Una mirada histórica sobre la revolución bolchevique. 1924-2024: a cien años de la muerte de Lenin (Jesús Jaén Urueña, 2024)

Los bolcheviques son los herederos históricos de los Niveladores ingleses y de los Jacobinos franceses. Pero la tarea concreta que tenían que realizar en la revolución rusa, después de la toma del poder era incomparablemente más difícil que sus predecesores históricos.” (1)

I

Lenin dirigió al partido bolchevique en las semanas previas a la insurrección de octubre con mano firme, pese al caos general del país y a la actitud dubitativa de una gran parte de los dirigentes de su partido. Tenía la convicción que había llegado el momento oportuno de abrir las puertas a la historia. Las ideas escritas por Marx y Engels podían ponerse en práctica por vez primera; hasta él mismo las había desarrollado unos meses antes de la insurrección de octubre en su libro “El Estado y la Revolución” (2).

¿Podían los bolcheviques asumir ese reto? Esa sigue siendo una pregunta difícil de responder. Mientras tanto, vamos a ponernos en la piel de unos revolucionarios que rondaban los treinta o cuarenta y tantos años; bien formados intelectualmente gracias a años de exilio en el corazón cultural de Europa: Berna, París, Viena, Londres, Berlín, etc.  La intelligentsia del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSR), así como la de los populistas revolucionarios o narodniki (3); formaron parte de una extraordinaria generación de revolucionarios nacidos en la segunda mitad del siglo XIX. Entre ellos, Lenin, Martov, Trotsky, Axelrod, Parvus… El marxismo se había expandido en toda Europa y Estados Unidos pero de manera particular en Alemania, Rusia o Austria. El rápido desarrollo industrial había ido creando un nuevo proletariado y una cultura socialista (4).

La estrategia revolucionaria de Lenin y sus compañeros era acabar con la autocracia zarista sin pasar necesariamente (como defendían los mencheviques, los marxistas legales y economicistas), por etapa burguesa, es decir, esperar a que la burguesía liberal se pusiera a la cabeza de la revolución (5). La excepcionalidad rusa consistía en que esa burguesía liberal era extremadamente débil y subordinada al régimen, por lo que dejaba en manos del proletariado y del campesinado pobre todas las tareas (democráticas y socialistas) de la revolución. Ese pensamiento también era compartido por otros marxistas no bolcheviques como Trotsky, Rosa Luxemburgo o Parvus (6). No había que esperar a la burguesía liberal, decía Lenin, había que preparar la revolución en Rusia que éste resumía en una fórmula de carácter algebráico: la dictadura democrática del proletariado y del campesinado. Las condiciones estaban maduras y no dependían del mayor o menor desarrollo de las fuerzas productivas, sino de la crisis política y la disposición revolucionaria de las clases oprimidas.

Abrir las puertas del socialismo a la humanidad en eso consistía la tarea histórica que se habían propuesto Lenin y los bolcheviques.  Una tarea que apareció abruptamente con el estallido de la I guerra mundial. Tal como se había imaginado el viejo Engels en sus últimos años de vida, una guerra interimperialista traería a los países en conflicto unos niveles de destrucción nunca vistos.

II

En 1914 la vieja Europa de los imperios entró en guerra. Ello significó un punto de inflexión del capitalismo. Solo el imperio británico quedó en pie, mientras que el imperio austrohúngaro y zarista se vinieron abajo. En Europa se abrió una situación revolucionaria y ahí es donde los bolcheviques encontraron un sitio en la historia. En febrero de 1917 con la caída de la dinastía Romanov se abre en Rusia un proceso revolucionario que culminará en octubre con la llegada al poder del gobierno revolucionario de Lenin y Trotsky.

Lenin, pensaba como la mayoría de los marxistas de aquella época, que las bases teóricas y científicas para avanzar del capitalismo al socialismo estaban ya dadas en los escritos de Marx y Engels; al menos en el mencionado libro “El Estado y la Revolución” asumió plenamente ese legado. Sin embargo, la realidad fue otra. Marx y Engels no habían desarrollado más que vagamente lo que entendían por el socialismo y el paso por una etapa intermedia -que era la dictadura del proletariado- (7). De esa manera, los bolcheviques tuvieron que construir un nuevo Estado en medio de un torbellino de crisis, caos y guerra civil.

Los primeros comunistas asumían el modelo de la revolución francesa de 1789 como modelo universal y trasladable a la revolución proletaria. Marx concretamente consideraba que Francia era el principal laboratorio de la lucha de clases. Marx y Engels habían subestimado las revoluciones de 1848 por su carácter no proletario pero tenían en alta consideración la breve experiencia de la Comuna de París de 1871, a la que Marx había definido como un ensayo de dictadura del proletariado (8). Lenin era bastante fiel a ese legado aunque sin renunciar a su propia originalidad, tratándose -como era en su caso- de una mente brillante y creativa con alta capacidad táctica y analítica.  Se consideraba a sí mismo un “jacobino revolucionario” (9) y sentía profunda admiración por Chernyshevsky, Babeuf o Blanqui. (10).

A finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, el marxismo veía, casi como inevitable, un futuro socialista no muy lejano. El crecimiento del proletariado, de sus sindicatos, escuelas, prensa y partidos políticos parecía imparable. Había cierto determinismo dentro de un ambiente intelectual y científico caracterizado por el positivismo científico y el auge de las teorías de Darwin en el terreno de las ciencias naturales. Marx y Engels sentían profunda admiración hacia éste, pero de los escritos de Karl Marx (es diferente en el caso de Engels en donde existen contradicciones) no se deduce una teoría social evolucionista. Fue el marxismo de Kautsky, Plejanov, Bebel o Bernstein el que dio pie al gradualismo teórico y adocenamiento político. La misma interpretación del materialismo histórico hecha por Bujarin unos años más tarde, refleja la impronta del mecanicismo en varias generaciones. Los marxistas de la segunda internacional esperaban que el desarrollo de las fuerzas productivas y el peso del movimiento socialista hiciera que el socialismo madurase gradualmente en el seno de las sociedades capitalistas (11).

La creencia más extendida entre ese marxismo positivista y evolucionista era que la revolución socialista seguiría el mismo esquema que las revoluciones burguesas. Que la transición al socialismo sería similar a los procesos por los que las burguesías revolucionarias habían accedido al poder político desde las mismas bases materiales de la vieja sociedad. Pero no fue así, había diferencias muy importantes. La simplicidad con la que una gran parte del marxismo -tras la muerte de Marx- querían explicar los procesos de transición de las sociedades precapitalistas o las características de esas sociedades, no se correspondía con toda la complejidad y particularidad de cada país. Incluso algunos trabajos de Marx anteriores a las primeras ediciones del volumen I de El Capital (1867), podrían haber dado pie a reducir el análisis concreto a fórmulas genéricas como es la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción (12).

La revolución francesa de 1789-1793 fue una revolución política y social. La burguesía revolucionaria que estaba fuera del poder político, necesitaba para desarrollarse, derribar a la Monarquía absolutista y a las viejas clases aristocráticas. Por todos los poros de la sociedad francesa o inglesa el capitalismo estaba en marcha. Se estaba apoderando e imprimiendo unas nuevas relaciones de clase basadas en el trabajo asalariado tanto en las ciudades como en el campo; el comercio interior como el de ultramar se había adueñado del mercado; el desarrollo bancario, los créditos y la emisión de deuda fueron lubricantes de una nueva sociedad capitalista que pedía con urgencia liberarse de todas las ataduras feudales. Era el capitalismo incipiente. La revolución de 1789 dió la estocada a la Monarquía de Luis XVI.  Ese triunfo se plasmó en una nueva carta de derechos. El más importante para los jacobinos era sin duda el derecho a la propiedad privada y la garantía jurídica por parte del nuevo régimen, que ni la vieja nobleza ni las clases plebeyas atentarían contra él (13). Las revoluciones burguesas de los siglos XVII y XVIII allanaron el camino del desarrollo capitalista y posibilitaron el proceso de acumulación mundial sobre el que despegará la revolución industrial.

III

Pero a diferencia del capitalismo, el socialismo no emergió, como las setas en el interior de las sociedades capitalistas. Al contrario, siguió siendo el capitalismo el que, una y otra vez, se reproducía en sociedades prerrevolucionarias o posrevolucionarias. La perspicacia intelectual de Marx supo descifrar ese enigma. Bajo el modo de producción capitalista, a diferencia de los anteriores, las relaciones humanas aparecen cosificadas e invertidas en forma de relaciones económicas que Marx definió como el fetichismo de la mercancía (14). La explotación y la obtención de la ganancia bajo el capitalismo aparece como una relación libre y voluntaria, una relación contractual entre empresario y obrero, y no una relación de poder y dominación por parte del capitalista. Esa relación que bajo el feudalismo aparecía como imposición a la fuerza del señor dueño de la tierra hacia los siervos, en el caso del capitalismo aparece camuflada. El capitalismo histórico ha sido un modo de producción revolucionario (no en el sentido de la igualdad sino de los avances tecnológicos o científicos). Nunca antes la humanidad ha vivido un vértigo similar que nos coloca a las puertas de un salto hacia adelante o a nuestra propia extinción.

