Un revolucionario humanista, Victor Serge (Francesc de Cabo, 1990)

De Víctor Serge, nombre de «guerra» de Víctor Luovich Kibalchich Paderevski, nacido en Bruselas, hijo de exiliados rusos, casado con Liouba Roussakova, con la que tuvo dos hijos, Vladimir, conocido por Vlady, renombrado pintor que reside en México, y Jeannine, que trabaja en el Centro de Estudios Básicos en Teoría Social de la Universidad de México, se cumple este año el centenario de su nacimiento.

Se han difundido mucho, quizá demasiado, las frases difusas de «escritor comprometido» y de «compañero de viaje» a escritores que han sido simples «outsider», que sólo han visto los toros,todo lo más, desde la barrera pero sin soltar amarras del «statu quo» de la sociedad que los arropa confortablemente. Todo lo contrario fue la vida y la obra del escritor Víctor Serge. Desde la adolescencia se comprometió a ultranza con los humildes, con los desheredados de las sociedades del signo que fueran y hasta su muerte conservó incólume su yo independiente sin menoscabo de sus ideas redentoras de los desamparados. La obra de escritor de Serge es muy extensa y variada pero en ninguno de sus libros, aunque sea una novela con personajes de ficción, no se puede uno imaginar al autor cómodamente sentado en un escritorio, distante de los seres simbólicos que crea: Serge,el hombre de carne y huesos, está inmerso en las criaturas que forja, las cuales son unos seres que reflejan sus propias angustias.

Víctor Serge, en este aspecto como en otros poseía una semblanza humana parecida a Andreu Nin, que no fue rencoroso ni devolvió injurias. En su folleto «Su moral y la nuestra” Trotski le lanza una diatriba indigna de un hombre de su talla intelectual y revolucionaria: «El secreto, sin embargo, consiste en que, al reivindicar la libertad para sí mismo (para Serge) y para sus semejantes; la libertad de escapar a toda vigilancia, a toda disciplina; inclusive, si esto fuera posible, a toda crítica…». «Si Víctor Serge abordara seriamente los problemas de la teoría, se sentiría confuso -ya que quiere desempeñar papel de ‘innovador’- de hacernos regresar a Bernstein, a Struve y a todos los revisionistas del siglo pasado, que trataban de injertar el kantismo en el marxismo, es decir, de subordinar la lucha de clases del proletariado a principios colocados por encima de ella». Trotski, para poder rebatir a Serge, emplea el viejo sofisma de hacerle decir conceptos que nunca pasaron por la imaginación de éste. Pero dejemos este tema. Lo que quiero significar es que Serge nunca contestó a estas injurias y otras peores, siguiendo el mismo método que Nin. Tanto uno como el otro amaban y respetaban a Trotski demasiado para atreverse a polemizar con él. En 1944, asesinado ya Trotski, Serge escribió sobre él estas comprensivas palabras: «A pesar de los crímenes, a pesar de su
propia muerte que se acercaba de día en día, se negó a reconocer que la URSS había dejado de ser un ‘Estado Obrero Socialista’ y que en ella se hubiera establecido un nueva sistema de totalitarismo. Creyó poder llevar sobre sus espaldas el peso de una nueva Internacional, la Cuarta, continuadora de la Tercera. Voluntarioso y utopista se separó del conjunto del movimiento socialista. Se empeñó en hacerse el mantenedor de un bolchevismo de épocas pasadas y que en la actualidad ya nadie puede comprender. Se mostró intransigente con revolucionarios que le querían y comprendían, pero no querían seguirle por estos caminos. Intervino en las disensiones y en las escisiones de minúsculos partidos que no forman más que sectas fieles a fórmulas muertas. Nosotros nos explicamos muy bien, desde un punto de vista psicológico, su tensión interior y el drama de su soledad».

Serge no se consideró nunca un “bolchevique leninista», dos palabras que pronunciadas juntas son redundantes pues con sólo decir bolchevique ya se dice leninista. Pero esto no significa que Serge no admirara a Lenin, que, como verdadero hombre de genio, personificaba la sencillez en el trato con los demás y cuya autoridad provenía de su poderosa personalidad. En un artículo publicado en “La Batalla” en marzo de 1937 Serge escribe en el último párrafo, refiriéndose a Lenin, estas significativas palabras: “No se creía infalible y tampoco lo era. Ha cometido grandes errores y a menudo en su más justa acción una parte de error se mezclaba a una extraordinaria perspicacia. En conjunto, su obra permanece, no obstante, como un nuevo punto de partida en la historia, un magnífico ejemplo de devoción a la clase obrera, una aplicación victoriosa del pensamiento marxista a la lucha de clases. Hacia ésta miramos hoy como hacia una luz, y no hacia su lúgubre despojo embalsamado en Moscú bajo un pesado mausoleo».

Como escritor revolucionario e independiente que era se había condenado a sí mismo a no ver publicados sus escritos por no someterse a los dictados de los poderes de uno y otro bando. En su época, y aún perdura, un intelectual contrario al estalinismo y al «statu quo» occidental se veía acosado por la estrechez económica. El que escribe estas líneas puede dar fe de ello al gestionar inútilmente la publicación de sus obras en el mercado editorial de la Argentina -en aquella época centro editorial de la lengua castellana por no poder publicarse en la España franquista nada que oliera a izquierda- al ser rechazadas al mencionar el nombre de Víctor Serge como autor. Si algún libro se editaba era clandestinamente por editoriales «piratas» -que proliferaban en la América de habla castellana- y como «era lógico» no pagaban derechos de autor. A pesar de la crítica situación en que vivía, en sus cartas no se reflejaba ningún enojo, una prueba más de su fortaleza moral.

