Se publicó en la revista Presencia de París, en el N° 6 de noviembre-diciembre de 1966.
-¿Crees que en julio de 1936 el Movimiento Libertario estaba preparado para la Revolución? ¿O, el contrario, estimas que el levantamiento le cogió desprevenido?
– Firmemente, estoy convencido de que no estaba en condiciones de afrontar un acontecimiento de esa envergadura. En aquellos momentos, la C.N.T. no dis-ponía de los cuadros sólidos que requería tal situación. Durante medio siglo la C.N.T. creó una organización que respondía cada día más al concepto sindicalista revolucionario y con vocación libertaria de la A.I.T., y en ese orden se comportó maravillosamente, arrancando al capitalismo español ventajas morales y materiales que sin un método de acción directa no hubiera obtenido… No obstante, a pesar de las críticas de propios y extraños que haya podido suscitar la organización confederal, no cabe duda de que creó un estado de opinión que se identificó con las aspiraciones del pueblo y que éste, a su vez, supo interpretar el sentir de la C.N.T.
-¿Como explicas que un movimiento sindicalista libertario, con tan larga experiencia de lucha, no dispusiera de una organización, de unos cuadros, de una doctrina coherente, capaces de hacer triunfar la revolución?
– Porque la C.N.T. se consagró a esa labor reivindicativa, que era el combate de todos sus hombres y de todos los días. Y porque, gobierno tras gobierno, de concierto con las oligarquías españolas, se empecinaban en destruir y poner fuera de la Ley a todo el movimiento anarco-sindicalista, manteniendo sus mejores militantes en cárceles y presidios, obligando a que la C.N.T. se desenvolviera clandestinamente. Era eso que impedía toda tabor constructiva de largo alcance.
-¿Crees que cuando llegó el momento de edificar una sociedad de signo libertario faltaron las energías?
– No era todo ni era sólo un problema de energías lo que la lucha nos planteó en sus primeras horas : en algunas regiones la organización se encontraba en condiciones para llevar a cabo la tarea revolucionaria de signo libertario.
– ¿Qué regiones eran ésas, según tú?
-En primer lugar, Cataluña. Cataluña era, con mucho, la más numerosa en hombres, la más rica en militantes. En un grado menor, Asturias, Aragón y Andalucía.
-Ahora bien, ¿de cara a esa etapa revolucionaria, disponía Cataluña, además de esos cuadros y de esos militantes, de una doctrina y de una estrategia revolucionaria coherentes?
-Lo pongo en duda : y lo pongo en duda por ser precisamente Cataluña la primera región en que se da un acto de colaboración gubernamental. Al decidir de participar en la responsabilidad del gobierno de la Generalidad, Cataluña se desvía de la verdadera revolución social.
-¿Crees que esa actitud colaboracionista de los compañeros de Cataluña fue determinante, que influyó en la actitud de las otras regionales?
-Creo que aquello fue el hecho consumado. Yo lo recuerdo perfectamente; estábamos en el frente cuando se convocó una reunión para comunicarnos la decisión de colaborar en el gobierno; muchos de nosotros estábamos en contra.
-En los primeros días de la guerra, ¿cómo surgió, por ejemplo, el acuerdo de enviar una delegación de la C.N.T. a discutir con el Presidente de la Generalidad de Cataluña Companys?
-Lo ignoro, porque no se contó con las regionales. Reunidos en la regional del Centro, para escuchar el informe de dos destacados militantes, varios compañeros se manifestaron contra ese acuerdo por considerar que era una flaqueza. Opinábamos que le C.N.T. no tenía por qué aceptar la colaboración, como no tenía por qué aceptar la militarización.
-¿Cual fué en esa reunión el sentir mayoritario?
-La actitud mayoritaria fue de asentimiento mudo, resignado y como fatal ante una realidad que ya dominaba un estado de cosas que no se había previsto. No hubo polémica o disconformidad categórica.
-Tu participación activa en el frente te permitirá contestar la pregunta siguiente : ¿respondían las milicias encuadradas en la C.N.T. a un planteamiento revolucionario de la lucha?
-Las milicias respondieron a una improvisación creada por la necesidad de cerrar el paso al fascismo, sin que existiese una verdadera organización de guerrillas. En aquel momento, cuando yo vivía esa experiencia, estaba convencido de que las milicias confederales podían llevar a cabo esa lucha revolucionaria. En efecto, tenían una fuerza más convincente, más moral, que la de cualquier ejército clásico : respondían a una autodisciplina que el individuo convenía con la colectividad. Solamente, al correr de los días, esa autodisciplina confrontada a la vida del frente, a la dura realidad de la guerra, hacían que, con frecuencia, el instinto de conservación fuese más fuerte. Esta fue una de las razones por las que se aceptó la organización militar de las milicias.
