La utopía de Oscar Wilde (George Orwell, 1948)

Esta reseña de El alma del hombre en el socialismo, de Oscar Wilde, fue publicada en Observer, el 9 de mayo de 1948. El título no es del autor. Versión de Carlos Artola.

La obra de Oscar Wilde está siendo recuperada intensamente en los escenarios y en la pantalla cinematográfica, y conviene recordar que ni Salomé ni Lady Windermere fueron sus únicas creaciones. Por ejemplo, el texto El alma del hombre en el socialismo , publicado por primera vez hace aproximadamente sesenta años, ha envejecido bien. Su autor no era socialista en el sentido activo de la palabra, pero era un simpatizante, y un observador inteligente. Aunque sus profecías no se hayan cumplido, el transcurso de los años no les ha quitado todo interés.
La visión de Wilde sobre el socialismo, que en su época debía ser compartida por muchas personas que no la expresaron tan bien como él, es utópica y anarquizante. En su opinión, la abolición de la propiedad privada posibilitará un pleno desarrollo del individuo, y nos liberará de «la mezquina necesidad de vivir para los otros». En el futuro socialista no solo no habrá pobreza ni inseguridad, tampoco existirá la esclavitud del trabajo, la enfermedad, la fealdad ni el desperdicio del espíritu humano en fútiles enemistades y rivalidades.
El sufrimiento dejará de ser importante: por primera vez en su historia el hombre podrá desarrollar su personalidad a través de la alegría y no mediante el padecimiento. Los delitos desaparecerán, pues no habrá razones económicas para cometerlos. El Estado dejará de gobernar y se mantendrá simplemente como un órgano para la distribución de los bienes necesarios. La totalidad de las actividades desagradables se realizarán por las máquinas, y todo el mundo será completamente libre para elegir su trabajo y su manera de vivir. El mundo se poblará de artistas, cada uno de los cuales buscará la perfección en la forma que le parezca mejor.
Leer actualmente estas optimistas previsiones provoca bastante tristeza. Por supuesto, Wilde sabía que en el movimiento socialista existían tendencias autoritarias, pero no creía que fuesen a imponerse. Con una especie de ironía profética, escribió: «No puedo creer que haya hoy ningún socialista que proponga que por las mañanas fuera un inspector de casa en cada casa para obligar a cada ciudadano a levantarse y a efectuar su trabajo manual durante ocho horas». Esto, lamentablemente, es exactamente lo que propondrían numerosos socialistas de hoy en día. Evidentemente algo ha fallado. El socialismo, en el sentido de colectivismo económico, está conquistando el mundo con una rapidez que apenas habría parecido posible hace sesenta años, pero la utopía, en todo caso la utopía de Wilde, no está más cercana de lo que estaba. ¿Dónde está el error?
Si analizamos la obra de Wilde, se observa que el autor hace dos suposiciones bastante comunes, las cuales carecen de fundamento. Una de ellas es que el mundo es inmensamente rico y que el problema estriba en la mala distribución de las riquezas. Wilde parece afirmar que cuando se igualen las cosas entre el millonario y el barrendero, habrá bastante para todos. Antes de la revolución rusa esta creencia estaba muy extendida -una frase muy repetida mencionaba la existencia de «hambrientos en medio de la abundancia»-, pero era totalmente injustificada, y pudo mantenerse tan solo porque los socialistas pensaban siempre en los países occidentales desarrollados y se olvidaban de la tremenda pobreza de Asia y África. En realidad, el problema del mundo en su conjunto no es cómo repartir la riqueza que existe sino cómo aumentar la producción pues sin ello la igualdad económica sólo significaría la miseria común.
En segundo lugar, Wilde supone que es sencillo hacer que todos los trabajos desagradables sean realizados por máquinas. Afirma que las máquinas son los nuevos esclavos, metáfora tentadora pero engañosa, pues existen numerosos trabajos -en general, cualquiera que requiera una gran flexibilidad- que no pueden ser realizados por ninguna máquina. En la práctica, incluso en los países más industrializados, una enorme cantidad de trabajos aburridos y agotadores son hechos de mala gana por medio de músculos humanos. Y esto implica necesariamente que haya alguien que dirija el trabajo, que se respeten unos horarios fijos, que se diferencien los salarios, y toda la reglamentación que horroriza a Wilde. El socialismo de Wilde solo podría realizarse en un mundo más rico que el actual, y mucho más avanzado en el aspecto técnico. La abolición de la propiedad privada, por sí sola, no daría de comer a todo el mundo. Significa únicamente el primer paso de un período de transición que inevitablemente será trabajoso, incómodo y largo.
Pero esto no quiere decir que Wilde estuviera totalmente equivocado. Lo malo de los períodos de transición es que la dura actitud que generan tiende a volverse permanente. Todo indica que es lo que ha ocurrido en la Rusia soviética. La dictadura supuestamente establecida para un objetivo limitado en el tiempo ha echado raíces y ha permanecido, y hemos llegado a un punto en que se piensa que el socialismo significa campos de concentración y policía secreta. Por lo tanto, el panfleto de Wilde y otros escritos similares –Noticias de ninguna parte , por ejemplo – tienen un valor. Podría ser que en ellos se pida lo imposible, y que a veces parezcan anticuados y ridículos –al fin y al cabo toda utopía refleja necesariamente las ideas estéticas de su propia época-, pero al menos miran más allá de la etapa de las colas para la comida y de las disputas de partido, y le recuerdan al movimiento socialista su objetivo original y medio olvidado de la fraternidad humana.

Edición digital de la Fundación Andreu Nin, noviembre 2003

Sobre el autor: Orwell, George

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