principales novelas al tema del totalitarismo, no es ese el asunto que pretendo destacar ahora. Me voy a centrar en dos textos de Orwell explícitamente destinados a analizar el socialismo en el marco de la política inglesa. Se trata de El camino de Wigan Pier (1937) y El león y el unicornio (1941). Dado que sus opiniones están siempre muy unidas a la actitud ante hechos reales, debe tenerse siempre presente la contextualización.

El camino al socialismo

La aproximación de Orwell a las ideas socialistas se manifestó públicamente al escribir en 1936 El camino de Wigan Pier[3], que sería publicado un año después, mientras combatía en las milicias del POUM en el frente de Huesca. Se trataba de un encargo de Víctor Gollanz, el editor de sus primeras obras, para el Left Book Club.

Para preparar dicha obra vivió cerca de siete meses en las zonas mineras de Lancashire y Yorkshire, muy representativas de la clase obrera británica. Esa experiencia propició la reflexión sobre el sentido de los ideales de la izquierda. Desde entonces y hasta el final de su vida no desaprovechó ocasión para manifestarse públicamente como socialista. Lo hacía desde una perspectiva antielitista e intentando acercarse al punto de vista de la gente común.

Wigan Pier puede parecer un libro desconcertante. Su primera parte es un relato de periodismo social en el cual se aborda la situación de los mineros durante los años treinta en una zona sometida a una intensa degradación. Ese testimonio es áspero, algunos críticos consideraron que manifestaba cierta predilección por los aspectos más sórdidos. La segunda parte, en cambio, mezcla una curiosa reflexión autobiográfica sobre su propia evolución personal y política con un interesante ensayo interpretativo sobre el sentido del socialismo que defiende, confrontándolo con las características que rechaza de la izquierda inglesa. Algo debió de escocer a su editor, que incluyó una prevención a modo de advertencia para los lectores. La presentación de Orwell resultaba incompatible con la ortodoxia marxista, con la adulación a Rusia y con la identificación del socialismo con el progreso material, valores todos ellos que debían de ser muy queridos para dicho editor, que posteriormente se negaría a publicar tanto Homenaje a Cataluña como Animal Farm.

Al describir la trayectoria que le había llevado desde la Birmania colonial hasta ser testigo de la vida minera, Orwell efectúa un continuo diálogo sobre la relación entre los valores de las clases medias y las ideas socialistas. En muchos momentos parece un ajuste de cuentas respecto a su propia formación ideológica y a los instintos de la clase a la que creía pertenecer, lo que llamaba “baja alta clase media”. Todo ello sin pretensiones de objetividad, plenamente marcado por sus propias preocupaciones. Creo que, en aquel entonces, resultaría difícil de entender para sus lectores, aunque ahora resulte estimulante la ausencia de retórica y la franqueza con que plantea sus opiniones, e incluso sus prejuicios.

Después de estudiar en Eton, renunció a cursar estudios universitarios y marchó como policía británico a Birmania, donde permanecería cinco años, hasta 1928. De la experiencia birmana extrajo Orwell su anticolonialismo militante, su odio al imperialismo, pues, afirmaba, “no es posible formar parte de uno de esos sistemas de dominación sin reconocer que constituyen una injustificable tiranía”. Aquellos años fueron determinantes para su evolución. “Sentía que tenía que romper no sólo con el imperialismo, sino con cualquier forma de dominio del hombre sobre el hombre”. Nace así el componente libertario siempre presente en el pensamiento de Orwell, ese esfuerzo continuo por situarse en el punto de vista correcto, que para él consistía en estar con los dominados, con las víctimas, con los de abajo.

