Homenaje a Andrés Nin (Juan Andrade,1954)

Discurso pronunciado el 24 de junio de 1954 en la sala del «Musée Social», de París

Parece tan lejano en el tiempo el asesinato de Andrés Nin, aunque siempre muy próximo en nuestra memoria y en nuestros recuerdos, que en este primer acto público que le dedicamos en Francia conviene establecer las circunstancias en que el secuestro y el crimen se llevaron a cabo. Los que fuimos camaradas y amigos fieles y leales de Andrés Nin, vinculados a él en los mismos sentimientos políticos, estamos obligados a situar su vida, su pensamiento y su muerte en su verdadero alcance y en el sentido profundo que tuvieron. Ciertamente, desde entonces, se han producido en otros países hechos semejantes, con caracteres parecidos, y otros más se producen todavía con frecuencia; pero para nosotros el asesinato de Nin, como el de Trotski, tiene la significación especial de un tipo de martirologio moderno en la lucha por la ideología socialista y por la liberación del hombre de la esclavitud moral y material. En nuestra época, en que tanta gente muere sin conocer muy concretamente por qué o muere por ideas que no son las que cree, Andrés Nin ofreció el caso total de consciente responsabilidad al saber por lo que iba al sacrificio y por lo que estaba dispuesto a dar la vida.

La guerra civil española presentó el hecho, único hasta ahora en todos los países, de la presencia activa de una oposición comunista, representada por nuestro partido, el POUM, con una personalidad y una influencia específica entre los trabajadores, principalmente en Cataluña, en algunos de cuyos dirigentes sobrevivían las mejores tradiciones de la Internacional Comunista y que, basándose en las experiencias de la revolución rusa y de la contrarrevolución stalinista luchaba por los ideales completos del socialismo, al mismo tiempo que por la democracia proletaria. El peligro internacional para el stalinismo de una corriente socialista revolucionaria independiente en España, que luchaba efectiva y consecuentemente por lo que él dice representar, pero que de hecho niega, era tan grande que no encontró otro medio de combate que tratar de aniquilarnos a sangre y fuego. Nuestra presencia, nuestro desarrollo, nuestra influencia suponían quebrantar mundialmente la mentira de su «socialismo» y de su llamada «nueva civilización de productores».

Cuando al hacer referencia a los actuales gobernantes stalinistas de las llamadas «democracias populares» se nos informa de que casi todos ellos estuvieron en España durante la guerra civil, se puede medir todo el peso decisivo que el stalinismo echó en la balanza de nuestro país para obtener sus objetivos de hegemonía total. Para conseguirlo, la premisa inicial y fundamental era la desaparición de nuestro partido de la escena política. La orden dada a los delegados y agentes stalinistas era terminante: acabar con el POUM y sus dirigentes. El buró político del PCE, domesticado y servil, todos sus componentes sin excepción, aunque alguno quiera ahora intentar salvar su complicidad, aceptaba las órdenes, pero solicitaba un método más lento de aplicación. Conocía el Buró Político, mejor que los agentes extranjeros de Moscú, el clima político de España, la fuerza decisiva del movimiento libertario y del Partido Socialista, adversarios políticos nuestros, ciertamente, pero deseosos también de conservar la libertad, que el atentado contra la nuestra ponía a su vez en peligro para el futuro.

La preparación material de la represión contra nosotros se inició con arreglo a los métodos que ya constituyen todo un sistema. Jamás la consigna de «unidad» se ha utilizado más hábilmente para perpetrar la división, que como el stalinismo la empleó en España y la utiliza internacionalmente. La acusación de «enemigos de la unidad» era lanzada para explotar el sentimiento verdaderamente unitario existente en las masas obreras para combatir contra el franquismo. Grandes titulares en su prensa, discursos en el frente y en la retaguardia, carteles en las calles, presentaban al POUM con la careta del divisionista. La propaganda de preparación de la represión fue aumentando a partir de noviembre de 1936, y ya en febrero de 1937 la mentira adquiría un carácter más provocador y la infamia llegaba a su colmo. Entonces, la prensa stalinista española nos sorprendió con la noticia de que en Friburgo (ignoro por qué eligieron Friburgo para inventar su farsa) se había celebrado una reunión de dirigentes del POUM con delegados fascistas alemanes e italianos.

