Los deberes de la hora y el apoliticismo anarcosindicalista (Andreu Nin, marzo 1931)

Publicado en L’Hora, nº 10, 4 de marzo de 1931. Traducido del catalán por Pelai Pagès 

El editorial de Solidaridad Obrera, del día 26 de febrero, termina con unas líneas que representan el reconocimiento tácito de la esterilidad de la orientación de  nuestro anarcosindicalismo. He aquí la sorprendente autocondenación:

«Los trabajadores debemos tener en cuenta que todas las fracciones políticas van adoptando actitudes, de acuerdo con las las»exigencias» de las circunstancias. El posibilismo político es la única finalidad que se persigue. Y es muy posible que en este viaje seremos los únicos que no tendremos asiento.»

Si en este viaje los obreros fuesen los únicos que no tuviesen asiento, la culpa sería de quienes, en vez de incitar al proletariado a echar del tren a los representantes de la burguesía liberal, para instalarse ellos, lo quieren hacer ir en el furgón de cola.

Y así, precisamente porque mientras «todas las fracciones políticas van adoptando actitudes, de acuerdo con las exigencias de las circunstancias», el anarco-sindicalismo no ha ofrecido hasta ahora, ni puede ofrecer, un programa a la clase trabajadora, ni aconsejarle una táctica coherente. Por ello, renovando constantemente su profesión de fe en un ideal «comunista libertario», cuyos caminos de realización son incapaces de señalar, en la práctica no poseen. una política propia, y, a pesar de su «apoliticismo», o, mejor ,dicho, gracias a este último, adoptan la. política de la burguesía liberal, convirtiendo a las organizaciones proletarias en un dócil instrumento de los partidos republicanos.

La experiencia de estos últimos veinte años ha sido demasiado dura para que el proletariado deje de aprovecharla. No hacerlo sería sencillamente suicida. En los años 1909 y 1917 la clase obrera hubiera podido triunfar si en vez de ir a remolque de los par:tidos burgueses se hubiese presentado a la lucha con su propia bandera y hubiese tenido un partido político revolucionario. En el período 1918-1920, la CNT desarrolló una lucha formidable que hizo temblar a la burguesía y que hubiese llevado directamente al poder si hubiese superado el marco económico para convertirse en un ascendente movimiento político dirigido por un partido comunista.

Los errores cometidos -insistimos- no deben repetirse. Las contradicciones internas que minan la sociedad feudal-burguesa española solo pueden ser resueltas por el proletariado aliado con el campesinado y con todos los estamentos explotados del país. Contra el bloque compacto de estas fuerzas -que constituyen la inmensa mayoría de la población- nada conseguirían ni .la casta parasitaria y poco numerosa de los grandes terratenientes, ni la gran burguesía industrial, incapaz de crear un gran Estado basado en una firme unidad económica, ni sus servidores mercenarios.

La hora que vivimos dicta el deber a la clase trabajadora de colocarse al frente de las masas populares para señalarles el camino que conduce a su emancipación, organizarlas, y de un vigoroso espaldarazo, derrocar las instituciones reaccionarias que constituyen un estorbo al desarrollo de las fuerzas productivas del país.

La condición indispensable de la victoria sin embargo es el abandono del apoliticismo infecundo, la  ruptura de todo contacto con los partidos republicanos, la adopción de un programa propio, el reforzamiento de los sindicatos de lucha de clases, la. constitución de consejos de fábrica y de Juntas Revolucionarias y, sobre todo, la creación de un pujante partido comunista: cerebro y guía de la revolución. Sólo así, «adoptando actitudes de acuerdo con las exigencias de las circunstancias», sin pedir prestada la bandera a otros, sino presentándose con la bandera propia desplegada al viento, el proletariado «tendrá asiento» en el «viaje» actual y evitará que la presente crisis en vez de resolverse en una revolución se resuelva en un aborto.

Sobre el autor: Nin, Andreu

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