Los recuerdos de Elías Ehrenburg sobre la guerra de España (Juan Andrade,1960)

Reseña sobre La nuit tombe,  libro de memorias de Elías Erenburg. Este texto fue escrito en la década de 1960 e incorporado al libro de Juan Andrade Notas sobre la guerra civil -Actuación del POUM- (Madrid, Ediciones Libertarias, 1986).

Al comenzar la revolución española, los rusos destacaron a nuestro país a tres de los principales espadas del periodismo soviético: Miguel Koltsov por la Pravda, la Mirova por la agencia Tass y Elías Eremburg por Isvestia. Según declara éste, aunque refiriéndose solamente a la Mirova, su misión era «dar cuenta de la situación política internacional, describir las luchas intestinas de la coalición antifascista y los manejos de los anarquistas y de los miembros del POUM». En realidad era una función común a los tres, que después continuaron sus sucesores. Siguiendo las sugerencias políticas de Togliatti y Geroe, y los fines represivos de la GPU en España, los tres fueron los encargados de difundir todo género de infamias: «La reunión de Friburgo de poumistas y nazis», «la deserción de Andrés Nin a Burgos», «los dirigentes del POUM convictos y confesos de espionaje», «los poumistas procesados reconociendo sus culpas ante el tribunal»… es el mínimo de ejemplos. Toda la prensa comunista y «progresista» del mundo se inspiraba en los artículos del trío y sus calumnias eran divulgadas por la Tass.

Acaba de aparecer en francés el cuarto tomo de las Memorias de Eremburg: La nuit tombe (Ediciones Gallimard, París). Está dedicado en gran parte a sus recuerdos de nuestra guerra. No se trata naturalmente de la reproducción de los artículos de Isvestia, porque ahora resultarían demasiado comprometedores, sino de recuerdos escritos en 1965, o sea de opiniones retroactivas. Ni siquiera ha acudido al método oportunista empleado por Pietro Nenni hace unos años en su
recopilación de artículos sobre la revolución española: suprimir los que ahora le comprometían, principalmente los escritos para encubrir la represión estalinista contra nosotros. Tampoco Togliatti, de haber llegado a reunir sus «recuerdos españoles», se habría permitido la licencia de reproducir los que entonces escribió «Ercoli». Y en cuanto a Kolstov, cuyo Diario de la guerra de España se editó tan inoportuna como inútilmente en versión española en París, dice Eremburg en «La nuit tombe»: «Kolstov tenía razón. Un historiador difícilmente podría fiarse de sus artículos e incluso de su «Diario de España» porque está marcado profundamente por la huella de su época». Pero a partir de 1938, ni Kolstov ni la Mirova volvieron a escribir más artículos sobre España: llamados a Moscú, fueron víctimas del célebre tiro en la nuca.

El autor de Julio Jurenito se limita ahora en sus recuerdos casi únicamente a un anecdotario de hechos que vivió o de personas que conoció o trató, principalmente de la «dolce vita» de los grandes Palace de Madrid, Valencia y Barcelona. El frente era sólo un motivo de viajes de turismo. Las consideraciones políticas son bastante escasas y muy al margen. No hay ataques contra los «trotsko-fascistas» del POUM y la palabra «poumista» sólo aparece cuatro veces contadas expresamente y sin acrimonia. Es más: una de ellas es para hacernos justicia. Refiriéndose a las circunstancias en que murió el general Lucas (el escritor húngaro Maté Zalka), comenta así: «En 1955 un escritor escribía todavía en sus memorias que la ofensiva de Huesca había fracasado a causa de la muerte del general Lucas, que fue víctima de los anarquistas y poumistas. Pero yo sabía muy bien que no había perecido por su culpa…». Los poumistas aparecen para Eremburg, en 1965, sólo como elementos «que deseaban profundizar la revolución». Se diría incluso que parece como si desease hacer un poco de justicia, pero interpretarlo así sería no tener la menor idea del cinismo del personaje.

Comentarios brillantes, juicios agudos sobre lo secundario, retratos sicológicos a veces acertados, pero en general fundamentalmente erróneos («José Bergamín, católico, de izquierda, alma pura, triste y serena»; presenta como una heroína a nuestra Elsa nacional, María Teresa León), ilustran ese tomo de sus memorias. Y todo ello sobre un fondo, es verdad, de gran cariño a España y a los españoles y el testimonio de que todos los «ruso-españoles» participaban del mismo sentimiento. Hay incluso ciertos rasgos de ternura y emoción: «Es difícil imaginar que en los años treinta de nuestro siglo una sola y potente oleada de fraternidad y sacrificio haya surgido de lo más profundo del pueblo. Entonces no se garantizaba la fidelidad mediante firmas, con palabras, sino con sangre. Cada uno de aquellos hombres habría podido ser el héroe de un libro extraordinario. Pero estos libros no llegaron a escribirse: estalló la guerra mundial y las peñas de Castilla y Aragón, ya salpicadas, fueron lavadas por olas de sangre».

