La crisis de la dictadura militar en España (Andreu Nin, 1930)

Publicado el 14 de enero de 1930 ,  bajo el seudónimo de  L. Tarquin en el nº 18 de «La lutte de classes». Traducido del francés por Wilebaldo Solano.

La dictadura militar de Primo de Rivera se encuentra en una situación critica. La crisis económica, el derrumbamiento catastrófico de la peseta, el descontento de todas las capas de la población, sin exceptuar el ejército, han creado al gobierno una sitnación tan dificil que Primo de Rivera se ha visto obligado a declarar que la dictadura se ha «gastado», que «los hombres que la dirigen y la representan en el poder están muy cansados y que es necesario pensar en reemplazarla por un régimen intennedio entre ella y el régimen futuro».

La situación que se ha creado en España es tan curiosa como interesante. Para comprenderla, hay que exponer brevemente los origenes y el carácter de la dictadura. Ante todo, hay que disipar un error muy extendido que consiste en considerar como fascista el golpe de Estado del 13 de Septiembre de 1923 y el régimen de dictadura que fue su conscecuencia inmediata. Digamos, por lo demás, que este error no se comete solamente en lo que respecta a España. La aplicación a los hechos de algunas fórmulas buenas para todo ha conducido -y desgraciadamente no sólo en este dominio- a tal confusión que reullta indispensable aclarar algunas nociones completamente elementales.

El fascismo es un movimiento al servicio de la  gran burguesia, que se apoya en las masas pequeño-burguesas, y se presenta, al comienzo, con un programa de reivindicaciones demagógicas (susceptibles de atraer a la pequeña burguesía, como, por ejemplo, la del impuesto sobre las grandes fortunas), y destruye por medios plebeyos, según la atinada expresión de Trotsky, las organizaciones obreras. Tales son los rasgos más generales y característicos del fascismo, sobre los  cuales no insistimos para no rebasar los límites que nos hemos impuesto.

El golpe de Estado de Primo de Rivera fue un pronunciamiento típico realizado por las Juntas de Defensa militares, en medio de la indiferencia general y sin ninguna intervención de las masas, preocupadas sobre todo por la protección de sus intereses profesionales y por evitar que se aclarase la cuestión de las responsabilidades derivadas de la guerra de Marruecos, sobre las que una comisión especial estaba realizando una encuesta. Como se observará, esto no se parecía en absoluto a la «marcha sobre Roma». Ni el Parlamento, disuelto inmediatamente, y que por cierto estaba completamente desacreditado, ni el gobierno, formado por ministros no menos desacreditados e impopulares, tuvieron defensores en ninguna parte. Recordemos que hasta fines de 1924, Mussolini conservó el parlamento italiano, en el que los fascistas tenían una representación muy poco numerosa, y un cierto respeto exterior hacia las instituciones heredadas del antiguo régimen.

Mussolini se apoyaba en un partido, sostenido y financiado por la gran burguesía, formado por una gran masa pequeño-burguesa encuadrada por grupos combativos («squadristi») que, antes de la toma del poder, habían iniciado la destrucción de las organizaciones obreras recurriendo a una violencia desenfrenada.

¿En qué fuerzas se apoyaba Primo de Rivera? La única fuerza social que le ofreció un apoyo decidido y que proclamó su solidaridad con la dictadura al día siguiente del golpe de Estado fue la burguesía industrial de Cataluña. Esta burguesía, pese a sus aspiraciones autonomistas, cerró los ojos ante el carácter españolista, anticatalanista, del nuevo gobierno, porque veía en él un poder fuerte capaz de destruir las organizaciones obreras y de acabar con el terrorismo.

Los grandes terratenientes, apartados momentáneamente del poder, esperaban. Sabían que un gobierno esencialmente reaccionario como el de Primo de Rivera no podía prescindir de ellos, que son la personificación de la España feudal.

La pequeña burguesía urbana permaneció indiferente ante los acontecimientos, y esperaba también. Las medidas puramente exteriores adoptadas por la dictadura, en sus primeros meses de existencia, contra los representantes de segundo orden del caciquismo y contra algunos abusos, no menos secundarios, del aparato burocrático del Estado, suscitaron una cierta simpatía de esta pequeña burguesía urbana por el nuevo régimen.