Los procesos de Moscú contra la vieja guardia bolchevique en contraron en nuestra prensa un fuerte eco de protesta. Frente a la actitud de silencio cómplice de la demás prensa antifascista española, que no quería con su protesta contra el crimen quebrantar las buenas relaciones de amistad con Rusia, nosotros denunciamos el asesinato y protestamos contra los hechos. Era demasiado para el stalinismo internacional y para su dirección en Moscú; pero era también nuestro deber político y moral, aunque sabíamos muy bien lo que nos jugábamos en la empresa.

Paralelamente con los propósitos de nuestra eliminación política y física, los agentes stalinistas en España proseguían la tarea de su hegemonía en la totalidad del territorio republicano y en todos sus organismos, primeramente en los de represión y después en los políticos y de administración. Era necesario también, a una cadencia más matizada de precaución, arrebatar las posiciones fundamentales ocupadas en Cataluña por el movimiento libertario. Inopinadamente, el 4 de mayo de 1937 las fuerzas policíacas bajo mando stalinista asaltaron la Telefónica de Barcelona para acabar con el control que en ella ejercían los sindicatos confederales. La resistencia opuesta por aquellos trabajadores se extendió a toda la ciudad y a toda Cataluña. El proletariado catalán no stalinizado demostró que era más fuerte, que sabía mejor por lo que combatía y que no estaba dispuesto a dejarse vencer fácilmente. El porqué aquel movimiento de rebelión se transformó prácticamente en derrota y no en victoria, no vamos a analizarlo aquí. El POUM, que no tenía ninguna responsabilidad en la iniciación de los hechos, se integró en ellos, al lado de los que combatían por la conservación de las conquistas de la revolución.

No les faltaba más a los stalinistas para atizar el fuego de la campaña contra nosotros. Sus ministros, aprovechando la campaña emprendida, falsificando los hechos, exigieron la disolución del POUM y el encarcelamiento de sus comités. La historia registra una actitud que es todo un homenaje a la memoria de Largo Caballero. Éste se negó a aceptar la propuesta, presentó su dimisión y fue sustituido por Negrín, al que se había preparado previamente para que se sometiera a todos los designios de Moscú.

Los servicios de la GPU, que actuaban autónomamente, una vez conseguido el clima político que el gobierno Negrín suponía para ellos, recurrieron a una coartada. En Madrid se había descubierto una verdadera organización falangista, y en poder de uno de los encartados un plano del emplazamiento de la artillería republicana en la capital, plano que se proponían hacer pasar a las líneas enemigas. Un agente ruso empleado en el gabinete de Cifra del Ministerio de la Guerra, escribió al dorso del plano, en tinta simpática, unas líneas como si las mismas hubieran sido escritas por Nin. A base de esta monstruosa falsificación, se obtuvo del Consejo de Ministros la autorización para proceder al aniquilamiento del POUM y a la detención de todos sus militantes caracterizados.

El día 16 de junio de 1937, a las once y media de la mañana, Andrés Nin fue detenido en su despacho del Comité Ejecutivo del POUM. A las dos de la tarde del mismo día fue sacado de la Jefatura de Policía de Barcelona, y con una numerosa escolta de automóviles, ocupados por agentes rusos y polacos de la GPU, se le trasladó a Valencia. Ignoramos el tiempo que permaneció allí. Con seguridad, muy poco, pues fue trasladado a Madrid, donde permaneció primero en una «checa» del Paseo de la Castellana (donde nosotros también estuvimos) y después conducido a una villa particular de Alcalá de Henares, transformada en cárcel especial para él.