La principal contradicción personal de Orwell es la diferencia entre estar con y ser. Después de abandonar la policía colonial, siente un imperativo ético y, aunque no lo diga expresamente, un desconcierto general y una duda sobre todos los valores sociales, que le llevaron a vivir voluntariamente en los límites de la pobreza en París y, después, plenamente en la marginalidad cuando experimentó la vida de vagabundo (a lo Jack London) en Inglaterra[4]. Después viviría con los mineros ingleses y lucharía con los milicianos del POUM. Pero él es consciente en todo momento de no ser un empleado de hotel, un vagabundo, un minero o un miliciano, sino un miembro de la clase media inglesa con sus prejuicios y en lo fundamental con una mentalidad heredada de la que solo un esfuerzo constante le permite distanciarse.

Esos antecedentes autobiográficos, expresados en 1936, van haciendo visible que, para Orwell, a la vista de la injusticia del mundo capitalista, no es necesaria una justificación de la necesidad del socialismo. Lo que hay que responder es sobre los motivos por los que no se ha establecido todavía, cuando aparentemente es tan conveniente y tan deseable. Orwell relaciona ese fracaso con la manera de comportarse de los que se llaman socialistas y con lo que entienden estos por socialismo.

Siempre tuvo una gran desconfianza respecto a las élites izquierdistas, en quienes veía instintos sociales muy alejados de los de quienes viven sometidos a alguna clase de dominación. Orwell contrapone ideas abstractas a realidades concretas, las que quiere derivar del sentido común del hombre de la calle. En algún sentido considera que muchos intelectuales están imbricados completamente con las ideas del socialismo autoritario. “Creo que la motivación oculta de muchos socialistas es, sencillamente, un hipertrofiado sentido del orden”. Asimismo, para Orwell es característico de esos intelectuales pensar que “La pobreza, la mentalidad creada por la pobreza, son cosas que han de ser abolidas desde arriba, por la violencia si es necesario, quizás incluso mejor por la violencia. De ahí su adoración por los grandes hombres y su inclinación por las dictaduras, fascistas y comunistas”. Años después, en una carta de 1944 afirmará: “Está el hecho de que los intelectuales son más totalitarios que la gente común[5].

La idea de una vanguardia política merece su completo rechazo. Así, afirmará que: “lo cierto es que, para mucha gente que se llaman socialistas, la revolución no significa un movimiento de las masas con el cual ellas esperan asociarse, sino una serie de reformas que nosotros, los listos, les vamos a imponer a ellos, las clases bajas”. Ese rechazo al papel político de los intelectuales se hará más amplio en los años posteriores, cuando Orwell llegará a la convicción de que “en el pensamiento de los revolucionarios activos, al menos de los que llegan al poder, el deseo de crear una sociedad justa siempre ha estado fatalmente mezclado con el deseo de asegurarse el poder para sí”[6].

La concepción que los intelectuales de clase media tienen del socialismo es muy diferente de lo que sienten y quieren los trabajadores. Estos asociarían socialismo con justicia y sentido común y con la imposición de ciertos cambios y reformas a las clases superiores. En cambio, los intelectuales marxistas establecen una vinculación estrecha entre socialismo, estatalización e industrialización planificada.

Ese planteamiento le permite entrar en una discusión más teórica sobre la relación entre socialismo y desarrollo material. Allí resalta su negativa a aceptar cualquier identificación de este con el mero progreso mecánico. A Orwell no le gusta el tipo de ser humano que produce el maquinismo y ese rechazo permite entender un componente de raíz romántica con el que en algunas obras mirará con nostalgia los viejos tiempos preindustriales[7]. Los ideales de Orwell son notoriamente austeros, hace énfasis en las virtudes del trabajo manual y en el esfuerzo como motor del buen vivir. Esa posición resultaba muy extraña entre la gente de izquierda de los años treinta cuyo marxismo economicista situaba las fuerzas productivas en el centro de todos los análisis y tendía a confundir el progreso con la creciente mecanización.

Pero lo triste es que el socialismo, tal como suele ser presentado, está relacionado con la idea del progreso mecánico, no sólo con un proceso necesario, sino como un fin en sí mismo, casi como una especie de religión. Esta idea está implícita, por ejemplo, en la mayor parte de la propaganda que se hace acerca del rápido progreso industrial de la Rusia soviética (…) En R.U.R., Čapek lo expresa certeramente en el estremecedor final de su obra cuando los robots, después de matar a último ser humano, anuncian su intención de construir muchas casas, por el simple afán de construir casas[8].