La gran masa campesina, ignorante, embrutecida por una explotación y una opresión seculares manifestaba la indiferencia mas completa.

¿Y la clase obrera? Después del período de grandes luchas de 1917-1920, la clase obrera estaba cansada y decepcionada. Las represiones, el terrorimo, el paro forzoso, el ataque de la burguesía contra las mejoras obtenidas durante largos años de lucha heroica, y los esfuerzos anteriores, la habían agotado. La gran huelga de los transportes de Barcelona en 1923 y la huelga general de Vizcaya, del mismo año fueron los últimos sobresaltos heroicos de una lucha que entraba en su crepúsculo. En el otoño de 1923, el proletariado no estaba en condiciones de iniciar un combate de gran envergadura; por esto, el golpe de Estado, pese a la tentativa de la CNT de declarar la huelga general, no tuvo que hacer frente a la resistencia de la única clase capaz de combatir. Para Primo de Rivera fue, pues,una tarea fácil dar el golpe de gracia a las organizaciones obreras. Ni siquiera tuvo necesidad de utilizar los métodos violentos que el fascismo practicó en Italia. Algunas ejecuciones bastaron para liquidar radicalmente el terrorisrmo, por lo demás en decadencia y degenerado, y las «expropiaciones».

Si tenemos en cuenta todas estas circunstancias, no es posible aplicar el adjetivo de fascista a la dictadura de Primo de Rivera. Nos encontramos ante un gobierno fuerte que no se distingue en absoluto, ni por su contenido social ni por sus métodos, de los gobiernos análogos que hemos conocido antes de la guerra. (¿Puede aplicarse, por ejemplo, el calificativo de fascista al gobierno de Nicolás II o a la dictadura mejicana de Porfirio Díaz?).

Por consiguiente, en España nos encontramos ante un simple pronunciamiento. Las tentativas del dictador para dotarse de una base política mediante la creación de un gran partido «nacional», la Unión Patriótica, y de un gran Somatén (inspirado en el modelo de la milicia fascista) han fracasado lamentablemente.

¿En qué se apoyaba, pues, Primo de Rivera? Se apoyaba, si nos podemos expresar así, en la impotencia de las organizaciones obreras, en la ausencia de grupos políticos organizados con más o menos coherencia, en la apatía y la pasividad general del país. He ahí lo que podríamos llamar sus bases negativas. La base positiva estaba constituida por una fuerza social, la burguesía industrial, y una fuerza organizada, o para ser más claros, la única fuerza organizada y disciplinada en un país en descomposición y profundamente desmoralizado: el ejército.

Todas estas circunstancias explican el éxito fulgurante del golpe de Estado y la solidez de la dictadura durante un cierto período.

Los límites de este artículo no nos permiten analizar de una manera detallada la política de la dictadura en el curso de sus seis años de existencia. Nacida en un país en estado de crisis económica permanente -resultado del desarrollo poco considerable de la industria, de la ausencia de mercados exteriores y de la depauperación que restringe el mercado interior, así como del atraso de la agricultura, en la que el arado romano es el instrumento de trabajo preferente-, en un país en que la burguesía es todavía relativamente débil y se encuentra en contradicción con una propiedad agraria en la que los latifundios y la explotación semifeudal constituyen la característica dominante, en un país donde la pequeña burguesía forma una masa amorfa y pasiva, vegetativa, donde no hay ninguna clase organizada sólidamente desde el punto de vista político, la dictadura no podía realizar más que una sola política, al servicio, naturalmente, de las clases privilegiadas y en medio de grandes contradicciones. Por eso, hemos asistido, sucesivamente, a una política de reducción de las tarifas aduaneras para favorecer la penetración de los productos industriales extranjeros y dar así satisfacción a los propietarios agrícolas, y a una política severamente proteccionista, para complacer a la burguesía industrial, o bien a una política de sostén de ciertos grupos financieros del Norte muy estrechamente ligados al capital financiero internacional, lo que determinaba el descontento de otros sectores de la burguesía española. Esta última orientación es la que ha prevalecido durante los últimos tiempos y explica la actitud cada vez más hostil de la burguesía industrial hacia la dictadura.

