Consideraríamos un error profundo el que los comunistas se desentendiesen de la cuestión de las Cortes Constituyentes y cediesen el monopolio a los partidos de la izquierda burguesa: sólo nosotros, que queremos una verdadera revolución democrática, podemos plantear el problema de las Constituyentes no de una manera demagógica, sino de cara a la realización radical de los fines que esta revolución persigue. Desentendernos equivaldría a aislamos de las grandes masas populares, para las cuales, en la etapa actual de la lucha, las consignas democráticas tienen una virtud de atracción mucho más poderosa que las netamente socialistas, accesibles sólo a la parte más consciente del proletariado industrial. En la hora actual la difusión de estas consignas debe hacerse más desde un punto de vista de propaganda que de agitación. La vanguardia del proletariado debe aprender a distinguir entre la estrategia y la táctica. El punto de llegada, la orientación política general no varían, pero la táctica, los medios para llegar al objetivo perseguido deben modificarse de acuerdo con las circunstancias. Estas circunstancias nos señalan la necesidad imperiosa de arrebatar a la burguesía las consignas democráticas que arroja para engañar a las masas llenándolas del contenido revolucionario que la demagogia izquierdista escamotea. Una de estas consignas es, sin duda, la de las Cortes Constituyentes. Decíamos ya en uno de nuestros artículos anteriores que lo esencial era saber quién las tenía que convocar y cómo deberían convocarse e indicábamos que el llamado a hacerlo era el Gobierno revolucionario de la República Obrera. Nuestras meditaciones sobre este problema nos han llevado, después de la publicación del citado artículo, a la conclusión de que si la perspectiva era justa, la consigna quizás no resultaba suficientemente comprensible para las masas populares en la etapa presente.
La cuestión debe plantearse, esencialmente, de la misma manera, variando sólo las modalidades prácticas de solución. He aquí esquemáticamente expuesta, la fórmula a que hemos llegado.
La condición indispensable para la victoria de la revolución es la constitución de organismos de lucha que agrupen a las grandes masas. Estos organismos de lucha pueden ser las Juntas Revolucionarias de Obreros y Campesinos, en las que deberían admitirse también a delegados de la juventud universitaria, que durante estos últimos años ha jugado un papel tan importante en los combates populares. Una vez constituidos estos organismos ampliamente democráticos en todas las ciudades, villas y pueblos del país, podría convocarse un congreso general de las Juntas. Esta magna reunión de representantes de la democracia revolucionaria, elegiría un organismo central, a quien se confiaría la misión de convocar las Cortes Constituyentes y prepararlas.
Unas Cortes Constituyentes convocadas en estas condiciones ofrecerían todas las garantías de sinceridad y serían los fines esenciales de la revolución democrática: la tierra a los campesinos, la separación de la Iglesia del Estado, la liberación de las nacionalidades, la emancipación de la mujer, la libertad de organización, de reunión y de propaganda, etc., etc.
Nuestro programa, pues, puede resumirse así:
Cortes Constituyentes, convocadas por el pueblo mismo, representado por las Juntas Revolucionarias de Obreros y Campesinos, con la participación de los estudiantes.
Armado de este programa, el proletariado revolucionario puede conducir a las masas a la victoria sobre el régimen, arrancándolas a la perniciosa influencia de las izquierdas burguesas, incapaces de dar satisfacción a ninguna de las aspiraciones del pueblo.