Apostillas al congreso de la C.N.T. (Andreu Nin, junio 1936)

La Batalla. 22 mayo 1936, n° 252. 5 junio 1936,n° 254

I. Importancia del congreso

En los veinticinco años que lleva de existencia, la C. N. T. no se ha reunido en congreso más que tres veces; la primera, en 1911, en el Palacio de Bellas Artes de Barcelona, para proceder a su constitución; la segunda, en 1919, en el Teatro de la Comedia de Madrid, y la tercera recientemente, en Zaragoza. Las persecuciones constantes de que ha sido objeto esta central sindical le han impedido reunirse con regularidad.

Se comprende, en estas circunstancias, que los congresos revistan una importancia excepcional. Los delegados han de aprovechar la rara ocasión que se les ofrece de reunirse para establecer el balance de la actuación de un prolongado período y señalar las líneas generales de la orientación a seguir en el futuro inmediato. Lo lamentable es que, a menudo, los elementos anarquistas que inspiran a la C. N. T. no tengan en cuenta para nada la experiencia y, a pesar de sus resultados negativos, persistan en sus errores.

Cinco años han transcurrido desde que se celebrara el congreso anterior; pero cinco años que, en un período revolucionario como el que estamos viviendo, equivalen a veinticinco de una época normal. La experiencia de este quinquenio ha sido extraordinariamente rica y primer bienio de gobierno de izquierda, dos tentativas insurreccionales anarquistas, victoria electoral de las derechas en 1933, insurrección de Asturias, levantamiento de Cataluña, «bienio negro», triunfo electoral del Frente de Izquierdas el 16 de febrero, iniciación de una nueva etapa izquierdista, y la inevitable repercusión de los acontecimientos en la vida confederal con la escisión de los «treintistas», las discrepancias interiores, el planteamiento de la cuestión de las Alianzas Obreras, etc. etc.

El congreso de Zaragoza, si no quería ser un congreso más, había de proceder a un análisis detenido de ese período, tan rico en enseñanzas, sometiendo a una crítica severa las actuaciones pasadas para poder fijar más sólidamente las posiciones del porvenir.

No nos atrevemos a afirmar que las deliberaciones y acuerdos de Zaragoza hayan respondido rigurosamente a este criterio y que, como consecuencia, podamos señalar las radicales rectificaciones de conducta que las lecciones de estos años, imponen de un modo imperioso. Pero, sin embargo, el congreso que comentamos representa, indudablemente como veremos, un paso adelante que, huelga casi decirlo, consignamos con sincera satisfacción.

La fuerza de la C. N. T.

Veamos, antes de emprender el examen de los acuerdos del congreso, la fuerza que realmente representa la C. N. T. en el movimiento obrero español. No es tarea fácil, ni mucho menos, determinarla, por cuanto las organizaciones de la C. N. T., por su carácter, por el estado de clandestinidad en que actúan casi constantemente, se hallan en la imposibilidad de llevar una estadística de afiliados más o menos exacta. Amén de que los organismos confederales manifiestan una tendencia irresistible a manejar las cifras con una libertad que justifica plenamente el aforismo: «la estadística no es una ciencia, sino un arte’
Es indudable, pues, que hay que tomar con toda clase de reservas las cifras oficiales dadas en los congresos. Pero, así y todo, su examen comparativo nos permite sacar determinadas conclusiones generales.
Según la memoria oficial, en el congreso de 1931, estaban representados 511 sindicatos con 535.565 adherentes por 418 delegados. En el congreso de Zaragoza. según el informe de la Comisión de Credenciales -la discusión de cuya labor, dicho sea de paso, llamó desmesuradamente la atención de los congresistas- había 615 delegados, que representaban a 988 sindicatos con 559.294 afiliados.
De acuerdo con estos datos, el número de sindicatos ha aumentado, por consiguiente, en 477 y el de adherentes en 23.729.

Admitamos que el aumento del número de sindicatos corresponde a la realidad: ya sabemos que nada tan fácil como dar vida a una organización con ayuda de una hoja de papel, un sello… y un poco de imaginación estadística. Pero lo que no ofrece la menor duda es que el número de adherentes aparece considerablemente hinchado. Naturalmente, no podemos refutar las cifras de la Comisión de Credenciales con otras más fidedignas; pero es indiscutible que en los primeros meses que siguieron a la proclamación de la República la fuerza y la influencia de la C. N. T. eran incomparablemente mayores que ahora.

¿Cuál es la cifra real de afiliados? Por las razones expuestas, resulta imposible contestar con precisión a esta pregunta.