Al rechazar la fe absoluta en el progreso material, Orwell se distancia de autores muy leídos en la época, como Wells, de quien dirá que fue incapaz de comprender que la Alemania moderna era mucho más científica que Inglaterra y, al mismo tiempo, más bárbara. En un sentido más general, para Orwell el desarrollo de la sociedad industrial puede llevar hacia alguna forma de colectivismo, pero este no tiene por qué ser necesariamente igualitario, es decir, no tiene por qué ser socialismo. Le resulta fácil imaginar una sociedad mundial colectivista desde el punto de vista económico, pero con todo el poder en manos de un pequeño grupo de gobernantes y esbirros. “Es habitual decir que el objetivo del fascismo es el ‘Estado colmena’, lo cual constituye un feo agravio a las abejas. Un mundo de conejos gobernados por comadrejas será una imagen más adecuada. Hemos de unirnos para luchar contra esa horrorosa posibilidad”.

El Orwell de Wigan Pier está ya muy alejado de la política estalinista. Para él la crisis de los regímenes democráticos de los años treinta está destruyendo todos los esquemas políticos preexistentes, y el socialismo es una necesidad urgente para evitar el triunfo del fascismo, hasta el punto de que no había más alternativa que “socialismo o fascismo”, lo cual resulta, de hecho, totalmente ajeno a las opciones frentepopulistas del VII Congreso de la Internacional Comunista.

La principal singularidad del socialismo de Orwell es su declarada heterodoxia, factor esencial de su incompatibilidad con el estalinismo. En 1936 era perfectamente consciente de ello. ”Una de las analogías entre el comunismo y el catolicismo es que sólo sus adeptos educados son completamente ortodoxos”. O de una forma aún más contundente cuando afirma que “en estos momentos es perder el tiempo insistir en que la aceptación del socialismo implica la aceptación del aspecto filosófico del marxismo más la adulación a Rusia. El movimiento socialista no tiene tiempo de ser una liga de materialistas dialécticos; ha de ser una liga de los oprimidos contra los opresores”.

Otros componentes esenciales del socialismo de Orwell son el pragmatismo, asentado en la experiencia común, y la fe en la voluntad humana frente a cualquier determinismo. “Me parecía entonces -y aún ahora me lo parece alguna vez- que la injusticia económica cesará el día en que queramos que cese, y no antes, y que, si realmente queremos que cese, el método adoptado importará poco”. Por ello, Orwell siempre resulta poco marxista. Aunque haga esfuerzos por situar los factores económicos como elementos socialmente explicativos se distancia en todo momento de cualquier creencia en la existencia de leyes económicas del capitalismo que determinen la evolución histórica.

Para Orwell el único fundamento de lo que entiende por socialismo son las ideas de justicia y libertad. “La única cosa ‘en favor’ de la cual podemos unirnos es el ideal básico del socialismo: la justicia y la libertad, ideal que está casi completamente olvidado. Ha sido enterrado bajo capas y capas de pedantería doctrinaria, de riñas partidistas y de ‘progresismo’ aficionado, hasta convertirse en algo parecido a un diamante oculto bajo una montaña de estiércol (…) Justicia y libertad: éstas son las palabras que hay hacer resonar por todo el mundo”.

La experiencia española y el ILP

Después de examinar algunas de las ideas de Orwell en su obra Wigan Pier estamos seguros de que el lector compartirá la impresión de que muchos de los que han escrito sobre la experiencia española de Orwell le presentan como políticamente mucho más inocente de lo que realmente era. Impactado por el levantamiento franquista, no parece tan casual como se ha dicho que se uniera al contingente del Independent Labour Party (ILP) que luchaba en las milicias del POUM.  La relación de Orwell con la revista Adelphi, vinculada a las posiciones del ILP, su posición crítica sobre el comunismo británico y el conjunto de consideraciones de El camino de Wigan Pier así lo parecen indicar.