El hecho de que las relaciones capitalistas aparecieran antes que los Estados burgueses, tuvo en Rusia una originalidad aún mayor. A finales del siglo XIX en pleno desarrollo industrial y abolida la servidumbre en 1861, todavía el gran imperio zarista era un Estado feudal basado en una relación de poder de la familia de los  Romanov y de las viejas clases nobles (15).

La equivocación de comparar la transición del feudalismo al capitalismo con una hipotética transición del capitalismo al socialismo, condujo a errores y una falta de previsión teórica. Por ejemplo, se subestimó la capacidad de resistencia de las clases burguesas y el peso de sus tradiciones. Los Estados burgueses, a diferencia de los feudales, han demostrado a lo largo de la historia, una capacidad de resistencia y adaptación que no se dió en las monarquías absolutistas. La prueba más clara fue la derrota de los espartaquistas alemanes en enero de 1919 que costó la vida de Rosa Luxemburgo y Karl Liebneck. En ese caso, no sólo fueron errores de improvisación o preparación sino de subestimar la capacidad de la joven República de Weimar.

La revolución socialista no podía ser una simple revolución política, ni un cambio de sujetos dentro de un Estado. Tenía que ser un proceso de transformación profunda que afecta a todos los órdenes de la vida humana y del metabolismo social. A diferencia del capitalismo, el socialismo es una construcción consciente que precisa uno o unos sujetos revolucionarios y no solo la indiferencia, sino el apoyo decidido de otros sectores sociales. Sí éstos no empujan en la misma dirección, ya sea el campesinado, la pequeña burguesía o las clases medias pauperizadas, el éxito no estará garantizado. No hay ninguna posibilidad de construir una sociedad más justa, igualitaria y libre, si el proyecto socialista no es mayoritario entre la sociedad; si el camino político hacia esta sociedad no forma parte de los lugares y objetivos donde se quiere llegar. Las dictaduras políticas que, en nombre del socialismo, han sucedido a lo largo del siglo XX, son una aberración histórica e incluso una formación social más atrasada que el capitalismo de los países avanzados.

IV

La revolución de octubre triunfó en las ciudades más importantes como San Petersburgo y Moscú pero no llegó a todos los rincones de Rusia. Fue esencialmente una revolución urbana y proletaria que no consiguió arrastrar a la mayoría del campesinado que vivía en las aldeas remotas del continente ruso. Ese fue un hándicap fundamental a lo largo de todo el proceso. La Asamblea Constituyente por ejemplo había dado la mayoría a los socialistas revolucionarios. La tradición cultural y la religión (la Iglesia ortodoxa) eran un pesado lastre del que se tenían que librar los socialistas rusos.

El nacimiento del primer gobierno revolucionario encabezado por Lenin y Trotsky era la representación de una dictadura del proletariado mayoritaria en los soviets pero minoritaria tanto en el conjunto de la sociedad como en todo el movimiento obrero. La insurrección contaba con un respaldo social en Moscú y San Petersburgo pero no en todo el país. Había sectores de la clase obrera en estas ciudades -como el sindicato de ferroviarios- con el que chocaron los bolcheviques en sucesivas ocasiones. La misma consigna de los bolcheviques ¡Todo el poder a los soviets! que jugó un papel central en la llegada al poder de los bolcheviques con los socialistas revolucionarios de izquierda, era históricamente limitada. Lenin y Trotsky veían posible superar esas dificultades en el momento que los soviets de obreros y soldados -dirigidos por ellos- llegaran al poder. El mismo Lenin, había cambiado el programa bolchevique sobre la tierra para llegar a un acuerdo con los socialistas revolucionarios de izquierda. Ese cambio (de la nacionalización de la  tierra al reparto a las clases campesinas pobres), fue duramente criticado por la izquierda bolchevique y por socialistas como Rosa Luxemburgo.

En el terreno político, las medidas tomadas por Lenin durante los dos años del comunismo de guerra fueron en detrimento de la democracia socialista. El carácter limitado del proceso social de octubre llevó a que la revolución tuviera muchos enemigos, tanto en el campo de la reacción como entre los partidos soviéticos. Los bolcheviques no querían acabar como los jacobinos franceses y por eso intentaron blindar la revolución con medidas fortaleciendo la dictadura. El régimen que, en un primer momento quería representar a la mayoría de los soviets, se fue desgastando por la guerra y el hambre. La dictadura del proletariado basada en la organización de los soviets se fue reduciendo a una dictadura bolchevique. La eliminación del sufragio universal, de la independencia de los sindicatos, la ilegalización de los partidos, el poder represivo de la Cheka… Todo ello contribuyó a la degeneración burocrática posterior.

Por lo tanto tenía razón Rosa Luxemburgo frente a Lenin cuando criticó a los bolcheviques por la disolución de la Asamblea Constituyente. Tenían razón la Oposición Obrera cuando defendió la independencia de los sindicatos respecto al Estado. Tenían razón los anarquistas y marxistas libertarios cuando criticaron al gobierno bolchevique que aplastó la insurrección de Kronstadt (16).

El Partido y el Estado fueron las palancas que tenían que conducir al socialismo pero eso era una contradicción con la teoría de Marx e incluso con muchos pasajes del Estado y la Revolución de Lenin ¿Cómo se puede llegar a la extinción del Estado si la dictadura del proletariado era un fortalecimiento del mismo? A veces hemos tratado de justificar esta contradicción diciendo que era una situación excepcional y anómala, pero no lo fue para Lenin y Trotsky. El X congreso del partido comunista se celebró una vez acabada la guerra civil y, sin embargo, en ese congreso se aprobaron todas las medidas de excepcionalidad contra las libertades y la democracia como la eliminación de todas las tendencias dentro del partido.

En el terreno económico los pasos dados por el gobierno fueron improvisados por la situación. No por la carencia de grandes economistas dentro del partido (17), sino por el devenir de los acontecimientos. Se pasó de un comunismo de guerra a la NEP (18) que era todo lo contrario. El balance del comunismo de guerra fue catastrófico, no así el de la NEP que mejoró ostensiblemente el abastecimiento, el comercio, la productividad y la situación social tanto en las ciudades como en el campo. Con la NEP se restableció la circulación del rublo y se redujo la inflación. El éxito de la NEP demostró la inteligencia de Lenin en los momentos más críticos (el momento de la insurrección o la paz de Brest fueron también situaciones críticas), pero también darían la razón a Trotsky cuando criticó, años más tarde a Stalin por pretender construir el socialismo a base de decretos y prescindiendo de la situación de inferioridad de la URSS respecto a las grandes potencias capitalistas (19).

V

En Rusia tras la revolución bolchevique se fue desarrollando una nueva formación social. El telón de la revolución cayó aproximadamente en 1921 en el X congreso del partido aunque la lucha de clases se mantuvo hasta el triunfo total de la contrarrevolución estalinista aproximadamente a finales de los años treinta con el colofón de los Procesos de Moscú (20). Durante el año 1921 el gobierno revolucionario debió enfrentarse a la insurrección de Kronstadt. Una sublevación a cargo de la histórica flota de los marineros junto a miles de obreros anarquistas, mencheviques, eseristas e incluso también disidentes bolcheviques (21). Hubo huelgas y manifestaciones en muchas ciudades exigiendo suministros y democracia soviética.  Esos conflictos se manifestaron dentro del X congreso del partido donde todas las tendencias fueron prohibidas.

Años más tarde las políticas de planificación quinquenal e industrialización a marchas forzadas también generaron conflictos.  Sin embargo, el mayor drama de todos se vivió en el campo en los años treinta cuando se impusieron las colectivizaciones forzosas. Se desató una auténtica guerra civil del aparato del partido comunista contra el campesinado. La burocracia intentó hacer pasar esa guerra social como una campaña revolucionaria contra los kulaks. Murieron de hambre millones de personas en lo que se conoce como el Holodomor (22).

La nueva formación social no era capitalista ni socialista. Durante los primeros años no hubo prácticamente un Estado en el sentido estricto del término. Había instituciones como el gobierno, los soviets, la cheka, los ministerios, el ejército, etc, etc; pero todo giraba alrededor del partido bolchevique y éste, alrededor de su comité central. El país estaba dividido en zonas que controlaban los ejércitos rojos o blancos o las guerrillas de Manjno. El mercado negro había sustitudo al comercio y el trueque había sustituido al rublo en amplias zonas del país. La revolución se mantuvo en pie exclusivamente por la fuerza que llevó a cabo una vanguardia política agrupada en torno al partido bolchevique y éste en torno a Lenin.

Como decíamos anteriormente el X Congreso supuso un primer paso en la implementación de un nuevo Estado. Lenin, en ese congreso no representó la fracción más dura, fueron Trotsky y Bujarin, pero finalmente agrupó a la mayoría de los delegados para sacar adelante medidas coactivas dentro del partido y fuera del partido. También se preparó el camino para la NEP.

Años más tarde, muerto Lenin, la fracción más conservadora y reaccionaria encabezada por Stalin, posibilitó que en la URSS triunfase una contrarrevolución. El resultado fue el nacimiento de un Estado burocrático y no de un Estado Obrero burocrático como defendió Trotsky hasta el final de sus días (23). La clase obrera no era la clase dominante ni en lo político ni en lo económico, sino las distintas fracciones de la burocracia del partido que no formaban parte de la clase obrera. Eran una casta extraña a la misma.

