Objetivo: liquidar al POUM (Jordi Arquer)

No viví personalmente el comienzo de “els fets de maig”. En aquellos momentos, como miembro del comité ejecutivo del POUM, yo era delegado del partido en Valencia para atender a las relaciones con el gobierno de la República. En Valencia estaba entonces la dirección de todos los partidos. El POUM tenía allí una buena sección y publicábamos un periódico: “El Comunista”.
Allí me enteré de que había habido un levantamiento en Barcelona. No sabía de qué iba. El 4 de mayo se publicaron unas vagas referencias en la prensa. Esa misma mañana fui a ver a Peiró, que estaba con Juan Manen, y le pregunté qué sucedía. Peiró respondió que no sabía nada. “Vamos al Consejo de Ministros -me dijo-. Ven más tarde”.
Decidí ir a Barcelona. En Vinaroz nos topamos con la columna que partía de Valencia para poner orden en Cataluña. No sé si fue el gobierno Largo Caballero o la Generalitat quien la mandó a Barcelona. En Vinaroz escuché un trozo del discurso, difundido por radio, del Comisario de Propaganda de la Generalitat, Miravitlles, justificando que el gobierno de la República se hiciera cargo del orden público para restablecer la situación y dominar a los incontrolados.
Como no nos interesaba ir detrás de la columna, decidimos rebasarla por carreteras interiores. Un kilómetro antes de llegar a Valderrobles, al ver que se acercaba un coche, salieron a nuestro encuentro una docena de hombres armados. Pidieron que nos identificáramos. Allí nadie conocía al POUM. Un viejo grito: “Pim, pam, pum. Primero los fusilamos, después ya veremos”. “Tened cuidado -les dijimos-. Id a Caspe a ver al presidente del Consejo de Aragón, Joaquín Ascaso, y él sabrá deciros quiénes somos”. Les convencimos, tras darles nuestra palabra de honor de que no nos escaparíamos. Nos trataron muy bien. Nos llevaron al hotel donde los dueños, gente de derechas, creyeron que éramos de los suyos al tenernos los anarquistas detenidos. Aquella noche pude asistir a la colectivización de las tierras del pueblo que se celebró en un cine. De madrugada llegó el hombre de Caspe. “Ascaso dice que sois como de los nuestros”. Nos lo devolvieron todo excepto las municiones de las que dijeron andaban escasos. Pensé que sería mejor ir a Caspe para conseguir un pase y así viajar tranquilamente por Aragón. Tuve allí la satisfacción de que me recibiera un jefe de gobierno, Ascaso, en alpargatas. Nos atendió bien y nos proporcionó un vale para comer. Almorzamos perdices.

Entre la euforia y la represión

Cuando llegamos a Barcelona el comité ejecutivo del POUM estaba permanentemente reunido por temor a la represión y defendido por el comité local. Antes de los sucesos el comité se reunía en el antiguo Banco de Catalunya, en las Ramblas, que era la sede del POUM, pero ahora los encontré en el Palacio de la Virreina que había sido incautado. El partido estaba eufórico. Creían que las jornadas de mayo eran lo equivalente a las de junio de la Revolución Rusa y que pronto llegaríamos al poder, que el triunfo de la revolución estaba próximo. El mimetismo respecto de la Revolución Rusa era entonces muy grande.
Todo el comité vivía en la Virreina. Había un guardia permanente y teníamos un depósito de armas para defendernos. Sin embargo, iban pasando los días y la represión no llegaba. Se estaba produciendo la campaña canalla del PSUC contra nosotros y no nos dejaban defendernos. Ya nos aburríamos allí encerrados y un día Andreu Nin salió por la mañana y fue a su despacho de la Rambla de Cataluña. Se presentó la policía y se lo llevaron. Eran policías de Madrid y dijeron que tenían orden de detener a todo el comité ejecutivo. Nos avisaron al atardecer. Nosotros fuimos trasladados a casa de un militante como cosa segura, pero la policía nos localizó. Gorkin y otros militantes quedaron en la Virreina y también fueron detenidos. Cuando pocas horas después la mujer de Nin fue a la jefatura de policía para interesarse por su marido, la policía negó que estuviera allí. Nin había desaparecido.

