Homenaje a Andrés Nin ( Ignacio Iglesias, 2003)

Saludo de Ignacio Iglesias dirigido por escrito a las Jornadas de homenaje a Andreu Nin celebradas en Alcalá de Henares los días 20 y 21 de marzo de 2003

 

Cada homenaje, cada acto dedicado a recordar y reivindicar la figura de Andrés Nin, es motivo de profunda emoción para los que fuimos sus camaradas y amigos, cada día más escasos por la acción inexorable de los años. Tan escasos que debo de ser el único superviviente de los que militamos desde 1931 al lado de Nin en la Izquierda Comunista de entonces, y luego, desde septiembre de 1935, en el POUM.

Colaboré cotidianamente con Andrés Nin durante casi año y medio, desde mi llegada a Barcelona en enero de 1935 a abril de 1936, fecha en que regresé a Asturias, de donde había logrado escapar a la represión que siguió a la revolución asturiana de octubre de 1934. Todas las tardes, después de comer, me dirigía a su domicilio barcelonés sito en la calle Villarroel, salvo los jueves, día en que compartía mesa y mantel con Nin, su compañera Olga y sus dos hijas, Ira y Nora.

Durante ese año y medio, pues, pude conocer y apreciar a Nin. Sobresalía en él su carácter abierto, sus juicios sobre las cosas y las personas -siempre ponderados y exentos de la menor acritud-, sus vastos conocimientos de los que no hacía gala, en fin, toda su manera de ser y de comportarse, lo cual no dejó de hacer mella en el joven de los veintidós años que yo tenía entonces. Aprendí mucho, muchísimo a su lado, lo que nunca olvidé.

Su asesinato fue un acto ignominioso, perpetrado por los sicarios de un país que se proclamaba socialista y propiciado por los dirigentes españoles de un partido que se decía obrero. Y cabe recordar, una y otra vez, que el asesinato de Andrés Nin fue sin la menor duda el más relevante, mas no el único. Asimismo fueron asesinados otros militantes del POUM, algunos socialistas y bastantes de la CNT. Todos cuantos se oponían, durante nuestra guerra civil, a la hegemonía comunista eran víctimas propiciatorias.

Luego, los asesinos de Nin trataron de asesinarle otra vez merced a la calumnia: propagaron machacona e incansablemente que había huido del territorio republicano y se hallaba en Salamanca, paseando del brazo de Franco. La vesanía no tenía límites. Albert Camus escribió que nunca se miente inútilmente, puesto que la mentira más inverosímil, a fuerza de repetirla uno y otro día, deja siempre su traza. Los estalinistas lo sabían y por eso, durante años, repitieron las mismas o parejas acusaciones, siendo, por desgracia, escasísimas las voces que en aquellos tiempos se opusieron a ellos.

Hoy día todo está claro, salvo el lugar donde yacen los restos de Nin. La verdad acabó por imponerse a través de los años. Los dirigentes comunistas españoles de aquellos tiempos ignominiosos, cómplices activos de los crímenes cometidos por los agentes secretos de Stalin, tratan de exculparse afirmando que nada sabían. Hacen de Pilatos, pero continúan mintiendo. Por eso no cabe hacia ellos ni olvido ni indulgencia. Y no se trata de odio, sino de simple justicia.

Dado que mi estado de salud y los muchos años me impiden asistir personalmente a ese justo homenaje a Andrés Nin, quiero expresar mi profundo agradecimiento a la municipalidad de la histórica Alcalá de Henares, a la Fundación Andreu Nin y a todas las organizaciones y grupos que con su esfuerzo y patrocinio hicieron posible este acto. Gracias, muchas gracias.

Sobre el autor: Iglesias, Ignacio

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