La URSS no era una formación capitalista ni socialista. La ley del Valor que impera en las sociedades capitalistas no podía funcionar porque la planificación y la gestión burocrática habían sustituido el objetivo capitalista, que no es otro que la maximización de los beneficios de las empresas y la acumulación. La  planificación y la gestión arbitraria (muchas veces demencial) de la burocracia (24) tampoco tenía como objetivo las mejoras de las condiciones de vida de la población. Todo lo contrario, lo único que buscaba era conservar su estatus dentro de las estructuras del poder estatal.

Como hemos podido comprobar a lo largo del siglo XX, la burocracia de la URSS fue un régimen totalitario que reprodujo las relaciones de explotación y opresión; que contribuyó al desastre ecológico; a la desigualdad de género y a la homofobia. Por lo tanto no tuvo el menor carácter progresivo.

La paradoja histórica fue que del resultado de la revolución contra el Estado absolutista de los Romanov nació un nuevo Estado absolutista aunque con otras bases sociales. Mientras el absolutismo de la Monarquía era un residuo feudal que se mantuvo gracias al apoyo de la nobleza; en el caso de la nueva república soviética era un absolutismo encarnado por el monopolio del poder y la aparición de la figura bonapartista de Stalin.

La base social del nuevo Estado estaba formada por millones de funcionarios y burócratas al servicio del partido comunista. Ambos estados desempeñaron papeles parecidos. Podríamos describirlo como un absolutismo invertido. Ambos desarrollaron la industrialización del país por arriba. En el primer caso para beneficio de los grandes grupos capitalistas, mientras que en el segundo fue la burocracia la que se benefició a través de su gestión estatal y no de la extracción de plusvalía. Entre uno y otro mediaron tres revoluciones y dos guerras, una de ellas mundial y otra civil. Por lo tanto no hay continuidad sino paradoja. El resultado de la estabilización de la burocracia en el poder configuró un nuevo “imperio” militar que se derrumbó en 1990.

Si Lenin hubiera asistido a esta involución no nos cabe la menor duda que hubiera estado en contra. Ni los errores de Lenin ni la gestión que llevó a cargo en sus cuatro accidentados años en el poder son comparables a la regresión histórica que abrió Stalin.

Lenin falleció el 21 de enero de 1924 tras una larga enfermedad que le mantuvo fuera del poder durante dos años. En este tiempo pudo escribir y dictar a sus secretarias unas cartas que se conocen como su testamento político (25). En una de ellas, dirigida al partido, expresaba su malestar con la brutalidad y los métodos de Stalin y recomendaba que se le apartara del cargo de secretario general; mostraba su preocupación por el riesgo de ruptura dada las fuertes personalidades de Trotsky y Stalin; también hacía propuestas de control democrático dentro de los aparatos del Estado. Lenin, no hubiera podido soportar el nacionalismo gran ruso que se instaló en la URSS desde los años treinta, ni mucho menos la guerra social contra los campesinos. Ello no exime de los graves errores y decisiones profundamente equivocadas que se tomaron a partir de 1917. Fueron tiempos de revolución y guerras que terminaron con la mejor generación de socialistas que jamás haya existido: Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo y tantos otros que acabaron exiliados, fusilados o en los campos de concentración siberianos.

NOTAS

1.- Rosa Luxemburgo. “La revolución rusa un análisis crítico”, página 33. Editorial Castellote.

2.- Lenin. El Estado y la Revolución”. Editorial Ayuso.

3.- Los narodniki eran los populistas rusos que más tarde se llamarían socialistas revolucionarios. Eran el partido de los campesinos tanto pobres como ricos (kulaks). Había varias tendencias entre los más liberales cercanos a los terratenientes hasta los más izquierdistas que formaban grupos de acción mediante atentados En el transcurso de la crisis revolucionaria se dividieron en dos grandes fracciones: la izquierda eserista o socialista revolucionaria, y, la derecha. Con la izquierda, los bolcheviques llegaron a acuerdos incluso compartieron el primer gobierno revolucionario, cediendo al programa agrario de repartir la tierra a los campesinos.

4.- Historia del marxismo. “La difusión y la vulgarización del marxismo”. Franco Andreucci. Volumen 3. Editorial Bruguera. Esta historia del marxismo es, sin duda, una de las mejores que se hayan publicado en castellano, corrió a cargo de Eric J. Hobsbawm.

5.- Historia del marxismo. Volumen 5. Recoge los debates entre los marxistas y entre éstos y los populistas anteriores a la revolución de 1917.  Los artículos están agrupados en torno al título “El marxismo en tiempos de la II Internacional”.

6.- L. Trotsky. La revolución de 1905. Resultados y perspectivas. Editorial Ruedo Ibérico.

7.-  Historia del marxismo. Volumen 2. Eric J. Hobsbawm. “Los aspectos políticos de la transición del capitalismo al socialismo”. Páginas 139 a 190.

8.- Marx,  Engels, Lenin. La Comuna de París. Editorial Akal.

9.- E. H. Carr en su historia de la revolución bolchevique 1917-1923 Tomo I . Alianza Editorial recoge la siguiente frase de Lenin: “ El jacobino indisolublemente ligado a la organización del proletariado, consciente de sus intereses de clase, es precisamente el socialdemócrata revolucionario”.

10.- Chernyshevsky fue uno de los fundadores del populismo en Rusia.

11.- Historia del marxismo. Volumen 5. Vittorio Strada. “El marxismo legal en Rusia”. Páginas 55 a 75.

12.- K.Marx. “Prólogo a la contribución a la crítica de la economía política”. Editorial siglo XXI.

13.- Daniel Guerin. “La lucha de clases en el apogeo de la revolución francesa, 1793-1795”. Un trabajo sobre la revolución francesa sin duda diferente al resto de los autores marxistas o no marxistas.

14.- K.Marx. “El Capital”. Volumen I.  Capítulo I. La Mercancía. Editorial siglo XXI.

15.- Perry Anderson. “El Estado absolutista”. Capítulo Rusia. Páginas 335 a 369. Editorial siglo XXI. Anderson defiende las mismas tésis que Lenin, Parvus y Trotsky aunque desde puntos de partida diferentes.

16.- Victor Serge. “La degeneración de la URSS y la guerra civil española”. “Los escritos y los hechos”. Un total de cinco artículos sobre la masacre de Kronstadt. Páginas 79 a 92. Editorial Base.

Desde otro ángulo más crítico está el libro de Volin titulado “La revolución traicionada 1917-1921. Capítulo sobre Kronstadt. Páginas 425 a 519. Editorial Descontrol.

En una línea política y personal los relatos sobre Rusia de E. Goldman están publicados en su libro “Mi desilusión en Rusia”. Editorial Viejo Topo.

17.- Además de los dos teóricos más conocidos del partido bolchevique (Bujarin y Preobrazhenski) había numerosos economistas de prestigio internacional y no todos en la órbita del marxismo. Alec Nove dice: “Por ejemplo, Brazarov, el ya mencionado Jurovski, Maslov, Groman, Berstein-Kogan, Kondratiev, Feldman, Chajanov…” . Página 251 (Volumen 8, Historia del marxismo). Muchos de ellos como el marxista Isaac Rubin ( “Ensayos sobre la Teoría del Valor de Marx”), asesinados posteriormente por Stalin.

18.- Alec Nove. “La historia económica de la Unión Soviética. La NEP páginas 56 a 145. Alianza Editorial.

19.- Trotsky. “La revolución traicionada”. Ediciones Crux. A pesar de que no estoy de acuerdo con Trotsky sobre la naturaleza de la URSS, considero este libro como el mejor trabajo que se ha escrito, desde el punto de vista del marxismo, sobre la URSS.

20.- Pierre Broué. “Los procesos de Moscú”. Anagrama.

21.- Los hechos de Kronstadt están recogidos en la bibliografía que hemos dado en la nota 16.

22.- Anne Applebaum. “La hambruna roja”. “La guerra de Stalin contra Ucrania”. Editorial Debate. Applebaum es una historiadora conservadora pero el material informativo es interesante.

  1. Arch Getty y Oleg V. Naumov. “La lógica del terror”. “Stalin y la autodestrucción de los bolcheviques”. Editorial Crítica. Un libro basado en la represión estalinista con la ventaja de contar con los archivos que se abrieron tras la caída de la URSS.

23.- Trotsky. “La revolución traicionada”. Idem.

24.- Rolando Astarita. El Blog del economista marxista argentino tiene numerosas entradas sobre la naturaleza de la URSS. Uno de los trabajos más rigurosos. Desde otro punto de vista la obra de Charles Bettelheim es de las más completas aunque éste mantiene que la burocracia es una clase social.

25.- Marxists Internet Archive. Carta al congreso.

El camino a Wigan Pier. Orwell, 120 aniversario (Jesús Jaén Urueña, 2023)


George Orwell ha sido y es una de las grandes referencias de la lucha contra todo tipo de totalitarismos, ya fueran regímenes capitalistas o los mal llamados comunistas. Sus novelas: Rebelión en la granja o 1984 siguen siendo leídas por millones de personas de todas las edades. Esta reseña es un pequeño homenaje a una personalidad única. Orwell nació el 25 de junio de 1903. Fue novelista, ensayista y periodista. El camino a Wigan Pier es una crónica personal que hizo en 1936 unos meses antes de marchar a España para combatir en el frente junto con otros brigadistas de las columnas del POUM. En El camino a Wigan Pier Orwell se adentra en el mundo de la clase obrera del norte de Inglaterra; en las minas, en sus hogares, en las fábricas y acaba con unas reflexiones sobre lo que él entiende por socialismo.