-¿Estimas, por la tanto, que en una guerra revolucionario la palabra disciplina no debe estar reñida con la palabra revolución?
-Si unas milicias obedecen a una doctrina y a unos objetivos revolucionarios, no nos debe de asustar la palabra disciplina.
Hablaré de mi experiencia propia. El día 19 de julio desde al momento en que soy sacado de la prisión de Madrid, me echo al campo, no a la ciudad. Entendía, en efecto, que al enemigo que teníamos enfrente se le debía combatir en el campo. Se organizaron grupos que, después, se convirtieron en milicias… Todo se dejaba a merced de la autodisciplina : creíamos, realmente, que el convenio personal entre hombres era superior a la disciplina impuesta. Pero en los primeros combates de Madrid se comprobó, en varias ocasiones, que ese contrato moral no era suficiente. Por eso afirmó que, en pleno periodo revolucionario, las milicias deben aceptar una disciplina colectiva, siempre que no se asemeje a la disciplina castrense. Dicha disciplina libremente consentida debe preservar el caudal más rico del hombre y de su pueblo : su integridad individual y las formas revolucionarias.
-¿Se pensó en la oportunidad de imponer una guerra de guerrillas?
-Se pensó en las guerrillas. La primera táctica de combate que se emplea en Guadalajara, por ejemplo, fue la táctica guerrillera: se rinde el enemigo, se avanza; se llega hasta Alcolea del Pinar con ánimo de introducirse en campo ene-migo. Pero ya en Paredes de Buitrago nos mandaba un militar profesional, el teniente coronel del Rosal, el cual nos indicaba las objetivos a tomar; los tomábamos, pero nosotros entendíamos que detrás se aquel objetivo había otro a alcanzar. Y el teniente coronel del Rosal creía que ese método era un exabrupto. Y como él, lo creían otros compañeros del Centro. Faltaba, pues, la asistencia necesaria para introducirse en el campo enemigo, para establecer esa lucha de guerrillas.
-¿Crees que, de haber contado con ese apoyo, hubiese sido posible imponer al enemigo esa táctica? ¿Podía haber influido en el desarrollo de la guerra?
-No lo creo. Surgió el levantamiento militar: por donde el fascismo pasaba la arrasaba todo. No hubo una preparación adecuada para sorprender el enemigo; no hubo posibilidad, a pesar de ser España geográficamente apta a ese tipo de lucha, de entablar el combate en donde se creía conveniente y no donde el enemigo lo quería imponer. El enemigo no se dejó sorprender… Aunque no creo que la guerrilla hubiese alterado el resultado final.
– Hubo en la C.N.T. posturas distintas, casi antagónicas, frente al dilema de llevar de frente dos tareas esenciales : la guerra y la revolución. Mientras unos opinaban que era preciso ganar la guerra y hacer después la revolución, otros daban prioridad absoluta a la revolución. Una tercera posición partía de la base de que guerra y revolución debían ser simultáneas. ¿Cuál era tu actitud frente a esos tres caminos distintos?
– Transcurridos treinta años, es normal no pensar hoy como se pensaba en aquellos momentos. No por ello dejo de sentirme identificado con toda la gesta inicial del pueblo revolucionario en armas. En aquellos momentos iniciales, y durante muchas semanas, el concepto guerra y revolución no se planteó a los hombres de la C.N.T. porque no existía. Vencer al enemigo presuponía que la revolución triunfaba.
En 1936, estuve entregado a combatir el fascismo con las milicias hasta marzo de 1937 y quedé al margen de las corrientes minimalistas o maximalistas que se manifestaban dentro de la Organización. Mi convencimiento era que se podía hacer frente a las necesidades del frente e ir al mismo tiempo a la revolución. Más aun, yo creía que cuanto más se afirmara en la retaguardia el concepto revolucionario, con más moral seríamos asistidos los hombres que nos habíamos marchado a los frentes. La quiebra moral no viene de los combatientes, si no de los organismos políticos, y vale mostrar como ejemplo la salida del Gobierno de Madrid en noviembre de 1936. El Gobierno de Largo Caballero, alarmado por la presión que ejercía sobre Madrid el enemigo y rompiendo con la promesa hecha 8 horas antes, decide abandonar la capital -centro y nervio de la resistencia al fascismo, según su propia expresión- sin tener en cuenta los efectos desastrosos que su huida comportaba. Y la cosa se agravaba, porqué pegados a él huían todos los organismos nacionales políticos y sindicales. Entre ellos nuestro C.N. de la C.N.T. y nuestros cuatro ministros. Bien seguro que la óptica de los políticos era distinta a la de los combatientes, que se dieron perfecta cuenta del desastroso efecto psicológica que esa huida operaría sobre el pueblo de Madrid y sobre el frente. A tal punto, que ya el día 8 me encontraba en la defensa de Madrid con un refuerzo de 1.000 hombres retirados del frente de Albarracín.