El sentido de la solidaridad humana y de la solidaridad a las amistades eran atributos de la recia personalidad de Víctor Serge. Prueba de ello fue la campaña de solidaridad internacional que organizó, junto con personalidades como Magdeleine Paz, Marceau Pivert, Alfred Rosmer, Pierre Monatte y otros, para salvar las vidas de los dirigentes del POUM amenazados por un Proceso al estilo de los de Moscú. No pudieron salvar la vida de Andreu Nin pero llegaron a tiempo para salvar las de los demás miembros del Comité Ejecutivo. Negrín y su Ministro de Justicia, González Peña, el «héroe» de la comuna asturiana de 1934, presionados por el escándalo internacional producido por la «desaparición» de Andreu Nin debido a la campaña de solidaridad y de denuncia internacional organizada por Víctor Serge y sus amigos por el crimen que se estaba preparando en España, se vieron obligados a acomodar un Tribunal Especial con jueces moderados prosocialistas para que dictaran una sentencia de acuerdo a las especiales circunstancias del momento y que no dejara en ridículo a la «ayuda rusa» y a su promotor Stalin.

Aún perdura la polémica sobre la tragedia de Kronstad como una mancha negra imborrable en la historia de Octubre. Y lo peor no fue la matanza en sí sino la interpretación histórica de los hechos y las acusaciones falsas contra los protagonistas por los «bolcheviques leninistas». El quid, la razón de que aún perdure la polémica sobre el drama de Kronstad es que los dos bandos tenían razón en muchos aspectos de los motivos de aquella lucha sangrienta entre hermanos, pero la razón última, la «razón de Estado», estaba del lado de Lenin y Trotski. Serge, impulsado por sus orígenes libertarios de los que nunca pudo desprenderse, por fortuna, se decantó por los grandes perdedores, los marinos revolucionarios que lucharon para conservar la pureza de los ideales de Octubre de 1917. Era la posición que correspondía a un sensible revolucionario humanista como era ante todo Víctor Serge que se sobreponía a la del frío calculador político en un caso tan difícil como era el de Kronstad.

Poco antes de ser detenido en febrero de 1933 por Stalin, previendo que le podría ocurrir lo peor, Serge escribió una carta-testamento a sus amigos extranjeros que le retrata íntegramente. Resalta en ella su abominación de la represión política contra el discrepante, el disidente; maldice la pena de muerte como sistema, la deportación, el exilio, la prisión como recurso para hacer callar a cualquier opositor en el movimiento obrero. En el apartado segundo de su carta escribe textualmente: «El hombre y las masas tiene derecho a la verdad. No acepto la falsificación sistemática de la historia y de la literatura… Considero que la verdad es una condición de la salud intelectual y moral. El que habla de verdad, habla de sinceridad. Derecho del hombre a una y a otra». Estas verdades eran válidas -debe entender el lector- para un país supuestamente socialista como la URSS que había dejado de serlo desde hacia tiempo por no haberlas respetado, pero no para el mundo capitalista en que la
mentira es su razón de ser y de perdurar. Las razones morales absolutas abstractas, «kantianas», no sirven para el sistema de la libertad de mercado en que éste no podría existir sin el engaño. La verdad, en el sistema capitalista, es de un carácter eminente de clase. En el tercer apartado de su carta-testamento escribe en defensa del pensamiento: «Estimo que el socialismo sólo puede engrandecerse en el orden intelectual gracias a la emulación, la búsqueda, la lucha de ideas. Considero que el socialismo no tiene que temer al error, siempre corregido con el tiempo por la propia vida, sino al estancamiento y a la reacción; que el respeto del hombre presupone para éste el derecho a conocerlo todo y la libertad de pensar. El socialismo no puede triunfar contra la libertad de pensamiento, contra el hombre, sino, al contrario, gracias a la libertad de pensar y mejorando la condición del hombre».

Víctor Serge murió como un don nadie en 1947 en el exilio mexicano agotado por años de persecuciones, de prisiones, de cautiverio y de miseria material, en un taxi, víctima de un fulminante síncope cardíaco. El chofer, sin saber quién era y desconociendo su domicilio, lo condujo a una comisaría de policía considerándolo un pordiosero por su traída indumentaria. Triste destino final para un intelectual revolucionario. Y termino esta semblanza de Víctor Serge con las nobles palabras que escribió Juan Andrade con motivo de su fallecimiento: «En la perspectiva histórica, su acción será juzgada con mayor objetividad. Pero hay un hecho evidente: si su esfuerzo no ha sido coronado por el éxito, ha sido un alerta, un estímulo y un ejemplo de conducta para las generaciones presentes y venideras. Y para mí, la generación de la Revolución de Octubre que ha quedado insometida, de la que Víctor Serge fue figura principal, ofrece la magnífica bondad de una adhesión absoluta y heroica al proletariado y al espíritu humano». Pero tanto del uno como del otro, que no han visto el desmoronamiento total del «socialismo real» que significa en sí un atisbo poderoso esperanzador, a pesar de la ocultación transitoria por un eclipse momentáneo que cumple una ley natural, de un cambio total hacia un nuevo socialismo verdaderamente democrático, podemos decir con conocimiento de causa que su conducta de incorrupción política fue el camino duro pero verdadero que guía y

Sobre el autor: Cabo, Francesc de

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