La crisis del movimiento comunista, de Fernando Claudín (Juan Andrade,1970)

Cuadernos de Ruedo ibérico nº 25, junio-julio 1970

Confieso que siento siempre una gran aprensión, en principio, cuando voy a abordar la lectura de un libro escrito por un antiguo dirigente comunista que ha roto las amarras con el partido, y que trata de justificar o explicar sus posiciones políticas presentes. Generalmente se descubre un renegado, en el peor sentido del término, que ha vendido su alma al diablo, y que trata de hacer méritos de arrepentido ejercitándose en un anticomunismo frenético, en el que no se ataca ya sólo a la burocracia estalinista sino también todo lo que sea anticapitalismo, es decir las ideas socialistas en general. Es la manera de intentar justificar el poder servir a otros. Son los que terminan como apóstatas integrales, y desgraciadamente he conocido algunos ejemplos.

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El pacto germano-soviético (agosto de 1939). Cuando Stalin brindaba por Hitler (Wilebaldo Solano, 1989)

Publicado por El Periódico de Cataluña,  19 de agosto de 1989

Hace cincuenta años, Europa y el mundo asistieron, atónitos, a uno de los acontecimientos más sorprendentes del  siglo:  la firma de un «pacto de  no agresión» germano-soviético en Moscú. Fue el 23 de Agosto de 1939. Las cámaras registraron  para la posteridad los rostros eufóricos de Stalin, Molotov, Ribentrop, Schulemburg y G. Hilger. Hitler, consultado prevíamente,  dio su visto bueno por teléfono. Stalin brindó con champán : «Sé que la nación alemana ama mucho a su Führer. Por eso me gusta beber a su salud».

El fin del estalinismo y el porvenir del socialismo. (Wilebaldo Solano)

Publicado en Iniciativa Socialista nº 21, octubre de 1992. 
El problema capital de nuestro tiempo, de este fin de siglo de grandes convulsiones históricas, consiste en hacer un poco de luz sobre los cambios espectaculares que están modificando la fisonomía del mundo y levantando incógnitas enormes para todos los que se reclaman del socialismo, sean de la tendencia que sean, y no consideran que «la historia se ha terminado» con la «victoria final» del capitalismo.
Ha llegado la hora de la gran reflexión y no de uno de los tantos debates importantes que han marcado la historia del socialismo. Sabemos perfectamente que algunos -precisamente los que más se han equivocado o han incurrido en mayores responsabilidades- prefieren callar, dejar que pase el tiempo y esperar el milagro que pueda rehabilitarles. Mientras tanto practican el empirismo tradicional o se refugian en la socialdemocracia. Pero sabemos también que incluso en el campo de los que, de una forma u otra, denunciaron el estalinismo y sus estragos, abundan los que no ocultan su satisfacción por «haber tenido razón» y rehuyen todo debate que pueda alterar sus certitudes.