El descontento de un gran sector del ejército, suscitado por la política de concesión de privilegios a ciertas categorías de militares en perjuicio de otras y las ambiciones crecientes e insaciables de una colectividad parasitaria que, después de haber tomado el poder quería lograr el máximo de beneficios, ha cuarteado la base más sólida del régimen, su piedra angular.

Por su parte, la pequeña burguesía ha salido, en una cierta medida, de su pasividad. Las manifestaciones alborotadoras y agresivas de los estudiantes, apoyados por la mayoría de los profesores, constituyeron también un fenómeno muy inquietante para Primo de Rivera. Paralelamente se iniciaron tentativas para reorganizar las fuerzas republicanas, y la prensa liberal, pese a la censura, comenzaba a emplear un lenguaje que ya no le era habitual.

Agreguemos a todo esto el movimiento de emancipación nacional de Cataluña, que es un elemento corrosivo de primer orden.

En este panorama general, la crisis económica se agrava cada día más. Crisis de mercados. Paro. Carestía de la vida. Caída de la peseta. En lo que respecta a ésta, dos cifras dan una idea de la importancia del desmoronamiento: a comienzos de enero, la libra esterlina (25 pesetas a la par) se cotizaba a 35-36, el dólar (5,42 a la par) a 12-13,5. Y la explicación de Primo de Rivera, según la cual esta caída de la peseta es un signo de la prosperidad del país (porque según el dictador hay una tal abundancia de oro en España que no hay más remedio que comprarlo al exterior) no puede provocar sino risa.

La situación de la dictadura puede, por lo tanto, ser resumida así: la crisis económica y financiera aguda, «agotamiento» de los gobernantes y falta de confianza sin precedentes. Primo de Rivera no cuenta con el apoyo de ninguna fuerza política o social seria. De ahí la crisis de la dictadura y las declaraciones públicas del dictador en favor de la liquidación del régimen actual y de la transmisión del poder a un gobierno transitorio.

¿Transitorio con relación a qué? «Con relación, declara el dictador, a algo muy diferente de la dictadura, pero, más que diferente, opuesto al pasado.»

Esta transición es la que asusta a la burguesía. El señor Cambó, jefe de la Lliga Regionalista, el partido de la burguesía industrial de Catalunya y uno de los políticos mas inteligentes del país, ha expresado sin reticencias,. en su reciente libro, Las dictaduras, este miedo a la transición (1). Reconstruir pura y simplemente el antiguo régimen es imposible. Está demasiado desacreditado en todas partes. Además, los viejos partidos monárquicos, apartados del poder durante seis años, han perdido la base orgánica en que se apoyaban, los engranajes de la máquina gubernamental y electoral, el nepotismo, los intereses creados, etc., etc. Por lo demás, como hemos dicho más arriba, la dictadura no ha logrado crear un partido sólido. La Unión Patriótica no es más que una fachada, una etiqueta sin contenido.

En el momento en que la dictadura se dispone a marcharse y a buscar un sucesor, no hay ni partidos ni hombres y para gobernar -el señor Cambó lo hace observar con justicia en su libro sobre las dictaduras-, faltan partidos organizados y fuerzas disciplinadas, y, con la dictadura, los partidos o fuerzas políticas, o bien han desaparecido completamente o han quedado muy disminuidas. La burguesía industrial de la cual Cambó es el jefe visible, no constituye una excepción en este sentido. La Lliga Regionalista, tan potente en otro tiempo, apenas existe como otganización. Pero aun en el caso de que consiguiera, aprovechandose del régimen constitucional o semiconstitucional, reconstituir sus fuerzas, lo cual no está excluido, no estaría en condiciones para tomar la responsabilidad entera del poder.  Geográficamente, la burguesía industrial se halla limItada al litoral (principalmente Cataluña y Vizcaya), económIiamente, choca con este enorme peso muerto formldable que es la España semifeudal de la gran propiedad agraria, de la Iglesia y de la monarquía. La confianza en esta última, entre las clases privilegiadas se ha visto seriamente quebrantada, la crisis es grave. El rey desempeñó un papel demasiado rmportante, demasiado directo, en el golpe de Estado de 1923, para que el desprestigio de la dictadura no recaiga también sobre él.