El 25 de junio, la policía stalinista de Madrid hacía público un comunicado diciendo que un grupo de militares falangistas había liberado a Nin, y que juntamente con él habían pasado las líneas republicanas. Era una manera solapada de confesar el asesinato.

Desgraciadamente, la historia ha guardado hasta ahora el secreto de las circunstancias en que Andrés fue asesinado. Tres versiones circularon entonces sobre la forma en que se había llevado a cabo el crimen. Una versión: que se había dado orden de su traslado de Alcalá, y que al mismo tiempo se habían dado instrucciones a los puestos de vigilancia de la carretera para que disparasen contra el automóvil que lo conducía, diciéndoles que en él iba un falangista peligroso; creyendo en esta consigna, un puesto de la carretera disparó, matando a Nin y a sus dos guardianes. Otra versión: que se le metió en un barco ruso que en aquellos días se encontraba en Cartagena y que partió para Odesa. Y tercera versión, la que tenemos por más verosímil: que fue sacado de Alcalá por un grupo de oficiales de la división Orloff, conducido a El Pardo y fusilado allí. Tampoco nos ha sido posible establecer de manera terminante el día de su muerte, que debió ser entre el 22 y el 24 de junio de 1937, puesto que con fecha 22 está firmada su última declaración. Al mismo tiempo, toda la organización de nuestro partido fue declarada ilegal, nuestros militantes encarcelados, los locales incautados; en suma, la represión desencadenada.

A manera de testamento político involuntario, Andrés Nin nos ha dejado una declaración policíaca. En el sumario instruido contra nosotros, sus camaradas del Comité Ejecutivo, apareció su última declaración, que, seguramente por error, no se había desglosado. Es una declaración extensa, que reconstruye de hecho toda su biografía de militante revolucionario. Claro está, es un acta policíaca de la que se deducen anomalías  que indican claramente que no fue levantada por policías españoles dependientes de la autoridad del gobierno republicano, sino por agentes sometidos exclusivamente a Moscú. En primer lugar, contra toda su costumbre, no figuran en cabeza los nombres de los que tomaron la declaración, ni la ciudad donde el acta se levantó. En segundo lugar, el sentido de las preguntas y de la redacción del acta -independientemente de que los extranjerismos de lenguaje abundan- no corresponde a las fórmulas oficiales del procedimiento policíaco o judicial español antes del franquismo.

Pero esa declaración, de contragolpe, sin que pudieran sospecharlo sus verdugos, es la mayor reivindicación de la vida de Nin que han podido ofrecernos. Los agentes de la GPU tratan de encontrar en ella un resquicio en su vida que denote debilidad en la conducta, una acción que les permita dar la interpretación de que ya en su juventud fue un «enemigo del pueblo» o un «agente de los servicios de espionaje extranjeros», o sea una de esas falsificaciones monstruosas en que basan sus acusaciones los fiscales de los célebres procesos rusos o de las «democracias populares». Sin embargo, el resultado práctico fue extender la hoja de servicios modelo de un militante socialista consecuente. Es toda una antología de persecuciones, detenciones, peligros y sacrificios.

A Nin se le planteó el drama de conciencia política, que a muchos otros se nos impuso, sobre todo a partir de 1927 y hasta la ruptura definitiva con el PC; drama que, sin embargo, en nuestros países podíamos resolver entonces con una mayor libertad de determinación. Toda nuestra juventud la habíamos entregado a la tarea de ser los artesanos de lo que creíamos que era el instrumento de la emancipación de la clase obrera: el Partido Comunista. Se habían construido los partidos con esfuerzos incansables, sufrimientos, prisiones y sangre. Repentinamente, nos encontrábamos en desacuerdo con nuestro partido porque las normas que imperaban no eran las mismas por las que habíamos luchado; era una ruptura política y moral. En Rusia, esto significaba para Nin descender de los más altos cargos de responsabilidad política y sindical para afrontar de nuevo la prisión, el aislamiento, el olvido. Pero era también permanecer fiel a sí mismo, es decir, al socialismo y a la clase obrera, porque su vida no estaba determinada más que por este destino. Desgraciadamente, en nuestro tiempo no son tan frecuentes los casos de renuncia a los intereses creados para servir lealmente la conciencia.