Aunque inicialmente Orwell pensó unirse a las Brigadas Internacionales e incluso pidió algún tipo de credenciales al Partido Comunista, que le negaron a la vista de sus antecedentes, finalmente utilizó para venir a España una comunicación con John Mac Nair, dirigente del ILP.

Como cuenta en Homenaje a Cataluña, la experiencia de los hechos de mayo de 1937 y, sobre todo, la posterior represión contra el POUM, y las calumnias a las que fue sometido, le impactaron enormemente. De España regresa un Orwell antiestalinista, en el que están comenzando a madurar las futuras claves de un antitotalitarismo militante que germinará a lo largo de la década siguiente[9]. Esa experiencia española explica afirmaciones tan rotundas como las siguientes:

El movimiento comunista en Europa Occidental empezó proponiéndose derribar violentamente el capitalismo y a los pocos años degeneró en un instrumento de la política extranjera comunista[10]. “Después de lo ocurrido en España, no puede impedir el sentir que la Unión Soviética, Stalin, será hostil a cualquier país que esté haciendo la revolución. Se moverían en direcciones opuestas. Una revolución empieza con gran difusión de ideales de libertad, igualdad, etc. Luego va creciendo una oligarquía interesada en mantener sus privilegios como cualquier otra clase gobernante. Esta oligarquía a la fuerza tiene que ser hostil a las revoluciones de otros países, que inevitablemente despiertan otra vez ideas de libertad e igualdad[11].

Por otra parte, su relación en España con los miembros del ILP le aproxima notablemente a este partido. En 1938 se unió formalmente al mismo, explicando sus razones en el texto “Why I Joined the Independent Labour Party”[12]. Para Orwell la única forma de preservar la libertad frente al fascismo es mediante un régimen socialista, lo cual exige tomar una participación activa y no ser un mero simpatizante. Esa incorporación no parece que implicara en ningún momento la aceptación de la ortodoxia marxista ni del leninismo.

La incorporación al ILP tenía también que ver con la posición ante la guerra que se avecinaba, que tanto el ILP como Orwell consideran que sería una guerra imperialista (al igual que la I Guerra Mundial), a la cual había que oponerse en nombre del pacifismo internacionalista y del derrotismo revolucionario[13]. Esa era también la posición de la IV Internacional trotskista. En aquel momento Orwell pensaba que la guerra desembocaría además en una pérdida de las libertades inglesas y en el triunfo, a causa de la guerra, de alguna forma de fascismo en Inglaterra.

El león y el unicornio

La Segunda Guerra Mundial obligó a muchos socialistas internacionalistas a reconsiderar sus esquemas. Cuando estalla finalmente la guerra, cuando ya no hay marcha atrás. Orwell se da cuenta de que ya no es posible volver a meter a Jonás dentro de la ballena. Hay que tomar posición. Y lo hará claramente en 1940 al plantear que la defensa de la independencia nacional frente al nazismo es plenamente legítima, rectificando sus posiciones pacifistas-derrotistas de los años anteriores. Lógicamente en aquel momento ya ha abandonado el ILP, el cual mantendría criterios pacifistas.

Argumentará de la siguiente manera en 1941: “La alternativa a la que s enfrentan los seres humanos no es, por regla general, entre el bien y el mal, sino entre dos males. Podemos dejar que los nazis dominen el mundo: eso es malo; o podemos derrotarlos en una guerra, que también es malo. No hay otra alternativa, y sea cual sea la que uno elija, no saldrá con las manos limpias[14].

En el período 1940-1949 Orwell escribió numerosos ensayos, muchos de ellos con una intención política explícita. En 1941 Orwell publicó El león y el unicornio: el socialismo y el genio inglés[15], donde desarrolla ampliamente sus posiciones políticas posteriores al ataque alemán contra Inglaterra. Comienza con esta frase: “mientras escribo, seres humanos muy civilizados vuelan sobre mí tratando de matarme”.