Un naufragio sin precedentes

El naufragio de la URSS, la caída de los regímenes estalinistas del este de Europa, la crisis de China, de Vietnam y de Cuba y la dispersión del movimiento comunista en el mundo constituyen un fenómeno sin precedentes en la época contemporánea. Pues bien, un fenómeno de este tipo no puede ser eludido diciendo simplemente que «el capitalismo es peor» o arguyendo que como en la URSS y los países del este «no había socialismo», el naufragio tiene menos importancia de lo que parece. La verdad cruda y simple es que para millones de personas de todos los países se han desmoronado los mitos ampliamente difundidos por el estalinismo durante varias décadas y que la propia idea de la emancipación humana por la vía del socialismo ha quedado severamente comprometida, por no decir definitivamente desacreditada.
Los que no hemos comulgado nunca con las mistificaciones estalinistas, los que a lo largo de los años y de las vicisitudes de este siglo de guerras y de revoluciones hemos denunciado y combatido el proceso de degeneración de la revolución rusa -en España y en otros países- no podemos aceptar el silencio que se nos quiere imponer. La política del avestruz, el olvido de la experiencia, la renuncia al espíritu crítico y a la propia explicación de los fenómenos sociales y políticos que conmueven al mundo de hoy, son inadmisibles. Y, sobre todo, en el movimiento obrero y socialista y en los círculos de la intelectualidad progresista y radical.
Escribí en un diario de Barcelona que la pregunta que se imponía era «por qué ese naufragio histórico sin precedentes que la televisión mostró al mundo con el patético discurso de Gorbachov y la sustitución de la bandera roja por la bandera del despotismo zarista en el Kremlin» . El naufragio lo reconoce todo el mundo, incluso muchos comunistas; hasta los que se empeñan en proclamar que ellos eran diferentes y que sabían que en la URSS no existía el socialismo. Es un paso adelante mínimo. Lo que se necesita es entrar en las causas y los motivos. Sólo contestan claramente a esto los antiguos comunistas que han llegado a la conclusión vulgar de que «el comunismo ha muerto», de que la revolución de octubre fue una especie de «catástrofe sin sentido» y de que todo lo que se ha derivado de ella ha resultado profundamente nefasto.
Los marxistas revolcuionarios comprendemos la inmensa decepción de los militantes o de los ex-militantes comunistas que confundieron el despotismo estalinista con el socialismo. Pero no podemos aceptar el mea culpa relativo de los dirigentes y de los intelectuales que sabían tan bien o mejor que nosotros lo quee ra realmente la URSS, lo que representaba la burocracia, las condiciones en que vivían los trabajadores, el aplastamiento de la vida intelectual, la represión y el terror ejercidos durante los largos años de opresión. Lo sabían y se callaban por puro oportunismo. Algunos, como Georges Marchais [el que fuera secretario general del PCF], llegaron a decir que la experiencia de la URSS y de las democracias populares era «globalmente positiva». Otros, como Berlinguer o Occhetto, paralizados en su país por el descrédito del estalinismo, difundieron edulcoradas algunas de las tesis de los marxistas antiestalinistas, dijeron que se había agotado «el impulso de octubre de 1917», peros e mantuvieron en la órbita de Moscú y siguieron prestando grandes servicios a la burocracia rusa. Otros, como Carrillo, copiaron a los italianos con retraso, y mal, pero mantuvieron los mitos y el autoritarismo burocrático en sus propios partidos, siguieron ensalzando a los Ceaucescu y a los Kim Il Sung, y no rompieron nunca el cordón umbilical con Moscú.
Lo lógico sería que ahora los dirigentes comunistas y ex-comunistas hicieran un balance crítico de su experiencia. Los militantes que se sienten desamparados y burlados lo reclaman desde hace tiempo. Mas éste balance no aparece por ninguna parte. Así las cosas, los partidos comunistas, o lo que queda de ellos, vegetan, esperan, cambian de nombre o se disfrazan tratando de animar otras organizaciones más amplias y hasta piden asilo político en la Internacional Socialista. Y, de un modo general, operan recurriendo a los métodos burocráticos y a las mistificaciones ancestrales.
La ruptura radical con la «ideología», la práctica y los métodos burocráticos del estalinismo es absolutamente indispensable no sólo para los intelctuales y los militantes comunistas sino incluso para los que, situándose a la izquierda de los partidos comunistas, operaron, sabiéndolo o sin saberlo, como compañeros de viaje. Sobre todo durante la época en que el equipo aventurero de Brejnev, en plena guerra fría, dio la impresión de que actuaba como una fuerza antiimperialista, cuando en realidad su política consistía en crear y fomentar bases de apoyo para su confrontación con los Estados Unidos. La tesis de los estados obreros, degenerados o deformados, aplicada a la URSS y a las democracias populares, idealizaba a la burocracia, le asignaba una «misión histórica» que era falsa, y llevaba a un callejón sin salida.

Un desmoronamiento previsible

El desmoronamiento de la URSS y de los satélites del Este plantea infinidad de problemas a todo el mundo. Pero, esencialmente, a los que se proclaman socialistas. Son muchos los que aseguran firmemente que ese desmoronamiento era imprevisible. Algunos hemos dicho ya en múltiples ocasiones que para los marxistas revolucionarios que no creíamos en la estabilidad ni en la estabilización del despotismo estalinista, el fin de éste era previsible (aunque no de la manera absurda y grotesca que lo hemos vivido). No quiero abrumar al lector con citas, que se pueden encontrar con facilidad en las obras de León Trotsky, Víctor Serge, Andreu Nin y tantos otros. Destacaremos solamente que, ya en octubre de 1928, el propio Bujarin, que había mantenido una colaboración muy criticada con Stalin, escribía que si la clase obrera no derribaba la dictadura burocrática, otras fuerzas se ocuparían de la tarea. En 1932, la preocupación de Andreu Nin era que el fin del estalinismo no fuera, también, la «caída de la revolución rusa y un desastre irreparable para el proletariado internacional».
Desde la publicación en 1937 de La revolución traicionada de Trotsky y de Destino de una revolución de Serge, análisis magistrales de la sociedad soviética de los años treinta, la literatura marxista consagrada a la URSS ha sido muy importante. Y, en ella, casi nadie concedía un porvenir histórico a la burocracia soviética y a la URSS estalinista. En 1969 se publicó en París un importante volumen titulado Samizdat I-La voz de la oposición comunista en la URSS, que era una especie de antología de los principales escritos clandestinos que denunciaban los desmanes de la dictadura estalinista. Este docuemnto impresionante daba una idea bastante justa de la resistencia y de la oposición al sistema, oposición muy variada, nacida al calor del XX congreso del PCUS y del período de Jruschov. Muchos de sus animadores, entonces desconocidos, jugaron un papel importante en la época de la perestroika. Entre ellos figura Sajarov que en 1968 publicó un documento poniendo en guardia contra los peligros que amenazaban al régimen y a la humanidad.
Dos años después, en marzo de 1970, Sajarov, el historiador Medvedev y el físico Turchin dirigieron una carta-programa a Brejnev en la que, después de analizar el estancamiento de la economía soviética y los peligros que amenazaban a la URSS, reclamaban «una democratización de toda la vida social» y planteaban: «¿Qué nos espera si no se sigue esa vía? Retraso con relación a los países capitalistas en la segunda revolución industrial y transformación de nuestro país en uan potencia provincial de segundo orden; agravamiento de todas las dificultades; agravación d elos problemas nacionales, ya que la aspiración a la democratización tiene inevitablemente un carácter nacionalista». En 1987, Gorbachov hacia casi el mismo análisis al explicar el estancamiento bajo el reinado de Brejnev y al justificar la necesidad de la perestroika.
Todo esto viene a confirmar que la teoría de la imprevisibilidad no está justificada y que las causas del hundimiento de la URSS son conocidas en lo esencial: fracaso en la confrontación político-militar con los Estados Unidos, imposibilidad de vivir bajo el equilibrio del terror atómico y de proseguir el rearme y la guerra fría, estancamiento de la economía y retraso tecnológico grave como consecuencia de una planificación burocrática que ya había sido denunciada en los años veinte por Trotsky y por Bujarin, desarticulación del aparato burocrático del partido y del estado frente a las tendencias a la democratización, agravación de los problemas de las nacionalidades oprimidas y explosión de las tendencias nacionalistas, crisis y descomposición de la burocracia como categoría social y emergencia de una nueva clase que preconiza la restauración del capitalismo.
Todos estos problemas merecen un análisis profundo y unos debates apropiados. poeque para nosotros no puede bastar con decir que «no había socialismo» o que era «una dictadura totalitaria». Y, naturalmente, ese análisis tiene que comprender toda la experiencia de la revolución de octubre, examinada sin prejuicios de ninguna especie, pero rechazando los anteojos reaccionarios de los que tienen interés en mezclarlo todo, en confundir el estalinismo con el comunismo, en acusar al marxismo de todos los males y en proclamar que el socialismo es una utopía peligrosa.

Publicado en Iniciativa Socialista nº 21, octubre de 1992. 
     El Periódico de Cataluña, 17 de febrero de 1992. 

Ciudad conquistada. Serge y el terror rojo (Juan Manuel Vera)

Revista Trasversales  número 41, junio 2017.

Las novedades editoriales de obras de Víctor Serge se multiplican en el mercado español. A lo largo del año 2017 han aparecido las reediciones de Medianoche en el siglo y de El nacimiento de nuestra fuerza, así como las primeras ediciones españolas de Ciudad conquistada y Resistencia. Una hoguera en el desierto (1). Para los próximos meses están previstas otras jugosas novedades que, por respeto a los tiempos de trabajo de las editoriales implicadas, no conviene desvelar, y que pueden completar, de modo espectacular, la presencia de Serge en nuestras librerías.
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1928. Intervención de Andreu Nin en el congreso de la Internacional Sindical Roja

Intervención de Andreu Nin extraída de Protokoll über den 4. KongreB der Roten Gewerkschafts-Internationale. Abgehalten in Moskau vom 17. Marz bis 3. April 1928. Führer-Verlag, Berlin, 1928. Publicada en España por la revista Balance (Cuaderno núm. 1, serie de documentación y archivos, Barcelona, septiembre de 1994). Traducción del alemán de Isabel Romero. Continuar leyendo «1928. Intervención de Andreu Nin en el congreso de la Internacional Sindical Roja»

1992 Andreu Nin, la URSS y el estalinismo (Wilebaldo Solano)

Artículo fechado el 12 de enero de 1992 y publicado en la revista Cuadernos 90 de Barcelona.
 En el año 1992 se conmemora el centenario de Andreu Nin. En efecto, el célebre dirigente del POUM y una de las figuras más importantes del movimiento obrero español nació en El Vendrell el 4 de febrero de 1892. Nin, era, entre otras muchas cosas, un intelectual profundamente enamorado de la tierra, el pueblo y la lengua de Cataluña. Continuar leyendo «1992 Andreu Nin, la URSS y el estalinismo (Wilebaldo Solano)»

Necesidad de una renovación del socialismo (Víctor Serge, 1947)

Nada permanece estable en el mundo desde hace treinta años. La historia sólo permite una estabilidad aparente a los dogmas religiosos. Ni la ciencia ni la producción, ni los movimientos intelectuales ni los movimientos sociales pueden contentarse hoy ni con las mejores fórmulas de hace treinta años. O de hace 20 años… En lo que hace referencia al socialismo, que fue el idealismo más vivo de la sociedad capitalista y la concepción más audaz de las clases interesadas en la transformación de la sociedad, es evidente que sólo podrá revivir al precio de un rearme ideológico, de una renovación, en resumen, de un vasto esfuerzo dinámico de investigación y de creación. Continuar leyendo «Necesidad de una renovación del socialismo (Víctor Serge, 1947)»