Y mucho menos la fidelidad a las propias convicciones, no tratando de encontrar en la discrepancia o en la ruptura como una especie de liberación de las obligaciones morales que se aceptaron en la juventud; no tomando como punto de partida el hecho para consumar una traición definitiva. Nin, después de su salida de Rusia, llena de dificultades y peligros, volvió a ser, habiendo renunciado a los honores y a los privilegios, lo que había sido antes, el militante revolucionario activo, en pugna con las dificultades materiales y sometido a la persecución. Se entregó a la tarea de reconstruir la ideología y un partido que llevasen a cabo los objetivos de su vida. Hasta que los agentes de la GPU vinieron a segar su vida, tan llena de promesas, y a arrebatar al proletariado español uno de sus más clarividentes guías.

Por el juego de la política y por obligaciones de partido, le correspondió desempeñar, en el período más agudo de la guerra civil, una función totalmente ajena a sus aficiones y a su sensibilidad: Consejero de Justicia de la Generalidad de Cataluña. Los que vivimos aquellos tiempos de violencias necesarias e innecesarias, sabemos bien lo que esta función significaba; los que convivimos toda aquella época con él sabemos, no menos bien, que Nin no hizo, autorizó ni sancionó ningún acto que su deber político y su sensibilidad humana no le dictasen. Supo alternar su misión de defensa del nuevo régimen catalán con una labor constructiva de la que ha quedado, entre otras, la legislación sobre los derechos de la juventud, que es un modelo en cuanto a la concepción socialista de estos derechos.

Como escritor nos ha dejado obras y multitud de escritos que le revelen como el teórico marxista más profundo y más erudito de la lengua española. Los movimientos de emancipación nacional, Las dictaduras de nuestro tiempo, Las organizaciones obreras internacionales, pueden considerarse como verdaderas obras clásicas de la literatura marxista internacional, en relación principalmente con los problemas españoles. Pero como en todo militante revolucionario activo, lo mejor de su pensamiento está difundido en multitud de estudios y de artículos publicados en revistas y periódicos de todos los países. En los números de las revistas de la Internacional Comunista y de la Internacional Sindical Roja hasta 1928, pueden encontrarse sus interpretaciones de cada problema internacional y de las acciones de la clase obrera.

Pero lo mismo que a los grandes maestros del socialismo, de Marx a Engels y de Lenin a Trotski, nada de lo humano le era ajeno. Su cultura teórica no había disminuido en nada su honda curiosidad intelectual en todos los dominios del pensamiento y del arte. Especializado también en la literatura rusa, ha dejado ensayos críticos sobre los grandes clásicos rusos y traducciones de Dostoievski, Turgueniev y, sobre todo, de Chejov, que era su gran pasión.

Con Andrés Nin, como con otros que antes o después de él han caído también víctimas del crimen stalinista en Rusia y en otros países del mundo, lo que se ha querido y se quiere liquidar es toda una generación de revolucionarios a los que ni el goce del poder, ni el temor a perder las prebendas, que incluso honradamente se derivan de él, han llegado a corromper. Es lo que pudiéramos llamar la generación de 1917, la de Lenin y Trotski, la que realizó en Rusia la Gran Revolución, la que supo dar al proletariado de todos los países la fe en su destino libre y la sensación de su fuerza para emanciparse. Para muchos es la generación fracasada porque ha sido eliminada en parte físicamente o aislada políticamente. Pero su pensamiento y sus aspiraciones, por ser las de la propia liberación del proletariado, no han fracasado.