El león y el unicornio constituye uno de sus ensayos políticos más sugestivos. Aunque algunos aspectos serán matizados en años posteriores puede considerarse que constituye un texto indispensable para interpretar su visión del socialismo. Orwell habla en este ensayo de un problema muy importante, la forma en que una cultura nacional propicia o dificulta la consecución de una sociedad más justa, para lo cual replantea diversas cuestiones sobre la identidad inglesa. También concluye que, en las condiciones del ataque nazi, el patriotismo ya no es equivalente a conservadurismo. Toda esa preocupación es muy significativa. Orwell es consciente de que la atracción por el fascismo tiene que ver con su capacidad de manipular los sentimientos patrióticos y nacionalistas, y se plantea si es posible una utilización de los sentimientos nacionales en clave socialista, democrática y revolucionaria.

En esta reflexión sobre sus ideas políticas es importante resaltar que para Orwell la guerra significaba el comienzo de la revolución inglesa. Guerra y revolución son inseparables, como lo habían sido en España. Y en una proclama de intención profética, y como todas las profecías sometidas al amplio margen de error que el tiempo dispone, señalaba la siguiente: “no podemos ganar la guerra sin introducir el socialismo ni establecer este sin ganar la guerra”. Los privilegios de las clases dominantes podían desaparecer ante las necesidades de una nación unida frente a la agresión nazi. Se trata, pues, de una defensa del socialismo adaptada a las cuestiones centrales del momento. Y confiando en la gente común e incluso en que los sentimientos patrióticos pueden convertirse en parte de la lucha socialista, llegando a hablar (lo cual no deja de parecer exagerado) de un Blimp[16] socialista. Que había excesivas ilusiones en Orwell es evidente. En definitiva, todo el ensayo está marcado por la idea de que una vez desencadenada la guerra puede convertirse en un poderoso agente de cambio social.

Desde el punto de vista programático Orwell desarrolla un programa de seis puntos que incluye: la nacionalización de la tierra, minas, ferrocarriles, bancos y empresas principales; limitación de ingresos en una escala diez a uno; reforma democrática del sistema educativo; estatuto de autonomía inmediato para la India incluyendo el derecho a la independencia cuando termine la guerra; formación de un Consejo Imperial general el que estén representados los pueblos colonizados y la declaración de alianza formal con China, Abisinia y todo las demás víctimas de las potencias fascistas.

Volviendo a analizar las causas, como en Wigan Pier, de que el socialismo hubiera fracasado en Inglaterra hasta entonces lo atribuye ahora a la prosperidad del capitalismo imperialista inglés, que siempre estuvo estrechamente vinculado a que el nivel de vida de los obreros británicos depende directamente “del sudor de los coolies indios”. El partido laborista fue incapaz de reconocer que los trabajadores británicos tienen mucho que perder además de sus cadenas, y que las diferencias de visión y de costumbres entre clases están disminuyendo rápidamente. Nos señala también que “En todo el periodo de entreguerras no apareció ni un programa socialista que fuese a la vez revolucionario y factible”. En plena guerra el movimiento socialista deberá ser a la vez revolucionario y realista para hacer ver a las masas trabajadoras que tienen algo por lo que merece la pena luchar para barrer las peores injusticias, derrotar completamente al fascismo y “ganar el futuro”.

Un rasgo esencial de su socialismo británico es que no tiene nada en común con el modelo ruso. Su perspectiva es que “no será doctrinario, ni siquiera lógico”. “Abolirá la cámara de los lores, pero muy probablemente no abolirá la monarquía. Dejará por todas partes anacronismos y cabos sueltos: el juez con su ridícula peluca de pelo de caballo, y el león y el unicornio sobre los botones de los soldados. No establecerá una explícita dictadura de clases. Se agrupará en torno al viejo partido laborista y sus miembros estarán en los sindicatos, pero atraerá a la mayor parte de la clase media y a muchos de los hijos jóvenes de la burguesía (…) Nunca perderá contacto con la tradición de compromiso ni con la creencia en una ley por encima del Estado (…) Aplastará pronta y cruelmente cualquier rebelión abierta, pero intervendrá muy poco en la palabra hablada y escrita. Los partidos políticos con diferentes nombres seguirán existiendo (…) Separará la Iglesia del Estado, pero no perseguirá la religión (…) La nueva situación dará muestras de asimilar el pasado asombrando con ello a los observadores extranjeros y a veces les hará dudar de que haya habido allí una revolución”.

