Zinaida Volkow, de soltera Zinaida Bronstein, fue la hija mayor del matrimonio de Trotsky con Alexandra Lvona, sin duda una de las mujeres más singulares de su tiempo. Alexandra conoció a Trotsky cuando éste tenía 15 años, o sea en 1896, formaba parte del círculo de estudiantes y obreros que formaron la Unión de Obreros c Rusia. Un poco mayor que él, Alexandra fue la inductora de su «conversión» al marxismo. Trotsky entonces consideraba esta concepción como fría, dogmática y despectiva con la tradición populista revolucionaria. Cuando el joven Bronstein fue deportado a la Siberia Alexandra se fue con él y ambos contrajeron matrimonio en el año cero del siglo.
En la sombra del gigante
Los testigos oculares de la unión hablan de un romance pero el propio Trotsky es mucho más circunspecto cuando escribe en Mi vida: «El trabajo común por la causa nos había unido instintivamente, y para que no nos desterrasen a lugares distintos habíamos hecho que nos desposasen en la cárcel, de depósitos de Moscú». El caso es que, después de cuatro años de deportación en Verkholenski, en las montañas que rodean el lago Bakal, tuvieron a Zina y Nina. Cuando estas contaban con tres y un año, respectivamente, Trotsky pudo fugarse con la ayuda de Alexandra, dejando un muñeco en su cama.
Poco tiempo después, en París, Trotsky conoció a Natalia Sedova con la que vivió el resto de sus días. Alexandra nunca pidió o reprochó nada a Trotsky. Siguió siendo una militante integral bajo el zarismo, al tiempo que crió y educó a sus hijas en el fervor a las ideas revolucionarias. Estas mantendrían una relación apasionada y distanciada con Trotsky hasta que, en 1931, Zina llega a Prinkipo para curarse de sus problemas nerviosos.
Entonces, ya la gran tragedia del estalinismo había hecho sus primeras víctimas. El marido de Nina, Nevelson, fue deportado cuando lo fue Trotsky a Alma-Ata. Nina, excluida del partido y privada de su trabajó, cayó gravemente enferma por las privaciones, murió de tuberculosis a los 26 años. Zina la cuidó hasta su expiración, y comienza sufrir los primeros síntomas di una enfermedad psíquica. Si propio marido, Platón Volkow fue deportado en 1928. En 1935 será condenada de nuevo por cinco años y en su última carta clandestina habla de seguir Ia ruta de los Lafargue, o sea la de suicidio. La propia Zina fue detenida en dos ocasiones. A pesar de su situación, Alexandra siguió ejerciendo de maestra hasta la mitad de los años treinta, siendo posiblemente una de las últimas (sino la última) personas que se atrevió en público a criticar la burocracia y a defender las ideas de la Oposición por las cuales caería toda su familia.
En sus impresionantes Memorias de un revolucionario, Víctor Serge describe a Zina diciendo: «Se parecía rasgo por rasgo a su padre, con una viva inteligencia y una gran firmeza de alma». Deutscher subraya también esta semejanza para añadir: «Tenía las mismas faccíones angulosas y la misma tez morena, los mismos ojos expresivos, la misma sonrisa, la misma ironía sardónica, las mismas emociones profundas y también algo de su mente indomable y de su elocuencia. Parecía haber heredado sus pasiones políticas, su militancia y su hambre de actividad». Su madre decía que tenía un «espíritu más público que familiar..
Habían transcurrido casi treinta años de su separación, y ahora iban a aflorar muchos problemas contenidos durante mucho tiempo. Zina llegó a Prinkipo desfondada, con el corazón destrozado, pero animada por la alegría de reencontrar a su padre y con ganas de ser útil a la misma causa. Después de unos primeros tiempos de recuperación, Zina volvió a enfermar. No resistía el calor de Turquía y fue operada de los pulmones en varias ocasiones. La situación de los suyos en el interior de la URSS la carcomía, y se sentía indeseada e inútil. Su propia situación llevaba a Trotsky a no brindarle su confianza política en tareas tan difíciles y complejas como las relaciones con la Oposición que caían casi íntegramente sobre su hijo Liova. Trotsky sufría por su incapacidad para dar respuesta a unos problemas en los que su capacidad intelectual y política era impotente. Esto le llevaba en ocasiones mostrarse irascible, algo que ella no podía soportar. Entonces Zina comenzó a tener ataques de delirio. Su postración mental le impedía, empero, demostraba unos grados de fugaz lucidez que asombraban a todos.
Como es sabido, Trotsky fue seguramente el primer marxista interesado por el pensamiento freudiano, curiosidad que compartió con Abraham Joffe, dirigente y diplomático bolchevique que estuvo a su lado durante toda su vida militante (1). Sin duda, todo esto tuvo que ver con su decisión de enviar a Zina a Berlín, lo que él aceptó a regañadientes. Cuando Zina llegó a Berlín, la situación política se había convertido en algo que difícilmente se podría comprender sí el psicoanálisis. Habían pasado unas pocas semanas de plebiscito de Prusia, cuando lo comunistas pusieron un ultimátum a la socialdemocracia y terminaron votando junto con los nazis contra el «socialfascismo». La derecha se volcaba hacia el nazismo para que éste le ayudara a «limpiar el patio» di comunistas. Los socialdemócratas seguían atados al juego parlamentario y contraponían al nazismo una legalidad ya podrida por el cáncer nazi. Los comunistas afirmaban que detrás de Hitler vendría su propia oportunidad. En medio de todo esto, Zina se siente confundida por los médicos, al tiempo que trata de confundirlos. Un ucase de las autoridades soviéticas le negaba la posibilidad de regresar.
El círculo se cerraba cada vez más. Sus relaciones con Liova, a la sazón en Alemania, eran cada vez más tensas y su enorme fe en Trotsky fue dejando su lugar a una relación cada vez más conflictiva. Era cada vez más incapaz de administrarse y frecuentaba las zonas «lumpen» de la ciudad. Rechazada por el ínfimo grupo trotskysta –curiosamente, mientras que los escritos de Trotsky sobre Alemania se habían convertido en una literatura de amplia divulgación popular–, Zina se sintió atraída por la idea de colaborar con el Partido Comunista, en aras de la revolución que decían preparar. Sus cartas son perturbadoras, pero al mismo tiempo parecen una ilustración llena de talento de la situación social y política. Pero cada vez que le recriminaba a su padre que sus dificultades «nunca tienen que ver con los grandes problemas, sino con los pequeños», la herida de Trotsky se abría más.
Tres detalles de importancia coincidieron con su suicidio. El primero se debió a su conflicto político, ampliado por ser Liova su interlocutor. El segundo era que estaba embarazada. El tercero fue que Trotsky hizo llegar al psiquiatra las cartas que ella le había enviado. El 14 de diciembre escribía a Trotsky su última carta: «Querido papá sólo espero de ti siquiera unas pocas líneas». Poco después se suicidaba con el gas de la cocina. El impacto hizo envejecer al viejo, pero la tragedia personal de la familia Trotsky pronto palideció en medio de la tragedia política que se abatió sobre Europa: el 30 de enero de 1933, Hindeburg llamaba a Hitler a la cancillería del Reich.
Notas
(1) Ver la obra de Carlos Castilla del Pino, Marxismo y psicoanálisis.