Orwell no era marxista, ni siquiera -creo- era un socialista racionalista como muchos intelectuales de su época. El socialismo que defendió a lo largo de toda su vida era poderosamente crítico, intuitivo, emocional y profundamente humano. Por lo tanto, no busquemos en Orwell el rigor del marxismo o el academicismo de un socialista materialista. Para él, la esencia del socialismo eran valores que en El camino a Wigan Pier sintetiza como la Justicia y la Libertad. Sus conceptos: socialismo, democracia, libertad, fraternidad e igualdad son muy personales; no están en los manuales de la época ni en la literatura marxista. Su preocupación por las condiciones de vida y trabajo de las clases obreras forma parte de la tradición de los mejores historiadores ingleses: E. P. Thompson, Eric Hobsbawm o anteriormente John Lawrence y Bárbara Hammond (Barbara Bradby).

El camino hacia el socialismo, dice Orwell, es imposible sin la rama principal sobre la que se asienta, que es la democracia. Por eso critica al comunismo (el Estado soviético) de vivir con los ojos pegados a los datos económicos, presuponiendo que el hombre no tiene alma e… instalados en una “utopía materialista”. El desencanto de Orwell con los socialistas aburguesados británicos se transforma en un alegato implacable contra el régimen de Stalin, al que compara con los fascismos en España e Italia o con el nazismo de Hitler. De esa intuición, doce años después, nacieron sus dos grandes novelas: Rebelión en la granja y 1984 pero también una cantidad importante de ensayos como ¿Qué es el socialismo? escrito en 1946.

Orwell tenía una personalidad pragmática pero no concibe el socialismo como la electrificación con soviets (como dijo Lenin), y mucho menos ¡sin soviets! (como impondría Stalin); prescindiendo de la libertad y de la democracia no se avanza al socialismo, sino a la dictadura como quedó demostrado a lo largo de todo el siglo XX.

También Orwell apunta a una reflexión importante, cuando en El camino a Wigan Pier señala que el socialismo es una doctrina nacida de la industrialización y que necesita un nivel muy alto de mecanización (al menos similar al de EEUU en esos momentos). Una reflexión muy actual, a tenor de la crisis climática que estamos viviendo en el siglo XXI. De ahí no solo la responsabilidad de EEUU, Gran Bretaña, Alemania, Japón, etc., sino también de los países que se dijeron “socialistas”, como la URSS o China. Esto nos llevaría a preguntarnos si el centro de la ruptura con el modelo capitalista es solamente la estructura económica o, por el contrario, llegar a superar una civilización material basada en la reproducción social de todos los valores precedentes.

Esa búsqueda de Orwell por un socialismo humano (de y para la humanidad), a la que hoy deberíamos agregarle la dimensión ecológica y feminista, es poderosamente auténtica y libre de esquematismos. Es verdad que en Orwell podemos encontrar errores conceptuales, desatinos, desconexiones, irreverencias o incluso groserías (como cuando insiste en el olor insoportable de todo lo que rodea a la miseria de las clases obreras del norte de Inglaterra); pero todo su ensayo (El camino a Wigan Pier) tiene el mérito impagable de la autenticidad construida por una vivencia personal. La misma con la que escribió Homenaje a Catalunya tras los sucesos de mayo de 1937 en Barcelona.

En esa autenticidad vivida como sujeto, ya sea en las minas de Durham o en las trincheras de Teruel, Orwell se mueve como pez en el agua. Es un narrador excepcional, realista y en su fría apariencia, resulta más que convincente: sensible a las pasiones y sufrimientos humanos. Como cuando describe desde el vapor de un tren en marcha hasta una joven mujer obrera de tan solo veinte y cinco años, pero que por sus rasgos físicos castigados por el trabajo y los abortos realmente representaría unos cuarenta.

Orwell nunca engaña al lector. Se considera un inglés de clase media aceptado más o menos por esos obreros del norte. No idealiza a la clases trabajadoras, pero no se sitúa por encima de ellas como la mayoría de los intelectuales socialistas de su época. Hacia ellos descarga toda su ironía: “barbudos, bebedores de zumos”, que utilizan un léxico alejado del lenguaje de las clases a las que dicen representar. Haciendo gala de su fina ironía cuenta una anécdota de la Historia de la Comuna escrita por Lissagaray. Las autoridades estaban fusilando a los cabecillas, y como no sabían quienes eran los iban eliminando basándose en el principio de que los jefes de la revuelta serían los que pertenecían a las capas más altas o los más cultos: “A un hombre lo fusilaron porque llevaba un reloj. A otro porque tenía cara de inteligente. No me gustaría que me mataran por tener cara de inteligente, pero sí estoy de acuerdo en que prácticamente en todas las revueltas los líderes serían aquellos que supieran pronunciar todas las letras” (El camino a Wigan Pier).

Mayo 2023

Aniversario del asesinato de Yolanda González. Déjame que te cuente (Jesús Jaén Urueña, 2021)

Fuimos compañeros de equipo en el Partido Socialista de los Trabajadores (PST). Amigos de cañas y risas. Yolanda fue asesinada el 1 de febrero de 1980. Para ella estas notas.

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La teoría de los campos: de Stalin a Putin (Jesús Jaén Urueña, 2022)

Publicado originalmente en Trasversales nº 61, diciembre 2022, web.

«Como se ve el concepto de «campo« significa, ante todo, bloque de Estados. Las fuerzas sociales y políticas no organizadas en Estado desempeñan una función subalterna de apoyo. Cada «campo« está articulado en torno a su Estado «rector«, tiene su «base« constituida por dicho Estado «guía«, más los Estados directamente subordinados, y cuenta con sus apoyos en otras fuerzas políticas y sociales. Los partidos comunistas exteriores a la «base« del campo «antiimperialista« son fuerzas de apoyo a dicho campo».

            Fernando Claudin, La crisis del movimiento comunista, de la                  Komintern al Kominform, Ruedo Ibérico, París, 1970

Presentación

Ahora que se cumplen 75 años desde que se diera a conocer la doctrina Zhdánov. He intentado contrastar lo que significó en plena guerra fría la teoría de los campos y cómo sigue vigente en la actualidad. Las personas de izquierda más jóvenes que no vivieron aquellos acontecimientos podrán comparar con lo que ocurre hoy en Ucrania, Irán o Cuba y, por supuesto, también en los países capitalistas más desarrollados como Estados Unidos o la Unión Europea. Este pequeño trabajo no pretende convencer a quienes llevan mucho tiempo, desde sus puestos de responsabilidad política, argumentando que la diplomacia y la realpolitik está por encima de las vidas en Ucrania, de las mujeres en Irán o de los que sufren la represión en países que se llaman socialistas como es el caso de Cuba. Tampoco a quienes desde los gobiernos -llámese occidentales- utilizan las guerras para aumentar los gastos militares o simplemente instrumentalizar de manera propagandística la carta universal de los Derechos Humanos. Nosotros estamos en «otro campo». En el de las sociedades y clases más desfavorecidas. Compartiendo las ideas de gentes de izquierdas no sumisas a un Estado o campo geopolítico, como hicieron -lo más honestamente que pudieron- escritores como George Orwell, Albert Camus, Bertrand Russell o E.P. Thompson.

I) 1947-2022

1.- En septiembre de 1947 Zhdánov, secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, recibe de Stalin la orden de presentar un informe que se conocería más tarde como la doctrina de los dos campos. En el mismo, la nomenklatura soviética plantea que el nuevo mundo de la posguerra está dividido en dos grandes bloques geopolíticos. Por un lado el bloque imperialista y antidemocrático que forman esencialmente Estados Unidos, Inglaterra y Francia; y por el otro, el bloque antiimperialista y democrático que forman la URSS y las nuevas democracias populares de la Europa del Este. Este esquema básico sería el que regirá todos los movimientos políticos tácticos y estratégicos tanto de los Estados Unidos como de la URSS. Sobre esta base se irán construyendo los edificios políticos de la guerra fría: la OTAN, el Pacto de Varsovia, el consejo general de Naciones Unidas, etc.

El período que va desde 1947 hasta 1989 es la etapa álgida de la política de bloques políticos y militares, más conocida como la guerra fría porque, en medio de un conflicto permanente y guerras regionales, tanto las administraciones norteamericanas como la burocracia del Kremlin mantienen unas líneas de contención que se conocen como políticas de coexistencia pacífica. En lo que respecta a Estados Unidos, los primeros años de este periodo coinciden con una campaña propagandística contra el comunismo (doctrina Truman) y una represión hacia las organizaciones y personalidades de la izquierda (la caza de brujas que tantas veces ha sido proyectada en las películas de Hollywood). En cambio, en Europa la situación es distinta. En Inglaterra gobiernan los laboristas y en Francia o Italia se construyen los partidos comunistas y sindicatos como las grandes organizaciones de masas. Al otro lado del telón de acero el Estado burocrático se ha consolidado definitivamente en la URSS. Los países que han quedado bajo su esfera de influencia están gobernados por partidos títeres del Kremlin como es el caso de Checoslovaquia, Hungría, Rumania, Polonia, Bulgaria o la República Democrática de Alemania (RDA)

Durante esos cuarenta y dos años se produjeron acontecimientos históricos de toda índole: la descolonización de gran parte de África; las guerras en Oriente Medio; la revolución popular China en 1949; la revolución cubana en 1959; la guerra de Vietnam; Mayo del 68 en Francia; Nicaragua 1979; los golpes militares en Latinoamérica; la caída de las dictaduras en Portugal, Grecia y España; etc, etc. Digamos que todos estos hechos ocurren en el “campo imperialista”. Se trata de un ascenso revolucionario donde se combinan demandas democráticas, la liberación anticolonial y la aspiración a un modelo social más justo e igualitario como pretendían los revolucionarios cubanos del movimiento 26 de julio, el FSLN en Nicaragua o la Unidad Popular en Chile en 1971.