La nueva guerra mundial ha hecho que Orwell se vuelva extremadamente consciente de la necesidad de defender los valores en que se asienta la civilización occidental y democrática. “Con toda su hipocresía e injusticia, la civilización de habla inglesa es el único gran obstáculo al camino de Hitler”. Dado que el capitalismo de libre mercado puede darse por muerto, “hay que elegir entre la clase de sociedad colectiva que Hitler querría implantar y la que podría surgir si él fuera vencido”. Lo esencial es conservar y desarrollar la democracia, “más o menos como la hemos conocido hasta ahora. Pero conservar es siempre ampliar[17]. Orwell acaba su ensayo con las siguientes palabras “Con la revolución nos convertimos más en nosotros mismos, no menos. No se trata de pararse en seco, de llegar a un compromiso, salvar la democracia inmovilizándose. Nada se queda nunca quieto. Hemos de aumentar nuestra herencia o perderla, hemos de hacernos más grandes o disminuir, avanzar o retroceder. Creo en Inglaterra y creo que avanzaremos”.

Finalmente, otro rasgo distintivo de la propuesta orwelliana es que se trata de un socialismo impulsado desde abajo. “No creamos que en este o en cualquier otro gobierno parecido podamos introducir los cambios necesarios. La iniciativa tendrá que venir de abajo. Lo cual significa que habrá que levantar algo que nunca existió en Inglaterra: un movimiento socialista que tenga tras él a la masa del pueblo”. Solo un auténtico impulso desde abajo lo conseguirá. “Sólo sé que estarán en él [el gobierno] los hombres adecuados si el pueblo quiere de verdad que se hallen allí, pues son los movimientos los que hacen a los dirigentes y no los dirigentes a los movimientos[18]. Años después volvería a insistir sobre ello: los ingleses “tendrán que coger el destino con sus manos. Inglaterra sólo puede cumplir su misión si el inglés corriente puede participar en el ejercicio del poder[19].

Conclusión

Al aproximarnos al socialismo de Orwell hay que partir de que mantenía una visión original de las virtudes y los defectos del movimiento socialista inglés, del cual consideraba que formaba parte. Cualquier interpretación textual rigurosa de sus obras literarias y ensayos o de sus opiniones políticas debe tomar como punto de partida que Orwell se consideraba socialista y que consideraba fundamental esa adscripción para entender su obra. Dirá en 1946: “Cada línea seria que he escrito desde 1936 ha sido, directa o indirectamente, contra el totalitarismo y a favor del socialismo democrático, tal como lo entiendo[20].

Su socialismo es esencialmente heterodoxo. Decreció su interés por la propiedad pública de los medios de producción a medida que tuvo que priorizar su protesta contra toda restricción de la libertad y toda forma de poder oligárquico. Consciente de la injusticia del capitalismo, su llamada de atención es el peligro de que el colectivismo económico, que considera una tendencia imparable de la evolución social, degenerara en formas políticas totalitarias.

Su socialismo no es marxista, desconfía de las élites políticas, es pragmático y distópico y tiene un importante componente libertario[21]. Por todos esos rasgos nos interesa actualmente.

Notas

[1] Cristopher Hitchens, en su excelente ensayo La victoria de Orwell (Barcelona, Emecé editores, 2003) explica muy convincentemente los méritos de Orwell al abordar los principales temas que han marcado el siglo XX.

[2] Texto incluido en Herejes y renegados, Barcelona, Ariel, 1970.