La iniciativa de la Telefónica

Creo que los que desencadenaron los sucesos de mayo, el consejero de Gobernación, Artemi Aiguadé (ERC) y Rodríguez Salas, jefe superior de Policía y miembro del PSUC, actuaron al margen y en contra del Gobierno de la Generalitat, pues si hubiera habido un acuerdo de los consejeros de la Generalitat, los de la CNT habrían discutido allí mismo este problema y no habría surgido el conflicto. Pero Aiguadé debió actuar por su cuenta. Por eso Aiguadé debió actuar por su cuenta. Por eso Tarradellas ahora dice que hubiera tenido que destituirle fulminantemente. La prueba es que los anarquistas, durante los hechos, exigieron la destitución del consejero de gobernación y del jefe de policía y lo lograron. En cambio, sí puede admitirse que Aiguadé actuó por su cuenta, esto no me parece posible en el caso de Rodríguez Salas, porque pertenecía a un partido muy disciplinado y las cosas allí se hacen por órdenes y no se admiten actitudes individualistas. La Esquerra Republicana no ha reivindicado nunca su parte de iniciativa en los sucesos. Rodríguez Salas fue expulsado del PSUC más tarde.
Al tomar la Telefónica de Barcelona pretendían ponerla bajo control de agentes comunistas, porque decían que el gobierno de Valencia se había quejado a la Generalitat de que sus conversaciones eran intervenidas. No creo que pretendieran nada más porque ya era una cosa muy gorda ocuparla. Si hubieran pensado que al apoderarse de la Telefónica tenían que chocar tan directamente con la CNT y que habían de tener tantas bajas no lo hubieran hecho de aquel modo. Lo hubieran preparado mejor.

Revolución, heterodoxia y comunismo soviético

Los hechos de mayo fueron una explosión espontánea de la clase obrera frente a la minimización y el debilitamiento de la revolución, de las conquistas revolucionarias. Esto se avenía con la política de la URSS que no quería el triunfo de la revolución. La política del Frente Popular no era hacer la revolución sino batir al fascismo. La URSS entró en el comité de no intervención, le interesaba un conflicto internacional muy lejos de sus fronteras.
Andreu Capdevilla, presidente del Consell d’Economía de Catalunya, me dijo en una ocasión, ya en el exilio, que los partidos burgueses y el PSUC querían deshacer las colectivizaciones incluso quince días antes de entrar en Barcelona los nacionales.
Ni la URSS ni su internacional comunista han podido nunca admitir la existencia en ningún lugar del mundo de partidos comunistas no oficiales, es decir, que no dependiesen o que no estuviesen adscritos a la III Internacional, ya que en los estatutos de esta, desde su fundación, figura como uno de los puntos más importantes el que a cada estado corresponderá únicamente un solo partido comunista. En el caso concreto de España, el primer partido adherido a la III Internacional, el Partido Comunista Español, surgido por una escisión de las juventudes del PSOE [se uniría con otra agrupación comunista], surgida años más tarde, a instancias de una delegación de la III Internacional que, presidida por Borodín, vino a España a tal efecto. Así se formó el Partido Comunista de España.
Pero nuestro caso, el de Cataluña, era para la dirección de la III Internacional un problema. Porque siempre, desde la creación del Partit Comunista Cátala había sido más fuerte e influyente en todos los aspectos de la vida pública (sindical, política, etcétera) que el partido oficial dependiente de Moscú. No podían admitir que hubiera un partido comunista más fuerte que el oficial y menos aún cuando en este país se había declarado una revolución.

El PCE y nuestra guerra

Tras los primeros tiempos de desorientación, al comienzo de la guerra, el PCE decide apoyar la creación de una república parlamentaria de nuevo tipo y esta será su consigna durante toda la contienda. Para ellos la guerra era un problema de antifascismo, no de revolución. Su actitud era contrarrevolucionaria, por eso iban contra las colectivizaciones y todo lo que significara un apoyo a la revolución. Eran objetivamente unos aliados de Franco porque este también iba contra la revolución social y el derecho de las nacionalidades ibéricas a su independencia.
Era alarmante para la III Internacional y el esta do soviético que en Cataluña, donde había más obreros, más tradición de luchas sindicales y políticas, hubiera un partido heterodoxo más fuerte que ellos. Por eso, tras los sucesos de mayo y pasados los primeros días de indecisión (pues con la toma de la Telefónica no habían pretendido provocar una reacción tan viva), pensaron que podía utilizarse lo sucedido para atacar al POUM y así justificar de paso la anterior campaña en su contra. El POUM, según ellos, era aparentemente revolucionario y demagógico. Ya habían conseguido que el POUM no entrara en el Consejo de Defensa de Madrid. Se habían apoderado de nuestra emisora, de nuestros locales y de nuestro semanario «El combatiente rojo» de la capital, en este afán de liquidarnos de todos los lugares decisivos, y también nos habían expulsado de la Generalitat de Cataluña con la salida del consejero de Justicia, Andreu Nin. Entonces acusaron al POUM de fascista y [a] sus miembros de agentes de Hitler y Mussolini. Pero nunca pudieron aportar pruebas porque no las tenían. La conducta de nuestros militantes fue intachable, nadie se pasó al franquismo.