Según la Comisión de Credenciales, la C. N. T. cuenta en Cataluña con 133.444 afiliados, cuando en realidad, éstos oscilan entre los 40 y los 50.000. Es evidentemente exagerada, asimismo, la cifra relativa a Andalucía (148.890 adherentes), donde, como es archisabido, aún cuando la C. N. T. cuenta con una simpatía difusa, la organización propiamente dicha apenas existe. En cuanto a Levante, la cifra de 48.955 aliados. (sin los sindicalistas de oposición), dista mucho de ser real, por cuanto las organizaciones treintistas ejercen una hegemonía indiscutible. Aún que en menor proporción, aparece también exagerada la cifra relativa a las demás regiones, y, especialmente a Asturias, León y Palencia (22.508 afiliados) y al Centro (37.860).

A nuestro juicio. la cifra total de sindicados que nos da la Comisión de Credenciales, ha de ser reducida, por lo menos, en un cincuenta por ciento, si queremos aproximarnos a la realidad.

Conviene señalar, muy particularmente, la baja considerable de los efectivos en Cataluña, baja que ni las indiscutibles exageraciones oficiales consiguen disimular. En efecto, si se tiene en cuenta que el congreso del año 1931 aparecían representados, según la memoria oficial, cerca de 300.000 trabajadores catalanes, el número de adherentes a la C. N. T. era, cinco años atrás, más del doble del actual. Si añadimos a esto que los efectivos reales llegan escasamente a los 50.000 llegaremos a la conclusión -confirmada, por otra parte, por múltiples hechos-, de que la C. N. T., como hemos sostenido repetidamente, ha perdido indiscutiblemente la hegemonía en el movimiento obrero de Cataluña.

Las cifras relativas a las demás regiones, reducidas a sus justas proporciones, nos permiten llegar a la conclusión general de que la C. N. T. sigue ejerciendo una influencia notoria sobre sectores obreros relativamente considerables, aunque esta influencia queda menguada por el hecho importantísimo de que se extiende principalmente a los trabajadores de las regiones agrícolas o industrialmente atrasadas, mientras que en los centros industriales esta influencia es insignificante o decrece rápidamente, como se da el caso en Cataluña.

Además, a consecuencia del proceso de radicalización de las masas de la C. N. T., y de la incorporación a la misma de nuevos y considerables núcleos proletarios que nada tienen de común con el viejo reformismo de esta central, la C. N. T. ha dejado de ser lo que había sido indiscutiblemente hasta hace pocos años: la única organización sindical de los trabajadores revolucionarios españoles.

II. Las Alianzas Revolucionarias

La Alianza Obrera es indudablemente la creación más original e importante de la revolución española. Surgida a fines de 1933 como consecuencia de la reacción del proletariado ante el peligro fascista que se cernía sobre el país después de la victoria electoral de las derechas, no tardó en adquirir una popularidad extraordinaria y en demostrar prácticamente, durante los acontecimientos de Octubre, su eficacia como órgano de frente único e instrumento de la insurrección.

Cuenta desde el primer momento la A. O. con la hostilidad de los elementos directivos de las organizaciones obreras más importantes; pero, en cambio, es tan grande la simpatía de que goza entre las masas trabajadoras, que el partido socialista se ve obligado a tolerar que sus organizaciones formen parte de la misma y aun a declararse públicamente en su favor y el Partido Comunista, que en un principio la combatió encarnizadamente, acaba por ingresar en ella, en vísperas de la insurrección de Octubre, y convertirse en su paladín.

Hay una organización, sin embargo, la C. N. T. que, con la gloriosa excepción de Asturias, mantiene una actitud de irreductible oposición a la A. O. Pero la experiencia de Octubre y los repetidos fracasos sufridos durante estos últimos años no han sido vanos. En el propio seno de la C. N. T. la idea de la Alianza va ganando terreno, los obreros cenetistas empiezan a darse cuenta de que la táctica del aislamiento y el sectarismo tradicional de su organización no pueden conducir más que al desastre, de que se impone imperiosamente la unidad de acción de todos los trabajadores por encima de las diferencias ideológicas.

Este estado de espíritu adquiere un volumen tan considerable que los directivos de la C. N. T. no tienen más remedio que llevar el problema de la Alianza al Congreso de Zaragoza.

Como era de esperar, los que plantean la cuestión en términos más claros e inequívocos son los representantes asturianos, cuya experiencia en este sentido es terminante: la admirable unanimidad de Octubre fué obtenida gracias a la existencia de la Alianza Obrera. Pero los prejuicios sectarios, el pasado, pesan enormemente sobre la mayoría de los delegados. La ponencia asturiana sufre modificaciones fundamentales, pero la posición aliancista es tan firme, la lección de estos últimos meses tan contundente, que el Congreso no adopta una actitud de intransigencia absoluta, como la adoptara en 1919 la C. N. T. en el Teatro de la Comedia al rechazar de plano las proposiciones de unificación de los asturianos para adoptar un criterio brutalmente absorcionista.