Objetivamente, existen las premisas necesarias de una revolución. Pero en el momento actual no hay en España ninguna fuerza polítlca organizada, ni entre la burguesía industrial ni entre la clase obrera, que sea capaz de tomar el poder en sus manos.

A nuestro juicio hay dos perspectivas políticas posibles no diremos probables. La primera, infinitamente improbable: sería ,la convocatoria de unas Cortes Constituyentes que elaboraran una nueva Constitución. ¿Pero quién podría convocar esas Cortes? ¿Primo de Rivera? Sería paradójico ver a un dictador convocar un parlamento encargado de transformar las bases políticas del país. La historia no conoce ejemplos parecidos. La convocatoria de un parlamento semejante provocaría un período de fermentación popular, de agitación, de propaganda, de organización de las fuerzas sustancialmente revolucionarias del país, que no podría conducir más que a una situación netamente revolucionaria, cuya consecuencia inmediata sería el derrumbamiento de la monarquía. En España, la revolución burguesa no ha sido aún realizada y no es posible, como lo demuestra la experiencia de los demás países, más que sobre la base de la movilización y la participación de las grandes masas populares. La burguesía española no se opondría a la instauración de una república democrática que, al mismo tiempo, concediese una amplia autonomía a Cataluña y a Vizcaya, pero la burguesía tiene miedo -y hay que decirlo, fundado- a las masas. La experiencia de la revolución rusa es, en este sentido, demasiado elocuente. Una revolución se sabe como empieza; es más difícil decir su desenlace una vez desencadenada. Precisamente porque había comprendido esto, la burguesía española hizo marcha atrás en 1917, en un momento en que la monarquía estaba al borde del abismo.

Todas estas razones nos inclinan a eliminar como muy improbable la primera perspectiva. La segunda perspectiva, la más probable a nuestro juicio, es el compromiso entre la dictadura, ciertos elementos del antiguo régimen y la burguesía industrial (con la colaboración probable de los socialistas). Esta es la única solución posible teniendo en cuenta la correlación de fuerzas actual. ¿Cuáles serían las características principales de esta nueva situación? Una apariencia de régimen constitucional, con un Parlamento formado, en parte, por diputados elegidos por sufragio universal y en parte por representantes corporativos, una acentuación de la política proteccionista y la ofensiva ulterior contra los salarios, como uno de los medios más eficaces de disminuir las consecuencias de la crisis económica.

Este régimen, actualmente sólo podría ser transitorio, como la situación es, en general, transitoria. De todos modos, tendrían que conceder una cierta libertad a las organizaciones obreras, a la prensa, a la propaganda y a la agitación. Esto unido la crisis general del país, al descontento creciente de las masas, no haría más que agravar la situación. Surgirán agitaciones obreras y huelgas. La cuestión del poder se planteará de nuevo en su totalidad. No habrá más que una salida, la revolución, que conducirá a la dictadura del proletariado, la cual realizará la revolución burguesa y abrirá audazmente la vía a la transformación socialista. El proletariado, apoyándose en las masas campesinas es la única fuerza susceptible de asumir el poder. Desgraciadamente, en el momento en que la historia crea a la clase obrera española una situación excepcionalmente favorable para iniciar la batalla decisiva con el enemigo de clase, ésta se encuentra desorganizada, sin sindicatos revolucionarios, con un Partido Comunista tan débil que se puede decir que casi no existe. Sin estos dos elementos, la victoria es imposible. La responsabilidad de la vanguardia del proletariado español es enorme en estos momentos. No se crea un partido en algunos meses; pero nosotros sabemos que, durante los períodos revolucionarios, la conciencia de clase del proletariado progresa con una rapidez prodigiosa. El deber de los comunistas consiste en aprovechar el período sumamente favorable que se ha abierto para intensificar su propaganda y su trabajo de organización, y forjar el arma que necesitan la clase obrera y todas las masas explotadas: un partido comunista fuerte, para liquidar las situaciones transitorias e instaurar una dictadura del proletariado bien estable.

Notas

(1) Nin dio respuesta al libro de Cambó en su obra Las dictaduras de nuestro tiempo (Fontamara, 1977), en la que hizo un magistral análisis del fascismo, como forma específica de la dictadura burguesa, al igual que de la dictadura del proletariado.

Sobre el autor: Nin, Andreu

Ver todas las entradas de: