Durruti y la revolución (Abel Paz)

Se trata del capítulo «La ofensiva Durruti-García Oliver» del libro Durruti en la Revolución española, del que es autor Abel Paz (seudónimo utilizado por Diego Camacho). Publicado por Fundación Anselmo Lorenzo. Se mantiene la numeración original de las notas, lo que explica que comiencen por la número 66.

El 23 de julio de 1936 García Oliver se dirigió por radio a los obreros aragoneses, con un discurso incendiario, incitándolos a la lucha: «Salid de vuestras casas. Arrojaos sobre el enemigo. No aguardéis un minuto más. En este preciso instante habéis de poner manos a la obra. En esta tarea han de destacarse los militantes de la CNT y de la FAI. Nuestros camaradas han de ocupar la vanguardia de los combatientes. Y si es preciso morir, hay que morir (…). Os decimos que Durruti y el que os habla -García Oliver- partirán al frente de las columnas expedicionarias. Mandamos una escuadrilla de aviación para bombardear los cuarteles. Los militantes de la CNT y de la FAI han de cumplir con el deber que exige la hora presente. Emplead toda clase de recursos. No aguardéis a que yo finalice mi discurso. Abandonad vuestras casas, quemad, destruid. Batid al fascismo»(66).
El anuncio de que se estaban organizando columnas obreras para marchar sobre Aragón suscitó enorme entusiasmo en Barcelona. Los obreros acudieron a sus respectivos sindicatos para inscribirse como voluntarios y los Comités de Barrio comenzaron a tomar la iniciativa de instruir a los voluntarios en los campos de fútbol, u otros terrenos, en las normas más elementales de la lucha, así como en el lanzamiento de bombas de mano y el funcionamiento del fusil.

Entre los inscritos los había de todas las edades, yendo desde los catorce hasta los sesenta años. Y prevalecían activos y competentes militantes obreros y jóvenes libertarios. Inmediatamente se tomó conciencia de que si lo más capaz y mejor preparado de la CNT y de las Juventudes Libertarias salían para el frente, la retaguardia quedaría en manos de los últimos llegados, lo que podría poner en peligro el proceso de autogestión que se estaba llevando a cabo por los obreros, y que se extendía como mancha de aceite. El entusiasmo hubo de frenarse, reflexionando que si bien era importante pegar tiros, aún era más vital triunfar en la expropiación colectiva que se estaba llevando a término, y salir airosos en la nueva etapa económica y social, puesto que de ella dependería, en última instancia, el triunfo de la revolución con la afirmación de la capacidad política y económica de la clase obrera(67).

Esta movilización obrera era única en su género. No había sido decretada por nadie y brotaba directamente de la base. Los voluntarios discutían entre sí sobre la mejor manera de organizarse, porque no se quería resucitar ni el espíritu militarista ni la jerarquía de mando. Y fue de esas conversaciones entre los futuros combatientes que apareció la estructura y organización de las milicias, que se conservaría hasta la militarización general en marzo de 1937. La organización ideada era simple: diez hombres constituirían un grupo que nombraría un delegado; diez grupos formarían una centuria que elegiría a su vez su delegado de centuria; y cinco centurias formarían una Agrupación a cuya cabeza se situaría a un responsable que, junto con los delegados de centurias, formaría el Comité de Agrupación(68).

Pérez Farràs, en tanto que militar y asesor técnico que sería de la Columna «Durruti» que se estaba formando, inmediatamente mostró su desacuerdo sobre esa forma de organización, manifestándose pesimista sobre su valor combativo. Durruti se apercibió pronto que Pérez Farràs no sería mucho tiempo su asesor técnico-militar, y eligió al sargento de artillería Manzana, que comprendía mejor la psicología de los anarquistas hostiles a todo cuanto significara la práctica piramidal militar de manda y obedece. Como asesores, a Manzana y a Carreño, un maestro de escuela, Durruti les confió la tarea de dotar a la Columna con piezas de artillería, municiones y un cuerpo sanitario con médicos y enfermeras, dotados de un quirófano de urgencia.
Manzana, sin muchas explicaciones, comprendió pronto lo que Durruti deseaba de él, y se las compuso a las mil maravillas para cumplir su misión. Conocía a varios soldados de los que se incorporaron a la formación de la Columna, y también a algunos oficiales, y, contando con el apoyo de Durruti y con la idea de que pudieran servir de auxilio instructor a los demás, toda esa gente fue introduciéndose por entre los grupos formados, pero sin violencias, fraternalmente.

Sin embargo, por su lado, Pérez Farràs continuaba pensando de la misma manera, y terminó por plantear la cuestión directamente a Durruti:

«-Con ese método no se puede combatir».

Y Durruti le repuso:

«-Ya lo dije, y vuelvo ahora a repetirlo: durante toda mi vida me he comportado como anarquista, y el hecho de haber sido nombrado delegado responsable de una colectividad humana no puede hacer cambiar mis convicciones. Fue bajo esa condición que acepté cumplir la tarea que me ha encomendado el Comité Central de Milicias.

«Pienso -y todo cuanto está sucediendo a nuestro alrededor confirma mi pensamiento- que una milicia obrera no puede ser dirigida según las reglas clásicas del Ejército. Considero pues, que la disciplina, la coordinación y la realización de un plan, son cosas indispensables. Pero todo eso no se puede interpretar según los criterios que estaban en uso en el mundo que estamos destruyendo. Tenemos que construir sobre bases nuevas. Según yo, y según mis compañeros, la solidaridad entre los hombres es el mejor incentivo para despertar la responsabilidad individual que sabe aceptar la disciplina como un acto de autodisciplina.
«Se nos impone la guerra, y la lucha que debe regirla difiere de la táctica con que hemos conducido la que acabamos de ganar, pero la finalidad de nuestro combate es el triunfo de la revolución. Esto significa no solamente la victoria sobre el enemigo, sino que ella debe obtenerse por un cambio radical del hombre. Para que ese cambio se opere es preciso que el hombre aprenda a vivir y conducirse como un hombre libre, aprendizaje en el que se desarrollan sus facultades de responsabilidad y de personalidad como dueño de sus propios actos. El obrero en el trabajo no solamente cambia las formas de la materia, sino que también, a través de esa tarea, se modifica a sí mismo. El combatiente no es otra cosa que un obrero utilizando el fusil como instrumento, y sus actos deben tender al mismo fin que el obrero. En la lucha no se puede comportar como un soldado que le mandan, sino como un hombre consciente que conoce la trascendencia de su acto. Ya sé que obtener esto no es fácil, pero también sé que lo que no se obtiene por el razonamiento no se obtiene tampoco por la fuerza. Si nuestro aparato militar de la revolución tiene que sostenerse por el miedo, ocurrirá que no habremos cambiado nada, salvo el color del miedo. Es solamente liberándose del miedo que la sociedad podrá edificarse en la libertad»(69)

Durruti se había expresado con suma claridad, y su propósito no era otro que unir la teoría con la práctica y viceversa. Como anarquista él deseaba continuar siendo fiel a sus concepciones libertarias, a pesar de asumir la responsabilidad de dirigir una columna obrera que partía en lucha hacia el frente de Aragón(70).

Mientras tanto, los preparativos de la expedición a Zaragoza proseguían avanzando. Y pronto, en tierras de Aragón, iban a librarse batallas importantes, tanto en el frente de la guerra como en el frente de la revolución campesina. En Zaragoza se encontraba el cuartel general de la V División Militar bajo el mando del general Miguel Cabanellas. Las fuerzas que este general mandaba en Zaragoza comprendían:

«Dos Brigadas de Infantería: la IX (cuartel general, Zaragoza) y la X (cuartel general, Huesca), más una Brigada de Artillería, la V (Zaragoza), con cuatro Regimientos de Infantería, dos de Artillería, un Batallón de Ingenieros y los Servicios correspondientes.

«Había, además, como unidades no divisionarias, un Regimiento de Carros, otro de Caballería, un Destacamento del Depósito de Remonta, un grupo de Defensa contra Aeronaves, un Parque de Cuerpo de Ejército, un Batallón de Pontoneros y una Comandancia de Sanidad.
«Como mandos principales se encontraban los generales don Miguel Cabanellas (V División), Alvarez Arenas (IX Brigada), De Benito (X Brigada) y don Eduardo Martín González (V de Artillería).

«No deben olvidarse aquí las fuerzas de Orden Público. A las de Asalto de Zaragoza, había que agregar dieciocho compañías de la Guardia Civil y cinco de Carabineros.

«Los efectivos de las unidades del Ejército se encontraban muy mermados, pero, como compensación, puede decirse que, desde sus jefes más altos a los más subalternos, se encontraban, casi sin excepción, magníficamente dispuestos en favor de los planes del general Mola»(71)

José Chueca, refiriéndose a la pérdida de Zaragoza, se pregunta:

«¿Pudimos haber hecho más de lo que hicimos? Es posible. Fiamos excesivamente en las promesas del gobernador civil (Vera Coronel) y concedimos demasiado valor a nuestras fuerzas; no quisimos prever que frente a una acción violenta, como la que podía desencadenar el fascismo, hacía falta algo más contundente que treinta mil obreros organizados en las Sindicatos»(72)

Y Martínez Bande escribe:

«En la misma noche del 17, y nada más tenerse conocimiento de lo ocurrido en Marruecos, masas muy decididas de extremistas se adueñaron de las principales calles. Transcurrió en una tensa expectativa todo el día 18, en que numerosos grupos de voluntarios acudieron a los cuarteles, proclamándose en la madrugada del 19 el Estado de Guerra. Contra esta medida reaccionó la CNT, declarando el mismo día la huelga general revolucionaria, que el 22 quedaba estrangulada, gracias a las enérgicas resoluciones de las autoridades militares y no sin diversos choques.

«En Calatayud, el coronel Muñoz Castellanos declaró el Estado de Guerra el día 20, sin incidentes; pero bastantes pueblos tuvieron que ser rescatados por destacamentos del Ejército, fuerzas del Orden Público y paisanos voluntarios. Al norte del Ebro, fueron siete pueblos, en las riberas, cuatro, y al sur del Ebro, diez con Belchite»(73)

En las condiciones en que habían caído Zaragoza y Calatayud, cayeron también en manos de los sublevados Huesca y Teruel.
Como un islote quedaba Barbastro en manos de los soldados que mandaba el coronel republicano Villalba.Este era el cuadro que ofrecía el territorio aragonés, cuando Durruti, al frente de unos dos mil milicianos, se propuso conquistar Zaragoza.

El 24 de julio, a las diez de la mañana, la Columna «Durruti» debía salir del Paseo de Gracia en dirección Zaragoza, vía Lérida. A las ocho de la mañana, Durruti habló por radio dirigiéndose a la población obrera de Barcelona para pedirles que contribuyeran con artículos alimenticios al abastecimiento de la Columna. Esta llamada insólita sorprendió a todo el mundo. Y, lógicamente, había motivo para ello. La distribución de los alimentos estaba a cargo, en parte, de los Comités de Barrio, del Sindicato de la Alimentación y del Comité Central de Milicias Antifascistas. Por tanto ¿es que dichos organismos negaban a

Durruti la posibilidad de constituirse una intendencia? Pronto Durruti satisfizo la curiosidad:

«-El arma más potente de la revolución es el entusiasmo. En la revolución se triunfa cuando todo el mundo está interesado en la victoria, haciendo de ella cada uno su causa personal. La respuesta a mi llamada -les dijo a los que mostraron su sorpresa- nos dará la medida del interés que pone la ciudad de Barcelona en la revolución y su victoria. Además, esto es una manera de situar a cada uno frente a su propia responsabilidad, una ocasión para que todo el mundo tome conciencia de que nuestra lucha es colectiva y que su triunfo depende del esfuerzo de todos. Este y no otro es el sentido de nuestra llamada», concluyó Durruti(74)

Poco antes de salir la Columna «Durruti» fue cuando su delegado, que se encontraba discutiendo en el Sindicato Metalúrgico sobre una cuestión de blindaje de camiones, recibió al periodista del Toronto Star, Van Passen, que publicaría un reportaje bajo el título: «Dos millones de anarquistas luchan por la revolución». En el mismo comienza inmediatamente por poner a Durruti ante el lector:

«Es un hombre alto, moreno, de rasgos morunos. Hijo de humildes campesinos. Su voz aguda, casi gutural».

Van Passen le preguntó si él consideraba ya aplastados a los militares rebeldes:

«-No, todavía no los hemos vencido» contestó francamente. Y agregó: «Ellos tienen Zaragoza y Pamplona. Ahí es donde están los arsenales y las fábricas de municiones. Tenemos que tomar Zaragoza y después saldremos al encuentro de las tropas compuestas de Legionarios Extranjeros, que ascienden desde el Sur, mandadas por el general Franco. Dentro de dos o tres semanas nos encontraremos entregados en batallas decisivas.

«-¿Dos o tres semanas?» preguntó intrigado el periodista.

«-Dos o tres semanas o quizá un mes -afirmó Durruti-. La lucha se prolongará como mínimo todo el mes de agosto. El pueblo obrero está armado. En esta contienda el Ejército no cuenta. Hay dos campos: los hombres que luchan por la libertad y los que luchan por aplastarla. Todos los trabajadores de España saben que si triunfa el fascismo vendrá el hambre y la esclavitud. Pero los fascistas también saben lo que les espera si pierden. Por eso esta lucha es implacable. Para nosotros de lo que se trata es de aplastar al fascismo, de manera que no pueda levantar jamás la cabeza en España. Estamos decididos a terminar de una vez por todas con él, y esto a pesar del Gobierno…

«-¿Por qué dice usted a pesar del Gobierno? ¿Acaso no está este Gobierno luchando contra la rebelión fascista?, pregunté sorprendido.

«-Ningún Gobierno en el mundo pelea contra el fascismo hasta suprimirlo -me respondió Durruti-. Cuando la burguesía -agregó- ve que el poder se le escapa de las manos, recurre al fascismo para mantener el poder de sus privilegios. Y esto es lo que ocurre en España. Si el Gobierno republicano hubiera deseado terminar con los elementos fascistas, hace ya mucho tiempo que hubiera podido hacerlo. Y en lugar de eso, temporizó, transigió y malgastó su tiempo buscando compromisos y acuerdos con ellos. Aún en estos momentos, hay miembros del Gobierno que desean tomar medidas muy moderadas contra los fascistas. ¡Quién sabe -dijo Durruti, riendo- si aún el Gobierno espera utilizar las fuerzas rebeldes para aplastar el movimiento revolucionario desencadenado por los obreros!

«-¿Entonces -preguntó Van Passen- usted ve dificultades aun después que los rebeldes sean vencidos?

«-Efectivamente. Habrá resistencia por parte de la burguesía, que no aceptará someterse a la revolución que nosotros mantendremos en toda su fuerza», contestó Durruti.

El periodista le señaló la contradicción en que se encontraba la revolución que mantenían los anarquistas:

«-Largo Caballero e Indalecio Prieto han afirmado que la misión del Frente Popular es salvar la República y restaurar el orden burgués. Y usted, Durruti, usted me dice que el pueblo quiere llevar la revolución lo más lejos posible. ¿Cómo interpretar esta contradicción?»

«-El antagonismo es evidente -me respondió-. Como demócratas burgueses, esos señores no pueden tener otras ideas que las que profesan. Pero el pueblo, la clase obrera, está cansado de que se le engañe. Los trabajadores saben lo que quieren. Nosotros luchamos no por el pueblo sino con el pueblo, es decir, por la revolución dentro de la revolución. Nosotros tenemos conciencia de que en esta lucha estamos solos, y que no podemos contar nada más que con nosotros mismos. Para nosotros no quiere decir nada que exista una Unión Soviética en una parte del mundo, porque sabíamos de antemano cuál era su actitud en relación a nuestra revolución. Para la Unión Soviética lo único que cuenta es su tranquilidad. Para gozar de esa tranquilidad, Stalin sacrificó a los trabajadores alemanes a la barbarie fascista. Antes fueron los obreros chinos, que resultaron victimas de ese abandono. Nosotros estamos aleccionados, y deseamos llevar nuestra revolución hacia adelante, porque la queremos para hoy mismo y no, quizá, después de la próxima guerra europea. Nuestra actitud es un ejemplo de que estamos dando a Hitler y a Mussolini más quebraderos de cabeza que el Ejército Rojo, porque temen que sus pueblos, inspirándose en nosotros, se contagien y terminen con el fascismo en Alemania y en Italia. Pero ese temor también lo comparte Stalin, porque el triunfo de nuestra revolución tiene necesariamente que repercutir en el pueblo ruso».

Van Passen recapitula:

«Este es el hombre que representa a una organización sindical que cuenta aproximadamente con dos millones de afiliados y sin cuya colaboración la República no puede hacer nada, incluso en el supuesto de una victoria sobre los sublevados. Yo quise conocer su pensamiento porque para comprender lo que está sucediendo en España es preciso saber cómo piensan los trabajadores. Por esa razón he interrogado a Durruti, porque por su importancia popular es un auténtico y característico representante de esos trabajadores en armas. De sus respuestas resulta claramente que Moscú no tiene ninguna influencia ni autoridad para hablar en nombre de los trabajadores españoles. Según Durruti, ninguno de los Estados europeos se siente atraído por el sentimiento libertario de la revolución española, sino deseosos de estrangularla.

«-¿Espera usted alguna ayuda de Francia o de Inglaterra, ahora que Hitler y Mussolini han comenzado a ayudar a los militares rebeldes? pregunté.

«-Yo no espero ninguna ayuda para una revolución libertaria de ningún gobierno del mundo» respondió Durruti secamente. Y agregó: «-Puede ser que los intereses en conflictos de imperialismos diferentes tengan alguna influencia en nuestra lucha. Eso es posible. El general Franco está haciendo todo lo posible para arrastrar a Europa a una guerra, y no dudará un instante en lanzar a Alemania en contra nuestra. Pero, a fin de cuentas, yo no espero ayuda de nadie, ni siquiera, en última instancia, de nuestro Gobierno.

«-¿Pueden ustedes ganar solos?, pregunté directamente.

Durruti no respondió. Se tocó la barbilla, pensativamente. Sus ojos brillaban. Y Van Passen insistió en la pregunta:

«-Aun cuando ustedes ganaran, iban a heredar montones de ruina -me aventuré a interrumpir su silencio».

Durruti pareció salir de una profunda reflexión, y me contestó suavemente, pero con firmeza:

«-Siempre hemos vivido en la miseria, y nos acomodaremos a ella por algún tiempo. Pero no olvide que los obreros son los únicos productores de riqueza. Somos nosotros, los obreros, los que hacemos marchar las máquinas en las industrias, los que extraemos el carbón y los minerales de las minas, los que construimos ciudades… ¿Por qué no vamos, pues, a construir y aún en mejores condiciones para reemplazar lo destruido? Las ruinas no nos dan miedo. Sabemos que no vamos a heredar nada más que ruinas, porque la burguesía tratará de arruinar el mundo en la última fase de su historia. Pero -le repito- a nosotros no nos dan miedo las ruinas, porque llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones, dijo, murmurando ásperamente. Y luego agregó: Ese mundo está creciendo en este instante»(75)

Hacia las diez de la mañana, los voluntarios que iban a integrar la Columna «Durruti» comenzaron a afluir al Paseo de Gracia, donde un numeroso público había acudido también a presenciar la marcha de aquella extraña caravana, compuesta de camiones, autobuses, taxis y turismos. El entusiasmo era inmenso. El triunfo rápido en Barcelona autorizaba el optimismo. Y esa expedición hacia Aragón era concebida por muchos como un rápido paseo.

Hacia el mediodía, la columna compuesta de unos dos mil hombres se puso en marcha en un delirio de vivas, de puños levantados y de estribillos de cantos revolucionarios, sonando el más potente de «¡A las Barricadas!» el himno de la CNT-FAI.
A la cabeza iba un camión con una docena de jóvenes, entre los cuales destacaba la hercúlea figura de José Hellín blandiendo una bandera rojinegra, que por defenderla en Madrid morirá el 17 de noviembre, haciendo saltar a bombazos las tanquetas italianas. Detrás seguía la centuria que llevaba como delegado al metalúrgico Arís. Luego cinco centurias, que pronto iban a destacarse como una verdadera fuerza de élite como dinamiteros: eran los mineros de Figols y Sallent; y también los marineros del Transporte Marítimo, que se destacarían como guerrilleros, llevando siempre en la delantera al marinero Setonas.

Como delegado de la III Centuria iba El Padre, viejo luchador que había formado en las filas de Pancho Villa en la revolución mexicana. La IV Centuria llevaba como delegado al obrero del textil Juan Costa; y la V, formada exclusivamente de obreros metalúrgicos, la representaba el joven libertario Muñoz, de 19 años.

Entre dos autocares marchaba un «Hispano», en el que iban Durruti y Pérez Farràs. Durruti iba silencioso, extraño y ajeno a los vivas y los puños levantados. Sentía la responsabilidad que las circunstancias le habían deparado. El setenta por ciento de los hombres que componían su columna era la flor y nata de las juventudes anarquistas de Barcelona. Jóvenes, y menos jóvenes, todos conocieron antes y durante el 19 de julio los combates callejeros y los enfrentamientos contra la Fuerza Pública. Pero no conocían la lucha en terreno descubierto, es decir, la guerra.

Antes de salir de Barcelona, Durruti se dirigió a los hombres de la Columna con un discurso en el cuartel Bakunin. En él quiso prevenir a todos sobre la diferencia que existía entre la lucha que ellos conocían y la que se iba a afrontar en Aragón. Pero él sabía que las palabras no pueden sustituir a la experiencia. Habló de los bombardeos de la aviación y de los cañonazos que precedían a los ataques. De los combates cuerpo a cuerpo con arma blanca. Y sobre todo insistió en la diferencia que existía entre un ejército burgués y el proletariado en armas, en su comportamiento con los campesinos y las poblaciones de retaguardia.

Seguía aún en pie el problema del mando. Su posición había sido netamente expuesta ante el Comité Central de Milicias Antifascistas, y repetida más tarde a Pérez Farràs. Durruti conocía la confianza que le otorgaban sus compañeros, y que yendo él delante todos le seguirían, incluso si los llevaba a la muerte. Pero la muerte no era el fin que perseguía Durruti, sino la vida. Un militar puede, desde su puesto de mando y sin ningún escrúpulo, enviar a la gente a la muerte; reemplaza las bajas y asunto concluido. Pero Durruti sabía que la mayor parte de los hombres que le seguían eran militantes revolucionarios, y tales hombres son irremplazables. En su reflexión entraban unas palabras que pronunciara Néstor Makhno en su presencia:

«La diferencia que existe entre un militar que manda y un revolucionario que dirige, reside en que el primero se impone por la fuerza, mientras que el segundo no dispone de más autoridad que la que se deriva de su propia conducta»(76)

Vicente Guarner juzga a los dos hombres que iban al frente de la Columna:

«Durruti, el jefe, a quien traté personalmente, era de una personalidad impresionante. De unos cuarenta años, decidido, de mirada penetrante e infantil, de estatura más que mediana, había sido obrero ferroviario. Pérez Farràs, leridano, era de un valor impulsivo, vehemente en sus opiniones, alto de estatura, de frente despejada y con talento natural, oscurecido por momentáneas obcecaciones…»(77)