Pero no es menos cierto que la confianza en su porvenir de felicidad sólo se le puede dar al proletariado ofreciéndole el ejemplo de una conducta sin desfallecimientos, de defensa incansable por sus ideales, de denuncia sistemática y sin concesiones de los que en la hora actual, renegando de todo, hacen del antistalinismo genérico una especie de panacea para intentar justificar su conducta de renegados del movimiento obrero y como venero de rentas. Nuestro antistalinismo termina cuando puede identificarse con los defensores de la esclavitud económica de los productores. Ésta es para mí, y creo que para todos mis camaradas, la principal enseñanza de todo el pensamiento político de Nin.

Nadie como Nin había comprendido toda la inmensa tarea de regeneración que se impone al socialismo revolucionario ante el desarrollo del stalinismo y la monstruosidad de sus métodos y de su política; nadie tampoco como él asimiló toda la importancia que la revolución española victoriosa habría podido tener si hubiera podido ofrecer el ejemplo de un verdadero socialismo en la igualdad económica y en el desenvolvimiento de la libertad total del hombre. Éste era el significado que daba nuestro partido a la guerra civil española, y por lo cual entregamos todo y se sacrificaron nuestros mejores militantes.

Las nuevas generaciones políticas de la clase obrera no han sido educadas en un espíritu crítico e independiente que les permita situarse libremente ante los problemas de cada día. El concepto totalitario de la disciplina y de la obediencia, el sentido ultimatista de la propaganda, los métodos bárbaros de la lucha política en el movimiento obrero, que condenan al anatema infamante y hasta a la muerte al discrepante, han acompasado el ritmo de los más poderosos a la gran opinión de los trabajadores. Los formidables medios modernos de propaganda y difusión que la técnica y el progreso han facilitado a los hombres, se convierten en un instrumento de dominación moral al servir estrictamente a la mentira, a la impostura o a la confusión.

Es extraordinario el alcance proselitista del hecho afirmado, de la causa triunfante, del poder de dominio. Desgraciadamente, son mayoría los seres que, sin discernir su bondad o no, reconocen como bueno todo aquello que en un momento dado ha tenido suficiente fuerza para consolidarse. Para ellos tiene razón todo cuanto triunfa o que meramente se impone por la coacción o el terror. Es la explicación del ascendiente que toda dictadura, una vez establecida, suele encontrar entre las grandes masas de población. Es también el secreto del fetichismo, sabiamente explotado, que se ha alimentado entre los trabajadores hacia el actual régimen soviético; esa fe ilimitada, que presenta las cosas como maravillosas y los hombres como genios. Sobre el movimiento obrero pesa un terrorismo surgido de sus propias entrañas.

Sin embargo, toda la evolución de la humanidad se ha operado a consecuencia y a costa de minorías que en cada época han interpretado nuevos intereses y sentimientos, que a través de luchas incesantes terminaron por imponerse como ley fatal de la historia. Los partidos socialdemócratas se han desarrollado en el mundo, en sus comienzos, en lucha abierta contra el capitalismo, pero también en pugna con una gran mayoría de la clase obrera que no tenía noción de sus verdaderos intereses de clase, que hacían suyas las concepciones de la burguesía o que giraban en torno a su órbita. Los partidos comunistas dieron a la clase obrera más avanzada el arma de la teoría y la táctica marxista revolucionaria, en combate, incluso sangriento, contra la capitulación socialdemócrata.

En la actualidad, una minoría resuelta, aunque no todavía coherente, batalla en el mundo por mantener en el proletariado su fe en el socialismo, en su independencia y en su libertad. Jamás movimiento histórico alguno tuvo que marchar por un camino más lleno de espinas y de escollos que el que siguen las minorías socialistas actuales, en pugna con los intereses creados, con el pánico, con la indiferencia y con el fanatismo desenfrenados.

Pero los que no hemos perdido la fe en el socialismo debemos estar decididos a afrontar las dificultades inspirándonos en la conducta y en el ejemplo de camaradas y maestros como Nin que no vacilaron en el sacrificio al servicio de la verdadera emancipación de la clase obrera.

Sobre el autor: Andrade, Juan

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