En el otro «campo político» las burocracias gobernantes también serán golpeadas por movimientos obreros exigiendo las libertades democráticas o el fin de la ocupación soviética. La revolución húngara en 1956, la Primavera de Praga en 1968 o las huelgas obreras que dieron lugar al sindicato Solidaridad en Polonia en 1980. En contra de lo que se pudiera pensar en un primer momento esos movimientos no pedían la restauración capitalista, sino otro modelo de socialismo basado en consejos de fábrica y la autoorganización social; la libertad de formar sindicatos y partidos o el sufragio universal. Algunos panfletos o escritos de la época (como la carta de Kuron y Mozolevski en Polonia) son muy ilustrativos. Estas demandas, por supuesto, eran incompatibles con la existencia en el poder de las castas burocráticas.

El problema fundamental que tuvieron los movimientos de emancipación tanto de un lado político como en otro, es que la existencia de los bloques y la bipolarización tendía, automáticamente, a la instrumentalización política o ideológica. En ese sentido el campismo tiene un efecto paralizante porque trata de evitar que las luchas se desarrollen en su verdadera naturaleza, intenta reconducirlas hacia un conflicto de Estados, de intereses geopolíticos al servicio de las élites en el poder. Esto es lo que estamos viviendo actualmente en la guerra de Ucrania donde las vidas de las personas o el derecho a la autodefensa de un país invadido por una gran potencia militar está subordinada al hipotético conflicto nuclear mundial.

2.- Tras la caída del Muro de Berlín y la implosión de la URSS se abre una nueva época. A nivel global los Estados Unidos se sitúan como única potencia militar y triunfan las doctrinas neoliberales tanto en el «campo capitalista» como en el «campo socialista». De la guerra fría pasamos a conflictos regionales de más baja intensidad. En una época de reacción generalizada triunfa la doctrina impuesta desde Washington de la lucha global contra el terrorismo internacional. La invasión de Irak, Afganistán y otra vez Irak o la guerra en los Balcanes son los hechos más relevantes. Es el período más claro de hegemonía norteamericana y el triunfo del capitalismo sin concesiones al Estado de bienestar. También la destrucción del mito -en las izquierdas- de que la economía estatizada puede escapar a la lógica de la acumulación y al mercado mundial capitalista.

3.- A partir de la segunda década de este siglo vuelve a cambiar nuevamente el escenario. De un conflicto de muy baja intensidad se pasa a otro nuevamente de alta intensidad. Varias son las causas: la irrupción de China como segunda potencia en el mundo y su acceso a nuevos mercados. En segundo lugar, el impacto que la recesión mundial (2007-2008) tiene sobre las grandes economías capitalistas, por un lado aumentando las desigualdades sociales de sectores que formaban parte del contrato social de la posguerra y, por el otro, auspiciando una crisis de confianza en la legitimidad de las viejas instituciones de la democracia liberal. Finalmente, esa nueva situación da pie al renacimiento de un nacionalismo autoritario y al crecimiento de las derechas ultraconservadoras en todo el mundo. El trumpismo, el Brexit, los llamados populismos de derechas o izquierdas latinoamericanas o europeas, y muy particularmente, la irrupción del gran nacionalismo imperialista ruso que con la segunda presidencia de Wladimir Putin da un puntapié al tablero y entra en guerra con occidente.

Ucrania es el punto de partida de la segunda guerra fría, de la amenaza de un conflicto nuclear y de la nueva división del mundo en bloques. Antes la URSS de Stalin, ahora la Rusia de Putin. Antes el bloque oriental y los partidos comunistas; ahora Rusia Unida, Bielorusia, Cuba, Venezuela, Nicaragua; algunos populismos de derechas o izquierdas y las políticas de alianzas con los ayatolás de Irán o China. Mientras en un bloque el Estado rector es sin duda Estados Unidos, en el otro Rusia solo aspira a recuperar una parte del antiguo imperio zarista. Pero la mirada del mundo está puesta en la China de Xi Jinping.

II) La izquierda campista: ni democrática ni socialista

1.- En la primera guerra fría leíamos y escuchábamos a los dirigentes de los partidos comunistas hablar del imperialismo, la democracia y el socialismo. Seguían a pies juntillas la doctrina Zhdánov y las órdenes de Dimitrov, Beria, Molotov, Jrushchov, etc. Esa relación ha cambiado, entre otras cosas porque los partidos comunistas son organizaciones insignificantes sin peso en la sociedad. Los nuevos movimientos subalternos en la izquierda de la segunda guerra fría son otros. En España Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, Arnaldo Otegi, Manuel Monereo, etc. Un repaso por la hemeroteca en los últimos dos o tres años es muy ilustrativo. Desde luego la derecha y ultraderecha de este país ha sabido explotar la falta de condenas a los regímenes de Maduro, Raul Castro o Daniel Ortega, envueltos, una y otra vez, en la represión a manifestantes que protestan por la carencia de alimentos, derechos democráticos o la persecución a colectivos LGTB. El silencio ensordecedor con respecto al régimen teocrático y criminal de Alí Jamenei respecto a la brutal represión contra las mujeres en Irán es, sin duda, de un alcance ético y moral sin precedentes. Hasta hace unos pocos días, Podemos, permanecía sin condenar las cuatrocientas y pico mujeres asesinadas por la policía moral, las condenas a muerte y las miles y miles de detenciones.

El asunto de Ucrania rebosa de hipocresía por todos los poros. En los comunicados públicos de Bildu o Podemos la responsabilidad de la invasión era de la OTAN y no de Putin. Su propuesta «neutral» se ceñía a exigirle a Estados Unidos y Europa que no envíen armas para que acabe pronto la guerra y establecer un diálogo de paz entre ambas partes. ¡Ni siquiera Chamberlain hubiera podido superar el cínico pacifismo de esta izquierda! ¿Qué hubieran dicho si en lugar de invadir Putin a Ucrania es Joe Biden quien invade Irán? Nos lo podemos imaginar. Existen dos varas de medir los hechos

2.- Ponerse de lado de uno de los bloques conduce a posiciones reaccionarias. Estos dirigentes políticos subordinan los derechos humanos de las personas y los derechos democráticos de las sociedades o colectivos, a los intereses geoestratégicos de Rusia o China . Lo que prima no es el derecho de la sociedad, de las clases obreras o populares, de las mujeres o de otros colectivos; sino el de mantener unido un bloque antiimperialista formado por un grupo de Estados frente a Estados Unidos y la OTAN. El mayor de los absurdos y aberraciones políticas y éticas es que, además, ese bloque de Estados con los que se alinea esta izquierda está conformado por potencias «imperialistas» como Rusia y regímenes autoritarios como los ya citados anteriormente; es decir, se trata de un bloque antiimperialista dirigido por una potencia militar con ambiciones territoriales fuera de sus fronteras; y de un bloque democrático donde los regímenes que lo forman no respetan los derechos humanos, las libertades democráticas o sindicales, los derechos de la minorías, de las personas homoxesuales y donde la mujer, como es el caso de Irán, es tratada como un ser inferior. Todo ello en aras de fortalecer un frente antinorteamericano o antioccidental.

2.- La otra gran incoherencia consiste en reivindicar con una mano el marxismo y las señas de identidad de la izquierda, mientras con la otra se está borrando todo análisis que tenga que ver con el materialismo histórico. Para Marx no había campos políticos o, si los había, no eran estructurales ni permanentes, sino contingentes. El noventa por ciento de los análisis sobre las sociedades que hizo Marx eran a partir del modo de producción capitalista y las contradicciones entre clases sociales que existen en todas las sociedades avanzadas. Esto que era cierto en el siglo XIX lo es mucho más en el siglo XXI. Las sociedades actuales no son menos sino más capitalistas y las clases sociales no solo existen, sino que no han dejado de aumentar las desigualdades por razones económicas, raciales, género o pobreza energética.

La “izquierda” que defiende a los burócratas del régimen cubano frente a la ciudadanía no está defendiendo el socialismo bajo la sempiterna excusa del bloqueo, lo que está defendido son los privilegios de una élite corrupta cuya pretensión es vivir por encima del resto. Nunca la geopolítica y las relaciones entre Estados pueden sustituir de manera permanente los análisis de las relaciones sociales de producción, el conflicto entre las clases y la perspectiva democrática y socialista. Así lo entendía Marx cuando por ejemplo escribió El 18 Brumario de Luis Bonaparte para analizar los acontecimientos en Francia.

III) Campismo o Socialismo

1.- La consolidación del Estado totalitario en la URSS y la degeneración del Komintern significaron un corte histórico en la construcción de la identidad socialista. Una espesa niebla evitó que viéramos la verdad objetiva. La verdad y los hechos fueron subvertidos y la mayoría de sus defensores aniquilados. Como dijo Orwell el totalitarismo ya fuera nazi o estalinista es un vaciamiento de la conciencia individual y colectiva. Las palabras que antes tenían un significado adquieren otro muy distinto. El lenguaje forma parte de las formas de dominación como explica Victor Klemperer en su libro titulado La lengua del III Reich (Minúscula, Barcelona, 2001).