[3] El camino de Wigan Pier, Barcelona, Editorial Destino, 1976. Todas las citas literales de este apartado son a esta obra, salvo que se indique explícitamente otra referencia.

[4] Esas experiencias dieron lugar a su libro Down and out in Paris and London (Sin blanca en París y en Londres, Editorial Destino, 1973).

[5] Carta a H. J. Willmett, incluida en A mi manera, Barcelona, Destino, 1976, p. 263.

[6] “Catastrofic gradualism”, citado por Michael Sheldon, Orwell, Barcelona, Emecé editores, 1993, p. 409.

[7] Este tipo de opiniones ha dado lugar a hablar en ocasiones de que Orwell defendería un cierto conservadurismo crítico, por ejemplo, Jean-Claude Michéa, en Orwell, anarchiste tory, Editions Climats, 1995.

[8] Orwell hace referencia a R.U.R. (Robots Universales Rossum), obra teatral de ficción especulativa escrita por el escritor checo Karel Čapek y estrenada en 1921 En dicha obra se introduce por primera vez la palabra robot que había sido ideada por Josef Čapek, hermano del autor, a partir de la palabra checa robota, que significa esclavo.

[9] Los textos directamente relacionados con su participación en la guerra civil española, incluido Homenaje a Cataluña, están disponibles en el libro Orwell en España, Tusquets, 2003. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que existen otras numerosas referencias incidentales y una influencia clara en otros textos.

[10] “Dentro de la ballena”, 1940, incluido en A mi manera, p.129.

[11] Diario de guerra 1940-1942, Barcelona, Editorial Destino, 1984, p. 41.

[12] 24 de junio de 1938, The Collected Essays, Journalism and Letters of George Orwell, Volume 1, Penguin Books, 1970.

[13] La fórmula del derrotismo revolucionario fue utilizada por Lenin durante la primera guerra mundial en un doble sentido. Por una parte, implicaba que la lucha del proletariado contra su propio gobierno no debe detenerse ni siquiera ante la posibilidad de una derrota militar frente al enemigo. Por otro lado, defiende propiciar esa derrota militar del propio imperialismo ya que ello facilitaría desencadenar la lucha revolucionaria del proletariado. Dicha formulación se vinculaba al eje estratégico esencial de Lenin detransformar la guerra imperialista en guerra civil”. El derrotismo revolucionario de Lenin no fue más que una de las posiciones defendidas por los internacionalistas en dicho período. Rosa Luxemburg, Liebknecht o Trotski no la hicieron suya, a pesar de pronunciarse con claridad contra las potencias imperialistas y a favor del mantenimiento de la lucha de clases en tiempos de guerra, pero no pregonan la derrota de su propio imperialismo más que frente a la revolución.

[14] “No, Not One”, The Collected Essays, Journalism and Letters of George Orwell, Volume 2, Penguin Books, 1970, p. 200.

[15] “El león y el unicornio”, incluido en A mi manera, op. cit. Todas las citas literales de este apartado son a este ensayo, salvo que se indique explícitamente otra referencia.

[16] Blimp es el símbolo del militar colonial, patriotero y de escaso alcance intelectual.

[17] A mi manera, op. cit., p. 199.

[18] A mi manera, op. cit., p. 192.

[19] “Los ingleses”, 1944, A mi manera, op. cit., p. 304.

[20] “Por qué escribo”, 1946, A mi manera, op. cit., p. 355.

[21] En todo caso Orwell no es anarquista porque considera que el Estado es necesario y que su mera desaparición conduciría al dominio de Al Capone y a la indefensión de los individuos frente a la violencia. Pero su espíritu libertario se manifiesta en la desconfianza ante toda forma de poder y de dominio. Definirle como socialista, libertario y anticomunista, como hizo Mario Vargas Llosa (Letras Libres nº 20), es, en cualquier caso, mucho menos equivocado que entenderle como un anarquista tory (como hace Jean-Claude Michéa).

 

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