Sin embargo el interés mayor del libro es que en 1965, al escribir sobre 1938, «Paul Jocelyn» (era el seudónimo con que Eremburg escribía principalmente en Pravda cuando no quería comprometerse demasiado en sus amasijos de calumnias contra el POUM), desplaza la cuestión de la guerra de España hacia los crímenes de Stalin en Rusia y la desaparición de casi todos los «ruso-españoles»: embajadores, cónsules, generales, aviadores, militares de menor graduación, periodistas, delegados de la Internacional que habían cumplido misiones en nuestro país.

Llamado también a Moscú en diciembre de 1937, Eremburg se encuentra con una terrible atmósfera de terror, y que sabe describir bien. Llegado en su primera visita a su medio familiar se halla ante un ambiente de terror: se teme hasta hablar y al aludir a amigos y conocidos, sobre todo a los «españoles» regresados, se limitan a responder con un gesto expresivo de desgracia. Visita a continuación la redacción de Isvestia: muchos redactores nuevos, el mismo silencio cómplice, el mismo temor a hablar. Pasa después a ver a Koltsov en su lujoso despacho de Pravda que ya ocuparía muy poco tiempo: el mismo mutismo, la misma desesperación. Al final de la entrevista, Kolstov le conduce al cuarto de baño (el temor al micrófono), para contarle un chiste: dos moscovitas se encuentran en la calle. Uno de ellos pregunta «¿Conoces la noticia?, han cogido a Teruel». El otro responde: «¿y también a su mujer?». Efectivamente era un chiste, pero era también expresar gráficamente y bien la situación.

Pero Kolstov, el consecuente difamador mundial del POUM, iba a conocer en su propia carne cómo el amo premiaba sus servicios. Eremburg nos transmite su última conversación con el tirano, tal y como la ha relatado el hermano de Koltsov, el gran caricaturista soviético Efimov. Vale la pena reproducir íntegramente la escena: «Dieciocho meses antes del desenlace, al regresar de Madrid para una breve estancia en la URSS, Koltsov presentó a Stalin y a sus próximos colaboradores un informe sobre la situación en España. Cuando Koltsov se calló, Stalin le hizo una pregunta insólita: ¿cómo hay que nombrarle a usted en español, Miguel o qué? (efectivamente Koltsov se hacía llamar Miguel Martínez en España). Koltsov se consternó más aún cuando, en el momento en que se dirigían hacia la puerta, Stalin repentinamente le preguntó: ¿Tiene usted revólver, camarada Koltsov? Koltsov respondió afirmativamente. ¿Y no tiene usted la intención de utilizarlo para suicidarse? Cuando Koltsov le contó a su hermano la conversación, le manifestó también que había leído en la mirada del amo su pensamiento: «Este es demasiado listo»». Indudablemente para él eran preferibles ]os tipos Molotov. Pero la moraleja de este sucedido es que la historia ha demostrado, y éste lo confirma, que al final de cuentas el servilismo nunca es rentable.

En cuanto a Eremburg, sospechando que en la mayoría de los lectores surgirán las mismas ganas de formular una pregunta, se apresura a una escapatoria inmoral: «Un joven escritor que en 1938 tenía cinco años, me ha dicho recientemente: ¿me permite hacerle una pregunta? , ¿cómo es posible que esté usted sano y salvo? No sé qué podía responderle yo. Si fuera creyente diría probablemente que los caminos del Señor son insondables. Al principio de este libro he dicho que viví una época en que el destino del hombre no se parecía a una partida de ajedrez, sino a una lotería».

«La nuit tombe» evidencia de manera bastante palpable que un movimiento auténticamente revolucionario no puede servirse, ni siquiera eventualmente, de la colaboración de intelectuales saltimbanquis, cínicos o escépticos, que se sitúan siempre del lado del sol que más calienta. Pero, treinta años después, las víctimas supervivientes del POUM de la represión estalinista, y que permanecemos fieles a lo que nuestro partido representó, tenemos la tranquilidad de conciencia de haber luchado históricamente, con exposición constante de nuestra vida, por la honradez, por la honradez revolucionaria y por la libertad de la clase trabajadora.

Edición digital de la Fundación Andreu Nin, diciembre 2002

Sobre el autor: Andrade, Juan

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