En un primer momento se cambió el internacionalismo por el «socialismo en un solo país» y más tarde por la «teoría de los campos». El régimen soviético convirtió las ideas del socialismo en una ideología nacionalista y chauvinista. La guerra que libró la Unión Soviética contra Hitler no fue en nombre del socialismo, sino de la patria. Se ensalzó el nacionalismo ruso reaccionario (tal cual lo hace hoy Putin) y el papel de Pedro el Grande en la historia. Se extirpó la cultura democrática dentro del movimiento obrero y sindical como se venía haciendo en corrientes anarquistas, socialistas o cristianas. El humanismo era señalado como prejuicio burgués y se hizo creer que el trabajo a destajo y la productividad eran cualidades del socialismo.

Algunas veces se ha comparado la brutalidad burocrática soviética con la dictadura de Cromwell, con los jacobinos a partir de 1793 o con los primeros bolcheviques. Es un debate complejo. Pero la comparación entre los jacobinos y los estalinistas no resiste la prueba de los hechos. Incluso siendo totalmente críticos con el terror en la revolución francesa y rusa, creo que Trotsky tiene que ver más con Robespierre. Y Stalin con el Termidor. Pienso que la revolución no es un fin en sí mismo sino uno de los posibles medios para superar el capitalismo y que el socialismo democrático no se construye al final del camino, sino mientras lo vamos andando.

Creo que todas aquellas personas que seguimos reivindicando la necesidad de alcanzar una sociedad más justa, democrática e igualitaria (que podemos definir muy genéricamente como socialista), no debemos abstraernos de la contradicción objetiva o, mejor dicho, el conflicto histórico entre la libertad y la revolución. Un conflicto que vivieron los levellers en Inglaterra, los jacobinos en Francia o los bolcheviques en Rusia. Las revoluciones son actos de fuerza y violencia, y cuando esa revolución derriba el viejo régimen y nace un nuevo poder, este lo hace con la misma violencia que combatió anteriormente. No tengo respuesta para esa cuestión ni para otras tantas más. Sin embargo, entre la revolución bolchevique y la contrarrevolución estalinista hay un salto cualitativo inmenso. En términos poéticos yo diría que si las revoluciones se presentan a los revolucionarios como un grandioso drama de Shakespeare, las contrarrevoluciones no tienen el brillo de la estética ni el drama de la ética. Son más parecidas al ambiente sórdido de las novelas de Orwell o Koetsler.

 

 

 

Nunca dejo de cantar el mirlo en mitad de la noche. Homenaje a Víctor Serge (Jesús Jaén, 2022)

«Un objetivo que requiere unos medios injustos, no es un objetivo justo» (El hombre rebelde, Albert Camus)

Hace unos meses cuando empecé a pensar en este pequeño homenaje a Victor Serge al cumplirse el 75 aniversario de su muerte, no me imaginaba que este sería el resultado final. Tenía pensado un recorrido sobre su vida y obra como ya hice en otras ocasiones para rendir homenajes a: E.P. Thompson, George Orwell y Emma Goldman. Sin embargo choqué con una vida inabarcable. Mi perspectiva cambió 180 grados. Creo que aquellas personas que tengan interés por conocer en detalle la vida y la obra de Serge, tienen material abundante; empezando por las “Memorias de un revolucionario” y siguiendo con novelas como “ El caso Tulayev”. Y así, muchas otras más.

Empezaré con tres breves consideraciones. Creo que Victor Serge es una especie de mirlo blanco que destaca entre la inmensa mayoría de sus contemporáneos. Durante sus cuarenta años de vida militante, nunca dejó de defender la libertad en las tres revoluciones en que participó o en los siete países en donde vivió. Pagó un alto precio: diez años de cautiverios y una muerte temprana. Defendió el socialismo, como muchos revolucionarios de su generación, pero a diferencia de la mayoría de ellos, la idea que propuso estaba identificada por un imperativo ético, moral y democrático. Como su amigo Andreu Nin, nunca capituló ante el capitalismo ni ante la burocracia estalinista. Tampoco lo hizo ante aquellos que injustamente le acusaron de intelectual pequeño burgués por criticar el aplastamiento de Kronstadt o no sumarse a la Cuarta Internacional fundada en 1938 por Trotsky.

Se interrogó a lo largo de su vida sobre la responsabilidad directa o intelectual de los bolcheviques en la contrarrevolución burocrática. A diferencia de Trotsky, no tuvo respuestas concluyentes. No exculpó de toda la responsabilidad a los bolcheviques pero tampoco les señaló culpables :“A menudo se dice que todo el estalinismo estaba en germen en el bolchevismo de inicio. Eh, me parece bien. Solo que el bolchevismo contenía también otros gérmenes.” (Las masas y el partido bolchevique en 1921, respuesta a Ciliga).

La forma en la que interpretó Victor Serge el socialismo y el marxismo difiere -como hemos dicho- de la inmensa mayoría de sus compañeros. La necesidad absoluta de la libertad (inseparable de la igualdad); la moral única frente a la doble moral y el nihilismo; la centralidad del ser humano en cualquier proyecto socialista; etc, etc. Todo ello formó parte de algunas de sus reflexiones, y en especial, en los últimos años de su vida. El pensamiento de Victor Serge es limpio, está liberado de dogmatismos. Es una visión ética y humana que contrasta con el marxismo positivista y evolutivo de la socialdemocracia alemana y, por supuesto, con el marxismo bolchevique forjado en el primitivismo naródniki ruso, el blanquismo conspirativo y el jacobinismo de partido. La cultura política de Victor Serge es libertaria y socialista, arraigada en la tradición democrática francesa ( heredera del movimiento obrero más y mejor politizado del mundo). Es tolerante y sensible al sufrimiento humano.

Llegó a Moscú en 1919 y se asombró de toda la desolación que encontró en su camino, eso no fue obstáculo para colaborar con los bolcheviques. Se puso bajo la protección política de Zinoviev en la Internacional comunista. Se unió a Trotsky en 1923 cuando se formó la Oposición de Izquierdas contra Stalin-Bujarín. Finalmente fue deportado y liberado gracias a una campaña internacional en la que participaron intelectuales y políticos del mundo entero.

Antes que Victor Serge existieron -por supuesto-, socialistas sin apego al poder. Útopicos, confundidos o acertados pero ante todo honestos. Muchos de ellos fueron asesinados o murieron pobres en la soledad como él mismo. Otros no, pero formaron un enorme torrente de vidas dedicadas a la libertad y la igualdad. Había de todo, luditas, cartistas, cristianos, utópicos, sindicalistas, libertarios o terroristas… Formaron un extenso movimiento que se agrupó en torno a figuras como Babeuf, Saint Simón, Fourier, Owen, Blanqui, Proudhom, Marx, Engels, William Morris, André Leo, Louise Michel, Bakunin, Rosa Luxemburgo, Emma Goldman, etc.

Todo ese caudal revolucionario y reformista fue amputado y mutilado por el hacha homicida de Stalin y sus secretarios; los chekistas y esa inmensa pléyade de vividores y oportunistas que convirtieron su marxismo en el opio del pueblo. Creo que no hay derrota más amarga que aquella que se hace en nombre por todo aquello que has luchado. Eso hizo Stalin y su camarilla. Acabó con el socialismo en nombre del socialismo.

La noche cubrió la mitad del siglo. Pero el mirlo blanco nunca dejó de cantar. Levantó su voz frente a las mentiras de los procesos de Moscú. Enfureció a Trotsky por su interpretación de Kronstadt y, cuando el viejo revolucionario no tuvo más argumentos, le tendió la mano una y otra vez. Nunca le guardó rencor pese a los terribles ataques que sufrió. Cuenta Vladi (hijo único de Serge), que un día, pasando delante de la casa de Trotsky en México, no pudo -su padre- contener las lágrimas.

Su solidaridad con la CNT y su entrada al POUM, quedó definitivamente sellada en la tragedia de la revolución española. Conoció a Andreu Nin cuando ambos vivían en Moscú. Fue una amistad que se mantuvo hasta que aquél fue asesinado. Serge pidió ser enterrado junto a los demás españoles en el cementerio de su exilio mexicano. Y murió el 17 de noviembre de 1947 en un taxi mientras se dirigía a su casa.

Siempre he dicho que la vida de Victor Serge es mucho más que un programa revolucionario. Compromiso, principios y actos,… todo su mundo confluye hacia un mismo punto: el socialismo. Escribiendo sus Memorias comentó que si a los doce años le hubieran preguntado ¿Qué es la vida?, hubiera contestado: “Pensarás, lucharás, tendrás hambre”. Así fue, Victor Serge, vivió la larga noche del totalitarismo, pero nunca se rindió.

¿Qué entiendo por socialismo? (Jesús Jaén, 2021)

Publicación original en Trasversales, 2001.

En los debates de Putney, el coronel Thomas Rainsborough, jefe de los Levellers (Niveladores), contestando a Oliver Cromwell dice: “Ningún hombre ha nacido esclavo. El campesino es tan libre como el príncipe porque cuando nació no llevaba puesto zuecos en los pies, ni una silla en la espalda; de la misma manera que el hijo del rey no llevaba una corona sobre la cabeza. Somos por nacimiento igual de libres y como tales, tenemos el poder de elegir gobierno por el que queremos ser representados….”