-Al analizar el período de la colaboración de la C.N.T., suele atribuirse la responsabilidad de esa decisión a determinados grupos de militantes o a determinadas regionales. ¿Crees que es lógico, que es justo? ¿O crees que la responsabilidad la debería asumir la C.N.T. en pleno?
-Creo que no debemos rehuir el estudio del pasado. Al pueblo se le debe decir la verdad. A pesar de lo que digo anteriormente, no me niego a definir la responsabilidad que me haya podido caber, por omisión o intencionadamente, dentro de la trayectoria de la C.N.T. Todos tenemos nuestra buena parte de responsabilidad… Pero creo que la hora de pedir responsabilidades ya ha pasado, o que eso no podrá hacerse hasta que la Organización pueda de nuevo salir a la luz pública y reunirse en Congreso… Quiero hacer constar, no obstante, que la política de los hechos consumados y las decisiones ejecutivas comenzaron enseguida de la guerra.
-¿Como enjuicias la actuación del Partido Comunista español durante la contienda? El P.C., de partido minoritario que era, se convirtió en una fuerza. Para afirmarse no encontró mejor forma que enfrentarse con la C.N.T. y aplastar al POUM. ¿Mantuvo, en esa ocasión, la Organización una actitud eficaz o pecó, por el contrario, de debilidad?
-No solamente la C.N.T., sino el Partido Socialista, los republicanos, etc., dejaron hacer a los comunistas en espera del material ruso pagado con oro español. Si el partido comunista liquidó al POUM, si ejecutó hombres de todos los sectores antifascistas, si hizo labor contrarrevolucionaria, si no respetó la unidad del Frente Popular Antifascista, fue porque su única política era CRECER, hacerse fuerte con el apoyo ruso, y a medida que lo conseguía, imponía su dictadura, Todos nos hacíamos cargo que, pronto o tarde, la gran explicación con el P.C. vendría. Pero aquí también fuimos débiles en honor a salvar lo que entre trincheras estaba en juego. Nadie ignora el papel que hube de desempeñar frente a las turbias maniobras del P.C. español y sobre esta pregunta me remito a los cientos de obras que se han editado, algunas muy buenas y precisas, escritas por los gerifaltes comunistas de la época de nuestra contienda.
-¿Cuáles son para ti los consejos más valiosos para la juventud, especialmente de cara a una acción revolucionaria?
-No sé si mis consejos serán válidos. O si la fueran si serán escuchados. Pero daré mi punto de vista.. Con aciertos o errores y hasta con ambos, la juventud tiene en la Revolución española, en la C.N.T. y en sus hombres, sujeto amplísimo de meditación. Si todo no es bueno como ejemplo porque la situación no es la misma, porque el planteamiento ya es otro, porque el nivel cultural y de confort es mayor, queda siempre que el problema de la libertad y el de un socialismo humano y libertario está por resolver. Nosotros, los hombres de la revolución del 19 de julio, quizás no tengamos otra feliz ocasión de poder recomenzar, pero ahí estáis vosotros, los jóvenes que habéis tenido la fortuna, digo bien la fortuna, de heredar una experiencia que no pide otra cosa que ser continuada.
Especialmente debo poner el acento sobre el papel importante del sindicalismo revolucionario que encarnó la C.N.T. Sin una organización sindicalista revolucionaria, fuerte y con vocación anarquista, no será posible la manumisión de los trabajadores; caerán siempre en el juego de los demagogos y en el reformismo político.
En el momento actual, la tarea principal de la juventud inquieta está en los talleres, en los tajos, en las oficinas, en la Universidad y en la calle. Está junto al Pueblo, que no es solamente un «buen aliado» como se viene diciendo, si no que es el principal protagonista de la acción social. Porque en la acción social no valen términos medios.
Edición digital de la Fundación Andreu Nin, junio 2006