El Congreso de Zaragoza se pronuncia por la Alianza Revolucionaria, pero obsesionado por el pre-juicio apolítico, la limita a la U. G. T. y a la C. N. T., es decir, a organizaciones de carácter sindical. Así, los «principios» quedan salvados. La C. N. T. nada quiere saber de los partidos políticos. Subterfugio ingenuo, porque todo el mundo sabe perfectamente que la U.G.T. es una organización típicamente socialista que si decide establecer una alianza con la C.N.T. será con el consentimiento del Partido.

La limitación de la Alianza se justifica, en el dictamen aprobado, por la consideración de que «la U. G. T. y la C. N. T. aglutinan y controlan en su seno a la totalidad de los trabajadores de España». Esta premisa es falsa, por cuanto en la actualidad hay en nuestro país millares de trabajadores que no están encuadrados en ninguna de esas centrales y de los cuales no se puede prescindir si se quiere lograr la unidad de acción efectiva de todo el proletariado. «Los sindicatos autónomos no tienen razón de existir», repiten constantemente los directivos ugetistas y cenetistas. Absurda manera de plantear la cuestión, pues hay que partir de realidades concretas y no de deseos, de los hechos y no de consideraciones subjetivas. Y los sindicatos autónomos son una realidad concreta, un hecho -cuyas causas no queremos examinar aquí- con el cual hay que contar. Por vehemente que sea nuestro deseo de que desaparezcan no por ello dejarán de existir. Y mientras existan, los innumerables obreros organizados en dichos sindicatos no pueden quedar al margen de las Alianzas si queremos realmente que éstas sean organismos que agrupen a todo el proletariado.

Los puntos tercero y cuarto y el artículo adicional del dictamen señalan un progreso evidente, que tiene el valor de una rectificación fundamental.

Hasta ahora, la C. N. T. había considerado el «comunismo libertario» como la única solución revolucionaria posible y la C. N. T. como el único organismo capaz de realizar la revolución y salvaguardar sus conquistas. Los puntos tercero y cuarto afirman, respectivamente, que «la nueva regularización de convivencia, nacida del hecho revolucionario, será determinada por la libre elección de los trabajadores, reunidos libremente» y que «para la defensa del nuevo régimen social es imprescindible la unidad de acción, prescindiendo del interés particular de cada tendencia».

Si estos dos puntos revelan una evolución indiscutible en el terreno ideológico, el artículo adicional marca un progreso sensible en cuanto al procedimiento. Dice así el mencionado artículo: «Estas bases representan el sentido mayoritario de la C. N. T. y tienen un carácter provisional, y deberán servir para que pueda tener lugar una entente con la U. G. T., cuando este organismo, reunido en Congreso Nacional de Sindicatos, formule por su parte las bases que crea convenientes para la Alianza Obrera revolucionaria. Al efecto, se nombrarán los Comités Nacionales de enlace, los cuales, procurando concretar los puntos de vista de ambas centrales sindicales, elaborarán una Ponencia de conjunto, que será sometida a la discusión y referéndum de los sindicatos de ambas centrales. El resultado de este referéndum será aceptado como acuerdo definitivo siempre que sea la expresión de la mayoría, representada, por lo menos, por el setenta y cinco por ciento de votos de ambas centrales sindicales».

No se emplaza ya, pues, a la Unión General de Trabajadores, según la tradición anarquista, de aceptar incondicionalmente las proposiciones de la C. N. T., sino que se da a las bases un carácter provisional y se confía a Comités de enlace la elaboración del pacto definitivo, el cual deberá ser refrendado, a su vez, por la mayoría de los sindicatos.

Huelga casi decir que veríamos con sincera satisfacción que la Alianza acordada en principio por el Congreso de Zaragoza, fuera pronto una realidad. A pesar de su carácter limitado, representaría un gran paso adelante que habría de conducir fatalmente, en plazo no lejano a la constitución de una vasta Alianza Obrera que englobara a todas las fuerzas proletarias organizadas tanto en el terreno sindical como en el político.

Mucho nos tememos, sin embargo, que la resolución de Zaragoza no pase de ser una resolución más, inspirada en el simple propósito de acallar el descontento que se manifestaba entre un sector, cada vez más considerable, de confederados y no en el sincero deseo de darles satisfacción. En efecto, después del Congreso, la lucha entre las dos centrales se ha agudizado en vez de atenuarse, la tendencia a la absorción se ha acentuado tanto por parte de la C. N. T. como de la U. G. T. y la participación de un representante de la primera en el mitin de la plaza de toros de Sevilla al lado de Largo Caballero ha sido rotundamente descalificado por los organismo confederales responsables desde las páginas de «Solidaridad Obrera» en términos tan categóricos como estos: «… El hecho de haber presentado unas condiciones para ir a un pacto revolucionario con la U. G. T. no nos inhibe de seguir nuestra trayectoria absorbente en el terreno sindical». Y como coronamiento, la interrupción violenta del mitin de Caballero en Zaragoza.

Edición digital de la Fundación Andreu Nin, 2013

Sobre el autor: Nin, Andreu

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