The Levellers: Los debates de Putney.En las raíces de la democracia moderna, Capitan swing, 2010

I

Reflexionando sobre el socialismo, Perry Anderson escribió en “Los fines de la Historia” un artículo donde abría cuatro hipótesis sobre el futuro del socialismo. Todas ellas trataban sobre la posibilidad de que experiencias anteriores a las revoluciones del siglo XX pudieran proyectarse en el futuro. La de los Jesuitas en Paraguay, la de los Levellers en la revolución inglesa, la de los jacobinos en 1789 o la del liberalismo del siglo XIX. Anderson señalaba la gran diferencia entre la fundación del socialismo en el siglo XIX (impregnado por la experiencia jacobina y el socialismo utópico) y la escasa continuidad que hubo entre las revoluciones de 1642 y 1789. Finalmente se preguntaba si los fracasados proyectos del llamado “socialismo real” podrían ser un punto de partida para la renovación de un nuevo socialismo.

Han transcurrido ya dos décadas del nuevo siglo. Las preguntas de Anderson siguen en el aire. En los últimos veinte años la revolución bolivariana en Venezuela concitó a sectores de militantes latinoamericanos. Las ilusiones por un nuevo socialismo del siglo XXI fueron muchas. Pero como ya ocurriera en los países del Este y Rusia, la experiencia ha fracasado en medio de una grave crisis económica, corrupción del régimen y limitaciones a los derechos democráticos. Hace unas semanas, el último bastión del socialismo de estado y nacional, Cuba, vivió un estallido de movilizaciones en las calles exigiendo medidas eficaces contra la pandemia y suministros básicos. La revuelta fue reprimida de manera implacable. ¿Es esa la respuesta del socialismo real -y tristemente existente- a las demandas de igualdad y libertad de sus ciudadanos?

En China en los años 70 se inició un camino hacia la restauración capitalista plena. El modelo más seguro elegido por la nomenklatura del Partido Comunista fue una superestructura política en forma de dictadura y unas bases económicas mixtas donde el desarrollo del capital privado se combina con el monopolio del estado a la hora de tomar decisiones de gran calado como, por ejemplo, dónde, cuánto y quiénes tienen derecho a invertir. El éxito económico del modelo chino no tiene secretos, está basado en una incorporación de millones de trabajadores del campo a la industria y en una mano de obra superexplotada. Algo que recuerda a las condiciones sociales que sufrió el proletariado en Inglaterra durante la primera revolución industrial. ¿Es eso el socialismo?

Los posibles escenarios propuestos por Anderson, basados en la continuación de algunas de las experiencias históricas de los últimos quinientos años, probablemente no sucederán. Los cambios a nivel de las tecnologías hacen presagiar un mundo muy diferente. El socialismo obsoleto y desgastado, como el mundo, debería ser transformado.

Es muy difícil que la humanidad en su conjunto pueda escaparse a la emergencia climática y, por lo tanto, creo que ese será (o debería ser) el nuevo impulso del socialismo. Un socialismo íntimamente unido a las luchas para evitar cambios intolerables en el planeta; pero que ofrezca, al mismo tiempo, una perspectiva de igualdad y libertad que hoy no tenemos. Mientras tanto ¿qué pasará con el capitalismo? Su capacidad de adaptación a lo largo de la historia es indiscutible. El capitalismo se ha mostrado como un sistema adaptable y dinámico.

¿Qué clases o qué sectores de la población mundial pueden estar más interesados en luchar por las ideas del socialismo? Sin descartar ninguna hipótesis, creo que las mujeres a nivel mundial van a ser el sujeto transformador más importante. Ya lo están siendo en los comienzos del siglo XXI. Si la mujer va ganando batallas al patriarcado y al capitalismo pueden ser la luz que vaya iluminando la lucha por un socialismo renovado.

II

La primera revolución socialista en el mundo triunfó en un país atrasado. Rusia era un inmenso continente donde se combinaba la industria capitalista en los centros urbanos y una servidumbre feudal en el campo. Los bolcheviques llegaron al poder y afrontaron un país agotado por la guerra y el inicio de una nueva guerra civil contra los ejércitos blancos. Es más que discutible que la idea de Lenin fuera avanzar en Rusia más allá de lo que podría llamarse un capitalismo de estado. Así mismo, el marxismo ruso provenía -como casi todos los componentes de la II Internacional- de una tradición socialista jacobina y profundamente estatalista (a diferencia de las corrientes anarquistas y sindicalistas revolucionarias de fuerte implantación en España, Rusia e Italia).

Los bolcheviques eran revolucionarios firmemente convencidos de que el futuro de su revolución estaba en manos de la revolución europea y que, para sobrevivir, solo les quedaba el impulso -aun mayor- del estado. La dinámica de los acontecimientos fue haciendo que ese jacobinismo estatalista se convirtiera en una nueva máquina de terror “rojo”, no solo contra sus oponentes políticos, sino contra ellos mismos y sectores cada vez más grandes de la población. Ese fue el comienzo del fin del bolchevismo y del gobierno revolucionario. La era de Stalin (contrarrevolución burocrática o Termidor) se inicia a partir de 1928 y tiene su auge en los años treinta con la deskularización y las grandes purgas. La teoría del socialismo en un solo país es su fuente teórica.

Una teoría que han utilizado los epígonos del estalinismo a lo largo del siglo XX. Trotsky la denominó una utopía reaccionaria porque tiene resultados catastróficos y abandona la lucha por la revolución internacional. En el terreno de la economía mundial los países capitalistas avanzados tienen el dominio de los mercados y una mayor productividad en el rendimiento del trabajo. El capitalismo es un sistema mundial basado en una competencia feroz de capitales en donde la subsistencia o la ganancia forman parte de una lucha diaria. Los países rezagados o atrasados no tienen ninguna posibilidad de acceder a un modo de producción o distribución socialista porque están sumidos en un desarrollo de las fuerzas productivas mucho menor. Estas, a su vez, han rebasado las fronteras nacionales.

Esa es la razón por la que ningún país del mundo, y en los días recientes una pequeña isla como Cuba, puede escapar a la competencia capitalista en razón de precios, productividad del trabajo y tecnología. Si no se empieza por reconocer esta evidencia empírica y científica, lo único que queda es una retórica nacionalista, edulcorada con fraseología revolucionaria y una vida diaria en donde la población sufre las desigualdades sociales y la falta de libertades.

III

El siglo XX no fue el siglo del socialismo como se preveía, sino de las guerras mundiales, el genocidio nazi y las mayores infamias a cargo de sátrapas de los cinco continentes. Una generación de marxistas, anarquistas o socialistas fue exterminada o desapareció de la faz de la tierra. Nada ha vuelto ni creo que volverá a ser igual.

Hubo muchas razones objetivas y subjetivas para que todos los acontecimientos del siglo XX se desarrollaran de esa manera y no de otra. Voy a dar una opinión con las debidas precauciones. Creo que el propio marxismo oficial, salvo contadas excepciones, adquirió un desarrollo doctrinario como si fuera una religión de estado. Eso le separó de sus raíces como ideología que pretendía criticar el modo de producción capitalista levantando la bandera del comunismo. La crítica de Marx al capitalismo no se limitaba a denunciar la explotación y la extracción de una plusvalía al trabajador, sino también el fetichismo de la mercancía y la alienación del ser humano. Esta idea central (rescatada más recientemente por algunos marxistas) podría haber corregido la visión economicista y vulgar de una gran parte de los marxistas del siglo XX, lo que en el caso de la URSS derivó en esa monstruosa parodia socialista que fue el stajanovismo.

En segundo lugar, creo que ese carácter semi-religioso otorgó a la clase obrera un lugar como sujeto portador de una nueva sociedad que, en principio, no se ha verificado. Una de las críticas más lúcidas que he leído en este sentido ha sido la del profesor marxista alemán Michael Heinreich que ha dicho: “El hecho de que una parte del proletariado se haya orientado en una dirección revolucionaria siempre ha sido, pues, un fenómeno transitorio”…. “Todos los miembros de la sociedad burguesa están sujetos al fetichismo de las relaciones sociales. Este fetichismo se plasma en formas de pensamiento objetivas, que estructuran la percepción de todos los miembros de la sociedad. Ni los capitalistas ni los trabajadores tienen una posición privilegiada para escapar al fetichismo”.

Si una de las supuestas bases científicas del “socialismo científico” era el lugar que ocupaba la clase obrera dentro del proceso de producción capitalista, situándolo en el centro (sujeto) de la revolución socialista, deberíamos empezar por reconocer que esto no fue así a excepción de un período histórico y en determinados sectores de esas clases. Todo lo contrario, las clases trabajadoras a nivel mundial han sido integradas tanto a los procesos de producción como a sus formas culturales. Solo así se puede explicar décadas de estabilidad capitalista en los países más adelantados. El impacto de esta integración dejaría sin materia prima revolucionaria a los marxistas durante décadas. El proletariado de los países adelantados se fue asimilando hasta creerse que era una nueva clase media. Una “clase” que no se reconocía a si misma en el proceso de producción pero si en el consumo.