Mientras la Columna «Durruti» seguía vía Lérida hacia Zaragoza, García Oliver no perdía su tiempo en el Departamento de Guerra. El día 23 de julio recibió a Julio Alvarez del Vayo, que llegaba de Francia y que se dirigía a Madrid. Habló con él y le insistió -dada su personalidad e influencia en los medios socialistas, particularmente cerca de Largo Caballero, y el peso que ese partido tenía sobre el Gobierno Giral- para que se comprendiera bien en Madrid que la guerra había que ganarla en Marruecos y no en la Península. Era preciso que el Gobierno republicano -le insistió García Oliver a Alvarez del Vayo- haga una declaración pública, declarando la independencia del protectorado español de Marruecos. Si el Gobierno español hace eso, señaló García Oliver, el general Franco está derrotado en su propia retaguardia, y el dominio de la Península por nosotros es cuestión de días. Alvarez del Vayo se comprometió a exponer en Madrid sus puntos de vista, pero, «desgraciadamente -según confesión de Alvarez del Vayo- en Madrid no hubo comprensión y no se prestó atención a lo expuesto por García Oliver»(78)

No obstante, García Oliver confiaba poco en Alvarez del Vayo, y lo que pudiera hacerse en Madrid, y comenzó por sí mismo la tarea de sublevar Marruecos:

«Días antes de nuestra revolución, el compañero de Artes Gráficas, José Margeli, que estaba muy ligado a mí y a nuestra obra, me presentó a un tal Argila(79), egipcio y profesor de idiomas en la Academia Berlitz. Según me contó Margeli después, Argila, y antes su padre, eran miembros prominentes del mundo árabe, bastante ligados al Comité Pan-islámico que operaba en Ginebra(80). Al producirse el movimiento y apreciar nosotros cuán pocas ideas tenían los miembros de los gobiernos de la República, que estaban dimitiendo continuamente, llamé a Margeli y a Argila al Comité de Milicias de Cataluña, del que yo formaba parte y detentaba la Jefatura del Departamento de Guerra. Le pregunté a Argila cuáles eran las relaciones que tenía con el mundo oficial panislámico de Ginebra. Me contestó que él era su agente oficial en España, y que, como tal, se ponía a mi disposición. Considerando cuán importante podía llegar a ser el entrar en relaciones con los jefes conspiradores del mundo árabe, les di cita para el día siguiente si Argila, junto con Margeli, estaban dispuestos a encabezar una misión con el encargo de conseguir una alianza activa de nosotros y el mundo árabe. De acuerdo con Argila y Margeli, planteé el asunto a Marianet, secretario del Comité Regional de la CNT en Cataluña, quien se mostró de acuerdo en que yo siguiese adelante. Igualmente informé de las posibilidades que ofrecía el asunto en la reunión que celebramos cada noche del Comité Central de Milicias, estando todos de acuerdo y concediéndome las más amplias facilidades.

«Al día siguiente comparecieron Margeli y Argila. A ellos les acoplé al compañero Magriña, que lo tenía representándome en el Departamento de Propaganda del Comité Central de Milicias. Todos perfectamente informados por mí de lo que esperaba de la gestión en Ginebra, provistos de cartas acreditativas, de pasaporte y de dinero, partieron…»(81)

«Salimos en avión directos a París, para procurarnos una dirección que fue de Ginebra, y otra vez en avión salimos para Suiza. En Ginebra nos instalamos en el Hotel de Rusia. Establecido contacto, fuimos a entrevistarnos con un señor de edad avanzada, instalado en un lujoso domicilio que nos invitó a comer al estilo y costumbre de su país, con bastante solemnidad y señalado lujo.

«Durante la comida, mi acompañante le informó del objeto de la visita, y al quedar informado prometió trasladar nuestras propuestas a los líderes nacionalistas marroquíes. Se trataba, en concreto, de solicitar la ayuda de Torres y su organización para la causa de la República española en Marruecos, a cambio de concederles la independencia o la autonomía, según ellos lo entendieran»(82)

Mientras estas conversaciones seguían su curso, trasladémonos de nuevo a la Columna «Durruti» (para ello deberemos leer el siguiente capítulo de la obra de Abel Paz, Durruti en la Revolución española).
 