Una derrota política

En realidad “els fets de maig” los ganamos militarmente y los perdimos políticamente. Y yo digo que si la CNT hubiera querido nos hubiéramos apoderado de la Generalitat, porque Cataluña era de la CNT y del POUM. Nosotros hubiéramos continuado la guerra con todo el entusiasmo revolucionario. ¿No cabría pensar en una hipótesis contraria a la expuesta por F. Montseny y decir que entonces era posible una coalición nacional del POUM, la CNT, la FAI, las Juventudes Comunistas Ibéricas, las Juventudes Libertarias y la fracción izquierdista del PSOE y la UGT, en la que en aquel momento era fuerte Largo Caballero, y haber dado una nueva orientación revolucionaria, a la guerra? Esta habría obtenido el apoyo de la clase obrera revolucionaria de todo el mundo y si los comunistas se hubiesen de puesto en contra habrían probado internacionalmente que no estaban por el triunfo de la revolución. Nosotros queríamos una guerra revolucionaria, ellos una guerra antifascista, nosotros queríamos un gobierno obrero, ellos una república burguesa.
Como la represión contra el POUM no se produjo inmediatamente a los sucesos, seguía apareciendo en Barcelona nuestro periódico “La Batalla” y el partido se dedicaba a preparar el I Congreso del POUM, que debía de celebrarse en junio y en el cual hubiéramos hecho un análisis de “els fets de maig”, que hubiera tenido enorme resonancia nacional e internacional. Incluso preparábamos para después un congreso de juventudes, de las Juventudes Comunistas Ibéricas al que iban a asistir delegados de las juventudes de todos los partidos relacionados con el Bureau de Londres y algunos de los cuales ya estaban entonces en Barcelona, como Willy Brandt. El comité ejecutivo del POUM tenía además el proyecto de mantener diversas reuniones con los delegados de los diversos partidos que formaban el Bureau de Londres para discutir las posibilidades de creación de una nueva internacional, auténticamente revolucionaria, al margen de la II y la III. Pero todos estos proyectos se frustraron. Se inició la represión contra todos los militantes del POUM, Andreu Nin fue eliminado y comenzaron las diligencias del proceso del POUM, en los que varios de sus dirigentes fuimos acusados de espías y contrarrevolucionarios y sin embargo, en la sentencia de l9 de octubre de 1938 se nos condenaba, no por espionaje, acusación que no pudo ser probada, sino precisamente por revolucionarios.

Balance personal

Y lo que son las cosas. En el orden personal de militante socialista revolucionario, “els fets de maig” de 1937 y el asesinato de Andreu Nin por los comunistas tuvieron como consecuencia que yo fui designado por los compañeros del comité central para ocupar el cargo de Andreu Nin, pero ahora en la clandestinidad y ¡qué clandestinidad! Tenía 30 años. Era la segunda vez que resultaba elegido secretario de un partido comunista heterodoxo y contra el partido comunista oficial reconocido por la III Internacional, como ocurrió a finales de 1928, cuando también en la clandestinidad, en Lérida, me tocó aceptar a los 21 años el cargo de secretario del Partit Comunista Català. Si bien aquella vez, mal informados, creíamos todavía que la URSS era una
sociedad donde imperaba la solidaridad y la fraternidad, mientras que en 1937 ya sabíamos que la contrarrevolución había triunfado en la URSS y que el estalinismo, bajo la bandera del Frente Popular, trabajaba para ofrecer a la burguesía liberal el cadáver torturado de la revolución de los pueblos hispánicos.

Edición digital de la Fundación Andreu Nin, noviembre 2003

Sobre el autor: Arquer, Jordi

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