En las últimas décadas el capitalismo además de integrar a numerosos sectores de las clases asalariadas a nivel mundial ha desarrollado, objetivamente, un imparable proceso de desintegración de todas las clases (con la excepción de los ricos más ricos). Aunque la cifra de trabajadoras y trabajadores a nivel mundial es cercana a los 3500 millones, estos no guardan apenas parecido con la formación de la clase obrera de los siglos XIX y XX. ¿Hemos entrado -como diría Thompson- en el siglo de la multitud, la revuelta y los motines?

IV

¿Qué es el socialismo? Esta, ha sido una pregunta recurrente a lo largo de la historia. Hay posibles y diferentes enfoques, el mio está mucho más próximo a lo que expresaron por ejemplo Victor Serge, George Orwell o William Morris. Un socialismo que entroncaría más, por ejemplo, con las corrientes anarquistas-libertarias o sindicalistas revolucionarias de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX que con los marxismos oficiales u otra variantes estructuralistas como Althusser.

Un socialismo que si quiere sobrevivir tendrá que reformularse en la era de la emergencia climática y el ascenso social de la mujer. Un socialismo cuyo motor económico y político no sería la hipertrofia del Estado, sino el desarrollo de organizaciones de productores asociados y organizados según las posibilidades tecnológicas y el ámbito espacial sobre el que pudiera construirse.

Hace más de setenta años cuando la revista Monthly Review le pidió a Albert Einstein un artículo sobre lo que él entendía por socialismo, éste, como no podía ser de otra manera, escribió en unas cuantas páginas una obra para la posteridad. Para Einstein, el socialismo no es tanto una ciencia ni una organización social completamente dibujada y perfecta, sino:

El socialismo está guiado por fin ético social. La ciencia sin embargo no puede establecer fines e inculcarlos en los seres humanos; la ciencia puede proveer de medios con los que lograr ciertos fines. Pero los fines por sí mismos son concebidos por personas con altos ideales éticos y -si estos fines no son endebles, sino vitales y vigorosos- son adaptados y llevados adelante por muchos seres humanos quienes de forma semi-inconsciente, determinan la evolución lenta de la sociedad.”

Creo que el primer y principal impulso de lucha por el socialismo no es un modelo abstracto (como sería la sociedad en un futuro) que, hoy por hoy, es inimaginable excepto para esos directores de cine especializados en películas distópicas. No, el principal impulso es la lucha misma y en la medida de lo posible, hacer sentir en cada una de esas acciones de mujeres y hombres en lucha la importancia de unos valores universales como la libertad y la igualdad o la fraternidad. Unos valores que no pueden esperar al socialismo (porque además no tenemos certeza alguna); sino que deben vivirse y lucharse desde ya mismo. En Cuba la lucha por el socialismo no es apoyar el régimen sino a la gente que se moviliza. En Afganistán la lucha por el socialismo lo representan las mujeres de todo el mundo contra el abyecto dominio del Talibán. No se trata solo de una confrontación política, se trata de una confrontación moral entre la igualdad y la desigualdad, el burka y la libertad.

V

Karl Marx representa un componente necesario en la comprensión y en la lucha por el socialismo internacional. Pero no el único. Mientras el marxismo resaltó o puso el énfasis en los factores económicos, otras corrientes como los anarquistas dieron enfoques más cercanos también al desarrollo del individuo. Un enfoque compartido por algunos humanistas como Oscar Wilde en los últimos años de su vida.

Aparentemente podría tratarse de una contradicción entre la igualdad y la libertad. Si bien es cierto que no fue esa la intención del movimiento marxista, tampoco podemos ignorar que fue desde sus filas desde donde se desarrollaron las corrientes con mayor influencia jacobina y estatalista. Y que los graves enfrentamientos entre comunistas y anarquistas no fueron simplemente verbales como lo demuestran las terribles experiencias de Kronstadt y Mayo del 37.

Por eso no es de extrañar que entre las corrientes más críticas del marxismo se encuentren el socialismo libertario y el humanismo socialista. En los momentos mas brutales del estalinismo se alzaron numerosas voces críticas. Me parece importante que se resalten dos de esas voces que fueron críticas incluso con los críticos, como fue el caso de Victor Serge con Trotsky y el de Orwell con el totalitarismo estalinista.

La definición de socialismo debería tender a poner el acento más que sobre la organización económica, sobre la organización política y jurídica, es decir sobre los derechos de las personas (problema de la libertad).” (Serge).

Por otra parte, otro socialista como Orwell, puso el foco en la lucha contra la burocratización. En un folleto titulado ¿Qué es el socialismo? dice:

¿Puede haber socialismo sin libertad, sin igualdad, sin internacionalismo? ¿Seguimos aspirando a la fraternidad humana universal o debemos conformarnos con un nuevo tipo de sociedad de castas en la que renunciemos a nuestros derechos individuales a cambio de la seguridad económica?”.

VI

No veo la lucha por el socialismo como una utopía para la posteridad. Creo que debe ser parte de nuestro accionar diario. El concepto de utopía, tal como lo entiendo, nos lleva al idealismo o la espiritualidad (al reino de los cielos como en la Edad Media). Las comunidades primitivas cristianas, los seguidores de Thomas Münzer o las sectas milenaristas (amaurianos, flagelantes, cátaros , valdenses…) no luchaban por un reino en la tierra sino en el cielo. La mística de la religión debería ser ajena a los valores del socialismo. Nosotros no creemos en la redención ni la salvación del alma, sino en la vida y la felicidad de los seres humanos aquí en la tierra.

En los siglos XVII y XVIII los Levellers y sans culottes atacaron mucho más a una sociedad de privilegios que a la esencia de la propiedad privada de los medios de producción. Tal es así porque el capitalismo aún no se había desarrollado lo suficiente, y también, en el caso de girondinos o jacobinos, porque ellos mismos eran ciudadanos libres que comenzaban a ser parte de un nuevo régimen social basado en el desarrollo capitalista. La utopía relativa de éstos, como diría Albert Camus, estaba en la tierra y muy por debajo de los campesinos que siguieron a Münzer.

Sin embargo en el siglo XX la lucha por el socialismo siguió otras pautas muy distintas (lo que no quiere decir que sea la única posible). La revolución es inevitable ante la concentración ilimitada de los medios políticos y económicos en manos de unas élites. Las dificultades para que esta sociedad capitalista pueda ser transformada positivamente por la acción humana es el mayor desafío en la historia de la civilización. Sin embargo merece la pena intentarlo. La naturaleza humana no es la culpable de nuestros males ni del capitalismo; sino la organización social de la que nos hemos dotado. Conseguir cada día un mundo más humano y ecológico, más feminista e igualitario, más libre y solidario, no es una utopía irrealizable sino la fuerza impulsora de nuestros actos.

BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA

1.- Los Levellers. Los debates de Putney. Capitán Swing

2.- Perry Anderson. Los fines de la historia. Anagrama.

3.-Orwell. 1984. Debolsillo.

4.- Trotsky. La revolución traicionada. Fontamara.

5.- Robert Bremmer. El debate Bremmer. Crítica.

6.- Michael Heinreich. Crítica a la economía política. Guillermo Escolar.

7.- Orwell. ¿Qué es el socialismo? Ensayos. Debolsillo.

8.- Victor Serge. Necesidad de renovación del socialismo. Base.

9.- Oscar Wilde. El alma del hombre bajo el socialismo. Obras completas. Aguilar.

10.- Albert Einstein. ¿Por qué el socialismo? Monthly Review.

La revolución rusa y la crisis de 1921 (Jesús Jaén, 2021)

“Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente que ya existen y les han sido legadas del pasado”     

Karl Marx , El 18 Brumario de Luis Bonaparte (1852)

 

Presentación

Este artículo está divido en dos partes muy diferenciadas. En la primera he tratado de dar mi opinión sobre algunos problemas teóricos surgidos del proceso de degeneración de la revolución. En particular la crítica a la teoría del socialismo en un solo país. En la segunda parte, me he centrado en el desarrollo de los acontecimientos que tuvieron lugar en 1921 desde un punto de vista crítico. Por último, hay una breve reflexión sobre el papel de la revolución de octubre y los revolucionarios. Continuar leyendo «La revolución rusa y la crisis de 1921 (Jesús Jaén, 2021)»

Homenaje a George Orwell (Jesús Jaén, 2019)

Publicación original en Trasversales nº 49 web, diciembre 2019

«Es más difícil reeducar a un pueblo en el amor a la libertad que conquistarla”
Babeuf, 1794

“¿Qué es el socialismo? ¿Puede haber socialismo sin libertad, sin igualdad y sin internacionalismo?
G. Orwell. “¿Qué es el socialismo?”
(Manchester Evening, 31 de enero de 1946)

El próximo 21 de enero se cumplirán setenta años de la muerte de Orwell. He querido rendir homenaje a una de las personalidades más importantes del siglo XX. Símbolo de la lucha antifascista, enemigo de todo tipo de totalitarismos; Orwell representó a lo largo de su vida los valores de un socialismo democrático y transformador que fue aplastado por el nazismo y por el estalinismo. Orwell forma parte de ese pequeño grupo de luchadores y escritores que mantuvieron a lo largo de toda su vida una integridad intelectual sin sospecha, alejado del poder y de los lujos, su pluma se revolvió contra toda injusticia, denunciando tanto a los gobiernos occidentales como a la dictadura burocrática en la que había degenerado la revolución rusa.
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