Jesús Ibáñez, en la caverna de Zarathustra (Errnesto Burgos)

Publicado en La Nueva España , 26 de mayo de 2009      

 

En otras ocasiones ya les he ido contando cosas de Jesús Ibáñez, un personaje que, a mi juicio, es el más interesante de la historia de Mieres y que, sin embargo, no conoce apenas nadie. Ibáñez nació en 1889 y murió en el exilio mexicano en 1948, después de haber intervenido intensamente en todos los acontecimientos políticos de estas décadas en Asturias, España y Europa, hasta el punto de que muchas veces, según voy descubriendo sus andanzas, me veo obligado a confirmarlas en varias fuentes porque se me hace imposible que un hombre que estuvo en tantas salsas permanezca en el olvido de sus paisanos. Hoy les voy a contar otro de sus lances, confiando en que les atraiga tanto como a mí desde el momento en que me encontré la primera pista y hasta que finalmente logré encajar todos los pormenores que pude ir reuniendo sobre el asunto.

De momento vámonos al presente histórico del 8 de marzo de 1921: en Madrid acaba de terminar la sesión del Senado, y el presidente del Consejo de Ministros, Eduardo Dato Iradier ,toma el coche que le va a llevar hasta su domicilio, le acompaña solo su chófer y va sin escolta. Son las ocho de la noche y cuando el vehículo llega a la plaza de la Independencia, una motocicleta Indian con sidecar en el lado derecho, ocupada por tres individuos, se aproxima a toda velocidad. La conduce un hombre corpulento vestido con pelliza oscura, boina y medio rostro cubierto por unas gafas enormes. Cuando están a su altura, los otros, que llevan una pistola en cada mano, al grito de «¡Viva la anarquía!» abren fuego disparando más de cuarenta balas; tres de ellas hieren de muerte al presidente en una acción que para algunos investigadores es el primer paso hacia la Guerra Civil de 1936.

Cuando se supo que los autores habían sido tres sindicalistas catalanes, la policía echó el resto para capturarlos. El primer detenido fue Pedro Mateu, de 26 años y natural de Tarragona, que en el interrogatorio confesó el nombre de los otros dos: Luís Nicolau y Ramón Casanellas. Nicolau también caería más tarde, en Berlín, donde se había refugiado junto a su mujer, acción por la que Alemania recibió la recompensa que ofrecía el Senado español por su captura y que ascendió a 850.000 marcos; por su parte, Casanellas, el conductor de la moto, logró llegar hasta la URSS, desde donde remitiría meses después varias cartas declarándose único responsable del atentado.

Ahora veamos lo que hacía por las mismas fechas nuestro hombre. El 28 de abril de 1921 Jesús Ibáñez se reunía en Barcelona con Andrés Nin, Joaquín Maurín, Arenas, Hilario Arlandis y Arturo Parera para elegir a los cinco trabajadores españoles que debían acudir como delegados al III Congreso de la Tercera Internacional que iba a celebrarse en Moscú durante el mes de junio. El mierense fue uno de los elegidos y el primero en desplazarse hasta Berlín para esperar a los otros. Allí vivió otra de sus peculiares andanzas que podemos conocer gracias al testimonio de Joaquín Maurín.

El revolucionario catalán describió en uno de sus escritos al Ibáñez de aquellos años como un personaje sumamente pintoresco: «Parecía escapado de las páginas de la novela picaresca clásica. Carpintero de oficio, empezó siendo socialista, después se hizo sindicalista, más tarde comunista, y, finalmente, como un hijo pródigo, regresó al redil socialista. Joven, de unos treinta años, le atraía la aventura y, lo que es más grave, le fastidiaba la garlopa».

Maurín contó en sus memorias cómo cuando el resto de los delegados pudieron llegar a la capital germana Jesús Ibáñez ya había sido detenido por la policía, a pesar de que era el único de los cinco delegados que viajaban con pasaporte. Pero lo sucedido no tenía que ver con la política sino con las faldas o, para ser más exacto, con la carencia de las mismas, puesto que ninguno de los implicados en el suceso que le llevó a la cárcel llevaba ropa cuando ocurrió. Me explico: Jesús Ibáñez, mujeriego como pocos y al parecer con bastante éxito, por lo que nos cuenta en su críptico libro «Memorias de mi cadáver», en vez de buscar en la capital alemana el contacto con los sindicalistas, como sería de esperar dada su misión, se dirigió a una comuna anarco-comunista llamada «la caverna de Zarathustra» que había fundado el extravagante dominicano Heinrich Goldberg, más conocido como Filareto Kavernido, nombre que él mismo se puso en una variante del esperanto y que puede traducirse como «el amigo de la virtud que habita en la caverna».

