Editorial Fontamara acaba de publicar [en 1977] dos obras de Andreu Nin: «Los movimientos de emancipación nacional» y «Las dictaduras de nuestro tiempo».
La lectura de ambos volúmenes representa una bocanada de aire fresco. Escritos hace más de cuarenta años, seguir hoy el hilo de los razonamientos de Nin, gustar de su prosa bien trabada, directa nada trivial ofrece un contraste con tanto fárrago galo marxista con que la editoriales farragosas y galo marxistas tratan de convertir en consumido sea hoy más que ayer, y menos que mañana- a quien debería ser algo más que eso: un lector, es decir un deglutidos reflexivo, que se traga lo que de conviene y suprime lo que no. Que lee por placer y no por obligación.
Las decenas y decenas de años transcurridas desde que Nin se explicó acerca de los movimientos nacionales, acerca de las dictaduras de su tiempo -Ios fascistas y la del proletariado-, ayudan a que el lector no se sienta objeto de la lectura, sino su sujeto. La perspectiva que ofrece el tiempo transcurrido, la evolución sufrida por los asuntos tratados por Nin permite al lector una visión de los aciertos de autor, así como de sus errores. El lector, ante esos dos libros de Nin, posee un arsenal suficiente de conocimiento relacionados con los temas tratados por el autor, como para contrastar con lo leído, quedarse con lo que le convenga y rechazar lo inconveniente.
Y lo que conviene retener de Nin, después de cuarenta años, es mucho. Tanto, que sólo la mala conciencia -suave expresión, para el caso que nos ocupa- o la obediencia de juicio propia de jesuitas y otras maquinarias bien engrasadas pueden negarle a Andreu Nin la calidad de mejor teórico marxista que haya existido entre nosotros.
El silencio sobre la obra -y sobre la vida, y sobre la muerte- de Andreu Nin lo estamos pagando carísimo: artículos recientes, folletos de los últimos tiempos, novedades increíbles presentadas como última novedad no hubieran visto afortunadamente la luz de haber sus autores tenido la suficiente libertad intelectual como para estudiar lo que escribió Nin hace cuarenta años: éste trató de los movimientos nacionales, de las dictaduras con el suficiente conocimiento teórico y práctico como para hacer avanzar las disquisiciones sobre aquellos temas; más allá, desde luego, de lo que nos ofrecen hoy como dulce y novísimo catecismo nuestros novísimos. trabajadores Intelectuales -si es que todavía se hacen llamar así.
No parece que, a quien corresponda, le resultara difícil liquidar a Andreu Nin en 1937. Tampoco le ha resultado difícil a la censura ilegal, ayudada eficazmente por la “oficial”, dar por no existentes los escritos y el pensamiento de Nin.
Hasta hoy, según se va viendo.