Notas

66.Solidaridad Obrera, 23 de julio de 1936.
67.El autor fue testigo en el Comité de Defensa del Poblet, Barcelona. Al igual que Fuentes, uno de los que organizaban las milicias en esa barriada, rechazó a bastantes militantes que se empeñaban en ir al frente. La razón que se les daba era: «Si nos vamos todos, ¿quién va a asegurar la revolución en la retaguardia?»
68.José Mira, Guerrilleros confederales, Sindicato Metalúrgico de la CNT de Barcelona, 1937.
69.Idem. Aurelio Fernández, en su comunicación citada, abunda en el mismo asunto. Más tarde, Emma Goldmann, en una entrevista sostenida con Durruti, recoge la misma expresión. Freedom, Londres, abril, 1937.
70.Esa constancia en Durruti es lo que le reprocha Koltsov en su Diario de la guerra de España, Ed. Ruedo Ibérico, París.
71.José Manuel Martínez Bande, La invasión de Aragón y el desembarco en Mallorca, Ed. San Martín, Madrid, 1970.
72.José Chueca, artículo en De julio a julio, op. cit.
73.José Manuel Martínez Bande, op. cit.
74.Testimonio de Pablo Ruiz, y Solidaridad Obrera, 25 de julio de 1936, comentando el entusiasmo de la población.
75. Toronto Star, artículo de Van Passen, titulado «Dos millones de anarquistas luchan por la revolución, declara un líder español», 18 de agosto de 1936. El texto lo hemos traducido directamente del inglés. La fecha de aparición y la fecha en que tuvo lugar esta entrevista están muy distantes. Por nuestras investigaciones hemos sacado en conclusión que esa interviu fue hecha en Barcelona, en la mañana del 24 de julio, en el Sindicato de la Metalurgia de la CNT. Posiblemente, por razones periodísticas, Van Passen habla de «A lo lejos rugía el cañón». Pero es importante situar en la fecha exacta o aproximada en que fue realizada, si no, no se comprenden bien algunas respuestas de Durruti sobre todo en relación a la guerra y las operaciones contra las fuerzas sublevadas.
76.Durruti rememora la entrevista mantenida con Nestor Makhno en París el año 1927, y que hemos dejado relatada en la Primera Parte de esta obra.
77.Vicente Guarner, op. cit.
78.De una entrevista inédita hecha por el autor a Julio Alvarez del Vayo en 1972, recogida en cinta magnetofónica.
79. El Argila que nos encontramos aquí es el hijo de Argila que, en 1930, bajo el impulso del Emir Chekib Arslan (fundador de «La Nation Arabe», o el panarabismo en oposición al panislamismo), interesó a algunos intelectuales españoles, entre ellos a Fernando de los Ríos y a Gonzalo de Reparaz, y crearon, en la fecha citada, la «Asociación hispano-islámica» en Madrid, la cual se relacionaba con los notables de Tetuán. Argila padre ejercía la función de periodista, y fue colaborador de la revista Maghreb, fundada en París por J. R. Conguez (un nieto de Carlos Marx). Desde aquella fecha, Argila fue el representante oficial del Emir Chekib Arslan en España. Ignoramos si Argila padre murió, o bien, anciano, le sucedió su hijo, profesor de idiomas con el cual entró en relación García Oliver por intermedio de Margeli, este último también de origen árabe. Para todo este asunto que se relaciona con Marruecos y el Comité de Acción Marroquí (el CAM), señalamos al lector la existencia de Les Partis Politiques Marrocains, del profesor Robert Rezette, Ediciones Armand Colin, Paris, 1955.
80.El Emir Chekib Arslan situó en Ginebra su residencia y la de «La Nation Arabe», que servía de relación con los nacionalistas marroquíes de la zona española o francesa, es decir, con Tetuán y Fez.
81.García Oliver, en carta al autor.
82.Jaime Rosquillas Magriñá en carta al autor. Magriñá es, junto con Bernardo Pou, autor del libro Un año de conspiración, Barcelona, 1930, que hace referencia a todas las actividades de la CNT-FAI en aquel año.
 

Sobre el autor: Paz, Abel

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