La comuna estaba emplazada en una especie de cueva habilitada como vivienda a unos 25 kilómetros de Berlín y en plena naturaleza, como lo prueba el dato de que en la actualidad la zona se haya convertido en un parque natural; y aunque la tierra no era allí especialmente fértil, se dedicaban al cultivo de frutas y verduras y a la cría de animales buscando siempre el autoabastecimiento e intentando compaginar esta vida con el desempeño de algunos trabajos en la ciudad.

El grupo lo integraban mitad hombres y mitad mujeres, partidarios del amor libre y la comunidad total de bienes, que vivían desnudos bajo el mismo rústico techo. El ambiente ideal para Ibáñez quien llegó sin buscarlo en un momento de ausencia del fundador que se encontraba haciendo prosélitos por otras zonas del país, así entró con buen pie en la comunidad y se convirtió enseguida en el varón más solicitado del grupo. Rápidamente se hizo querer, sobre todo por las féminas libertarias entre las que prodigó sus dotes amatorias, pero una noche, inesperadamente, Filareto Kavernido regresó y sus convicciones filosóficas hicieron agua al encontrar a su preferida en brazos del recién llegado. Filareto era un personaje de gran envergadura, que completaba su imagen de patriarca utópico saliendo a la calle con una melena descuidada, larga barba negra, sandalias de cuero y una túnica blanca que dejaba un brazo al aire a la usanza de los clásicos griegos. Con esta facha y las ideas que predicaba no es de extrañar que se convirtiese en uno de los personajes más característicos del Berlín de los años veinte, pero de Jesús Ibáñez podía esperarse cualquier cosa menos que se dejase intimidar por semejante adefesio, de modo que la paz de la comuna saltó en pedazos y los nudistas alemanes pudieron asistir primero a un recital de insultos en español, idioma en el que los dos hispanos se entendían entre ellos, y luego a un intercambio de tortas que fue en aumento hasta alarmar a todo el barrio.

Por fin, la denuncia de un vecino hizo intervenir a la autoridad y de esa forma, cuando los anarquistas catalanes llegaron a la ciudad teutona sin pensar en otra cosa más que en la manera de salvar el camino clandestino hacia Moscú, se encontraron con que el asturiano estaba en la cárcel y se alarmaron al imaginar, lógicamente, que el motivo de la detención era su implicación en la fuga de Casanellas, que era en aquel momento la primera preocupación del Gobierno de Madrid. Es de suponer lo que pudieron pensar al conocer la increíble historia del asturiano que no renunciaba a disfrutar de la vida incluso en los momentos más delicados de la revolución.

Luego, a los pocos días y una vez solucionado el asunto, Ibáñez pudo seguir viaje hacia la URSS, donde participó activamente en la Internacional, como ya les he contado aquí en otra ocasión.

En cuanto a los asesinos de Dato, Pedro Mateu fue condenado a pena de muerte, pero el rey Alfonso XIII se la conmutó por cadena perpetua y cuando llegó la II República salió en libertad manteniéndose en el ideal anarquista hasta que murió siendo ya anciano. Luis Nicolau y Ramón Casanellas también fueron detenidos y amnistiados por la República: el primero cayó en la Guerra Civil, mientras que su compañero llegó a organizar el Partido Comunista de Cataluña en 1932 antes de estrellarse al año siguiente con su moto contra un turismo falleciendo en el acto.

Si también les interesa saber lo que pasó con Filareto Kavernido, les diré que nunca abandonó la práctica de la utopía defendiéndola en varios libros; en 1928 llevó su comuna hasta Córcega y luego, ya muy reducida, a Haití y Santo Domingo, donde alcanzó buena fama como médico hasta que fue asesinado en 1933 sin que se condenase a nadie por su muerte.

Por último, lo más curioso de todo este asunto tal vez esté en una pequeña nota publicada en el diario barcelonés «La Vanguardia» en su edición del día 5 de noviembre de 1921: en ella se informaba de la detención en el Centro Obrero de Oviedo de Jesús Ibáñez y de su traslado a Madrid por su implicación en el atentado contra Dato, el comunicado de prensa firmado por el encargado del caso Millán de Priego, aclaraba también que «al ser detenido se colocó en una actitud de rotunda negativa, perseverando en ella en los interrogatorios a que se le sometió»? Jesús Ibáñez nunca dejará de sorprendernos.

Sobre el autor: Burgos, Ernesto

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